Alina

Alina es una belleza báltica, ojos oceánicos, cabello de tan rubio casi blanco..pasando la llave la encierra en un cuarto, su cuarto... ¿Qué va a hacerme? ¿Cómo va a castigarme?... Severamente, Alina, severamente. – Dice saboreando las sílabas...

Alina.

A Alina, primero todo le sorprendía, todo le extrañaba: ella no sabía nada de éste mundo. Ahora incluso le gusta. Trabaja sólo los fines de semana, cuarenta y ocho horas seguidas, pero no es pesado y está bien pagado. Es un trabajo del cual no puede hablar, pero mejor, a nadie le interesa. Ya sabe quién debe rumorear sobre ella, pero le da igual lo que piensen, sabe que no hace nada malo.

El sábado, temprano, llega a la casa con su viejo ford fiesta. La puerta del patio se abre automáticamente y Bronco viene a saludarla abriendo la boca en una sonrisa negra, con la lengua caída roja sangre. Le acompaña moviendo el rabo y lamiendo sus manos hasta la puerta entreabierta de la casa. Él se ha duchado y le espera con el batín. Es un hombre de más de cincuenta años, distinguido, todavía apuesto, muy serio, cejas pobladas en rostro enjuto, dos líneas verticales a los lados de las mejillas a la boca, ojos pequeños y vivaces, largo cuello y larga figura. Tiene dinero, es, al parecer, procurador de los tribunales en la capital.

Alina pasa al cuarto del servicio y comienza el teatro metódicamente preparado. Se viste con el almidonado traje de mucama que reposa sobre el lecho. Se presenta ante él. Alina es una belleza báltica, ojos oceánicos, cabello de tan rubio casi blanco, rostro de rasgos duros, pronunciados, cuerpo de bailarina, piernas de bailarina envueltas en medias oscuras de costura, pies pequeños en zapatos de tacón. Falda corta plisada y un pequeño delantal blanco ridículo, de escasa utilidad, ribeteado de bordados, atado tras su cintura y subiendo hasta su pecho quizá pensado solamente para resaltar más sus volúmenes. Tiene una extraña mirada que parece perderse por paisajes inmensos y que a veces se enturbia por una severidad rencorosa, desconocido su origen, como si una sombra del pasado la turbara, algo sucedido que duele recordarse.

Es así, misteriosa y callada, tan callada que parece muda, sabe hablar poco castellano y además cumple su papel, no necesita hablar más de lo necesario.

  • Los cuartos – dice él sin prestarle atención.

Y limpia los cuartos, no hay mucho que limpiar pues la casa ya está reluciente, pero se entretiene bastante pasando el plumerito por los muebles antiguos que deben valer un ojo de la cara.

Cuando termina, se planta ante él, las manos en los costados, la cabeza gacha, como marca el guión. No dice nada, espera largo rato mientras el procurador repasa folios grapados que va tirando sobre la mesa. De pronto, parece percatarse de su presencia y le dice:

  • Los zapatos. Debo irme.

Y sube la escalera de mármol y en el cuarto ropero elige los zapatos que a él le gusta llevar los sábados por la mañana, ordenadamente colocados dentro de su caja y se los presenta para ver si son de su gusto, pero a él hoy ésos no le apetecen, quiere los de color rojo carruaje, los viejos que de gastados le resultan más cómodos y debe volver a buscarlos.

Se los pone después de colocarle los calcetines de lycra enfundando sus grandes pies pálidos, pero están algo sucios y se esmera en limpiar el cuero con una gamuza engrasada, friega que te friega sacando lustre. Cuando los considera limpios le mira con ojos inquisitivos si ya están bien. Él asiente y corre a pasos cortitos en busca de su bastón – cojea por un accidente-.

Antes de irse, pasando la llave la encierra en un cuarto, su cuarto, ese cuarto sin ventana, el de servicio, con su estrecha cama de hierro, su baúl, su armario empotrado con puertas de espejo en los que puede verse así, disfrazada, actriz de éste teatro extraño. Tiene tiempo para descansar, se adormece con un sueño liviano y turbador. Casi sin darse cuenta despierta fregándose contra las sábanas, mete sus manos bajo su cuerpo buscando entre los pliegues de la ropa su sexo escondido. Silenciosamente, el placer la embriaga y un orgasmo tímido la libera y vuelve a dormirse.

Las horas las marcan las tripas, despierta hambrienta y parece que él no ha regresado. Comprueba la puerta cerrada. Se siente presa, pero le pagan bien sus horas de prisión. Es como un trabajo, se responde. Tiempo por dinero.

Cuando él abre la puerta, huele a comida. No le dice nada, ya sabe lo que debe hacer.

En la cocina, efectivamente, la comida ya está hecha y caliente, es un misterio, todas las semanas igual. La sirve en una bandeja, primero la bebida, un buen vino y una jarra de agua helada. El está al fondo de una larga mesa en el comedor clásico, bajo la lámpara de araña de cientos de cristales tallados. Cuando ha acabado de servir la mesa, se espera a la entrada de la estancia, las manos en los costados, agachada la cabeza.

Por un momento, el hombre la observa y le sonríe. Es una sonrisa incompleta, queda como una mueca grotesca en su constante semblante serio.

  • Acércate – Le dice.

Y ella avanza con pasos cortitos sobre sus incómodos zapatos de tacón. Él Observa su belleza salvaje, salvaje a pesar de todos los refinamientos, belleza que escapa emanando de cada forma, de cada gesto, de cada movimiento. Ella mira al suelo como si realmente hubiera algo que le interesara notoriamente. Una baldosa encerada, brillante, la pata torneada de la mesa ascendiendo curva y biselada.

  • Enciende el televisor y el Dvd.

