Álvaro y Sebastián, machitos bisexuales y morbosos

Las novias los presentaron y ellos se conocieron y se hicieron tan pero tan amigos que...

Álvaro y Sebastián, machitos bisexuales y morbosos.

para Mauro

Álvaro y Sebastián se conocieron de una manera sumamente habitual.

Sus respectivas novias, Laura y Cecilia, eran compañeras de facultad. Dos chicas jóvenes, trabajadoras y estudiosas, que iban casi siempre a las mismas clases, se dieron cuenta de que compartían muchísimos gustos y características. Entre esos gustos compartidos, estaban los hombres. Ambas descubrieron pronto que sus novios, por lo que se desprendía de sus charlas entre ellas, debían ser dos hombres también sumamente afines. Seguro que si se conocen, dijo un día Laura, se van a ser totalmente amigos. Como nosotras, ratificó Cecilia.

Dicho y hecho. Un día una de ellas le dijo a su novio, Álvaro, que tenía ganas de invitar a cenar a su amiga. La idea era que los novios estuvieran presentes, así se conocían.

—Ufa —dijo, siempre poco sociable, Álvaro.

Es que era un tipo poco sociable, algo hosco y antipático, pero eso más que nada encubría cierto desprecio que tenía por los otros hombres Álvaro. Él trataba a los otros tipos como seres inferiores, seguramente menos fuertes e inteligentes que él, y probablemente maricones. Si se daba cuenta de que no eran así, cambiaba totalmente. Pasaba a ser un amigo leal, muy solidario y cálido y atento.

—No me rompas las bolas, Lau... —le dijo Álvaro.- Los sábados a la noche es el único momento que tenemos tranquilos para coger. Tenemos toda la noche, los otros días no. Y preparate mejor para este fin de semana que te voy a romper la concha. Y además te quiero culear. Hace como dos semanas que no me das el culo, nena... y tengo guasca para tirarte hasta la mañana, te voy a dejar preñada, hija de putaaa... con lo caliente que me tenés haciéndome esperar sacarme la leche de las bolas toda la semana...

Laura se sonrió. Es que Álvaro era así, y a ella le gustaba un poco que cada tanto, sexualmente, él la tratara como a una puta. Álvaro era tan macho. Y por lo que le había comentado su amiga, parece que Sebastián también era medio bestia, medio obsesivo y bastante guarro con el sexo. Entonces Laura le explicó a Álvaro que el tipo le iba a caer bárbaro. Empezó a enumerarle todas las características que las chicas se dieron cuenta que tenían en común los dos tipos. Seguro iban a hacerse amigos. Amigos íntimos y cercanos como ellas dos.

—Lo único que espero —le dijo para terminar Laura.— es que no esté todo el día paseándose por la casa en shorts o en calzoncillos como vos. Podrías vestirte más para esa noche.

—¿Qué? ¿No te gusta acaso? —le respondió desafiante y risueño Álvaro.

Y se le acercó a Laura y ahí mismo ella empezó a calentarse.

Álvaro era un potro espectacular, un macho bellísimo. Ligeramente osito, bastante velludo, se le notaba en las piernas, en el lomo, todo el deporte que había hecho toda su vida. Fútbol y rugby, sobre todo. Tenía unas piernas duras y macizas, fuertes como el roble, lo que sumado al mucho vello, y al físico morrudo y contundente lo hacían un macho sumamente hermoso, irresistible. Y tenía una verga, un pedazo de palo, espectacular.

Y si a él le gustaba tanto andar mostrándose todo el día en shorts o en calzoncillos, era porque se sabía un macho deseable, y lo que realmente lo excitaba a Álvaro era que la persona que lo viera así, semidesnudo, empezara a desearlo y a hacerse los ratones pensando en él. Ahí Álvaro entonces empezaba a refregarse las bolas, lo que hacía siempre... Era su mejor manera corporal de seducir. Resultaba totalmente caliente y excitante verlo a ese macho tan fuerte, calentándose porque sabía que estaba excitando con el espectáculo majestuoso y bellísimo de su cuerpo. Ofreciéndose como el mejor macho y el mejor tesoro sexual.

Él decía siempre que si andaba en shorts o en calzoncillos, era porque resultaba totalmente cómodo, más ahora en verano. Y con sus modales bruscos y guarangos de siempre, decía:

—Y al que no le gusta que no mire...

Pero a quién podía no gustarle ese pedazo inmenso de varón hermoso.

Laura, por ejemplo, sabía perfectamente bien que su novio tenía un encanto sexual que lograba que ella le perdonara todas sus tozudeces y caprichos de macho en celo. Y a ella él le había sacado todas las inhibiciones sexuales, tratándola como a una puta, y ella estaba encantada, aunque fingiera escandalizarse, de tener por novio a un varón tan macho, tan rudo, tan bestia... y sobre todo, tan pero tan buen cogedor. Un potro envidiable.

—Seguro que ese puto, el novio de tu amiga, no tiene todo lo que tengo yo.

Y ahí nomás Álvaro le agarró la mano temblorosa a Laura, y se hizo tocar todo por dentro del short, bolas, culo, pene, lomo, todo... Brutalmente, con un manotón en la cabeza, la arrodilló a su novia y se hizo chupar, lamer, saborear todo. Todo su cuerpo. El sexo a Álvaro le gustaba así. En esa pareja el macho era él, y sexualmente sabía que era el capitán, el que más sabía, el que mandaba. Le gustaba así; ser él el deseado. Después a ella la toqueteaba bastante y se la cogía como él quería. La manejaba a su antojo. Y a ella le encantaba, y nunca estaba pidiéndole cosas, le gustaba no más complacer a su macho.

—Decile al puto ese y a la boluda de tu amiga que vengan pero que no me rompan mucho las bolas... si se quedan mucho tiempo, vos te quedás sin el postre.

Le dijo Álvaro, sacándole a Laura temporariamente de la boca el bocado exquisito, macizo y duro de su miembro al rojo vivo... Ella lo miró suplicante, con ojos de adoración a su macho, como implorándole a su macho que por favor no le sacara la poronga, ella se lo quería chupar todo a él.

—Está bien, Álvaro... Mil gracias, mi amor, se va a hacer como vos digas. Mil gracias, amorcito.

—Vení puta, dale, a la pieza, metete en la catrera que te quiero reventar. Te voy a dejar preñada esta noche, putita...

Y la noche de la cena en cuestión por fin llegó.

