Almas gemelas
Una mujer. Yo. Un concierto. Pasión. Deseo. Ternura. Un final.
¡Hola! ¿Estás solo?
Un año más, el Festirock iba a comenzar. El primer grupo, Reincidentes, saltaba ya al escenario. Los focos se encendían iluminando los ilusionados rostros. Las primeras notas se desplazaban vagando por encima de nuestras cabezas, seguidas por el lejano eco característico de los conciertos al aire libre. Un recinto de varias hectáreas destinado a servir de morada y zona de recreo para tantos miles de desconocidos. En definitiva, una prueba de convivencia para todos los allí presentes.
El ambiente estaba en su punto. Miles de personas agolpadas como yo frente al escenario, agitando los brazos al aire; unos, movidos por la euforia del pistón de salida a casi 48 horas de música ininterrumpida; otros, los más, necesitados de descargar la adrenalina acumulada en una jornada de viaje, llegada, ubicación y montaje de las tiendas de campaña y la ingestión de litros de cerveza y kalimotxo, así como de otras sustancias más o menos estupefacientes.
Y una voz suave, bajo una cara aniñada, me preguntaba si estaba solo. La miré fijamente a los ojos y, en cierto modo dolido, le respondí que no, que su pregunta era absurda a la vista de la multitud que nos empujaba en riadas incontenibles. Ella intentó explicar el motivo de su pregunta:
Ya sabes que se puede estar rodeado por miles de personas y estar solo igualmente........ por dentro
Sí, lo sé. He oído muchas veces esa frase y estoy de acuerdo pero, como comprenderás, no he venido hasta aquí a filosofar sobre la abstracción de mi ego y mucho menos a hablar de mis crisis existenciales.
Ja, ja, ja. Bueno chico, tampoco es para ponerse así, creo yo.
Cierto, no lo era y me disculpé. Le expliqué que era lo mismo de siempre, el delito de moverse solo en un mundo en que si no estás formando parte de un grupo, no eres nadie o, si lo eres, no pasas de ser un tipo raro y sospechoso. Pues no, siempre me había gustado mi soledad y no estaba dispuesto a cambiar eso para evitar las etiquetas que pudieran ponerme.
¿Y tú? ¿Estás sola tú?
No,... anda por ahí mi cuadrilla de amigos, pero te he vuelto a ver y me apetecía saludarte
¡Ah! Pero...... ¿nos conocemos?
No, hombre..... Te he visto antes, montando tu tienda de campaña justo en frente de las nuestras y me he fijado en ti.
No pude evitar mirarla de forma inquisitoria. Se había fijado en mí y me temía el motivo.
Ya...... porque estaba solo, ¿verdad?
Sí, lo reconozco. Pero ¿sabes?... siempre me ha gustado la gente solitaria; yo lo soy, aunque esté rodeada por mis amigos o por miles de personas. Me gusta aislarme en mi interior y escucharme a mí misma. Revolverme por dentro y desordenarme para luego poner cada cosa en su sitio pero sin ningún orden predeterminado. Y, por supuesto, buscar mis almas gemelas. Quizá acabo de encontrar una.
Je, je , je........ Sí, seguro.
¿Por qué no?
Porque no
Vale, con esa respuesta tan tajante me has convencido.
Ella se dio la vuelta y empezó a alejarse. Era una chica joven, de unos 22 años. Morena, guapa y rellenita pero bien proporcionada. Pelo largo y ondulado, muy brillante y con tonos azulados. Lo más expresivo de su cara eran los ojos que, junto a su pequeña nariz y su sonrisa constante, le daban un aspecto que ganaba tu confianza sólo con mirarte.
¡Espera! No te enfades, no pretendía ser borde y ni siquiera me has dicho tu nombre.
Marta,.... mi nombre es Marta. Los amigos me llaman Marta y tú....... puedes llamarme Marta también.
