Algo se nos va a ocurrir

Sobre como el frío a veces da calor.

Llegué hace unos meses a trabajar en una pequeña villa ubicada entre las montañas. ¿Mi tarea? Construir una hostería. Soy arquitecta, tengo 34 años y este mi primer gran trabajo. Si bien me queda poco tiempo para estar aquí, pues la obra entrará en receso cuando lleguen las primeras nevadas, pretendo quedarme hasta que el clima me eche.

He conocido, sino a todos, a la gran mayoría de sus habitantes. La obra esta a casi dos kilómetros de la villa, por lo que la empresa que me contrató, puso a mi disposición una camioneta 4 x 4. Eso por aquí es todo un privilegio y en varias oportunidades tuve que colaborar con la pequeña comunidad haciendo las veces de improvisado taxi. Sucedió en una ocasión que tuve que hacer hasta de ambulancia. Conduje 70 kilómetros hasta el pueblo más cercano, transportando a una parturienta y a Inés, la única médica de la villa. A esta altura me he ganado la simpatía y el cariño de los lugareños.

Hace tres días atrás una lluvia torrencial y un viento helado hicieron que suspendiera mi trabajo. Me levanté y considerando que iba a ser un día perdido, me dirigí a la unidad sanitaria a tomar un café con Inés. Como de costumbre ella estaría sola y siempre le venía bien tener una compañía que le diera una mano. Cuando estaba a punto de abrir la puerta me topé con ella que salía:

¡Qué bueno! Ni que me hubieras leído el pensamiento. Iba a buscarte, necesito que me lleves a buscar un paciente

Evidentemente tengo buen sentido de la oportunidad. Vamos

Hicimos unos cuantos kilómetros hasta que llegamos a una cabaña donde lo que nos esperaba no era nada grato. Era un hombre con una fractura expuesta de fémur, lo cual implicaba llevarlo con urgencia a un hospital. El clima estaba cada vez peor y llegar nos llevó un par de horas o más. Inés se quedó allí con el paciente y el caso es que entre una cosa y otra, recién pudimos emprender el regreso al caer la tarde.

El camino estaba muy difícil, la lluvia no había parado en todo el día y conducir por allí era toda una hazaña. Habríamos echo casi la mitad del recorrido cuando, lo que habitualmente era un vado, se había convertido en curso de agua impresionante que atravesaba el camino haciendo imposible continuar. Me detuve a analizar la situación. Estábamos en el medio de la nada y si bien mi vehículo era todo terreno, había que admitir que no hacia milagros.

Bien, hasta aquí llegamos, dije.

Parece que te metí en un buen lío

La próxima vez me voy a tomar un café con el cura, contesté mientras en reversa buscaba un lugar seguro donde estacionar.

Ya eran las 10 de la noche y el frío era increíble. Solo se escuchaba el viento que golpea la camioneta y nuestra conversación sobre cosas completamente irrelevantes. Nos estábamos congelando.

Creo que lo mejor va hacer improvisar una cama. Tengo una manta atrás

Los asientos traseros se volteaban de manera que quedaba un espacio amplio. Nos acomodamos y decidimos compartir la única manta que teníamos. Era imposible dormir, no parábamos de temblar y parecía no haber abrigo que calmara eso. Al cabo de un rato, Inés se sentó y me dijo:

Sacate la campera y las botas – mientras iba sacándose la suya, agregó- confía en mí, dale

Segura de lo que decís?, pregunté obedeciendo

La única manera de entrar en calor es a través del calor corporal. Palabra de una doc

Acomodamos nuestros abrigos sobre nuestros cuerpos y el cuerpo de Inés se acercó al mío lo suficiente como para ponerme un poco nerviosa. Pasó su brazo por debajo de mi cuello y literalmente me abrazó a la par que busco mis pies con los suyos. De inmediato comencé a sentir la calidez de su cuerpo y fue verdaderamente reconfortante.

Sus manos me frotaban la espalda y los brazos de manera que iba entrando lentamente en calor. Sintiéndome un poco incomoda por la situación y sin saber que hacer con mis manos, comencé a imitarla.

Ves que tenía razón?

