All Inclusive
Un hombre de 34 años viaja al Caribe y se enamora de una morena jovencita empleada del hotel.
Me diagnosticaron burnout laboral. Mi jefe me concedió una semana libre. Decidí contratar un paquete turístico: Hotel All-Inclusive en el Caribe. Lo saqué un viernes y a los dos días ya estaba arriba del avión. Sólo necesitaba relajarme. Así que ni bien llegué, lo primero que hice fue ir a la piscina del hotel, tirarme en una reposera y pedir un trago. Mirar las palmeras me sedaba. Una idea un poco deprimente qse me fue instalando en la cabeza a medida que pasaban las horas en el All Inclusive: yo estaba solo. La mayoría de las personas iba en pareja o a lo sumo en viaje familiar. Activé Tinder para ver si matcheaba con alguna mujer que también estuviera en el rango del hotel, pero sólo conseguí prostitutas que me ofrecían servicios por US$ 100.
Al segundo día por la mañana, yo estaba nuevamente en mi rutina de piscina, reposera y trago cuando se me acercó una chica joven, morena, de piel afroamericana. Era alta, tenía el pelo negro oscuro con algunas pequeñas trencitas. Estaba vestida con un uniforme de pantalón corto y chomba, que llevaba cosido el logotipo del hotel. Pensé que me quería vender alguna excursión, como ya me habían intentado engatusar previamente.
–Hola, ¿Cómo te llamas? –preguntó la joven morena y mostró una sonrisa blanca brillante. –Me llamo Martín ¿Y vos? –le respondí remarcando mi acento argentino.
–Soy Sally, encantada de conocerte –me dijo y me extendió la mano–. Estamos organizando un torneo de vóleibol en la playa ¿Quieres venir? Empieza a las once de la mañana.
Ví que Sally tenía una planilla donde iba anotando nombres. Me dio lástima decirle que no. La verdad es que yo estaba muy cómodo en mi reposera. Le dije mi nombre y le afirmé que a la once estaría ahí en la playa. Pero después seguí tomando tragos hasta pasado el mediodía y me olvidé por completo de Sally y del torneo de voley.
Entrada la noche, había un show de karaoke y baile en el hall principal del hotel. Alrededor del hall estaban ubicados los restaurantes, en su mayoría tenedor libre o auto-service. Aproveché y me serví lo más refinado que pude: sushi, caviar, pescados caros, fiambres de todo tipo. Mis platos eran un verdadero festín de gula. Una vez que terminé de cenar, fuí a la barra del bar y me pedí un Gin-Tonic. Me senté en una mesa a mirar el espectáculo de canciones y baile. En un momento dado, hombres y mujeres del Staff del hotel con sus respectivos uniformes empezaron a sacar a bailar a la gente, en su mayoría parejas o grupos de amigos o familias. Yo estaba solo en una mesa.
–No viniste hoy a jugar vóleibol –escuché una voz y se me prendió la alarma.
Levanté la vista. Era Sally. Me miraba fijo sin perder la sonrisa. Estaba muy elegante. Ese uniforme le contorneaba bien su cuerpo esbelto y fibroso. La ví parecida a Kerry Washington.
–Perdón, Sally –le dije un poco avergonzado–. Me olvidé por completo de tu invitación.
–No hay problema –me respondió Sally y me extendió su mano–: ¿Quieres bailar?
Mis aptitudes como bailarín son prácticamente nulas. No obstante, el gin-tonic me había desinhibido. Acepté la invitación de Sally, en parte para disculparme por haberla dejado plantada con el vóleibol. La música oscilaba entre salsa y merengue.
– ¿Eres argentino, verdad? –preguntó Sally ya conociendo la respuesta.
–Si –asentí–. De Buenos Aires.
– ¿Has venido con tu pareja?
–No, estoy solo –respondí sintiéndome algo perdedor.
Sally abrió los ojos sorprendida. Dejó escapar una risita.
