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- sin los lectores, los escritores no seríamos nada -

30 de Marzo de 2014

Residencia Orham

Todo se había vuelto negro. Leier permaneció unos segundos en silencio, con las gafas de pantalla negra aún puestas. Su pulso estaba aún acelerado. Notaba como caía desde su frente una gota de sudor. Le costó separas las manos de la placa. Había sido una experiencia tan intensa que no podría describírsela a nadie en cientos de años. Ya no estaba confuso. Simplemente había sucedido y no había más. Era un chico bastante adulto para su edad y sabía tomarse con calma los aspectos más perturbadores para el resto de adolescentes de mismos años. No se iba a engañar. Le gustaba Marcus, ahora lo pensaba de verdad. No era que hubiese descubierto que era gay, él no diría tanto. Las chicas le gustaban como al resto de chicos, pero no podía negar que sentía algo por el rubio. Él había sido simpático con él desde el principio, y era una persona audaz. Su aspecto de chico duro le agradaba, le recordaba a los matones del instituto, solo que ellos eran gilipollas y además le hacían la vida imposible. En cambio en brazos de Marcus se había sentido respetado y deseado, ÉL, LEIER ORHAM, EL CHICO MÁS IGNORADO DE LA TIERRA.

Más relajado, el chico se quitó las gafas plateadas y las colocó sobre la mesa. Se miró la camiseta, algo sudada, y se levantó para darse una ducha antes de bajar a la cocina, se sentía hambriento. Miró el reloj: las nueve y media. No se extrañó, había pasado el día entero conectado. Se desnudó en la habitación, quedando solo con los boxers blancos, y al pasar frente al espejo del armario se detuvo a observarse. Leier no recordaba haberse puesto nunca a mirar su cuerpo. No porque le disgustase, si no simplemente porque no se le había pasado por la cabeza algún motivo para hacerlo. En cambio en aquel instante se decidió a observar su aspecto. Desnudo frente al cristal, Leier distaba bastante de parecerse a Leon. Su cabello era negro y corto, las facciones de su cara no eran tan marcadas como las de Leon y su cuerpo no era musculoso. Lo único que era idéntico entre él y Leon era la mirada y los ojos verdes, porque él mismo lo había querido así. Ni que decir tiene que Leier no era feo, pero eso él no lo sabía, viniendo como venía de una trayectoria solitaria por el instituto donde apenas había quien le hablase, nunca había tenido pareja y que él supiese, ninguna chica se había interesado por él.

Por supuesto que Leier no tenía planeado encontrarse en la vida real con nadie que conociese en Alive, pero le pareció que el aspecto de Leon le daba unas mil vueltas al suyo, pero podía ponerse en forma y cuidar su aspecto un poco más. Ya había demostrado que siendo Leon recibía más atención por parte de la gente. Poniéndose de lado, se pasó una mano por la tripa, poniendo rígido el estómago. Ni rastro de abdominales. Recordaba perfectamente lo que había sido tocar el torso de Marcus, completamente rígido y con los abdominales marcados. Decidió que sería una pérdida de tiempo echar un vistazo a sus brazos levantándolos en L haciendo estúpidos movimientos.

Decidido a dedicarle tiempo a mejorar su aspecto, Leier se marchó a la ducha y tras enjabonarse, se tumbó sobre el frío mármol donde caía el chorro y, poniendo una pequeña toalla bajo su espalda, se obligó a hacer veinte flexiones abdominales, lo que le costó bastante, pero la agradable cascada de agua que caía desde la ducha le ayudó a conseguirlo. Sabía que no era nada, pero el mirarse la tripa y ver como empezaba a adivinarse el primer músculo le dio esperanzas. Sabía (porque Leier era un chico muy listo y sabía de todo), que ese músculo estaba crecido a causa del esfuerzo y que al cabo de unos minutos ese despistado abdominal desaparecería, pero tuvo la sensación de que lo iba a lograr, porque aquello lo hacía por voluntad propia, no lo hacía obligado o impuesto, si no porque quería.

