Alguien voló sobre el nido del cuckold

Un esclavo totalmente devoto traga con todo para satisfacer a su cruel Ama-esposa, incluso con servir a Ella y a su amante hasta en su propia cama.

ALGUIEN VOLÓ SOBRE EL NIDO DEL CUCKOLD.

Eran casi las dos de la tarde, cuando se encontraba repasando con su secretaria la agenda del día siguiente, el momento en que sonó el teléfono directo de su despacho. La secretaria miró extrañada el teléfono con identificador de llamadas en el que aparecía un número junto a la palabra “DIOSA”. El hombre intentó, girando el panel del teléfono, evitar que la secretaria viese quién llamaba, pero fue demasiado tarde y ella clavó unos ojos inquisitivos en su jefe. Éste bajó la mirada y le pidió que le dejase solo.

El hombre levantó el auricular y contestó: - ¿Sí Señora?

-          Te acabo de enviar un mensajero con una de tus tarjetas de crédito, las que te he requisado hace meses, y quiero que cuando salgas del trabajo te dirijas inmediatamente al supermercado de delicatessen y hagas unas compras con tu ella. Apunta bien y que no se te olvide nada: dos docenas de ostras frescas, dos docenas de cigalas frescas, un kilo de percebes, dos chuletones de buey, dos botellas de champagne francés del mejor que tengan y una botella de whisky Macallan 30 años. ¿ Lo has apuntado todo, perra? – dijo una voz sensual pero dominante de mujer al otro lado del teléfono.

-          Sí Señora,  ¿ celebramos algo ? – preguntó el ejecutivo llamado Raymond, presidente de una de las más importantes empresas de importación-exportación del país.

-          Ja, ja, ja, ja, ja. Desde luego que celebramos, esclavo. Escúchame bien, quiero que vayas directamente después del trabajo a hacer esta compra, que no te pares ni a comer y que, por supuesto, no se te ocurra comprar nada que no esté en la lista. Lo comprobaré después con la factura, que lo sepas. A las 5 como muy tarde te quiero en casa. -  respondió la voz autoritaria.

-          A sus Pies, mi Dueña – dijo Raymond preguntándose el motivo de la celebración, ya que no era su aniversario de bodas o mejor dicho, de esclavitud, cuando tuvo la tremenda fortuna de que se le permitiera poner el Pie de su diosa sobre su cabeza y de ser aceptado por Ella como esclavo-marido. No tenía ni idea de cuál podía ser el motivo de la celebración y menos aún, de que su Ama le ordenase comprar una botella de whisky caro, que ninguno de los dos solía beber. Al otro lado de la línea colgaron el teléfono sin siquiera despedirse.

El ejecutivo se levantó de su sillón y cogiendo su chaqueta salió de su despacho, pasando por delante del despacho de su secretaria: - Tengo que salir urgentemente, mañana nos pondremos al día con los asuntos de la dirección.

La secretaria le volvió a mirar extrañada por segunda vez en un día. Raymond C. era un ejecutivo brillante, trabajador incansable que hacía más horas extras que ninguno en la empresa, aún a pesar de su alto cargo. Se decía que algún vicio secreto debía de tener para trabajar tantas horas y abultar aún más su ya importante sueldo.

-          Debe ser un vicio muy caro ¿drogas quizás? – se preguntó la secretaria, que sabía que un director general y socio de la firma ganaría en una semana lo que ella en un año entero.

Raymond se dirigió en su coche sorteando el tráfico del mediodía hacia el exclusivo centro comercial de las afueras en el que se encontraba la no menos exclusiva tienda de delicatessen que era la favorita de su Ama. Aparcó el coche en el aparcamiento exclusivo de clientes, agradeciendo el aire acondicionado, y compró rápidamente todo lo de la lista, incluyendo el misterioso whisky. No hay que decir que tal colección de exquisiteces no fue barata precisamente y pagó con la tarjeta que le había traído el mensajero. Era una de las suyas, pero hacía muchos meses que no las veía pues estaban en poder de su mujer que se las había requisado con el fin de controlar Ella los gastos y de impedir que Raymond tuviera acceso a su propio dinero, dificultándole el día a día.

El Ama y esposa de Raymond se llamaba S. Era una bellísima morena de poco más de 30 años, voluptuosa y con curvas, dueña de unos Pies exquisitos por los que su esclavo moriría gustoso. Era de temperamento dominante y, al casarse con Raymond, le había dejado claro a éste que no trabajaría y que vivirían de su importante sueldo. Ella se dedicaría a disfrutar la vida con el fruto del trabajo de su esclavo, que era lo que ambos se merecían. La vida de Raymond transcurría dolorosamente feliz bajo el tacón del su Ama y esposa. Ya se sabe “ saña con gusto no pica” . . . Cuanto peor trataba S. a Raymond, más feliz era y más la adoraba éste.

