Alicia (Historia de una Vocación)

Alicia es una joven prácticamente ninfómana. Nos contará cómo su Tio-Abuelo, sin proponérselo, le hizo darse cuenta de que era una verdadera zorra.

Alicia. (Historia de una vocación)

Mientras le como la polla a un viejo asqueroso, me pregunto cómo he llegado a esto.

Me llamo Alicia, y hoy soy una chica de 25 años, tengo un buen trabajo en la Administración pública, bien pagado y con un horario excelente que me deja tiempo libre. Sé que mi físico llama la atención. No hay varón ni mujer que no se gire cuando se cruza conmigo; pero mientras ellos lo hacen como babosos salidos, en casi todas ellas surge una mirada de envidia ante mi pelo negro, mi cara de niña y mi cuerpo lleno de curvas. En mi trabajo, soy la comidilla de todos los tíos y de las dos o tres bolleras de la oficina. Sé que todos quieren follarme. Pero lo que ellos no saben, es que yo me los querría follar a todos.

Me pregunto si soy ninfómana. Desde luego mis necesidades sexuales son permanentes, pero no sé a qué se debe exactamente. Una vez acudí a un psicólogo para entender qué me pasaba, pero no sé cómo, a los diez minutos de entrar en la consulta tenía su polla en la boca y él, en lugar de diagnosticarme, me agarraba la cabeza con desesperación mareado del placer que sin duda mi lengua le proporcionaba.

Como sé que socialmente estaría perdida si la gente conociera mi debilidad, en el trabajo tengo que controlarme bastante. El pequeño vibrador con forma de mariposa que escondo en mi bolso me ayuda, pero a pesar de eso he follado con bastantes compañeros. No saben que soy ninfómana, pero desde luego la fama de puta me la he ganado. Sin embargo, a una tía buena como yo solo le entran los tíos más seguros de sí mismos. Cachas o poderosos, o las dos cosas. Los pobres diablos barrigones, los calvos, los viejos, los debiluchos, los freakys, ninguno se atreve a decirme nada. Joder, si ellos supieran que con solo rozarme el culo en el ascensor me lanzaría como una loca a por su deliciosa polla. Pero entre mi mariposa, mi dedo y los ligues ocasionales, consigo mantener cierta discreción en mi trabajo. Es fuera de él donde me descontrolo. Busco los ambientes donde menos conocidos pueda encontrar, y en ellos me convierto en la zorra de cualquiera que desee follarme.

Y ahora, precisamente, soy la zorra de un viejo que me ha entrado cuando viajábamos en el metro. Yo llevaba las pinturas de guerra, desde luego. Me he maquillado a conciencia, haciendo que mis labios, de por sí carnosos, parecieran dos frutas rojas y maduras; que mis ojos, grandes y oscuros, quedaran enmarcados por larguísimas pestañas, que mi piel pálida se encendiera en mis mejillas como una niña ruborizada. Me he puesto unos vaqueros desvaídos muy ceñidos, una blusa corta que permite a todos ver mi tanga saliendo descuidadamente de mis pantalones, y escotada, de modo que todo el que esté junto a mí vea mi sujetador negro levantando artificialmente unas grandes tetas que por sí solas ya serían capaces de hacer saltar los botones de la blusa.

Así ataviada, me he metido en el metro y me he ido hasta el fondo del vagón, justo donde más gente se apelotonaba. Mi perfume se mezclaba con el sudor de los que volvían del trabajo, y cualquiera de esos mindundis hubiera podido conseguirme, pero como de costumbre, el ganador ha sido el más audaz. Un viejo de no menos de 70 años que estaba apretujado contra mí a causa del gentío, ha aspirado mi perfume y sonriendo me ha dicho no sé que piropo. Yo le he sonreído a mi vez, cortésmente, pero como pareciendo que pensaba en mis cosas. El entonces se ha pegado más a mí y ha metido su brazo de tal modo que la palma de su mano ha podido tocar mi culo con bastante descaro. Sus ojos se han metido por mi escote y ha empujado con el brazo mi mano hasta ponerla junto a su polla, que he notado dura como la de un jovencito. No he podido contener un suspiro de pura excitación, y el viejo lo ha notado, porque cuando me caliento en mi cara infantil se instala una expresión de puta caliente que no sé contener, y entonces ha hecho, por puro instinto, lo que tenía que hacer, a pesar de que tal atrevimiento, con otra chica, le hubiera costado una bofetada y una denuncia. Ha acercado su boca a mi oído y susurrando me ha dicho:

