Alt eva - 2

Donde se cuenta, entre otras cosas, el primer posado fotográfico de Alt Eva y lo que pasó allí.

Antes de aceptar del todo que yo la hiciera fotos, Eva puso sus condiciones: las sesiones fotográficas serían donde y cuando ella dijese, ella escogería siempre estar desnuda o vestida, venir sola o acompañada y, por supuesto, todos los movimientos, poses y situaciones que saldrían en las fotografías. Yo, por mi parte, podría hacer todas las fotografías o videos como me viniese en gana y seleccionar las que más me gustasen para colgarlas en la red. Por último, entre los dos  elegiríamos cuales serían finalmente publicadas y en que portal saldrían.  Este acuerdo de “caballeros”, que podría plasmarse más adelante en un contrato legal según me dijo, lo sellamos con un apretón de manos y un brindis con zumo de naranja.

Por supuesto, durante aquella tarde pude enseñarla muchas de mis fotos, colgadas aquí y allá , con todo tipo de temas. Parece que algo la llamó la atención en ellas y por eso decidió trabajar conmigo sin cobrar nada a cambio. Me dijo que eso la daría publicidad y que además la vendría bien para su libro.

Ya casi de noche nos marchamos de aquel sitio lleno de jubilados extranjeros, la di mi número de teléfono – acordamos que sólo ella podría iniciar los contactos – y nos fuimos cada uno por su lado.

Cuando llegué a mi hotel,  pues yo sólo estaba en esa ciudad por mi trabajo de consultor de marketing, todavía no me podía creer lo que estaba pasando. Estaba entusiasmado por mi suerte pero procuré tranquilizarme. Me duché, cene frugalmente y me fui a la cama porque al día siguiente mi jornada laboral comenzaría a las siete.

Pero mi noche no fue todo lo tranquila que hubiese deseado. Soñé mucho y soñé con ella. Soñé que entraba en la habitación a oscuras, se desnudaba y se metía conmigo en la cama. No podía verla, pero pude sentir como sus uñas afiladas rozaban mi frente y se clavaban  en mis cejas produciéndome un leve dolor, como descendían por mis ojos cerrados, casi rasgando mis párpados, y seguían bajando por la cara hasta apresar mis labios. Al tiempo su lengua – dotada de un piercing en forma de bola – lamía el lóbulo de mi oreja derecha, bajaba en húmeda caricia por mi cuello y por mi pecho, hasta llegar a mi tetilla derecha.

Pese a mis ganas de tocarla o abrazarla era incapaz de moverme y sólo podía ser el objeto de sus maniobras.  Eva - seguro que era ella- siguió torturando con sus uñas mis labios y mi lengua,;   mientras su boca , después de lamerme el pecho y alrededor del ombligo, alcanzaba su destino. Sentí como la humedad y el frío de su piercing llegaban a mis testículos sin rozar siquiera mi pene y  cómo comenzaban a ser golpeados con aquella bola metálica, alternándose los golpes con breves lamidas llenas de saliva. Sentí también las puntas afiladas de los flechas que atravesaban sus pezones clavarse en mi costado. Se clavaron con saña hasta conseguir herirme y que  la sangre empezara a resbalar caliente por mi costillas. Entonces grité. Creo que grité.

En la oscuridad, su boca abandonó mis testículos  y presta chupó mi  fluido vital. Sus uñas soltaron mis labios y sin más sustituyeron a su lengua en mis huevos. El sabor salado de la sangre inundó mi boca y un frío metálico me hizo estremecer. El dolor de sus uñas clavadas en mis partes me arrancó un sordo gemido mientras sus labios aspiraban mi lengua … No aguanté más y me desperté con un espasmo. Me había corrido en las sábanas como un adolescente, ya no me acordaba de la última vez que me había pasado pero estaba claro que la atracción que me producía aquella mujer era, también, muy carnal.

A duras penas pude concentrarme en mi trabajo los días siguientes, esperaba a cada momento recibir su llamada, y como dice el refrán que “el que espera, desespera” me invadió una ansiedad que casi no me dejó trabajar, comer o dormir. Aunque anhelé cada noche al acostarme recibir la visita del súcubo, no se volvió a repetir el sueño erótico de la primer vez.