31 de Marzo de 2014

Residencia Orham

  • ¿Qué tal habéis dormido? - Preguntó Erol mientras se acercaba a la mesa del comedor con la bandeja cargada de desayuno. El mayordomo le traía, como cada mañana, una jarra de zumo y otra de leche, rodajas de pan recién tostado y otros alimentos para mojar en la leche, aunque Leier raramente los probaba. En cambio esta vez no dudó en servirse de todo lo que vio.

  • Perfectamente, Erol – contestó el chico mientras engullía uno de los bollos.

Al verle tan despierto y animado, el mayordomo no pudo evitar sentirse aliviado. El joven Leier siempre aparecía tan triste y silencioso que daba pena no poder hacer nada.

  • Me alegro, señor – dijo el mayordomo sinceramente.- Espero que disfrutéis del desayuno de igual manera – dijo antes de abandonar la sala.

Mientras daba buena cuenta del desayuno, Leier recordó la tarde anterior, cuando al despedirse de él, Marcus le dijo a oscuras que al día siguiente no podría ir. Aún así, Leier sentía unas ganas imperiosas de conectarse, pero antes no se olvidaría de la dosis de ejercicio que se había propuesto, por lo que nada más terminar el desayuno se tumbó sobre la alfombra de su dormitorio y realizó veinte abdominales y quince torpes flexiones de brazos. Satisfecho con la cantidad de actividad, Leier se arrastró hasta la mullida silla de ordenador esperando solo unos segundos hasta que estuvo encendido.

El escritorio estaba vacío salvo por el icono de acceso a Alive, pero antes de clicar sobre él se percató de que en la barra de información parpadeaba un mensaje de correo. Abrió el envío y descubrió una nota informativa de la compañía A-Liveration , que advertía de que aún no había terminado los datos de registro y si no lo hacía durante la primera semana podría perder el acceso al juego. Leier se sintió incómodo con esta estricta formalidad, no tenía ganas de dar sus datos, pero se alegró al comprobar que nadie podría ver su datos a excepción del área de la compañía competente.

Tras cumplir con aquella molesta formalidad, Leier abrió el programa y se preparó, poniendo la placa dactilar frente a él y colocándose las gafas. Sintió un extraño alivio al sentir la pequeña punzada de las patillas tras las orejas.

Conectando con Alive

Espere, por favor...

Estaba tumbado sobre la cama del dormitorio, tal como se había desconectado la noche anterior. Aún se apreciaba a su lado la forma del cuerpo de Marcus.

Leon se levantó y salió de la casa por la puerta que daba al pequeño terreno, decidido a realizar las tareas del huerto que no le llevaron mucho tiempo, ya que el día anterior Marcus y él ya se habían ocupado de ello. Tan sólo tuvo que regar ampliamente las zonas de la plantación, que apenas mostraba unas pocas hojas verdes que asomaban de la tierra.

Al rato, tras terminar de dar de comer a los caballos, Leier se refrescó en el bidón de agua y salió de la casa, encaminándose hacia la ciudad bajo un sol abrasador que obligaba a entrecerrar los ojos. De pronto se acordó de Goran y su frase: “Espero que mañana no llueva.” El día anterior no había llovido ni parecía que eso fuera a pesar durante un tiempo. ¡Qué calor! El camino hasta la plaza de Dhorto no le llevaría más de cinco minutos pero cada segundo que pasaba sentía toda su ropa adherirse pegajosamente a su piel. Durante el camino, una extraña criatura de apenas medio metro de altura y de color verdoso apareció corriendo por uno de los lados del camino y se detuvo alerta, observando a Leon con ojos grandes y vidriosos. Tras unos segundos, aquel animal continuó su camino dando veloces saltos. ¡Valla! ¡Que extraño bicho! Pero a pesar de haberse sorprendido gratamente, el chico no se detuvo a ver como se alejaba, ya veía las primeras casas de la ciudad y quería llegar cuanto antes.

