Almudena, una brutal violación (1/3)

El viejo frutero y su ayudante violan despiadadamente a su hermosa vecina Almudena.

Vicente era el frutero del barrio. Desde pequeño había atendido en su puesto de frutas con su padre, y ahora, ya adulto, era él el dueño del negocio. Vicente no era un hombre demasiado agraciado. Tenía más de 50 años, el pelo completamente cano que ya le empezaba a ralear por algunos huecos de su cabeza. Solía lucir barba de pocos días, también canosa. Su barriga era muy prominente, así como su papada. Tenía el cuerpo completamente cubierto de pelos (brazos, hombros, espalda, culo, piernas…) y curiosamente no eran canas, sino pelos gruesos de color oscuro. Vestía normalmente con un pantalón de traje, con el cinturón ajustado bajo la barriga, y camisas a cuadros de manga corta, muy pasadas de moda. En conjunto, daba la sensación de ser alguien que no cuidaba mucho su aspecto, ni tampoco su higiene. Además había algo en él que ponía nerviosas a las mujeres. Ninguna sabría decir el porqué, pero su instinto les decía que ese sujeto no era trigo limpio. Como si fuese una especie de baboso o pervertido. Pero  Vicente siempre trataba con muchísima amabilidad a sus clientas, solía hacerles descuentos, sus productos eran frescos y muy ricos, y lo más importante, la gente del barrio recordaba a su padre, una gran persona, muy amable y amigo de todos, y por ese motivo las mujeres seguían yendo a comprar a su tienda, aunque no se sintieran del todo cómodas con la mirada del tendero en sus ricos cuerpos.

A Vicente le iba tan bien el negocio que hacía poco tiempo había contratado a un ayudante. Se llamaba José, tenía 20 años y no hablaba demasiado, cosa que al tendero le gustaba mucho de él. Trabajaba duro, las horas que hiciera falta por un sueldo irrisorio, y no se quejaba nunca. José no era ni guapo ni tampoco feo. Era alto y delgado, tenía unas facciones normaluchas, pelo revuelto castaño oscuro y ojos marrones. Si había algo que destacaba en él era que daba la sensación de que le faltaba un hervor, como si sus capacidades psicológicas estuvieran algo mermadas, aunque no se sabía del todo si eso era cierto, ya que no había cruzado palabra con ninguno de los clientes.

La protagonista de nuestra historia es Almudena. Ella sí que era una mujer espectacular. No por ir vestida de manera extremada ni maquillada como una puta. Todo lo contrario. Almudena vestía de manera muy corriente, unas veces con tejanos, otras con vestido, y se maquilaba muy poco, lo justo para remarcar sus adorables facciones. Era una chica de 23 años que se había ido a vivir con su novio a aquel barrio hacía poco más de un año. Tenía el pelo largo y castaño claro, a la altura de la cintura. Sus ojos eran de color miel. No era demasiado alta ni muy bajita, y su figura era perfecta. Pechos tirando a grandes, pero firmes. Estómago completamente plano, una estrecha cintura y unas buenas caderas. Su culo, como sus pechos, era redondo y mullido. Trabajaba como camarera en un restaurante en el centro de la ciudad, en el turno de tarde-noche. Su marido era informático, y tenía horario de oficina. Esa diferencia en sus horarios laborales hacía que la pareja coincidiese poco tiempo en casa.

Desde el primer día que Almudena entró en la tienda de Vicente, él se quedó prendado de ella. No, lo mejor sería decir que se obsesionó completamente con la muchacha. El viejo no había visto en sus 50 largos años de vida un ejemplar de fémina tan maravilloso como era aquel. Para Vicente Almudena era más que perfecta, era su musa, aquella por la que volvió a valer la pena levantarse por las mañanas para ir a atender la tienda. Pero el frutero no sentía por la muchacha un amor platónico, lo que quería era follarla. Meter su polla en todos y cada uno de sus estrechos agujeritos de niña linda y correrse abundantemente en ellos una y otra vez, hasta que a la preciosa muñeca le saliese su semen por las orejas.

