Alimentando a las tortugas

Otra experiencia real sucedida con dos pescadores en las bellas costas de Oaxaca, México.

Alimentando a las tortugas.

Este relato también se pudo haber titulado como una vieja película mexicana… La Mujer del Puerto, que vende amor a los hombres que vienen del mar…, de 1933 con Andrea Palma.

Bueno, a lo que te truje…Resulta que el primero de enero de 2000 nos fuimos mis papás, dos de mis hermanos con sus respectivas familias, y mi pareja y yo con dos hijas de crianza que teníamos en un viaje por el sur mexicano que duraría casi un mes para seguir festejando la llegada del nuevo milenio.

Empezamos por Puebla para luego dirigirnos a Oaxaca, ah… Oaxaca, gran estado de nuestro amado México, por si sólo, ese estado es una mezcla exquisita de sabores, olores, sensaciones y sorpresas. Estado que sintetiza el encanto de este México mágico, uno se pierde entre el embrujo de moles, escamoles, tamales o el mismísimo mezcal (aguardiente que proviene del agave, originario de esa tierra) en sus anforitas de barro negro. Reina en el ambiente un sabor sacro mezclado con fiesta, resultando en algo místico y profano. De la montaña a la costa, cada región es digna de ser admirada, igual son atrayentes sus majestuosas pirámides o sus construcciones coloniales. El istmo guarda celosamente costumbres propias donde se ejercen más abiertamente un matriarcado y los hombres…los hombres siempre dispuestos a hacer sentir bien a los visitantes.

De ese viaje resultaron bastantes experiencias que me gustaría platicarles, pero ahora sólo me referiré a una (aunque después tal vez escriba le de Mi Experiencia con el Brujo) Cuando llegamos a Puerto Ángel, después de visitar Huatulco, se me ocurrió preguntar por una mítica playa llamada Zipolite. Aunque el ambiente en ella no es tan familiar, sabía yo que junto a ésta existía otra que se llama San Agustinillo, playa casi virgen, ahí los pobladores son por demás hospitalarios y no se alcanza a extrañar el bullicio de los grandes centros turísticos. Nos informaron que existía un solo hotel que dividía las dos playas y, que por ser temporada baja, debería haber habitaciones libres.

Ya instalados, procedimos a explorar la zona y los alrededores. La playa está en una pequeña bahía quedando guarecida de las fuertes corrientes procedentes de mar adentro. Se forma una especie de alberca de agua templada sin olas, uno puede nadar entre peces de colores y sobre todo con el encanto de estar casi completamente en solitario. El lugar es visitado casi en su totalidad por turismo proveniente de Canadá y Europa. Las mujeres se asolean sin sostén, o en ocasiones completamente desnudas. Obviamente es un lugar para descansar olvidándose de todo lo demás.

En verdad no es necesario buscar nada, ya que los pobladores se acercan a los visitantes para satisfacer todas sus "necesidades". Al carecer de restaurantes, las señoras de las casas guisan para el turismo. Es un lugar muy especial. Si alguien vio la película Y tu mamá También, sabrá a lo que me refiero.

Resulta que como buen citadino cuando sale de su ambiente, sentía la necesidad de explorar todas las sensaciones nuevas que pudiera encontrar en mi camino. Conocimos una familia conformada por cuatro integrantes: la madre, dos hijos y el marido. El señor, Juan era su nombre, se dedicaba a la pesca. Era un hombre de una belleza muy rara. Se mezclaban en él rasgos de distintas razas. No me imagino por qué, (qué si no) Tenía los ojos azules y era rubio, su cuerpo lo cubría una mancha de vellos igualmente rubios, demasiado abundantes para el clima tan cálido que impera en esa zona. Pero contrario a esto, era moreno, tal vez por el excesivo sol, con los rasgos indígenas característicos del lugar. De altura mediría un metro con setenta, tendría, calculo como treinta y cinco años y su rostro reflejaba la quietud que correspondía a la paz imperante en el ambiente. Se notaba claramente ser gente buena, con la grandeza que tiene la gente humilde (no me refiero a humildad pecuniaria) Su cuerpo lucía por demás fuerte y en forma, estaban perfectamente definidos los músculos en su cuerpo, especialmente la parte del torso y los brazos, producto del trabajo arduo en la mar. Vestía solo un pequeño short sin más nada. Su bulto se notaba de dimensiones normales, pero el que sí resaltaba era su culito. En el morbo de mi mente ya lo imaginaba yo empinado recibiendo con mi lengua sus íntimos sabores.