—Álvaro, este es Sebastián. Sebastián, este es Álvaro... —los presentó un poco nerviosamente Laura.

Apenas lo vio Álvaro a Sebastián, se sintió sumamente tranquilo.

El tipo era un tipo como él. Apenas lo vio, lo sintió como a un amigo del alma, un hermano se diría. Sebastián era bien machito y varonil —Álvaro despreciaba a los maricones—, hasta de físico se parecían: Sebastián era apenas un poco más alto, pero igualmente deportista, de fisico contundente, bien velludo, algo tosco y —sobre todo— se ve que no le gustaban las pelotudeces e histeriqueadas de las minitas, y que había ido porque la novia tambien le había roto las bolas... pero se notaba que el tipo no se enganchaba demasiado... La otra diferencia sutil entre ellos —esa pequeña diferencia que remarcaba todo el resto de similitudes— era que Sebastián se rapaba el pelo todavia mucho más que Álvaro.

De más está decir que se llevaron bárbaro desde el principio. Es más: entre ellos hicieron rancho aparte, dejando a sus novias que hablaran sus boludeces de mujeres entre ellas, y se enfrascaron en su propia conversación. De todo hablaron. Fútbol, música, los mismos programas de televisión, hasta los empleos eran parecidos. Por momentos se sorprendían ellos mismos de ser tan parecidos en todo, pero cuando eso pasaba se cagaban de risa entre ellos todavía más. Y se reían como les gustaba reírse a ellos. A los gritos, bien fuerte, y se cagaron de risa todavía más cuando comentaron que sus novias, las dos, los criticaban por reírse tan fuerte.

Incluso a Álvaro le ocurrió en su mente algo extraño cuando lo conoció a Sebastián, algo que creía haber olvidado. Un recuerdo de infancia. Conocerlo a Sebastián le trajo a la memoria que de chico siempre había querido tener un hermano. Y que nunca pudo ser. Solamente tenía una hermana, y él con las mujeres no tenía mucho que ver. Así que de alguna manera era como que el destino le estaba trayendo por fin a su hermano, de una manera un poco mágica y bastante misteriosa. Eso se dijo Álvaro a sí mismo, en el momento más sensible que tuvo esa noche, después que Sebastián y su novia se hubieran ido, antes de dormirse. Estaba en la cama, en calzoncillos y... misteriosamente —aunque su presencia viril, palpitante en calzoncillos la hiciera sentir cachonda y húmeda a su novia—, él esa noche no se la quiso coger. Y eso que había pensado toda la semana en agarrarle por fin el culo y rompérselo bien bien roto y dejarle en el orto toda la guasca adentro.

A las semanas nomás, Álvaro y Sebastián ya eran amigos del alma, hermanos. Si ya casi ni recordaban que hacía tan poco que se conocían. Para ellos era como si hubieran sido amigos toda la vida.

Las chicas, por su parte, tomaron como la mejor noticia del mundo que sus novios fueran tan fanáticamente amigos. Ellas siempre habían tenido el problema de no tener tiempo suficiente para estudiar, por lo posesivos y absorbentes que eran sus novios. Bueno, ese problema había desaparecido. Ellas estaban todo el tiempo juntas, porque entre el trabajo y el estudio hacían mucho más rápido si compartían sus obligaciones. Y ellos hacían la suya por su parte. Como parejas, se reunían a lo sumo una vez por semana, para alguna cena, alguna salida al cine...

Ellos empezaron a compartir prácticamente todas sus actividades. Durante el día, cada uno en sus empleos, se mandaban chistes por mail o por teléfono celular, y a la salida de sus trabajos, ambos en el centro y con los mismos horarios, uno iba a pasar a buscar al otro, y listo. Seguían juntos el resto del día, hasta que era muy tarde de noche y se iban a sus casas. Cenaban casi siempre juntos por ahí, terminaban comiendo hamburguesas o pizzas a cualquier hora de la noche. La joda era imparable. Amigos fanáticos uno del otro, hacían todo lo que querían, porque tenían los mismos gustos para todo. Así que iban a ver las mismas películas que sus novias no querían ver, iban a los bares que a ellas no les gustaban, a comprar discos, ropa, hasta consumían merca los dos juntos. Todo. O casi todo, pensó un día Álvaro, y rápidamente, en tono chistoso, se lo dijo:

—Che hermano, un día tendríamos que ir de levante, enganchamos un par de putitas bien pibitas y nos mandamos unos polvos...

—Dale, encantado, cuando quieras...

Era tan afín, tan parecido, tan querible Sebastián que Álvaro no pudo contenerse y ahí nomás le mandó un tremendo pedazo de abrazo con besote incluido, que los dos terminaron cagándose de risa. Igual lo de las putas al final no lo hicieron nunca. Un día fueron juntos a comprar pilchas y en el mismo local del shopping, Álvaro le dijo a Sebastián, mostrándole un calzoncillo:

—Mirá hermano, qué bueno está éste... Me lo comprarían, man, pero la bruja me dijo la otra vez que con este tipo de calzoncillos voy a parecer un puto. No me lo dejó comprar la forra...

—Compratelo igual, no le des bola, loco...

—Me lo voy a probar.- —dijo resuelto Álvaro mientras agarraba el calzoncillo y se lo llevaba a un mostrador.

—Pará, pará hermano...

—¿Qué?

—Pará que yo también agarro uno.

Y riéndose agregó: —Ahora sí que me hiciste tentar, boludo...

Al final se fueron al mismo probador. Eso era lo copado que tenía ser tan amigos. Álvaro sentía que podía ponerse en bolas delante de su amigo, incluso probarse los mismos calzoncillos uno en presencia del otro, con total libertad.

A los minutos estaban los dos en el mismo probador, uno parado delante del otro, con los mismos calzoncillos, toqueteándose y haciéndose chistes, cagándose de risa:

—Huy, loco... ¡cómo no le va a gustar a la bruja este calzoncillo que está buenísimo, espectacular!!! ¡Con este físico que tenés hasta yo me hago puto, jaaa!

—Y vos, loco, no te quedás atrás... Estás un machito re fuerte con ese solsiyonca, man...

Se manoseaban las bolas, los culos, los bultos, con total libertad, admirándose francamente el uno al otro, se veían tan parecidos, tan hombres re machazos los dos, que eso les daba muchísima seguridad y una sensación de libertad que era la cosa más maravillosa del mundo.

