Alicia o la pasión
La pasión roza el delirio cuando Carlos consigue poseer a su sobrina.
Estaba loco por ella. Era una obsesión. De noche soñaba con ella, de día pensaba en ella, cuando hacía el amor con alguna mujer pensaba en ella, cuando había alguna fiesta familiar y la tenía delante no podía quitarle los ojos de encima.... era como una enfermedad.
Se llamaba Alicia y tenía ya 18 años. Era mi sobrina, bueno, mi única sobrina, la joyita de la familia, de los cinco hermanos que éramos sólo mi hermana Carmen había tenido una niña, el resto de mis hermanos casados sólo habían tenido chicos. Concretamente, cinco chicarrones que iban desde los siete meses a los dieciocho años de edad. Pero Alicia era el tesoro de la familia, una niña dulce y alegre, cariñosa, mimosa, muy femenina, sus padres la adoraban y los abuelos estaban locos por ella.
Era una niña aplicada en el colegio, obediente, un poco baja para su edad pero preciosa, de larga melena oscura y enormes ojos azules, piel sonrosada, cuerpecito de muñeca y ternura de princesa. Adoraba los peluches, los helados, las muñecas, era en fin un sueño de niña.... mi sueño, concretamente.
Desde que nació descubrí que había algo en aquella criatura preciosa que me atraía poderosamente, yo tenía 25 años entonces y toda la familia estaba como loca con la niña, tanto que apenas pude disfrutar de ella entre tantas abuelas, abuelos, tíos y tías a su alrededor. Las pocas veces que en reuniones familiares tenía ocasión de verla mejor me sobrecogía sólo su vista, era tan preciosa y tan tierna y sonreía con tanta dulzura que parecía una princesa.
Alicia tenía ya 18 años, pero desde que nació se convirtió en mi obsesión, fue a los dos años más o menos cuando descubrí con una mezcla de horror y pasión que alicia despertaba en mi un sentimiento de sensualidad y deseo carnal que ningún otro ser había despertado, ni mujer ni niña, sólo Alicia conseguía ponerme el vello de punta con tan solo sonreírme, con coger mi mano me provocaba una media erección, solamente por sentir su piel sonrosada cerca de la mía.
Nadie en mi entorno podía ni imaginarlo. Cuando Alicia tenía dos años y medio, un verano, teniéndola en la playa con el resto de la familia, pude meterme en el mar con ella en brazos y nadie se percató de que mientras sujetaba a la niña en mis brazos con el agua por mi pecho, mi mano libre se deleitaba en acariciar una y otra vez aquellas piernecitas regordetas y duras desde los piececitos hasta las ingles, cuando mi mano rozaba su entrepierna sobre el bañador me crecía tanto el miembro dentro de mi bañador que tuve que parar enseguida ante el miedo de que aquello no se me bajase lo suficiente como para poder salir del agua, ¡y aquello solamente por haber acariciado sus piernas!.
Por las noches muchas veces tenía fantasías sexuales con ella, era algo que por una parte me daba miedo y por otra me fascinada, sabía que aquello no estaba bien pero a la vez me excitaba tanto que era delicioso.
Una vez en casa de mi hermana, cuando la niña tenía cuatro años, conseguí hacerme con unas braguitas de algodón de la pequeña y me las guardé en el bolsillo. Durante mucho tiempo estuve noche tras noche masturbándome con aquella prenda, era delicioso sentir la suavidad de la prenda infantil frotando mi verga hasta explotar en una eyaculación deliciosa.
Mi delirio llegó al punto de que compré en una juguetería un muñeco de esos que hacen a tamaño casi real de un niño, era una muñeca morenita de plástico blando y sonrosado, que vestí con las braguitas de mi sobrina y con una camiseta que también robé de su armario y que olía a ella. Con unas tijeras hice un agujero entre las piernas de la muñeca, y durante muchos meses me follé aquella muñeca pensando en Alicia, era lo más cerca que podía estar de ella, lamía el cuerpo de la muñeca pensando en ella, arrancaba las bragas de su cuerpo de plástico pensando que era el de mi niña, y mientras la penetraba una y otra vez loco de excitación la llamaba "Alicia, mi tesoro, mi sueño, mi bombón dulce".
Bueno, así no hacía daño a nadie, ¿no es cierto?. Alicia iba creciendo y mi sueño de acariciarla se hacía más complicado. Me daba pánico que pudiese contar algo a alguien o que se asustase y me cogiese miedo, y perder la oportunidad de volver a estar con ella.
Teniendo la niña cinco años, unas Navidades en que estábamos todos en casa de mis padres, di por fin alas a mi sueño rompiendo el miedo, era más el deseo y llevaba varios días empalmado cada dos por tres con sólo ver a Alicia cruzarse delante de mi. Decidí que la niña era aún lo bastante pequeña como para poder hacer realidad mis sueños sin dejarle huella alguna.