Al salir del mar, su esposa nos esperaba en la playa con algún guisado de lo que su marido había traído de la pesca por la mañana. Fue departiendo alrededor de la mesa cuando nuestras miradas comenzaron a cruzase durante la plática. Entre ostiones, ceviche y cerveza helada, empecé a notar que él la bajaba nerviosamente, comencé con ese jueguito de sostenérsela o de dirigirle algunas miradas bragueteras para ver como reaccionaba. Era evidente su nerviosismo y su naciente calentura, cada que podía paseaba sus encantos alrededor mío.

En el fregadero, que estaba del otro lado de la chocita, tenían un pequeño tambo en lo alto del mismo adaptado con una manguera que servía de agua corriente. Cuando fui para lavarme las manos tuve la fortuna que se aflojara la llave y no pudiera cerrarla, Juan acudió en mi auxilio y al tomar la manguera para apretarla con el fin de que el agua no siguiera escapándose, me pidió que la sujetara del mismo modo, yo aproveché para tomar la manguera pero con su mano atrapada en la mía, la sujeté firmemente evitando que la retirara y lo miré fijamente a los ojos con deseo al tiempo que restregaba mi bulto contra el suyo. El buscó mi mirar y comprendió que lo nuestro se encontraba ya en un futuro común, solo era de hallar el momento adecuado. No importarían más ya ni su familia ni la mía y tampoco mi pareja.

Platicando con ellos sobre los lugares con mayor atracción turística de la zona, nos comentaron que cada día, poco antes del amanecer, salían a recoger las redes de pesca que habían tendido la noche anterior y que por allá, del otro lado de la bahía, como a cuarenta y cinco minutos en remo, vivían las tortugas.

-¿Las tortugas?, indagué yo.

-Sí, por allá se aparean antes desovar y si quieren los podemos llevar, contestó, -Esa es buena hora para verlas y hasta se les puede dar de comer para que se acerquen. O si no, podrían ir a verlas a Mazunte, agregó.

(Mazunte es el centro Tortuguero más grande de la República, en él se crían varias de las especies de tortugas marinas que desovan en México, siete de las ocho existentes en el mundo vienen a nuestro país)

Obviamente a mis sentidos aparecía aquello más que tentador, imaginarme la naturaleza tan maravillosa del lugar mezclada con la pasión que me despiertan situaciones como esa.

-¿Los podemos llevar?, pregunté para investigar más.

-Sí, el cuñado y yo, contestó, es con él con quien levanto las redes.

Una vez más, comencé a maquinar ideas que ya no paraban de dar vueltas en mi cabeza.

Sabiendo yo del miedo de mi pareja por el mar, proseguí:

  • ¡Qué bien!, ¿qué dicen? Pregunté a todos, ¿Quiénes vamos? Obviamente no pregunté si iríamos, sino más bien quiénes iríamos.

Uno a uno fueron descartándose, yo pienso que más bien por miedo.

-Bueno, Juan, pues creo que sólo iré yo, ¿qué te parece, no importa?

-No, en realidad, la lancha tampoco es tan grande, contestó.

Ahora sí, aunque alguien más quisiera unirse ya era más difícil, pues la lancha no era tan grande.

En la noche me fue casi imposible conciliar el sueño, por un lado en verdad me llamaba poderosamente la atención la experiencia por sí misma, pero por otro lado tenía que agregarle lo erótico de la posibilidad de tener algo con aquél hombre de mar, tan distinto de todos los que habían sido mis amantes hasta ese entonces. Debido al insomnio le pedí a mi pareja que bajáramos a la playa pues se alcanzaba a notar que alguien había prendido una fogata en la arena.

No he comentado que en ese entonces, aunque las casas ya contaban con luz eléctrica, no había alumbrado público por lo que se tenía que caminar con alguna luz de mano por un sendero empedrado que descendía hasta la playa.

