Ama negra para esclava blanca

Continuacion de una fusta para elena. El señor exige que su esposa sea flagelada como autentica esclava y pase a al dominio de la criada.

AMA NEGRA PARA ESCLAVA BLANCA

Después de la flagelación de Virginia en el garaje, se hicieron frecuentes las visitas de Juan al cuarto de la criada, una vez el sueño vencía las carnes ligeramente azotadas y concienzudamente folladas de la señora de la casa. Allí el arquitecto, aunque alguna vez gustaba de aplicar la correa en el cuerpo desnudo y moreno de su complaciente sirvienta, prefería gozar de las exquisitas artes amatorias de la experimentada mulata. Cada centímetro de su piel y su cuerpo era empleado con admirable pericia por la hembra para arrancar la mejor de las polifonías posibles del placer a su entregado amante. Elena ignoraba o fingía ignorar estos encuentros sexuales de su marido, satisfecha y contenta con su reciente descubrimiento del placer y del orgasmo, hallazgo que había ido de la mano del reconocimiento por su parte de su condición de esclava obediente y zorra exhibida y caliente.

Una de estas noches de sesión completísima en que exhausto Juan descansaba en los brazos y en el lecho de su negra concubina. Dijo después de pensarlo.

Mañana quiero que la flageles.

No la azoto siempre para ti ¿- respondió con dulzura la morena mientras le besaba el pecho.

No entiendes. Quiero que sea azotada en serio, en el garaje , con látigo y por todo el cuerpo. Además quiero verlo.

Quieres hacerlo tu ¿

No. Me daría pena y no sería capaz de hacerlo en condiciones. Quiero que lo hagas tú y que no te detengas aunque yo te lo pida y menos aún si te lo pide ella.

Lo harás por mi ¿

Claro , haré lo que me pidas.

Habrá sorpresas para las dos. Pero eso será mañana. Ahora debo volver a mi lecho conyugal- abrevió el joven mientras se ponía el pijama para volver a su alcoba.

Todas las drogas con el paso del tiempo exigen un aumento de la dosis para que el efecto continúe siendo el mismo que al principio y el sexo era la droga que se consumía pródigamente en aquel domicilio.

La ducha de la señora se retrasó aquel día media hora al objeto de hacer coincidir la flagelación con la llegada del señor. Elena no fue informada de ninguna manera de los planes que había para ella. Al salir del cuarto de baño apenas cubierta con la toalla, la ceremonia rutinaria consistía en encontrarse dispuesta sobre la cama la exigua y escandalosa indumentaria que la sirvienta había dispuesto para exhibir más que cubrir su cuerpo esa noche. Luego se despojaba de la toalla , se dejaba "vestir" por la mulata y accedía a ser atada y a dejar que le marcaran con unos cuantos golpes de fusta sus fabulosas nalgas de hembra. Esa era la ceremonia pero aquel día no había prendas sobre la cama. Y las muñequeras y tobilleras de cuero habían sido sustituidas por otras de frío metal y unidas por cadenitas.

Hoy permanecerás desnuda y descalza. No serás azotada aquí y serás conducida con los ojos vendados para ser tratada como el señor quiere.

Qué me harás ¿- preguntó con ansiedad la desnuda esclava.

Obedece y calla. No serás informada de qué te harán o quién lo hará.- Respondió Virginia con la seguridad que estas palabras acentuarían la ansiedad de la condenada.

Encadenada, con los ojos vendados y descalza la esposa del arquitecto fue conducida hasta el garaje. Le sentaba bien el metal a su cuerpo macizo, resaltando su lujuriosa desnudez y sus esculturales formas. Varias veces la criada le empujó contra las paredes haciendo rozar sus pechos contra la rugosidad ornamental de las mismas.

Al llegar allí fue colgada del techo sus piernas separadas y atadas a dos argollas del suelo algo hacia atrás, obligándola a permanecer en una postura inclinada hacia delante, quedando su cuerpo de perra ofrecido de una forma lujuriosa y cómoda para que el látigo se apropiara de todos sus rincones, en especial de sus hermosas nalgas que recibieron una palmada de la negra antes de que el castigo se iniciara y de que le fuera retirada la venda para que pudiera ver a su marido , esposado al coche y amordazado para que no pudiera detener la terrible azotaina que el mismo había exigido en la forma más brutal que la criada fuera capaz.

Virginia sacó un látigo de mango negro y varias tiras. Masturbó con sus hábiles dedos el coño de su señora y cuando esta estaba a punto de correrse, le introdujo el mango sin contemplaciones en su aristocrática raja. Una vez esta se corrió delante de su marido repitió las maniobras sino que esta vez fue el señorial ano de la mujer atada el que fue penetrado.

Empezó la flagelación. Virginia se empleó a fondo, con pericia obtuvo los gritos de la perra domesticable, el cuerpo de Elena se retorcía por los latigazos de una forma cruel y sensual. Toda ella fue marcada convenientemente, sus pechos, sus muslos,

su culo, su espalda. Hasta su orgulloso y privilegiado coño conoció la mordedura del cuero.

El arquitecto tenía un orgasmo, esposado al auto, esperando ser desatado una vez concluyera el escarmiento para anunciar quien seria la nueva señora y quien la nueva sierva.