Dirigiéndose a la plaza central, Leon pasó por decenas de puertas con carteles a cada cual más extraño: Elaboratorio, Coraza de Cristal (con las dos ces entrelazadas) o Suministros Hojalata eran solo unos pocos. Al pasar frente a una puerta de color naranja cuyo cartel anunciaba “ compra-venta de todo”

, esta se abrió de golpe haciendo un gran estruendo y haciendo tintinear los cristales de la propia tienda.

  • ¡Uuaahhh! - Gritó una voz femenina. Desde el interior de la tienda cayó rodando a los pies de Leon un chica joven. Llevaba un vestido de tela con un cinturón de cuero con pequeños frascos enganchados, y al chocar contra Leon, la falda del vestido dejó a la vista la entrepierna de la chica, tapada con una pequeña tela blanca. Enseguida la chica se volvió a tapar, avergonzada. Alzó la vista y se encontró con el rostro de Leon que la observaba desde arriba.- Lo.. Lo siento – se disculpó frotándose la nuca, donde al parecer se había hecho daño. Mientras Leon le ayudaba a levantarse, otra chica más pequeña y un chico más mayor salieron corriendo por la puerta naranja.

  • ¿ESTÁS BIEN? - Preguntó alarmada la chica joven acercándose. La chica tenía el pelo rosa recogido con una tira desgastada de cuero. Tenía un aspecto infantil.

  • ¡Menuda ostia! Podrías haberte matado – informó innecesariamente el chico que venía con ellas intentado contener una risa. Un pañuelo rojo anudado a su frente escondía su cabello. Tenía la piel más morena que las chicas, como los que viven en la costa. A Leier le recordó a un pescador, con los brazos musculosos de tirar de la caña, la piel morena y la camisa y los pantalones arremangados.

  • Uf.. Si, gracias – dijo mirando a Leon.

  • ¿Te has hecho daño? - Preguntó el chico de pelo azulado.

  • No has sido nada. He tropezado justo al salir – explicó con una sonrisa, algo avergonzada.

-¿Cómo vamos a matar algo así? - Dijo, divertido el chico del pañuelo.

  • No sé si será bueno que valla.

  • ¿Qué dices?- Protestó la más joven.- Somos tres, no te va a pasar nada.

  • Ella se tropieza sola y tu eras muy pequeña. Al final acabaré matando yo al monstruo.

  • ¿Vais a matar un monstruo?- Preguntó finalmente Leon que les observaba curioso. No llevaban ningún tipo de arma o defensa aparte de sus ropas.

  • Hay un hombre en la ciudad que ofrece armar a quienes eliminen al monstruo que ha destrozado su plantación y se dedica a deambular por sus terrenos – explicó la chica.

  • Nos vendrá bien tu ayuda, casi sería como ir yo sólo – dijo el moreno torciendo la mirada hacia arriba.

  • Nosotras somos rápidas y además, no te dejarán hacerlo sólo – se jactó la chica más baja cruzándose de brazos.- Ya has oído que el hombre no va a armar a alguien que valla sólo, sería perder el dinero.

  • ¿Qué dices? ¿Quieres ayudarme?- Preguntó el chico ignorando a las chicas.

  • ¡Nosotras también vamos a ir! No sabrías de este trabajo si no fuera porque te lo hemos contado.

  • Será más fácil si vamos los cuatro – apuntó la chica que había tropezado. Miró a Leon suplicante.

  • De acuerdo, no tenía anda que hacer y me apetecía hacer algo más emocionante que cuidar del huerto y los caballos – confesó Leon.

  • Bien – se alegró el chico.

  • ¿Cuidas de un huerto?

  • Un amigo y yo cuidamos de un pequeño terreno que hay a las afueras. También nos ocupamos de sus caballos – explicó.- Así conseguiremos dinero. Aunque no es muy emocionante.

