Alienhuntress

Raquel se prepara para dar caza tras años de entrenamiento a un invasor alienígena, sin saber que realmente será ella la cazada y obligada a dar una localización que realmente desconoce. ¿Aguantará el interrogatorio o se rendirá y convertirá en la nueva posesión del extraterrestre?

Su don se había manifestado al cumplir los quince años. Raquel necesitó la visita a varios especialistas y leer varias noticias en los periódicos sobre gente con habilidades especiales para comprender que, lo que veía al mirar a ciertas personas, era totalmente real: Una raza alienígena capaz de tomar forma humana había comenzado a visitar el planeta Tierra con intenciones bastante dudosas: todo aquel al que se acercaban, desaparecía. Durante los años siguientes se había dedicado a entrenar físicamente en varias artes marciales y en aprender el uso de armas cuerpo a cuerpo y, al cumplir los veintiséis años, comenzó a rastrearlos y eliminarlos. Pronto varios grupos se habían interesado por ella, pero decidió ganarse su propia reputación y los rechazó a todos. Trabajaba mejor sola y sin llamar la atención.

Raquel dobló la esquina y se encontró frente a la entrada del Segundo Círculo, uno de los garitos de moda en la ciudad, justo a tiempo de verle entrar. Al concentrarse pudo comprobar cómo la imagen real y la ilusión se superponían en aquel individuo. Su piel rugosa, áspera y de un color canela estaba escondida tras la imagen de un joven bastante apuesto y bien vestido. Hacía meses que Raquel no se encontraba frente a un visitante tan fácil de desenmascarar. “ Va a ser pan comido” , pensó mientras se frotaba mentalmente las manos.

El portero la dejó pasar tras analizar, con una mirada demasiado lasciva para su gusto, su cuerpo cubierto por un espectacular vestido negro de escote bien pronunciado que le llegaba por debajo de las rodillas. Raquel pasaba habitualmente por una chica normal, casi del montón y sin demasiada exuberancia a pesar de su metro y setenta y dos, pero era capaz de elegir muy bien su ropa para despertar el interés del sexo opuesto. Tras guiñarle uno de sus ojos color miel agradecida por colarle, la chica entró decidida.

El humo, las luces y el ruido atronador la desorientaron durante unos breves segundos. La discoteca no era demasiado amplia y a esas horas de la noche aún no se había llenado por completo, por lo que no le fue difícil volver a localizar a su objetivo. El alienígena se encontraba apoyado seductoramente en la barra, dando la espalda a la entrada y hablando con una chica que no debía superar por mucho los dieciocho años. Había elegido ya a su próxima víctima.

Raquel se palpó disimuladamente la cadera derecha, donde tenía escondida, bajo la tela del vestido, una porra extensible. Decidida a salvarla, se dirigió directamente hacia la pareja, esquivando las insinuaciones de un tío que pretendía sacarla a bailar de forma muy torpe. Se sentó junto a la chica y, golpeando con algo de rudeza su hombro, llamó su atención.

— ¿Por qué no te vas ya a casa, guapa? – Dijo insuflando a su voz todo el desparpajo del que pudo hacer gala —. Mañana hay cole.

La joven se giró, dispuesta a soltarle alguna bordería o incluso a agredirla, pero al cruzarse sus miradas vio que tenía las de perder y malhumorada decidió alejarse sin decir nada. Raquel se apoyó justo en el mismo sitio que había ocupado la chica y bebió de un trago la copa que había dejado a medias sobre la barra. “ Ginebra” , la odiaba. Se peinó con las manos su melena tintada de color cobrizo de forma intencionadamente sensual y encaró finalmente al extraterrestre.

Tardó bastante tiempo en recuperarse de la impresión. Era jodidamente guapo. Su cabello moreno, bien recortado, no desentonaba en absoluto con unos profundos ojos azul claro que parecían estar atentos a cualquiera de sus movimientos. Le sacaba poco más de ocho centímetros de alto, pero aun así tenía una presencia bastante intimidatoria, subrayada por unos musculosos brazos y torso que apenas podían contener su camisa blanca. Al bajar disimuladamente la vista, Raquel comprobó que también sus piernas parecían haber sido entrenadas a conciencia. El cabrón sabía elegir bien su disfraz.

— Ho… hola – Tartamudeó Raquel —. No te había visto nunca por aquí.

— Soy nuevo en la ciudad – Dijo él sin perder su sonrisa —. ¿Y tú?

— Vengo mucho, sí.

Raquel no podía apartar la mirada de su rostro. Sabía que si era capaz de concentrarse podría ver a través del disfraz, pero algo en su interior se oponía a romper esa magia por más que lo deseara.

— ¿Y a qué te dedicas? Espero que a algo más que a espantar a mis ligues.

— Me encargo de encontrar… cosas.

— Vaya… entonces quizás puedas ayudarme – El hombre dio un largo trago de su copa sin apartar en ningún momento la mirada —. Precisamente estoy buscando algo.

“Una presa de la que alimentarse” , pensó Raquel inmediatamente. Haciendo acopio de toda su entereza, se acercó lo suficiente como para poder ser oída por encima de la música al bajar un poco la voz.

— Y yo tengo lo que buscas – Dijo, sonriendo con más confianza de la que realmente sentía.

El alienígena enarcó una ceja, sorprendido.

— ¿Y cómo es eso?

Raquel ensanchó su sonrisa, había conseguido despertar su curiosidad. Sin duda iba a ser pan comido.

— La verdad es que no ha sido casualidad que nos encontráramos, hace rato que te voy siguiendo —Colocó su dedo índice sobre los pectorales y los acarició suavemente por encima de la camisa, notando la dureza de sus músculos —. ¿Por qué no vamos a un sitio más tranquilo y te lo enseño?

Acercó su cara a la del hombre, como si estuviera a punto de besarle, para finalmente apartarla con rapidez.

— ¿Lo tienes encima? – Preguntó él.

— Lo tengo debajo – Respondió Raquel entreabriendo su boca de forma provocativa y acariciándose por el talle, provocando que sus curvas se marcaran bajo el vestido.

El hombre tomó la iniciativa y como un resorte agarró la mano de Raquel, que se sobresaltó. No sabía qué esperar, pero desde luego no un tacto tan… humano.

— Detrás he visto una pequeña plazoleta, podremos... hablar con tranquilidad – Dijo el alienígena tirando con fuerza de Raquel, dirigiéndose directo a la salida.

Nadie pareció verles salir ni girar por detrás del edificio. Efectivamente había una pequeña plaza, oculta por todos lados excepto por el callejón por el que habían entrado, cuyo único adorno era un macetón que alguna vez tuvo alguna planta. Raquel se sentó en el filo, levantando su vestido, colocándose frente al hombre y abriendo un poco sus piernas con intención de distraer su atención.

