Álvarez, paga tus deudas: episodio FINAL

Se cierra esta pequeña saga con un episodio algo duro y espero que también morboso.

-¡POR FAVOR! ¡POR FAVORRRR! -Los gritos de las tres mujeres se fundieron en uno solo.

-¿Qué ocurre, putita -dijo el cabecilla, dirigiéndose a Paula, que era sujetada con fuerza por Dayron-, acaso no quieres que te marquen como una simple res? Pues eso es lo que eres, zorra, ganado. Nada más que eso.

-Escuche, haga lo que quiera conmigo -intervino Elena, más desesperada que nunca-, pero deje fuera de esta pesadilla a mis hijas. Puedo darle mucho placer, puedo ser su puta hasta el límite que usted fije; no diré que no a nada, me mostraré complaciente tanto si debo trabajársela con la boca u ofrecerle el culo. Es más -añadió entre lágrimas y arrodillándose ante el jefe-, puedo trabajarle la polla a diario al precio que usted decida hasta que la deuda de mi marido quede saldada.

El cabecilla soltó el hierro incandescente, apoyándolo contra la chimenea. Parecía dispuesto a reconsiderar la situación. Al cabo de unos instantes, habló dirigiéndose a la propia Elena.

-Está bien, Elena. Tienes un pico de oro, y no lo digo solo por las mamadas que haces -se rió de su propia ocurrencia-, además pareces mucho más sensata y razonable que las calientarrabos de tus hijas, por no hablar del pufero de tu marido. Acompáñame a otra estancia y discutamos mis condiciones.

-¡Mamá, no vayas con él! -Protestó Norma.

-¡Silencio! -Le replicó al momento su madre-. Más vale que dejes de complicarlo todo.

-Elena... -osó protestar en un susurro su esposo.

-No quiero oíros a ninguno -le espetó ella-. Voy a acompañar a este hombre a donde él me diga y atenderé todas sus demandas. Haré lo que sea necesario por recuperar la cordura y la dignidad en este hogar, y no quiero que ni una hija malcriada ni un marido que solo sabe acumular deudas tuerzan si cabe más las cosas.

-¡Así se habla! -Intervino el cabecilla en tono burlón-: ¡Ves, Álvarez, al final hay que dejar que sean ellas quienes lleven las riendas!

Acto seguido, y tras dar instrucciones a sus secuaces de que atasen en corto a Álvarez y a sus hijas en su ausencia, el hombre tomó de la cintura a la bella Elena, quien lo acompañó a una de las habitaciones con un sensual, y obviamente forzado, contoneo. Era evidente que le daría lo que él pidiese, que se rebajaría todo lo necesario con tal de que aquello terminase alguna vez. Ya en el cuarto, su captor tomó asiento y ella, instintivamente, se arrodilló ante él para trabajarle el miembro. Él la dejó hacer, y disfrutó de una espectacular mamada, la cual ella remató ordeñando su polla sobre su rostro, pasándose su polla por la cara, limpiándosela entre sonoros lametones y, como colofón final, pidiéndole al malhechor que, si tenía ganas de orinar, no dudase en hacerlo sobre su rostro. Este acogió sonriente la sugerencia y le meó en la cara, vaya si lo hizo. Después, él mismo le dijo que fuese al cuarto de baño a asearse, pues a pesar del morbo que le daba verla así de rebajada con el rostro lleno de una mezcla de orín y lefa, no le parecía correcto mantenerla así con lo bien que se había comportado y lo mucho que se había esmerado en complacerlo. De ese modo, el delincuente, podía vivir la fantasía de creerse un caballero o, cuando menos, alguien con un elevado sentido de la justicia, algo de lo que a menudo presumía. Ya de vuelta en el cuarto, Elena se inclinó, dándole la espalda a su interlocutor, y le ofreció su orificio anal, separándose las nalgas con ambas manos.

-Descansa, Elena, no seas tan abnegada, mujer. Además, tienes un culo exquisito, pero no perdería un orgasmo metiendo mi polla en él teniendo a tu hija mayor abajo, con esos glúteos.

-Lo sé y lo comprendo, entiendo que estamos a su merced como consecuencia de la mala gestión de mi marido, y también sé que mis hijas, en especial Norma, han sido insolentes y hasta desafiantes. Le ruego por ello que trate conmigo sus condiciones y le aseguro que no se arrepentirá.

-Todo lo que dices está muy bien, pero las condiciones no van a repercutir solo en ti, y eso también debes aceptarlo. Por ejemplo, a tu marido debo castrarlo, lo lamento, pero no tengo otra opción. No puedo permitir que salve los cojones por más tiempo, pues yo también respondo ante otros por mi diligencia.

-Pero... tiene que... tiene que haber una solución -los ojos se le llenaron de lágrimas-, no es posible que esa sea la única alternativa...