  • ¿Podrías enseñarnos los caballos algún día? - Preguntó la más joven.

Leon se unió al pequeño grupo y los cuatro cruzaron la ciudad, entrando en una casa enorme, de piedra, construida junto al bosque. Por el camino, Leon descubrió que la chica mayor se llamaba Lana, la más joven Erisa y el chico mayor, Zak. Un hombre de aspecto formal les condujo hasta una sala en la que el hombre de la oferta les explicó los detalles del encargo.

  • ¿Vais a ir los cuatro? - Preguntó extrañado desde la butaca sobre la que se sentaba. La casa entera emanaba riqueza por todos los rincones, seguramente aquel hombre fuera un personaje importante en la ciudad de Dhorto, tendría que comentárselo a Marcus.- No esperaba tener que armar a tanta gente. Bueno, ahí tenéis algunas espadas pequeñas y unos escudos de madera – dijo señalando un gran arcón que estaba junto a la pared.

  • ¿De madera? - Se extrañó molesto Zak.

  • ¿Qué esperabais? No voy a regalar armas de primera calidad a cada uno que se ofrezca a ayudarme. Luego las olvidan o abandonan al huir de allí y me quedo sin ellas. Lo tomáis o lo dejáis. Si conseguís acabar con la criatura traedme una prueba y os compensaré.

Dejando al hombre en su mullida butaca, los cuatro salieron de aquella mansión con las pequeñas espadas y los escudos. Leon examinó su arma mientras caminaba. La empuñadura era de madera y la hoja estaba toscamente forjada. No pesaba mucho y ensayó algunos movimientos cuidando de no dañarse.

Siguiendo las indicaciones del hombre caminaron atravesando el bosque.

  • ¿Conocías a tu amigo fuera del juego? - Le preguntó a Leon la pequeña Erisa mientras caminaba como una funambulista por el tronco de un árbol caído.

  • Nos conocimos poco después de empezar – explicó sonriendo al recordarlo.

  • Lana y yo también. Es muy raro que las personas que se conozcan fuera empiecen coincidiendo en Alive. ¡Dicen que este mundo es enorme! Puede que sea tan grande como la tierra – dijo saltando al suelo.

  • ¿Y Zak?

  • Le encontramos poco después de conocer este encargo. No podíamos enfrentarnos solas a un monstruo que ni siquiera sabíamos cómo sería así que le ofrecimos que se apuntase.

  • No creo que halláis podido hacerlo vosotras solas, soy un caballero y como tal no podía negarme – se ufanó el chico.

  • ¡Quería la mitad de la recompensa para él!

  • Sería lo más justo teniendo en cuenta que soy el más fuerte.

  • ¡Ja! Iremos a partes iguales – sentenció Erissa caminando con paso firme y la cabeza alta. El cabello rosa se movía a un lado y otro, hipnotizando a Leon.

En aquel momento apareció a lo lejos, parcialmente oculto tras los últimos árboles del bosque una casa a cuyos lados se alargaba una valla de madera. Al verla de frente, los cuatro se detuvieron, en silencio, a observar el lamentable paisaje. La puerta de entrada había sido echada abajo, las dós únicas ventanas carecían de cristal alguno y la valla estaba partida y astillada cada pocos metros. Algunas de las pertenencias de los habitantes de aquella casa se encontraban esparcidas por el camino.

  • Vaya...– Se impresionó Lana. La chica dio un par de pasos y se volvió a detener, dudosa.

  • Busquemos a ese bicho y acabemos con él – sentenció Zak apretando el nudo del pañuelo que le cubría el pelo. Tras decir esto, el chico se encaminó, con paso decidido hasta la entrada de la casa. Los demás le siguieron.

Dentro, el panorama era aún más desolador, pero no se entretuvieron inspeccionando el desastre, solo caminaron, sin dejar de estar alerta. De pronto, Leon oyó claramente un gruñido procedente de alguna de las habitaciones cercanas.