Puse mi despertador a las tres de la madrugada. Toda la casa dormía. En pijama, recorrí el pasillo hasta la habitación donde Alicia dormía en una camita, tenía que tener cuidado porque en dos camas más dormían sus primos, mis otros sobrinos. Acerqué mi cara a la almohada de la niña, el olor de su pelo me embriagó, con mano temblorosa aparté las sábanas en el silencio de la noche y vi su cuerpecito dormido cubierto por el pijama de ositos, encogida, profundamente dormida... aún no la había tocado y ya estaba empalmado como un mulo, dentro de mi pijama la verga parecía que iba a explotarme y solamente con mirarla dormida.... Mi respiración estaba alterada, con la mano empecé a masturbarme despacito por miedo a eyacular ahí mismo, y Alicia se volvió en la cama sin despertarse quedando boca arriba. Estaba preciosa dormida, con los labios sonrosados, el pelo revuelto, y antes de que mis jadeos la despertaran, volví a taparla y me fui a mi habitación a terminar lo que mi mano ya había empezado....
Ni la había tocado. Pero en los años siguientes, según crecía Alicia, crecía también mi obsesión, en las vacaciones de verano mis ojos la desnudaban imaginando su cuerpecito desnudo y mojado de mar; cuando fui con el resto de la familia a verla como aprendía a montar a caballo, con siete años, verla cabalgando sobre el caballo con su trajecito de amazona me hizo tener que ir al lavabo a masturbarme loco de placer imaginando que aquella manera de cabalgar arriba y abajo podría ser la misma que tuviera el día que pudiera yo tenerla desnuda sobre mis piernas penetrándola una y otra vez hasta hacerla mía del todo; cuando hizo la Primera Comunión hubiera querido llevarla conmigo al confesionario y levantar aquellas faldas de tul blanco y aquellas enaguas inmaculadas para tumbarla bocabajo y tomar posesión de aquel culito virginal y tierno... cada ocasión de verla era una más para imaginarme mil historias de sexo con ella.
Alicia tenía ya dieciocho años. La pubertad empezaba a asomar en su cuerpo, le habían nacido unos pechitos pequeños que bajo la ropa destacaban tanto que solo mirarla me crecía el pene bajo el pantalón, su cintura se había hecho más femenina y aunque seguía siendo baja para su edad, seguía siendo una criatura deliciosa, daba besos a cualquiera, era cariñosa y mimosa y no le costaba nada ser encantadora con todo el mundo.
Alguna vez cuando me echaba los brazos al cuello para besarme rozaba disimuladamente sus pechitos y un escalofrío me recorría la espalda. Estaba deseando que pasara más tiempo para que su ajuar de ropita creciera y nadie se diese cuenta cuando robase de su armario el primer sujetador para poder incorporarlo a mi mundo de fantasías sexuales nocturnas a solas, aún guardaba la braguita que la robé siendo niña y estaba tan destrozada que ya ni la usaba.
Y cuando ya había dado por imposible ningún acercamiento más a mi pequeña musa, la fortuna trajo a mi vida un premio inesperado. Era otoño, había fallecido el padre de mi cuñado, abuelo de Alicia, y sus padres tenían que ir a Bélgica al entierro. El resto de la familia estaba esquiando en Andorra, por lo cual mi hermana me pidió a mi el favor de quedarme tres días con la niña en su casa. Creí enloquecer de placer al pensar en la situación. Me trasladé a su casa, y apenas se hubieron ido los padres, Alicia vino a mi encuentro feliz como siempre a abrazarse a mi cuello y darme dos besos.
Que bien tío Carlos, estaremos los dos solos, haremos lo que queramos, ¿verdad?
Claro que si tesoro... ¿qué quieres hacer?
Quiero que pidamos una pizza y ver una película y que durmamos juntos en la cama de los papás.
La polla me latía dentro del slip con solo escuchar aquellas palabras, hice todo lo que ella quiso, cenamos, jugamos al parchís, pintamos, vimos una película de Disney, y finalmente nos acostamos en la enorme cama de mi hermana.
Les recuerdo que yo era un hombre hecho y derecho de 35 años loco de deseo por una mocosa de once años de cabello recogido en dos coletas y camisón infantil de encaje rosa.....
Me acosté a su lado. Ella jugaba con el lazo de su camisón y me miraba coqueta desde su almohada, destapada, pues la calefacción estaba a tope. Yo tuve que taparme hasta la cintura para que no se notase la erección que estaba ya en pleno bajo mis slips.
Tio ¿verdad que me quieres mucho?
Claro que si mi tesoro.
¿Me haces cariños hasta que me duerma?
¿Cariños?
Si, mi papá me hace mimos cuando duermo con ellos, así me duermo antes.
Empecé a acariciar embriagado su pelo oscuro, sus mejillas sonrosadas, su cuello suave, y enseguida se quedó dormida. En realidad, según supe después, simplemente se hizo la dormida, porque aunque yo no lo sabía entonces, ella sabía muy bien a sus once años que lo que yo buscaba de ella no era sólo pizza y parchís....