A las cinco menos veinte aparcaba Raymond el coche en el garaje de su chalet de la urbanización para ejecutivos en la que vivían a las afueras de la ciudad, en una zona bastante cara. Sacó rápidamente las bolsas y entró por la puerta del garaje a la cocina, donde dejó los manjares. S lo oyó y lo saludó diciendo: - Hola perra ¿ has olvidado tus buenos modales y cómo saludar a tu Diosa ?

-          Claro que no mi Dueña – dijo el marido mientras se arrodillaba delante de S y le besaba los exquisitos Pies de uñas pintadas de rojo sangre y enfundados en unas bonitas sandalias.

-          Bien, zorra ¿ lo has traído todo ? Enséñame enseguida la factura.

-          Aquí tiene mi Ama. ¿ Me puede decir qué es lo que celebramos Señora ?

-          Ven, sígueme a cuatro patas hasta mi sillón y arrodíllate a mis Pies – ordenó S sentándose. Fue inmediatamente obedecida por Raymond, quien apoyó la cabeza como un buen perro en los Pies de S.

-          Eres un buen marido y un magnífico esclavo, Raymond. Estoy verdaderamente contenta de tí y de todo lo que trabajas y te esfuerzas por darme la vida que merezco. Pero ambos sabemos que me merezco aún más y . . .  tengo un nuevo capricho. Se llama Mario y lo que vamos a celebrar esta noche es que, tras mucho pensarlo, me he decidido a ponerte los cuernos por primera vez. – dijo S mirando amorosamente a los ojos a su marido.

-          ¿¿¿ Qué ??? No hablas en serio, no puedes hablar en serio . . . no puede ser verdad. – balbuceó Raymond presa de los nervios y la desesperación mientras intentaba incorporarse.

Una veloz y pesada bofetada cruzó su cara haciendo que cayera de lado al suelo, despatarrado y ridículo.

-          Jamás vuelvas a tutearme, zorra de mierda. Y de rodillas inmediatamente otra vez ¡¡ya!!. – gritó la mujer. Raymond ocupó sumisamente su lugar de nuevo.

-          Bien, quiero que entiendas que con tu consentimiento o sin él Mario va a venir a cenar a casa esta noche y pasaremos una velada agradable durante la cual tú nos servirás. No tienes lo que es necesario para darme placer en la cama ¿ acaso crees que no merezco tenerlo, que tengo que pasar mi vida con un picha corta como tú ?

-          No, Señora. Tiene razón, no soy suficiente para Usted y tiene derecho a gozar en la vida todo lo que quiera y yo haré lo que sea para dárselo.

-          Así me gusta, que me adores por encima de tu orgullo y tu dignidad, que lo des todo por Mí y por mi placer. Bueno, vete a la cocina y comienza a preparar la cena con lo que has comprado que después tienes que bañarme y prepararme para la cena. – ordenó S.

Raymond se dirigió raudo a la amplia cocina y se ocupó durante casi dos horas en cocinar y preparar las cosas para la velada de su Señora. En cuanto acabó, bañó, depiló ( incluyendo sus partes íntimas), maquilló, peinó y vistió a S. Su esposa le ordenó que sacara de su cómoda la mejor y más sexy lencería que él le había regalado en el último viaje de empresa a París y que no había estrenado. Se trataba de un precioso conjunto de seda negra de sujetador, braguitas y liguero que hacían aún más deseables sus increíbles y poderosas piernas. Añadió al conjunto un par de preciosas medias negras de rejilla. Raymond fue obligado a arrodillarse y ponerle la lencería a S y su provocativo y corto vestido azul que mostraba sus preciosos pechos. Al terminar, S, satisfecha ordenó a Raymond besarle los pies y adorarle las poderosas piernas enfundadas en las medias de rejilla antes de ponerle los negros zapatos de afilado tacón de aguja que calzaría en la velada. No pudo evitar pensar, al ver la magnificencia y el sex appeal de su Ama, que por primera vez en su año de matrimonio-esclavitud, otro que no fuera él gozaría de los favores de su esposa. Se sintió triste y amargado en lo más profundo de su alma. Pero fue incapaz de ofrecer resistencia a los deseos de su Dueña y Señora.

Sonaron las campanadas de las 9 en el carrillón de la casa. S esperaba un poco nerviosa y ansiosa que llegara Mario sentada en el salón. Pocos minutos después de las 9 sonó el timbre de entrada de la casa.

-          ¡ Es él ! Ábrele la puerta y condúcele hasta aquí, perra. Trátale con el máximo respeto ¿ me oyes ? ¡ Venga, deprisa, mueve el culo ! – ordenó la mujer, nerviosa.

Raymond bajó las escaleras y abrió la puerta. Halló ante él a un hombre alto, moreno, fornido y de ojos claros. Era a todas luces atractivo, de tipo latino, musculado y con el pelo engominado un poco más largo de lo acostumbrado. Vestía una amplia camisa blanca con el primer botón abierto y pantalones y zapatos negros, con una americana azul marina.