Al llegar, nos dimos cuenta que los que estaban con la fogata no eran otros sino mi familia, platicaban sentados en bancas. Del mar, sólo alcanzaban a verse las olas al romper en la arena por la espuma que formaban. El cielo era de color azul obscuro, había un poco de luz por ser noche de luna llena, las estrellas presentaban un espectáculo nunca visto en la ciudad. Pude pedir un par de deseos cuando aparecían estrellas fugaces. Les aseguro que podrían ustedes adivinar qué fue lo que pedí.

Departimos hasta entrada la noche a la luz de la fogata y al calor de los mezcales.

El estruendo del mar embravecido por la noche, mezclándose con los sonidos propios de la fauna no ayudaban a conciliar el sueño.

Al amanecer tocaron nuestra puerta, obviamente me levanté enseguida y abrí en el acto. Afuera se encontraba parado Juan con su amable sonrisa.

-¿Ya nos vamos?, preguntó.

-Sí, dame un minuto, déjame tomar unas cosas.

Como buen citadino (turista al final de cuentas y además gay), ya tenía yo preparada una pequeña maleta con algunas cosas como toalla, aceite protector, cámara, y por supuesto mi dotación personal de condones y lubricante, que guardaba celosamente de la vista de mi latiguito, entre otras cosas.

-Ya me voy, le dije a mi pareja.

-¿Seguro que quieres ir?, preguntó como para desanimarme.

-Sí, sí quiero.

-Bueno, pues cuídate. Nos vemos para el almuerzo, me imagino.

-Sí, nos vemos.

Al llegar a la playa que dé impactado, pues junto a la lancha se encontraba un hombre mulato, como de 1.85 o más, su cuerpo era muy desarrollado, traía puesto un diminuto short blanco que contrastaba con el tono de su piel y una camiseta ya deslavada. Debería tener alrededor de lo s38 años.

Antes de llegar con él, Juan me dijo que obviamente no era su cuñado, que así le llamaba el negro a todo el mundo. Mientras más me acercaba, menos podía dirigir mi mirada a otra cosa que no fuera ese hombre.

-Joven-, me dijo Juan, -le presento a Raúl o el caguamo.

-¿El caguamo?, pregunté.

-Sí, no sé por que le digan así, respondió.

-Qué tal, Raúl, saludé.

Al tomar mi mano aquel macho, la mantuvo retenida por algunos segundos más de los necesarios apretándola firmemente sin hacer daño al momento que buscaba que mis ojos se posaran en los suyos, yo eludí tal situación porque me tomó por sorpresa su insinuación tan elocuente y no supe como reaccionar, machetazo a caballo de espadas. El choque eléctrico que experimenté me erizó la piel, se inició cuando su mano hizo contacto con la mía para recorrer mi espalda y bajar finalmente hasta mis huevos, provocando un corcoveo instantáneo en mi verga.

Ya en la lancha, el espectáculo que me regalaba el caguamo era maravilloso, sus brazos y pectorales resaltaban con cada remada que efectuaba. Sus piernas lucían imponentes. En ocasiones, se asomaban por la abertura de sus shorts los huevos descomunales del sujeto. Este tipo sabía del atractivo que ejercía sobre mí y su mirada parecía desafiarme a saciar en él la lujuria que empezaba a nublar mi pensamiento. De labios carnosos y dientes blancos, se me apetecía tenerlos sobre mi verga húmeda. El cínico abría en exceso sus piernas para alardear de la virilidad tan eminente entre ellas. Parecía que Juan había desaparecido a mi vista.