Un día Laura le dijo a Álvaro, muy preocupada: —Mi amor, vas a tener que disculparnos a Ceci y a mí—. Frente a la mirada ceñuda e interrogativa de Álvaro, ella siguió: —Es que tenemos que hacer un trabajo práctico para Botánica II, en la facu, con Ceci... y... y... Tendríamos que viajar a Mendoza este fin de semana. Igual nos iríamos el viernes a la tarde a la salida del trabajo y vendríamos el domingo a la noche. Pero pasa que necesitamos observar y experimentar con una flora que acá no hay..

—La puta madre que te parió, boluda. Vos y tus florcitas de mierda. Este fin de semana al final tampoco te voy a poder garchar, boluda. ¿Y qué carajo querés que haga todo el fin de semana solo, se puede saber?

—Podrías invitarlo a Sebastián, total él también se queda solo...

La cara de Álvaro se transformó súbitamente. Como siempre, su amigo Sebastián le salvaba la vida. Si no fuera por su hermano la vida sería un embole. Pero por suerte tenía a su hermano, al mejor amigo del mundo.

—Tenés razón. Okey, entonces anda nomás...

Durante la semana se la pasaban haciendo planes de la joda que podían armar ahora el próximo fin de semana. Incluso Álvaro le recordó a Sebastián lo de las putas. Pero al final Sebastián el viernes le dijo, tomando una cerveza, antes de pasar a buscar a las chicas y llevarlas a la estación de tren, que él por su parte estaba cansadísimo: —Che Álvaro, no te chivés. Pero por qué mejor no nos juntamos en tu casa, nos miramos un par de pelis, pedimos pizza, tomamos birra tranqui... si querés después nos fijamos en Internet y hacemos que vayan unas trolas y las cogemos ahí. ¿Sabés lo que pasa? Estoy reventado de laburo, re cansado, y encima estaríamos gastando guita por ahí al pedo, porque total este finde tenemos la casa para nosotros solos...

—Listo, tenés razón. Pasá por el depto. mañana cuando quieras. A partir de las siete seguro ya estoy.

—Okey, buenísimo...

Fueron a la estación de tren, despidieron a las chicas, después ellos se fueron a comer una pizza por ahí y Sebastián al rato volvió a repetir que estaba francamente cansadísimo.

Siempre muy paternalista con él, Álvaro le hace un abrazote a su amigo Sebastián, le masajea los hombros y le dice:

—Andá a dormir, bebé, necesitás descansar... Igual mañana lo espero a mi hermanito en casa a las siete, okey?

—Gracias pa, sí, mejor me tomo un taxi y al sobre... Gracias por no enojarte, eh?

—Vos cuidate, okey? Así mañana te venís bien enterito para una buena joda.

En un momento de breve ternura, se dieron un abrazote con besitos. Eran como un hermano mayor cuidando a su hermanito menor, y Álvaro lo dejó a Sebastián a bordo de un taxi rumbo a su casa.

—Cuidate y descansá, bebé... —le volvió a decir Álvaro mientras su hermano se iba.

Al día siguiente, Álvaro se levantó un poco alzado. Apenas entreabrió un poco los ojos, se dio cuenta de que tenía el miembro completamente hinchado, lleno de guasca presurosa por salir, hasta le dolían un poco las pelotas de tanta guasca hirviente que tenía ahí dentro, abultándole el calzoncillo... Pensó en masturbarse un poco. Pero resolvió que mejor no. A Álvaro no le gustaba mucho pajearse, pensaba que si un macho se masturbaba era un pajero que no sabía coger. Así que resolvió pegarse una ducha, a ver si se calmaba un poco. Se divirtió metiéndose bajo la ducha con el calzoncillo puesto. Era algo que había visto en una propaganda. Un tipo que se duchaba en un slip blanco que se le pegaba al cuerpo. Seguramente era así porque en la tele no podía salir un macho totalmente en bolas. Pero Álvaro tenía ese capricho y por fin esa mañana pudo hacerlo porque total estaba solo y tranquilo... No iba entrar su novia en cualquier momento en el baño preguntándole por qué hacía eso.

Después salió de la ducha, se puso un short y empezó a prepararse café y sanguches. Cerca del mediodía pasó rápido por el videoclub, sacó un par de películas, y después fue rápido al supermercado para comprar cerveza y algo para comer. Quería tener todo listo para cuando llegara su hermanito, que nada les rompiera las bolas. Quería estar tranquilo y sin obligaciones y poder disfrutar de la compañía de su amigo.

Cuando llegó Sebastián, Álvaro estaba en la cama, en calzoncillos, disfrutando la tranquilidad y la falta de horarios, se había dormido un poco mirando la tele. Cuando escuchó el timbre salió rápido para atenderlo a su hermano y del apuro ni se dio cuenta de que estaba saludándolo en calzoncillos.

Cuando se dio cuenta, se rieron un poco con Sebastián, que al rato dijo:

—No, dejá, loco, todo bien... ni en pedo te pongas ropa que hace un calor de cagarse. Quedate en calzoncillos, loco, yo también me voy a quedar en calzoncillos, hace un calor de la puta madre...

Sebastián se sacó la ropa, toda transpirada, bien rápido, porque realmente no podía más del calor. Se quedó en calzoncillos, como había dicho. Álvaro volvió a pensar qué lindo machito, qué machito fuerte y saludable, qué osito lindo y varonil era su hermanito del alma. Así como estaban los dos, en calzoncillos, Álvaro se acercó mimosamente y lo abrazó:

—¿Dormiste bien al menos, hermanito? ¿Querés pegarte una ducha?

—No, papi, gracias... sí dormí bastante, pero creo que tengo un cansancio que necesitaría dormir tres días seguidos.

—Mirá, bebé, hagamos una cosa. Vamos a la catrera, así, en calzoncillos los dos, nos ponemos a ver la tele o alguna película, así de paso nos refrescamos un cacho y el hermanito descansa, querés?

—Dale, papi, sí... Che, man, gracias por cuidarme tanto. Yo no sé qué haría sin vos.

Álvaro volvió a abrazarlo, mimosamente, le gustaba ser el hermano mayor y más fuerte de su hermanito, tan machito él también, así en calzoncillos los dos lo sentía más tierno todavía, más lindo, más querible todavía... Sebastián, efectivamente como un osito, se hizo todavía más el mimoso y se apretujó, cansadito, contra la figura palpitante y maciza de su hermano Álvaro, y aprovechó para darle un beso en la mejilla. A Álvaro le encantaba que su amiguito fuera tan tierno y cariñoso, le encantaban los besitos de Sebastián.

