Allanamiento de morada (2)

Empieza la fiesta.

Ambas salivaron humedeciendo sus bocas con la lengua mientras movían convulsamente sus cabezas incapaces de asimilar lo que les estaba ocurriendo. Maria fue hasta Adriana y se sentó en sus rodillas acariciándole los pómulos y esta bajo su cabeza para intentar zafarse vanamente de aquellas insidiosas caricias.

—Tienes un cutis precioso, Adriana— arrastró su húmeda lengua por su rostro y está reaccionó volteando su cara en un violento espasmo.

Aquellos ojos verdes se clavaron en los suyos y Maria abofeteó su cara nuevamente ante la impotente estupefacción de Mónica. Ladeo su rostro como buscando comprensión en su mirada e incrustó el filo del cuchillo en su femoral hasta causarle una pequeña herida de la que resbalo un hilillo de sangre.

—Voy a besarte querida, y espero por tu bien que me satisfaga hacerlo, si siento la mínima aversión por tu parte te rajó la yugular.

Llevó sus labios a los de ella y sintió su temblor facial, pero Adriana entreabrió su boca para permitir que Maria introdujese su lengua entre ellos. Los nervios no le permitían reacción alguna, pero la sierra de la hoja del cuchillo rajo tenuemente su epidermis y está, en un gesto reflexivo, abrió su boca aún más para hurgar con su lengua el paladar de Maria mientras su rostro se cubría de lágrimas incontroladas. Aquello duró varios minutos en que la chica buscó sus pechos, para acariciarlos tenuemente sobre la tela.

— ¿Te ha gustado?

Adriana negó con la cabeza impulsivamente y Maria le propino nuevamente un sórdido cachete en la mejilla.

—Déjala en paz "puta de mierda"— se arrepintió inmediatamente de aquella frase.

— ¿Te refieres a mí?

Bajo su rostro para ocultar su mirada.

—Ahora comprobaremos quién de las dos es más "puta"

Liberó a ambas de sus ataduras y tomó asiento en el sofá obligándolas a permanecer en pié frente a ella mientras las encañonaba con su arma.

—Adriana quiero que bailes con tu amiga— montó el percutor de la pistola y su sonido pareció hacerlas reaccionar.

Ambas se abrazaron y torpemente pasaron los brazos sobre los hombros para fundirse en un abrazo y contorneando sus cuerpos con torpeza.

—Bésala como te he besado yo, lo esta desando, ¿no lo ves?

Hicieron varios amagos, contorneando su cabeza, hasta que al fin unieron sus labios sin convicción. Durante unos segundos se besaron avergonzadas y cohibidas.

—Vamos a subir la temperatura un poco chicas. Adriana quiero que la abraces con mucha más convicción, como si la desearas, ¿te lo has planteado alguna vez?

—No— solo pudo articular un hilillo de voz.

— ¿Y tú Mónica?, ¿nunca has pensado en hacerle el amor a Adriana?

Negó con la cabeza.

—Contéstame cuando te pregunto, estúpida.

—No— vaciló, —nunca lo he pensado.

—Muy bien, ahora lo harás, vas a seducirla y tú, Adriana, te dejaras llevar, ¿entendido?

— ¿Por qué haces esto?

Obvio la pregunta.

—Quiero que la desnudes muy lentamente, con dulzura— apuntó hacia ellas con su arma.

Mónica desabotonó la blusa de Adriana con gesto tembloroso para deslizarla por su espalda. Danzaban abrazadas torpemente. Pasó sus brazos por la espalda para tantear el cierre del sujetador de seda blanca que se ceñía a sus pechos resaltando los pezones y cuando consiguió desasirlo este resbaló para caer junto a ellas sobre el suelo.

—Quítate este ridículo pijama, Mónica.

Obedeció dubitativa y se desprendió de la chaquetilla. Sus pechos eran algo más grandes que los de Adriana y sus pezones prominentes.

—Ahora el pantalón querida, y tu Adriana, quiero que te sientes y la observes.

Mónica obedeció y deslizó el short por sus caderas cubriéndose su sexo con las manos, pero Maria gesticuló con la cabeza en señal de negación y ella separó sus brazos mostrando su más impúdica desnudez.

—Que hermosa eres— observó a Adriana que parecía en trance. — ¿No te parece?

—Es muy guapa.

—Entonces ve hasta ella y acaricia su cuerpo… bésala, cariño.

Se levantó con gesto vacilante y fue hasta Mónica sin saber que hacer exactamente. Acarició sus pechos desnudos y los pezones reaccionaron al tacto rectándose, muy a pesar de las dos.

—Quiero que acaricies su sexo y me describas lo que sientes Adriana.

Sintió un mareo fugaz, pero deslizó su mano por el vientre de su amiga para apoyarla sobre su rizado bello vaginal.

