Aline: Recuerdos de una tarde de pasión
Aline se masturba en la ducha, recordando lo que acababa de vivir con su novio.
El agua tibia de la regadera caía plácidamente sobre mi cuerpo desnudo. Sentía con gran placer las gotas que caían sobre mis pezones erectos, deslizándose hasta mi entrepierna, el sitio más templado de todo mi cuerpo. Una gota de agua había ido a parar a ese botoncito mágico que tengo en la parte superior de mi vulva, aquel que tanto me había hecho gozar a lo largo de mi corta, pero muy activa, vida sexual. Así fue que con una sonrisa en mis labios metí mi cabeza debajo del chorro de agua de la ducha, dejando que mis lindos y rubios cabellos se mojaran al igual que el resto de mi cuerpo, y con mis manos empecé a esparcir aquel líquido calientito por toda mi bella y sensual figura. Y estuve unos segundos masajeando mis senos, redondos y firmes, no muy grandes pero tampoco demasiado pequeños, sencillamente el tamaño y la textura que enloquece a mi novio Luis Esteban. Por supuesto, Pedro, mi otro novio, también los adora, pero esta vez he recordado al primero porque acababa de estar con él. Recién me había dejado en mi casa, después de una deliciosa y extenuante sesión sexual en la suya, aprovechando que sus padres y hermanos habían salido de viaje, dejando el hogar para él solito. Cómo me hubiera encantado○ quedarme todos esos días con él en su casa, no haciendo más que coger, comer y dormir, pero mis padres no me dejan jamás pasar la noche fuera de casa, ni siquiera con mis amigas, por lo cual tuvimos que conformarnos con pasar un par de horas por la tarde, antes de que anocheciera. Además, quedarme todo el tiempo al lado de Luis Esteban significaría no poder dedicarle tiempo a mi Pedrito, y Dios sabe que también me fascina pasar el tiempo con mi sexy morenito.
Mientras me acariciaba las tetas, recordaba a Luis Esteban jugando con ellas. Literalmente podía pasarse horas chupándolas y masajeándolas. Lo que más disfrutaba era devorarlas mientras me penetraba, ya sea teniéndome encima de él, montándolo, o él sobre de mí, levantando mis piernas y embistiéndome con violencia, con su cara clavada en mis pechos, lamiendo y mordiendo con suavidad. En esos momentos yo gemía como una loca y no paraba de pedirle que me siguiera dando.
Y recordando todos estos momentos tan placenteros, estando en la ducha, empecé a ponerme cachonda. Me llevé una mano a mi perfectamente depilada conchita, y la sentí completamente húmeda, llenando mis dedos de fluido vaginal. Introduje el dedo medio de mi mano diestra en mi vulva, abriendo mis labios vaginales con mis dos deditos índice y anular, para así fácilmente poder frotar mi pequeño y rosado clítoris con mi pulgar. Tuve que morderme los labios para evitar soltar un grito de esos que suelo pegar cada vez que mi coño se ve estimulado de cualquier manera, ya que en la casa podrían escucharme mis padres, o alguno de mis hermanos, que no quiero ni imaginar lo que dirían o lo que harían si vieran lo que estaba haciendo, ellos que me creen tan buena niña, jijiji.
Y masturbándome de esta manera, cerré los ojos, y jadeando entre susurros, recordé el momento tan delicioso que acababa de pasar en compañía de mi querido Luisito. Yo había pedido permiso a mis papás para salir por la tarde, pretextando que tenía que juntarme con mis compañeros del colegio para hacer un trabajo. Por supuesto ya me había puesto de acuerdo con mi amiga Cristal de que si la llamaban les dijera que efectivamente nos reuniríamos en su casa para hacer el trabajo.
- No regreses muy tarde, Aline –me había dicho mi papá. Recuerda que mañana hay que ir a la escuela.
-
- ¡Ay, papi, pero es que el trabajo es muy largo! –le había contestado yo, viendo si con eso lograba que me dejara más tiempo para poder seguir con mi novio (obviamente eso era a lo que yo me refería cuando dije “trabajo largo”.
- ¡No importa, terminas lo que te haga falta aquí en la casa! ¡No es correcto que una señorita esté fuera de casa a altas horas de la noche!
Lo importante era que me habían dado el permiso, y poco tiempo después Luis me esperaba en la puerta de mi casa. Para mis padres, Luis Esteban era tan sólo un amigo, compañero de la escuela, y no tenían la menor idea de nuestro noviazgo. Tampoco sabían de lo mío con Pedro (a ese ni siquiera lo conocían), yo no quería que se enteraran de que tenía alguna relación con nadie, pues con lo celoso y conservador que es mi padre, seguro que hasta me lo prohibía.
Llegamos a la casa de mi novio, y este había ordenado una pizza para que comiéramos. En poco tiempo ya estábamos satisfechos de comida, pues de lo que teníamos hambre era de otra cosa.
