Aliena (3)

La joven Aliena es conducida a un arroyo para que se asee ante el principe. Mientras, su madre parece tener un viejo secreto con el nuevo rey. ¿Que ocurriria entre ellos años atras?

3

Mientras los soldados preparaban el campamento y montaban las tiendas donde dormirían el príncipe y sus principales hombres – el príncipe tendría una sola para él donde pasaría la noche junto a Aliena y las otras se compartirían entre los soldados, cinco en cada una – Aliena permanecía sentada y apoyada en un árbol mirando a su alrededor.

La chica había inspeccionado sus pies y había descubierto que estaban llenos de heridas, arañazos y ampollas tras la larga caminata. Se las tocó y acarició con gesto de dolor llorando al notar como alguna ampolla estallaba al paso de sus manos y aguantó un quejido. No deseaba que la azotaran como habían hecho hacia unos segundos con una de las mujeres encadenadas que había descubierto también con horror el estado de sus pies.

El príncipe, sentado en un pequeño tronco cortado que había en el claro donde habían acampado miraba a Aliena y a las esclavas divertido y excitado al ver a las mujeres desnudas, acurrucadas todas, gimiendo, temblando y llorando, y a Aliena, con la mirada triste y perdida, mirando sus pies, acariciándolos ausente y con gesto de dolor.

Sin preocuparse en ayudar a sus hombres se levantó y fue hasta su caballo. Acarició al animal que relinchó al notar a su amo acercarse y golpeó el suelo con gesto de felicidad, respondiendo así a la caricia del hombre en la cabeza. Sin detenerse demasiado en prestar más atenciones al corcel, rebuscó en las alforjas que tenia y sacó un tarro plateado que tenia envuelto en un pañuelo viejo y usado y estaba tapado con un trozo de cuero. Sonriendo, fue hacia Aliena y se quedó de pie junto a ella. La joven, al notar la presencia, dejó de mirar y acariciar sus pies y apoyó los dos en el suelo de tierra mirando después al príncipe con los ojos vidriosos por el dolor y, también, el miedo. La muchacha tenia reciente en la mente la humillación a la que había sido sometida sobre el corcel, y como se había excitado, sintiéndose avergonzada por ello. Ella misma sabía como satisfacer sus propias necesidades sexuales y ya se había masturbado en alguna ocasión, pero jamás nadie la había tocado.

  • Aquí cerca hay un pequeño arroyo. Se tarda cinco minutos. Podemos ir a caballo, allí os podéis asear si lo deseáis, lavar vuestros pies y después daros esto.

Le tendió el tarro que había cogido del caballo y a chica lo cogió mirándole con extrañeza y aprensión.

  • Es un ungüento que hace una hechicera que tiene mi padre a sus servicios. Sana las heridas tan rápido que si os la dais en vuestros pies y dejáis que actué durante la noche, mañana podréis andar y correr sin notar dolor… incluso podrías correr sobre un lecho de espinas puntiagudas y afiladas que no notarias dolor hasta que se pase su efecto calmante, claro.

Sonrió el príncipe al ver como Aliena destapaba el tarro y veía la pasta de color verdoso y que olía a pino. Alguna vez habían usado ese ungüento como método para torturar a prisioneros, esclavos y esclavas. Se le aplicaba tras una tortura y después se le seguía torturando. El reo no sentía dolor en ese instante, pero al pasar su efecto, el dolor llegaba tan de golpe y por sorpresa y era tan terrible, que el torturado podría confesar ser el mismo Satanás sin llegar a serlo solo por dejar de sentir semejante tormento y volver a aplicarle el ungüento, solo que nunca se le volvía a aplicar, y era llevado a las mazmorras a sufrir su dolor encerrado de por vida, o a una muerte merecida al cadalso, la hoguera o la crucifixión.

  • Si lo deseas te puedo llevar hasta el arroyo para que te asees antes de cenar y puedas lavarte los pies antes de darte la crema.

Aliena le miró sorprendida por tal amabilidad. ¿No tendría el príncipe segundas intenciones con esto? Miró el ungüento, y luego a sus pies. Estaban sucios y cubiertos de mugre hasta bajo las uñas. Sus empeines estaban manchados y sus plantas, que había inspeccionado minuciosamente, llenas de heridas y arañazos estaban grises del polvo del camino. Sin duda le hacía falta limpiárselos, no solo para poder darse luego el ungüento, si no para evitar que las heridas se le infectaran. Además, ella misma se notaba sucia, y no solo por como se había sentido mientras el príncipe abusaba de su intimidad, olía mal, había sudado mucho y el polvo y la suciedad cubrían no solo su vestido sino partes de su cuerpo que no sabía cómo era posible se hubieran manchado. Necesitaba lavarse. Y entonces lo vio claro, el príncipe deseaba verla desnuda de nuevo mientras se lavaba.

