Alma podrida (la mascara de Sara 2)

Salvador intentará arrancar la máscara que esclaviza a Sara

Sara se levantó de la cama, las heridas que tenia en sus pechos estaban casi cicatrizadas, al lado suya había un pequeño bote de hemostáticos, miró hacia un lado y vio un cadáver.

Ella aterrada se alejó del cuerpo sin vida, pero instantáneamente le vio la cara.

Era Víctor.

Tenia laceraciones por todos lados y una herida mortal en su garganta, Sara empezó a llorar, no por Víctor, sino por ella.

La puerta de su habitación estaba abierta.

La habitación media 20 metros cuadrados, consistía en una cama cómoda y en un vater, la habitación era rosa, era el otro lado de la moneda donde estaba realmente.

El tintineo de una campana atrajo la atención de Sara.

Vio a Salvador, comiendo una manzana junto a un vaso de lecho con una cuchara de cacao, desayunaba con serenidad, sin prisas.

-tranquila preciosa, puedes sentarte conmigo, desayuna fuerte, hoy será un día muy duro – decía Salvador.

-¿no me das nada que ponerme? – Preguntó Sara tapando su desnudez.

-¿para que? No me estas enseñando nada que no he visto ya, además, estamos solos tú y yo, ¡ah! Y Víctor ¿te ha dado los buenos días? – Dijo Salvador con una sonrisa.

-puto monstruo – murmuraba Sara.

Salvador se paró un momento, Sara pensaba que la torturaría otra vez, pero Salvador empezó a reír.

-qué graciosa, si, puede que para la gente "normal" sea un ser despreciable, pero tu también lo eres – respondió Salvador.

-¡eso es mentira! – Gritó Sara.

-¿seguro? ¿Y lo que le hiciste a Víctor? – Respondió Salvador pelando una manzana.

-¡se lo merecía! – Gritó Sara aún más fuerte.

-antes de eso, pasados los años, el principio de todo – decía Salvador mirando de forma acusadora a Sara.

-¡Solo era una niña! – Gritaba Sara en lagrimas.

-¿sentiste placer? – Preguntó Salvador.

-no – respondió la joven.

-seguro que te excitaba ver como perseguían a Víctor como si fuera un animal – decía Salvador mientras removía el vaso de leche.

-¡no! – Respondió la chiquilla.

-me imagino que te tocaste como una loca al ver como las llamas intentaban devorarle – decía Salvador lamiendo su cuchara empapada de la leche del vaso.

-¡NOOOOOOOOO! – Gritaba Sara tapándose los oídos.

-¿o tal vez? Preparabas el caldo de cultivo para cuando regresase Víctor, a hacerte sufrir, a que te dé tus endorfinas – decía Salvador mirándola con una sonrisa.

Ella no decía nada, solo lloraba.

Salvador le ofreció asiento, ella no quería acercarse, pero el psicópata se le acercó y le dijo al oído.

-no tienen gluten, como te gusta ¿o querías gluten para sufrir? Tranquilo, hasta dentro de dos horas no te haré nada ¿cómo están tus heridas?.

Las manos del monstruo acariciaron los sensuales senos de Sara, ella no pudo evitar dejar escapar un jadeo.

Se sentaron y desayunaron juntos, Sara observo a Salvador, no parecía un psicópata, sino alguien normal, de esquistos modales, tenia curiosidad.

-¿por qué haces esto? – Preguntó Sara.

-me dabas pena – respondió Salvador.

-¡¿Pena?! ¡¿Cómo te atreves a decir que te doy pena después de lo que me has hecho?! – Respondió Sara.

Salvador bebía con serenidad su vaso de leche, cuando acabó, miró a los ojos de Sara mientras le decía.

-una vez fui como tu, débil, con una mascara que me poseía, un chico de reglas que acataba sin dudar, de pequeño, había una pequeña pandilla de matones, que no paraban de robarme, de molestarme, de atacarme, ellos disfrutaban persiguiéndome como si yo fuera un animal indefenso, era inútil decir nada a las profesoras ya que esos matones ponían cara de no haber roto un plato y eso hacia que mis profesores me obligaran a perdonarles, cosas de niños decían, pero después, vuelta a empezar, parecía que jamás recibirían castigo y a mi me tocaría pringar.