— Ufff… ¡vaya agobio allí dentro!, ¿no? – Dijo Raquel fingiendo cansancio.

Al levantar la vista vio al hombre totalmente rígido y con un semblante serio y desencajado, mirándole directamente a la cara y haciendo caso omiso a sus piernas.

— Ahora… dámela – Ordenó con una voz demasiado ronca el alienígena.

— Cuidado… — Dijo Raquel deslizando su mano disimuladamente por detrás hasta agarrar el mango de la porra metálica — Tu voz falsa te está fallando.

Se reincorporó de un salto del asiento mientras sacaba por debajo del vestido el arma. De un único movimiento extendió la porra metálica y lanzó un mandoble directamente al cuello del hombre. El metal silbó en el aire, sin impactar contra nada. Al recuperar su posición defensiva Raquel comprobó que parecía haberse movido un par de metros hacia su izquierda en unas décimas de segundo.

— No estoy para juegos, humana. Dame la Piedra y quizás te deje marchar.

Sin tiempo para pensar en lo que estaba pasando Raquel cargó contra el enemigo de dos rápidas zancadas, pero, antes de terminar la segunda, sintió un enorme impacto en la boca del estómago, obligándola a encorvarse y golpear el suelo cerca del zapato del alienígena. La muchacha recuperó el equilibrio justo a tiempo para ver que el extraterrestre no se había movido de su sitio. “ ¿Qué demonios está pasando? No parece un disfrazado normal” , se preguntó Raquel mientras se limpiaba un poco de saliva que le caía por la comisura de los labios.

El alien dio un paso hacia ella justo en el mismo momento en el que notaba una bofetada tan fuerte que le obligó a girar la cabeza. Aprovechando el impulso, lanzó un golpe a ciegas hacia el lugar donde debería estar el hombre, pero nuevamente golpeó tan sólo el aire. Al girarse comprobó que la plaza parecía vacía.

Bajó relajada su porra hasta colocar el metal junto a su muslo derecho y fue en ese momento cuando entrevió a un par de pasos de ella la figura real del alienígena, casi invisible. Estaba usando sus capacidades ilusorias para desorientarla. Intentó reaccionar dando un paso hacia atrás y levantando su arma, pero el alien fue mucho más rápido. Raquel sintió cómo el puño le golpeaba con una fuerza sobrehumana a la altura de sus pechos, apartando su vestido lo suficiente como para poder ver el sostén blanco que tenía bajo la ropa.

Sin amedrentarse, la mujer lanzó una rápida patada giratoria directa hacia la cintura. Esta vez sintió cómo el cuerpo del extraterrestre cedía, haciendo que cayera de rodillas hacia un lado y mostrando por completo su forma inhumana. Unos ojos negros y totalmente carentes de pupila se fijaron con odio en ella.

—  Estás empezando a enfadarme, humana – Dijo con su voz ronca y antinatural, provocando durante unas décimas de segundo un escalofrío de miedo en el cuerpo de la chica antes de poder controlarlo.

— No voy a dejarte vivir, alimaña – Respondió ella apretando con fuerza los dientes y lanzando una estocada vertical directamente hacia la cabeza.

El alienígena se reincorporó en décimas de segundo y agarró con fuerza el metal de la porra con una mano como si nada. Lo sujetó con fuerza, impidiendo que lo moviera por más fuerza que Raquel intentó insuflarle y, tomando de nuevo su forma humana, se acercó a ella hasta casi poder notar su aliento. El hombre, sin apenas esfuerzo, arrebató el arma de las manos sudorosas de la chica.

Raquel no podía apartar sus ojos de sus manos ni de su cara, casi con reverencia sobrenatural. El alienígena pareció ignorar a la chica y levantó a contraluz el arma, dándole vueltas como si la estuviera tasando.

— ¿En serio pensabas matarme con esto?

La mujer abrió la boca con intención de darle una respuesta mordaz, pero un nuevo golpe en su vientre la hizo doblarse de dolor.

— De verdad… creías… que… con una mierda así… ibas a hacerme algo más que caricias – El extraterrestre la golpeaba en su vientre, sus pechos y su espalda alternativamente cada vez que hacía una pausa —. Eres una estúpida.

Raquel levantó una mirada con ojos llorosos mientras rodeaba con fuerza su estómago con los brazos. Su vestido se había rasgado por uno de los lados tras uno de los golpes, pero no le importó en absoluto mostrarle parte de su ropa interior si al final podía devolverle los golpes. Intentó concentrarse mientras retrocedía hacia la callejuela de salida, dispuesta a contraatacar en cuanto su contrincante se cansara o cometiera un error. La adrenalina se estaba ocupando de enmascarar el dolor que sentiría dentro de poco.

El alienígena lanzó un gancho que sorprendió a la mujer, haciéndole trastabillar mientras intentaba recuperar el equilibrio. No le dio ocasión de hacerlo, Raquel sintió un duro golpe en su sien izquierda antes de perder la consciencia.

Lo primero que notó al ir recuperándose fue el frío tacto del metal sobre su piel. Estaba recostada en algún tipo de silla inclinada en un sitio muy iluminado. Empezó a parpadear, intentando enfocar. Veía un techo blanco, formado por unas planchas que parecían hechas de un material extraño. Al apoyarse sobre sus codos y mirar hacia delante, una sensación de vértigo la recorrió de pies a cabezas. A través de la pared totalmente diáfana podía contemplar el planeta Tierra en gran parte de su extensión. Raquel se encontraba en la nave del extraterrestre.

Notaba algo rodeándole por encima de la cintura, a la altura de su ombligo. Fue al bajar la vista hacia allí cuando se percató de que estaba totalmente desnuda excepto por un pequeño aparato-cinturón de poco más de siete centímetros que efectivamente parecía recorrer todo su abdomen. Raquel respiró profundamente, intentando calmar sus emociones como tantas veces había practicado. Al palpar el aparato en toda su extensión no pudo apreciar ningún cierre ni botón, pero no era mucho más incómodo que llevar una cinta elástica puesta en ese mismo lugar.

Con gran dificultad consiguió colocar sus pies sobre el suelo, frío y con apariencia de ser resbaladizo. Meneó la cabeza para terminar de aclarar su mente y, tratando de ignorar por completo que tanto su sexo como sus senos estaban a plena vista, observó su entorno. La sala estaba desprovista de todo mobiliario que no fuera la gran silla sobre la que estaba sentada, muy parecida a los sillones articulados que usaban los dentistas en la Tierra pero hecho de un fino metal grisáceo. Las paredes parecían estar algo curvadas, dando la sensación de que la sala era mucho más espaciosa de lo que realmente era.

