Alimentando a Gina

Cuando trabajaba en un burdel, me llevan a conocer a alguien...

Alimentando a Gina

Por: Georgina Machorro Virago

Como de costumbre, en estos días lluviosos, me da por recordar mis momentos de dicha y placer que, aun sin faltarme en estos momentos, llegaron a ser dignos de rememorar a ya tantos años.

Estaba reacomodando la ropa que suelo usar para salir y entre la que aun guardo alguna de la que llegué a ponerme cuando en el burdel en que trabajaba, se requería de mis servicios como ama dominante. Esta consiste en lo clásico: un ajustado corsé de piel negra, botas de altísimo tacón y tubo muy largo, hasta la parte superior de los muslos; muñequeras y collar también de piel claveteados con púas y lo infaltable: un látigo de correas de cuero de cerdo crudo.

Al ver estos vestigios de mi turbulento pasado, no pude evitar recordar mi encuentro con quien me marcaría para siempre con un sello indeleble de perversión; mi perversión.

Llevaba trabajando en ese burdel "mixto" ya más de tres años y por mi experiencia de puta libre, ya contaría con más de ocho años ejerciendo como prostituta travestí, así que se podría decir que había visto de todo. O eso creía yo, hasta esa noche, en que por cierto traía puesta esa indumentaria.

Eran alrededor de las 11 de la noche de ese miércoles de medio mes y la verdad, estaba ya a punto de irme a la cama (sola), pues no había ningún movimiento. Algunas putas jugaban a las cartas y lo putos como casi siempre, estaban cachondeándose en un salón privado.

En eso llamaron a la puerta y como yo estaba de pié, fui a abrir pues el portero estaba con los putos de seguro mamándoles la verga a todos. Al asomarme por el visillo vi a tres hombres jóvenes y de buen ver entre los que estaba un cliente mío que conocí cuando era puta callejera. Resaltaba así mismo, un moreno alto y guapo que noté que me miraba de una manera muy especial.

Al verme se le iluminó la cara y casi gritando de gusto dijo:

  • ¡Gina!, que gusto encontrarte. Temía que no estuvieras o que estuvieras ocupada. Anda, abre pues te traigo un cliente que te va a encantar.

De inmediato les permití entrar y abracé a Daniel, que así se llama mi antiguo conocido y con quien había pasado ratos verdaderamente placenteros.

  • Y dime Gina, ¿sigues igual de puta que antes?

  • Para nada Daniel, ahora soy aun más puta, jajajaja.

  • Lo dudo Gina, cuando te conocí eras la más depravada puta que había conocido, o mejor debería decir el puto más degenerado que me había tocado cogerme.

  • Pues cuando gustes te lo demuestro Daniel, si quieres ahorita, ahorita lo hacemos; le dije.

  • La verdad Gina, traigo ahorita a unos amigos y uno de ellos esta deseoso de conocerte, pues le he platicado mucho de ti y tus cualidades.

  • ¿Y que cualidades, según tu poseo que has ponderado a tu amigo?

  • Mmm, pues sería mejor que lo conocieras y él te explicará que es lo que desea de ti.

Esta conversación me intrigó y traté de imaginar que era lo que el amigo de Daniel buscaba, así que los hice pasar de inmediato a mi cuarto, pues Daniel me dijo que se iba a necesitar su participación. Esta situación se me hizo más intrigante, pues aunque estoy acostumbrada a participar en actos tumultuarios de sexo, el hecho de que Daniel hubiera traído a un amigo específicamente para estar conmigo y además los dos, no solamente me intrigaba, sino que ya estaba preocupándome.

Me sorprendió agradablemente que el amigo que había traído Daniel para conocerme, fuera el moreno que estaba como para comérselo, pues tenía unos hermosos ojos verdes y una estatura sino desmesurada, más alto que Daniel y su otro acompañante.

Ya una vez instalados el cuarto, Daniel hizo las presentaciones diciéndome que su amigo se llamaba Salvador y que era cubano, y que no le dijera Chava pues le molestaba ese diminutivo, si acaso aceptaba era que le dijeran "Sal".

Pues el tal "Sal" era un verdadero ejemplar masculino, pues no solo destacaba su estatura, pues su musculatura era prácticamente perfecta y su "paquete"..., era algo en verdad impresionante. Aun con el pantalón no demasiado ajustado destacaba sobremanera el tamaño de su verga, pues resaltaba bastante y era notoriamente gruesa y larga. Por experiencia propia sabía que esas vergas aunque grandes, no aumentaban mucho de tamaño, pues por el grosor los músculos no podían almacenar mucha sangre cuando hay erección, acaso el diámetro aumentaba un poco, pero nada del otro mundo.

Así que no me preocupaba en lo absoluto que esa verga me fuera a penetrar, pues sabía que mis músculos eran capaces de distenderse en grado sumo, como lo demostré una vez que me cogió un caballo.