Y ella lo hace ordenadamente, aplicada.

  • Enciende el reproductor, vamos a ver esto.

Él ya ha acabado de comer, se levanta y desparrama sobre el sofá, los pies sobre la mesita. No es lo normal, no ha tomado fruta ni café, no se ha fumado el purito ni ha pedido güisqui. No sabe si sugerírselo, pero él intuye su indecisión y le dice:

  • Espérate y mira.

Y en la pantalla jaspeada de blanco y gris aparece de pronto su cuarto, la puerta se abre, entra ella y se escucha cómo la llave da vueltas en la cerradura. El procurador aprieta el avance rápido, y aunque sea avance rápido parece que todavía vaya lento; van pasando los minutos, ella se mueve un poco por la estancia, mira la ropa, la puerta, se sienta en el baúl, se levanta, se vuelve a sentar en la cama, se tumba, se levanta, se mira en el espejo, justo a la cámara sin saberlo, se mira la piel de la cara, se sienta, luego se tumba y pasa un buen rato. Entre sueños, sus movimientos se vuelven extraños, no tiene sábanas y no ha podido taparse, tampoco se ha desnudado no fuera que volviera él. Para el avance rápido, ahí está ella, las dos manos bajo su cuerpo cara para abajo, el pelo rubio derramado, la boca entreabierta, los labios húmedos, solo una ralla se ve de sus ojos blancos, mirando un cielo tras los párpados.

  • Es evidente que te estás masturbando. ¿Qué tienes que decir al respecto?

Pero ella no sabe qué decir y no pronuncia nada.

  • Esto sí que no me lo esperaba, a decir verdad. No me imaginaba que fueras capaz de hacer esto. – Le dice con voz severa, recriminando.

  • Yo no pensaba… - Y se interrumpe.

  • No pensabas qué. ¿No pensabas que había una cámara vigilándote? ¿No pensabas eso?

  • Sí…

  • ¿Y eso es motivo, el pensar que nadie te veía, para hacer lo que has hecho?

  • No…

  • Me has disgustado, Alina, me has disgustado y me has decepcionado – Dice tajante, sentencioso. No me lo esperaba.

  • No sabía que podía disgustarle de ésta manera.- Responde ella en un susurro.

  • Tú misma, con tus actos, justificas que yo tenga que vigilarte así, mediante cámaras ocultas, encerrándote cuando me ausento. No eres de fiar…

  • Oh, no, señor, eso no es cierto – Pero su voz suena teatrera, hace enfadar al dueño de la casa.

  • Voy a verme obligado de prescindir de tus servicios. Me resulta triste, porque me esperaba más de usted, creía haber encontrado una sirvienta camino de la perfección, solo le faltaba a usted pulir algunos detalles, pero esto es inadmisible. No lo puedo tolerar, ¿me entiende?

  • Discúlpeme.

  • No valen disculpas.

  • Discúlpeme, se lo ruego.

  • Recoja sus cosas y márchese.

Lo dice con tanta severidad y firmeza, con un gran poso de ira y dolor, que Alina se gira entristecida de cara a la puerta, mirando el suelo, mirando la puerta, pensando en la calle fría, pensando en lo que es peor, el paro. Camina dos pasos lentamente, pero titubea y se gira.

  • Por favorr.

El ha puesto la tele, sale un reportaje de pingüinos vadeando un río entre ñús y cocodrilos. Aparentas que le interesa y no responde.

  • Por favorr, perdóneme.

Dos cocodrilos se disputan un pingüino.

  • ¿Qué puedo hacer parra que me perdone? No era consciente del disgusto que le provocaba.

  • Váyase.

  • Por favorr, no volveré a hacerlo, harré siempre lo que usted quierra.

  • Eso no es suficiente.

  • ¿Qué quierre entonces? Pídamelo y yo lo haré. Lo que sea.

  • No es suficiente.

Ella duda, solloza, le mira a los ojos como pocas veces, para implorarle. Susurra:

  • He reconocido mi error, me arrepiento, le pido disculpas, le digo que nunca más voy a volver a hacerlo. ¿No es suficiente para poder seguir sirviéndole?

  • Ya le he dicho antes que no. Reconocer las culpas y arrepentirse no es pagar las culpas. Cuando se hace algo que no está bien, hay que pagarlo. Así ha de ir el mundo, ¿me entiende? Eso es la justicia. Yo no sé cómo debe ser en tu país. No puede haber delito sin castigo, al menos en ésta casa, éstas son las normas. Lo toma o lo deja.

  • ¿Quierre decir que debo recibir castigo por lo que he hecho? ¿Es eso? ¿Es eso lo que quiere?

  • Ay Alina, - Dice apesadumbrado- Eres ignorante y no entiendes. Lo que yo no quiero es castigarte. ¿Acaso crees que es eso lo que busco?

  • Yo…

  • ¿Crees que puedo yo disfrutar castigándote? Estás muy equivocada. No disfrutaría lo más mínimo. Pero es un deber. Los deberes se cumple, Alina, pareces no saberlo.

Cae un silencio viscoso que ensucia la sala. Un momento de calma tensa. Con voz de acceder ella responde.

  • ¿Qué quiere hacerme?

Él está indignado. Ella corrige:

  • ¿Qué va a hacerme? ¿Cómo va a castigarme?

  • Severamente, Alina, severamente. – Dice saboreando las sílabas. Por un momento, se descubre en su rictus un amago de sádico placer.

  • Vuelva a su cuarto mientras decido qué se merece.

Viene la segunda parte del teatro, la culminación de la parodia. Ella espera en su cuarto, sabe qué va a suceder. Un escalofrío recorre su médula. Todo por dinero, todo por dinero, se repite. No quiere reconocer que le está pillando gusto.

de: amoresatados blogspot