  • No tengo con que lavarme.

  • No te preocupes. Tengo jabón en mis alforjas. Podrás lavarte entera si lo deseas.

Aliena tragó saliva conteniendo un gemido, tal cual, como se lo temía, la intención del príncipe era vera desnuda mientras e lavaba.

  • ¿Y qué ropa me pondré después?

El príncipe se acercó a Aliena y se agachó junto a ella. Lentamente empezó a acariciar sus pies con las dos manos. La princesa notó las manos del príncipe, rudas y algo ásperas, acariciar sus dedos, sus empeines y subir tras rodearlos y acariciar los tobillos. Las manos siguieron subiendo por las piernas, los gemelos y las rodillas fueron recorridos lentamente mientras la joven tragaba saliva y contenía las ganas de apartarle de una patada y salir corriendo. Estaba paralizada por el horror, por el miedo, y solo deseaba gritar y llorar, pero se quedó quieta mientras las manos seguían su curso por dentro del ajado vestido acariciando sus muslos y separando las piernas de la joven despacio hasta juntarse en su entrepierna y acariciar los labios sonrosados de su vagina cubiertos por el rizado vello púbico. Allí, acarició los pliegues del coño de la princesa y su clítoris haciéndola cerrar los ojos y dejar una lagrima deslizarse por su juvenil rostro.

  • Lavareis el vestido y lo tenderemos junto a la hoguera, así, para mañana estará seco.

Mientras se seca os cubriréis con mi capa salvo que os ordene estar desnuda.

La princesa, notando como el príncipe seguía acariciando su intimidad, entrando y saliendo de ella, primero con los dedos de una mano, entraba, inspeccionaba, salía, los dedos de la otra, entraba, inspeccionaba, salía… así hasta que gimiendo y mordiéndose el labio, entre espasmos que hicieron agitar sus pernas, estirarlas abrir los dedos de sus pies al máximo, se corrió empapando las manos del joven príncipe que sonrió excitado.

  • Joven princesa, desprendéis un néctar tan maravilloso – dijo mientras se chupaba las manos – Que no creo que pase de esta noche sin beber directamente de él.

Sin saber que quería decir con eso, Aliena cerró los ojos y temblando se levantó. Cuando estuvo firmemente plantada en el suelo, sin temblar, abrió los ojos y miró al príncipe que sonreía.

  • Lléveme al rio.

  • Como deseéis. – dijo el joven sonriendo y mirando los pezones duros marcarse tras la tela del sucio vestido.

Montaron en el caballo del príncipe, tal y como habían llegado hasta aquí, con la princesa delante, notando la silla de montar en su entrepierna abierta tras el estímulo al que la había sometido el príncipe.

Junto a ellos iban dos soldados, sin armadura pero con sus capas colgadas de los hombros, que cabalgaban unos metros detrás, llevando uno de ellos un cubo de madera en una mano.

El príncipe, que llevaba su capa colgada a los hombros, sonriente, susurró a Aliena que cogiera ella las bridas y metiendo las manos por el escote de la joven empezó a acariciar los pechos, notando como los pezones se la endurecían enseguida. La princesa cerró los ojos notando como la presión de la silla en la abierta raja de su coño y los pellizcos y masajes que estaba dando el príncipe en sus pechos la hicieron gemir y volver a correrse.

  • Eres mejor que cualquier puta o esclava que haya poseído – dijo el príncipe al oído de la joven mordiéndola después el lóbulo con delicadeza pero con fuerza, haciéndola gemir de dolor  a la vez que sus pezones eran pinzados por las manos del príncipe y retorcidos – Tu cuerpo reacciona de una forma brutal a mis estímulos.

Y para corroborarlo, tras un gemido, más de dolor que de placer, y un espasmo involuntario de sus pies que golpearon al caballo sin que se inmutara, Aliena se corrió de nuevo, notando como la silla se empapaba bajo ella.

  • Tú y yo vamos a gozar mucho. –dijo en otro susurró el príncipe tras sacar las manos de dentro del vestido de la joven. – Pero mucho.

Y siguieron cabalgando lentamente y en silencio hasta llegar a un pequeño claro donde fluía un arroyo de agua fría y cristalina.

En el castillo de la ciudad de Fallstan, la reina se levantó de la cama y observó el cuerpo que dormía desnudo a su lado.

Sintiendo el frio suelo de piedra bajo sus pies, la mujer se vistió con su ropa y después se calzó las sandalias que habían sido de su hija, quería sentirla consigo, y de esa forma la sintió más cerca.

Fue hasta la puerta del dormitorio y la abrió, al hacerlo, descubrió que fuera había dos guardias y la cerraron el paso.

  • Debo ir a hacer mis necesidades – dijo firme pero segura a los soldados.