¿Cuánto por una mamada?-

Su aliento fétido me ha llegado a la nariz, pero lo caliente que me ha puesto ser tratada como una puta callejera ha sido suficiente. En ese momento el metro ha parado. Sin ver ni la estación que era, lo he agarrado de la mano y lo he arrastrado a fuera, caminando deprisa hemos salido a la calle. Ya era de noche, y estaba claro que habíamos bajado en un suburbio. Sin importarme nada y anhelando meterme su polla en la boca cuanto antes, lo he llevado a un callejón, lo he empujado contra la pared, me he puesto de rodillas, he bajado la cremallera de su pantalón y he extraído una picha arrugada y oscura, pero dura y gorda; mientras la pajeaba despacio, lo he mirado desde abajo y le he dicho:

Yo cobro en leche. ¿Puedo empezar a cobrarme?-

El viejo ha suspirado y sin decir nada ha comenzado a dejarse hacer.

Por eso estoy con una polla roñosa en la boca, y a pesar de lo caliente que estoy me pregunto. ¿Cómo he podido llegar a esto?.

Creo que el punto de inflexión en mi vida sucedió cuando tenía quince años. Hasta entonces todo lo que pensara sobre los chicos era claramente romántico y asexual. Algunas de mis amigas habían tenido ya experiencias con compañeros. De todas ellas, Marta, que había sido compañera mía desde la guardería, era la más experimentada, ya que no solo le había dado a las pajas y a las mamadas, como las demás, sino que desde los trece años sabía lo que era que le metieran un buen rabo por el coño. Sin embargo yo, muy romántica y bastante religiosa, solo soñaba con amores eternos y besitos castos, por lo que tenía fama de estrecha.

Sin embargo, el año que cumplí los quince, ocurrió una cosa que me afectó más de lo normal. Mi padre era un abogado joven por ese entonces. Llevaba años trabajando en el bufete de un tío suyo que precisamente por eso era un familiar muy cercano. Desde que era una bebé mi tío Gaspar, como lo llamaba, a pesar de ser realmente mi tío abuelo, venía a casa a menudo, y yo lo quería mucho porque era muy cariñoso conmigo. Me compraba juguetes, y me sentaba en su regazo para contarme cuentos. A mis quince años seguía viniendo a vernos, y me traía regalos, pero hacía ya unos años que no me sentaba sobre él.

Precisamente la nochebuena de ese año, vino con su mujer a cenar con nosotros. Comimos lo normal para esa fiesta, cantamos villancicos y le pedí el aguinaldo. Los mayores habían bebido más de la cuenta, y mi tío estaba visiblemente borracho. Mientras el resto estaba en la cocina ordenando y limpiando me quedé sola con él. El empezó a recordar los cuentos que me contaba de pequeña, y me dijo que ahora lo echaba de menos, porque no tenía hijos, y yo era como su hijita. Me dio tanta pena que me arrojé en sus brazos y le di un achuchón y un beso en la mejilla. Estaba tan contenta por el aguinaldo y el regalo que me había hecho, que pensé que le debía algo, así que le pedí que me contara un cuento antes de dormirme, pues mi padre me había dicho que tenía que acostarme ya.

A mi tío le pareció buena idea, y me llevó en brazos a la habitación, entre las risas del resto de la familia, debido a lo grande que yo me había hecho y a lo borracho que estaba él. Ya en mi habitación, me cambié rápidamente en el baño y al salir lo vi sentado en una mecedora junto a mi cama. Entonces, yo, deseando complacerle, puse vocecita de niña pequeña y le dije:

Tito, ¿Me cuentas un cuento?-

El puso un gesto extraño, que a mí me pareció debido al vino que llevaba en el cuerpo pero que ahora sé que era de pura excitación. Entonces, me senté en su regazo y me abracé a su cuello esperando el cuento. El, sin embargo parecía incómodo y no empezaba a hablar, y entonces lo empecé a notar. Mi culo era presionado por algo duro. Pensé que sería algo que llevaría en el bolsillo y me moví un poco para ponerme más cómoda, pero al moverme arrastré conmigo aquel objeto duro, que cada vez parecía más grande. A pesar de mi inexperiencia lo entendí de repente. Lo que notaba contra mi culo era su pene, y era yo la que le provocaba eso. Me dio tal vergüenza que intenté despegar el culo sin que se percatara de que lo había notado, pero al moverme solo conseguía que aquel enorme bastón me persiguiera. Seguí buscando una postura que me alejara de esa cosa tan gorda, pero con ello lo que hacía era rozarla con mis movimientos. Empecé a notar que mi tío se azoraba, pero ninguno de los dos sabía qué hacer para salir de aquella situación. Yo seguí buscando una posición en la que no la notara, pero el problema era que mis movimientos excitaban cada vez más al viejo. El empezó a jadear y de repente sentí que algo caliente mojaba mi camisón y traspasaba hasta mi piel. Ni él ni yo sabíamos a donde mirar. Me moría de vergüenza y tenía el culo todo pringoso.

El estaba bastante borracho, y supongo que sentía que el mundo se le caía encima. Me levantó y empezó a andar hacia la puerta; pero de repente se volvió y medio llorando me cogió de la mano y me dijo:

Pequeña, sé que ahora no comprendes bien lo que ha pasado, pero te prometo que ha sido sin querer. No he podido evitarlo. Pero por favor, no se lo cuentes a nadie, si no mi vida se habrá acabado.-

Yo estaba muy seria. Sí que sabía lo que había pasado, porque aunque virgen, mis amigas me tenían perfectamente informada de todo, y también sabía que si alguien se enteraba, mi querido y viejo tío acabaría en la cárcel. Así que le dije:

Tranquilo, tito, no se lo diré a nadie.-

Gracias, niña- añadió- cuando pase un tiempo y seas más mayor yo mismo podré explicarte qué ha ocurrido. Simplemente recuerda que ha sido cosa del alcohol y que no he podido evitarlo.-

Y dándose media vuelta salió de la habitación.

Me tumbé en la cama y me puse a pensar; me sentía pegajosa por el semen que se empezaba a secar, pero extrañamente no tenía ganas de lavarme, porque había algo que no le había dicho al viejo porque a mí misma me asombraba, y era simplemente que mi coño había empezado a humedecerse cuando noté el líquido, y que a esas alturas estaba totalmente empapado. No entendía nada, porque, tan tímida y religiosa, siempre había reprimido mis instintos y ni siquiera me había masturbado hasta esa fecha; así que ahora no sabía que pensar; mi coño mojado, mi corazón palpitante, y dentro de mí un calor que necesitaba calmar. Sin darme mucha cuenta llevé un dedo al semen que ensuciaba mi ropa y mi culo y lo toqué. Llevé el dedo a mi nariz y olí aquel extraño líquido, esperaba que fuera asqueroso, pero lo cierto es que el olor me excitó todavía más. Sabía lo que tenía que hacer, aunque sentía remordimientos. ¿Seré tan puta como Marta? ¿Cómo puedo calentarme porque un viejo que además es mi tío se me corra encima?. Deslicé el dedo por mis labios, como una niña que prueba con cierto asco la comida que ha hecho su madre, y sorbí la gotita que llevaba mi dedo. "Joder", me dije, "es asqueroso, pero me gusta sentirme así". Entonces lo supe. Era una guarra, y además me gustaba serlo; me excitaba recordar la polla dura de mi tío contra mi culo, su leche pringándome, su olor a viejo; pero sobre todo me excitaba saber que todo eso estaba mal, que era una simple zorra. Entonces empecé a acariciarme las tetas, pellizqué mis pezones y empecé a suspirar de placer, y mientras pensaba en mí misma arrodillada y con la cabeza entre las piernas de mi tío chupándole aquella picha vieja y arrugada, me hice el primer dedo de mi vida, y mi vida cambió para siempre.

En la siguiente parte de esta historia os contaré las consecuencias que, muy pronto, tuvo este episodio. Solo os puedo adelantar que iba a un colegio religioso, y que en él intenté encontrar consuelo y perdón por mis pecados, pero solo encontré una nueva etapa en mi carrera de zorra vocacional.