—Llevame a la catrera, papi, llevame que el nene está cansado, quiero descansar...

—Vení, mi amor, vení así en calzoncillos que vamos a descasar vos y el papi.

Se pusieron en la cama, los dos casi en bolas, semidesnudos, muertos de calor. Álvaro prendió el ventilador de techo, trajo del freezer un par de cervezas, sirvió un platito con galletitas saladas y queso, y se puso de nuevo en la cama al lado de su hermanito Sebastián. Al rato estaban los dos tomando cervezas, directamente de las latas, cosa que nunca les dejaban hacer sus novias, y mirando la tele. Y al ratito nomás el pobre osito de Sebastián se durmió, estaba completamente cansado. Álvaro se enterneció y lo abrazó bien fuerte. A Sebastián le encantó en sus sueños dormirse apretado a su hermano mayor, y Álvaro siguió mirando la tele.

Con Sebastián durmiendo, sin hablar, Álvaro pronto se dio cuenta de que la película que estaban pasando en la tele era aburridísima. Encima no quería despegarse de su amiguito, que seguía bien abrazado a él. Le daba mucha ternura estar así: los dos varones en calzoncillos, una escena como de hermanitos... resolvió pasar una película.

Debe ser un error —se dijo Álvaro apenas se dio cuenta el tipo de película que le habían dado en el video.

—Jaaaaaaaa, es una película de trolos, che Sebastián mirá!!!

Efectivamente, se ve que el empleado del videoclub por error le había dado una porno gay. En la pantalla circulaban escenas de machos con unos cuerpos increíbles, unas mazas impresionantes, unos terribles bultos. Y los chabones andaban por ahí poniéndose en bolas y dándose maza entre ellos. Álvaro no lo podía creer. Cuando lo sacudía a Sebastián para despertarlo, el otro era como que se dormía más y se abrazaba más fuerte a su hermano. Álvaro se estaba cagando de risa, la cagada era que no tenía a su hermanito para que se riera con él. Álvaro estaba impresionado. Lo que más le impresionó, por ejemplo, era cómo un macho sumamente varonil, fornido, velludo, le bajaba el short a otro más joven, con bigotes, y le empezaba a lametear las bolas y después se ponía todo la pija alzada del otro en la boca, y entraba a chupar como una puta, pero sin perder un milímetro de virilidad. Era increíble. Álvaro estaba impresionado.

Al rato estaba totalmente al palo. Seguía cagándose de risa solo, casi no se daba cuenta de que su propio pene estaba tan exaltado, se había hinchado y erecto tanto que estaba por explotarle el calzoncillo. Álvaro seguía la acción comiéndosela con los ojos. El no sabía que había machos tan machos que hacían esas cosas entre ellos. No se sentía identificado, ni estaba derribando prejuicios, ni siquiera lo analizaba, simplemente no podía dejar de mirar la pantalla. Le costaba creer un poco que machos tan absolutamente machos, tan total y soberanamente machos, se estuvieran haciendo entre ellos esas cosas tan de putos.

Al rato Sebastián se ve que se despierta un poco y comienza a refregarse los ojos, sin dejar de abrazarse a Álvaro, quien casi se olvidó de su presencia (no tanto, porque en realidad lo estaba manoseando cada vez más a su amiguito). Le costó a Álvaro encontrar una respuesta cuando de súbito escuchó la inocente voz de Sebastián preguntarle:

—¿Qué estás mirando, papi?

Eso era lo bueno que tenía Sebastián, pensaba Álvaro, es tan puro, tan inocente...

Le dijo, con total confianza y libertad:

—Mirá, bebé, mirá lo que me dieron en el video por equivocación. Una película de trolos...

—Huy, mirá...

—Che, nene, ¿vos sabías que eran así los trolos?

—Así cómo?

—Y... son... son... son totalmente machos, Sebastián, fijate. Son más machos que los machos en realidad, jajaja...

—Sí, tenés razón. No. No lo había pensado.

—Yo pensé que eran re mariquitas pero no, mirá...

—Huy sí, mirá ese! El pedazo de poronga que tiene el animal y sin embargo se la está morfando al negro ese!

—Sí, totalmente... Mirá, mirá... Viste el pibito rubio ese, al principio parecía re nena, mirá ahora el pedazo de poronga que le da de morfar al marinero...

—Che, papi, fijate...

—Qué?

—El tipo ese. El que hace de rugbier.

—Qué?

—Tiene el mismo calzoncillo que nos compramos el otro día con vos, papi, no te acordás?

—Huy sí, tenés razón...

—Y mirá, no se saca del todo el calzoncillo para dársela de chupar al rubiecito...

—Sí, tenés razón. Igual yo me pregunto... qué sé yo...

—Qué, papi?

—¿No te deben doler las bolas al rato que te estén chupando la poronga, que te suba la guasca y no poder sacarte el calzoncillo?

—Nada que ver, loco... No, no creo...

—Y sí, loco, mirá... Imaginate si cuando la Ceci te agarra la verga y te la empieza a chuponear, si no te vas a poner al palo y no te vas a querer sacar el solsiyonca...

—No, papi, nada que ver... seguro que no.

—Sí, nene, mirá. En algunas cosas callate porque papi es más grande, sabe más y... ¿que hacés, loco? ¿Que hacés???

Con su cara de machito totalmente impasible, pero con suma concentración en la mirada, sin perder él tampoco un milímetro de masculinidad, Sebastián, el osito adorable y machito, lindo y varonil y rapadito y en calzoncillos, se había acomodado un poco en la cama y le estaba chupando la poronga con la boca totalmente abierta a Álvaro, su amigo del alma, su hermano...

Álvaro no podía creerlo. Todo era como un sueño. Todo era increíble. Pensó que debía estar alarmado, pero no. Para nada. Se sentía totalmente bien. Solo un poco extrañado de que su hermanito del alma, su adorable machito Sebastián, la chupara tan pero tan bien.

Le había sacado toda la poronga al palo, de un tamaño descomunal, infartante, pero sin miedo, con total naturalidad. Sebastián abría bien la boquita, sacaba toda la lengüita fresca y jugosa, y le refrescaba bien el palo duro y al rojo vivo a su hermano mayor. Por momentos lo agarraba de las pelotas y se las masajeaba un poco mientras hacía distintas presiones y distintos movimientos con la lengua, pasándosela por el glande, por las bolas, por el tronco, todo con total naturalidad de machito tranqui...