-          ¡ Ehhhh, mmm ! Buenas noches, soy Mario. He venido a visitar a S ¿ se encuentra en casa su señora ? – preguntó el visitante a Raymond, tomándole por un sirviente o mayordomo.

-          Pase  señor, la Señora se encuentra en casa y le espera en el salón. Tenga la amabilidad de entregarme su chaqueta y seguirme, por favor. -  contestó Raymond sin sacar del error al invitado.

Subieron las escaleras, con Raymond un par de pasos por delante y llegaron al salón. S se adelantó de un salto a recibir a Mario, se notaba que le esperaba con ansia.

-          ¡ Mario, querido ! Por fin has venido a mi casa, con lo que me ha costado convencerte . . . pero al final aquí estás . . . – saludó S abrazando a Mario besándole en los labios y haciéndole sentar en el sofá a su lado.

-          ¡ S, estás preciosa como siempre ! – respondió el visitante, mirando a Raymond algo embarazado ante la muestra de afecto de la señora de la casa delante del servicio.

-          Oh, ya veo lo que te pasa, Mario. No te preocupes para nada por Raymond. Mario, Raymond es mi marido y está encantado de recibirte en nuestra casa, ¿ verdad que sí, cariño ? – sonrió S, provocadora.

-          Sí, Señora. Sea bienvenido su invitado – respondió obediente el esposo.

-          ¿ ¿ Tu marido, S ?? No me habías dicho que estuvieras casada. De haberlo sabido, por supuesto que no hubiera venido – se excusó Mario.

-          ¿ Ah sí ? ¿ No hubieras venido y te hubieras perdido esta maravilla ? – le retó S al tiempo que se levantaba el vestido hasta la cintura dejando ver a Mario su conjunto de braguitas, medias y liguero. S se acercó al hombre pegando sus pechos a él y agarrando con fuerza su paquete. – Tu tremenda erección me dice que no te arrepientes de haber venido . . .

-          Buffff, S. Como me pones, desde que te eché la vista encima por primera vez no he dejado de tener una erección cada vez que te veo, pero tu marido aquí . . . – dijo Mario algo turbado.

-          Mira Mario, Raymond es solo nominalmente mi marido. En realidad es mi esclavo, mi puta, mi perra y todo lo que yo quiera que sea. Sigue mis órdenes al pie de la letra y traga con todos mis caprichos. Te lo demostraré. – dijo S poniéndose de pie. – Esclavo, de rodillas ya y salúdame como sabes que me gusta. –ordenó S. Raymond se hincó de rodillas ante su Dueña y comenzó a lamer sus sandalias.

-          ¿ Ves como no te miento ? Raymond me adora y vive por y para mí, no pondrá absolutamente ningún problema . . .

-          Ja,ja,ja,ja. Ya veo que lo tienes bien dominado pero ¿ de verdad hace todo lo que tú le digas? – preguntó Mario no del todo convencido.

-          Observa. Esclavo, lame y besa los zapatos del señor. Raymond dio un respingo ante la orden, pero no quería desairar a su Ama delante de un extraño, por lo que hizo de tripas corazón y superando el asco que le causaba lamer los zapatos de todo aquel que no fuera su Diosa, comenzó a lamer los zapatos de Mario.

-          ¡ Guau ! Sí que es sumisito – dijo Mario envalentonado, abrazándose a S y empezando a meterle mano a los morenos muslos de la mujer mientras el esclavo seguía lamiendo. S se dejaba toquetear y besuquear por el cachondo macho mientras miraba a su esclavo lamer los zapatos del hombre y se reía de él.

Ambos amantes estuvieron un buen rato magreándose en el sofá delante de Raymond. – Perra, levántate y sírvenos unos whiskies con hielo – dijo S. – El mío con 2 dedos de agua, por favor – dijo Mario. – Y sin favor también, Mario. Venga perra, mueve el culo que quiero los whiskies aquí ya –ordenó sarcástica S. – Y comienza a prepararte para servir  la cena, que tengo  . . .  mmmmm . . . hambre. –rió S, excitada mientras Mario exploraba entre sus muslos.

Raymond sirvió los whiskies y recibió la orden de retirarse para empezar a servir la cena cuando se le ordenase. S y Mario quedaron solos, conociéndose más íntimamente. Mientras Raymond preparaba la vajilla y montaba la mesa, preocupado por lo que pasaba entre su mujer y su invitado, estos se acariciaban y besaban con frenesí, se notaba la tensión sexual entre ambos y lo iban a disfrutar . . .

Una media hora más tarde apareció S en la cocina, donde se encontraba Raymond emplatando. Iba con el pelo algo desarreglado y con el vestido un poco subido, dejando ver sus poderosos muslos. - ¡ Ufffffff, zorra ! Empieza a servir la cena ya porque estoy que no aguanto más y casi me lo tiro en el sofá . . . cuánto músculo duro y moreno y . . . ¡ vaya tranca se gasta el tío, joder ! Como me pone ese cabrón, estoy mojadísima. Ven perra, arrodíllate y huele mi Divino Coño, lo mojado que lo ha puesto ese semental . . . mmmm, así, así, mete bien la nariz – resopló S, cachonda. – Vale, vale, suficiente que te estás excitando, vete a servirnos la cena.