En fin, que de cualquier manera ya sentía deseos de probar ese hombre, de probar y sentir esa verga que prometía un buen rato.

Me acerqué a Sal a desnudarlo mientras Daniel me preparaba y me daba ciertas instrucciones.

  • Mira Gina, a Sal le gusta tomar la dirección de la cogida, no trates de guiarlo en ningún momento y todo marchará bien. Que bueno que traes puesta tu ropa de dominadora pues a él le gusta doblegar a las amas para demostrarles que él es el hombre.

  • Y otra cosa, aunque yo sé que te han cogido hasta caballos, Sal tiene una característica diferente a todo lo que hayas visto con anterioridad, y no me está permitido comentártelo. ¡Ah! Y otra cosa, habla muy poco, si acaso para dar instrucciones cuando no entiendes sus señas, así que no te extrañe que no diga una palabra.

Esto se ponía cada vez más interesante, y conforme iba despojando a Sal de su ropa, su físico me impresionaba más y más.

Su tórax era en verdad impresionante y sus brazos parecían hechos del más duro acero. Su abdomen se marcaba perfectamente y parecía de piedra. No pude evitar besar sus tetillas y su ombligo en lo que descendía a desabrochar su cinturón y bajar sus pantalones.

Al bajar sus pantalones estos se atoraron un poco en el preponderante bulto que formaba su verga y sus huevos, así que sin querer lo lastimé un poco y en represalia Sal me dio una bofetada, más sonora que dolorosa, pero que de cualquier manera me hizo rodar por tierra.

Ya estando tirada en el suelo, Sal se terminó de desnudar y noté que su verga no presentaba erección aunque en verdad su tamaño era fuera de lo común, por lo que sabía que aun en estado de flacidez podría penetrarme.

Acostumbrada ya a estas situaciones, me hinqué y acercándome a él, tomé su verga entre mis manos y con mi lengua lamí el prepucio que cubría su glande y metí la lengua en el pequeño orificio que dejaba la piel en la punta. Sal acarició mi cabeza y enredó mi pelo entre sus dedos, pensaba yo que a manera de caricia, pero de repente jaló mi cabeza para pegar todo su pubis a mi boca y entendí que debía abrirla para recibir su verga.

Abrí mi boca a toda su extensión y penetró su verga hasta tocar fondo. Con la práctica aprende una a manejar las vergas muy largas en su garganta, de tal manera que no sientas repulsa al tocar tu glotis o penetrar más allá de ella; así que pude darle una buena succión al tiempo que Sal movía mi cabeza de adelante a atrás.

Yo pensaba que esto iba a hacer que su verga se endureciera aunque fuera un poco, pero no pasó, así que me decepcioné hasta cierto punto.

Entonces Sal con bastante violencia se separó de mí y levantándome del piso como si fuera una muñeca, me arrojó sobre la cama y me acomodó en la clásica posición de "perrita" masajeándome las nalgas y dándome ligeras nalgadas. Yo me estaba excitando en forma exagerada por la forma en que su verga paseaba y tentaleaba alrededor de mi culo y como la dejaba descansar en el pliegue medianero. Esto me estaba enardeciendo y ya ansiaba que me la metiera.

Como decía, era una verga de muy buen tamaño, bastante más grande que el promedio, pero no lo suficiente para que yo me asustara, pues algunas más grandes ya las había tenido. Mi pregunta era que si debido a su flacidez pudiese penetrarme, así que aflojé completamente mi esfínter y con las manos separé mis nalgas para facilitar la introducción.

Salvador se decidió y tomando su verga, la empujó para que entrara por mi distendido ojete que ya estaba ansioso de recibirla. Con algo de esfuerzo y ayudado por la gran cantidad de gel lubricante que Daniel había aplicado en mi culo, la verga de Sal ya estaba adentro y por su falta de erección la sentía como si fuera una masa de alguna sustancia pastosa atorada a pocos centímetros de la entrada.

Yo estaba desesperada pero conforme pues no era el primer cliente con ese problema, pero me desilusionaba por el físico y hermoso rostro de Salvador, de quien esperaba un mejor desempeño.

Estaba en estas meditaciones y por reflejo hice que mi esfínter abriera y cerrara su anillo de músculos y entonces...

Empecé a sentir como si un terremoto se hubiese desatado dentro de mí. Las manos de Sal apretaban mis senos y su pubis se refregaba entre mis nalgas, y su verga empezó a crecer. A crecer en todas direcciones y mi culo a sentir como se dilataba para dar cabida a la tremenda serpiente que se desenrollaba en su interior.

Al principio me sobresalté un poco pues no esperaba esto y pensaba que solo sería un poco lo que creciera la verga de Sal, pero conforme pasaban los segundos, aquello seguía desenrrollandose dentro de mí invadido recto.