—Claro, si somos amigos, qué drama hay... —se dijo a sí mismo como para tranquilizarse Álvaro.

Todo era como un sueño, pero Álvaro no quería despertar. No podía más de la calentura. De pronto se dio cuenta de que se sentía más macho que nunca. Un estupendo macho. Un macho soberano. Estaba completamente erecto, sentía su pene maravillosamente bien, masajeado, acariciado, degustado por la lengüita golosa de su machito. Entrecerró los ojos. Se dejó llevar por el prodigio del sueño. Efectivamente, el calzoncillo no le molestaba. Para nada necesitó sacárselo Sebastián para darle el mayor de los placeres en la pija.

Por momentos Álvaro se preguntaba cómo seguir. Sentía tanto amor en ese momento por Sebastián que era como si quisiera retribuirle algo del muchísimo placer que le estaba dando su amigo. Se sentía como un amarrete. Era torpe, un poco torpe por lo inexperto Álvaro.

Un poco torpemente, un poco bruto, pese a toda la ternura que sentía por su machito, empezó a tocarle un poco el culo Álvaro a Sebastián. Este se dejo hacer, dulcemente. Álvaro le bajó un poco el calzoncillo, y entró a acariciarle el culo, pero como no sabía y sentía que estaba a punto de explotar, no pudo reprimir la rudeza y al rato estaba maltratándole el culo, tenía ganas de reventarle el orto Álvaro a Sebastián. Pero él no se molestaba, seguía sin parar lameteando las bolas, el tronco, el glande, todo el pene de su hermano mayor. Álvaro decía:

—Lo único que te pido, macho... lo único... ahhh... quiero acabar pero...ahhh...

Sebastián interrumpió por un segundo el masaje bucal que estaba haciéndole a Álvaro y lo miro dulcemente a los ojos, totalmente machito, totalmente varonil:

—Qué papi? Qué necesitás?

No podía hablar Álvaro. Estaba totalmente al palo, totalmente al borde del desmayo, presa de la guasca que le corría rabiosa, hirviente, burbujeante, espumosa, por las bolas y por el choto.

Lo miró. Solamente lo miró a la cara Álvaro a Sebastián. Estaba tan lindo, era un machito joven tan lindo, tan rapadito, tan... solamente lo miraba. Arrobado, enamorado, hermoso su machito varonil, le tocó un poco el culito y...

Ya. No pudo más.

Álvaro le tiró toda la guasca, blanca, espumosa, radiante, refulgente, hirviente, le ensució con su semen presuroso e incontenible toda la carita a su machito varonil, a su osito lindo:

—Perdoname nene.

Estaba tan lindo Sebastián. Apenas se sonrió, totalmente manchado en la cara, el semen le corría por las mejillas, por la boca, por la nariz. Tenía toda la carita hermosa, manchada de guasca de su macho. Sebastián se sonreía, se pasó un poco la lengüita por la boca para tragarse un poco de todo el meo de semen que su macho le había escupido por la jeta:

—Qué manera de eyacular, hijo de puta, me tiraste tres litros de leche man, juaaaa...

Se reía a carcajadas, loco de placer, totalmente natural, empapado de semen, Sebastián.

Por eso lo quería tanto Álvaro a Sebastián. Con su osito lindo y varonil, con su hermanito adorado, todo era natural, fresco, espontáneo. Todo era lindo con él. Casi tan lindo como él.

Álvaro volvió a sentirse tacaño. Sentía culpa. El le había derramado toda la leche, le había escupido toda la guasca a su hermano por toda su linda carita. Totalmente lleno de energía pujante, lo agarró a su hermano sin explicaciones, bien bruto, bien bestia, lo dio vuelta, lo tiró de las patas y se metió todo el culo de su hermanito en la cara. Empezó a chupárselo, famélico. Le entró a lametear primero las nalgas, después le abrió con sus manazas de macho bruto las cachas, y le metió la lengua famélica y dura como un miembro en lo más profundo del ano.

Al ratito nomás Sebastián estaba con el culo totalmente abierto, sorbiendo los últimos restos de semen por el pubis de su amigo, y dándole todo el culo, todo el ano a su macho que estaba devorándoselo. Le metía la lengua bien hasta el fondo, apenas le había bajado un poco el calzoncillo. Sebastián se sentía totalmente cogido, penetrado como una yegua por la lengua dura y al palo de su hermano mayor. Acabó así, eyaculando sin parar, cogido bucalmente por el culo... apenas reparó al eyacular que él ahora también estaba manchándole con su semen todo el cuerpo a Álvaro.

Se ducharon juntos, como si nada. En el baño, bajo los chorros calientes y humeantes de agua, desnudos los dos, se hicieron mimos como dos osos un poco torpes y brutos, pero siguieron con la misma hermandad de varones, sin mayores cuestionamientos. Salieron de la ducha, se pusieron los calzoncillos, Álvaro fue a preparar un poco de café, al rato se pusieron los dos a remolonear de nuevo en la cama.

Álvaro empezó a sentirse inquieto. Sebastián como siempre, como si nada extraño hubiese ocurrido. Álvaro sentía mucho amor por su amigo, pero estaba empezando a tener miedo de volverse puto, y por momentos no podía reprimir echarle miradas de desconfianza a su amigo. No sabía como seguir la relación. Pero lo raro es que veía que su amigo seguía tratándolo como siempre. Sebastián había hecho tan bien lo suyo —pensaba Álvaro... ¿no habría sido puto siempre su amigo y recién ahora se venía a enterar? En un momento no pudo más y al final se lo preguntó de frente. Sebastián, como si nada, respondió: —Nada que ver, loco. Sos mi hermano y te requiero.

Y añadió con total tranquilidad: —No somos putos vos y yo.

Más tranquilo por la absoluta certeza con que le había respondido, Álvaro prefirió olvidarse de sus desconfiados y perniciosos pensamientos y siguió adelante como si nada. Estuvieron en calzoncillos toda la tarde y toda la noche, mirando películas normales, comiendo, la única diferencia es que no hablaron de llamar a putas, pero fuera de eso, todo bien. Siguieron en la cama todo cuanto pudieron y cuando Álvaro sentía la necesidad de abrazarlo a su hermanito, lo hacía con total ternura y con total tranquilidad. A él le gustaba así. Sentirse el hermano fuerte, el mayor, y darle protección a su osito. Así lo pensaba: Somos machos, amigos, hermanos. Culo y calzoncillo. Y bien machos los dos.