Fuimos bordeando la costa no sé por cuanto tiempo, el agua estaba en serenidad total, no había mayor oleaje, más bien parecía como si estuviéramos en algún lago. El agua tibia y transparente chapoteaba en mis manos mientras avanzamos a la mar. Ya el sol asomaba por el horizonte para dibujar la dicha de estar vivo. Precisamente en ese instante pareciera que los ángeles cantaban al viento para celebrar la bondad de Dios al permitirnos disfrutar de aquél instante, sólo era necesario abrir los ojos para estar en comunión con él. Se extendía sobre nosotros una mancha de garzas (o por lo menos eso me parecieron) dirigiéndose hacia el palmar. El revoloteo del vuelo de las aves me volvía a la realidad y volteé a ver a Juan. El me sostuvo la mirada como para retarme si iba a ser capaz de continuar con lo que había iniciado el día anterior allá en el fregadero. Asomaba entre su short descaradamente un pedazo de su verga ya en plena erección. Le sonreí y le pregunté:

-¿Falta mucho para llegar?

-No, de hecho ya llegamos, respondió.

Se puso de pie, pensé que iba a acercar su verga a mi boca y le esperaba con ansia, pero justo cuando estaba a escasos centímetros se desvió.

-¿Te metes a soltarlas?, le preguntó al caguamo.

Sí, no me tardo, contestó el otro al momento que se sumergía en el océano.

Sólo alcancé a ver el agua que salpicaba y noté como la silueta de su figura desaparecía conforme se hundía en el agua.

Al ver esto, me puse de pie y sin decir nada fui donde estaba Juan para abrasarlo con fuerza, pegué mi boca a la suya y pasé mis manos a sus nalgas. Sólo sentía como la lancha se balanceaba bajo mis pies. Empecé a sujetar a ese hombre con fuerza para someterlo a mis deseos. Tome con mis dedos sus cabellos y jalé hacia atrás su cabeza a modo que su cuello quedara expuesto a mis labios para empezar a recorrerlo, aspiraba con ansia su aroma y éste iba a calar en mi alma. En esa posición, coloqué la otra mano en una de sus tetillas y comencé a acariciarla en círculos para enredar sus vellos en mis dedos. La hundí entre mis dientes y comencé a mamarla. Bajé mi mano que sujetaba hasta ese entonces sus cabellos y procedí a bajarle la diminuta prenda que lo vestía, sentí los bordes de sus nalgas hasta llegar mis dedos a su ojote, posé la yema del dedo índice y lo acaricié en círculos

-Puede subir el caguamo en cualquier momento, dijo en mi oído acariciantemente.

Con mueca de enfado le contesté:

-No te hagas pendejo, como si él no supiera a lo que vino.

Sólo se sonrió por haber sido descubierto.

Al escaso minuto que tardó en subir el otro ya estaba yo disfrutando de éste con la proximidad de su cuerpo.

-Mírenlos, y yo de buey allá abajo trabajando, se escuchó decir al caguamo.

Ya, Juan, no te hagas pendejo y ayúdame a subir la red que cayó algo, dijo Raúl.

Nosotros sólo nos besamos una vez más y nos separamos para hacer lo que el otro pedía.

Nos pidió que esperáramos un par de minutos y que comenzáramos a jalar mientras él iba a hacer algo abajo que no supe qué era.

Ambos nos colocamos en diagonal de la lancha y comenzamos a jalar al unísono, se trataba que con nuestro jalón, la lancha se hundiera un poco para que cuando surgiera se trajera consigo un poco de la red. Más vale maña que fuerza.

Salió el caguamo y dijo: -cayó un tiburón, Juan, jala más.

En la red venían algunos huachinangos, (red snaper) algunos como atunes pequeños y otros más, pero el plato que yo consideraba el fuerte comenzó a salir con la aleta trasera primero. Al verlo, quedé maravillado, para mí era la primera vez que me encontraba en una situación así, una vez más me felicitaba por haber ido.

Cuando ya teníamos casi la mitad del escualo en un costado de la lancha, me advirtió el caguamo para que no me acercara.

Vino Juan con un bate a donde estaba el animal y le ha colocado unos palazos en la cabeza para asegurarse de que estuviera muerto antes de subirlo. El animal dio un par de convulsiones para comenzar a sangrar por el hocico, no sé si fueron actos reflejos o en verdad ya estaba muerto. Creo que esos animales se ahogan si no nadan para pasar oxigeno por sus branquias.

Total, que acabamos de subir la red a la lancha y el espacio en ella se redujo considerablemente.