Al mirar por encima del cabecero inclinado de la silla, sus ojos se abrieron como platos. La puerta de la habitación estaba totalmente abierta y más allá podía ver un largo pasillo a medio iluminar que terminaba en un giro hacia la derecha. Apoyando sus manos sobre el asiento, se impulsó hasta ponerse totalmente en pie. Vaciló un par de segundos durante los cuales tuvo que volverse a apoyar en el mueble y finalmente consiguió mantener el equilibrio. Si era rápida y sigilosa aún podría escapar.

Volviendo a controlar su respiración, se preparó para dar una rápida carrera hacia la salida, atenta a cualquier peligro que le pudiera salir al paso mientras se alejaba por el pasillo. En alguna parte, más allá de esa puerta, había un medio de transporte que la llevaría de vuelta a la Tierra.

Con la vista fija en el final del pasillo e impulsándose en el cabecero de la silla y en sus propias piernas, comenzó al fin un sprint. Durante los primeros pasos las plantas de sus pies resbalaron mínimamente en el suelo, pero eso no le planteó ninguna dificultad. Había llegado a mitad de camino de la puerta cuando comenzó a sentir el efecto del cinturón. Como si de repente su longitud empezara a menguar, Raquel sintió cómo le apretaba cada vez más y más a cada paso que daba. Al llegar a tan sólo un par de metros de la salida, la presión de su abdomen se convirtió por completo en inaguantable. Aun así, apretando con fuerza sus labios e inclinada por el dolor, dio un nuevo paso hacia la puerta. Cayó arrodillada mientras con sus manos intentaba en vano arrancarse a tirones el aparato de su vientre. Una lágrima le resbaló por el ojo, recorriendo su mejilla y yendo a caer directamente al suelo donde pareció evaporarse instantáneamente. Quedó a cuatro patas, jadeando a causa de la presión mientras todo a su alrededor empezaba a dar vueltas.

— Yo no me alejaría demasiado del asiento – Tronó la voz ronca del alienígena justo frente a ella.

Al levantar la vista comprobó que él se encontraba justo en el umbral con sus manos colocadas en su cintura, ocupando casi por completo la puerta con su forma real. Estaba completamente desnudo, mostrando unos genitales bastante parecidos a los de un ser humano, de un marrón levemente más oscuro que el resto de su piel pero con un pene mucho más alargado y delgado que el que cabría esperar.

— Tenemos una charla pendiente, humana – Dijo el alienígena mientras la agarraba de un puñado por el pelo y tiraba de ella hacia la silla metálica.

Raquel se dejó arrastrar por el suelo manoteando de vez en cuando para intentar inútilmente deshacerse de la presa en su cabello. Poco a poco, al irse acercando a la silla, sintió que la presión en su abdomen iba disminuyendo, dejando todavía la sensación de dolor. En el último momento pudo entrever un pequeño dispositivo, no mucho más grande que una cajetilla de tabaco, que parecía parpadear pegado a una de las patas de la silla.

El alienígena tiró hacia arriba del pelo de la muchacha, obligándola a apoyar la barbilla en la parte central de la silla. Agachándose la tomó por entre las piernas con su brazo libre, rozando por completo su sexo con el antebrazo, la cogió a pulso y la lanzó sobre el frío metal, dejándola nuevamente bocarriba y tendida en toda su longitud.

— Creo que con esta forma te sentirás más dispuesta a tratar – Dijo el alien.

Al mirarle Raquel comprobó que había vuelto a tomar su disfraz humano. Desde su posición la mujer se percató de que estaba totalmente desnudo también en esa forma, al menos de cintura para arriba. Un cuerpo bien formado, delgado pero musculoso, se encontraba a pocos centímetros de su propio cuerpo desnudo. “ ¿En qué demonios estoy pensando?Es un puto monstruo” , se censuró mentalmente la chica al percatarse que se había quedado mirando atontada los abdominales del hombre. Rápidamente desvió la mirada hacia el techo y, con una mano temblorosa, intentó limpiarse las lágrimas que aún le mojaban parte del rostro, pero en un visto y no visto, el alienígena le sujetó con fuerza de la muñeca, manteniendo su mano a media altura. “ Tiene una piel tan cálida”. Raquel intentó alejar nuevamente esos pensamientos mientras un escalofrío, no sabía si de terror, le recorría todo el brazo bajo el tacto del alienígena.

El extraterrestre pareció notarlo, pues una sonrisa se dibujó en su rostro y aflojó su fuerza mientras la obligaba a apoyar su mano sobre la silla, a un lado de la cintura. Tras soltarla, usó esa misma mano para limpiar él mismo las mejillas de la joven, usando su dedo índice para ello.

— No entiendo esa manía vuestra de llorar – Dijo con una voz mucho más suavizada —. Da ventaja a vuestros enemigos y os afea demasiado.

Acarició el contorno de la cara de Raquel, obligándola a volver su mirada hacia él. La chica intentó centrar su visión en un único punto, luchando por mantener la cabeza fría y no mirar el torso desnudo tan cerca de ella.

— Hemos empezado con mal pie – Dijo él mientras se pasaba la punta de la lengua por sus carnosos labios —. Pero entenderás mi interés en recuperar la Piedra de Ra.

El hombre se sentó de perfil a un lado de la silla, provocando que ambas pieles se tocaran durante el par de segundos que Raquel tardó en reaccionar y apartarse lo justo como para no caer al suelo. El hombre moreno estaba totalmente desnudo, al igual que ella, aunque desde su posición lo único que podía entrever la chica eran los muslos. La forma tras la que se escondía parecía no poseer ni rastro de pelo de cuello para abajo. Raquel no pudo evitar sonrojarse y apartar la vista hacia la pared opuesta.

— Podríamos llegar a un acuerdo a cambio del artefacto… — Empezó diciendo el hombre mientras se inclinaba para apoyar sus codos sobre las rodillas – Eres un espécimen bastante agradable a la vista.

El alien giró la cabeza para mirarla y torció el gesto al ver que la chica se había colocado de perfil, dándole la espalda. Tomó entre sus manos un mechón de cabello de la mujer y se lo apartó a un lado de la cabeza con bastante delicadeza.

— Podrías formar parte de mi harén cuando haya conquistado tu planeta.

Raquel se movió incómoda. El asunto parecía mucho más serio que la desaparición de varias personas. “No puedo dejar en libertad a este monstruo por nada en el mundo, tengo que seguirle la corriente” , pensó mientras intentaba formar en su cabeza algún plan.

El hombre se inclinó sobre ella, apoyando sus brazos a cada lado del torso y rozando con su muñeca derecha uno de los pechos de la joven. Raquel intentó librarse del contacto pero estaba firmemente sujeta entre los brazos del extraterrestre.

— Por favor… — Susurró él.

— No pienso darte nada, alimaña.