– ¿Cuántos años tienes, Martín? –preguntó Sally y me llamó la atención que recordara mi nombre.
–Tengo 34 –dije como si fuese lo más normal del mundo–. ¿Y vos?
Sally me miró aún más sorprendida.
–Yo tengo 22... Pero tú... ¿34 años y soltero? –dijo algo risueña–. Aquí en el Caribe alguien de 34 años soltero es como un extraterrestre.
–En mi país es bastante normal –respondí yo mientras mis manos se iban soltando con el ritmo vertiginoso del merengue, que se parece al cuarteto cordobés de Argentina.
Mirando a los demás bailarines, me di cuenta que los ritmos caribeños invitan bastante a tocar el cuerpo del otro. Tomé a Sally de la cintura con una mano y con la otra la agarraba de su mano, en una pose parecida al Tango. También la hacía girar en su propio eje y aprovechaba para mirarle el culo. Tenía un pantalón de vestir que le quedaba hermoso. Morena afroamericana, flaca, alta, con buenas nalgas, piernas esbeltas. Si me vieran mis amigos, pensaba por dentro mío.
Les escribí a mis amigos de Buenos Aires por WhatsApp. “Hay una morocha que trabaja en el hotel que me está volviendo loco” les dije. Mis amigos me respondían cosas como “Debe ser prostituta, te quiere cobrar” o “A todos los turistas solitarios les hacen el mismo chamuyo”. Sin embargo, yo sentía que habíamos establecido algún tipo de conexión con Sally. No me pasó lo mismo con ninguna de sus compañeras. También bailé con otras chicas del Staff del hotel esa noche. Incluso en la piscina estuve hablando un rato con una moza. Sally me resultaba única. Me daba la sensación de que era nueva en ese oficio. Que aún no podía separar un enamoramiento inocente de un simple acting para sacar propina.
A la mañana siguiente se confirmaron algunas de mis sospechas. Sally se acercó a mi reposera y se sentó en una que había al lado.
–¿Cómo estás, Martín? –me dijo tímidamente.
–Muy bien, disfrutando del sol y de este lugar increíble –respondí como un autómata.
Se notaba que a ambos nos costaba entablar una conversación fluida. Cuando me gusta una mujer no sé que decirle. Si no me interesa, puedo hablar de cualquier cosa. Supongo que a Sally y a otras personas debe pasarle algo parecido.
–Hoy en la noche se abrirá la discoteca del hotel –me dijo Sally–. Todos los viernes viene un DJ y se baila hasta las 5 de la madrugada.
Tomé eso como una invitación y me atreví a decirle:
–¿Me vas a seguir enseñando a bailar salsa y merengue como anoche?
–Por supuesto –me respondió y estuvo a punto de decirme algo más pero se ve que una supervisora la vio hablando demasiado tiempo conmigo y la mandó a llamar. Me ilusioné bastante con su invitación, aunque después recordé lo que me dijeron mis amigos y sentí que tenían algo de razón. Igualmente yo guardaba una mínima esperanza para la noche.
Me puse mi mejor camisa. Traté de comer medidamente para que no me agarre sueño. Fui al bar por un trago de Gin-Tonic. En el hall principal del hotel había otro show parecido al de la noche anterior. Ahí estaba Sally. Si estaba tan divina con ese uniforme, la mente me volaba de sólo imaginarla con un vestido o con una bikini. Se me hacía agua la boca de sólo visualizar en mi mente ese cuerpo moreno desnudo.
Cuando se hicieron la 1 de la madrugada abrió la discoteca. Yo ya había tomado 3 Gin-Tonics así que estaba bastante desinhibido. Al principio no había nadie pero con el correr de los minutos la pista de baile se fue llenando. La busqué a Sally. Al principio disimuladamente, después del cuarto Gin-Tonic, la busqué con insistencia. Tanto, que en un momento cruzamos miradas. Nos separaban algunas personas cuando la ví. Me sonrió y se perdió a propósito entre la gente. No tardé en encontrarla. Estaba bailando sola en un rincón de la pista, simulando estar en su mundo.