Así que Vicente empezó a idear un plan. Durante un mes estuvo vigilando las idas y venidas de su joven víctima, y lo iba anotando todo en una pequeña libreta que guardaba en el bolsillo de su camisa. Por fortuna para él, y por desgracia de la muchacha, Almudena solía hacer las mismas cosas a las mismas horas. Se levantaba pronto por la mañana. Bajaba a tomar un café con leche desnatada al bar de al lado de su portería a eso de las 9h. Entonces iba a comprar al supermercado para preparar la comida, o si le faltaba alguna otra cosa del hogar. Luego volvía a casa y, suponía el viejo, dejaría preparada la comida, o se ducharía, o limpiaría el piso. Después de comer, a las 14h en punto, Almudena salía de casa y cogía el metro en dirección al trabajo. Volvía siempre a las 23.10h de la noche. A esa hora Vicente ya tenía cerrada la tienda, pero durante el mes de vigilancia se quedó dentro, con las luces apagadas, solo para poder anotar en su libreta las costumbres de Almudena.

El viejo pervertido pensaba que tenía todo listo para su ataque a la chica, y lo había planeado de tal manera que ella no supiese nunca quien lo había hecho, para no tener que irse del barrio ni sufrir las consecuencias de sus actos. Además Vicente pensaba que sería de lo más excitante si aquella criatura celestial volvía por su tienda después de haberla violado salvajemente, hablándole sin saber que había sido él quien lo había hecho. No lo parecía, pero ese hombre era un sádico malvado y vicioso como pocos. Pero sucedió algo que le hizo cambiar levemente sus planes originales. Por descuido, se dejó olvidada la libreta encima del mostrador, y su joven ayudante José la cogió y hojeó sus páginas. En ellas había escrito varias veces el nombre de la víctima, sus horarios, el nombre del marido, y también había un esbozo de cómo pensaba cometer el asalto.

José cerró la libreta y fue a la trastienda en busca del viejo.

“Tome. Esto es suyo.” Le dijo a Vicente, tendiéndole la mano con el cuaderno.

Vicente abrió los ojos y empezó a sudar. Seguro que ese imbécil había estado curioseando en su libreta. No le hizo falta preguntarle nada, porque fue el mismo José quien le dijo a continuación:

“Quiero participar.”

El viejo no podía creerse lo que estaba oyendo. Ese mequetrefe no solo había estado leyendo su libreta, sino que había entendido perfectamente lo que planeaba hacer ¡Y encima quería colaborar con él! A ver si al final resultaría que José no era tan idiota como todos pensaban. Vicente solo lo pensó unos segundos. Realmente le iría muy bien disponer de dos manos más para cometer la violación, así seguro que Almudena no podría escapar, y además se la podría sujetar mientras él la forzaba. Una vez le hubiera metido su polla por todos sus agujeros de niña linda podía dejar que José disfrutara también de su ración de nena guapa. ¿Por qué no? Seguro que la chiquilla lo pasaría igual de mal, fuesen uno o dos tipos quienes abusaran de ella.

“Está bien. Esta noche quédate cuando cerremos la tienda y te lo explicaré todo.” Le respondió Vicente.

No le hizo falta añadir “Y mantén la boca cerrada” porque José precisamente era el tipo menos hablador del mundo.

Aquella misma noche, Vicente explicó a su ayudante como tenía pensado asaltar a Almudena. Le dio una lista de las cosas que iban a necesitar, repasó con él los horarios, y quedaron en que lo mejor sería hacerlo el próximo sábado. Esa tarde Almudena había estado de charla con una de las clientas en la frutería, y Vicente había oído como le decía que ese día cenaría sola porque su marido tenía una cena de empresa a la que acudir. Eso sería perfecto para ellos, porque así nadie se daría cuenta de su ausencia hasta que todo hubiese terminado.

