Alicia (2)

Alicia recibe una lección por haber cambiado el guión de su tarea...

ALICIA 2

-¡Quieta! No te muevas... - Acostumbrada a obedecer, Alicia se paró en seco. Aquella voz masculina, grave y autoritaria, estaba hecha para dar órdenes y la chica supo desde el mismo momento en que la oyó que le iba a ser imposible hacer algo diferente a lo que le fuese ordenado.

  • He visto todo lo que has hecho... - El corazón de Alicia dio un vuelco. Hizo un ademán de girarse, pero rápidamente recibió la orden contraria. – No te gires. Has de saber que, por la seguridad del centro, tenemos muchas cámaras de seguridad en él, y que todas tus actuaciones de esta tarde han sido grabadas. De ti depende lo que a partir de ahora hagamos con eses cintas... ¿Te gustaría que las hiciésemos públicas, que llegaran a manos de tus amigos, tu familia o tus padres?-

  • No... - respondió Alicia con un hilo de voz.

  • Perfecto. Entonces vas a hacer exactamente lo que yo te diga.- Alicia sintió un nudo en el estómago, otra vez las mariposas revoloteaban dentro de ella. – Ve hacia aquella puerta que pone "Privado" y no te gires en ningún momento.-

La chica se dirigió hacia donde se le había ordenado. Pudo ver por un momento a su acompañante reflejado en un escaparate, era un hombre rubio, bastante más alto que ella y muy ancho de espaldas, tenía tipo de guardia de seguridad. Recordó que iba desnuda debajo de la falda y se sintió absolutamente indefensa, sabía que estaba a merced de lo que aquel hombre quisiera hacerle. Y aunque sintió algo parecido a un sobresalto al pensar en ello, en el fondo estaba disfrutando de la excitación anticipada de saberse sometida a los deseos de otra persona.

Abrió la puerta y entró. En el interior estaba oscuro, y antes de que sus ojos pudiesen acostumbrarse a la falta de luz, notó como le rodeaban la cabeza con algo parecido a una venda, casi en le mismo instante en que el hombre juntaba sus manos con unas esposas. Comenzaron a caminar durante un trecho que a Alicia, con su paso inseguro por la falta de visión, le pareció larguísimo. Noto como a su paso se abrían y cerraban varias puertas, hasta que se detuvieron en un sitio bastante frío y con olor a cerrado. Alicia pensó en una mazmorra y su piel se erizó.

-Tienes los pezones de punta... - El hombre se mostraba sarcástico mientras la doblaba sobre algo que a Alicia le pareció como un potro de gimnasio, algo parecido a un poste horizontal pero forrado con un material mullido. Sus manos eran estiradas hacia el frente hasta que se encontró con otra barra, esta mucho más delgada. –Cógete a la barra.- Las órdenes eran secas, y mientras se cogía a la barra sintió como las esposas eran fijadas de algún modo a la misma. –Separa las piernas.- Sin darle tiempo a pensar, sus tobillos eran atados y Alicia estaba completamente inmovilizada. Ahora se sentía completamente expuesta y vulnerable, pero no sentía vergüenza (que no la tenía) ni miedo. Lo que sentía era excitación, notaba el aire frió de aquel sitio en los labios de su vulva y sin que pudiese evitarlo unas gotitas de sus flujos mojaron la cara interna de sus muslos.

-Eres una guarra, ¿verdad?- El hombre empezaba a mostrarse duro con ella. –Haciéndote pajas en sitios públicos, paseándote por ahí sin bragas... A ti lo que te va es que te metan caña... - Sin previo aviso, notó la mano del hombre en su sexo, restregándose en la humedad. –¡Hostia! Pero si esto está más mojado que una bayeta. - El hombre le levantó la falda. Ahora sin duda tenía una visión maravillosa de su culo y de su coño, al que la grosería del hombre puso aún más abierto y chorreante. La mano se movió suavemente trazando el perfil de los labios, la sensación era deliciosa y Alicia no pudo evitar un pequeño gemido.