—Es…— no supo que decir, — es poblado.

—No querida, no quiero un dictamen ginecológico, quiero que lo acaricies, que hurgues en el, que introduzcas tus dedos en su vagina.

Mónica permanecía en pié, inerte y temerosa de que le fallasen las piernas y perdiese el equilibrio. Adriana introdujo sus dedos en el sexo de su amiga con la mirada ausente, estaba pálida. Intentó no lastimarla y tanteó con la máxima delicadeza.

Sonó el telefonillo y ambas sintieron un arrebato de alivio.

—Esperad, creo que han llegado nuestros invitados.

Fue hasta el aparato y pulsó el interruptor de apertura cuando reconoció la voz de uno de ellos. Eran tres jóvenes de no más de veinte años. El más alto era mulato y de complexión atlética, los otros dos eran de estatura media y sus formas físicas, aunque diferían de la del primero, no tenían nada que envidiarle. Entraron riendo jocosamente. Mónica se acurrucó tras el sofá abrazando sus rodillas y Adriana ocultó sus pechos desnudos con sus brazos.

— ¡Vaya! ¡Vaya!, ¿qué tenemos aquí Maria?, que lindas son.

Maria sonrió complacida besándole en la mejilla.

—Justo ahora estaban empezando a intimar entre ellas. Os las presentaré.

Incorporó a Mónica estirándole el brazo y ordenó a Adriana que se acercase.

—Este es Raúl, mi hermano, está es Adriana.

Seguía cubriendo su tórax con los brazos.

— ¿Y esa educación?, vamos dale un beso.

Adriana beso su mejilla castamente y el joven estalló en una carcajada que Maria secundó.

—Así no cariño.

Raúl asió su nuca con firmeza y llevó los labios a los suyos tratando de penetrar su lengua entre ellos entre los convulsos forcejeos de la chica.

—Mira Raúl, está es Mónica.

La observó con lascivia y pellizcó su barbilla.

Mónica lo besó forzando sus labios para que permaneciesen unidos.

—Y estos son Tomás y Genaro, amigos nuestros.

Pasaron por idéntico martirio con los dos. Raúl fue hasta el DVD que había sobre la mesa y los altavoces emitieron una pausada y melódica canción.

—Bueno, ahora que todos somos amigos vamos a disfrutar la noche, ¿no os parece?, Adriana, ¿qué haces vestida aún, deshazte de esos pantalones, como Mónica.

Adriana sintió una especie de profunda tensión, pero obedeció. Se desabotonó los jeans y los deslizó por sus caderas, quedando con un minúsculo tanga, por toda vestimenta.

Raúl la observó admirando sus formas y Maria habló de nuevo.

— ¿Tú tampoco te depilas? Veamos, muéstranos tu coñito, estamos impacientes.

Adriana se desprendió de la prenda con trémulos movimientos. Todos habían tomado asiento en el sofá.

—Muy bien muñecas, ahora quiero que os situéis frente a nosotros con las manos en la nuca, deleitarnos con vuestra maravillosa desnudez— fue Tomás quien habló, y lo hizo con un claro acento sudamericano.

Se situaron frente a ellos obedeciendo su orden.

Raúl observó ensimismado el espectáculo. Adriana era bastante más alta y su cuerpo era esbelto, a diferencia de Mónica, carecía prácticamente de bello vaginal, sólo unos ricitos rubios salpicaban su pelvis.

— ¿Qué estabais haciendo cuando llegamos?— Genaro tenía el mismo dejé sureño.

Ninguna contesto.

—Vamos Adriana, explícales lo que estabais haciendo.

—La estaba tocando.

— ¿Tocándola?, serás guarra, ¿qué le tocabas exactamente?

—El sexo— estaba ruborizada y aquella posición le avergonzaba aún más.

— ¿El coño? ¿Estabas sobando el coño de tu amiga?

Adriana asintió con la cabeza y ambas observaron con terror como los cuatro procedían a desnudarse.

Raúl se bajaba los pantalones sin cesar de hablar.

— ¿Y te ha gustado?

Negó de nuevo girando su cabeza.

Vieron los flácidos penes de los tres y cerraron los ojos a la vez.

Maria tenía un buen cuerpo. Sus pechos eran grandes y sus caderas marcaban un trasero respingón. Fue hasta Raúl y asió su pene mientras alzaba su rostro para besarle en los labios.

— ¿Estás en forma hermanito?, vas a necesitar mucha energía para zumbarnos a las tres.

Mónica y Adriana no daban crédito a todo aquello. Tomás había dispuesto un trípode y aseguraba una moderna grabadora sobre el y Genaro se había situado tras ellas.

—Podéis relajaros un poco, chicas.

Bajaron sus brazos con gesto relajado y el joven paso sus brazos sobre el hombro de las dos.