Se inclinó aún más sobre ella, doblando sus codos y presionando un poco más en su espalda y parte inferior de sus pechos. Un escalofrío involuntario recorrió el cuerpo de la chica de pies a cabeza.

El alienígena se deslizó sobre ella, pasando por encima de su cuerpo una de las piernas mientras aún mantenía los brazos aprisionándola a cada lado. Raquel intentó moverse, pero únicamente consiguió volverse nuevamente bocarriba. Lanzó un rodillazo a la entrepierna de su atacante con todas sus fuerzas y, al impactar, notó un fuerte dolor en su rodilla, como si lo que hubiera golpeado estuviera hecho de roca.

Raquel volvió a lanzar una patada sin importarle el dolor, al notar cómo el cuerpo del hombre se iba posando lentamente sobre el de ella. Notó la cálida piel del torso del alien presionar sus pechos y, al notar cómo sus labios se acercaban, giró hacia un lado su cabeza.

El alienígena recorrió con una lengua rugosa y muy poco humana el pómulo que parecía estar ofreciéndole la chica, para posteriormente introducirla en su oreja.

—  Dime dónde guardas la Piedra de Ra y no te haré daño – Susurró, aún con su lengua alargada fuera de su boca, dándole un aspecto amenazador —. Al menos no demasiado.

Raquel gruñó como única respuesta, mientras intentaba luchar en su interior contra la repulsión que estaba empezando a notar. De repente, sin que el hombre con forma semihumana que tenía sobre ella se moviera un ápice, notó cómo algo rozaba la entrada de su sexo. El alienígena comenzó entonces a reír por lo bajo mientras parecía hacer crecer su pene más allá de lo que resultaba natural.

Raquel sintió la punta de aquella polla abriéndose paso, muy lentamente y con gran dificultad, hasta introducir todo el glande, enorme comparado con el de cualquier humano. Su interior pareció dar la bienvenida a aquel cuerpo extraño abrazándolo por completo. Soltó un suspiro involuntario mientras miraba de reojo cómo una sonrisa se ensanchaba en el rostro del hombre moreno que tenía sobre ella. “ No es un hombre, es un monstruo, y está intentando violarme”, se recordó mentalmente mientras volvía a fijar la vista en una de las paredes laterales.

Antes de que pudiera reaccionar, el alienígena empujó con fuerza con su pelvis, embistiéndola con gran rudeza.

La chica notó una punzada de dolor en sus entrañas mientras el miembro del alienígena la penetraba de un solo golpe. Lanzó un aullido corto mientras las lágrimas anegaban su cara.

El alien comenzó a bombear, a moverse rítmicamente mientras la mantenía agarrada contra su propio cuerpo. La chica notaba perfectamente cómo, en su interior, la polla de aquel ser cambiaba de tamaño tras cada sacudida, alargándose de repente como si fuera capaz de llegar más allá de su anatomía, causándole un dolor indescriptible, para justo a continuación, en la siguiente embestida, volverse aún más fina que la de un humano corriente dándole un respiro por escasos segundos.

Notaba la descomunal polla follándola como nunca antes y, para su horror, se dio cuenta de que de su boca comenzaban a salir gemidos de placer mientras el pene entraba y salía con cada vez mayor facilidad a causa de los fluidos que comenzaban incluso a mojar el asiento metálico sobre el que estaban tumbados.

— Por favor…– Dijo la chica incapaz de evitar soltar otro gemido —. Para por favor.

— ¿O si no qué? – Susurró el hombre mientras apartaba con su dedo pulgar varios cabellos de la cara de la chica, sin aminorar en sus embestidas.

Raquel le miró directamente. El rostro humano se había desfigurado por completo, mostrando un híbrido que para cualquier otro hubiera sido aterrador. Ella sintió aún mayor deseo mientras notaba cómo el pene había dejado hace rato de cambiar de tamaño, permaneciendo en la forma alargada y gruesa sin que le hubiera importado.

Antes de que pudiera ordenar sus pensamientos, sintió en lo más profundo de sus entrañas cómo el alienígena descargaba su semilla ardiente en su interior, inundando todo lo que el enorme falo no llenaba. Incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la increíble sensación del semen rebosante que empezaba a resbalar lentamente por sus muslos y que inundaba su útero, Raquel cruzó automáticamente sus brazos por detrás de la nuca de aquel ser que la miraba a través de unos párpados verticales.

— Dímelo – Ordenó él entre dientes, sin parar de mover sus caderas.

— Jamás – Respondió ella con una voz en la que era difícil adivinar dónde terminaba su desafío y empezaba el gozo.

Incapaz de dominarse, sintió de inmediato los espasmos que comenzaban a dominar su sexo. Intentó controlar el orgasmo, ayudándose con la idea de que seguramente estaba en un peligro de muerte, pero fue inútil. Con un último espasmo en su útero que la hizo doblarse hasta apoyar toda su espalda en la silla, terminó por correrse aún con la polla en su interior. Gimió con fuerza sin percatarse que también rodeaba con sus piernas el torso del alienígena, que gruñó parando su bombeo momentáneamente mientras volvía a tomar forma humana.

Con gran rudeza y pasando alrededor del cinturón-aprisionador los brazos, levantó a pulso el cuerpo de la joven, elevándola por completo de la silla hasta que tan sólo sus tobillos tocaban, al balancearse, el filo del mueble.

Raquel, que por un momento pareció una simple muñeca de trapo en sus manos, notó nuevamente el gigantesco falo recorriendo hasta el fondo su coño dilatado y mojado. Relajó sus brazos, dejándolos caer y haciendo que se bambolearan al ritmo de las nuevas embestidas, esta vez mucho más espaciadas pero igual de profundas.

El alienígena pasó su monstruosa lengua por entre los pechos y fue subiendo hasta recorrer todo el cuello y acabar rozando los labios con lascivia. Raquel hizo un nuevo intento de ordenar sus pensamientos, murmurando una y otra vez, como si fuera un mantra, que lo que tenía ante ella era un ser despreciable.

— Voy a follarte hasta quebrar por completo tu voluntad y me digas lo que quiero saber – La criatura se carcajeó mientras agarraba de la nuca a Raquel y la obligaba a acercar el oído a su boca —. Y encima darás a luz a la próxima generación de conquistadores. Serás el orgullo de tu raza.

Raquel frunció el ceño e intentó golpear con su puño un lado de la cabeza del alien con la poca convicción que aún parecía quedarle, pero apenas le provocó una sonrisa.

El alienígena sacó su polla, o quizás sólo la redujo de tamaño, hasta tan sólo rozar la entrada a su vagina. Cargándola sobre su torso, la llevó directamente hacia la enorme ventana que dominaba la sala. Raquel notaba el pene, endurecido y grueso, golpeando rítmicamente contra su sexo mientras caminaba, sin llegar a introducirse, y muy pronto también sintió la presión del cinturón cada vez mayor contra su abdomen hasta sentir cómo comenzaba a protestar de dolor al alejarse del asiento.