Salvador soltó un suspiro y con una sonrisa continuo.

-pero un día, en la calle, el jefe de esa pandilla quiso quitarme algo muy querido, no se como lo hice, pero en medio de la pelea agarre la manga de ese imbécil y con todas mis fuerzas lo lancé a la calle, le paso un coche encima y este siguió su camino, cuando recogí lo que me había robado vi su cuerpo, estaba vivo, lloraba, sufría, temía el fémur roto y se le salía de la pierna, su paquete intestinal reventó, en aquel momento vi la luz, esa luz que a todos nos muestran cuando te encuentras con la verdad, la vi en esos ojos suplicantes que me pedían ayuda, ya no estaba abajo, el estaba abajo y yo arriba, toqué sus órganos internos, jamás olvidaré Lo rápido que me latía el corazón, el tacto de sus intestinos, el olor a la sangre, los sanitarios me apartaron, pensaron que estaba en shock, pero cuando vi esa mirada muerta del cuerpo de ese matón de tercera, sentí algo indescriptible, no puedo decirlo con palabras.

Salvador dio un mordisco a su manzana y siguió.

-desde entonces los matones dejaron de molestarme, los niños empezaron a temerme, los profesores me hacían más caso, ellos decían que había vivido una experiencia traumática, yo digo que simplemente,  rompí las reglas que nos oprimían, me metí en peleas con chicos más mayores que yo, pero no por arreglar nimiedades ni discusiones, simplemente quería conocerme, saber hasta donde podía llegar, recuerdo enfrentarme con un karateca, creo que era un cinturón naranja, el confiaba en sus habilidades y me subestimaba.

Pegó otro mordisco en la manzana y prosiguió mientras Sara lo miraba estupefacta.

-error, le rompí la traquea de un golpe bien calculado, no practicaba karate, pero sabia como se movía, que tipos de golpes tenia e incluso a que ritmo le latía el corazón, solo tenia que esperar el momento y...

Salvador apretó el filo de su cuchillo con la mano, su rostro estaba impasible, pero su mano empezó a sangrar de una herida dolorosa, siguió hablando.

-un cuerpo más en el tanatorio, pero no era yo el único que vio la verdad, conocí a una chica que....

En ese momento su reloj sonó, el psicópata lo miró y le dijo a Sara.

-me temo que tendremos que posponer esta conversación, ya son las 10:00 y he de seguir con tu educación – dijo el psicópata.

Esas palabras aterraron a Sara, decidió combatir a ese monstruo, ¡no permitiría que la domara!, Se puso en una postura marcial.

Salvador miró a Sara con apatía.

-niña, hasta ahora siempre te han cogido, veo que tu postura es de Tae kwon do, eres buena, cinturón azul, si fueras rojo tal vez me preocuparía, pero a pesar de eso eres muy insegura. – Decía Salvador.

Sara atacó, lanzaba patadas y puñetazos, pero el psicópata los esquivaba, los largos minutos en los que soltaba golpes que daban al vacío, Sara jadeaba cansada, mientras Salvador le decía.

-sé buena y ven, ya hemos perdido demasiado tiempo.

Ofuscada por la rabia, Sara volvió a atacar, pero el psicópata se quedo quieto, se dejó golpear, muchas veces.

-¡¿qué?! ¡¿Has tenido bastante?! – Decía Sara.

Salvador agarro los pechos de Sara, acariciando los pezones mientras le decía.

-¡Sí!, Eres igual que yo, te estas quitando la mascara que te domina.

El tenia la cara ensangrentada, pero no había dolor en sus facciones ¿qué cojones era? Pensaba Sara, ¿acaso no siente dolor? ¿Acaso no es humano?.

Sara notó un golpe en su estomago que la dejó inconsciente.