El lunes, en su oficina, a Álvaro se le venían de nuevo cada tanto los turbios, malignos pensamientos y no sabía cómo sacárselos de encima. Para colmo de males, era la hora que lo llamaba al laburo siempre a su hermano, y esta vez francamente no sabía cómo hacerlo. Al rato se descubrió impaciente, nervioso, mirando su celular todo el tiempo para ver si Sebastián lo llamaba a él. Y, sobre todo, se preguntaba qué le iba a decir esta vez. Cómo le iba a hablar. Pero Sebastián no llamó. Eso lo tuvo un poco mal todo el día y le costó concentrarse en el trabajo. A eso de las 6 de la tarde, no pudo más y lo llamó:

—Oíme, puto, qué estás haciendo...

—Ah qué hacés, man... ¿nos tomamos una birra en lo de Anselmo hoy?

—Todo bien. Pasame a buscar.

—Okey, te espero en la puerta abajo.

Álvaro no sabía cómo seguir la conversación. Quería indagar pero no sabía. Al final le reprochó con el tono más jodido que pudo:

—Che puta, podrías haber llamado hoy, ¿qué estabas haciendo, chupando pijas en Constitución o andás con la menstrua?

—No, loco. Me cagaron. Me dejaron al lado del despacho del jefe porque el boludo de mi compañero fue padre y no vino hoy.

—Ah, bueno, todo bien...

—Perdoná, papi...

—Todo bien. Te dejo que llega el trompa.

—Chau.

—Chau.

El comportamiento de Sebastián siguió perfectamente normal, seguía actuando como siempre había sido. Por momentos Álvaro se decía a sí mismo que era un forro, un enfermo. Tenia clarito ante sus ojos que Sebastián era su amigo del alma, su mejor compañero, su hermano, y él estaba manchándolo todo con sus pensamientos degenerados.

Tomaron birra, se comieron un par de sanguches, y cuando eran como las 8 de la noche, súbitamente Sebastián le dijo: —Che man, ¿vamos a comprar calzoncillos hoy?

Álvaro lo miró consternado: —Qué???

—Dale, papi. Vamos a comprar calzoncillos como la otra vez.

Y guiñándole un ojo agregó: —Así los estrenamos el sábado.

Álvaro sintió tantas cosas juntas cuando Sebastián dijo eso que no pudo expresarlas. Entre otras cosas, sintió un cimbronazo en la pija que casi le estalla el calzoncillo. Sentía de nuevo el fragor de su guasca creciendo y espesándose y espumándose dentro del calzoncillo con lo que había dicho recién su hermanito, que seguía mirándole con su linda carita varonil de siempre:

—Dale, vamos.

Hicieron como la otra vez, se compraron calzoncillos y se lo fueron a probar juntos al mismo probador. Los mismos manotones, los mismos apretujones en los huevos, en los culos, hasta que de repente, con toda la guasca a punto de explotarle de la terrible erección que tenia, Álvaro le dice a Sebastián, tocándole el culo:

—Y preparame bien ese orto, hijo de puta, que el sábado te rompo el culo...

—Todo bien, papi. —dijo Sebastián con su tono reo de macho de siempre, sin perder un milímetro de masculinidad.

Álvaro empezó a sentirse fiero de nuevo. No sabía qué decir. No sabía cómo actuar. Sin poder explicárselo, le arrancó el calzoncillo a Sebastián. Este lo miró intrigado.

—Mostrame el culo, puto...

Parecía que a Sebastián no le gustaba nada que lo trataran así. Pero cuando Álvaro le decía algo, Sebastián siempre le daba la autoridad. Así que le mostró el culo, pero en su cara se notaba que no le gustaba para nada lo que estaban haciendo.

—Sabés una cosa, Seba?

—Qué pasa, papi?

—No me digas más papi, carajooooo!!!

Lo agarró del cuello y lo estrujó contra el espejo del probador:

—Sabés lo que pasa, puto. Pasa que sos un puto. Sos un puto marica degenerado. Eso es lo que sos. Y me cagaste. Me hiciste creer que éramos como hermanos y sos un putoooo!!!

—Pará, loco, qué te pasa... puto yo???

—Me vas a decir que nunca te comiste una pija antes, que nunca antes te culearon...

—Nada que ver, boludo!

Sebastián respondió con la misma violencia, o más. Lo apartó con un solo brazo a Álvaro. Este se sorprendió de haberse olvidado de la fuerza de su amigo, que casi lo voltea. Sebastián tenía una cara que nunca antes le había visto Álvaro antes. Una cara de bronca, de tipo jodido, francamente disgustado.

—Sos un enfermo, Álvaro. Sos un pelotudo de mierda. Por empezar yo no soy puto. Ya te dije que no somos putos, pero ahora me parece que el puto sos vos. Sos un enfermo, entendiste todo mal. Y yo de lo único que me arrepiento ahora es de pensar que eras mi hermano. Porque sos un pelotudo y un degenerado y no entendiste nada. Y si te me acercás de nuevo sos boleta. No te va a reconocer ni la conchuda de tu novia mal cogida.

Dicho esto, Sebastián se puso el pantalón y la camisa, y se fue echando un portazo.

Álvaro se quedó totalmente mal. Desconfiado, enfermo... no sabía qué pensar. No sabía lo que le pasaba. Por momentos le daba culpa haber pensado mal de Sebastián. Por momentos se decía que igual era mejor así, porque si seguían con esa onda, seguro iban a volverse putos los dos.

Igual nada era como antes. Lo extrañaba muchísimo a su amigo. Pero no era algo sexual lo que extrañaba de Sebastián. Era esa onda compinche. Lo extrañaba horrores. No podía ni tomar una cerveza porque casi se ponía a llorar. Extrañaba no estar con el todo el tiempo hablando boludeces y cagándose de risa, una vez en un bar estando solo ve que pasan un partido de fútbol por la tele... y casi se larga a llorar. Ni el fútbol valía la pena sin su amigo. Lo extrañaba muchísimo. Por momentos pensaba en disculparse y se sentía tan culpable, tan enfermo, tan degenerado y tan hijo de puta que no se atrevía.