–Hola Sally –le dije–. ¿Querés un poco de mi trago?
–No puedo, Martín –me dijo un poco cortante–. Estoy trabajando.
–¿Cuál es tu trabajo? –pregunté.
–Soy parte del Staff del hotel. Me encargo de divertir a la gente.
–Ah... O sea que ayer te encargaste de divertirme a mí... Al argentino solitario.
Sally se rio y me tomó de la mano.
–Vamos a bailar, argentino solitario –dijo y me hizo dar una vuelta en mi eje al ritmo del merengue.
Esa mujer me estaba volviendo loco. Sentía la erección inminente, la calentura recorriendo mi cuerpo, las ganas de coger irrefrenables. Pero a su vez, sentía una especie de amor que me hacía sentir empatía por ella y su trabajo. No quería ocasionarle problemas. Bailamos un rato y fuí por otro trago. Decidí cambiar de plan. Pensé en esperar a que se hicieran las 5 de la madrugada para encararla.
Las horas fueron pasando y de a poco los turistas del hotel se iban yendo. A eso de las 4:30 de la madrugada quedábamos alrededor de diez personas y algunas chicas del staff en la pista de baile. Ahí aproveché para acercarme nuevamente a Sally. Estaba decidido a declararle mi amor, mi calentura, lo que fuese que me estaba pasando con ella.
–Has vuelto... Argentino solitario –me dijo y me mostró esa sonrisa blanca que me tenía loco.
–Sos muy linda, Sally –le dije mientras le agarraba una mano y le ponía otra en la cintura para bailar.
–Tu también me resultas muy bonito –me dijo ella y se rio nuevamente.
–Me gustaría besarte pero no quiero ocasionarte problemas –le dije al oído.
–He estado pensando en tí desde ayer –me respondió Sally muy cerca de mi cara.
–¿Cómo podemos hacer para estar juntos? –le pregunté con ingenuidad.
–¿En qué habitación estás, Martín?
–Estoy en la 2202 –le respondí enseguida pero pregunte descaradamente–: ¿Vas a cobrarme por tu compañía?
–Eres un tontuelo –me dijo Sally al oído–. Esperame en tu habitación. Veré qué puedo hacer.
Me fuí a mi habitación con la verga al palo adentro de mi pantalón. No sabía bien qué hacer. La esperaba ansioso. Por un instante pensé que no iba a venir. Los minutos pasaban y ya eran las 5:30 de la madrugada. Las actividades del hotel arrancaban temprano, a las 9 de la mañana. Pobre Sally, pensé. Duerme menos de 4 horas por día. Estaba reflexionando sobre su trabajo y sintiéndome culpable por incitarla a romper las reglas del hotel, cuando de repente, oí que golpeaban la puerta. La verga se me empalmó de nuevo. Caminé hasta la puerta y abrí. Era Sally. Estaba vestida de jogging, con un buzo con capucha y zapatillas deportivas.
–Me tuve que vestir así para que nadie me reconozca –dijo Sally otra vez con su sonrisa–. Vine como un ninja en la oscuridad.
–Estás hermosa –le dije mientras le descubría el pelo quitándole la capucha.
Sonrió y me envolvió con sus brazos. No tardamos en besarnos. Nunca había estado en contacto con unos labios tan carnosos. Eso era un beso de verdad. Literalmente, Sally me estaba comiendo la boca. Mis pequeños labios argentinos contra esos labios caribeños. Cada chupada y pequeño mordisco que le daba a mi labio superior o inferior me ponía cada vez más erecto y caliente. La fuí llevando de a poco hacia la cama, aferrado a su cintura. Yo estaba un poco torpe y nos caímos los dos juntos sobre el colchón. Sally me miró a los ojos. Me devoró con la mirada. Otra vez sonrió. Le quité el buzo con capucha. Debajo llevaba una remera musculosa blanca. No tenía corpiño. La remera musculosa le duró puesta apenas unos segundos. Se la quité también. Lo que había debajo era realmente precioso: unos pechos redondos un tanto ovalados que se contorneaban hacia los costados y en el medio formaban un lindo escote, especial para deslizar la pija. Los pezones eran de un marrón oscuro y bien proporcionados a la morfología de los senos. No tardé en llevarme esa delicia a la boca. Sally se estremeció de placer.