  • Tenemos órdenes de no dejarla salir bajo ningún pretexto.

La reina gruñó furiosa y se giró hacia la cama, donde el nuevo rey se despertaba y la miraba divertido.

  • ¿Ocurre algo joven reina?

  • Necesito orinar, y tus soldados no me permiten salir para ir a las letrinas.

El rey sonrió mientras se levantaba, desnudo, sonriente. Los soldados bajaron la vista avergonzados.

  • Cerrar la puerta, habéis cumplido bien vuestro cometido.

Podéis retiraros a descansar, ya no necesito vigilantes.

Obedientes, los soldados cerraron la puerta y se oyeron sus pasos alejarse.

  • ¿Pensabais huir majestad?

La reina frunció el ceño.

  • Bien sabéis que si lo hago vuestra ira caerá sobre mi hija, y no le deseo ningún mal.

  • Sin embargo no habéis opuesto resistencia a que se marche con mi hijo.

  • De haberlo hecho, hubiera muerto, y ella se hubiera marchado igual. No tenía otra alternativa. Ahora solo deseo que no sufra en manos de vuestro depravado hijo.

El rey sonrió, acercándose a la mujer.

  • No os he dado permiso para vestiros, mujer.

Cogiendo aire, y alzando bien la cabeza, la mujer se quedó quieta sin moverse.

  • Necesito ir a orinar.

El rey se acercó y la trajo hacia sí bruscamente. La reina trastabillo y una de las sandalias se deslizo de su pie quedándose tras ella. El rey, abrazándola fuertemente la besó en la boca y se hizo paso dentro de ella con su lengua mientras magreaba los pechos turgentes de la reina por encima del vestido pellizcándolos con rudeza haciéndola gemir hasta finalmente, al notar que los pellizcos aumentaban de rudeza, llorar de dolor mientras su boca seguía siendo sometida por la lengua del rey. Cuando por fin el rey se separó de ella, la reina estaba llorando de dolor.

  • Sois un salvaje.

El rey sonrió.

  • Antes os gustaba que fuera un salvaje, majestad.

La reina se ruborizó.

  • Creí que jamás volveríamos a hablar de aquello.

El rey sonrió.

  • Ha pasado ya muchos años majestad, y ni vuestro marido ni mi esposa continúan vivos. Podemos retomar lo que quedó truncado hace ya dieciséis años, cuando elegisteis casaros con vuestro esposo en lugar de conmigo.

  • Fue lo que más convenía a mi padre.

  • Igual que ahora os convenía más la boda de vuestra hija con el mío, pero preferisteis no obligarla.

No majestad, ahora volvéis a ser mía, y si tengo que forzaros cada vez que lo desee para poder volver a haceros gritar como una puta ramera en celo cuando os tome, igual que hacíais no siendo mayor que vuestra hija, será.

La reina apretó las manos aguantando las lágrimas.

  • Necesito… Orinar, mi rey.

Acercándose a ella, el Rey presionó sus pechos sonriente.

  • Podéis ir a orinar, mi reina, pero luego volver aquí. Me quedan dos agujeros en vuestro cuerpo por volver a usar, y deseo hacerlo antes de la noche.

Y tras calzarse la sandalia perdida en el forcejeo, aguantando las lagrimas y evitando el recuerdo de las veces que años atrás el rey Edward la poseyó por su culo entre sus gritos de gozo, la joven reina salió de la habitación sintiendo la mirada del rey clavarse en sus nalgas redondeadas y bien formadas que se adivinaban tentadoras tras el vestido.

  • Quítate el vestido – ordenó el príncipe a Aliena una vez se hubieron bajado del caballo.

La joven princesa miró al príncipe y a los dos soldados que estaban tras él. Los tres hombres sonreían.

Aguantando las ganas de llorar, levantando la cabeza, la joven se desnudo sacándose el vestido por la cabeza y mostrando su desnudez a los tres hombres. El príncipe, que ya estaba empalmado, tuvo que hacer acopio de fuerzas para no correrse. Los dos soldados al ver los hermosos pechos incipientes de la princesa de pezones duros y sonrosadas aureolas que parecían dos fresas diminutas sobre los diminutos pechos. Cuando sus miradas bajaron a la entrepierna de la princesa y al velo rizado que cubría su pubis, sobresaliendo ligeramente los hinchados labios de su coño abierto, uno de los soldados gimió sin poder controlar una eyaculación. Avergonzado, se sentó en el suelo sin que nadie se percatara de lo sucedido. Sonriente, el príncipe se acercó a ella y al tendió una tosca pastilla de jabón.

  • Lava lo primero el vestido.

