Alice. EL underground en Cuba.

Una historia de un poeta y una prostituta, sexo y desgracia, todo en el argo popular de Cuba.

ALICE.

“Llevo rato chequeándote” me dijo mientras bajaba un trago de sabe Dios que cosa, su cara mostró un gesto de asco e interés, “no me gusta que me miren fijo, ¿Es que quieres problemas?”

Me dediqué a recorrer su figura. Alta, india, pelo negro, largo y enmarañado como una selva. Poseía unas piernas macizas, que se ajustaban al Jeans aberradamente, marcando un sexo abultado, algo pequeño, sin pudor. Sus pezones eran medianos, parados cual torres gemelas, me incitaban a palparlos entre mis dedos, acariciarlos con la pasión de un alfarero chino, comerlos con la avidez que produjo la manzana prohibida en los labios de Adán.

“Deja de mirarme de esa forma, no vas lograr nada así” objetó nuevamente “vamos, habla español que pa´ eso somos cubanos”

No quise darle interés, o pro lo menos hacerle creer que no me importaba. Me empiné de la viajera y abandoné la barra. Me senté en una mesa alejada, bastante a oscuras. Mi desplante le hizo frenarse, o quizás me tomó por un idiota. Estaba frente a mí, pero yo evitaba que notara mi vista. Varios Hombres le hicieron guardia, pero no parecía interesarle ninguno de los cazadores. Se puso a bailar Kisomba, dos gansas se le unieron en la armoniosa música, pronto tuvo un coro para ella sola.

Cambié la vista unos segundos y al regresarla no estaba en la pista. Pensé que se había marchado. Pero unas manos cálidas se posaron en mis hombros, los amasaron con suavidad. Me dio el frente, a la vez que halaba una silla y se acomodaba.

“Por lo menos quita la cara esa” al parecer no le había importado mi forma pasada, “ te pareces un Sepsa cobrando plata en Enramadas”

Su forma me era grata, pero no quería que lo notara, en aquel lugar no se podía mezclar gustos con instintos, o te querías templar a una hembra y sabías como cazarla o definitivamente te ibas en blanco, claro, siempre quedaba la posibilidad de llevarte a un maricón, pero esa especialidad era muy distante y sumamente imposible para mis gustos e intereses. Nuevamente alcé la antigua portadora de tan elegante Silver Scoth.

“Venga, dame un trago, no te veo en na, traes tu alcohol y seguro que no tienes un kilo ni pa cigarro” estiró su brazo hasta la botella pero la detuve. Una sonrisa maliciosa se desprendió de sus labios, “vamos, no me la voy a tirar completa”

Yo seguía sin decir ni ápice de sílabas, evitaba su mirada, pero esos pechos, instrumentos lascivos de placer y perdición, me tenían hipnotizado.

“Mira, si te crees que me acerqué por interés, estás volao, me estoy creyendo cosa y me parece que te estás dando una importancia que ni Isaac Delgado, nos vemos churro” dijo mientras se levantaba en dirección a la barra.

“Solo estoy buscando una Historia” dije dispuesto a no perderla, y aunque esas palabras me sonaron algo cursis, fueron mágicas para sus oídos. Se detuvo inmediatamente y regresó a su lugar de partida.

“Entonces, si hablas, vaya, eso me da esperanzas, y además, poeta, ahora capisco molto vene, il ragazzo e un poeta”

Mojó un dedo en sus labios y lo pasó por los míos, para luego meterlo en su pequeña y pronunciada boca. “Sabes, ¿En qué se parece un poeta y un maricón?”

“No, yo no soy maricón y todavía no creo ser un poeta” le respondí, realmente no conocía la respuesta, puse mi frustrante cara de intriga y ella sonrió.

“El poeta entra a un bar, busca una historia y una buena puta, al final tiene la historia y no a la puta, mientras que el maricón, entra a un bar buscando un hombre que le linche el culo esa noche y encuentra al poeta, que a falta de puta se lleva a la gansa”

Solo hice una mueca, imitando una sonrisa, tan forzada como un purgante. Retomé mi fascinación por aquellas cimas de perfección cubiertas por una blusa negra casi transparente.

“Bueno, si no te gustó no finjas, es malo el chiste pero también es mío, además, aquí el poeta eres tú”  “No te voy a repetir que no soy poeta”

“Ven acá, si no eres poeta, para que cojones tu quieres una historia, era solo una forma de detenerme ¿no?”

