Alteración Familiar

Una familia tipo, verdaderamente ejemplar se ve perturbada por la intromisión de terceros.

ALTERACIÓN FAMILIAR

Creo que todos, hemos llegado a conocer alguna familia, de aquellas que solemos tachar de "ejemplares", destruida por la intervención de un extraño. Personalmente, uno de esos casos, me resultó conmovedor, por no decir escalofriante.

Conformaban una familia tipo. Padre, madre y dos hijos.

Gerardo, el padre, era un trabajador incansable, responsable y apasionado de su profesión. Era arquitecto y de los buenos, a juzgar por sus clientes, que le eran fieles a la hora de invertir Su mayor desvelo, era el bienestar de su esposa Victoria y sus hijos Paola y Axel.

Victoria, con sus 41 años, gracias a sus cuidados continuos se veía espléndida. Paola, con sus 20, estaba en pleno desarrollo. Era preciosa, casi una muñeca. Axel, el benjamín, 13 años y el mimado de todos.

Para cuando esta historia comienza, Gerardo iniciaba la construcción de un hotel cinco estrellas y estaban en la etapa de tomar personal. El encargado de la selección, era el capataz, hombre de entera confianza y uno de sus primeros colaboradores, en los albores de su fructífera carrera.

Entre los postulantes, sometidos a examen, apareció un muchacho de unos 27 años. Si bien lucía bastante desaliñado, poseía un porte especial, que concitó la atención de Gerardo, ocasionalmente presente en el lugar.

Si bien mintió, pretendiendo poseer experiencia, cuando el capataz, muy amablemente, le dijo que se comunicarían con él, si era seleccionado, Gerardo lo llamó aparte.

Lo inquirió frontalmente, sobre los motivos de su mentira, ya que resultaba obvio, que nunca había incursionado en el gremio de la construcción. El muchacho, sin sonrojarse ni perder la dignidad, respondió humilde pero enérgicamente, que necesitaba el trabajo y haría todo por conseguirlo.

Su decisión y veracidad, agradaron a Gerardo, acostumbrado a tratar con obreros sumisos y adulones. Intrigado, lo invitó a tomar un café, para conocer su historia. Resultó ser tan patética que, le hizo sospechar, exageraba en los detalles de sus miserias. Con todo, seguía poseyendo algo especial. No se avergonzaba ni intentaba infundir lástima, al contrario.

Sin saber bien por qué, lo contrató como auxiliar de carga. También lo autorizó a pernoctar en la obra, toda vez que confesó venir de lejos y carecer de medios para alquilar una habitación, hasta no cobrar.

Ya en su casa, el arquitecto, como era costumbre durante la cena, narró las vicisitudes del día, incluyendo la contratación del jovencito. Nadie le prestó mayor atención; tan rutinarias, se habían vuelto esas charlas.

Con el pasar de los días, el nuevo empleado, sostenía su empeño, no sólo en la tarea asignada, sino en el aprendizaje del oficio. Continuó quedándose en la obra, aunque ya cobraba su salario.

Una tarde, fueron sorprendidos por un temporal, que los obligó a suspender todo y raudamente emprender el regreso a sus hogares.

Gerardo arribó, cuando la lluvia se volvió torrencial. Vivía en una casona refaccionada, amplia y confortable. Contaba, además, con una casita en los fondos, otrora ocupada por un casero. Ahora, servía como depósito, de enseres fuera de uso.

Mientras tomaban café en el living con su esposa, recordó al joven mal guarecido en la obra y se lo comentó a ella. Victoria, siempre sensible y de carácter piadoso, sugirió de inmediato, acomodarlo en la casita del fondo, al menos por esa noche o hasta que cambiara el clima.

Gerardo lo pensó un rato, tomó su auto y partió hacia la obra. Como a la hora, estaba de regreso, junto al obrero. Lo presentó a Victoria, que los aguardaba con té bien caliente y luego fueron los tres a ordenar la precaria vivienda.

Mientras Gerardo mudaba cajas, para desocupar la habitación destinada al joven, su esposa se agachaba una y otra vez, para improvisar la cama. En tanto, notó la intensa mirada del empleado, posada en su cuerpo. Lejos de incomodarla, se sintió halagada. Además, percibió que el ocasional visitante, le atraía. Ejercía un poderoso magnetismo sobre ella.

Finalizada la tarea, Gerardo se acostó de inmediato. Su mujer, antes de hacer lo mismo, recalentó comida y volvió con Julio - tal el nombre del joven -, pues suponía nada había cenado.