La joven obediente, se acercó al arroyo y entró en el. Al momento su piel se erizó, el agua estaba helada, y sus pezones se endurecieron aun más hasta llegar a dolerla. Temblando por el frio, se metió en el agua hasta los muslos, ya que no podía meterse más, y se agachó humedeciendo le vestido y empezando a frotar el jabón en el.

Tras un breve espacio de tiempo, la princesa terminó de lavar el vestido y tiritando de frio salió del agua y se lo dio al príncipe, que lo cogió sonriente y lo deposito en la grupa de su caballo.

  • Ahora vos, princesa, frotar bien vuestros pies y el resto del cuerpo. Tomar este cubo para mojaros entera.

Le tendió el cubo que habían traído y al joven fue hacia el arroyo de nuevo, tiritando.

Dentro, notaba sus pies hundirse en el cieno del fondo, y lentamente, tras llenar el cubo de agua, se lo vertió por encima, gimiendo por el frio y notando su piel erizarse más y sus pezones endurecerse hasta casi agrietarse. A continuación, se enjabonó bien el cuerpo entero, frotándose con la pastilla los brazos, la cara, el cuello, los pechos, su pubis de vello rizado, sus muslos, su coñito, sus piernas, sacando una a cada vez; tras tener el cuerpo enjabonado, la princesa se frotó vigorosamente por todas partes provocando una excitación creciente en los tres hombres que veían la como la joven lo hacía en la entrepierna enjabonada y deseaban ser ellos quienes frotaran en ella para limpiarla. Segundos después, vació dos cubos de agua sobre ella y termino de quitarse el jabón de su cuerpo. Despacio, fue hacia una roca que había en el borde del arroyo mirando continuamente al príncipe, que sonreía deseoso de poseerla ahí mismo, excitado, aguantando las ganas de eyacular a duras penas, cosa que ninguno de los dos soldados, uno de ellos por segunda vez, pudo controlar al verla salir con el coño brillante por el agua que se deslizaba de su vello púbico sobre el cual incidía el sol de poniente en ese momento.

  • Necesitaré algo para no mancharme los pies tras lavarlos – dijo seria y girándose a mirarles tras sentarse sobre la roca y darles la espalda. – Y el ungüento para aplicarlo.

El príncipe, sonriente, cogió la capa de uno de sus soldados, que no dijo nada, pues estaba tan absorto en el desnudo y joven cuerpo virginal que había ante él y y fue junto a ella. Dejó la capa en el suelo y la sonrió.

-Posar vuestros pies en la capa, y secarlos allí. El ungüento os lo aplicaré yo mismo en la tienda de campaña cuando regresemos al campamento.

Y despacio, delicadamente para no dañarse demasiado, Aliena se enjabonó los pies y se los lavo, primero uno y luego otro, secándoselos en la capa, sobre la cual se puso de pie dejando el agua escurrirse por su cuerpo y tiritando de frio. Sonriente, el príncipe se acercó a ella y se desprendió de la capa: Aliena estaba temblando y abrazándose su cuerpo, tapando sus pechitos. El príncipe sonrió.

  • Déjame ver tus pechos princesa, o os dejaré aquí a merced de las alimañas y de posibles salteadores que gozaran de vuestro cuerpo sometiéndoos salvajemente.

La joven, aterrada - y viendo que el joven príncipe podía ser compasivo, pues la iba a dar un ungüento para sus delicados pies dañados y terriblemente doloridos, pero muy cruel, también, obligándola a verla desnuda, a bañarse ante él, abusando de su virginal intimidad, y amenazándola con ser salvajemente violada - temblando de frio, tiritando, obedeció. El príncipe miró embelesado los pezones duros y rojos y sonrió. Se acercó y cogiéndolos entre los labios, primero uno y luego otro, succiono de ellos tras pasar la lengua provocando un gemido en Aliena que hizo que se tensara. Cuando acabó, sonriente y excitado tanto que no notó que se había corrido hasta segundos después, cubrió la desnudez de la chiquilla y la cogió en brazos llevándola hasta el caballo. Aliena, una vez sobre el corcel, se arropó con la capa del príncipe y se apretó en la cabeza del caballo para sentir su calor. El príncipe, sonriente, cogió la capa del soldado del suelo, sucia y mojada por el agua que se había escurrido del cuerpo de Aliena y se la tendió.

  • Después la puedes colgar junto al vestido de ella sobre el fuego.

El soldado, aun excitado y con el recuerdo del coño de Aliena brillando por la luz de sol asintió, y una vez estuvieron los tres sobre sus corceles, emprendieron la marcha, apretando el príncipe el cuerpo de Aliena contra el de él, notando como la joven tiritaba cada vez menos.

Gracias Javiet… Tus ideas son siempre un soplo de alegría para mi imaginación, siempre estaré dispuesto a leerlas, y las del resto, también.

Para eso… : hcl_1979@hotmail.es