Ella despertó boca abajo, colgada de los pies y con las piernas abiertas.

-buenos días Sara ¿todo bien? – Decía Salvador.

-(nota del autor: aquí se dice todo tipo de insultos que no pienso poner) – decía Sara.

-tsk, tsk, tsk, aún estas salvaje, voy a tener que imponerte un castigo, pero un castigo de verdad – decía Salvador.

Algo suave y grueso entro en los labios vaginales de Sara, se metía muy dentro de ella.

Salvador se agacho a la cara de Sara y le dijo.

-ésta vez sentirás dolor de verdad, te he puesto naloxona, algo útil contra tu problema de endorfinas, la verdad es que me divertía viendo como disfrutabas como una puta, pero..... tienes que aprender disciplina.

Salvador encendió un mechero y acercó la pequeña llama al pezón de Sara, ella empezó a gritar y a llorar, esta vez no sentía esa extraña sensación, ¡le dolía de verdad!.

-¡basta! ¡Piedad! ¡PIEDAD! – gritaba Sara con lagrimas en los ojos.

-ahora gritaras, ¡ya lo creo que gritaras! – Dijo su torturador.

El psicópata se incorporó mientras le decía a la joven.

-por cierto, te metí media vela dentro de tu intimidad, esto va a ser divertido.

En efecto, de la vagina de Sara se asomaba un palmo de vela, Salvador la encendió, la llama tan cálida, tan ardiente, derretía la cera de la vela, una cera ardiente que se acercaba a los íntimos labios de Sara.

Ella gritó, gritó como una histérica, sus ojos salían de sus órbitas,  pero sus gritos eran más intensos cuando esas gotas alcanzaban su clítoris, cuando esas gotas ya no podían estar en su concha, bajaban por su cuerpo, recorriéndolo despacio y con sensualidad, al alcanzar los pechos de Sara los rodearon, no podían alcanzas sus pezones, bajaban y bajaban hasta su cuello.

Sara se retorcía por el dolor que sentía, su torturador le hacia comentarios jocosos y crueles mientras la observaba, la vela poco a poco se gastaba, a medida que se acababa la cera, la llama se acercaba a la intimidad de Sara, ella lloraba, suplicaba, se retorcía, sentía que el calor de la llama estaba cerca, iba a quemar su parte más sensible de su cuerpo.

-¡obedeceré a la primera! ¡Pero quítame esa vela! ¡Por favor! – Decía Sara.

-no sé no sé – decía Salvador dudando.

-¡por favor! ¡Di lo que quieras y te lo concederé! – Gritaba Sara.

-¿qué serias capaz de hacer? – Preguntó Salvador.

-¡TODO! – Respondió Sara.

-no sé ¿qué es lo que quiero? – Preguntó Salvador.

Ella con la boca agarró la cremallera de su torturador, la bajó con dificultad y empezó a mamarla como si su vida le fuera a ello.

Salvador empezaba a sentir placer, pero le dijo a Sara.

-bueno, Sara, veo que tienes formas de convencer a la gente, te apagaré la vela, pero. Si veo que mientes te meto gasolina en tu agujero y convierto tu coño en una pira.

Sara le oyó, pero aún seguía mamando, no quería que se cabrease.

Salvador apagó la vela con sus dedos y esperó a que terminara Sara, pasó largo tiempo antes de que el psicópata eyaculó dentro de su boca, Sara lo tragó sin rechistar.

-¿m-me puede quitar la vela? Amo – decía Sara llorando.

-hazlo tu sola, sin tus manos, usa tus músculos – decía Salvador.

Ella hizo fuerza, la vela salía lentamente por cada empujón que daba Sara, hasta que cayó.

-felicidades, ha sido vela – decía Salvador con una sonrisa socarrona.

Soltó a una llorosa Sara, era la hora de comer, su psicópata preparó un puré que olía a rayos para Sara, pero le pidió a Sara que hiciese su comida.