Su pequeño juego de palabras no me hizo demasiada gracia, pero la cara de pícara que ponía no me dio opción y seguí con una tontería casi menos graciosa que la de ella, quizá en un intento de romper esa primera imagen de persona arisca que se había hecho de mí.
Has dicho Encarna, ¿verdad?
Sí, eso he dicho. Ja ja ja ¡Ah! Y no te preocupes por parecer borde, eres como yo así que te entiendo....... te entiendo....... te entiendo........???
¿Qué pasa?
Dime tu nombre para que termine la frase, ¡calamidad!
Ander, me llamo Ander.
Ayssss... Tú no sueles ligar mucho, ¿eh?
Me guiñó un ojo y se marchó entre la multitud. No sé si fue el embrujo de Marta o los tragos que ya llevaba dentro pero me animé a meterme en el centro de la gran masa de gente que, entre salto y salto, cantaba y gritaba las canciones apenas audibles a pesar del gran despliegue de bafles, inundando el espacio en una simbiosis entre músicos y público. Intenté seguirles, pero ya no recordaba la letra. En mi mente sólo había una palabra: Marta.
Al atardecer del día siguiente desperté en mi tienda de campaña. No recuerdo cómo llegué hasta ella pero estaba vivo, que no era poco. Debí beber mucho, porque no recuerdo nada de lo que ocurrió a partir del momento en que Marta desapareció de mi vista y porque mi cabeza parecía que iba a estallar. Salí de la tienda de campaña con mi toalla y demás enseres de higiene con la intención de dirigirme a las duchas públicas instaladas en el recinto, escasas para tantas personas y al aire libre la mayoría de ellas. Podías encontrarte gente desnuda sin miradas obscenas, en perfecta armonía con la naturaleza del evento. Una de ellas era Marta y me vio, pero se giró de forma disimulada. Estaba con sus amigos, chicos y chicas, y yo me coloqué a una distancia prudente. Les oía reír y gritaban algo que no llegaba a entender pero que me sonaba como algo dirigido a mí. Ella les increpaba riendo pero ellos no paraban de gritar cada vez más alto. Eso me hizo acercarme disimuladamente. Y oír.
¡Mirad! ¡es el raro! el que se arrastraba como un gusano a su tienda de campaña....... lo que hace no saber beber.
Todo me resultaba indiferente, excepto la risa de Marta. Me dolió y mucho. Era la sensación de sentirte traicionado por alguien en quien confías sin saber el motivo pues, en realidad, sólo había intercambiado unas pocas palabras con ella. No llegaba a comprender por qué me dolía tanto lo que pudieran pensar de mí unos desconocidos. O sí, sí lo entendía, era lo que sus opiniones pudieran influir en la actitud de Marta con respecto a mí.
Ella debió comprender que no me sentaban bien las risas de sus amigos y , finalmente, se acercó a mí.
Ander, no les hagas caso. Sólo están bromeando.
¡Bah! No me importa que se rían. Estoy acostumbrado.
Mentí. Sí me importaba. Me importaba sobre todo su propia risa y ella lo sabía. Pasó su mano por mi espalda en un gesto de compasión y eso me dolió aún más. En el fondo ella era como yo, ¿por qué tenía que sentir compasión de mí?
Hasta ese momento no me había fijado que Marta estaba desnuda a mi lado, lo noté cuando, al acariciarme, su pecho rozó suavemente en mi antebrazo. Un pecho terminado en un pezón punzante. No pude evitar mirar disimuladamente todo su cuerpo, aunque ella sí se dio cuenta de ello. Empecé a sentir una gran excitación y tuve que irme: habría sido el remate que mi pene alcanzase su plenitud entre tanta gente despreocupada ante la desnudez. Al alejarme volví a mirar a Marta; era preciosa. Sus pechos eran pequeños, firmes, bellos. Con una ligera curvatura hasta llegar a la areola del pezón, rosada y abultada, que casi era lo que daba la forma de su pecho a la ropa que en otro momento lo cubría. Sus caderas ligeramente anchas y sus muslos fuertes, probablemente de hacer deporte. Dejé de mirar, ella notaba mis ojos clavados en su cuerpo y parecía contrariada, con una mezcla de pudor unido al orgullo de sentirse deseada.