–Mmm... qué rico... Me encanta como me tocas –dijo respecto al movimiento suave y acompasado de mis manos, mis dedos y mis uñas por su espalda, sus costillas y su abdomen.
Qué rico sabor tenía su piel. Tenía pezones tan suaves que parecían que iban a deshacerse en mi boca. Era como estar saboreando un pequeño bombón de chocolate interminable. La suavidad de su piel también me estaba hipnotizando. Era hora de quitarme la ropa: además de tenerla muy parada casi al borde de lastimarme la presión del pantalón, imaginaba que mi calzoncillo estaría empapado de líquido preseminal.
–Qué linda verguita –me dijo Sally ni bien me deshice de mi ropa interior y le mostré mi miembro erecto.
Cuando dijo “Verguita” imaginé que estaría acostumbrada a tamaños más grandes, típicos de América Central. Yo tenía algo standard de 16 centímetros.
–¿Te parece pequeña? –le dije un tanto avergonzado.
–No importa el tamaño –me dijo Sally–. Lo que importa es que me parece muy bonita.
Terminó de decir eso y se abalanzó con su boca. Qué bien que la chupaba Sally. Ver esos labios carnosos y gruesos subiendo, bajando por mi tronco era un espectáculo. No puedo borrar de mi retina esa imagen. Sabía bien como tratar a un hombre. Con la palma de su mano me masajeaba cariñosamente los huevos. Sin brutalidad, con la fuerza justa para darme placer y no dolor. En un momento dado empezó a chuparme el glande: daba vueltas con la lengua alrededor de la cabeza como si fuese un torbellino. Era una imagen hipnótica, como un gif animado en vivo y en directo. Me miraba con los ojos abiertos y me mostraba sus dientes.
–Sally, me vas a hacer acabar enseguida y no quiero –le dije tratando de contener el lechazo.
–¿Y qué quieres que haga, mi argentino solitario?
–Quitate el resto de la ropa, vamos a coger por favor.
Sally se desnudó por completo mientras yo me ponía un preservativo, de los de efecto retardante. Con eso iba a poder contener el semen un rato más.
–¿Así estoy bien? –dijo recostada sobre la cama y abierta de piernas, mientras deslizaba su dedo corazón adentro de su vagina.
Lo que tenía Sally entre las piernas era un manjar. Una obra maestra. Un hermoso hachazo de un ángel depilado. Y lo más atrapante era el contraste entre la carne interior de su vulva y el exterior de la vagina: sus labios vaginales delicados de color marrón oscuro contrastando con el rosa claro de adentro. No pude resistirme a lamerla por un minuto. Parecía un chocolate relleno de frutilla. El sabor de su licor también era cautivante. A la mierda los prejuicios raciales: Sally olía increíble. Separé con mis dedos su vulva y observé el interior de esa vagina suave y húmeda.
–Penétrame, Martín, estoy bien calentita para ti –me dijo Sally con la voz entrecortada.
Mi verga se zambulló en esa abertura mágica. Empecé a bombear a Sally como un desquiciado. Tanto la había deseado y ahora podía poseerla. Cerré los ojos y me concentré en las sensaciones de mi pene. Que suave se sentía. Era el abrazo que toda verga desea. La contención que todo miembro masculino puede anhelar en el mundo. Un calor indescriptible, la magia del sexo. Todas esas frases de poeta barato se me venían a la mente mientras metía y sacaba la pija de adentro de esa puerta al placer. Le sostuve las piernas esbeltas en el aire y se las levanté un poco para poder penetrarla mejor y más profundo.