El sábado Vicente se levantó temprano. Se sentía estupendo, como rejuvenecido. Haber planeado la violación se Almudena, saber que la iba a llevar a cabo esa misma noche, y además con la ayuda de José. Nada podría haber sido más perfecto que aquello. En unas horas tendría a la chica de sus sueños completamente doblegada a sus pies y podría abusar de ella a placer. Se hizo una buena paja mañanera para celebrarlo, y se corrió abundantemente sobre su propia mano, a la salud de su pobre víctima.

Aquella noche, a las 23.10h exactamente, Almudena salió del metro y se dirigió a su casa. Había sido un día caluro de principios de verano, y la muchacha había optado por ponerse un liviano vestido de gasa color verde menta. Tenía el escote cruzado, cosa que hacía denotar todavía más lo grandes que eran sus mamas, cierre de cremallera en la espalda y un lazo atado en la cintura. Tenía su larga melena castaño claro suelta y lisa ondeando a su espalda. Iba maquillada discretamente y en sus pies lucía unas manoletinas de color más oscuro que el vestido, a juego con su pequeño bolso. No llevaba medias. Como ropa interior se había decidido por un conjunto de dos piezas de tonalidad rosa pálida de suave blonda semitransparente. Su marido iba a estar fuera para la cena, pero seguro que cuando volviese querría acostarse con ella, y por eso salió de casa ya preparada para la noche. Lo que no sabía la pobre Almudena era que aquel conjunto, y su cuerpo entero, lo iban a disfrutar dos malvados violadores, a los que además conocía.

Vicente había cerrado pronto la frutería aquella tarde. José y él se quedaron dentro del comercio, con las luces apagadas para no levantar sospechas. Hicieron los últimos preparativos para el ataque, cogieron todo lo necesario y a las 22.30h salieron a la calle. Su desprevenida víctima vivía en la portería de enfrente a la frutería. Allí todos los vecinos eran personas muy mayores que a esa hora ya habían cenado y estarían durmiendo. Los maleantes entraron en el portal con facilidad, ya que la cerradura hacía muchas semanas que estaba rota y no habían venido a arreglarla aún.

El recibidor del edificio donde vivía Almudena no era demasiado ostentoso. De forma alargada y más bien estrecho, tenía un pasillito que conectaba la puerta de la calle con el ascensor y la escalera, y justo detrás del ascensor estaba la pequeña mesita y la silla del portero, a esas horas desocupada, por supuesto. En la pared de detrás de la mesa había una delgada puerta de metal, desde la que se accedía al cuarto de contadores. A los hombres les resultó muy sencillo forzar esa cerradura, pues parecía de juguete. Una vez estuvieron dentro de la pequeña habitación, abrieron la luz, que consistía en una simple bombilla que colgaba de un cable del techo y profería una débil luz. En contraste con el vivo color blanco de las paredes de la escalera del edificio, allí los muros estaban sin pintar. Era un cubículo claustrofóbico con paredes de deprimente cemento gris. Tres de las paredes estaban completamente desnudas, en la cuarta estaban los contadores. No había ninguna ventana ni otra salida al exterior que no fuese la misma puerta de entrada.

Vicente y José dejaron los petates en el suelo y se prepararon. Sacaron de las bolsas sendos chándales negros y se vistieron con ellos. Cubrieron sus rostros con unos pasamontañas del mismo color oscuro. Aunque tenían planeado taparle los ojos a Almudena, era mejor prevenir que no pudiera reconocerles en un despiste. El viejo tendero, además, se colocó un pequeño aparato, como un manos libres que iba de su oreja a la boca, y con el que se le distorsionaría la voz, volviéndola mucho más grave y con un leve resonar electrónico. José sacó también de su bolsa una cuerda y un pañuelo opaco del mismo color que su vestimenta. Su ropa de diario la dejaron guardada en los sacos. Era la hora en punto. En diez minutos su víctima entraría en el portal, ellos la esperarían agazapados en silencio y en absoluta oscuridad dentro de la sala de contadores, con la puerta levemente abierta para asegurarse que no se equivocaban de persona.