-¡Ssshh! - Exclamó ordenando a los demás a detenerse en silencio. Mientras agudizaban el oído, Leon se cubrió instintivamente con el pequeño escudo de madera y cruzó la espada frente a él. Aquella situación le estaba poniendo los pelos de punta, y el gruñido que había oído no ayudaba.

El silencio sepulcral fue roto por lo que parecía ser el sonido de un objeto rodando por el suelo de tablones. Ahora ya sabían que procedía del piso de arriba. Completamente tensos, escucharon un gruñido tan agudo que les heló la sangre. Lana dio un respingó y dejó caer su escudo llevándose la mano a la boca. Afortunadamente, Zak se lanzó a su lado y logró agarrar el escudo antes de que golpeara en el suelo. Otro gruñido. Entonces un objeto estalló contra el suelo y unas pisadas lentas se movieron hacia un lado, y después, los tres comprendieron que aquella criatura esta bajando los escalones, y pronto pasaría frente a la puerta de la sala en la que ellos se encontraban. Lana se aferró al brazo de Zak y todos se arrimaron a la pared, quedando los dos chicos junto a la puerta. Unos segundos después los pasos se acercaron y la figura pasó junto a la puerta de espaldas. Tení la piel blancuzca y llena de cicatrices. Su aspecto no parecía humano pero caminaba a dos patas y sostenía un palo que arrastraba por la pared.

De improvisto, la criatura se paró en seco, dando otro agudo gemido y girando la cabeza hacia atrás.

  • Ahh...- Lana no pudo contener el susto y al oírla, aquel monstruo se lanzó hacia la habitación, pero en aquel momento Zak salió con la espada alargada y le asestó un profundo tajo en un costado.

- ¡¡Gñaaaauggghh!! - La criatura salió despidida hacia atrás y rodó hasta estrellarse contra un pequeño mueble que se tambaleó hasta caer de lado.

Zak corrió hacia el monstruo seguido de Leon. El chico de pelo azul estaba nervioso y algo asustado pero decidió no recular y enfrentarse a aquello igual que hacía Zak. Al fin y al cabo aquello era un juego y no había que temer. Se cubrió con el escudo y alargó la espada, preparado para atacar. La criatura se revolvía en el suelo pero de improvisto se irguió, saltando hacia Zak, que la apartó de un golpe, cayendo frente a Leon.

- ¡Aargghh..! - Chilló el monstruo arañando los tablones del suelo. Leo, sorprendido, trató de apartarse pero antes de que pudiera hacerlo, el monstruo alargó una de la zarpas, rajando la pierna derecha de Leon, que asustado y enfurecido cayó al suelo, e invadido por la adrenalina, alzó con ambas manos la espada y la clavó con fuerza, atravesando la cabeza de la criatura que volvió a gritar antes de morir.

Leon apretó los dientes y se agarró las pierna herida. El pantalón estaba tornándose rojo alrededor de ella. La pierna le dolía y escocía , lo que hizo que empezaran a caerle lágrimas de los ojos.

  • Oohhh... Dios.. Leon te ha herido, aguanta tío – le tranquilizó Zak arrodillándose junto a él. A pesar de todo parecía alarmado. Se quitó el pañuelo rojo de la cabeza y lo ató a la pierna de Leon para cortar la hemorragia.

-¡Aah! - Gritó asustada Lana al entrar en la sala.

  • ¡Leon! ¡Tenemos que llevarle a la ciudad! - Exclamó Erisa.

  • ¡Ya lo sé! - Le contestó el chico alterado. Después se volvió hacia Leon.- ¿Puedes levantarte?

  • Si – contestó con dificultad Leon. Al apoyar el pie en el suelo una punzada de dolor le recorría la pierna, pero las ganas de salir de allí le dieron fuerzas.