–Desde el primer día que te ví soñé con tener sexo contigo –me dijo Sally mientras se agitaba de goce.
–Yo también quería coger con vos, Sally –le dije y agregué–: Quiero que acabemos juntos.
–Mi posición favorita es cuando me pongo arriba –dijo Sally.
Nos acomodamos en la cama. Tenía la verga como un garrote. Sally se sentó sobre mi pelvis y se la metió entera. Nos tomamos de las manos. Ella estaba en cuclillas. Se movía muy bien. Estábamos teniendo una química implacable.
–Así, así... no tardaré en acabar, Martín –dijo Sally absorta en la búsqueda de su orgasmo, con los ojos cerrados.
De a poco fue acelerando el ritmo de la cabalgata. Sus nalgas firmes chocaban contra mis huevos. Sentir ese culo saltarín me hizo cambiar de plan sobre la marcha: iba a aguantar la leche como fuera. Quería también penetrarla por atrás. No podía volverme a Argentina sin entrar en ese culo.
–Mmm... papi... mmm... ahhh... sí, sí, sí, ahí papito... –estalló el orgasmo de Sally. Se aferró fuerte a mis manos y se dejó enterrada la verga hasta el fondo mientras se regodeaba y gemía. Una vez que el orgasmo llegó a su clímax, se dejó caer rendida sobre mi pecho y me abrazó.
–Quiero hacerte el culo, Sally –le dije en medio de la calentura–. Quiero acabarte ahí.
–Nunca nadie me lo ha hecho, Martín –dijo y me calentó más de lo que estaba.
–Seré suave –le dije–. Además, mi verga es una verguita, no te hará daño.
Sally se rió y se reincorporó. No dijo nada, pero se puso en cuatro patas dócilmente y me ofreció su culo. Fuí al baño y agarré Crema Enjuague: era lo único a mano que tenía parecido a un lubricante. Empecé a trabajarle el esfínter. Me llené de crema enjuague los dedos y empecé con paciencia pero también con velocidad porque tenía la leche en la punta de la verga. Sally daba pequeños gemiditos.
–Me encanta como manejas tus manos, Martín –dijo Sally.
Se ve que estaba acostumbrada a un trato bruto. Una vez que el esfínter anal se dilató lo suficiente, que ya le entraban cómodos 3 dedos, procedí a quitarme el preservativo. Quería llenarle el culo de leche. Viéndola en cuatro patas era mucho más llamativo el contraste entre nuestras pieles: mi verga blanca con la cabeza roja intentando entrar a ese agujero negro delicioso. Una vez que entró la cabeza, mi cerebro no tardó en marcar el punto de no retorno: la leche iba a salir enseguida. Hice un poco de fuerza para metérsela entera y Sally largó un quejido:
–Mmm... me duele un poquito pero me gusta... Sigue... sigue.
–No sabés lo lindo que se siente estar adentro de tu culo, Sally.
–Quiero que me lo llenes de tu semen.
–Creo que te amo, Sally –le dije en medio de la calentura inconmensurable que sentía en ese momento.
–Yo también te amo, Martín –me dijo Sally y ahí disparé todo lo que había en mis huevos.
Me aferré a su cintura. Ella también gimió, sintiendo el calor de mi leche hirviendo en sus intestinos. Era una gran cantidad de semen. Hacía una semana que no eyaculaba. Tuve varios espasmos vaciando en su totalidad mis testículos. Una vez que descargué todo lo que tenía, me dejé caer suavemente sobre su espalda y la tomé de las manos. La besé en el cuello y nos quedamos así un buen rato, cuerpo a cuerpo, los dos rendidos.
–Te llevaría conmigo a Argentina, Sally –le dije y ella me sonrió.
–Algún día, Martín... Algún día... –me respondió y nos abrazamos.