—Veamos como estáis de drink — fue hasta la cocina y volvió al cabo de poco tiempo con una botella de wisckie sin abrir.

—Excelente—, Maria pareció entusiasmada, trae seis vasos Tomas.

El joven obedeció y alguien les instó a que se sentasen. Su desnudez les hacía sentirse incomodas. Raúl lleno dos de los vasos hasta la mitad y le dio uno a cada una, mientras Genaro extendía sobre la mesa unas rayas de cocaína.

— ¿Sois bebedoras asiduas?

—No bebemos.

—Bueno, nunca es tarde para empezar— miró a Mónica con inusitada rudeza, —primero tú, quiero que dejes el baso seco.

Mónica negó con la cabeza pero Maria asió entre sus dedos uno de los pezones de Adriana mientras Tomás inmovilizada sus brazos desde atrás. Lo retorció con violencia y ella sintió una punzada de dolor que le hizo emitir un gemido lastimero.

—Quiero que mires al objetivo mientras bebes.

Mónica llevó aquel baso entre sus labios y sorbió cuánto pudo hasta que una arcada le impidió seguir haciéndolo.

—Tu turno princesa.

Aún dolorida, Adriana imitó a su amiga e ingirió varios sorbos que le provocaron un profundo ardor en su garganta. Cinco minutos después sus reacciones delataban su etilismo, hasta el punto de nublar su visión y embotar sus sentidos. Ambas oscilaban sus cuerpos buscando un punto de equilibrio que les permitiese permanecer erguidas, y el ebrio mareo, convertía sus cuerpos en marionetas oscilantes a merced de su director. La mirada de ambas erraba en su entorno sin acabar de definir las imágenes, cada objeto se dualizaba caprichosamente a su atención visual.

Tomás, que estaba sentado junto a Adriana, deslizó sus brazos sobre sus hombros y la atrajo hacía si.

— ¿Estás mareada?, cariño. Toma, inhala un poco de esta magia.

Adriana asió entre sus dedos un improvisado canuto formado con un billete de cien euros e inspiró por el, paseando su otro extremo por la línea dibujada sobre el cristal de a mesa.

— ¿Lo has grabado?, ¿tu maldita máquina ha grabado este momento?— se dirigió a Tomás.

—Claro que si, entupido, ¿o crees que sólo graba lo que quiere?

— ¿A que te encuentras mejor?, cariño.

Un halo de lucidez recorrió su columna vertebral. La sensación de ebriedad pareció diluirse y, de repente, una emoción de euforia invadió su organismo.

—Dejarnos en paz, "hijos de puta", iros de aquí y lo olvidaremos todo— su mirada parecía ausente.

Raúl pellizcó su mejilla obligándola a acercar sus labios a su rostro.

—Cariño, tú no lo entiendes, estamos aquí para que olvides tus inhibiciones y tus prejuicios.

La beso y Adriana entreabrió sus labios para permitir que la lengua de Raúl hurgase su paladar mientras este acariciaba su torso. Junto a ella, Maria empujó por los hombros a Mónica, obligándola a recostarse sobre el respaldo del sofá, y la beso también, mientras acariciaba su sexo desnudo, para introducir un dedo en su vagina. Ambas se hallaban en un estado semi inconsciente y luchaban inútilmente por zafarse de cualquier sensación, pero sus cuerpos parecían ser incapaces de reaccionar, abofados por la droga.

Genaro se había situado a horcajadas tras Maria y acariciaba sus pechos rozando su ano con su pene mientras esta besaba a Adriana acariciándola a su vez. Deslizó su tez por el vientre de la chica sin dejar de rozar su piel con la lengua hasta llegar a su sexo. Adriana cerró sus piernas con gesto impulsivo pero el joven, situado tras Maria, asió sus rodillas para obligarle a separarlas obscenamente. Maria introdujo su lengua entreabriendo con ella sus labios vaginales. Adriana negaba con la cabeza con gestos nerviosos y sus facciones parecían tensas pero sentía cada ultrajante lametón como una pequeña descarga que fluía en su sistema nervioso provocándole reacción.

—Parad la cámara— Raúl ordeno aquello con la autoridad de un director y Tomás obedeció, —llevadlas a la habitación y esperarme allí.

Condujeron a ambas allí para depositarlas sobre una de las camas y Raúl situó el trípode frente a ellas.

—Ahora basta de jueguecitos infantiles, cuando encienda esa cámara quiero un espectáculo lésbico real, quiero oíros hablar y jadear y os advierto que el sado también se vende muy bien, es decir, o disfrutáis de vuestros cuerpos o sufriréis de verdad, ¿entendido?

Ambas asintieron con la cabeza y el joven ordeno filmar de nuevo mientras los demás se apostaban expectantes.

Continuará.