Poco a poco, quizás por la presión del cinturón o por el vértigo que le producía ver su planeta tan lejano, intentó deshacerse de la fascinación que había producido en ella el disfraz y pensar con más frialdad. “ No puedo quedarme aquí plantada, debo reaccionar”.

El alienígena la dejó caer de pie frente a él y dando la espalda al planeta Tierra. Agarró y estrujó sus mejillas mientras la obligaba a mirarle a los ojos antes de dar unas rápidas cachetadas en sus pechos como si estuviera jugando con ellos y cortando nuevamente el hilo de todos sus pensamientos.

— Quiero que veas la sucia bola de barro que vas a condenar mientras te penetro, ¿sí?.

Nuevamente con rudeza la agarró por los hombros y la obligó a girarse hacia la ventana. Con la misma mano, la obligó a inclinar la cabeza, haciendo que el trasero quedara en pompa, dispuesto para él, y obligándola a posar de forma instintiva ambas manos contra el cristal para no caer al suelo.

Raquel sintió en sus manos el frío que existía más allá, apretó sus dientes e intentó incorporarse, pero un empujón la volvió a inclinar, esta vez mucho más que antes.

— Si no vas a decirme dónde está la Piedra, limítate únicamente a recibir mi semilla – Le dijo mientras la sujetaba con fuerza con una de sus manos por la cadera derecha y observaba el reflejo de la chica en el cristal que tenían ante ellos.

Agarrándola con su otra mano por el nacimiento del pelo, por encima de la frente, la obligó a levantar la cabeza y mirar hacia el frente. El extraterrestre sonrió al ver la cara descompuesta de la chica en el reflejo e inmediatamente, sin aflojar la fuerza de sus manos, y ayudándose por la que aún tenía en la cadera, comenzó a penetrarla de nuevo, provocando un ruido parecido al de un chapoteo a causa de los fluidos que aún permanecían en sus genitales.

Raquel sentía las embestidas, pero su mente empezaba a estar muy lejos. Miraba el planeta Tierra como si no fuera más que una estampa más mientras intentaba inútilmente oponerse. Toda su vulva parecía aceptar al invasor de forma natural, ajena a cualquier intención de resistirse por su parte. Un nuevo espasmo recorrió su útero, a punto de volver a correrse. Comenzó a sollozar, aumentando el volumen de sus gemidos con cada penetración mientras sus caderas se movían al ritmo que le estaban marcando. Al fin, por completo ajena a lo que hacía su cuerpo, terminó corriéndose de nuevo.

Al fijarse en el reflejo del alienígena vio entonces cómo un larguísimo apéndice empezaba a crecer desde la espalda del monstruo. Era de forma irregular, con protuberancias cada pocos centímetros y del mismo color oscurecido de su polla. “Como unas bolas chinas” , pensó horrorizada la joven.

El extraterrestre movió de un lado a otro su nueva cola, como si la estuviera desentumeciendo, para a continuación llevarla hasta la espalda de Raquel, muy cerca de su nuca. De forma pausada fue bajando con su punta, acabada en una forma gruesa, la espina dorsal de la joven en dirección al culo. La cola parecía estar mucho más caliente que el resto de su cuerpo… y mucho más seca.

— No… – Intentó quejarse Raquel únicamente consiguiendo un sonido apagado y lastimoso.

El alien, sin apartar en ningún momento la mirada de los ojos suplicantes de su víctima, dejó de agarrarle por la cabeza y abrió con ambas manos las nalgas de la chica. Comenzó a presionar el ano con la cola, sin ejercer demasiada presión, acariciándolo en círculos con la protuberancia en la que acababa su apéndice.

Raquel sintió el tentáculo caliente y duro como una roca presionando poco a poco en la entrada a su culo y comenzó a mover la cabeza de un lado a otro, negando desesperada, sólo consiguiendo que el extraterrestre soltara una carcajada de satisfacción.

El alien aprovechó para pellizcarle las nalgas varias veces seguidas, causándole varios latigazos de dolor a los que respondió el cuerpo ya fatigado de la joven con varios sobresaltos, más instintivos que otra cosa.

— Relájate, humana, vas a tener el honor de ser fecundada a través de tus orificios por una raza superior – Dijo con su voz inhumana, volviendo a bombear con su pene de forma bestial.

Muy poco a poco fue aumentando la fuerza de su apéndice, presionando cada vez más contra su ano aprovechando la fuerza del vaivén de sus caderas. El alienígena empezó a gruñir debido al esfuerzo que le estaba requiriendo penetrarla por ambos agujeros, pero no cejó en ningún momento en su empeño y siguió apretando con su tentáculo, intentando dilatar el orificio posterior por la fuerza.

Raquel, paralizada por el terror, bajó la vista al suelo mientras su culo ofrecía mucha más resistencia que su vagina. A pesar de ello fue notando cómo poco a poco parecía empezar a abrirse camino. Dobló las piernas en un intento de ofrecer mayor dificultad, pero su cuerpo seguía sin obedecerla. Sintió de improviso cómo la abultada punta del apéndice parecía palpitar, variando con cada pulsación de tamaño por unos pocos milímetros.

Fue abriéndose paso, horadando en su interior, hasta que finalmente pareció vencer la principal resistencia. El rabo comenzó a entrar más rápidamente, rozando las paredes musculares de la chica que comenzó a gritar más y más mientras el apéndice parecía llegar hasta sus intestinos, causándole un daño difícilmente soportable.

La joven notaba cómo el apéndice comenzaba a deslizarse cada vez más adentro, haciendo que sintiera una presión en lo más profundo de sus entrañas mientras eran recorridas casi sin obstáculos. Sus gritos, enronquecidos hasta casi parecer sordos, fueron superados rápidamente por las carcajadas de su violador, que disfrutaba de cada escalofrío y contracción que recorría el bajo vientre de la mujer. El apéndice parecía moverse serpenteando, sin importar lo más mínimo la poca oposición que pudiera encontrarse en su camino. Al fin, tras un interminable suplicio, la cola dejó de penetrarla al llegar a su destino. La mandíbula de Raquel, a punto de desencajarse, quedó en un rictus desposeído de cualquier rastro de cordura mientras la cabeza de la chica, a causa del dolor, no dejaba de dar vueltas.

El alien la agarró de la barbilla, cerrando de golpe su boca, y la obligó a levantar la cabeza.

— No te atrevas a perder la consciencia en lo mejor – Ordenó el hombre con voz entrecortada por la excitación.