Raymond obedeció y cuando empezó a llevar la comida a la primorosa mesa que había dispuesto para su mujer y su amante, ellos ya estaban sentados esperando.

-          Mmmm, ostras, marisco, champagne . . . ¡ esto es increíble S. ! – se maravilló Mario.

-          Nada más y nada menos que lo que nos merecemos. –dijo la cruel esposa. – Esclavo, sírvenos y quédate de rodillas al lado de la mesa por si se nos ofrece cualquier cosa.

Tuvieron a Raymond yendo y viniendo de la cocina y la bodega, trayéndoles vinos exquisitos de su propia bodega para acompañar los mariscos. Se reían de él y S, consciente de que Raymond no había probado bocado por orden suya en todo el día animaba a Mario a tirarle al esclavo las cabezas de las cigalas, las patas y demás restos del marisco que ellos consumían. Raymond con la cabeza gacha, lo soportaba todo, aferrándose a la idea de que su Ama disfrutaba de la situación y que después quizás disfrutara aún más. No probaba nada de lo que le lanzaban los amantes. Recogió todo cuando terminaron el marisco y cambió el vino blanco helado por un vino tinto gran reserva para acompañar los chuletones a la brasa con guarnición de patatas fritas paja con setas a la plancha. Tras servir el segundo plato y servirles vino a ambos en sus copas su cruel esposa le ordenó : - Ahora quiero que te tires al suelo debajo de la mesa, para que podamos usarte de reposapiés.

Raymond obedeció y adoptó la postura que se le había ordenado. Enseguida S apoyó los afilados tacones en su pecho y animó a Mario a hacer lo propio. Éste accedió a hacerlo con una sonrisa, le iba tomando gusto al juego y ya se había convencido de que Raymond no era un peligro para él. Este notaba, mientras la pareja degustaba el segundo plato, el peso de los zapatos masculinos y su acre olor, así como el exquisito dolor sabiamente administrado por su Dueña mediante los tacones que se clavaban en su carne. De pronto S se descalzó y esbozando una pícara sonrisa colocó su pie derecho en la entrepierna de Mario por debajo de la mesa. El hombre, al notarlo, echó la pelvis hacia delante en la silla para sentir mejor el contacto del pie de la Diosa. Todo esto fue observado desde un punto de vista privilegiado por el esclavo, que se moría de dolor, celos y envidia debajo de la mesa preguntándose cómo su adorada esposa era capaz de tratarle así. Raymond tenía ganas de llorar y emitió un pequeño quejido desde debajo de la mesa que fue captado por los amantes, lo que solamente consiguió hacerles reír  a mandíbula batiente. Especialmente dolorosa para él fue la sádica risa totalmente desprovista de escrúpulos de su Ama y esposa que gozaba con su sufrimiento.

Terminado el segundo plato, se le ordenó al esclavo servir el postre. Llevó a la mesa de la cruel pareja un coulant de chocolate acompañado de helado de vainilla y nata montada, regado ligerísimamente con sus lágrimas. Ahora fue Mario quien le ordenó estirarse debajo de la mesa de nuevo y Raymond interrogó con los ojos a S para saber si tenía que obedecer. La mujer fue contundente: - ¿ No oyes lo que te ha ordenado Mario, zorra de mierda ? ¿ A qué esperas para obedecer ? Esto te costará un castigo por haber intentado arruinarnos la velada, ¿ no crees cariño? – preguntó dirigiéndose a Mario. – Desde luego, esta puta tiene que aprender a obedecer a la primera. – sonrió el amante de S.

Raymond obedeció y nada más adoptar la postura comprendió que los amantes deseaban maltratarlo con sus zapatos debajo de la mesa. Notó como los tacones de su esposa se clavaban con saña en su cara y en su pecho y como el hombre buscaba pisotearle los genitales. La cosa iba in crescendo y, tras brindar por ellos con champagne, S se levantó diciendo: - Mario, no puedo más, estoy cachondísima. Pero antes de que vayamos al dormitorio quiero castigar un poco más a esta perra de mierda.

Agarró al esclavo por el pelo y sacándolo de debajo de la mesa lo dejó en medio del salón. Cogió un látigo de un arcón y empezó a azotar a Raymond mientras miraba hacia Mario. Se notaba que S era una experta flageladora, en pocos minutos tenía al esclavo lleno de verdugones y cortes. Mario, excitado por la crueldad de su amante, se había sacado la polla de los pantalones y empezaba a tocarse una enorme erección. Cuando S lo vio cesó de azotar al esclavo y entregándole el látigo al hombre le dijo: - Ahora tú, yo también deseo tocarme viéndole sufrir. Así que  . . . dale fuerte y hazme gozar. S le besó en la boca con pasión.