Como estaba previsto, la joven y hermosa Almudena ingresó en el vestíbulo. Los viles asaltantes se quedaron embelesados con el abrumador encanto y atractivo de esa chiquilla. Como vivía en el ático, no solía subir a pie los siete pisos de altura. Almudena se detuvo frente al ascensor y pulsó el botón para llamarlo.

En ese momento la muchacha sintió como unos fuertes brazos la agarraban fuerte por su cintura y unas manos que se pegaban a su boca impidiéndole gritar. El susto que se llevó fue de infarto. Tenía el corazón latiéndole de manera enloquecida en el pecho. Tiraron con energía, arrastrando su cuerpo sin apenas esfuerzo, y la metieron en el cuarto de contadores, que estaba completamente a oscuras.

“¡¡¡HHHHHHHHHHHHHHHHHHHMMMMMMMMMMM!!!” intentó gritar de nuevo.

José, que era un chico joven y fuerte, mantenía a la joven de ojos color miel pegada a él, con la espalda de ella contra su pecho. Uno de sus brazos le rodeaba la cintura de avispa, y mantenía su boca tapada con la otra mano. El viejo tendero actúo con rapidez, sacándose del bolsillo el pañuelo negro y se lo puso en los ojos a Almudena. Ahora ya podía abrir la luz.

“¡Deja ya de gritar o te rajo entera, PUTA!” gritó Vicente, con la voz distorsionada por el aparato que llevaba puesto.

La pobre Almudena, que no había dejado de forcejear y soltar alaridos, muerta de miedo como estaba por aquel repentino asalto, se quedó completamente quieta y muda al notar el afilado borde de una navaja contra su delicado cuello.

“¿Qué queréis de mí? Tengo dinero en mi bolso ¡Cogedlo y dejadme en paz!” le respondió la dulce muñequita de piel de porcelana.

Vicente empezó a bajar la mano con la que tenía sujeto el cuchillo, acariciando ahora los turgentes pechos de su querida Almudena. José no permitía que la chica escapara de su agarre, y estaba alerta por si decidía ponerse a gritar de nuevo o intentaba cualquier tontería.

“Lo que nosotros queremos de ti no lo tienes guardado en el bolso, preciosa” contestó el violador de pelo calo y barriga prominente, y luego se rio con maldad.

La chica empezó a comprender lo que iba a suceder a continuación ¡Esos dos tipos iban a violarla! Y no podía hacer nada por evitarlo. Estaba en inferioridad de condiciones. Y ellos tenían un arma. Con el terror invadiéndole por dentro, la jovencita intentó suplicarles a sus atacantes:

“¡No me hagáis daño por favor! Os daré dinero ¡No iré a la policía! Pero dejad que me marche.”

Cuanto más imploraba la muchacha, más dura se le iba poniendo la polla a Vicente. Lo mismo sucedía con José. A ninguno de los dos se le pasó por la cabeza soltarla. Todo lo contrario. Abusarían de ella hasta quedar hartos y luego la dejarían tirada como un trapo sucio.

“Lo siento, bonita, pero eso no va a pasar” replicó el viejo “Te explicaré lo que vamos a hacer. Mi amigo y yo te follaremos por todos tus agujeros, y cuando te hayamos llenado de nuestra leche tanto que no te quepa más, te dejaremos ir.”

Aquella declaración de intenciones por parte del violador hizo que la pobre Almudena empezara a temblar sin control de los pies a la cabeza. Jamás había sentido tanto pánico como en aquel momento de su vida.