Así pasaron cuatro días. El viernes a las cuatro de la tarde, súbitamente, interrumpió su trabajo, juntó coraje y lo llamó. Mientras marcaba los números, lo único que pensaba era en pedirle perdón.

Pero cuando Sebastián atiende lo único que atina a decirle es:

—El sábado a la misma hora. En mi casa también.

Álvaro apenas se da cuenta de lo que acaba de decir. Está totalmente extrañado, enloquecido. Para colmo de males escucha a Sebastián decir:

—Tá bien.

Y corta ahí nomás Sebastián.

El resto del tiempo fue un infierno para Álvaro. Trata como puede de seguir la normalidad, juntar paciencia pero no puede. Se siente completamente confundido. Rabioso, exaltado, violento, más degenerado que nunca. A la vez se siente para la mierda por haber corrompido a su amigo del alma. Lo único que hace es espetarle a su novia: —Este fin de semana no contés conmigo. Andate con la otra, o qué sé yo. Sebastián y yo tenemos que hacer.

Ni atina a mirarla a ella a la cara, que lo único que hace es responder tranquilamente: —Está bien, amor. Te llamo el domingo a la noche si querés.

La noche del viernes Álvaro apenas durmió. Se mantuvo en palo, en calzoncillos toda la noche, en su cama, cada tanto se masajeaba el pene hinchado y erecto, totalmente enrojecido, por la bragueta del calzoncillo. Pero no se pajeó. Solamente estuvo tratando de controlarse, de pensar en Sebastián. En su puto. En su hermano.

Cuando fueron las diez de la mañana se dio cuenta de que había dormido unas tres o cuatro horas. Se levantó tranquilamente, se pegó una ducha, se puso un short, tomó café y almorzó algo muy rápido. A la hora convenida sonó el timbre de la puerta.

Álvaro le abre, con el short que tiene preparado. Abre con la cara totalmente seca, autoritaria, de varón crispado y disciplinario. Apenas lo mira a Sebastián. Este parece darse cuenta de algo, porque muy de repente pasa de ser el machito resentido a ser sumiso, como si le tuviera miedo a su hermano mayor. Álvaro le ordena:

—Así no entrás. Sacate todo menos el calzoncillo.

Sebastián cumple con la extraña orden. Deja toda su ropa hecha una pila a la altura de sus pies. Se quitó todo menos el calzoncillo. Es un calzoncillo simple. Perfecto. Varonil. Un calzoncillo blanco, como de tela de camisa, totalmente liso. Totalmente de machito. Sebastián, en la puerta, solo en su calzoncillo, mira a Álvaro esperando la siguiente orden.

—La ropa la dejás en la puerta. Si se la lleva alguien jodete. Acá solamente podés entrar únicamente con un short o un calzoncillo. ¿Entendido puto?

—Entendido Macho.

—Pasá.

—Gracias Macho.

Entró Sebastián. Está como nervioso, cabizbajo, sumiso. Y muy lindo y machito en su calzoncillo. Lo hace más osito, más velludito, más varonil que el slip de la otra vez. Sebastián lo mira como con miedo a Álvaro, quien le pregunta:

—¿Café o cerveza?

—Algo bien fresco, por favor.

—Andá a la heladera y sacá cerveza.

Sebastián vuelve con dos latas de cerveza.

—Cerveza únicamente para mí.

—Perdón.

Sebastián vuelve a la heladera y deja la otra lata. Vuelve adonde está Álvaro, espléndido, machazo, soberbio, autoritario, impactante. Vestido solamente con un short de rugby, blanco, bastante gastado, que ciñe bien apretado un bulto genital impresionante.

—Arrodillate puto, bajame un poco el short y empezá a chupar.

Sebastián hace un pequeño gesto que delata que está complacido de obedecer a su macho. Se arrodilla y empieza a masajearle las bolas sobre el short, de a poco se lo baja, cuando baja el short por completo la verga hinchada y palpitante está tan absolutamente erecta que le impacta en la cara. La agarra con la lengua, hasta que escucha que Álvaro le ordena:

—Toda adentro, puto...

—Sí, perdón.

Sebastián lo agarra a Álvaro de las pelotas y logra insertarse ese tamaño fabuloso e impresionante de poronga en la boca. Empieza a chupar enloquecidamente, con frenesí. A Álvaro lo excita ver que cuanto más puto se pone Sebastián, más machito varonil parece. Le fascina esa combinación en su machito. En su puto. En su esclavo.

—Cerrá los ojos, puto.

—Sí.

—Cerrá los ojos y mantenelos cerrados porque si no te hago mierda. Con los ojos cerrados vas a abrir bien la boca y sacar la lengua hasta que yo te dé la segunda orden.

Sebastián está con los ojos cerrados, con la boca abierta, con la lengua afuera, cuando escucha a Álvaro decir:

—Tragá todo.

Pronto Sebastián acude presuroso con su boca a recoger todo el meo incontenible, a chorros, caliente, humeante, amarillo, exquisito de su macho.

—Abrís bien la boca y lo tragás mientras lo largo...

Álvaro a propósito no había meado en toda la noche y la cerveza estaba por fin haciéndole explotar la vejiga. Tenia meo para darle un buen rato a su puto.

Cuando ve que Sebastián empieza a tragar el meo a medida que sale, Álvaro saca abruptamente la chota de la boca de su puto y lo mira, desafiante:

—¿Querés más, puto?

Sebastián asiente, lo mira suplicante.

—Ponete sobre la mesa, como una puta, como una perra puta. En cuatro. Y abrí bien ese orto.

Sebastián más hermoso y más emputecido que nunca lo hace. Tiene un culo hermoso. Bellísimo. Totalmente machito y virginal y varonil ese culito.

Álvaro le tira el resto del meo en el culo a su puto, que empieza a relinchar como una yegua, abriéndose el mismo las cachas para dejar el ano bien al descubierto y abierto, para recibir bien adentro y profundo la catarata ácida, chorreante y caliente del meo de su macho.

—Ahora bajate de la mesa, puto. Subite el calzoncillo, arrodillate y vas a chupar todo lo que yo te diga.

Nadie, nadie en el mundo agarró con más frenesí y lujuria una pija que Sebastián en ese momento frente a Álvaro, quien seguía al palo, totalmente tranquilo y totalmente autoritario, dando órdenes mientras su puto le enjuaga el palo.

—Preparame bien la poronga, puto. Porque con esta te voy a romper el orto. Te voy a romper el culo hasta hacerte completamente puto, entendido?