Mario no se hizo de rogar y, con más fuerza que maña, empezó a azotar a Raymond. Los latigazos caían sobre la carne previamente castigada por S y la perra empezaba a sollozar de dolor. Cada grito, cada gemido de sufrimiento excitaban a la sádica esposa que, levantándose el vestido ofrecía a Mario un espléndido panorama de juego consigo misma, acariciándose por debajo de las bragas. – ¡ Dale más duro ! Quiero verlo bien machacadooo. Quiero correrme viéndole sufrir . . . mmmmmm. Dale más fuerte  y todo esto será tuyo, amor. – gimió S, bajándose las negras braguitas y mostrándole a su amante su depilado Templo del placer.

Mario, azuzado por la impactante visión del sexo de S, azotaba loca y furiosamente a Raymond, desgarrando su carne hasta hacerle sangrar. Al ver la sangre correr, S no pudo contenerse más y tuvo un bestial orgasmo debajo de sus bragas gritando a pleno pulmón. Recibió a Mario en sus brazos, que había soltado el látigo, besándole y acariciándole con deseo, mientras ella misma se tranquilizaba. – Me has hecho gozar mucho . . . mmmmmmm. Pero ahora habrás de volver a ponerme caliente.

-          ¿ Qué quieres que haga ? Me vuelves loco, S – dijo Mario, cachondo.

-          Quiero que bailemos un poco, bien pegados el uno al otro – respondió la mujer sonriendo a la vez que se levantaba y cogiendo al hombre de la mano, se dirigieron hacia la perra que yacía en el suelo. S puso una música lenta en el equipo de alta fidelidad y, de una patada en el costado, hizo que Raymond se diese la vuelta quedando boca arriba.

Se subió con todo su peso en el abdomen del esclavo que yacía bajo sus tacones y, extendiendo los brazos hacia él invitó a Mario a unirse a ella sobre su marido. Éste aceptó subiéndose sobre el pecho del otro hombre con precaución para no perder el equilibrio. El peso combinado de los amantes sobre su tórax y abdomen dificultaba enormemente su respiración y Raymond tenía que hacer verdaderos esfuerzos para respirar, pero esto no hacía sino excitar más a la sádica pareja. Se abrazaron fuertemente iniciando una seductora y lenta danza sobre el maltratado cuerpo mientras se besaban, acariciaban y reían. Mario metía su mano derecha por debajo del vestido de S, acariciando su torneado trasero y ella, por su parte pasaba ambos brazos alrededor del cuello de su acompañante mientras le tentaba besándole en la boca. Estaban tan abstraídos pensando el uno en el otro y entregándose a los placeres de la erótica danza que casi no apreciaban como el pobre marido de S se retorcía debajo de ellos sufriendo los pisotones y el peso de ambos que le asfixiaba. El peso era enorme y no miraban donde le pisaban, eran totalmente ajenos a su sufrimiento, sólo servía para excitarles.

-          Mmmm, me vuelvo a mojar por tu culpa y por bailar sobre esta piltrafa inhumana – dijo S, melosa.

La cruel mujer descendió del cuerpo del esclavo y ayudó a bajar a Mario. – Quiero que nos lleves a ambos sobre tu lomo al dormitorio, donde gozaremos en nuestra cama, esclavo – dijo S, propinándole una patada a Raymond en el costado para que se levantase. Éste todavía no había recuperado el aliento debido al castigo de la sofocación causada por el cruel baile de la pareja sobre su cuerpo,  fue incapaz de levantarse. – Venga perra, o te mato a patadas – gritó enojada S volviendo a patear a su marido, quien pugnaba por ponerse a cuatro patas. Mario, al verlo, excitado no pudo evitar dejarse llevar y unirse a S en la sádica tortura del pateo y comenzó a propinar tremendas patadas al abdomen del marido de su amante. Riendo, ambos se turnaban pateando una vez cada uno al hombre caído, compitiendo por ver quién de los dos lograba arrancar a Raymond un grito mayor. No tenían ni la menor piedad y le pateaban con saña, indiferentes a los gestos de dolor del esclavo, quien intentaba cubrirse con las manos los puntos más vitales, pero la sádica pareja de amantes no respetaba nada del maltratado cuerpo. La cruel tortura llegó a un punto en el que el vacío estómago del marido vomitó bilis junto con algo de sangre. Solo entonces pararon, mirándolo con indiferencia y enfadados porque aguantaba tan poco.

– Vámonos al dormitorio, estoy ansiosa por gozar de ti – propuso S volviendo a meter mano a su amante. Volvió a agarrar del pelo a Raymond, poniéndole a cuatro patas. Sentándose sobre su espalda le dijo a Mario que hiciese lo mismo y, con los amantes quebrando su columna bajo su peso S ordenó: - Vamos, puta, ya sabes a donde nos has de conducir. No me importa que te duela la rodilla y mucho cuidado con dejarnos caer.