“No… por favor… no lo hagáis…” siguió suplicando entre sollozos, aunque ella misma ya se había dado cuenta de que aquello no le iba a servir de nada con esos dos malditos violadores. Ni si quiera se removía intentando soltarse del tipo que la tenía sujeta.

“Sabes que no tienes escapatoria. Aquí las órdenes las damos nosotros” le dijo entonces Vicente “Si eres una chica lista y te portas bien con nosotros, saldrás de esta con vida” el viejo seboso seguía acariciándole las mamas con el filo de la navaja “Pero si nos das el más mínimo problema, te violaremos de todas formas, ¡Y te juro que irás directa al cementerio!”

Para darle más énfasis a su amenaza, el tendero pinchó el pezón derecho de la muchacha con la punta del cuchillo. Al verlo, y en previsión de que la chica empezara a gritar de nuevo, José volvió a ponerle la mano sobre la boca.

“¡¡HHHHHHHHHHHHHHHMMMMMMMMMMMMM!!” Almudena chilló por el dolor que le había hecho su vecino el frutero.

“Ya está bien de tonterías” dijo entontes el viejo, y cogió la cuerda que tenían preparada “Gírala hacia la puerta” le mandó a su joven ayudante.

José volteó con facilidad el liviano cuerpo de su presa y la dejó de cara a la pared. El más joven de los atacantes le sujetó las manos juntas a la espalda y el viejo se las ató bien fuerte con la rasposa cuerda. Una cosa menos de la que tenían que preocuparse.

“También tengo una mordaza con bola para tu boca de zorra, pero podrías ahogarte con ella. Yo de ti procuraría no gritar demasiado fuerte, o nos veremos obligados a portarnos verdaderamente mal contigo” informó entonces el líder de la operación a la asustada joven.

Y entonces Vicente dio por fin rienda suelta a sus más bajos instintos animales, y desgarró despiadadamente la tela del vestido que cubría el torso de Almudena. Ella intentó no gritar, porque no quería enfadar a esos salvajes ni quería morir. Pero no pudo evitar ponerse a llorar, en previsión a lo que esos malnacidos iban a hacer con ella.

“Vaya, que sujetador más bonito ¿Te vestiste pensando en nosotros, zorrita?” comentó Vicente en voz alta.

El viejo tendero, sin dejar de sujetar la navaja, puso sus dos manazas sobre los pechos de Almudena y empezó a apretujarlos con descaro.

“Tienes unas tetas increíbles” sentenció el hombre “Perfectas para meter mi polla entre ellas”

En cuanto hubo terminado de decir esa frase, Vicente puso el filo de su arma en el centro del bonito sujetador y lo partió en dos, dejando a la vista las hermosas mamas de Almudena. No se resistió a pegar su boca a una de ellas y empezó a chupetear toda la superficie de la misma con su libidinosa lengua. La chica intentaba no hacer ninguna tontería, pero de manera inconsciente intentaba apartarse del tipo que le lamía las tetas con tanta desesperación, cosa que hacía que su culo se apretara fuerte contra el abultado paquete de José, que empezaba a tener muchas ganas de follarla. Pero había acordado con Vicente que sería él el primero en meterle la polla en cada uno de sus orificios de ramera, así que por el momento el joven solo podía ser paciente y rezar para que el viejo terminase pronto con lo suyo.

“Que se ponga de rodillas” le dijo Vicente a su ayudante.

José obligó a la pobre Almudena a arrodillarse sobre el suelo. La chica se resistía, pues tenía los músculos de las piernas completamente agarrotados por el terror. Vicente de mientras se bajó la parte delantera del chándal y sacó su durísima polla al aire. Era bastante gruesa, un poco más que la media, pero lo que más resaltaba en ella era la infinita longitud de la misma. Tenía un glande grueso, húmedo de pre-semen, dos gruesos cojones hinchados y una buena mata de pelo rizado, medio negro medio encanecido, en la base.