  • Vale, Erisa, córtale la cabeza o algo al bicho para llevarlo como prueba – ordenó Zak colocando el brazo de Leon sobre sus hombros.

Aunque aquella orden le enfureció, la joven accedió a cortar de varios golpes una de las garras del monstruo, que sangró una gran cantidad de líquido oscuro. La chica la envolvió con una tela que se encontraba arrugada en un rincón y siguió a los demás fuera de la casa con la garra sujeta a medio metro de distancia. Desprendía un olor fuerte que le hizo arrugar la nariz.

Los cuatro volvieron por el camino, con Leon apoyado en los hombros de Zak, hasta la mansión del dueño, que al comprobar el éxito de la misión se mostró complacido y ofreció los servicios de unos de sus mayordomos para tratar las heridas de Leon.

Pocas horas después, los cuatro salieron de allí con dos sacos de monedas, no muy grandes, pero suficiente para hacerles sonreír. Además, el hombre les había permitido conservar las armas, por lo que caminaron hasta la casa en la que trabajaba Leon con las espadas y los escudos, llamando la atención de cuantos se cruzaban con ellos.

Una vez estuvieron dentro de la casa, el chico de pelo azulado se sentó en una de las sillas de la sala central.

  • Creo que ha sido suficiente por hoy.

  • Si, repartamos el dinero – dijo Zak lanzando uno de los sacos a Erisa. El otro saco lo abrió y lo volcó sobre la mesa, separando las monedas en dos montones iguales.- Un saco para vosotras y este a medias entre Leon y yo – dijo sin mirar a la chica.

  • ¿Te vas a desconectar? - Le preguntó Lana a Leon.

  • Si, ha sido mucho movimiento por hoy - dijo con una sonrisa aguantando una punzada en la pierna.

  • Espero que nos volvamos a ver, podríamos volver a necesitar tu ayuda. Me has caído bien – Dijo Erisa sonriendo. Le tendió la mano y se la estrecharon.

  • Mejórate, tío. Has estado de puta madre – dijo Zak. Leon se había dado cuenta de el pañuelo del chico seguía llevándole él, y comprobó que el cabello corto de Zak era negro, salvo por un mechón puntiagudo y blanco a un lado de la cabeza. Se acercó hasta leon y le estrechó la mano con fuerza, como lo hacían los amigos de verdad, pensó Leon.

Tras despedirse, las dos chicas y el chico salieron de la casa, quedando Leon solo, que esperó unos segundos antes de decidir desconectarse. Pero en aquel momento, un ruido en el dormitorio le hizo voltearse alarmado, encontrándose con Marcus, que acababa de aparecer. Al verle, el rubio abrió los ojos de par en par.

  • ¡Leon! ¿Qué te ha pasado? - Preguntó asustado. En aquel momento Leon se dió cuenta de que no parecía tan duro como el día anterior.

  • Ha sido una pelea, he matado un monstruo – explicó. No se le ocurría ninguna forma mejor de contarlo.

  • ¡Un monstruo! ¿Pero cómo has luchado? ¿Cuándo ha sido?

Leon le explicó pacientemente a su amigo con todo detalle todo lo ocurrido. Marcus se sorprendió al descubrir la espada y el escudo y le interrogó sobre la criatura y los otros aventureros que lñe habían acompañado.

  • Son simpáticos. Creo que han prometido pasarse por aquí así que te los acabarás encontrando.. ¡Ah! - Protestó Leon cuando Marcus vertió agua en su herida de la pierna. Estaban en la sala central y el rubio había traído un jarrón de barro con agua desde el establo y le había quitado el vendaje a Leon para limpiar la herida, que aún sangraba.

  • Está todo con sangre, ni siquiera se ve la herida – se defendió Marcus.

  • ¿No dijiste ayer que no vendrías hoy? - Preguntó Leon recordando las palabras de su amigo.

  • Si, pero tenía un rato libre y me pregunté si estarías con lo del huerto o los caballos.