Fueron acariciándose y besándose hasta el dormitorio a lomos del esclavo, que sufría y jadeaba bajo el tremendo peso. Cuando por fin llegaron, S desmontó y se dejó caer riendo fuertemente en la amplia y lujosa cama del dormitorio con sábanas de seda. Estaban ambos bastante borrachos y Mario se le echó encima. En unos segundos estaban ambos sin ropa, retozando sobre la cama y S había ordenado a Raymond permanecer de rodillas al lado de la cama atento a cualquier orden. Éste estaba también desnudo, vestido solo con su cinturón de castidad CB-6000, lo que fue motivo de burla por parte de Mario: - Ja, ja, ja, ja, ja. Lo tienes enjaulado eh? ¿ Será que no sabe usarla ?

-          La tiene demasiado pequeña, yo necesito una buena tranca dura como la tuya mi amor – se burló también S mirando a su marido.

S cogió una botella de champagne de la cubitera que estaba en la mesa de noche y se vertió un poco entre sus maravillosas tetas. – Ven a beber, Mario, que te va a encantar. El hombre se abalanzó sobre ella, bebiendo con avidez y chupando los duros pezones de la mujer, que se acariciaba entre las piernas. Mario estaba ya totalmente empalmado y cogió a S por la cintura dándole la vuelta y elevando su divino culo comenzó a lamérselo a cuatro patas. Raymond se revolvió en su rincón. Su esposa podía gozar cuanto quisiera con su coño, pero le había dicho siempre que su Divino Culo que él tanto amaba era sólo para él. ¡¡ Y ahora había un tío dispuesto a follárselo !! Una sola mirada de su Ama le mantuvo en su sitio, nada ni nadie iba a enturbiar su goce y menos una puta esclava como Raymond.

Mario comenzó a follarse el Divino Culo de S y entonces Raymond descubrió lo mucho que le hacía disfrutar esa práctica a su esposa. Por una buena polla dura y gruesa de un macho de verdad. Mario comenzó un frenético mete-saca en el culo de S, que gozaba como una posesa hasta que ambos se estremecieron simultáneamente en un orgasmo tremendo.

A continuación S de puso boca arriba y mostrando su increíble Templo del Placer a su amante le invitó a saborearlo. A éste se le hizo la boca agua ante esta invitación y se dispuso a comérselo como si no hubiera comido en años. Raymond sabía por experiencia que a su Ama le encantaba que le comieran el coño y la vio disfrutar enormemente las caricias de la boca y lengua de su amante en su sexo. S se mojaba instantáneamente ante una buena lengua y ahora no fue para menos.

-          Puta, haz de mamporrera y coge la polla de Mario y métemela en mi Divino Coño. Hazlo con cuidado que es enormeeee – ordenó S retorciéndose de placer ante las artes linguales de Mario.

Raymond obedeció al instante y cogió con cara de asco el miembro del semental. Era tan grueso que no lo podía abarcar con una sola mano, las venas azules parecían palpitar de ganas de entrar en el coño de S. Lentamente y con cuidado lo llevó hasta la entrada del sexo de su mujer, introduciéndolo poco a poco mientras ella emitía un largo y agudo gemido mientras su coño se adaptaba a semejante intruso. Finalmente lo acogió en su interior y el macho empezó a cabalgarla mientras ella gozaba con las piernas bien abiertas y miraba fijamente a los ojos a su esclavo con la boca entreabierta de excitación. Se burlaba de él y le mostraba el dedo corazón que era en el que Ella llevaba siempre puesta la alianza, para que el esclavo la apreciara en cada corte de manga. - ¿Ves perra ? Esto sí que es una polla de verdad . . . mmmmmmm . . . como me hace gozar. Tú jódete, frústrate y miraaaaammmmmmmeee -  se burlaba S de su marido esclavo.

Tras un polvo brutal que duró unos buenos treinta minutos, S se corrió varias veces y Mario una. Se  acostaron uno al lado del otro en la cama para reposar. Raymond conocía bien las costumbres de  su Ama y sabía bien lo que vendría a continuación. – Ven, cerda. Ya sabes lo que pasa cuando me corro y necesito aliviarme pero ya. Así que pega bien la boca a mi Divino Coño y no dejes escapar ni una gota.

Raymond obedeció y sirvió de wc a su esposa para que no tuviera que levantarse al baño. Esta descargó una larga y sabrosa meada en la boca de su esclavo que lo tragó todo y hasta se relamió al final.

  • ¿Ves lo cerda que es? Se lo traga todo la muy puta. –dijo S a Mario. – Pues yo también tengo ganas de mear ¿ dónde está el baño? –preguntó Mario. – Ahora mismo está a nuestros pies – respondió riendo S mirando a la puta. – Venga zorra, ya has oído . . .