-Bueno, ya está claro lo que te gusta... – Aquel tío sabía tocar. Separó los labios del coño de Alicia y jugueteó con los labios menores, pellizcándolos suavemente y haciendo que el flujo de la chica aumentara a ojos vistas. Mojó la punta de sus dedos y trazó unos círculos alrededor del clítoris, poniéndolo bien durito antes de colocar sobre él la yema de uno de sus dedos, haciéndolo vibrar de una forma que provocó un temblor en todo el cuerpo de Alicia y un nuevo gemido en su garganta, más fuerte aún. A la chica ya no le importaba ni la situación en la que se encontraba ni las consecuencias de lo que había hecho, sólo deseaba que aquellas intensas sensaciones fueran más allá, que el inmenso placer que estaba sintiendo creciese y creciese hasta estallar en un glorioso orgasmo. El hombre pareció haber leído sus pensamientos, pues ensalivó bien el dedo medio de su otra mano y, tras jugar un poco con el ano de Alicia, se lo metió firmemente en toda su longitud. Antes de que ella pudiese incluso reaccionar a este nuevo estímulo, el hombre introdujo el dedo índice en la vagina, chorreante, y empezó a mover ambos dedos, parecía que estaba imitando el caminar de un muñeco. Alicia pensó que iba a volverse loca. Aquel jueguecito le excitaba sobremanera, el modo en que el hombre juntaba los dos dedos, frotando la suave y delgada membrana que los separaba, la manera en que tocaba, rozaba todo su interior la estaban disparando hacia un placer tan intenso que ni siquiera oyó que alguien más entraba donde ellos estaban.

-Mira que encanto, mi perrita a punto de correrse... -

Nunca se lo hubiese imaginado. ¿Qué hacia su Ama allí?. Aunque se encontraba al borde de un orgasmo fulminante, oír la voz de la propietaria de su placer hizo que pudiese retenerse, si bien a duras penas pues el hombre seguía jugando con ella. El Ama se dirigió a él:

-¿Me la has puesto a punto? –

-Sí, mi señora... - Alicia no salía de su asombro. Ella sabía que su Ama tenía otros sumisos, pero nunca se hubiese imaginado que iba a utilizar a uno de ellos para someterla a una de sus pruebas. Lejos de molestarle, la idea le fascinaba: el hecho de que su Ama, quien al principio se mostraba tan distante con ella y a quien había visto despreciar a todo tipo de personas, se tomase tantas molestias con una pobre sumisa, hacía que su deseo de someterse a ella se incrementara. Este pensamiento le hubiese provocado el inminente orgasmo, si no hubiese sido porque el hombre, de repente, sacó los dedos de su interior y abandonó su clítoris, dejándola abierta y jadeando. Grandes gotas resbalaban por sus muslos y Alicia pesó que, para completar su castigo, su Ama iba a permitir que aquel hombre la penetrase, o bien iba a follarla ella misma con alguno de sus juguetes.

Pero se equivocaba. Todo lo que sintió fue como alguien –y estaba segura de que era su Ama, reconocía sus manos- separaba los labios de su sexo y le introducía algo grande y frío, del tamaño aproximado de un huevo grande, aunque un poco más largo. El objeto se deslizó dentro de ella sin resistencia, quedándose alojado en su interior.