Por la noche volví a cruzarme con ella. Era la última noche del Festirock y sus amigos ya se habían vuelto a sus casas. Nunca supe si Marta disponía de un día libre más que ellos o si, en realidad, se había quedado por mí. Justo en el instante en que yo salía de mi tienda de campaña, salía ella de la suya también. Por un momento me ilusioné con la idea de que me hubiera estado vigilando para coincidir, pero lo único cierto es que fui yo el que se pasó horas y horas mirando por una rendija hacia la tienda de Marta esperando su salida,..... esperando el encuentro.
Hola Ander, ¿sales ahora?
Sí, estaba cansado y pensaba quedarme a descansar pero, ya ves, hoy toca Mago de oz y no puedo perdérmelo. Precisamente he venido hasta aquí para verles una vez más........ y van 3.
¿También en eso vamos a ser almas gemelas? Ja ja ja ¡Venga, vamos juntos que lo pasaremos genial!
Fuimos andando despacio desde el recinto de las tiendas de campaña hasta la zona de los escenarios y los bares improvisados. En conjunto, el área destinada al evento era enorme. En el lado derecho estaban nuestras tiendas. Justo detrás, todo lo referente al aspecto higiénico: las duchas y servicios. Más al fondo se encontraban los restaurantes y pequeños centros comerciales donde comprar todo lo necesario, desde comida hasta condones. Los tres escenarios instalados para las actuaciones estaban lo suficientemente apartados como para no interferir unas con otras. La opción para disfrutar era muy variada, si no te gustaba un grupo musical siempre podías elegir otro, no sin un buen paseo, y con bares distribuidos por todo el recorrido de forma que el trayecto terminaba siendo, sobre todo, una prueba de la tolerancia al alcohol de nuestros organismos.
Y, entre trago y trago, nos olvidamos de los conciertos y nos fuimos alejando hacia lo que llamábamos el área del amor. Un extenso terreno de arboleda donde las parejas o los ligues casuales acudían a tener sexo, bien por el morbo de hacerlo al aire libre, bien por no volver hasta las lejanas tiendas de campaña, sobre todo en esas fechas en que el calor apenas disminuía de madrugada. De repente Marta se paró, hizo un gesto como señalando al cielo y poniendo cara de ensimismada entrecerró los ojos. Parecía querer captar mi atención sobre algo pero no sabía qué era y que sus gestos cómicos no me ayudaban a descrifrar. Movía las caderas suavemente, contoneándose como hipnotizada y, provocando mi risa, comenzó a cantar susurrante la misma canción que otras miles de voces seguían con entusiasmo:
Cubra tu manto mi luz y mi amor,
suave es el óbito y dulce este dolor.
Tómame y el viento hará una canción
con el fuego eterno que sellará nuestra unión.........
Hasta ese momento no fui consciente de que Mago de Oz ya había comenzado su concierto, pero ¿qué importaba ya eso estando con Marta? La agarré fuerte contra mí y le besé. Ella volvía a imitar las mismas caras de ensueño que hacía unos minutos, cuando cantaba, y entre risas nos dejamos caer sobre la hierba. Posé mis labios en sus párpados atrapando entre mis brazos su cabeza. Acariciaba su pelo, besaba sus mejillas y sus labios fundiendo nuestras lenguas en cálidos y húmedos intercambios de saliva, de nuestras esencias. Un intento de darle mi alma, de fundir también nuestras almas gemelas para convertirnos en un único ser. No podía parar de besarla, como si supiera que esa sería la primera y última vez que la tenía en mis brazos, para mí. Sus senos se clavaban en mi pecho, notaba sus pezones erguidos reclamar mi atención; desabroché los botones de su blusa y se mostraron ansiosos de caricias, amenazantes y a la vez sumisos del deseo. Los succioné haciendo que entraran en mi boca, apretándolos entre mis labios, dejándolos resbalar entre mis dientes suavemente, saboreándolos con el fin de hacer perdurar en mi boca su sabor con la sospecha de que pronto sería privado de ese placer para siempre. Me agarró del pelo, me miró casi con rabia y con los dientes apretados me imploró susurrando:
- ¡Tómame!..... ¡Tómame!.