El cornudo marido aplicó su boca a la semierecta polla del amante de su mujer y una larguísima y fuerte meada le alcanzó la garganta lo que le hizo toser y sentir nauseas, pero no por eso tuvo que escupir. Al contrario, haciendo un esfuerzo supremo por aguantar tragó toda la meada del hombre, lo que le valió una caricia en el rostro de su mujer.  – Eres una estupenda puerca, Raymond. Ahora chúpasela para ponérsela dura de nuevo para mí – ordenó su esposa. Sin retirar la cara, el marido hizo lo que le ordenaban. Por primera vez en su vida una polla estaba dentro de su boca. Sintió como se endurecía al contacto de su lengua y chupó y lamió el miembro poco a poco hasta que lo sintió como una piedra palpitante en su boca. – Para golosona, que se va a correr. Esa polla es mía y . . .  la quiero dentro de mí otra vez – dijo S, picarona.

La dominante esposa llevó a su marido al borde de la cama, con su cabeza a pocos centímetros del vacío y se sentó en su cara. Su divino y chorreante coño quedaba sobre la nariz de su esclavo y su Divino Culo en su boca. El esclavo podía ver en primer plano el coño de su Ama a pocos centímetros de sus ojos. – Lámeme el culo mientras Mario me folla sobre tu cara de cerda. – ordenó S de nuevo cachondísima. La sádica mujer dejó caer todo su peso sobre la cara de su marido mientras Mario la penetraba, golpeando con sus bolas hinchadas la cara de Raymond con cada embestida. Un largo y salvaje polvo que le parecía a Raymond que no se acababa nunca tuvo lugar sobre su cara. Notaba la presión de cada embestida y la contracción de ambos cuerpos sobre él. El  peso de ambos le hacía sufrir terriblemente. Los jugos de su mujer y el líquido preseminal del macho manchaban su cara. En el momento cumbre, cuando su esposa se corrió, Raymond recibió en su boca todos sus jugos orgásmicos, tragándolos y saboreándolos con avidez. Minutos más tarde tuvo lugar el orgasmo de Mario y S, atenta, cogió su enorme polla y la dirigió a la boca de Raymond para que eyaculara en ella. No le quedó al esclavo otro remedio que recibir la abundante corrida en su boca, casi con riesgo de que se rebosase. S le tapó enseguida la nariz para obligarle a tragar. Tenía un horrible  y untuoso sabor acre. Era la primera vez que lo probaba y recordó que pensaba que ese debía ser el sabor de la humillación. La cara de sádico entusiasmo de su mujer se lo confirmó.

Ambos amantes se hallaban ya satisfechos, llevaban toda la noche follando y se habían corrido innumerables veces, incluso usando la cara del cornudo esclavo de cojín. Durmieron un rato ambos amantes mientras Raymond estaba hecho un ovillo a los pies de su cama y de su mujer, sin poder dormir y temblando de frío y de angustia. No se cuestionaba el por qué su mujer y adorada Diosa había hecho esto de traer un amante a su casa. Él ya sospechaba que Ella se acostaba con otros, pero era la primera vez que su Diosa había decidido restregárselo por la cara y en su propia casa, en su propia cama . . .. Se obligó a verlo no como una ofensa a su orgullo masculino, sino como a una necesidad de satisfacción por parte de su esposa adorada y como un regalo que Ella le hacía a él haciéndole partícipe de sus aventuras amorosas en lugar de ocultárselas.

Aún se respiraba el olor a sexo satisfecho cuando su mujer se despertó. Raymond atento al primer movimiento ya estaba de rodillas con las manos a la espalda al lado del lecho de los amantes. – Buenos días mi Diosa, ¿ ha dormido bien ? – preguntó arrebolado el esclavo. – Magníficamente . . . ha sido una noche . .  ¡ ufffffff ! He gozado como una loca de la polla de este semental y de tu sufrimiento, pequeño esclavo cornudo. Me habéis hecho disfrutar muchísimo ambos, cada uno a su manera. – dijo S con voz cariñosa y somnolienta.

En ese momento se despertaba Mario: Hola cariño ¿ qué tal he estado?. – Mario, eres un estupendo  semental y lo sabías. Pero lo que quizás no sabías era que fueses capaz de disfrutar castigando y humillando a otro hombre como lo has hecho esta noche – respondió S muy seria.

-          Cierto, ha sido un gran descubrimiento para mí. Pero lo cierto es que bajo tu dirección he disfrutado mucho jodiendo a tu esclavo. –respondió Mario encendiendo un cigarrillo.

-          Lo sabía, lo supe nada más conocerte. Vi en ti un punto canalla que . . . jajajajajaja.

-          ¿Canalla? Bueno, yo no diría tanto -  respondió Mario ligeramente ofendido.

-          Ay, mi amor, mi potente semental. No te enfades, no quise ofenderte. Solo quise decir que tienes un puntito que te hace ser capaz de disfrutar jodiendo a otra persona. Y me atrevería a decir que te gustaría repetirlo ¿ me equivoco, cariño ?