Y así acabé la semana: ansioso y confundido, porque yo me había creído que no tardaría en llamarme. Pero, cuando el viernes por la tarde ya estaba en la sala de embarque del aeropuerto para coger el avión de vuelta a casa, recibí la llamada de un número oculto.  Era ella. Quería verme ese mismo sábado para la primera sesión de fotos. Intentando desesperadamente que no se me notara la excitación, la expliqué que me iba pero que a partir del domingo por la noche podríamos vernos. A ella le pareció bien y quedamos el siguiente lunes a las siete de la tarde en un viejo bar junto a la catedral, en la parte antigua de la ciudad.

Gracias a que vinieron a vernos unos familiares y a que  mi mujer estuvo muy ocupada con ellos durante el fin de semana, ella no notó mi ansiedad ni que yo tenía la cabeza en otra parte. Encantado, cogí el avión el domingo y volé de vuelta al trabajo imaginándome por adelantado como serían los tatuajes que cubrían los senos de Eva.

El lunes por la tarde llegué a la cita puntual. Con mi teléfono cargado con una tarjeta de memoria nueva de 32 gigas, pues pensaba hacer todas la fotos y videos posibles, entré en el bar.¡ Menudo bar! Parecía tener 100 años por sus viejas mesas de mármol y sus destartaladas sillas de madera. Además, el suelo cubierto de un ajedrezado de rancias  baldosas blancas y negras caía levemente hacia el extremo más lejano de la barra, dando la impresión de que todo allí dentro estaba inclinado.

Al principio me costó verla pues aquello estaba muy oscuro y lleno de parroquianos de lo más diverso. Viejos con boina y bastón bebiendo chatos de tinto compartían barra con chavales y chavalas de pintas lúgubres que disolvían terrones en vasos llenos de un líquido verdoso.

La encontré, por fin, sentada en una mesa del fondo con otras dos chicas tan extrañas como ella que, en cuanto me vieron llegar, se levantaron y se fueron sin saludarme siquiera.

“ Vaya, parece que he asustado a tus amigas” la dije sonriendo sin más preámbulo.

“No te preocupes, tienen cosas que hacer y seguro que tendrás más ocasiones de conocerlas” me contestó al tiempo que se levantaba y me daba dos besos en las mejillas. Sólo el roce de sus labios negros me dejó un tanto trastornado, aún así pude volver a apreciar su bella cara ovalada y los grandes ojos azules rodeados de maquillaje a juego con los labios.

“ ¿Nos vamos ya o quieres tomar algo?” Sentí que me decía. Como parecía que ambos teníamos prisa por comenzar la sesión, asentí y la pregunté que dónde íbamos.

“ Aquí enfrente hay una pensión tranquila. Ya verás como te gusta”. Respondió.

Miró al camarero, que era tan  viejo como el bar, y este hizo un leve movimiento de cabeza indicándole que no se preocupase, que se podía marchar.

Salimos, cruzamos la calle estrecha flanqueada por balcones cubiertos de tiestos con geranios y entramos en un portal oscuro que daba paso a un luminoso patio de vecindad rodeado de balconadas llenas de flores  y con un brocal de piedra labrada en el centro. Eva parecía conocer muy bien el sitio. Me llevó hasta unas escaleras de madera y subimos por ellas hasta el primer piso. Giramos a la derecha y llamó a una ventana con visillos que daba a aquel pasillo. Esta se abrió , aunque no pude ver nada dentro, y una voz ronca de mujer preguntó “ ¿ Cuánto tiempo?”. “ Sólo por esta noche” Respondió Eva. A continuación,  una mano huesuda sacó una llave marcada con el  número 36 . “Son quince euros, ya sabes donde es”. Pagué y continuamos subiendo hasta el último piso.

“Sexta puerta”. La oí musitar. Cuando abrió y entramos, la claridad mediterránea  inundaba de luz la habitación. Corriendo, saltó por encima de la cama , se acercó a la ventana y la cerró hasta dejar una estrecha franja luminosa que atravesando la estancia, cruzaba el lecho y llegaba hasta mí.