Confirmada su sospecha, Julio agradeció el gesto, clavándole la vista. La miró, profundamente a los ojos primero, para luego, seguir la curva de sus redondeados pechos, abultados por la ceñida camisola que vestía. Lo hizo con total descaro y sin ningún disimulo.

Victoria, no atinaba a decir nada, pero tampoco quería retirarse. Seguía atrayéndole ese hombre, de inquietante mirada, penetrante e intensa. Ruborizada, al fin, dijo que era tarde y partió rápidamente.

Al día siguiente, nada había cambiado. El temporal continuaba. Gerardo, optó por dedicarse a hacer acopio de materiales. Partió extremadamente temprano, tras beber un café de pie y nada más. Se despidió de Victoria, explicándole que suspendería la obra hasta nuevo aviso, encomendándole, se lo hiciera saber a Julio.

Más tarde y como a diario, Victoria se levantó y despertó a sus hijos para desayunar. Recordó lo encomendado y decidió invitar también a Julio, para que tomara algo caliente. Ya en la mesa, éste se acomodó junto a los chicos. Ambos manifestaron sorpresa pero, mientras Axel no dejaba de hacer preguntas, Paola aparentó ignorarlo. Sin embargo, no escapó a la perspicacia de su madre, que dirigía continuas y sugestivas miradas al extraño. Inclusive, como al descuido, dejó caer una servilleta y al levantarla, dejó ver sus nalgas. Julio, que se aprestaba a recogerla también, clavó de inmediato su mirada en ella y le sonrió de manera casi lujuriosa. Por su parte, Paola giró su cabeza, hizo una mueca y se levantó, despidiéndolo con una amplia sonrisa. Su madre, sintió una punzada. No quería admitirlo, pero sintió celos de su hija. Estaba – y no se daba cuenta - empecinada en atraer toda la atención de Julio. Casi dictatorialmente, recordó a Axel que pronto llegaría el micro escolar, obligándolo a abandonar la mesa.

Ya a solas con el empleado, para crear clima, lo interrogó sobre su vida. Julio, repitió su trágica historia. Lo conmovedor del relato, dio pie a Victoria, para posar su mano en la de él, en lo que quería parecer, un gesto solidario. Su sutileza, surtió el efecto deseado. Julio, apretó la suya y así se quedaron por un rato, mirándose a los ojos, que todo lo decían. Finalmente, él la tomó de ambas manos y sin decir palabra, fueron juntos a la casita del casero, cerrando con llave. Comenzaron a besuquearse con vehemencia, casi desesperación. Enredaron sus lenguas, se lamieron y mordieron. Exploraron sus cuerpos, desnudándose el uno al otro. Cayeron al piso, enancadas sus piernas. Julio apretó los pechos de Victoria, succionando sus pezones, cada vez más erectos. Sin dejar de hacerlo, frotó rítmicamente, su voluminoso pene entre sus piernas, sintiendo como la humedecía. De tanto en tanto, bajaba, siguiendo las sinuosidades de sus marcadas curvas, deteniéndose, donde se esperaba continuara. La excitación de ella crecía. Aguardaba con lujuriosa pasión ser penetrada. Abría con sus dedos su mojada conchita, ofreciéndola, pero él, a lo sumo, introducía la cabezota de su enorme aparato y la retiraba. Desesperada, Victoria tomó el miembro viril y lo colocó en su vagina, moviéndose sin parar. El frenesí recién comenzaba. Él jadeaba. Ella, descontrolada, gritaba que aguantara más, mientras alcanzaba un orgasmo tras otro.

Hacía mucho que Victoria no gozaba de ese modo y no quería que terminara. Perdido todo control, se encaramó sobre él. Lo cabalgó, presionando vehementemente sus muslos, contra las caderas de él. Acompañándola, casi con furia, él pellizcaba sus pezones, oprimía su ombligo y deslizaba sus dedos hasta el clítoris, estimulándolo vigorosamente. Sin dejar de gemir, Victoria cayó sobre él, entregándole uno de sus pechos con la mano. Julio lo mordisqueó y chupó, recorriendo toda la aureola, mientras abría sus nalgas, totalmente expuestas y lentamente, introducía un dedo en su culo. Casi sin darse cuenta, Victoria se sentó sobre el inesperado visitante, subiendo y bajando rítmicamente, mientras se masturbaba a sí misma por delante, dónde todavía se alojaba el pene de su amante. Julio, por su parte, colocó un segundo y luego tercer dedo en el estrecho agujero, que parecía brindársele incondicionalmente. Victoria, empezó a pedir más. Fantaseaba una doble penetración, cuando, contra toda expectativa, Julio sacó los dedos, susurrándole al oído:

  • Ahora no, mi vida. No tengo preservativos ni lubricante. Prometo que este culito, va a ser todo mío, como queremos los dos.