-          No, claro que no. He descubierto que me ha dado mucho morbo follar contigo delante de tu marido y joderlo a él también me ha puesto mucho.

-          Pues no te preocupes, ya que he empezado y Raymond se ha portado tan bien, he decidido hacerle cornudo asiduamente – dijo S con su sádica y pícara sonrisa.

-          ¡ Que tarde es ! He de irme o llegaré tarde al trabajo – dijo Mario mirando su reloj de pulsera.

-          ¡ Qué pena ! Si no hay más remedio . . . pero antes de irte quisiera que me hicieras un último favor, jejeje – dijo enigmática S.

-          Lo que quieras mi vida –aceptó Mario.

-          Dame un cigarrillo y dame fuego – pidió la mujer, que fue atendida al momento por su amante. – Lo que quiero que hagas antes de irte es que ambos marquemos a la vez a mi esclavo apagando nuestros cigarrillos en su pecho, para que tenga un recuerdo imborrable de esta noche maravillosa en que tanto hemos disfrutado. ¿ No me negarás este placer,  verdad cariño?

-          Claro que no, mi vida- respondió Mario.

-          De rodillas, perra. Pecho fuera y cabeza alta. Prepárate a ser marcado – dijo sonriente S mientras ella y Mario acercaban los cigarrillos encendidos al pecho del esclavo sin voluntad.

-          ¡ Aggghhhhhhhhh! – gritó Raymond mientras el olor a carne quemada inundaba en dormitorio. Los amantes examinaron las negras quemaduras en el pecho del esclavo antes de besarse con lujuria, de nuevo cachondos.

-          Bueno, Mario. Te llamaré para el próximo fin de semana. Raymond te acompañará a la puerta de rodillas.- se despidió S dándole un último morreo a su amante.

El esclavo, dolorido, inició el camino precediendo a Mario y llevándolo hasta la puerta. Al llegar Mario le dice en voz baja: - Pero tío, un hombre respetado, con dinero y poder como tú . . . Ya sé que tu mujer está tremenda pero  . . . ¿ cómo tragas con todo esto ?

-          Porque la adoro con toda mi alma. Y le ofrezco mi sufrimiento como fuente de su placer – respondió Raymond.

-          ¿ Tanto la adoras como para tragar con todo ? – repitió Mario al que, desde su perspectiva de macho ibérico le costaba entender el comportamiento de Raymond.

-          La adoro aún más que eso . . . – solo pudo decir el esclavo.

-          Pues entonces . . . hasta la próxima, perra. – se despidió Mario.

-          Hasta la próxima Señor.

Raymond se dirigió al dormitorio y se arrodilló al lado de la cama donde estaba su esposa.

-          Ven, acuéstate un ratito a mi lado perra – dijo suave y cariñosamente S.

El marido cornudo obedeció y dejó que su Ama le hiciera descansar la cabeza en sus voluptuosos senos para acariciarlo amorosamente. – Te has portado fenomenal. Gracias a ti he podido disfrutar de un semental como Mario y has aguantado muy bien todas nuestras putadas, castigos y humillaciones. – dijo S.

-          Muchas gracias mi Ama. Me alegro tanto de que haya disfrutado gracias a mí-respondió conmovido Raymond.

-          No podría haberlo hecho sin ti, mi pequeño cornudo. Hoy has entrado a una nueva zona del jardín de mis placeres. Y te prometo que si sigues fiel y entregado, gozarás de muchos y nuevos castigos, humillaciones y putadas que tanto nos gustan. ¿Quieres seguir adelante para que tu Diosa disfrute más a costa de tu sufrimiento y cuernos? – preguntó muy seria S, acunando la cabeza de Raymond entre sus pechos.

-          Sí mi Ama. Usted es mi Única Diosa y Dueña. No quiero en mi vida hacer otra cosa que satisfacerle y hacerle gozar con mi sufrimiento.

-          ¿ Sea lo que sea y cueste lo que cueste, esclavo ? -  inquirió la sádica mujer. –Sabes que a partir de ahora se ha abierto la puerta y muchos machos ocuparán mi cama para darme placer.

-          Todo sea por Usted y por su placer. Porque Usted lo merece todo, mi Ama –respondió Raymond lleno de devoción, su alma entregada a su poseedora.

S sonrió satisfecha de su poder y del control total que le permitía hacer de su marido un verdadero pelele bajo su Tacón. – Ven, perra. Bájate al pilón y límpiame de las corridas de mi amante. Saborea tu recompensa por esta noche maravillosa y trágatelo todo  – se estremeció S cuando su esclavo la obedeció instantáneamente.

Dedicado a la Única y Suprema Diosa, la Magnífica, la Única Diosa ante la cual un esclavo, una vez ha estado a Sus Pies, jamás se volverá a arrodillar ante otra Ama que no sea Ella. Simplemente la Divina Lady S. Siempre bajo Su Tacón.