Ya estando arriba, el caguamo, con todo descaro y sin ningún recato se me acercó:

-Ah, qué muchacho tan guapo tenemos aquí, decía mientras colocaba sus manos alrededor de mi rostro y me estrujaba. Me recordó cuando era niño gordito y todo el mundo me apretaba las mejillas.

Me hizo sentir como quinceañera. Me gusta que los hombres tomen también la iniciativa.

Así, estrujándome, me besó los labios.

-Bueno, dijo el caguamo dirigiéndose a Juan:

-ya tenemos los pescados, vamos a donde las tortugas- dejándome ahí parado expectante por sus caricias, pero ignorándome. Se notaba que a ese macho le gustaba darse a desear.

Las tortugas, casi me había olvidado, pensé para mis adentros.

Remaron otro poco a una zona todavía más apartada, al llegar coincidieron en que nos quedáramos quietos para no espantar a los quelonios.

Comenzaban a asomarse del agua las cabezas de estos, otro espectáculo para recordar.

Al quedarnos quietos, comenzaron a nadar varios para perseguirse entre sí. Cuando una pareja de tortugas lograban casi copular, venían las otras para morderlas a modo de que se soltaran. Todos los machos querían ser ellos quienes tuvieran la fortuna de aparearse. ¿Seremos algo distintos en esto?, cuando Juan sumergió algunos de los pescados que traíamos, pronto se alcanzó a ver sólo a una ladronzuela que no perdía la oportunidad de un bocado fácil.

Juan se levantó y, desnudo como estaba, se echó al mar espantando a los animales que nos rodeaban.

-Los veo en la orilla, dijo al empezar a retirarse.

Nadó hasta perderse de vista en dirección de la lejana orilla.

Al ponerse de pié el caguamo y pararse frete a mí, expuso a mis ojos lo abultado de su prenda y con una mirada morbosa que me encantó, me dijo:

-¿Quieres saber por qué me dicen el caguamo?

-Sí, contesté, ¿por qué te dicen así?

Procedió a quitarse la diminuta camiseta y bajarse los shorts. Quedó ante mi vista un pene sin circuncidar a medios chiles (en semierección) que era realmente enorme, al recorrerle el prepucio saltó un glande de forma peculiar, en verdad semejaba la cabeza de una tortuga marina, de las llamadas caguamas.

-¡¡Así que por esto te dicen el caguamo!! deduje con asombro.

-Sí, a la orden, te gusta, preguntó.

-¿Y en serio Juan no sabe del por qué tu mote?

-¿No sabe?, si él me lo puso.

Mientras decía lo último tomé al "caguamo" entre mis manos y lo llevé a mi boca. Tenía un sabor salado como no he probado otro. Del sabor del agua de mar y el lubricante que empezaba a emanar de ese pedazo de carne resultaba una combinación embriagante. Pasé mi lengua a los huevos y los succioné, los lamí, los limpié, los hice míos. Cuando hubo alcanzado su máxima erección aquella lanza, debió medir unos 22 centímetros al menos, intenté rodearla con mi mano pero no pude abarcar toda su circunferencia.

Me levantó de los hombros e inundó con su aliento mi boca, ¡sopló en mí! Después me desnudó violentamente. ¿Qué hacía ese hombre? Procedió a meter su lengua en forma altanera en mi boca una vez más. No permitía que dijera yo nada ni que me apartara, me sostenía con sus fuertes brazos ahora alrededor de mi espalda. Colocó uno a la altura de mi cintura y con el otro hizo palanca para que quedara yo empinado. De un empujón me aventó sobre tiburón que yacía debajo de nosotros, fue a dar mi rostro con la aleta del animal y mi cara descansó donde nacía ésta. Mis sentidos comenzaban a provocar que yo perdiera lo poco de autocontrol que me quedaba al encontrase tan exacerbados. Sentí en mis narices el aroma de la pesca más claramente. Y ahí estaba yo con el culo parado apuntando a un macho ardiente que se sentía mi amo.

-¿Esto es lo que quieres?, pinche chilango puto, maricón, me decía mientras estrellaba sus manazas en mis nalgas, ¿eso es lo que quieres?, repetía.