En mitad de una sensación de náusea procedente de su estómago, la mujer notó cómo ese mismo estómago se llenaba, quemándola con el semen derramado directamente en él. Con una explosión en su sexo, Raquel no pudo resistir un orgasmo incontrolable, llenando sus muslos de todos sus fluidos que fueron cayendo, gota a gota, sobre el suelo.

Sin parar de reír ni un solo momento, el alienígena comenzó a sacar su extremidad del conducto anal de la chica, causándole una sensación dolorosa y a la vez placentera al verse liberada al fin de la presión. La cogió de los hombros y sin miramientos la hizo girar sobre sí misma para posteriormente empujarla contra el cristal. Su espalda y su culo quedaron totalmente comprimidos contra la ventana, haciendo que un reguero de color granate resbalara desde su culo hasta el suelo.

— Eres un espécimen muy muy fogoso – Le dijo él, pasando el dorso de su mano por su coño, arrastrando semen y fluidos vaginales al mismo tiempo —. ¿Estás preparada para darme la localización o prefieres seguir con el interrogatorio?

— Ja…más… te lo daré – Dijo entre hipidos Raquel, apartando sonrojada la vista.

— Lo suponía.

Empujándola por las clavículas con ambas manos volvió a pegarle la espalda contra el cristal y, sin apartarlas de su piel, fue subiendo con ellas por sus hombros y por el cuello hasta colocarlas por debajo de la barbilla, obligándola a levantarla hacia él. El alienígena se pasó la lengua por los labios, humedeciéndolos con su saliva. Antes de que Raquel pudiera reaccionar, se acercó y comenzó a besarla, sin apartar sus manos de la barbilla para impedir que pudiera apartar la cara.

La mujer cerró con fuerza sus ojos y sus labios, sintiendo la boca del otro recorriéndolos una y otra vez, girando su cabeza y dando pequeños mordisquitos mientras intentaba que los abriera. A pesar de su resistencia no pudo evitar saborear parte de su saliva, dulce y con un leve sabor a almendras. Abrió los ojos tan sólo para ver sus irresistibles ojos claros fijos en los de ella. Echando mano de toda su fuerza de voluntad para romper esa especie de hechizo, volvió a cerrarlos e intentó sin éxito arañarle con sus uñas, sin conseguir abrir ni una pequeña magulladura en el torso del hombre.

El alien apartó sus manos y las usó para recorrer todo el talle de la chica de arriba abajo varias veces, acariciándole la piel en una especie de masaje para finalmente agarrar con firmeza por debajo de sus tetas.

— Abre la boca – Dijo separándose de ella un par de centímetros mientras comenzaba a masajear en círculo sus pechos, colocando las palmas de sus manos en los pezones endurecidos y sensibles de la mujer.

Raquel no obedeció, moviendo la cabeza de un lado a otro en señal negativa sin atreverse a volver a mirar.

— He dicho… — El alienígena tomó ambos pezones entre sus dedos pulgar e índice — ¡Que abras tu sucia boca!

Apretó los pezones con su fuerza descomunal, aplastándolos entre sus dedos, retorciéndoselos y tirando de ellos con enorme facilidad. Fue abriendo poco a poco su mano, rozando primero sus areolas para luego hundir todos sus dedos en la carne de los pechos de forma profunda y bastante dolorosa. Comenzó a pinzar sus tetas una vez tras otra, apretando cada vez a mayor profundidad mientras el cuerpo de Raquel reaccionaba bajo su rudo tacto con pequeños temblores de dolor. El extraterrestre se pasó la lengua, algo más larga y gruesa de lo que había mostrado hasta entonces, por el labio inferior en un gesto de puro deleite al ver cómo una nueva lágrima caía por el ojo derecho de la chica.

Ella intentó sofocar el grito, consiguiéndolo durante un breve segundo, antes de gritar a pleno pulmón, con su boca abierta de par en par.

Rápidamente, como si hubiera sido activada por un resorte, la lengua del alienígena salió disparada hacia la suya. Había tomado una forma algo rugosa y enorme, mucho más grande de lo que había conseguido expandir su polla, hasta el punto de impedir que ella pudiera cerrar la mandíbula.

Raquel notó aquella lengua introducirse por su boca para bajar a continuación por su esófago, ocluyendo por completo ese conducto. Instintivamente su cuerpo intentó repelerla a través del efecto del vómito, pero el alien volvió a insuflar fuerza a su lengua y prosiguió con su recorrido oponiéndose a los espasmos. La mujer abrió los ojos horrorizada, estaba empezando a asfixiarse a causa del tamaño del músculo que se movía en su interior.

Haciendo caso omiso a la apariencia cada vez peor de la humana, el extraterrestre dio un paso hacia ella mientras la abrazaba por el aparato-cinturón y la atraía a su vez hacia él. Ambos labios quedaron totalmente juntos en una especie de beso. Entrecerró sus ojos azules en un gesto de disfrute ante lo que estaba haciéndole a la mujer.

Ella golpeó el costado del hombre, intentando conseguir un aire que había dejado de llegar a sus pulmones, pero él la abrazó con más fuerza, provocando que el cinturón metálico también comenzara a encogerse aprisionando su vientre. Su piel comenzó a tomar un color azulado mientras la lengua llegaba serpenteando y sin parar de moverse hasta su estómago.

El alien gimió con fuerza al mismo tiempo que su disfraz comenzaba a temblar, mostrando por breve espacio de tiempo la forma real de su cuerpo. Movió su lengua varias veces hacia arriba y hacia abajo sin que Raquel pudiera hacer otra cosa que notar sus movimientos mientras iba perdiendo la consciencia.

Sintió, justo a la entrada de su estómago, la punta de la lengua alienígena abriéndose tal y como harían los pétalos de una flor y disparando otra andanada ardiente de su semen. Su visión comenzó a emborronarse rápidamente tras tanto tiempo privada de oxígeno y la fuerza de su cuerpo comenzó a desvanecerse, siendo sostenida en pie únicamente por el cuerpo del alien, que aún mantenía su músculo vocal en su interior, disfrutando de la sensación. Las rodillas de Raquel temblaron justo antes de doblarse por entero.

El extraterrestre la sujetó por las axilas mientras recorría el camino inverso con su lengua, dejando mientras lo hacía un rastro de semen en todo el conducto faríngeo de la chica. En el mismo instante en el que terminó de sacarla, se alejó varios pasos de la chica mientras dejaba de sujetarla.

Raquel quedó arrodillada con su cara hacia el techo, jadeando profunda y espasmódicamente mientras de su boca empezaba a rebosar del líquido blanco que ahora llenaba su estómago. Tuvo tiempo de mirar al alien antes de posar ambas manos sobre el suelo sin dejar de coger aire y expulsar semen a borbotones. Todo su cuerpo comenzó a temblar ostensiblemente y en ese mismo momento, las náuseas dominaron su cuerpo.