- No sabes las ganas que tenía de estar contigo, hermosa –me dijo Luis Esteban, levantándose de la mesa y, acercándose a mí, me tomó de las manos y me hizo pararme de mi silla, sólo para abrazarme fuertemente de la cintura y juntar su boca con la mía. Nuestros labios se fundieron apasionadamente, con nuestras lenguas jugueteando sin descanso.
- No tenemos mucho tiempo, mi amor –le dije, sintiendo que mi vagina comenzaba a lubricar, gracias al besuqueo tan delicioso que acabábamos de darnos. –Será mejor que lo aprovechemos. –Y al tiempo que le decía esto, llevé mi mano a su entrepierna, pudiendo sentir su verga durísima, aquella que me había hecho gozar tanto en otras ocasiones.
- Vamos pues a mi cuarto, preciosa, no puedo esperar para comerte, bebé. ¡mmm, qué rica estás, mamacita! –Y sin dejar de abrazarme me apretó las nalgas fuertemente con sus manazas. Yo ya estaba completamente excitada y lista para que me hiciera suya.
- No, bebé, ¿Por qué no lo intentamos en la sala esta vez?
- ¿Estás segura?
- Sí, amor. Es que si vamos a tu cuarto luego ya no voy a querer levantarme de la cama, y mi papá me mata si no regreso a la hora que me dijo.
- Me parece muy bien, chiquita, aprovechemos que nadie llegará a interrumpirnos
Y con picardía me zafé de sus brazos, y con una risa traviesa me fui corriendo a la sala, sólo para lanzarme al sofá más grande, con mis brazos extendidos hacia mi novio. Luis se me acercó rápidamente, acostándose también en el sofá, quedando encima de mí. Empezó a besar mi cuello, pasando sus fuertes manos por todo mi cuerpo. Yo comencé a jadear. Sentir su cuerpo encima del mío me estaba poniendo al límite, especialmente al sentir sus besos y caricias. Él besó mis pechos por encima de la blusa, antes de hacerme sentar en el sofá, para así poder quitarme más fácilmente mi prenda superior. Y mientras la arrojaba al suelo, yo me quité el sostén, dejando mis hermosas tetas al descubierto, justo frente a la cara de mi sexy Luisito. Y él, fiel a su costumbre, se abalanzó sobre mis pechos, lamiéndolos con lujuria. Mientras me dejaba devorar los senos con aquel frenesí, empecé a desabotonar la camisa que llevaba puesta, ahora sus pectorales atléticos que tanto me calientan de tan solo pensarlos, estaban a mi disposición. Era mi turno de portarme salvaje, así que me lancé sobre él, volviendo a quedar acostados en el sillón de su sala, sólo que esta vez era yo la que estaba encima. Y después empecé a besuquear, empezando por sus labios, fui bajando lentamente, primero por su cuello, hasta bajar a su pecho, para seguir descendiendo, hasta el vientre, donde más abajo me encontré con el obstáculo que eran sus pantalones, los cuales desabroché sin titubear, para deslizarlos por sus piernas hasta deshacerme de ellos. Los zapatos nos los habíamos quitado los dos desde antes de tirarnos al sofá. Ahora mi novio estaba acostado sin llevar nada más que sus boxers, los cuales daban un aspecto de carpa de circo, ya que su polla estaba totalmente erecta, apuntando hacia el techo. Él mismo se liberó de la última prenda que le quedaba, y al contemplar su gran verga, lo miré a los ojos con lujuria y sonriendo tomé su miembro con mi mano y empecé a pajearlo.
- ¡Oh, Aline, mi amor! ¡me encanta cómo me la jalas, sigue, por favor, mmm!
Pero no le hice caso, pues me levanté del sillón, y volviendo la espalda a mi chico comencé a bajarme el pantalón pescador que llevaba puesto, con todo y mi tanguita, para que así mi amorcito pudiera contemplar mi lindo trasero, el cual nalgueó levemente en cuanto quedó al descubierto, pasando después su mano por mis dos nalgas. Y luego de decirme cuánto le gustaban, me tomó de la cadera para tenerme más cerca de él. Después pasó una mano por debajo de mi entrepierna, comenzando a acariciar mi húmeda y depilada rajita. Sus dedos se empaparon de inmediato con mis jugos vaginales, y con la lubricación que eso ocasionó, siguió masajeándome con mayor intensidad, abriendo mis labios vaginales y jugando con mi clítoris. Yo mientras tanto había escupido en mi mano, para después volverme a apoderar de su miembro, masturbándolo con la misma intensidad con la que él se ocupaba de mi coñito. Él gritó con fuerza al sentir mi mano en su hombría, que se deslizaba con facilidad gracias a la saliva. Sentir su rica polla en mi mano, y verla cómo brillaba por la lubricación, me hizo desear chupársela. Así que me volví a poner encima de él, pero esta vez poniendo mi vagina en su cara, para que él también tuviera la oportunidad de lamerme. Ya con su verga frente a mi cara, me la metí a la boca de un solo golpe, subiendo y bajando por todo ese tronco que me fascinaba. Luis a su vez, con sus manos apoyadas en mis nalguitas, besaba y lamía mi vulva, con movimientos circulares, y después de arriba hacia abajo. Estuvimos así un buen rato, hasta que, mientras yo chupaba y frotaba su pene, él comenzó a penetrarme con su lengua. En ese momento tuve que soltar su verga, pues la manera como me estaba follando con su lengua, me impidió concentrarme en otra cosa que no fuera gemir desesperadamente. Pero cuando dejó de penetrarme para concentrarse en succionar mi clítoris, sentí que estaba a punto de llegar al orgasmo, y, efectivamente, unos instantes después lancé un grito desgarrador mientras la cara de mi novio quedaba completamente cubierta con mis fluidos. Me separé de mi chico, y colocándome al otro lado del sillón, me puse de perrito, abriendo mi vagina con mis dedos.