Yo sólo gemía de placer. De pronto sentí que aquel hombre pasaba alrededor de mi ano su lengua rasposa, hasta en ese momento noté que era casi tan rasposa como la piel del animal del que me aferraba para no caer. La piel del tiburón tenía una consistencia desconocida para mí hasta ese momento.

Siguió dibujando figuras con su lengua en el lienzo de mi cuerpo. Después me mordió el ano delicadamente. Sí, me mordió el ano, sus labios carnosos estaban dándome inmensas olas de placer al unísono de su lengua y sus dientes. Era un experto para comer culos ese negro.

Me hizo que me volteara hacia donde estaba él para quedar sentado sobre el tiburón ahora, su aleta fue a parar entre mis nalgas, me raspaba la parte del cóccix, pero ahí me quedé sumiso a sus deseos. Aguanté para darle gusto al caguamo con mi boca. En verdad me fue imposible tragarme aquel mástil por el grosor del mismo, me limité sólo a lamerle el glande. Era impresionante la cantidad de líquido lubricante que derramaba, parecían lágrimas (de tortuga). Me recordé de su mote y en verdad se me figuró tener enfrente de mí una caguama, ya que su pito era tremendamente grueso.

-Abre el hocico, puto, ¿no querías macho?, pues ahora te chingas y te tragas mi verga. Me decía una vez más.

Me hizo que me volteara sobre el animal una vez más para que yo quedara recostado sobre el mismo como si lo estuviese montando.

Volví a reparar en el contacto ese tan extraño, pero ahora en toda mi parte frontal, desde el rostro, bajando por el pecho para ir a terminar en mi verga, que se restregaba contra el tiburón con más fuerza debido a que Raúl se había montado en mí, paseando su pito entre mis nalgas, recorriendo con su lengua mi espalda, dejándome su huella con cada ensalivada que ponía en mi cuello. Se colocó en cuclillas para alcanzar mejor mi ano con su fierro.

-Espera, alcancé a balbucear, estiré mi brazo para sacar los condones y el lubricante de mi petaca y se los di.

Aquel hombre comenzó a perforarme el ano con sus dedos embarrados del líquido que acababa de entregarle, lo hacía con paciencia en un principio para poderme dilatar. Después con más furia.

Se acomodó sobre mí con sus manos en mis hombros para poder clavarme al monstruo que tenía entre las piernas. Me la dejó ir completa en una sola arremetida. No hice el menor esfuerzo por callar mi dolor y dejé escapar el alarido más fuerte del que tenga memoria.

¡¡¡Ah!!!

Se detuvo un momento mientras mi cuerpo se amoldaba a su sexo.

Lamió sus dedos para después introducirlos en mi boca. Me hacía sentir sucio al tratarme de esa manera.

Acomodé mi cabeza sobre uno de los costados de la lancha para dominar mejor el horizonte. El caguamo no expresaba piedad por mí. Comenzaron sus embates a ser más impetuosos. Sus arremetidas me arrastraban a mares de placer que no visitaba hacía tiempo atrás. La lancha se mecía al ritmo de los deseos del macho que me sodomizaba con bríos, estaba a punto de venirme de sólo sentir su trote en mí. En verdad, creí que me iba a perforar el intestino. Mi verga no dejaba de chorrear de lo caliente que estaba, ya no soportaba yo sin poder acabar.

-¿Sabes nadar?, preguntó sin más nada.

-No, le contesté, (mentía, en verdad cuando era adolescente nadaba varios kilómetros al día sólo que quería ver hasta dónde llegaba)

Pasó su brazo por debajo de mi cintura sin dejar de empalarme. Me levantó sólo lo suficiente para empujarnos a los dos al mar. Caímos y yo con la verga aún dentro.

Sentir el agua en océano abierto, calida, limpia, abrazante, me llevó a arrancarme un suspiro desde el fondo de mi alma. Nuestro juego se tornó calmo, dulce, romántico. Me zafé para voltearme frente a él, seguí a besarlo mientras lo rodeaba con los brazos y las piernas. Su verga seguía enhiesta pegada a mi abdomen, intentó penetrarme ahí mismo pero se lo impedí.