  • Lo he hecho esta mañana.

Marcus alzó la vista hacia su amigo con expresión de sorpresa, lo que le hizo reir con ganas.

-Bueno, no soy médico así que yo creo que esto ya no puede estar más limpio – sentenció dejando la pierna de Leon en el suelo. Después volvió a atar el pañuelo rojo de Zak.

  • Gracias.

  • No hay de qué.

  • Marcus.

-Qué..- El rubio alzó la vista tras apretar el nudo. Leon le miraba sonriente. Parecía feliz. Supuso que le había agradado que se preocupara por él. Verdaderamente, y a pesar de haber tenido sus dudas sobre lo del día anterior, Marcus no pudo evitar sentir que Leon le atraía. ¿Cómo podía ser?

Igual que había pensado Leier, Marcus decidió que siendo un juego en que nadie sabría de aquello si él no quería, no le importaría volver a besarle, ni le importaría aceptar que le gustaba. Ahora Leon le miraba a los ojos, y tras unos segundos de silencio se arrimó lentamente hasta juntar sus labios. Cuando terminó el beso, Leon volvió a apoyar su espalda en la silla y Marcus se levantó, sonriendo. El rubio se apoyó en la pared, mirando a su amigo con los brazos cruzados, y Leon observó como sus brazos musculosos se entrelazaban sobre la camisa de algodón ajustada.

  • Me gustas – dijo Marcus.- Creo que me gustas – Repitió, haciendo sonreír a Leon. Este le miró desde la silla.

  • ¿Si? - Al chico de pelo azulado no se le ocurrió otra cosa que contestar.

  • Si, y no es normal, ¿sabes? - Comentó cruzado de brazos sin quitarle ojo de encima.

  • Nunca te había atraído un tío, supongo – dijo Leon. Tras ver asentir a su amigo, volvió a hablar:- A mi tampoco – dijo bajando la mirada hacia su herida.

Marcus separó su espalda de la pared y se volvió a acercar hasta la silla, instando a su amigo a que se pusiera en pie y empujándole por la cintura con suavidad hacia la mesa, hasta que éste se sentó, mirándole a los ojos.

  • Tú también me gustas – le dijo.

El rubio, sin decir nada, acarició con una de sus manos el cabello azul de Leon. Cuando cerró los ojos, Marcus le volvió a besar. Esta vez fue un morreo, como los que se daban los chicos y las chicas en el instituto despertando la indiferencia de Leon. Mientras duraba aquel beso, Marcus tumbó a su amigo sobre la mesa, besando ahora su oreja derecha, su cuello...

  • Para, Marcus – pidió Leon tímidamente,

  • No puedo – contestó el rubio si alzar la cabeza. Continuaba besando su cuello y ahora desbotonaba su camisa.

Al sentir la lengua de su amigo recorrer sus pezones, Leon cerró los ojos y disfrutó, mientras acariciaba el pelo corto de Marcus. Bajando aún más, el chico desabotonó el último botón de la camisa y la abrió hacia los lados, dejando el torso de Leon desnudo, y lo cubrió de besos, llegando a hacerle cosquillas que le hicieron reír y retorcerse.

  • ¡Para! – Volvió a pedir, entre risas.

-No.

Tras esto, Marcus desanudó el pantalón de su amigo y empezó a bajarlo, descubriendo el enorme bulto que había crecido bajo la tela protectora de la entrepierna. Una parte de los huevos sobresalía de la tela y el rubio se acercó a besarla, acallando las risas de Leon. Beso cada rincón del bulto, haciendo que la poya de su amigo creciera tanto que parecía luchar por liberarse.

El rubio envolvió con sus masos el gran paquete y tras unos segundos en que sintió lo caliente y dura que estaba, decidió desanudar la tela, dejando que la poya saltara como si de un resorte se tratara. Un instante después se introdujo la poya erecta en la boca. Lamió los huevos de Leon, que estaban cubiertos de pequeños pelos azules, y Leon había empezado a jadear con cada chupetón de su amigo. Mientras duraba la mamada, Leon vio como Marcus se bajaba el pantalón y se pajeaba, sin dejar de chuparle la poya.