Cuando el viejo se acercó a Almudena y le pegó de un golpe la punta húmeda de su polla en la boca, José tuvo que agarrarle fuerte del pelo para evitar que pudiera apartar el rostro. Ya no se trataba del hecho de tener que hacerle una mamada a ese desconocido sádico. Es que encima el tipo tenía una polla asquerosa que olía de manera vomitiva, como si hiciera décadas que no hubiera pasado por la ducha.

“¡Estás tonta o qué cojones te pasa!” le gritó Vicente, al tiempo que le soltaba una sonora bofetada en su linda cara de ángel “Abre la puta boca y metete mi polla dentro ¡Ya mismo!”

Todavía temblando, con las manos atadas a la espalda y José sujetándole del cuello y de su larga melena castaña, la muchacha no podía hacer nada por oponerse. Pensó que cuanto antes terminaran con todo aquello, antes podría volver a su casa, con su marido, que era lo único que le importaba. Así que en contra de su voluntad abrió lentamente los labios y separó los dientes. Vicente no lo dudó y dio una fuerte embestida contra la boca de la chica, que tuvo que soportar que el viejo le metiera su apestosa polla dentro, sin poder hacer nada por evitarlo.

“¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahm! ¡Joder que boca más mojada y caliente, zorrita!” exclamó el viejo tendero, al notar la estrecha cavidad bucal de Almudena abrazando más de la mitad de la extensión de su rabo dentro.

Vicente empezó a follarle la boca a la muchacha con movimientos vigorosos. Ella intentaba respirar cuando podía. La punta de esa repugnante verga le rozaba la campanilla cada vez que penetraba su boquita y le estaba dando arcadas. El viejo entonces se acercó aun más a su pobre víctima, pegó sus huevos al estómago de ella, situando así la base de su polla se anciano entre sus ricas tetas, y usó las manos para apretar por los lados esos firmes pero suaves pechos. Tener su polla metida entre las tetas de Almudena, estrujándoselas con saña para sentir él todavía más placer, era la pura gloria. Y el colofón final era esa boca de nena linda que le chupaba la mitad de su larga polla sin descanso.

El violador no pudo aguantar mucho rato en esa postura, hacía demasiado tiempo que deseaba abusar de la chica, y ahora que lo había conseguido sentía que su orgasmo estaba muy cerca de llegarle. Pero no le preocupó. Almudena recibiría su ración de polla de viejo en su boca, su coño y en su culo, y si el abusador todavía se sentía con más ganas al terminar la ronda, solo tendría que volver a empezar. Así que Vicente comenzó a bombear duro contra las tetas y la boca de Almudena, violándosela con todas sus ganas contenidas. Dio unas fuertes y rápidas embestidas, y finalmente arremetió contra ella, dejándole su rabo anciano clavado en el fondo de su garganta, donde empezó a descargar su pastosa y amarga lechada.

“¡¡AAAaaaaaaaaaaaaaaah!! ¡¡Siiiiiiiii ¡¡Que Bieeeeeen!! ¡¡Que bocaaaaaa más ricaaaaaaaa!!” gritaba el frutero mientras descargaba chorros y más chorros de esperma ácido y oloroso directo a la boca de la muchacha, que no podía hacer más que tragar si no quería asfixiarse con todo ese líquido entrándole de golpe en la tráquea.

Cuando terminó, Vicente se apartó de Almudena y se sentó en el suelo apoyado en la pared, recuperando el aliento.  Había dejado la navaja a su lado en el piso. El viejo se dio cuenta en seguida del estado de incontenible excitación en el que estaba José y decidió darle permiso para meterle su polla en la boca, ahora que él ya la había catado. No quería que su joven ayudante cometiese un error por andar demasiado caliente. Y así él tendría tiempo para recuperarse de la reciente corrida y volver al ataque con alguno de los otros orificios que le quedaban por probar.

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La Doncella Audaz