Si, lo del calor humano no era cuento, contesté sonriendo

Ella respondió también con una sonrisa y cruzó una de sus piernas sobre las mías. La situación más allá de ser reconfortante, me parecía excitante. Nunca había estado tan cerca de una mujer y sinceramente nunca me imaginé que podría provocarme semejante morbo. Continuamos frotando nuestros cuerpos en silencio. Tenía mi cabeza sobre su pecho, su pubis pegado a mi muslo. De pronto me sentí invadida por un deseo enorme de acariciarla. De a poco mi única mano libre dejó de frotar su brazo para deslizarse con más cuidado. Fui bajando hasta su vientre, lo acaricié sobre sus ropas y luego fui buscando con la punta de mis dedos su piel. El corazón me latía con fuerza, sabía que lo que estaba por hacer era una locura, pero continué avanzando despacio, midiendo su respuesta. Sentí que respiraba profundamente cuando mi mano se posó libremente sobre su piel. Me fascinaba su suavidad. De pronto sentí su mano sobre uno de mis pechos. Se movía lentamente pero ejerciendo una presión deliciosa. Comprendí que mi deseo no era único. Me atreví entonces a buscar sus pechos por debajo del corpiño. Tenía sus pezones erectos. Recorrí su relieve, los fui descubriendo y me parecían maravillosos. Sentí un deseo violento de posar mi boca sobre ellos. Quería besarlos, chuparlos, lamerlos y así lo hice. Levanté sus ropas y hundí mi cabeza entre ellos. Pasé mi rostro por sus pechos, pude sentir sus pezones en mis mejillas, mi frente, mis ojos, mi nariz, hasta que mi boca se prendió a uno de ellos y comencé a devorarlo. Ella comenzó a retorcerse debajo de mí, podía escuchar sus gemidos tenues. Con una de sus manos hizo que uno de mis muslos se encajara entre sus piernas y comenzamos a mover nuestras caderas con un ritmo suave. Me tomó del rostro y elevando mi cabeza acercó sus labios a los míos. Nuestras bocas no resistieron demasiado, unimos nuestros labios y nos besamos con escandalosa pasión. No podía creer lo que estaba pasando, era casi una locura, pero me estaba besando con Inés como nunca antes lo había hecho con nadie. Fue elevando su cuerpo para dejarme debajo de ella. No parábamos de besarnos. Sentía su lengua enredarse con la mía, me recorría, me mordía suavemente los labios. Se detuvo para incorporarse y sin dejar de mirarme a los ojos, sintiéndonos cómplices de un mismo deseo, se quito sus ropas. Dejó su torso desnudo mientras que me ayudaba a quitarme la ropa a mí. Presurosa desabotoné mis jeans y con su ayuda me los quité, quedando desnuda para ella. Hizo lo mismo y volvimos a acomodarnos debajo de la montaña que formaban la manta, los abrigos y demás. Sentí como posaba lentamente su cuerpo desnudo sobre el mío. Un intenso placer me inundó. Se sentía suave, ardiente, increíblemente mujer. Volvimos a besarnos mientras nuestros cuerpos se refregaban entre sí. Mis pechos sentían los suyos, su vientre, mi vientre. El contacto de su pubis contra el mío era un sueño. Ella se movía sobre mí como si estuviéramos copulando, provocando una presión exquisita sobre mi pelvis. Acercando su boca a mi oído la escuché murmurarme:

Te deseo

Yo también, alcance a contestar y volvimos a juntar nuestros labios.

Sus ojos volvieron a buscar los míos y acariciándome el rostro con dulzura dijo:

Espero que esto no sea un error

Yo no se bien que es lo que está pasando pero no creo que me arrepienta, dije mientras mi mano bajaba por su vientre y se posaba en su vulva.

Su rostro reflejó el placer que mi mano le daba y cerrando los ojos agrego:

Así, tócame así, por favor

Sus piernas se entreabrieron para dejar paso a mis caricias. Encontré su vagina empapada y comencé a recorrerla. Su cuerpo se ubico al lado del mío y se dispuso a recibirme.

¿Lo hago bien? –pregunté-

Muy bien, contestó entre gemidos

Su pelvis subía y bajaba acompañando mis caricias. Mis dedos no podían dejar de refregarse en su vagina. Me sentía dueña de su placer y eso aumentaba mi excitación. Entre mis piernas una corriente avanzaba por mi vulva haciéndome mover a la par suyo.

Me estas enloqueciendo, le dije

Lo sé, contesto y mientras me besaba sentí sus dedos en mi vagina. Nos penetramos casi al mismo tiempo y un gemido se ahogo en nuestras bocas empapadas.