  • Mmmm... - Gimió Leon cerrando los ojos de placer.

En aquel momento, Leon sintió como le levantaban las piernas y la lengua de Marcus lamía ahora el espacio que había entre sus huevos y su culo, asustándole un poco. Pero no dijo nada, simplemente se dejó llevar, disfrutando cada vez más de aquel acto. Sentía la lengua de Marcus arriba y abajo, desde su poya hasta los huevos, bajando un poco más, hasta que de pronto sintió cómo la lengua bajaba hasta su culo, lamiendo su agujero lentamente, cubriendolo de caliente saliba.

-Aaahh..- Exclamó intentando erguirse. Pero Marcus le subió aún más de las piernas, impidiendo que se levantara y siguiendo con su lengua, desde la poya hasta el culo.

Marcus estaba disfrutando. Casi no se lo podía creer, pero estaba pasando, y le gustaba. Estaban los dos muy cachondos. Leon se agarraba con fuerza a los lados de la mesa, y Marcus no pudo soportarlo más.

  • N.. no.. No lo hagas – Dijo asustado Leon al notar la dura punta de la poya en contacto con su agujero. Marcus la había acercado pero aún no había empezado a empujar.

  • No te haré daño – le tranquilizó Marcus.- Lo haré despacio.

Tras esto y sin dejar tiempo a que Leon respondiese, Marcus empezó a empujar con suavidad mientras continuaba pajeando a su amigo. ¡Tenía unas ganas de metérsela! Estaba excitado, pero no quería hacer daño a Leon, que le miraba con ojos de preocupación. Poco a poco, Marcus fue empujando pacientemente hasta que Leon empezó a sentir como la poya de su amigo se iba adentrando.

-Ah...

  • Sshh... No te preocupes, Leon – logró decir Marcus mientras se contenía de embestir al chico.

Lentamente, la poya del rubio fue entrando hasta que sus huevos tocaron el culo de Leon, entonces Marcus la sacó prácticamente del todo para volver a empujar.

  • Aaaahhh.... - Gimió el chico de pelo rubio.

  • Aaahh.. Aaahh.. - Gimió también Leon.

Desde aquel momento, Marcus se desató, acelerando su movimiento de cintura, hacia delante y hacia atrás. Leon sentía la enorme poya de su amigo entrando hasta el fondo. Ya había dejado de sentir dolor, y solo notaba placer, un placer mayor que cuando se la había chupado. Miró a su amigo y vio su rostro sudoroso, con cara de placer y los ojos cerrados. Los brazos que sujetaban las piernas de Leon en alto estaban hinchados, y las venas se notaban fácilmente. Notaba como los huevos de Marcus chocaban contra su culo en cada embestido, lo que le estaba volviendo loco.

  • ¡Aaaahhh!

  • ¡Aah!

  • Sigue – pidió Leon apoyando su nuca contra la mesa.

  • ¿Si?

  • Si, sigue.

-¿Más rápido? - Preguntó el rubio con voz lasciva.

  • ¡Aaah! Si... ¡Aah!

Al acelerar sus embestidas, Marcus sentía más y más cerca el orgasmo, y notaba que se iba a correr cuando Leon gritó, eyaculando con fuerza sobre su propio ombligo, llegando incluso a salpicar sus pectorales. El liquido era blanco y espeso y cayó resbalando por el costado derecho de su cuerpo. Al verlo, Marcus no pudo aguantar y aceleró aún más, arrancando un pequeño gemido con cada empuje. Al correrse, el rubio apretó los dientes, en silencio, conteniendo un grito mientras su poya inundaba a Leon. Este sintió el líquido dentro de él mientras veía el rostro rojo y contraído de Marcus.