En el fondo saltaba una manada de delfines alegremente. Me dijo como con preocupación:

-Se supone que donde hay delfines, muy seguramente puede haber tiburones.

No supe nunca si me lo dijo en serio o sólo estaba jugando, aunque con el que teníamos en la lancha no lo dudé ni por un segundo, nadamos para acercarnos a ella y mientras, venía a mi mente el cartel de la película Tiburón. Recuerdan aquella donde una chica está apunto de ser devorada mientras nada. El caso es que nos subimos a la lancha y partimos en dirección de donde se había ido Juan.

Ya no hizo el menor intento por taparse. Así, desnudos, comenzamos a avanzar. Yo estando en la popa de la lancha sentía en mi rostro la brisa marina. Debajo de nosotros comenzó a pasar la manada de delfines que habíamos divisado anteriormente. En verdad, quien pueda, debería hacer este recorrido.

Era impresionante que la erección del caguamo regresara a cada momento. Al verlo de frente, sentado en el banquito para remar, parecía que su miembro fuera algo ajeno a él. Mientras que él iba para un lado, su verga, parecía que tenía vida propia, se iba para el lado contrario. Sus huevos eran enormes, todo él era un monumento al falo.

Llegamos a una playa desierta en donde estaba Juan tomando el sol desnudo. Al vernos sólo atinó a saludarnos de lejos con un movimiento de su mano.

Al bajar, llevé conmigo mi maleta por "el instrumental de trabajo" que tenía en ella.

Extendí la toalla en la arena e invité a Juan que viniera a recostarse al lado mío. Quedamos los dos tendidos en la toalla y me encimé en él, comencé a besarlo apasionadamente. Note como su verga cobraba vida acariciándose contra mi cuerpo. El caguamo estaba hincado sobre sus talones con las piernas flexionadas al lado nuestro. Su falo lucía majestuoso una vez más. Estiré mi mano para alcanzarlo y comenzar a acariciarlo. Vine a acercar mi pene al rostro de Juan para que lo mamara y él entendió en seguida, abrió sus labios y aceptó de buen grado al intruso. Comencé a cogérmelo por la boca, él sólo experimentaba por momentos ligeros espasmos al hacer yo más profunda la penetración. Puse mi culo en su cara para sentir sus labios en mi ano, también este lamía de manera exquisita. Cuán hospitalarios debieron ser este par con otros turistas que ya se entendían tan bien. El caguamo se paró delante de mí y acercó mi cara a su sexo. Otra vez lo lamí lo que pude. Le pidió a Juan que se parara para que yo quedara acostado y poder llevar mis piernas a sus hombros. Obviamente ya había acercado los condones para ese entonces. Antes de permitirle que me poseyera verifiqué con mi mano que se había colocado uno. Juan inundó de lubricante mi culo y ayudó para que la enorme verga de su compañero quedara sumergida en lo más profundo de mi ser. El caguamo ayudó para balancear mi peso tomando con sus manos mis tobillos, esto permitió que Juan viniera a colocar su ano en mi boca y comenzó a besar al que estaba poseyéndome, yo desde abajo solo podía darle placer con mi lengua en su hoyito. Pasado el tiempo, me retiró Raúl para zafarse y ofrecerle su hombría a Juan, este se empinó para mamar con desesperación el garrote prieto del caguamo, que parecía no tardaría mucho en derramarse. Me coloqué atrás de Juan y procedí a penetrarlo, ya mi verga quería también un poco de calma, no alcancé a gozar mucho de eso, pues al ver que Raúl sacaba de la boca de Juan su verga y sentir su néctar estrellarse contra mi pecho, estallé dentro del culo que me exprimió hasta la última gota. Juan volvió a besar a su compañero y terminó masturbándose con locura.

Cuando regresamos con los otros, todo había regresado a una aparente normalidad. Degustamos lo que habíamos traído de ese día "de pesca" tan especial para mí. Tuve otras muchas experiencias en ese viaje, entre ellas cuando conocí a Trejo, el personaje central de mi otro relato.

Espero que éste haya sido de su agrado, aquí les mando unas fotos de mi travesía por esos paisajes, espero sus valoraciones y comentarios con ansia.

Atentamente.

Francisco.