-Lo es, y respecto a ese tema no hay más que hablar. Álvarez perderá los huevos, cargados por el semen que no le dejamos descargar en Norma. Su miembro no volverá a ponerse erecto, y la última vez que lo ha hecho ha sido para sodomizar a su hija, eso debe servirle de lección.

-Está bien, pero... entonces... entonces mis hijas deberían quedar al margen, ya han pagado bastante por una deuda que, si me lo permite, no les corresponde, pues solo mi marido es el culpable.

-Olvidas, querida Elena, que Norma me ha faltado al respeto en repetidas ocasiones, olvidas también que Paula es una calientapollas de cuidado -su tono se iba elevando y su rostro enrojecía-, y que me ha retado recientemente. Y olvidas, sobre todo, que cuando un pufero no paga, muchos inocentes pagan las consecuencias. Te contaré una vieja historia, la histora de mi padre. Él era un hombre honrado, que tenía un restaurante y jamás había dejado de pagar a un proveedor, estuviese como estuviese su economía. Pero un día le encargaron una boda para más de doscientas cincuenta personas, una boda de 10.000 de las antiguas el plato, y la cual dejaron sin pagarle. Imagínate, él ya había pagado a los camareros, contratando a un par exprofeso, había pagado la comida, el producto, a los cocineros... No solo se había quedado sin los casi tres kilitos del ala, además había invertido mucho en dar el servicio. Aquel pufo lo arruinó, y un año después, al no lograr recaudar la deuda y como consecuencia verse obligado a cerrar su negocio de toda la vida, se colgó en el sótano de nuestra casa. Y, mi querida Elena, tienes delante de ti al niño de once años que lo encontró, balanceándose inerte bajo aquella viga.

Elena no sabía cómo reconducir aquello. No quería que sus hijas pagasen más por todo aquello, pero veía claro que algún peaje mínimo debería ofrecerle. Para ella enfrentar esa situación era muy duro, algo inimaginable para una madre devota como ella.

-Escuche, sé que es usted un hombre justo -intuía que con ello tocaba su fibra-, Norma merece unos buenos azotes por su conducta, y Paula un escarmiento por vestir así. ¿Qué le parece si yo misma azotó a Norma delante de usted y le quemo a Paula sus modelitos más sujerentes? Créame, eso la enfurecerá.

-Buen intento, Elena, pero seré yo quien decida cómo castigarlas. Por lo pronto, tú estás eximida de ser usada de nuevo. Has demostrado más de lo que se te exigía. Si quieres pagar la deuda de tu marido, a quien no le salvarás los huevos pero sí la vida, que sepas te pagaré 30 euros por mamada, así hasta que reúnas el dinero que os falta. Las mamadas me las harías a mí en mi propia casa, y a razón de una o dos diarias, los siete días de la semana, salvo que por algún compromiso no pueda recibirte, en cuyo caso cobrarás igualmente 30 euros por esa jornada. Así hasta que la deuda quede saldada, dejaré que tú misma hagas cuentas del tiempo que ello supone y lo valores. Respecto a tus hijas, Norma debe ser marcada, pero puedo ser benevolente al respecto. Debe llevar consigo un signo de vergüenza de por vida, pero eso no significa que deba quedar desfigurada. Si ella accede a hacerme una cubana y pone en ello todo su empeño, sin un mal gesto y absolutamente sumisa, en ese caso estoy dispuesto a marcarla levemente. Digamos un tatuaje en la frente. Lo que ella quiera. Hoy en día muchas jóvenes se hacen cosas peores. Por supuesto puede negarse, en cuyo caso ordenaré que le cercenen sus enormes pezones. Sería una lástima -Elena escuchaba petrificada, llorando silenciosa pero torrencialmente-, pero desde luego ella tiene elección. Y en cuanto a Paula, quiero follarme su culo cada día durante un año entero, su culo me tiene enganchado y no quiero renunciar a él. Supongo que después de un año podré soportar prescindir de ese ojete de diosa, pues de todo acaba por cansarse uno. Si ella acepta, pues esto es algo absolutamente voluntario, le regalaré un coche por valor de tres veces vuestra deuda conmigo, ya ves que aquí no se trata de una cuestión de dinero sino de principios, y le pagaré cien euros por día. Su culo vale más, pero para una putilla novata no es un mal comienzo. Si no acepta, le marcaré el culo a fuego como había prometido y, además, la encularemos todos un par de veces antes de irnos. Seguro que disfruta de Dayron, la muy puta.

-Está bien -dijo Elena, cuando entendió que era su turno y que debía decir algo-. Les transmitiré sus propuestas, y supongo que todas serán aceptadas, sobre todo porque las alternativas no son... en fin, no son siquiera alternativas.

-Todo claro, entonces. Habla con ellas y que cada una me haga conocer su decisión.

Acto seguido volvieron a la sala, donde se encontraron con algo inesperado. Paula, arrodillada ante Dayron, le trabajaba a este la polla con devoción. El jefe, iracundo, sacó su pistola y apuntó a su hombre.