La tenía tan cerca que no me importó ya ni lo que pasase después ni si se lo contaría a alguien ni nada de nada, pensé que jamás volvería a poder hacer realidad mis deseos más apasionados como aquella noche, y creyéndola dormida a mi lado, pasé de acariciar su cuello a acariciar sus brazos, sus piernas largas, sus pies pequeños, bajo mis dedos estaba caliente y suave como un melocotón recién cortado.... Besé sus mejillas, su frente, sus labios entreabiertos, olía a jabón y a colonia infantil, besé sus hombros, sus manos y sus rodillas, la besé por todo el cuerpo hasta que la tela me lo impidió, y con suavidad infinita desabroché los lazos de su camisón rosa para poder abrirlo de par en par y ver aquel maravilloso cuerpo de adolescente dormida ante mis hambrientos ojos.
Estuve largo rato contemplando aquella maravilla, aquellos pechos pequeños, me daba miedo acariciarme la polla porque bajo el slip parecía ir a explotar en chorros de semen al mínimo roce... al fín me aventuré a posar mi mano temblorosa sobre su pecho derecho. Estaba calido y blando y era delicioso su tacto de suavidad, lo acaricié un poco masajeándolo con miedo de despertarla pero parecía tan profundamente dormida que me aventuré a poner mi otra mano sobre su otro pechito. Era una delicia acariciarlos, bajo mis dedos iban tornándose un poco más firmes a cada caricia, los pequeños pezoncitos iban perfilándose como botones excitados cada vez que mis dedos los pellizcaban suavecito.
Lamí sus pechos. Estaban salados y calientes, sabían a colonia infantil, y al paso de mi lengua los pezoncitos se volvieron tiesos y erectos como dos jugosos frutos sonrosados, los lamí una y otra vez, succioné sus pezones como bebé goloso mamando de su madre, tenía los senos tan pequeños que cada uno me cabía entero en la boca, y aunque parecía dormida aún, comenzó a respirar agitadamente, era delicioso notar cómo empezaba a excitarse por primera vez en su vida gimiendo muy bajito sin llegar a abrir los ojos.
Estuve casi una hora dedicándome a sus pechos. Los lamí, los chupé, los acaricié, los amasé, los apreté, mordisqueé sus pezones, se los pellizqué suave para verlos en erección apuntando a mi cara, vertí un poco de miel entre sus pechitos para lamerla goloso hasta la última gota, mientras con la boca succionaba su pechito izquierdo, con la mano acariciaba el derecho....
Cuando ya no pude más de excitación, fui bajando por su vientre cubriéndola de besos, hasta el borde de sus braguitas rosas, y con suavidad se las bajé hasta despojarle de ellas. Alicia respiraba agitada, se notaba que estaba al borde de su primer orgasmo, y cuando vi su sexo desnudo creí morir de deseo allí mismo: una conchita suave sin un solo pelito, sonrosada, un montecito tierno y cálido, una rajita cerrada y seguramente ya húmeda entre sus piernas cerradas....
Separé despacio sus piernas. Los labios de su sexo se despegaron un poco, y besé muy despacio su monte de Venus inmaculado, despedía calor y aroma a mujer apenas nacida, y separé un poco más sus muslos para poder verlo mejor. Su vulva se entreabría cálidamente, estaba húmeda ya por el trabajo que había hecho antes con sus pezones, y con dedos tímidos entreabrí aún más sus labios vaginales para notar mejor su contorno caliente y mojado.
Alicia temblaba bajo mi mano experta. Gemía bajito y se estremecía cada vez que mis dedos se resbalaban entre sus labios vaginales, estaba tan mojada y pegajosa que era delicioso cómo escurrían mis dedos entre sus labios arriba y abajo rozando apenas el diminuto clítoris que ya estaba duro como sus pezoncitos. Probé a meter un poco la punta de mi dedo en su abertura: cedía como dócil a la presión, como si desease tanto como yo ser penetrada cuanto antes por mi, y a cada pase que hacían mis dedos por su agujerito entraba un poco más el dedo al querer metérselo.
Finalmente pude meterle el dedo entero, entraba y salía como el cuchillo en la mantequilla, segregando jugos vaginales que me empapaban la mano, era una delicia sentirla estremecer a cada penetración que mis dedos hacían en su agujero, mi mano libre se entretenía en acariciar de nuevo los jugosos pechos erectos y colmarlos de besos y caricias......
Ardía en deseos de probar su sabor, y separé sus piernas aún más para poder meter en medio mi cabeza y hundir mi cara en su sexo: olía maravillosamente bien, despedía tanto calor que creí correrme solo por el sabor de sus jugos en mis labios, lamí de arriba abajo su concha inmaculada, su coñito suave y sonrosado, mi lengua jugueteaba a meterse en su agujerito y torrentes de orgasmos llenaban mi boca sintiéndola jadear y retorcerse de placer cada vez que mi lengua pasaba por sus labios vaginales....
Finalmente, no pude aguantar más y cuando ya estaba a punto de estallar me coloqué sobre ella y eyaculé encima de su sexo, chorros de leche mojaron su conchita corriéndole por las piernas....
Después la limpié despacio, la vestí y la dejé dormir. Años después me confesó que aquella noche no estaba ni minimamente dormida, disfrutó de aquello tanto como lo hice yo, y baste decir que actualmente ella tiene 20 años, y esperamos nuestro primer hijo para dentro de dos meses.