Desesperada, insaciable, Victoria se acomodó mejor y empezó a reempujarlo con todo, salvajemente, hasta sentir como la bañaba en leche. Así y todo, no se detuvo hasta tener un último clímax.

Se quedaron abrazados, sudorosos y sibilantes por un largo rato. Por fin, Julio habló. Preguntó si estaba satisfecha o si, como él, sentía que había faltado algo. Ella, tras un corto silencio, casi avergonzada, confesó que su marido, jamás le había hecho el culo y temía se diera cuenta, para el supuesto de llegar a desvirgarlo. Julio rió con ganas. Dijo no saber que era más gracioso: que Gerardo no la estrenara o sus absurdos temores. De inmediato, cambió el tono de voz, mordisqueó la oreja de Victoria y apasionadamente, preguntó si no quería probar un poquito más, porque tenía ganas de violarla. Victoria rió y comenzó a incorporarse.

Se higienizaron. Él quiso lavarla a ella. Victoria hizo lo mismo y luego chupó ávidamente su pija, para que – dijo -, no olvidara su promesa. Julio quiso recomenzar. Victoria se negó. Pretextó que Gerardo podía regresar o llamar y no tendría explicaciones que dar. Se besaron ardientemente. Ambos estaban excitados y acordaron repetirlo pronto. Julio dijo que para la próxima, estaría preparado.

Victoria parecía flotar en el aire. Todo lo que podía, era pensar cómo y cuándo tendría lugar el renovado encuentro. Fue al baño, se duchó y se dijo que tendría que hacerse un corte de cabello más juvenil. Salió de allí, envuelta en una bata de toalla y una sonrisa en los labios.

Le dio un vuelco al corazón, al toparse con Gerardo, sentado en su cama y también en bata. Él, pareció no advertir la reacción, pero le preguntó por qué se había tardado tanto, mientras se acercaba a besarla. Victoria, nerviosa, dijo que había estado trabajando en el jardín y como llovía – sólo por milagro lo recordó -, se había duchado nuevamente para entrar en calor.

Gerardo, le besó el cuello, musitando que era "un día ideal". La ciñó por la cintura y levantó la parte trasera, de su improvisado atuendo. Notó que, nada más llevaba puesto, pero no hizo preguntas. La llevó al borde de la cama y la abrió de piernas. Desnudo como estaba, se arrodilló en el piso y comenzó a lamer la carnosa vulva y clítoris de su esposa. Victoria, aún presa de la excitación provocada por Julio, respondió de inmediato. Voló con la imaginación, para dejarse ir. Por primera vez, Gerardo le resultó pesado, tosco y poco imaginativo. Sintió alivio, cuando él acabó.

Fueron juntos a higienizarse. Victoria, inusualmente, había dejado su ropa interior en el piso del baño. Gerardo la recogió y llevó a su rostro, para besarla. Victoria se aterró. Le inquietaba que hubieren quedado restos de algún fluido, pero Gerardo la abrazó y besó, entregándole las prendas. Victoria dijo que Axel llegaría en cualquier momento y vistió rápidamente.

Más tarde, mientras preparaba el almuerzo para su esposo e hijo - que no demoraría en regresar -, miró por la ventana. No estaba previsto el retorno de Paola y sin embargo, allí estaba, corriendo hacia la casa, desde el garage. Para mayor sorpresa de Victoria, desvió su curso y fue hacia la casita del casero, espiando por la ventana. De inmediato, Julio abrió la puerta y la hizo pasar. La imaginación de Victoria, la traicionó varias veces, en los contados minutos que transcurrieron, hasta que Paolita volvió a salir, esta vez con un paraguas. Entró, besó a su madre y le dijo que por la tormenta, muchos profesores no habían podido llegar. Durante el almuerzo, comentó que Julio le había propuesto enseñarle a tocar guitarra, algo que siempre había deseado y que así pasaría la tarde. Gerardo le advirtió que se abstuviera de intimar con el personal, pues el exceso de confianza era perjudicial a sus intereses. Paola, como buena adolescente, respondió que en nada desmerecía su autoridad en el trabajo. Que sólo se trataba de mantener separadas las aguas y no desaprovecharía una oportunidad única. Aceleró la ingesta y partió hacia la casita.