Su voz había cambiado, era ronca y profunda, producto de la excitación. Me eché ligeramente hacia atrás y comencé a bajar sus pantalones. Me miraba fijamente mientras lo hacía. Podía ver perfectamente el azul de sus braguitas pues estaba empezando ya a amanecer. La fui desprendiendo de su ropa interior, sin prisas, dejando asomar cada centímetro de la piel que escondía. Y el azul daba paso a un moreno suave, a un vello poco abundante, a unos carnosos labios que besé una y otra vez empapándome con su deseo. Pasé mi lengua por su sexo, entreteniéndome en su clítoris mientras uno de mis dedos se colaba en su interior. Marta jadeaba inmóvil, concentrada en cada sensación con los ojos cerrados y la boca entreabierta, dejando escapar suspiros de locura al llegar a su primer orgasmo entregada totalmente a mi forma de hacer. Desabroché mi pantalón y me coloqué entre sus piernas mientras mi pene, completamente erecto, buscaba entrar en ella con desesperación. Marta pareció despertar por un instante de las sensaciones.
Ander, tendrás un condón, ¿verdad?
No -titubeé- no había pensado terminar la noche así, la verdad. ¿Quieres que lo dejemos aquí?
Marta pareció pensarlo un instante y con la misma voz ronca de hacía unos instantes me ofreció otra posibilidad.
- Lo haremos de otra forma, espera.
Me separé un instante a fin de conocer el plan de Marta. Ella se giró sobre sí misma, se colocó de espaldas a mí y, levantando ligeramente su culo, separó sus nalgas.
- Ander, entra en mí. Únete a mí. Quedémonos solos, aislados de todos pero juntos. Seamos un único ser....... por un instante.
Podía ver su ano que parecía pedir mi incursión; era pequeño y rosado, con unos ligeros pliegues y un aspecto de cándida inocencia. Lo besé empapándolo con mi saliva, lamiéndolo suavemente con la punta de mi lengua. Introduje un dedo muy despacio, con cuidado para no hacerle daño. Marta se estremecía sin dejar salir el más mínimo sonido de su boca, inmóvil, entregada...... Agarré mi pene con una mano dispuesto a penetrarla, empujando suave pero firmemente. Costaba entrar, aún no estaba lo suficientemente dilatado y a mi pene le faltaba lubricación. Marta se dio la vuelta y lo tomó en la boca. Lo recorría con su lengua, dejándolo brillante desde mis testículos hasta la punta del mismo. Lo hacía despacio, controlando mi excitación. Para ese momento ya era completamente de día y veía a Marta más bella que nunca. Se volvió a colocar de espaldas a mí y esta vez sí conseguí ganar su interior. Sé que le dolía pero yo ya no podía parar y ella estaba totalmente concentrada en las sensaciones que eso le producía. No quería perderse nada, ni el dolor ni el placer de sentirme dentro. Y yo concentrado también en mi piel, en ese tacto que producía en todo mi pene el calor de su interior, el placer de la presión en cada poro del mismo y la embriaguez de sentirme el poseedor de toda su intimidad. Así, ajenos a todo y a todos, tomándola y a punto de sellar nuestra unión, nos dimos cuenta por un segundo fugaz de que no estábamos solos o, mejor dicho, lo estábamos pero rodeados de miradas que nos observaban en silencio, con envidia, como entendiendo nuestra soledad aún siendo el centro de atención. Un silencio respetuoso, de casi adoración. Marta pareció sonrojarse por un instante pero entendió el momento, entendió que no miraban nuestros cuerpos sin ropa, ni siquiera el acto sexual. Para aquellos ojos no éramos un espectáculo erótico al aire libre, sino el espejo donde nunca podrían mirarse. Marta estaba a punto de llegar al máximo placer, un placer especial al mezclarse con una timidez también especial, producida por aquellas miradas a su rostro, al rostro del placer. Era su total desnudez, su desnudez interior plasmada en su cara, la verdadera desnudez, lo que hizo a Marta tener un orgasmo que jamás había podido imaginar. Me hubiera gustado seguir horas y horas dentro de ella y que aquello nunca terminara, pero yo también llegué al punto máximo y descargué mi alma en ella materializada en forma de semen. Fue una sensación diferente a la de otras eyaculaciones porque con ella le había transmitido además mi ser.