“La historia que yo quiero, no solo es para escribirla, también quiero vivirla, quiero sentir que lo que voy a escribir tiene una base completamente real, aunque los cambios de nombres y lugares sean más que seguros”

“Já ja , no me hagas reír, ¿Cómo rayos piensas ligarte a una puta aquí? Si tú casi ni hablas”

“Pero es que ya tengo a la puta de esta noche, casi desde que llegue” dije dándome una importancia inmensa.

“Bueno... y se puede saber quien es ella”  “Hace rato que está sentada conmigo hablando sobre putas, maricones y poetas, estaba tan entretenida que no se dio ni cuenta de que me estoy excitando con solo ver sus lindos pechos”

Aquellas palabras fueron extremadamente ásperas para ella. Se sorprendió en sobre manera de aquello. Quizás no esperaba una estocada tan fría y bien calculada. Se levantó y antes de marcharse me contestó:

“Lo siento, tu no tienes un medio ruso, te crees mucha cosa y eres un poeta muy sucio” me dio la espalda con estilo de bailarina árabe. Se fue, desvaneciéndose entre las multitud de bailadores.

“Bueno, ya la hiciste, te crees Robert Redford, pero no, simplemente eres un aprendiz de todo y un conocedor de nada, por lo menos en cuanto al tirarte ese tipo de mujeres” pensé y más, como para aliviarme, “no te quejes, te estás evitando quien sabe cuantas enfermedades y cuantos problemas”

Aquel lugar me parecía aburrido, yerto, tenía tanto sueño como cuando leía uno de los cuentos de Herman Hesse, no por lo malo que fueran, sino por monótono. Me acabé la viajera y decidí marcharme. Esa no parecía ser mi noche. Gerardo no había podido ir temprano, aunque prometí llegar pasadas las diez, eran las doce y cuarenta y cinco y ni el olor del muy maldito.

“Te vas tan solo cariño” aquella melodiosa voz hubiera encantado los oídos de todo aquel que no conociera a su dueño. Las manos largas y flacas del maricón rodearon mi cuello lujuriosamente. Mi ademán de soltarme fue frenado por algo frío y punzante que me alertaba en el cuello. “No te hagas el héroe, solo tienes que darme eso rico que tu tienes entre las piernas”   “Suéltame, por tu bien, so puta, a traición no se pide nada”

“Pero es que tu eres muy impulsivo papi, si te lo pido por las buenas te hubieras disgustado”  “Mira Ángela, pon en talla que el horno no está pa pastelito, si tu quieres que esto se ponga feo déjame en paz”  “No chichi, aquí lo único que se puede poner feo es tu cuello cuando amanezca con una sonrisa adicional de oreja a oreja, así que relájate, que Jacinta y yo, hacemos el resto”  “Si nené, no seas malito, nadie te va a hacer daño, además, porque te chupe el rabo un maricón y te lo llene de mierda no vas a dejar de ser hombre, no si tu no quieres, eso si, te van a poner el rico apodo: Bugarrón, el bugarrón...”

Todo pasó en cuestiones de segundos. Ángela había soltado mi cuello para tomarme por el brazo, pero un empujón de no sé quién nos movió de lugar y yo no soy manco.  Agarré la mano que portaba la cuchilla y la giré completa, hasta que su dueño llegó al piso y sonar de huesos me hicieron comprender que la técnica era efectiva. Jacinta corrió a auxiliar a su cónyuge, pero no le dejé llegar a nosotros, con una bien colocada patada lateral en el estómago, le hice frenarse mejor que si lo hubiera hecho con Marex, se dobló de dolor y miedo, pero a esas alturas yo no podía analizar que estaba fuera de combate, le fui arriba a trompones y no paré hasta que su mandíbula casi dio una vuelta de 180 grados. Entonces me viré, Ángela se estaba escapando entre los que ya se aglomeraban a nuestro alrededor.  “Ven maricón, nunca más vas amenazar a un hombre por la espalda, las vas pagar toda puta”  le agarré por la larga cabellera y cuando casi chocaba las rodillas al suelo le hice levantarse con un rodillazo en la boca. Todo el Jeans se me embarró de sangre, cayó al suelo, sin muchas ganas de levantarse, imploraba que le dejara, pero no escuchaba nada. Como diría vulgarmente, me desayuné a patadas por el estómago.