Sebastián para un rato de chupar para mirarlo a los ojos, totalmente putito y totalmente machito:

—Entendido, Álvaro.

—Seguí chupando.

Cuando Álvaro siente en algún momento que la guasca que está rejuntándose en sus pelotas y en su pene está a punto de desbordar, da la próxima orden:

—Si te portás bien, te voy a dar una recompensa. Pero atendé bien, porque si no te reviento. Quiero un puto bien puto. Completamente puto. ¿Entendido?

—Entendido.

—Como un verdadero machito, sin hacer mariconeadas, vas a ir gateando de acá hasta la catrera, sacándote poco a poco el calzoncillo. Y sin putañear porque te amasijo. Cuando llegues a la cama vas a encontrar un consolador. Vos mismo, vos solito te lo vas a poner en el orto. Cuando empieces a sentirte totalmente puta, recién ahí, vas a empezar a ronronear. Vas a gemir como un putito bien putito que pide guasca. Y ahí te voy a entrar a culear hasta matarte. Ese va a ser tu bautismo.

—¿Bautismo, señor?

—Te voy a hacer puto. Mi guasca impregnándote bien el ojete te va a hacer definitivamente puto. Pero únicamente puto para mí, para el resto de las cosas, para el resto de la gente, te quiero bien machito.

Sebastián cumplió las órdenes. Como pudo, con los ojos cerrados, sin querer tropezarse con nada, fantaseando todo el tiempo con la poronga llena de guasca de su macho, a la que había acariciado y saboreado recién con su boquita golosa, fue bajándose el calzoncillo, fue arrimándose a la cama, fue poniéndose el consolador. Le dolía. Solamente imploraba que su macho estuviera cerca para ayudarlo si hacía falta. Porque el ano le dolía terriblemente y el consolador no le gustaba. Pero lo hacía por él. Por Su Macho.

En algún momento, Álvaro se escupe en la mano, se empieza a refregar las bolas. Se escupe nuevamente, y con la saliva recién escupida, entra a masajearle el culo a su puto, a prepararle el ano. Pese a los mohines de disgusto de Sebastián, Álvaro le introduce brutalmente el consolador en el orto. Parece que lo hizo con mucha rudeza, porque su hermanito no contiene el grito. Álvaro se saca el short. Escupe en su short. Cuando está bien escupido, después de dos o tres gargajos, se lo mete en la boca a su puto y le hunde todavía más fuerte el consolador.

Cuando parece estar acostumbrándose a sentir eso en el ano, Álvaro le saca abruptamente el consolador a su puto. Y le dice:

—Este short meado y escupido que tenés en la boca, puto, puede ser tuyo si te portás bien. Si me resultás un buen puto te lo regalo y te lo llevás.

Apenas dice esas palabras, Sebastián se enloquece. Empieza a mover el culo, a pedir por favor poronga

—Culeameee, siiiiiiiii, voy a ser tu putaaaa, haceme tu putaaa pero dame tu short macho!!! Por favor, por fa...!

Álvaro le tapa nuevamente la boca con el short. No quiere escucharlo gritar a Sebastián. Menos ahora que va a ser su puto.

Le hunde toda la poronga de una. Lo hace mierda. Le parte el ano. Le rompe el culo con tanta fuerza y tanta violencia que su putito empieza a bambolearse, quiere zafar, el culo está terriblemente dolorido, traumado...no aguanta el ardor y la fuerza de ese miembro que está taladrándolo.

Cuando ve que el dolor en el ano es infinito, Álvaro se compadece un poco y se la saca. Se unta la punta de la pija con crema. Se pasa la crema por las bolas y después le pone también un poco al puto en el culo. Le sube las patas, con las dos piernas en sus hombros, Álvaro empieza a bombearlo, lo hace hembra, lo hace puto, lo hace gozar, lo hace gritar, mientras su putito gime con ardor, con placer, con locura:

—Síiii, ahhhhhhh... reventame, partime el ano hijo de putaaaaaaaaa, ahhhhhhh, qué bien culeás hijo de remil putas, ahhhhhhhhhh...

La escupida de guasca en el orto del puto no tarda en llegar. Álvaro no le saca la pija hasta el ultimo segundo. Quiere ver cómo su propia guasca se desliza blanca y espesa por las cachas de su machito recién culeado.

A los pocos minutos están durmiendo los dos amigos, los dos en calzoncillos, como aquella vez, la primera vez entre ellos. El osito abrazado a su hermano mayor. Álvaro está contento. Acaba de hacerlo puto a su osito lindo. Ya recibió Sebastián la bendición de su meo, de su guasca y de su short.

Todo vuelve a la adorable normalidad, a la vieja fidelidad dichosa de amigos compinches, cuando despiertan. Se ponen los calzoncillos, empiezan los arrumacos, los juegos, la ducha, el trato de igual a igual en total confianza y libertad.

Solo cuando Sebastián le confiese algo a su hermano mayor Álvaro, este le va a dar el primer beso en la boca: —Che papi, Ceci está embarazada... descuido, jeje, o un forro pinchado... qué sé yo... la cosa es que está preñada... y... bueno... nada, papi... nos gustaría que vos y Laura sean los testigos... puede ser???

Es entonces cuando Álvaro le da un hermoso, pausado, espeso beso en la boca. Y después de besarlo en la boca y antes de besarlo nuevamente una y otra vez, le dice a su amigo Sebastián, a su nenito adorado, a su putito machito hermoso:

—Por supuesto, bebé, obvio que voy a ser tu padrino. Yo y la bruja estaremos muy honrados. Pero acordate ahora que vas a ser papi que...

Álvaro por momentos parece emocionarse y no sabe cómo hablar:

—¿Qué pasa, papá? ¿Que me querés decir?

—Nada, bebé... ahora que vas a ser papá, te quiero mucho más todavía. Solamente acordate que aunque seas papi, yo quiero que mi bebé seas vos.

Es hermosa la sonrisa de Sebastián cuando le dice que sí y le arrima la cara para romperle boca de un beso a Álvaro y decirle:

—Por supuesto, papi. Mi culito es todo tuyo. Solamente tuyo, papá.

Y guiñándole bellísimamente un ojo, con su cara de putito adorable y varonil, agregó:

—Pero no te olvides de darme tu regalo, macho... ese short me lo gané en buena ley. ¿O no?

Marianito

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