Terminamos exhaustos, completamente tumbados, jadeantes y sudorosos. Yo respirando prolongada y agitadamente en la nuca de Marta y ella volviendo en sí de ese viaje interior con la cara sobre la hierba, acompañados y solos a la vez.
Nos vestimos cuando ya no nos miraban, cuando ya habíamos perdido cualquier interés para aquellos ojos curiosos. Regresamos a las tiendas de campaña en un silencio apenas roto por los saludos de despedida de aquellos desconocidos que, con sus mochilas al hombro, tomaban el camino que les sacaría de esa gran morada para volver a sus quehaceres cotidianos.
Esta había sido la última noche a todas estas horas de música y alcohol. La gigante convivencia terminaba y cada cual volvería a sus puntos de origen. Sin embargo, había algo que se me hacía extraño. No había arrepentimiento por lo que habíamos hecho. No había ni amor ni desamor. Sólo la sensación de haber sellado en falso nuestra unión. La sensación de que todo terminaba en ese instante, en ese lugar........ y para siempre.
Por fin llegamos hasta nuestras tiendas. Las recogimos con prisas y sin demasiado orden queriendo terminar cuanto antes con el final de esta historia; sin deleitarnos en la pena o, más bien, huyendo de ella.
Bueno, Marta.... toca despedirse.
Sí......... ¿a qué hora sale tu tren?
Dentro de una hora, aún podemos charlar unos instantes.
No, el mío sale ya pronto.
- Entonces vamos juntos a la estación. No me importa estar allí un rato esperando y aprovecharé para comprar alguna revista para el viaje.
Marta me respondía sin mirarme a los ojos, con la cabeza dirigida hacia el suelo. Podía ver su serenidad, su gesto impersonal hacia mí, como si para ella fuese una despedida como tantas otras en su vida. Como si, ahora vestida, su alma se hubiera cubierto a su vez de una coraza. Una coraza impermeable al sentir.
Otra vez cargando con las mochilas, ahora mucho más pesadas. Casi arrastrábamos los pies. El exceso había hecho mella en nuestros cuerpos y el cansancio era total. El silencio volvía a adueñarse del trayecto hasta la estación pero yo no estaba dispuesto a terminar así y decidí romperlo en un intento de futuro, aún a sabiendas del, probablemente, poco éxito que obtendría:
Marta, ¿me podrías dar tu número de teléfono? No me gustaría que perdiéramos el contacto.
¿Para qué, Ander? Si te lo doy, me llamarás, hablaremos horas y horas, día tras día, y nos diremos cosas preciosas y estaremos tristes por estar separados.
Sí, pero podremos quedar para volver a vernos, yo tengo algunos días libres dentro de 3 meses.
Ya, Ander, seremos una especie de pareja a distancia, nos querremos a distancia, haremos el amor a distancia y todo parecerá un hermoso sueño esperando que llegue la fecha en la que nos veamos de nuevo. Y llegará esa fecha y después volveremos a separarnos porque tú no vas a dejar tu trabajo por venir a mi ciudad, ni yo voy a dejar el mío por ir a la tuya. Y llegará un día en que uno de los dos llamará al otro para decirle que ha encontrado un nuevo amor, uno de carne y hueso y el otro lo pasará mal, se sentirá engañado porque se ha mantenido fiel a la espera. Y ese dolor se convertirá en odio......