Al quedar solos, Gerardo comentó a Victoria que al día siguiente, sin falta, le diría a Julio que era hora de marcharse. El comentario preocupó a Victoria. Sentía celos de su hija, pero no deseaba que Julio se fuera. Después de todo, su madurez y estado físico le otorgaban ventaja sobre la niña y no creía que él arriesgara su empleo y comodidad, enredándose con su hija (o por lo menos eso quería creer). Decidida, invocó mil motivos para hacer sentir a Gerardo retrógrado, egoísta y desconfiado de su hija. Supo ser lo suficientemente convincente, como para desalojar la idea de su esposo.

Transcurridas dos horas, que parecieron siglos a Victoria, se puso el impermeable y corrió hacia la casita. Quería espiar a su hija. Al llegar, atisbó por la ventana. Estaban sentados en la cama. Paola, apoyada en el flanco izquierdo de Julio, sobre su pecho y completamente rodeada por sus brazos. Parecía la posición normal para enseñar las notas y el rasguido. Tenían ambas manos entrelazadas y apoyadas en las cuerdas del instrumento. Veía que se miraban y reían, pero nada podía escuchar. De pronto, Julio hizo a un lado la guitarra. Paola amagó incorporarse, apoyándose en el muslo de él, muy próxima a la entrepierna. Perdió equilibrio y cayó, sentada sobre Julio. Él, la contuvo entre sus brazos. Rieron y se miraron. Su hija, revolvió el cabello del "profesor". Él, como por casualidad, bajó una de sus manos hasta las nalgas de ella, ejerciendo una suave presión. Su hija respondió, rodeándole el cuello con los brazos. Estaban uno sobre otro y enlazados, cuando Julio la obligó a retirarse delicadamente. Paolita tomó la guitarra y se dispuso a acurrucarse contra él, como antes. Indudablemente, le indicó que lo hiciera sola y frente a él, puesto que así se posicionaron.

Victoria suspiró. Otra vez su imaginación la traicionaba. Estaba aterida de frío y ya había visto bastante. No había de qué preocuparse y regresó a la casa familiar.