La chica, vencida por las arcadas producidas por la repulsión, la falta de aire y el dolor continuado, comenzó a vomitar una vez tras otra sobre el suelo, expulsando gran parte de lo que aún quedaba en su estómago, y continuó haciéndolo hasta sólo expulsar por su boca espumarajos de saliva. Tuvo tiempo de ver, con fascinación, que todo su vómito en el suelo iba desapareciendo, como si estuviera siendo absorbido, antes de notar las manos del alienígena nuevamente en sus senos.

— ¡Sucia puta, ¿cómo te atreves a vomitar mi semen?! – Gritó mientras clavaba sus uñas en los pezones de la mujer y apretaba con mucha fuerza —. Vamos a tener que enseñarte buenos modales…

Sin apartar las uñas tiró hacia arriba de sus pechos, obligándola primero a arrodillarse para, con enorme esfuerzo, irse incorporando hasta ponerse en pie y así poder evitar el dolor que le provocaban los tirones. Aun así, el alienígena siguió agarrando los pezones entre sus uñas, aflojando y aumentando la presión y disfrutando del dolor que se estaba reflejando en su rostro.

— Pero no voy a ser yo el que lo haga – El hombre se mojó sus labios —. Tengo mejores cosas que hacer que domar a una perra.

Tiró de los pezones hacia él, haciendo que Raquel se acercara, y aprovechando la inercia volvió a abrazarla, esta vez a la altura de su tórax. Bajó una de sus manos y dio varias palmadas en cada una de las nalgas de la chica, de forma tan rápida y precisa que ella notó más bien como si estuviera siendo azotada por una fusta de pequeño tamaño. El alien sonrió complacido al ver que ella no se resistía y que sus movimientos ya parecían totalmente mecánicos. Como si fuera una muñeca de trapo, la levantó del suelo y la lanzó con fuerza contra la silla, a cuatro metros de ellos.

La espalda de la chica impactó dolorosamente contra el respaldo y poco a poco, por su propio peso, fue deslizándose hasta quedar correctamente tendida en ella. El extraterrestre se acercó a ella de varias zancadas y le apartó de un manotazo el pelo que había quedado tapándole la cara.

— Para una perra humana como tú tengo a unos perritos humanos perfectos – Dijo bajando la voz —. Ellos se ocuparán de tu aprendizaje y de que me cuentes todo lo que sabes de la Piedra de Ra, no te preocupes.

Raquel abrió la boca, pero de ella tan sólo salió un gorgoteo.

— Tranquila, no voy a dejar que te aburras mientras voy a buscarlos.

Chasqueó sus dedos tres veces seguidas y, de forma inmediata, una de las planchas del techo se deslizó hacia un lado, dejando un pequeño agujero.

— Ya que vas a estar mucho tiempo en mi nave, será bueno que te vayas familiarizando con sus sistemas – Dijo mientras del techo empezaban a bajar ocho tentáculos metálicos, cuatro de ellos terminados en pequeños chupones y los otros en una especie de pico similar al de los pájaros en su forma —. Estoy bastante orgulloso de haber instalado este yo mismo.

Agarrándola por las rodillas, el alienígena le abrió las piernas y las colocó a ambos lados de la silla, balanceándose en el aire. Después se inclinó sobre ella hasta colocar su boca a la altura del oído.

— Probaremos de momento sólo con seis, no quisiera estropear todavía tu cuerpo con los ocho a la vez – Susurró golpeando con su mano abierta ambos pechos uno tras otro para a continuación masajearlos con total impunidad ante la sumisión de la joven—. Ahora estate quietecita mientras voy a buscar a tus nuevos amigos.

Raquel obedeció, colocando sus brazos pegados a su propio cuerpo y acariciando con las yemas de sus dedos el frío metal sobre el que estaba tendida, casi como un gesto de impaciencia al no recibir más atención en sus tetas. El masaje había conseguido calmar el dolor y encenderla más de lo que estaba dispuesta a confesar. “Y tiene unas manos tan suaves” , pensó mientras se ruborizaba.

El hombre se arrodilló bajo la silla para comenzar a trastear con el aparato pegado a la pata y de forma inmediata el cinturón metálico se activó, apretando muy poco a poco.

Raquel lo vio, con la mirada ausente, coger dos de los tentáculos del techo y golpear con ellos sus pezones. De forma inmediata se activaron y comenzaron a succionárselos a través de los chupones con tanta fuerza que incluso se vio obligada a arquear la espalda. Sin darle un segundo de descanso, cogió un tercer tentáculo succionador que bailaba suelto y lo colocó a la altura de su clítoris, activándolo y provocando que la chica comenzara a moverse espasmódicamente. Las lágrimas comenzaron a aflorar en sus ojos al mismo tiempo que su cuerpo agotado iba excitándose a pesar de todo.

— Dime… ¿te va gustando mi sistema Octopus? – Preguntó justo antes de darle una bofetada sin demasiada fuerza en la mejilla izquierda.

Raquel intentó contener un fuerte gemido cerrando con fuerza la mandíbula pero sólo consiguió emitir un sonido similar a un sí.

El alien, entre risas, cogió uno de los tentáculos acabados en punta y dirigiéndolo detenidamente lo introdujo directamente en su vagina, abriéndose paso hasta lo más profundo de forma automatizada.

— Seguramente estos te vayan a gustar mucho más —. Dijo pulsando a continuación un botón en el extremo del artilugio.

De inmediato el tentáculo pareció cobrar vida, palpitando mientras variaba de forma hasta alcanzar un tamaño enorme y vibrando en el interior de Raquel, que comenzó a mover su cintura al mismo ritmo.

El alien se fijó en el rostro compungido de la joven y en sus ojos cerrados. Parecía estar por completo concentrada en los tentáculos dispuestos por todo su cuerpo, sin hacer caso a nada más. Con sigilo para no romper su estado ausente la levantó un poco por la cintura e introdujo otro de los picos en su zona anal. Como si el tentáculo supiera exactamente lo que hacer, se introdujo con gran flexibilidad en el culo de la joven, penetrándolo mientras hacía lo mismo que el que se ocupaba de su vagina. El tentáculo quedó aprisionado bajo el peso de la chica, pero siguió funcionando con normalidad.

— Sí, eso mismo pensaba – Dijo él mientras cogía un tercer pico y apretaba los carrillos de Raquel con una mano—. Será mejor que acostumbremos también tu boca, mis perros no van a tener tanto cuidado como yo al follártela.