Marta se detuvo, descalzó su pie derecho para sacar una piedra que se había colado en su bota y, suspirando sonriente, prosiguió con su explicación:
_ Ayssss, Ander, Ander ....... ¿no crees que es mejor dejar esta historia como una experiencia vivida, sin más? ¿Algo que quede en nuestras mentes como un bonito recuerdo y que algún día nos haga sentirnos mutuamente en otro concierto, en otra ciudad, en otro mundo..... en otra vida? Mañana no seré para ti más que la loca del Festirock y tú no serás para mí más que el chico solitario y rarete con quien compartí mi alma. Compartí....... en pasado.
Una vez calzada de nuevo, me dio la mano y seguimos el camino. A pesar de la sonrisa de Marta, yo no estaba contento. Entendía lo que ella me explicaba y comprendía que tenía razón.......... pero no me gustaba.
Es una pena que no vivamos más cerca, estaba empezando a creer que sí soy tu alma gemela. No entiendo que no me quieras dar tu número aunque sólo sea para saber que estás bien.
Ja ja ja ja. Sí, durante las horas que hemos estado juntos hemos sido gemelos de alma, pero no insistas. Dejémoslo aquí.
Iba a mostrar mi desacuerdo cuando su rostro sonriente dio paso a una mirada de ternura y tristeza. Juntó las palmas de las manos acercándolas a su boca en un gesto a modo de plegaria y suavemente sentenció:
- Ander, no lo hagas más difícil de lo que ya es, por favor.
Llegamos a la estación y el tren de Marta estaba allí. Los viajeros estaban ocupando sus asientos; no eran muchos y el tren de Marta saldría ya pronto. Ella parecía imposible de convencer. Era extraña su mirada, dura, como perdida en recuerdos. Sin pensarlo, se levantó, cogió sus tratos y los acercó hasta el andén, dejándolos a unos pasos de la puerta del tren que la alejaría para siempre de mí. Se detuvo un instante, se giró y me plantó un sonoro beso en la mejilla mirándome de frente a los ojos, con las bocas casi pegadas durante unos instantes. Se dio media vuelta y se subió al tren. Yo aún disponía de tiempo y me quedé allí sentado esperando su partida. La veía moverse por los compartimentos, abría, miraba y cerraba. Ninguno parecía de su agrado a pesar de estar casi todos vacíos. Ni un sólo instante se asomó por la ventana. Ni una sola vez me dirigió una mirada. Y comprendí,...... comprendí que, para ella, yo era ya sólo una parte de su pasado.
Por fin pareció encontrar el asiento que, cómodamente, la llevaría de vuelta. Era justo el compartimento que quedaba a la altura de la parte del andén desde donde yo la observaba . Estaba ocupado por una única persona, un hombre de mediana edad, trajeado y de aspecto absorto, casi melancólico. Un hombre que quizá iniciaba un viaje de trabajo mirando por la ventanilla el movimiento de la estación, en un intento de encontrarse a sí mismo en el movimiento de todos aquellos seres apresurados en cargar sus equipajes, como si la prisa fuera a llevarles antes a su destino. Ni siquiera pareció darse cuenta de que alguien le acompañaría en su viaje en el asiento contiguo: ella, mi alma gemela. El tren comenzó a rodar y me puse en pie agitando los brazos para llamar la atención de Marta. Grité su nombre en un intento de tener una última mirada cómplice hacia mí pero aquel monstruo de hierro la alejaba cada vez más rápido. Avancé por el andén para no perderla de vista y volví a gritar su nombre. En ese mismo instante el hombre se percató de que mis gritos eran para aquella chica que le acompañaba y giró su cabeza hacia Marta a la vez que, señalándome, golpeaba con su dedo el cristal. Ella le miró y, desentendiéndose del exterior del tren, pude ver claramente lo que sus labios le expresaban:
¡Hola! ¿Estás solo?