- ¡Métemela ya, papito! –Exclamé al borde de la excitación. ¡No aguanto más!
Mi novio, muy obediente, se me acercó. Y arrodillándose detrás de mí, me sujetó de la cadera y acomodó su miembro en la entrada de mi rajita, para después irlo introduciendo lentamente, hasta llegar al fondo.
Y mientras recordaba todo esto, yo continuaba bajo el agua templada de la regadera, esta vez masturbándome con mayor intensidad. Acariciaba mis tetas con una mano, mientras que con la otra jugaba con mi conchita. Dos de mis dedos entraban y salían con destreza, imaginando que estos eran la polla de Luis Esteban, quien hace unas horas me había cogido tan rico. Podía volverlo a sentir acariciando mis glúteos mientras su polla entraba y salía de mí, en esa posición que es una de mis favoritas.
- ¡Ay, sí, Luisito, mi amor, cógeme más! ¡Así, papito, uff, me encanta! ¡ah! ¡ah! ¡aaaaahhhh!
- ¡Qué rico se siente tu panochita, nena! ¡oooohhhhh!
Después de un rato cambiamos de posición. Ahora estaba yo acostada boca arriba, con él encima de mí. Con mis piernas me apoderé de su cadera, mientras él volvía a poner su verga dentro de mi panocha. Y con ayuda de mis dos piernas, que tenían a mi novio bien sujeto, lo acercaba y alejaba de mí, sintiendo que su exquisito miembro electrizaba todo mi interior. El bajó su cuerpo hacia mí, lamiendo mis senos y succionando mis pezones.
- ¡Qué delicia, papacito, tú sí que sabes cómo me gusta! ¡Ay sí, cógeme más! ¡oooohhhhh!
Luis Esteban no contestaba nada. Estaba muy ocupado en penetrarme y devorarse mis tetas. Después de un rato las dejó tranquilas, para pegar su cara con la mía y besar mi boca con pasión. En poco tiempo pude ver en sus ojos una expresión que conozco bastante bien: aquella que indicaba que estaba a punto de culminar. Y unos segundos más tarde pude verlo sacar su verga de mí, tan sólo para lanzar una gran carga de esperma sobre mi vientre. Y sintiendo esa rica descarga de leche calientita sobre mi piel, contemplé a mi novio que se acomodaba a mi lado, y acurrucados los dos pusimos cada uno las manos en las mejillas del otro, besándonos durante varios minutos.
- ¿En verdad te tienes que ir, princesa?
- Lamentablemente sí, chiquito, si no luego mis padres me castigan y ahora sí no tendría oportunidad de volver a estar contigo.
- Diles que te dejen quedarte a dormir, que el trabajo se alargó más de lo esperado. Si me das unos minutos, podemos comenzar de nuevo. Podríamos intentarlo ahora en la cocina, o en la mesa del comedor, donde tú prefieras mi amor.
La propuesta de mi novio era irresistible, pero sabía que era imposible. Dentro de poco tiempo tenía que estar de vuelta en mi casa. Aún así Luis Esteban logró convencerme de llamar por teléfono para pedir permiso. No me lo concedieron, mi padre es un hombre muy testarudo. Así que con resignación mi novio y yo volvimos a vestirnos, emprendiendo el camino de regreso a mi hogar, donde al llegar entré de inmediato a la ducha. Ya en esta, al final yo había terminado tirada en el suelo, masturbándome con violencia y tapándome la boca para que nadie de mi familia escuchara mis gritos. Y después de un delicioso orgasmo, ya liberada de la tensión sexual, me dispuse a asear mi cuerpo de la manera tradicional.
- ¿Por qué siempre tienes que tardarte tanto cuando te metes a bañar? –me preguntó mi hermanito Rigo al verme salir del baño. Al parecer tenía rato esperando para entrar.
- ¿Qué sabes tú de las necesidades de las mujeres, escuincle? –fue lo único que se me antojó contestarle, antes de dirigirme a mi habitación, donde esa noche estaba segura de que dormiría plácidamente, probablemente hasta soñando con alguno de mis novios… o quizá con alguno de mis amigos especiales.