Lo que la madre ignoraba, era que Julio había advertido su presencia y actuado en consecuencia. Cuando estuvo seguro que ya no estaba, todo cambió. Incitó nuevamente a la jovencita a apoyarse en él, pero esta vez, mientras la rodeaba con sus brazos, olía sus cabellos y resoplaba en su cuello. Cuando, sorprendida, le dirigió la mirada, él apretó su seno izquierdo, estrechándola en un apasionado beso. Pronto la camisa de Paola estaba abierta y sus pechos expuestos a los chupones y lengüeteos de Julio que, en cada ascenso, la miraba con creciente pasión y picardía. Se tendieron en la cama, sin dejar de besuquearse y toquetearse. Julio extrajo de un cajón preservativos y un pote. Haciendo gala de maestría en el arte, jugó a satisfacción, con el creciente deseo de la niña. La manoseó, mordisqueó su cuerpo, succionó sus pechos y clitoris. Cuando la penetró, evitó a toda costa que alcanzara el orgasmo. Cuando estuvo seguro de haberla llevado al colmo de la excitación, la volteó boca abajo, aduciendo tener un regalito especial para ella. Paola, incapaz de resistirse, llegó al paroxismo, con los dedos de él en su vagina, el calor de su lengua lamiendo la raya de su culo y sabiamente humedecidos sus senos con la otra mano. No pudo ni quiso oponerse, a la sustancia gelatinosa y el dedo que se introdujeron en su virgen ano. Presintiendo las reales intenciones, gritó ahogadamente que no, que la dejara, pero sin demasiado énfasis. Lejos de escucharla, flexionó sus torneadas piernas, elevó sus nalgas, y la volvió a penetrar por delante, sin dejar de masajear el conducto anal con el dedo, que hundía cada vez más. Nuevamente, sacaba y ponía su aparato, incrementando el ardor de ella, ansiosa de alcanzar el clímax. Consciente de ello, la estimuló aún más, con palmaditas y pellizcos en los cachetes de la cola que, dócilmente, aceptó le introdujera otros dos dedos en el trasero, que sea abría lenta y generosamente. Cuando aulló de dolor, le susurró que se relajara y disfrutara, sin dejar de invadirla, pero deteniendo el movimiento. Finalmente, una Paola jadeante, retorcida, en una extraña mezcla de placer y dolor, le rogó que la ayudara a venirse. Su recto cedió y comenzó a gozar con el grueso miembro por delante y los dedos por detrás. Hábilmente, para "ayudarla", la llevó a masturbarse. Ya próxima al orgasmo y antes que el goce la relajara por completo, introdujo su enorme pija en el lindo trasero. Paola gritó, se resistió, pero estaba inmovilizada. De rodillas, con las nalgas en alto, su cara contra la almohada, su ano ferozmente acometido, la hicieron sentir cruelmente sometida. Nada parecía suficiente para Julio. Siempre, hablándole suavemente, le estrujó los pechos, acrecentando el padecimiento de la niña. Sólo cuando lloró a gritos, cesó la brutalidad, acometiéndola vaginalmente para que la calentura superara el dolor. Hizo que le chupara los dedos, que ella succionó ávidamente, aún ansiosa de placer y con ellos, acarició rítmicamente sus pezones, la aureola de sus pechos y mordió su espalda, hasta que, sin que nada lo hiciera prever, casi impiadosamente, le enterró nuevamente el miembro en el culo y de una vez. Aunque Paola volvió a dar alaridos de dolor y se le saltaron las lágrimas, Julio no se detuvo. Le habló al oído, suave, cálidamente, diciéndole que se aflojara y sintiera como ahora sus húmedos dedos, hurgaban en su conchita. Que se concentrara en las sensaciones placenteras y nunca olvidaría ese momento. Mágicamente, Paola empezó a aceptar al intruso y hasta a acompañar cada enterrada de él, mientras se concentraba en los dedos que exacerbaban su clítoris. Se entregó totalmente y hasta empezó a acariciarse ella misma los pechos, irguiéndose levemente. Él, la empujó lentamente hacia atrás, hasta que ella quedó sentada sobre su erecta pija, de espaldas a él y acariciando alternativamente sus testículos y sus propios órganos genitales. El éxtasis de la jovencita, superaba todo lo que pudiera haber imaginado. Sólo entonces, alcanzó un primer orgasmo y luego otro y otro. Pronto eran dos cuerpos sudorosos, en perfecta simbiosis y totalmente perdidos, como drogados.

Paola ya tenía experiencia sexual, pero ninguna como esta. Súbitamente, él la bajó y se quitó el preservativo lleno de leche. Le puso la pija en la boca y pidió se la chupara, para poder volver a complacerla y saborear ella los restos que quedaban. Como hipnotizada, lo hizo. Se la introdujo tan profundamente, que le provocó arcadas, mientras volvía a introducir sus dedos en ambos agujeros. Pronto estuvo totalmente erecto, derramando toda su leche en la boca de la joven. Ella había quedado insatisfecha. Sin dudar, la encaramó sobre él, aún enhiesto. Las embestidas de ella, lo revitalizaron de inmediato y logró satisfacerla plenamente. Se abrazaron y dormitaron. Sobresaltados, se despertaron y vistieron rápidamente. Ya habían pasado las 17.00 horas y podían despertar sospechas. Se despidieron sin decir nada, sólo un largo y apasionado beso y que se verían dentro de dos días, para otra "clase".

A partir de aquél día, los encuentros con Paola, tuvieron una frecuencia de dos o tres veces a la semana, al atardecer, cuando concluía la Facultad y trataban de no exceder la hora y media, para no alentar suspicacias. Julio se encargaba de dejar siempre sedienta a Paola, cuyo carácter cambió rotundamente a causa de la constante insatisfacción.

Con Victoria, las cosas eran más complicadas aún. Las obligaciones maternales de ella, la coincidencia del horario laboral de Julio y su esposo y las imprevisibles apariciones de sus hijos, les obligó a aprovechar especialmente los fines de semana, cuando Gerardo se iba al Club con su hijo – todos los sábados por la mañana – y Paola concurría a la Facultad o se reunía a estudiar con sus compañeros. Ocasionalmente, se permitían algún anochecer, en que todo el entorno familiar, permanecía fuera. Con todo, el riesgo, aportaba una buena dosis de misterio y pasión a la relación. Al menos, así se lo hacía sentir Julio, a la devota esposa y madre, quejándose siempre de no poder tenerla más tiempo con él. Y así, llegaban a fin de año y la preocupación por el destino de Julio