Le dio un papel que explicaba la forma que tenia que preparar la comida, ella se dirigió a la cocina, se limpió de cera su intimidad, pero cuando vio el papel, cayó de rodillas llorando como nunca.

Pasó una hora y Salvador se impacientaba.

-¿he de castigarte otra vez? Te daré tu naloxoma y seré peor, en tu trato – decía Salvador con suavidad.

-perdoneme amo, soy tan torpe y lenta – decía Sara tristemente mientras se tapaba su sexo, tenia las piernas cerradas y daba pequeños pasos.

Sara se subió a la mesa, avanzó con las piernas delante, mirando a su torturador que le sonreía, al llegar a el, puso sus pies sobre los hombros de Salvador y se coloco con la cabeza al suelo y su sexo abierto al alcance de su amo, asomaba una salchicha en los labios vaginales de Sara.

-¿qué me has preparado? Esclava – preguntó Salvador.

-d-de primero un frankfur, l-lamento que no sea tan grande como el que me dio, pero espero que sea d-de su agrado – decía Sara.

-mmmmm bien hecho ¿algo más? Esclava – prosiguió el monstruo.

-mer- merluza, solo la carne, ninguna piel ni espina, esta después del frankfur – respondió Sara.

-excelente ¿postre? – Respondió Salvador.

-ah, esta al final de todo, ma-ma-macedonia de frutas, esta al fondo, mi amo – decía Sara.

-bien hecho esclava, buen provecho – decía Salvador.

-gracias amo – respondió Sara.

El plató de Sara era asqueroso, pero también notaba como Salvador jugaba con el frankfurt, moviéndolo dentro de ella, como si removiese lo que tiene dentro, empezó a comer el primer plato.

Sara debido a su posición, tragaba con dificultad su comida, entonces notó algo frío penetrándola, era una cuchara, ahora estaba comiendo el pescado.

Sara empezaba a jadear, pero no quería arriesgarse a lubricar su concha, si el sabor no le gustaba, recibiría como nunca.

Ahora entraba más dentro de ella, estaba con la macedonia.

-¿qué nuevo condimento le pusiste al postre? – Decía Salvador.

-¡lo siento amo! ¡Lo siento! ¡Le he ensuciado el postre con mis sucios jugos! ¡Déjeme volverlo a preparar! – Decía Sara llorando.

Salvador estaba sereno, olió la cuchara y le dijo que no hacia falta, que estaba buenisimo, mientras buscaba más comida con la cuchara, Sara mordía los labios por los impulsos que emitía su concha por la invasión de ese metal dentro de ella.

-creo que se han acabado los efectos de tu medicamento, es hora de tú chute – decía Salvador.

Sara se arrodilló decía que no le pusiera en naloxoma, que haría lo que fuera pero que no la maltratara.

-me refiero a las endorfinas, preciosa, sé que estas enganchada, ¡túmbate allí! – Dijo Salvador señalando una cama con cristales.

Ella avanzó con temor y se apoyó lentamente de espaldas en esa cama, sentía algunos cristales que se le clavaban, sintió dolor en un principio, pero las endorfinas la invadieron.

Empezaba a sentirse, bien.

Salvador se desabrocho sus pantalones y sacó su verga, la apuntó hacia la concha de Sara.

Soy una autentica puta, pensaba Sara llorando.

Salvador la penetró, bombeó con fuerza a Sara, el movimiento pistón hacia que los cristales que habían, se clavaran más y más, sentía sus heridas, la sangre que salía de su espalda.

Pero sentía gusto, debido a las endorfinas.

Sara no estaba ahí, simplemente era una muñeca.

Salvador la sonreía mientras seguía bombeando.

El tiempo parecía eterno, en ese momento Salvador eyaculó dentro, los labios de Sara solo dijeron.

-gracias, amo.

Salvador dejó a Sara en su habitación, retiró el cadáver de Víctor y trató las heridas de Sara, no quería matarla, aún no, al irse, Sara se abrazó a sus piernas en posición fetal y rompió a llorar.

Continuará