Alguien me levantó en peso y me sacó del círculo. Una voz “Caballeros que no pasó na, cada cual pa su lugar y fiesteen que  se acaba horita”

“Chen... tu estás loco o fumao, ¿cómo le vas a dar un entrá como esa, tu quieres matarlo y jodernos a todos?”

“Mira Nadín, a mí nadie pone un cuchillo en cuello y menos un maricón, ¿Qué cojones le pasa? Si lo dejo me chingan y pal carajo”

“Está bien, deja eso, que yo me ocupo con Jordan, ahora vete, que si viene el administrador de esta mierda va a querer explicaciones y tú eres de los nuestros”

“No, cojones, no, yo soy tu socio y yunta, pero tu sabes que no me mezclo con maricones y bugarrones, ese revoltillo pa el que se lo quiera meter, pero a mí, a mí me sacas”

Empecé a caminar calle abajo, me fui sin puta, pero tenía mi historia y el cuello sano. Dos cuadras adelante, sentí unos pasos que avanzaban hacia mí corriendo y un silbido desconocido me llegó.

“Párate, eres sordo” dijo la dueña de aquellos senos pornográficos, “por lo menos déjame hacerte la media”

“Qué, no me digas, a ver si adivino, ¿no te encontraste quien te pagara tu precio” dije con sarcasmo

“No, solamente me quedé sola, no quise ninguna compañía, y después del show que formaste, na, que preferí caminar contigo que marearme en aquella mierda”

“Bueno, si quieres caminar, prepárate, porque vas subir hasta donde voy”

Caminamos por unos minutos. Ella se recostó de mi hombro, sin abrazarme, olía a bebida de todas clases. Como si fuera por todos los rincones, recogiendo limosna de alcohol. Terminamos en la azotea de un conjunto de casas cercanas al puerto.

“Voy a pensar que descojonaste al maricón por el chiste del poeta, bueno por lo menos... ya tienes tu historia”  la dejé hablando sola, avancé hasta la punta contraria de la plaqueta, pero ella no quería dejarme quieto. “Dime, ya me tienes ¿No es lo que querías? También tengo que rogarte ¿no?”  “No te obligué a venir” dije mientras clavaba los ojos en aquella parte de su cuerpo de la cual ya era esclavo.

“A mí nadie me obliga” contestó y agarrando mis manos las paseó por su cintura, hasta llegar a sus pechos, pequeños, redondos, perfectos a vista. “¿Te gustan?” preguntó, “entonces son tuyos mientras dure la noche”

Los apreté con ligereza, como si temiera romperlos. Me abrazó  con lujuria. Sus dientes se clavaron en mi pecho delicadamente primero, luego con fuerzas, llegué a temer que me arrancar un pedazo. La despojé de aquel manto que cubría su perfecta redondez superior, no llevaba sostén, sus senos quedaron libres, descubiertos a mi mirada de maniático, ondularon a un lado y al otro, eran oscuros como ella, con una cima pequeña y puntiaguda como una lanza. Eran cálidos, tan delicados como la seda más cara. Acerqué mi boca a ellos, lentamente recorrí con mi olfato, toda su babilónica arquitectura, para luego, mi lengua dibujara trazos largo y cortos de pasión, los besaba unas veces, los chupaba otras y hasta les mordía, frenando las ganas de comportarme como una bestia y quedarme con ellos en mi boca. No noté cuando mi pull-over quedó enganchado de una baranda, ni cuando su Jeans tenía sexo con el de ella. Sus voraces besos  recorrieron mi cuello, mis orejas, mis labios, esos que sangraron, víctimas de sus mordidas de loba hambrienta. Fue bajando por la autopista central de mi pecho. Con sus manos, acarició mis pectorales y mi abdomen. Su lengua se enfrasco en mi ombligo, describiendo circunferencias de diferentes tamaños. Continuó su camino hasta mis genitales, bajó la trusa azul con tal delicadeza, que puede sentir un corrientazo en todo mi cuerpo. Mi bara estaba erecta como un farol, y las venas hinchadas demostraban que la sangre estaba bombeando como nunca. Acarició mi glande con la lengua y con una uña registró todo mi falo puesto y dispuesto para una pelea que pedía con su tamaño. Mis testículos desaparecieron completamente en su boca. Apreté mis manos contra la baranda para luego hundirlas en la maraña negra de su cabeza. Era toda una experta, recorría mi pene con maestría ensayada, como si fuese una actriz porno, ¡Diablos, nunca me la habían chupado  con tantas ganas! Estaba al punto de correrme y ella salvó a mi esperma: “Ahora tú a mí, que yo no soy de goma” dijo levantándose. Se colocó contra la baranda de piedra y levantó una pierna hasta el muro. Mi boca encontró unos labios abultados, tal y como se marcaban, no me había equivocado. Estaba completamente rasurada, sin rastros de un vello. Los besé suavemente, hundí mi lengua en la cuenca deliciosa de su vagina. Con mis pulgares separé sus labios mayores. Me deleité con su cálido clítoris. Estaba completamente húmeda y los espasmos de placer que daba, acompañados de los suspiros y gemidos, eran prueba de lo bien que la estaba pasando. Por esos minutos, olvidé mis códigos machistas y me dediqué a hacerla sentir todo el placer que pudiera. Bebí de sus jugos mientras clavaba sus uñas en mi espalda, registré su agujero negro como nadie nunca lo haría, era mío por esa noche y nadie, podría impedirme que lo jodiera como me gustaba, además hacía ya 2 semanas que no tenía sexo con nadie y eso era la cúspide de mi aguante. “Ven, no aguanto más, ven, me vengo, nooo... por favor nooo...