Un lunes, a fines de octubre, como de costumbre, Paola fue a recibir sus "clases de guitarra". Halló a Julio, en compañía de quien dijo eran otros obreros de la construcción. Azorada y entristecida, tras saludarlos, se dispuso a retirarse. No tenía excusa ni razón para permanecer allí. Muy convincente, su "maestro", la invitó a tomar un poco de Coca – Cola con ellos, inventando el motivo de su presencia. En la primera oportunidad, le indicó con un gesto que se quedara, dando a entender que ellos se irían. Como era de esperar, aceptó gustosa y a falta de otro lugar, se sentó en la cama. Miró a los jóvenes y le pareció hallar cierto aire familiar en uno de ellos. Eran tres en total, además de Julio.

El que se identificara como Sergio, como al descuido, se sentó a su lado y acarició su cabello. Reacia, Paola, tomó distancia de inmediato. Sergio insistió, diciéndole que tenía "algo" enrededado en la melena y comenzó a tirar suavemente de ella. Paola lo permitió y antes de poder evitarlo, se encontró tirada en la cama. Había recibido un fuerte empellón hacia atrás y una boca entreabría la suya, para introducir la lengua. Paulita, soltó la botella de Coca y trató de defenderse, pero otra mano, sostuvo sus brazos en cruz, mientras una tercera, le desabrochaba el jean y se lo bajaba. No podía gritar ni moverse y cundió en pánico. Sintió como quedaba desnuda de la cintura hacia abajo y le abrían las piernas, mientras, las mismas manos que la contuvieran en cruz, le desabrochaban la camisa, sin dejar de presionar sus brazos. Sergio, a su vez, deslizaba una de las suyas, hacia sus senos, sin dejar de babearla, mordiendo y lamiendo sus labios. Pronto estuvo completamente desnuda y con un enorme bulto, violentamente introducido en su concha. Le dolía, sentía asco, impotencia y miedo. De pronto, le taparon la boca y le dijeron que mirara. Otra vez era Sergio el que hablaba y levantaba levemente su cabeza, mientras exprimía sus pezones, haciéndola sufrir deliberadamente. El que la penetraba, era el del aire familiar, Hugo. La odisea recién comenzaba.

Con horror, vio como el tercero – Luis -, sacaba el pote de lubricante y se lo pasaba por su pene, de dimensiones desproporcionadas. La miraba lascivamente y le guiñó el ojo. No supo bien como, la cambiaron de posición, volteándola lateralmente. Le abrieron las piernas como tijera. Hugo, volvió a enterrar su pija en la vagina, mientras Luis hacia lo mismo, pero por el culo y de primer intento. Sergio, riéndose, también le puso la suya en la boca. Todos estaban desnudos y no sólo la manoseaban, sino que la sodomizaban, sumiéndola en una barbarie. Sufría arcadas. Sentía como era desgarrada, con las profundas y constantes embestidas por delante y detrás. Sintió correr un líquido tibio por la entrepierna. Estaba sangrando y no sabía por dónde. Luis, para rematar, se la metió tan brutal y profundamente que la hizo defecar. Ocurrido esto, la llevaron al baño entre todos. La bañaron y mientras la envolvían en una toalla, Sergio le hizo apoyar los pies en sus hombros y así, en el aire, uno a uno, fue introduciendo sus dedos en la vagina, hasta meter toda la mano.

Ahora, Paulita podía gritar de dolor, llorar, implorar que la dejaran, pero todo era inútil. La depositaron nuevamente en la cama y empezaron a manosearla entre los tres. Sonreían y le decían que se distendiera y gozara, que querían oírla gemir de placer, que para eso estaban. Temblorosa y asustada, intentaba relajarse. Cerró los ojos, como si pudieran protegerla del infierno que vivía. Le dijeron que eso era bueno. Que sólo sintiera y se entregara.

Insólitamente, empezaron a lamerla, besarla y pellizcarla por todas partes, con movimientos que, a pesar de sí misma, eran placenteros. Uno de ellos, enterró la cara entre sus piernas y comenzó a lamer su concha. Otro, acariciaba sus pechos y el tercero la besaba en los ojos, mejillas y boca. También sentía manos que acariciaban metódicamente su cuerpo, provocándole sensaciones voluptuosas.