No resistí demasiado y casi sin pensarlo ubiqué mi cuerpo sobre el suyo, dejando mi vagina ante su boca y lanzándome sobre la suya con la mía. Su olor me inundó de placer, y de inmediato abrí mis labios para sentir su vulva. Mi lengua se desplazaba con avidez por entre sus labios vaginales. Encontré su clítoris y me aferré a él con devoción. Su lengua se iba metiendo en mi vulva haciendo disfrutar de un doble placer. Cada movimiento mío era redoblado por uno suyo. Me recorría mi esfínter anal y eso me colmaba en extremo. Por díos!, esta mujer me estaba matando… No podía dejar de chupar su clítoris y fui sintiendo como desde su vientre todos sus músculos se relajaban y contraían con un ritmo vertiginoso. Me penetró con uno de sus dedos y frotándome el clítoris con otro, empezó a gritar, -Así!, Así!, así!, seguí, seguí, seguí…ah…ah…ahh

Sentí su orgasmo en mi boca y sus dedos me frotaban al compás de sus espasmos generando un electricidad en mi sexo. Mi boca no podía desprenderse de su vulva y continuaba lamiendo y besando sin pausa. Cuando su orgasmo fue apagándose comenzó a chuparme nuevamente y como queriéndome hacer sentir lo que ella había sentido, fue frotándome el clítoris con la punta de su lengua. La sentía girar, subir, bajar, rozarme. Mi vagina se contraía de manera frenética y cada lamida era seguida de un placer intenso. Sentía que mi cuerpo iba a estallar en un orgasmo descomunal. Ahogaba mis gemidos entre su vagina hasta que comencé a sentir que me corría sobre su boca. De mi boca se escapaban pequeñas exclamaciones de placer entrecortadas por los espasmos de mi orgasmo.

Mi cuerpo cayó de lado al suyo y recuperando el ritmo de la respiración, el frío de la noche volvió a sentirse en nuestra piel. Volvimos a acomodarnos bajo nuestras improvisadas mantas y nos abrazamos con ternura. No podía dejar de tocarla y besarla. Sus manos se movían sobre mi piel llenándome de placer.

No puedo dejar de tocarte, le dije

Yo tampoco-respondió-

Y llevando nuestras manos a nuestros sexos comenzamos a masturbarnos mutuamente. Sus dedos se movían con maestría. Sabíamos como darnos placer y sin mediar mas palabras nos dejamos llevar hasta alcanzar un orgasmo casi al unísono. La estábamos pasando de maravilla. Un mar de caricias, besos, orgasmos continúo por horas. En un momento ella se ubico de espaldas a mí, quedando mi cuerpo rodeando al suyo. Comencé a besarle el cuello, mientras que con mi mano le acariciaba la vulva. Mi pubis se contraía contra sus glúteos. Ayudándome con mis dedos abrí los labios de mi vagina para que mi clítoris rozara su piel y volví a estimularla. Un vaivén se impuso en nuestros cuerpos y a medida que sentía que su orgasmo se aproximaba, mi excitación iba en aumento, haciéndome frotar con más intensidad contra su cola. Al cabo de unos segundos de intensa agitación volvimos a acabar entre gritos de placer.

No podíamos más, sentíamos nuestros cuerpos exhaustos y satisfechos. Habíamos pasado toda la noche follando. Nos habíamos entregado una a la otra. Me sentía inmensamente feliz, había descubierto el placer del cuerpo de una mujer. Me dormí acariciando sus pechos y sintiendo su mano en mi muslo.

Al amanecer, el tiempo había mejorado. Un sol esplendoroso se alzaba sobre el cielo y me despertaron sus labios sobre los míos.

Despiertese mi amante secreto

La vi increíblemente hermosa. Nunca antes la había visto igual.

Estas hermosa-alcancé a decir-

Hacer el amor me pone así-me contestó-

La besé y acariciándole el rostro le pregunté:

¿Qué vamos a hacer?

No tengo idea-me dijo-esto no estaba en mis planes

Nos vestimos entre besos tiernos y risas cómplices. Llegamos a la villa y fuimos a mi cabaña. Nos metimos en la ducha y no pudimos evitar amarnos nuevamente. Su cuerpo me tenía hipnotizada, una otra vez mis manos la recorrían, mi boca la besaba. Nos quedamos unos minutos abrazadas sintiendo el agua correr por nuestros cuerpos. No quedo ni un rincón de mi cuerpo que sus manos no tocaran. Sentía que no podía separarme de ella.

Salimos de la ducha casi con desgano. Le presté una muda de ropa, desayunamos y luego la llevé a su trabajo. Toda la escena me parecía un sueño hermoso. Quería que eso fuera cotidiano, levantarnos juntas, llevarla a su trabajo, ir al mío

Cuando se bajó de la camioneta fue ella la que preguntó esta vez:

¿Qué vamos a hacer?

No tengo ni idea-respondí- pero algo seguro se nos va a ocurrir