Si, sigue... así sigue... no pares... ya viene ¡Ay Dios mío!”  Enterró mi cabeza donde una vez hubo pubis, me despeinaba y halaba mis pelos entre gritos, gemidos y temblores. Su cuerpo dio siete espasmos fuerte y tres cortos y suaves. Las tensiones de sus manos en mi pelo aflojaron, se estaba relajando. Subí para encontrar una boca deseosa de probar sus propios jugos. Su lengua registró mi boca sin permiso. No podía esperar más “Métemela coño, acaba de entra en mí con ganas, hazlo fuerte, sin piedad  ¡¡Aaaah!! Profirió cuando mi verga entró sin frenos hasta sus ovarios. Comencé a moverme de manera rítmica. Ella imitaba mis movimientos. No sé que tiempo pasó cuando se volteó y quedando de espaldas a mí, apuntó su redondo trasero hacia arriba. “Haz lo que más te plazca” aquello casi era un orden y no dudé en obedecerla. Dejé caer algo de saliva sobre mi pene insatisfecho y entré por su culo. Golpeó el piso con fuerza, se lo esta sintiendo muy bien. Se meneaba de maravillas, a veces me hacia perder el ritmo, entonces reía con maldad.

“Quiero que te vengas en mi culo, adentro, si vamos... se que estás a punto, dos movimientos más”

Era cierto, solo tuvo que moverse un par de veces más y casi boto los testículos por el rabo, quedó allí, cansada, aguantándose del muro. Saqué mi verga, envuelta de semen y roja como un tomate. Se enderezó y me abrazó. Esta vez con cariño y sin malicia alguna, comenzó a llorar y sus lágrimas rodaron por mi pecho. “¿Qué te pasa?” Pregunté confundido “no llores, ¿te arrepientes de todo esto?”

“No, no me arrepiento” dijo mientras se ponía su Jeans y me alcanzaba el mío. No dijo nada más hasta que terminamos de vestirnos. Nos sentamos mirando al puerto, según mi reloj eran las 2:00 a.m. todavía quedaban unas cuantas horas.

“Dime, puedes hablar con confianza” le dije tratando de quitarle la fija vista en el horizonte.  “No comprenderías, además no les cuento mis cosas a los hombres con quienes me acuesto”

“Prueba, nada vas a perder, por lo menos sé escuchar, tiene que ver con tu vida, o, te sientes que has traicionado algo”.