Pao, no quería sentir lo que sentía. Se negaba a excitarse, pero lo lograron al fin. La llevaron a desear ser penetrada, pero así como antes Julio le impidiera el orgasmo, ninguno lo hacía. Entonces reparó en que no había visto a Julio y que tampoco había participado. Lo llamó, pensando que tal vez lo habían reducido de alguna manera, para aprovecharse de ella. Pero no era así. Estaba allí, viendo y masturbándose como loco, como le hizo notar, al acudir a su llamado. Al verlo, lo insultó soezmente, recibiendo un cachetazo de inmediato de Hugo. El aire familiar, era el gran parecido físico con Julio. Empezó a gritar y retorcerse furiosa. La excitación había pasado, dando paso a la indignación y humillación total.

Su actitud los enardeció. La obligaron a callar, la pusieron boca abajo y empezaron a pegarle con alevosía en las nalgas y tirar de sus cabellos, hasta ponerla en posición de perrito. Le dijeron que se arrepentiría de no haber colaborado. Lo peor, estaba por comenzar.

En tanto, habían transcurrido mucho más de dos horas. Victoria, en su hogar, miró una y otra vez por la ventana. No había señales de su hija. Decidió investigar. No supo bien si eran celos, preocupación o ambas a la vez. Se aseguró que Axel no iría a salir y fue a ver que pasaba entre su hija y Julio.

Al llegar, notó que las persianas estaban bajas. Nada podía ver, pero creyó escuchar un sonido inconfundible: era de placer, de gozo sexual. Trató de abrir la puerta, para sorprenderlos, pero estaba con llave. Golpeó enérgicamente.

Todo ocurrió vertiginosamente. La puerta se abrió y fue empujada al interior. Alcanzó a vislumbrar varios cuerpos en la cama pero, al instante, estaba de rodillas y llevaban su cabeza hacia el piso. Notó que le ataban las manos por detrás, aferrándolas a un mueble. Reconoció el aroma de Julio. Era Julio quien estaba haciendo esto. Preguntó por qué, qué pasaba y entonces, tomándola por los cabellos, siempre de rodillas, la hizo ver.

Un grito de horror se ahogó en las lágrimas subsecuentes de Victoria. Allí, en la cama, estaba su hija, apoyada en rodillas y manos. Un desconocido la aferraba por los cabellos, obligándola a succionarle el miembro viril, mientras le gritaba:

  • Más. Chúpame más...tragátela toda, comela...Contame lo rica que es...! Todo mientras se movía frenéticamente, entrando y saliendo de su boca.

Detrás de ella, otro le abría las nalgas y las golpeaba hasta marcarla, mientras zarandeaba su grueso pene dentro de su colita. Estaba como enloquecido. Le apretaba los cachetes enrojecidos, los golpeaba, al ritmo en que se movía dentro de ella. También éste gritaba jadeando:

Puta, putita linda, decime que te gusta. Hasta que no hables no te suelto. Me gusta joderte, me encanta...Ahhh!!!

Y lo peor. Había un tercero que sostenía algo, parecía un palo o similar y lo introducía rítmicamente en su vagina, alternando con sus dedos, cuando no tiraba de sus pezones o estrujaba sus pechos.

Victoria no podía enjugar sus lágrimas y cerró los ojos. No podía ni quería ver. Nuevamente fue jalada por la cabellera hacia atrás, para que alzara la vista. Era Julio quien, sin dejar de zamarrearla, le decía:

¿No viniste a espiar? ¿ No te gusta ver, putita regalada? Espiá y mirá bien...así nos contás que te gusta a vos. O estás celosa?

Todo esto, mientras le bajaba las pantaletas y se disponía a penetrarla por atrás, sin ningún tipo de preparativo previo.

Victoria volvió a gritar, pero esta vez, por la violenta penetración anal de Julio, que también se arrodilló, para estar a su altura. No le soltaba los cabellos, obligándola a mirar el espectáculo de su hija y con la otra mano, le estimulaba el clítoris para excitarla y provocarle un indeseado orgasmo. Victoria gritaba que no, que las dejaran, pero al fin, dejó de resistirse y sucumbió a la natural atracción de Julio. Dejó de pensar en su hija y le pidió que la soltara, para poder montárselo.

Julio gritó a los demás que ahí había una yegua caliente que quería más. El que estaba en la boca de su hija, la miró fijamente y bajó de la cama, dirigiéndose a ella. La tomó por la cabeza y le introdujo el pene en la boca, mientras le preguntaba si le gustaba el sabor que le había dejado su hija.