Raquel abrió los párpados lo suficiente como para ver cómo mantenía ese último tentáculo cerca de sus labios. Aún sujeta por la mano del hombre, abrió obediente la boca permitiéndole introducirlo hasta casi la garganta. Su cuerpo se movía por completo sin control sobre la silla, sin caer en ningún momento de ella, intentando mantener el ritmo de las succiones y penetraciones de todo el sistema al mismo tiempo. Tras notar cómo el tentáculo de su boca comenzaba a moverse y a agrandarse hasta casi llenarla por completo, cerró de nuevo los ojos y se dejó hacer.

— No te vayas a correr demasiadas veces mientras no estoy – Dijo con malicia el alien, pellizcándole una mejilla —. Deja algo para los perros.

Dio unas bofetadas en el rostro enrojecido de la joven y salió de la estancia sin dejar de reír por lo bajo.

Raquel sentía los tirones en sus pezones de forma no muy distinta a cómo los había sentido bajo los dedos del alienígena, con un dolor punzante que parecía excitarla mucho más allá de lo que nunca hubiera pensado. La inteligencia artificial que controlaba todo ese sistema parecía conocerla mejor que ella misma. La succión en el clítoris era mucho más suave pero igual de dolorosa, tal y como pasaría si fuera una boca humana la que se estuviera ocupando pero que lo rozara, de vez en cuando, con los dientes. Bajó su mano hacia ese último tentáculo, quizás dispuesta a apartarlo, pero su mano quedó únicamente agarrándolo. Se concentró entonces en el que la penetraba por detrás, sólo consiguiendo que sus paredes musculares lo rodearan con más fuerza. Era incapaz de reaccionar y muy pronto volvió a correrse ante lo que le estaba provocando toda aquella máquina. “ Debes liberarte antes de que lleguen sus esclavos” , dijo una voz en su cabeza que tardó en reconocer como suya. El pensamiento cruzó como un rayo y Raquel intentó alejarlo de ella. “ Sería tan fácil seguir así, sólo disfrutando sin ningún tipo de preocupación”. Apretó aún más contra su vulva el tentáculo que la penetraba, aumentando su sensación de placer, mientras con su otra mano libre comenzaba a sobar sus pechos alrededor de los chupones. Intentó usar su lengua en el tentáculo introducido en su boca, imaginando que era un pene humano lo que con tanta insistencia la estaba penetrando hacia delante y hacia atrás, pero a causa de su gran tamaño apenas tenía movilidad en ella. En ese momento, a punto ya de rendirse por completo, sintió el cinturón. Poco a poco, sin darse cuenta, había ido comprimiéndole el vientre hasta comenzar a complicarle la respiración. “ Si tan sólo pudiera apagarlo y dejarme sola con los tentáculos …” pensó mientras gemía de placer, sofocando el sonido por el aparato en su boca. “ El cacharro bajo la silla, debo romperlo”. Con un gesto decidido, abrió de par en par sus ojos e intentó girarse hacia un lado, pero los tentáculos permanecieron en su sitio, impidiéndole que pudiera bajarse de la silla o simplemente llegar con sus manos al aparato. Durante casi medio minuto quedó totalmente quieta, sintiendo el placentero dolor en sus pezones y en todos sus orificios mientras el aparato-cinturón no parecía dejar de encoger. Al fin, sacando voluntad de donde no parecía haberla, decidió acabar con ello.

Colocando ambas manos en el tentáculo en su boca, lo fue sacando a duras penas, poco a poco y reprimiendo su impulso de vomitar al notar el sabor metálico que se había quedado en su lengua. El apéndice quedó bañado de su saliva, brillando al incidir la luz sobre él mientras se movía de un lado a otro buscándola de nuevo. Tragó varias veces saliva sin dejar de mirarlo, casi con tristeza, antes de colocar sus manos sobre los tentáculos de sus pechos y tirar de ellos con fuerza. Durante unos segundos parecieron no querer desprenderse de su piel hasta que al fin, con un alarido de dolor, consiguió retirarlos. Ambos quedaron bailando, como si tuvieran vida propia, por encima de su cabeza. Sus pechos estaban amoratados e irritados en el lugar por lo que habían estado siendo succionados y seguramente sentiría mucho más dolor en cuanto volviera toda la sensibilidad a ellos. Aspiró y espiró con fuerza, haciendo acopio de voluntad para librarse de los dos últimos, antes de colocar ambas manos primero sobre el tentáculo succionador que permanecía en su entrepierna. Aún tardó varios segundos en decidirse, pero, con un nuevo esfuerzo seguido de un alarido aún mayor, lo retiró lanzándolo lejos de su cuerpo. Quedó únicamente con el anal que, quizás apreciando la falta de sus compañeros, pareció redoblar sus esfuerzos en las acometidas que realizaba, dilatando su culo más allá de lo que podría haber imaginado ella jamás. Apoyó la planta de los pies sobre la silla y, borrando cualquier imagen placentera de su mente, lo sacó de su cuerpo de un único tirón. Notó su ano libre e inflamado, causándole una sensación de escozor que aun así le parecía algo placentera. Dejó caer sus piernas abiertas y dobladas por las rodillas apoyadas en la silla, quedando gran parte de ellas en el aire.

Entumecida y de forma mecánica, se dejó caer al suelo, quedando a cuatro patas. Volvió a respirar profundamente intentando mantener su cabeza fría. “ Debo liberarme, yo no soy la perra de ningún monstruo” , repitió mentalmente una y otra vez. Con un gruñido enfadado, alargó sus manos hacia el pequeño dispositivo y sin pensar totalmente en lo que hacía, comenzó a golpearlo una y otra vez hasta que comenzaron a salir chispas.

Con un último pitido de alarma, el dispositivo que mantenía el control sobre el cinturón se apagó. La presión por encima de su cintura cedió por completo y, al bajar la cabeza, vio que el aparato se había ensanchado hasta casi caer por completo al suelo. Con varios giros de cintura y levantando sus piernas, Raquel consiguió de una patada lanzarlo al otro lado de la sala. Respiró aliviada mientras se acariciaba sus maltratados pechos intentando calmar el dolor en ellos. “ No sé en qué estaría pensando, soy una imbécil…”, empezó a pensar mientras se apoyaba sobre la silla para poder sostenerse en pie. “ Voy a hacerle pagar por todo lo que me ha hecho y, cuando esté satisfecha, encontraré esa Piedra de Ra y se la haré tragar por la boca hasta atragantarle”. Con un gesto decidido, y sin pensar en su desnudez ni en su falta absoluta de armas, se giró furiosa hacia el pasillo. Al dar un paso hacia la puerta, perdió pie y cayó aparatosamente al suelo. Su cuerpo estaba agotado por completo y al dar aquel paso había notado un latigazo en su irritado trasero. Raquel no se dio por vencida y volvió a ponerse en pie, aguantando los calambres y dispuesta a cumplir su amenaza.

Desde el fondo del pasillo le llegaron sonidos de varias pisadas.

Los sirvientes humanos del alien ya estaban llegando.