Aquello ya estaba siendo alarmante, pues crecía y crecía más y más. Aunque tengo una elasticidad excepcional en mis cavidades sexuales (boca y culo), parecía que la verga de Salvador no iba dejar de crecer nunca.

En mi experiencia con el caballo (en realidad un semental de pony), la longitud y el diámetro de la verga ya estaban determinadas, y sabía a que atenerme; pero con esto, ni idea tenía hasta donde podría crecer y hasta pensé que podía llegar a rebasar mi capacidad rectal.

Para esto, yo me trataba de acomodar como pudiera para que la bestia invasora no fuera a ser motivo de algún daño, pues ya sentía que mis intimidades estaban siendo sometidas a un exceso de esfuerzo. Sin embargo, a pesar de la aparente molestia, mis centros de placer estaban siendo activados y me sentía excitada y deseosa de probarme hasta donde llegaba mi putería.

Una de mis fantasías más recurrentes se estaba haciendo realidad y con creces: ser cogida por una verga negra e inmensa que desbordara mí goloso culo, que me llenara hasta el tope, que me dejara derrengada y que me hiciera sentirme una verdadera mujer. Y sobre todo que me hiciera sentir deseada.

Salvador me seguía acariciando y sus manos estrujaban mis senos y mis nalgas, a la vez que su cuerpo se movía sobre el mío y podía sentir sus vellos cosquilleando mi espalda y mis nalgas.

Cuando ya estaba completamente llena, repleta de verga y sentía ahogarme, la inmensa verga de Salvador dejó de crecer y él dejó de moverse. Se separó un poco de mí y sus manos apresaron mi cintura como si quisiera evitar que huyera. A pesar de lo llena de verga que estaba, mi lascivia era tanta que ansiaba que Sal continuara moviéndose, penetrándome, cogiéndome, alimentándome.

Sin embargo Salvador no se movía, por lo menos no su cuerpo; pero dentro de mí sentía como la inmensa serpiente palpitaba y me producía sensaciones que jamás había experimentado, pues jamás había estado tan repleta de verga, por lo menos no de verga humana.

Mis orgasmos se sucedían de tal manera que ya había perdido la cuenta de cuantos había experimentado desde que empezó la tremenda cogida. Me sentía cansada, como en una ensoñación y mi cuerpo, toda yo, sudaba intensamente. Salvador también estaba sudando profusamente y nuestros sudores ya empapaban las sabanas de mi cama y el pubis de Sal y mis nalgas producían fuertes chasquidos y un efecto de succión por demás erótico.

Las palpitaciones de la verga de Salvador seguían en aumento y presentía que su orgasmo estaba por producirse. Podía sentir cada una de sus venas y su glande como se expandía a cada palpitación. Como decía, estaba cansada pero no a tal grado que no pudiera darle satisfacción a mi macho, pues por algo soy profesional y el cliente es primero.

Sentí que las manos de Sal apretaban mis nalgas y su pubis se repegó más a mí y su verga palpitó con más fuerza y su glande se expandió aun más haciéndome sentir invadida no por un caballo, sino por una anaconda que abriera sus fauces dentro de mi repleto culo.

Entonces sucedió. Como si fuera un volcán, la inmensa verga comenzó a vomitar semen hirviente, espeso, que pronto llenó mi recto, mi intestino y casi podía sentir el sabor en la boca. ¡Me estaba aplicando un enema de semen! Casi podía sentir los chorros golpeando las paredes de mi abdomen, así de intenso y potente era la eyaculación de Salvador. Sentía, sabía que la cantidad de semen y la potencia de la expulsión iban a provocar en mi organismo efectos por demás indeseados. Me tranquilizaba un poco el saber que mi intestino (por lo menos el grueso), estaba limpio pues como de costumbre me había aplicado una lavativa de glicerina y jabón por la tarde.

Entre tanto Salvador me había tomada de los hombros y me halaba hacia sí, como tratando de evitar que huyera de él. Pero, ¿cómo lo haría si estaba completamente ensartada en esa verga tan gruesa, tan larga que sentía que estaba atorada en mis intestinos?

No me sentía llena, me sentía repleta de verga y de leche, leche espesa, caliente espumante. No sentía que la tremenda verga de Salvador perdiera dureza ni volumen. No solo no perdía dureza, sino que ganaba en rigidez y la sentía como un riel que me atravesaba y me daba placer por el dolor y sufrimiento que me ocasionaba.

El semen ayudó a refrescar mi aporreado y repleto culo, pero la sensación de hartazgo prevalecía y el dolor ya era atenazante, pero a la vez placentero.