Pese a su situación, Victoria alcanzó a ver como el que tenía el palo, se preparaba, para penetrar vaginalmente a Paola, sin dejar de pellizcar y chupar sus pechos. Insólitamente, su hija, respondía las embestidas con un jadeo constante, al punto de gritar que le dieran más y repetir: - Así....asi....

Estaba gozando, igual que la madre. Indudablemente, los tipos sabían lo que hacían. Habían logrado que una violación, se transformara en un acto consentido, por ambas mujeres.

Por fin Hugo eyaculó en el trasero de Paola. Se quedó un momento observando el espectáculo. Transcurridos unos minutos, comentó que así no tenía gracia, que había que "condimentar" la situación. Prendió un cigarrillo y sistemáticamente, comenzó a presionarlo contra las expuestas nalgas de la hija, pellizcando la zona donde quemaba. Paola, absolutamente ensartada por Luis, se movía compulsivamente por el dolor, aumentando las furibundas embestidas del último, hasta que la bañó con toda su leche. Con todo, le había gustado la idea de Hugo y la puso en práctica con la madre, hundiendo el cigarrillo entre los pechos de ella, mientras los manoseaba, haciéndola pitar bocanadas entre pijazo y pijazo oral de Sergio. Todo esto, mientras se masturbaba, observando a Julio rompiendo el culo de Victoria, que no dejaba de llorar del dolor y la irritación causada por el humo.

Tal era la situación reinante, cuando de improviso, fue derribada la puerta. Era Gerardo. Sin duda, buscaba a ambas mujeres y al escuchar las voces, gritos y gemidos, había decidido actuar. Obviamente, sólo esperaba encontrar a Julio, quedando momentáneamente paralizado ante la presencia de los hombres que, sólo por casualidad y a excepción de Sergio y Julio, estaban en situación de relativo reposo.

Luis, el más próximo a la puerta, dejó de masturbarse y sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre Gerardo. Iban a trabarse a golpe de puños, cuando Hugo inmovilizó al padre, tomándolo de sorpresa por la espalda. Lo tiraron al piso y empezaron a gritar como enloquecidos:

Bienvenido a la fiesta. Ahora sí que se pone interesante y cosas por el estilo.

Para sorpresa de la asaltada familia, comenzaron a desvestir a Gerardo. Para que no se sintiera "incómodo" dijo Luis con sorna y una risita burlona. Acto seguido, lo arrastraron hasta la cama donde estaba Paola. Por su parte, Julio y Sergio, desataron a Victoria y comenzaron a arrastrarla también hacia allí.

Mientras Luis abría las piernas de Paola y las sostenía de ese modo, Hugo hendía la cabeza del padre entre ellas y tomándolo por los cabellos le decía que probara los juguitos de su hija. Gerardo intentaba resistirse, pero Hugo le golpeaba la cabeza contra el borde de la cama para, nuevamente y siempre por los cabellos, llevarla nuevamente a la entrepierna de la hija. A lo lejos, Sergio dijo que "faltaba el incentivo", obligando a Victoria a acostarse en el piso y chupar la pija de su esposo, también estimulada por Sergio con la mano.

Gerardo se sacudía y retorcía, soportando los golpes en la cabeza, hasta que Hugo, para someterlo, lo penetró analmente, lanzando una grotesca risotada. Aprovechando la situación, Luis, encaramó la vagina de Paola en la boca de su padre, restregándola contra ella y amenazaba con cortarle el pito a él, si no abría la boca. Estimulado por Sergio y su esposa, sufriendo la vejación de Hugo y con lágrimas en los ojos, Gerardo se vió obligado a acceder y chupar la concha de su propia hija.

De pronto, una luz parpadeó. Julio había sacado dos cámaras fotográficas. Una instantánea y otra común. La luz era el flash de la primera. Orgulloso, exhibió la foto. En ella, sólo aparecía la familia en una actitud de aparente promiscuidad. Ninguno de los hombres era visible. Sólo el padre abusando de su hija, mientras la madre se prendía de su pija. Sacó varias fotos similares y las fue mostrando a los tres protagonistas.

La "sesión", continuó hasta el amanecer. Gerardo fue reiteradamente violado por todos los intrusos y por el mismo Julio. Madre e hija fueron igualmente obligadas a besarse y manosearse entre ellas y al padre.

A partir de ese día, la casita del casero, tuvo cuatro nuevos inquilinos.

ANGELIQUE MILORD