Alt eva

Historia de como me convertí en productor de pelis pornos alternativas.

Esta es una historia mitad verdad y mitad ficción, pero siempre basada en hechos vistos o vividos por mí.

Para empezar quiero deciros que soy un gran aficionado a todo tipo de pornografía  desde que al comenzar la adolescencia vi por casualidad unas revistas que guardaba mi padre. Llevado por este vicio e imbuido de la mentalidad liberal que destila la industria del sexo he probado casi todas las actividades sexuales. Se podría considerar que he llegado a convertirme en un depravado padre de familia que oculta sus más oscuras aficiones. Aparte de practicar todas las posturas del Kamasutra con mis novias y con la que es mi mujer desde hace casi  veinticinco años, he tenido sexo con mi hermana, me dejé chupar el pene por una perra (lo hacen de miedo, se lo recomiendo a cualquiera), he follado con putas y travestis – incluso busqué que me penetraran, para gran placer mío-, y algunos temitas más que no sé si algún día contaré. Eso sí, soy enemigo de la pederastia y nunca tuve sexo forzado.

Por costumbre, todos los días abro mis webs de sexo favoritas para leer los últimos relatos, ver algún video porno o enterarme de las prostitutas y transexuales recién llegados a la ciudad.  Además entro en Tumblr y me entretengo viendo fotos de mujeres guapísimas esclavizadas, de cuckolding o de piercings y tatuajes.  Ahora ya no suelo masturbarme durante mis ratos de porno, pero sí que llego a un grado alto de excitación que bajo con la ayuda de mi mujer.

Lo que nunca hice, hasta hace unos meses, es producir porno yo mismo y esa historia, mi introducción en el negocio del sexo duro, es la que voy a contar.

Antes de nada, reconozco que nunca fui un buen fotógrafo ni entendí de técnica fotográfica; claro que he tenido cámaras automáticas y he sacado miles de fotos en mi vida – algunas bastante buenas - , pero jamás me dio por tener cámaras profesionales, presentarme a concursos o sacar dinero con ello. Últimamente, eso sí, gracias a las cámaras de los smartphones, fotografío todo lo que me llama la atención y, a veces, cuelgo las fotos en Instagram o en Pinterest.  Vaya, que era un aficionadillo sin más hasta que conocí a Alt Eva en un hipermercado y todo cambió.

La vi por primera vez en el pasillo de lácteos, iba caminando despacio, llevaba  un vestido oscuro y recto, estilo años veinte, que contrastaba con la piel blanquísima de sus hombros– parecía  que nunca le había dado el sol y ya estábamos en mayo– y que hacía juego con su pelo negro azabache.   Su corte consistía en un flequillo recto que le tapaba la frente y , por cada lado de la cara, nacidos en lo alto de la nuca, bajaban dos largos mechones afilados en la punta que  llegaban hasta el inicio de sus caderas.  Por si fuera ello poco extraño, llevaba la raya central de la cabeza ensanchada en una franja afeitada de cinco centímetros.

Verla de lejos me causó gran curiosidad pero, cuando disimuladamente me acerqué a ella y pude apreciarla bien, caí absolutamente fascinado.  Sus hombros estaban decorados con los colores de lo que parecían cuerpos de serpientes. Sus orejas, bien proporcionadas, albergaban pequeños aros metálicos, bolitas de lapislázuli y multitud de pequeños brillantes. Su labio inferior, carnoso y pintado de color carmín, estaba atravesado al medio por un piercing que llaman “picadura de angel” ( de esto me enteré luego). Sus cejas, negras y finas, estaban decoradas con sendas espirales de plata.

Vaya , que me quede mirándola como si no hubiese nada más en aquel híper atestado de gente y de cosas, sin darme cuenta de que lo chocante era que un tipo maduro como yo se quedara parado, completamente extasiado,  ante aquel extraño ejemplar de mujer joven.  Al final me vio mirándola y , para mi asombro, sin molestarse lo más mínimo, me dijo hola sonriendo.  La respondí  con un torpe hola y eso fue el comienzo de nuestra relación.

Todavía no me explico que la llevó a relajar la situación, continuar hablando conmigo mientras hacíamos la compra y aceptar mi invitación a tomar un café , o lo que fuese, a la salida del híper. Increíblemente, estuvimos tres horas contándonos cosas. Bueno, sobre todo ella a mí. De forma que al final me enteré de que tenía veinticinco años (yo casi le doblaba la edad), había estudiado dos carreras universitarias, hablaba tres idiomas y estaba en esa capital costera trabajando como  “modelo alternativa” de revistas y películas porno porque “le gustaba el trabajo” y además estaba escribiendo un libro sobre el negocio.  Como os podréis imaginar me dejó alucinado su historia y su franqueza. Y no sé cómo, ni por qué, la dije que yo colgaba fotos en la red y que me encantaría que hiciera unos posados para mí. Y aceptó.

Continuará.