No quería que me abandonara la gruesa serpiente, pero una parte de mi cerebro me decía que estaba sufriendo demasiado. Las contradicciones brotaban y ya estaba casi delirando, de dolor y de placer. Me di cuenta de que mis ojos estaban anegados de lágrimas pero no me importó. Sabía que de un momento a otro iba a perder el conocimiento por el dolor y el cansancio pero no me importó, pues en ese momento me sentía en la gloria. Me sentía plenamente realizada, realizada más allá de cómo mujer. Ninguna mujer aceptaría la degradación, la depravación a la que estaba siendo sometida.

Solo un puto como yo, con tantos años de experiencia, con tantas vivencias podría soportar esto que me estaba pasando, y además de soportarlo, gozarlo. Gozarlo como una perra, como una fiera lúbrica y sensual.

A punto de desmayarme, sentí que la presión de la verga disminuía un poco dándome un respiro. Salvador me soltó del abrazo y pude escuchar un suspiro que exhalaba con mucha fuerza. La verga se retiró un poco pero seguía dura e introducida totalmente en mi cuerpo. Pude sentir que ríos de semen manaban de mi culo escurriendo por mis piernas y goteando en la cama, uniéndose al gran charco de sudor que estaba inundándola.

Empecé a sollozar no sabía porqué. Mi confusión era tal que la desesperación hizo presa de mí pues no sabía si llorar o reír, alegrarme o enojarme. Solo me sentía empalada, saturada, anegada. Salvador sacó un poco más la verga y mi culo respondió como respondía en esos casos: apretando el esfínter. Salvador se molestó por mi iniciativa y me propinó una fuerte nalgada que me hizo retomar mi posición, mi posición de PUTA.

La venganza de Salvador fue tremenda. Me cogió fuertemente de la cintura y clavó implacablemente su verga en mi culo. Ensañándose conmigo, su inmenso garrote entraba y salía como máquina desbocada, sin compasión ni tregua me llenaba mi recto de carne dura, caliente, palpitante.

Mi mente estaba ya tan ofuscada, que no sentía nada. Piadosamente la naturaleza bloqueó mis terminaciones nerviosas y no sentía ningún dolor y ningún placer. Estaba siendo usada como si de una muñeca de vinilo se tratara. Como un instrumento sólo para dar placer.

Por si esto fuera poco, Sal le hizo una seña a Daniel y éste metió su verga en mi boca, que se encontraba abierta y babeante por la tortura indolora a la que estaba sometida.

Ahí estaba yo; en la privilegiada posición de "Hetaira Máxima". Sometida por ambos lados con hermosas y grandes vergas y sin sentir placer, sólo dándolo.

Transcurrió no sé cuanto tiempo pero pude darme cuenta de que tanto salvador como Daniel se habían venido por lo menos dos veces cada uno. Dejándome uno el rico sabor de su semen y el otro la frescura del suyo en mi aporreado culo.

Empecé a volver a sentir el roce de la verga de Salvador y la dureza de la de Daniel en mi boca y pude reaccionar. El sueño de la ninfómana que todas llevamos dentro se me estaba cumpliendo.

Mi libido despertó y apliqué toda mi putería a dar, pero sobre todo a recibir placer. Pude sentir dos o tres orgasmos de mis amantes mientras yo dejé de contar los míos, pues se sucedían uno tras otro. El cuarto estaba caldeado al máximo y la cama inundada de sudor y semen.

El aroma del sexo era tan penetrante que por si solo invitaba a seguir cogiendo. Ya no éramos personas, éramos animales apareándose sin otra finalidad que tener placer sin medida.

Caímos agotados sobre la húmeda cama sin importarnos de que estaba mojada. La verga de Sal aun se encontraba dentro de mí, pero ya sin la consistencia de hierro que había tenido minutos antes. Daniel la tenía recargada en mi mejilla y una sensación pegajosa cubría casi toda mi cara.

Me entró una gran necesidad de ir al baño, pues por más lavativas que me hubiera puesto, la longitud y el grosor de la verga de Sal habían tocado profundidades que nunca pensé que alguien fuera a alcanzar.

Y esta fue una de las anécdotas que más recuerdo, y por cierto, de las más agradables. Y como se imaginarán ustedes, mi obsceno culo quedó tan estrado, que después de esa cogida monumental, solo vergas muy grandes me pueden satisfacer; y digo verdaderamente grandes pues aunque en mi trabajo llegan de todos tamaños, ninguna alcanza la magnitud delirante de la que tenía Salvador, a quien desafortunadamente ya no volví a ver debido a que un marido incomodo porque vio a su esposa literalmente atravesada por la verga de Sal, le metió dos balazos.

En la actualidad, mi amante llena más o menos el hueco que dejó Sal en mi recuerdo, pero le tengo que solicitar que también me meta el consolador de 30 centímetros de longitud y 25 de circunferencia para poder satisfacerme.

FIN

(Por ahora)