-¡Qué cojones crees que haces!

-Pero jefe... yo...

En ese momento, Norma, que había sido desatada bajo la promesa de comérsela ella al Ruso, le quitó a este el arma y le apuntó a la cabeza.

-¡De rodillas, hijo de puta!

El hombre obedeció, y entonces, mientras toda la atención recaía en él y en Norma, Paula le quitó su arma a su maromo. Con ella apuntó al jefe, y le obligó a bajar su arma y entregársela. Pau, poderosa con las dos pistolas en sus manos, apuntaba al jefe directamente a la cabeza.

-Bájate los pantalones, cabrón. -Le ordenó, seca.

-Paula, escucha...

-Si he de repetirlo, te convierto en un colador.

El cabecilla obedeció. Entonces Paula le hizo un gesto a su hermana y Norma tomó la palabra.

-Ruso -dijo sin dejar de apuntarle-, levántate, saca esa navaja tuya y córtale los huevos a ese cerdo.

-¡NO! -Intervino su padre-: ¡Dejadlos ir, no conocéis a esta gente! ¡Os harán cualquier cosa si seguís con esta locura!

-Vuestro padre tiene razón -intervino Elena, intentando mantener la calma, pues estaba al borde de sufrir un ataque de nervios-. Creo que este hombre puede olvidarse de todo si los dejamos ir, ¿no es cierto? -Le preguntó al cabecilla.

-Por supuesto -respondió el hombre, acobardado e intentando abrir una vía a la negociación.-, soy un hombre que sabe perdonar.

-Lo que eres es un cerdo machista que va a decir adiós a sus pelotas -le espetó Norma, desafiante, a la vez que pateaba al Ruso en el culo para que se diese prisa en cumplir su encargo.

-Mira, niñata, te juro que si me tocan un pelo me mandaré hacer un collar con tus pezones, los de tu hermana y los de tu madre. Y tú, Ruso, si obedeces estás muerto.

El Ruso dudaba qué hacer, y jugaba nervioso con su navaja. Sabía que el jefe no bromeaba, pero la tetona que tenía su pistola en la mano tampoco parecía estar dispuesta a hacer concesiones y, alterada como estaba, la creía capaz de dispararle a bocajarro en cualquier momento.

-Ya has oído a mi hermana, cástralo. -Dijo Pau, autoritaria.

El Ruso se acercó a su jefe, quien sudaba frío y de nuevo amenazaba. Fue entonces cuando Álvarez intervino de nuevo, suplicando que lo dejasen estar, pero no le hicieron caso. El Ruso puso la navaja bajo los huevos de su jefe, sin atreverse a ir más allá. En ese momento, la propia Norma le arrancó el cuchillo de las manos e hizo el trabajo. El grito del jefe retumbó en toda la urbanización. La sangre inundó la moqueta. El Ruso se quedó paralizado, pero Dayron reaccionó cuando vio que Paula hacía un jesto hacia su compañero, intuyendo que ellos también serían castrados. Se equivocaba a medias, pues Pau dispuso, tras una fuerte discusión con su hermana, que él salvase sus pelotas. El Ruso sí fue castrado, de nuevo a manos de la propia Norma. Álvarez, una vez que lo desataron, no dejaba de llevarse las manos a la cabeza. Nos matarán, repetía sin cesar. Elena, por su parte, intentó taponar las heridas de sus captores con un par de toallas, para evitar que se desangrasen. Habrá que llamar a una ambulancia, dijo; habrá que matarlos y echarlos en alguna cuneta, replicó Pau. La del culo de diosa se enfundó en sus mejores jeans, orgullosa por haber salvado su culo del hierro incandescente, y tomó a Dayron por el rabo para que la acompañase a terminar el trabajo. Era obvio que estaba enganchada a aquel macho.

Tras discutirlo toda la familia, resolvieron que no podían matarlos, postura que solo Paula defendía. Entonces ella perdió el control y los asesinó a ambos a sangre fría de un tiro en la frente a cada uno. Los gritos de su hermana se oyeron por toda la casa y su madre perdió el conocimiento durante unos instantes. Dayron, entonces, dio un paso al frente y empezó a envolver los cuerpos en sendas alfombras para transportarlos al vehículo en el que ellos mismos habían llegado. Después, él y Pau se montaron juntos en el coche y, tras deshacerse de los cadáveres, continuaron su camino hacia cualquier parte.

Un mes después, tras averiguar parte de lo ocurrido e intuir el resto, llegó la venganza. A Norma la empalaron: una estaca atravesó su ano hasta salir por su boca; a Elena la violaron hasta darla por muerta; y a Álvarez le cortaron los cojones, pero lo dejaron vivir, ese sería su castigo, salvo que él mismo le pusiese remedio. De Pau y Dayron no se supo nada. Al menos, no en mucho tiempo.