“No es tan simple, llevo una vida muy complicada, tengo una niña de 2 años y debo mantenerme sola pues no tengo a quien recurrir”

Así me enteré de que se llamaba Alice Santana, que tenía 20 años y que nunca había conocido a su madre. Había muerto cuando ella tenía 1 año, de cáncer pulmonar. Su padre, alcohólico, la vestía con ropas de varón que les regalaban sus amigos. No temía más familia que la hermana de su madre, en Camagüey y no la conocía y mucho menos sabía la dirección. La familia de su padre era de la isla y no tuvo la suerte de conocerla, o quizás fue mejor así. Cuando ella tenía 11 años, Iván, su padre, la violó después de darle una tunda por cogerla con un noviecito en la esquina de la casa. “Tu no eres de nadie, había dicho, tú eres para mí, solo para mí” durante los siguientes tres años fue la mujer de aquel ser despreciable. Un día, llegó del trabajo y no encontró nada cocinado, ella había llegado tarde de la escuela y no le había alcanzado el tiempo. Él trató de golpearla como siempre, pero ella estaba decidida a no aguantar una más y cuando el muy bestia se abalanzó sobre ella, le clavó un tenedor en la sien derecha, quedó instantáneo.

Pero ningún juez aceptó su inocencia, el alegato de defensa propia solo le sirvió para quitarse de encima la cadena perpetua, por ser menor de edad fue condenada a cuatro años en una prisión para menores, de donde remitida a un hospital psiquiátrico y tres meses después se escapó con una barriga del doctor que la atendía. Gracias a una amiga pudo huir de Ciego de Ávila para Santiago, donde se instaló en el barrio conocido como Los Cangrejitos, allí vive hasta el sol de hoy, en compañía de una vieja ciega que le brindó asilo a cambio de atención. Después del nacimiento de la niña, se metió a puta para poder ganarse la vida. No podía tomar ningún empleo, pues temía que aun la estuvieran buscando por su fuga y que después de tanto sacrificio, le quitaran la niña y la internaran nuevamente. Se dedicó a jinetear en el puerto, en el parque Céspedes y por último en La Cueva, allí tenía mucho público y se apartaba del ojo de la policía.

Se había convertido en un ser drogadicto, borracha y para ganar dinero hacía hasta tortilla con la que mejor pagara. Trataba de cuidarse lo mejor posible de las enfermedades y ya se había ligado. Su futuro era más oscuro que el agujero negro más grande. Ahora aparecía yo, un poeta mediocre, o por lo menos yo pensaba eso; que la había conquistado sin intención aparente. “Es la primera vez que hago el amor por placer, por amor, quizás no esté enamorada de ti, pero me sentí segura a tu lado, tus palabras fueron tan simples, sentí unas ganas inmensas de ver como eras sexualmente, me di el gusto, me encantó, eres apasionado, lástima que Giselle no tendrá que comer mañana”

“Ella es tu niña ¿no?”  “Si, la muy diabla, solo tiene dos años y como sabe, pobre vieja, ella siempre tan buen con nosotras, no tiene más familia, pero es un ángel”

“No te preocupes, quizás yo no sea el príncipe azul de los cuentos de hadas, pero te puedo ayudar” Saqué mi billetera, tomé cincuenta pesos y se los di.

“Agarra, no es mucho, pero es mejor que nada, además, puedes comprar algo ligero y extender unos días, por favor, tómate unos descanso.”

“Yo no puedo tomar tu dinero, sería como cobrarte la noche, yo no quiero que sea así”

“No te preocupes, nunca pensé en pagarte, si desde un principio te hubieras marchado conmigo, no te iba a pagar, no acostumbro a dar dinero a las putas” se sonrió  “Pero yo soy una puta, ¿se te olvida?”    “No, pero no te veo como una, sino como alguien que necesita una ayuda y a la cual estoy decidido a dársela, no te niegues”    Tomó el dinero y me abrazó fuerte como agradeciendo todo lo ocurrido esa noche.

“Eres... nadie hace esto ¿Sabes?, pero... aun no sé tu nombre” le besé en la frente   “Dime poeta, después de todo, malo, pero lo soy, o bueno, es trato”.

La luz del amanecer nos descubrió abrazados, en el sucio suelo, que noche, de veras que nunca sabemos como va a acabar el día, hasta que termina y llega el otro.  Alice se fue, quedamos en vernos nuevamente, no era su novio ni nada parecido, simplemente, alguien que había tocado sus pechos, esos bellos pechos que me hicieron mirarla desde que entró aquella noche a La Cueva.

Hoy, han pasado tres años y me gustaría saber que habrá sido de ella. Me enteré que la policía fue a buscarla unos meses después de nuestro encuentro y ella logró huir, lejos. Más no sé a dónde. La extraño, extraño su sonrisa, sus besos, su forma de hacer el amor y sus pechos, esos que intermediaron para que nos conociéramos.