Sin decirme nada se situó de forma que sólo podía ver su perfil iluminado y con un leve gesto de su mano me indicó que ya podíamos empezar. Y empezamos.

A través de la pantalla, mientras tiraba foto tras foto, ví como alzando los brazos comenzaba su danza silenciosa. Sin desplazarse, giraba sobre sí, de forma que retazos de su cuerpo fueron apareciendo al contraluz. Me fijé en sus manos, largas y finas, decoradas con flores negras y rojas. Pude ver mejor sus brazos, donde unos brazaletes de plata en espiral no podían ocultar extraños símbolos tatuados. Paladee con mis ojos sus pechos, grandes, firmes y redondos, transparentes a través de la seda de su vestido.  Adoré silenciosamente sus pezones enhiestos. Hasta que me di cuenta de que ya estaba desnuda y la luz de la tarde hacía brillar su vientre perfecto y adorable.

Su danza la llevó a la cama y sobre ella, de rodillas, comenzó a jugar. Sonriendo, llevó sus dedos índices desde el piercing de su labio, bajando por su garganta tatuada con llamas azules, hasta los aros metálicos que atravesaban sus pezones. “No son flechas”  pensé extasiado. Sus uñas siguieron moviéndose lentamente por las espirales dibujadas en sus pechos hasta encontrar el ombligo donde se juntaban. Allí pude apreciar unos minúsculos  ojos brillantes que me miraban. Volaron sus dedos de vuelta a las cumbres oscuras y repitieron el trazado una y otra vez con extraña cadencia.

De repente, se estiró, alzó la barbilla y mientras miraba al techo, tiró con fuerza de los aros de plata. Sus pezones torturados subieron, sus pechos temblaron y un gemido suave salió de sus labios. Yo estaba hipnotizado, aunque seguí sacando fotos de forma automática, mientras me acercaba más y más hasta que una aureola oscura llenó la pantalla de mi móvil.

Desperté y me alejé un poco. Volví a admirar su cuerpo hermoso y rotundo. Pude ver que sus manos ya habían abandonado el torso y reposaban sobre su vientre. Según estaba se dejó caer de espaldas de forma que quedó con las piernas abiertas y las manos sobre su sexo.

Ví brillar su flor iluminada, húmeda, limpia, sin vello. Sus labios mayores tenían dos pequeños aros cada uno y , bajo el monte de venus – decorado con un lirio azul – brillaba la bola del piercing que le cruzaba el clítoris. Estaba excitada, como yo, que ya tenía una carpa tremenda en mis pantalones chinos.

Llevó sus uñas a los aros y tiró de ellos, abriéndose para mí y mostrando el interior jugoso de su flor. Con los dedos medios se empezó a acariciar los labios menores. Poco a poco, cada vez más adentro, más húmedo, más rojo.

A su boca llegaron más gemidos y algunas palabras en francés. Casi inaudibles. Soltó los aros e introdujo dos dedos por sus labios abiertos. Los movió despacio al principio, más rápido después, adentro y afuera, adentro y afuera, hasta que tensando todo su cuerpo ví como la llegaba el orgasmo.

Mientras fotografiaba el éxtasis en su cara la oí decir “aime moi” . Y , aunque yo no sé mucho francés lo entendí perfectamente, me senté en la cama  junto a ella y la abracé mientras besaba toda su cara. Estos cariños simples, elevaron aún más su orgasmo. Su cuerpo comenzó a temblar y sus quejidos aumentaron de volumen. De repente, todo cesó. Noté cómo se relajaba entre mis brazos y se quedaba completamente dormida.

Miré el reloj, ya eran las diez de la noche y yo tenía que trabajar al día siguiente. Decidí marcharme y dejarla descansar. La arropé, escribí una nota dándola las gracias y pidiéndola que me llamara pronto y me volví sólo al hotel. Por el camino, arrepentido de haberla dejado, me pregunté que hubiera pasado de seguir allí con ella.

Continuará.