-Suéltala.- Rápidamente, el hombre obedeció, sin duda estaba tan bien entrenado como ella para ser un buen sumiso. Alicia notó un gran alivio cuando sus manos se liberaron de las esposas y sus pies quedaron libres otra vez, aunque en el fondo sentía una ligera decepción por no haber conseguido culminar su placer. Con la venda aún en sus ojos, su Ama le habló:

-Bueno, bueno, mi querida Ali... ¿Aún no has aprendido que toda desobediencia conlleva un castigo?- La voz de su Ama se volvió dura de repente –Pues que sepas que cada vez que decidas hacer algo por ti misma, te va a costar un precio. Y ahora vas a pagar el precio de haber ido a masturbarte con tu amiguito de la tienda... - Su ama estaba tocándole por debajo de la falda –Ahora vas a salir ahí afuera y te vas a ir rapidito hacia la zona de las cafeterías, donde más gente hay. Allí esperas órdenes mías. Y no se te ocurra intentar quitarte lo que llevas dentro, ni aunque sea para mirarlo. ¿Está claro?-

-Si, Ama!- El juego de su ama con su clítoris la había puesto otra vez al límite, y así estaba cuando en un momento la venda cayó de sus ojos, una puerta se cerró a sus espaldas y se encontró rodeada de gente y a pocos metros del lugar a donde debía dirigirse. Caminó con cuidado, estaba tan excitada que el simple roce de sus piernas podía desatar el clímax, no quería caer en el exceso de correrse entre convulsiones allí, delante de todo el mundo. Pensó en lo que había dicho su Ama, que esperase instrucciones. Pensó en como la habían dejado caliente y jadeando, al borde del orgasmo.

De repente ya no pensó nada más.

Aquello se había puesto en marcha. Lo que había notado como un huevo era, sin duda un vibrador con control remoto, y ahora el vibrador estaba dentro de ella y el control lo tenía su Ama. Debía estar viéndola desde algún sitio, debía estar jugando con el mando y disfrutando del espectáculo, Alicia notaba como las vibraciones en su vagina subían y bajaban de intensidad aleatoriamente, y era más de lo que ella podía soportar, pero aunque luchaba con todas sus fuerzas para no correrse, las primeras oleadas del orgasmo llegaban, cálidas y arrolladoras, los esfuerzos de la chica por contenerlas no hacían más que aumentar su placer llevándolo hasta el paroxismo. El hecho de que la gente a su alrededor estuviese dándose cuenta de lo que pasaba no le ayudaba en absoluto a mantener la calma, y Alicia se sintió deliciosamente indecente cuando sus ojos se cruzaron con los de aquella joven pareja que había detenido su paso y la miraba, cuchicheando entre ellos con una sonrisa de complicidad. Y podía dar gracias de que el placer le empañase la visión, pues de otro modo también hubiese podido ver claramente como la devoraban con los ojos la dependienta de la tiende frente a ella, dos señoras cargadas de bolsas que paseaban por allí, una chica joven con el pelo rojo y coletitas y un señor al que su mujer estiraba del brazo para que siguiese andando.

El huevo vibraba ahora en su máxima intensidad, y Alicia apretaba las piernas muy fuerte, cambiando el peso de su cuerpo de una a otra, tal cual parecía que estuviese a punto de mearse, en un último intento desesperado antes de dejarse ir, de sucumbir a aquel orgasmo brutal que dejó sus piernas tan flojas que tuvo que apoyarse sobre el respaldo del banco que tenía más cerca para no irse al suelo, que la dejó con la cabeza colgando mientras emitía un gemido ronco y sofocado, que provocó que todo su sexo se desbordase empapando sus muslos y su breve faldita. Los espasmos se sucedían, cada uno más intenso que el anterior, y cuando sus piernas no pudieron aguantar más Alicia se desplomó en los brazos de Pablo, que llegó justo a tiempo para evitar que su amiga se estrellase contra el suelo y que cualquier otra persona se acercase a recogerla.

Antes de que el inmenso placer le hiciese perder la consciencia, Alicia notó que se corría en brazos de su amigo, en público y rodeada de gente, y lo indecente de esta situación remató la faena que el huevo todavía vibrando en su interior había empezado.

Si su cabeza no hubiese estado tan empañada por el placer, hubiese caído en la cuenta de que a su Ama no le iba a gustar nada la salvadora aparición de Pablo, y de que sin duda le iba a hacer pagar por ello.