Algo mas que un sueño

Relato a medio camino entre la infidelidad y la fantasia.

Te veo casi todas las mañanas en la parada del autobús. Inalcanzable y a la vez cercana en la distancia. Yo tengo un matrimonio feliz, con sus cosas de vez en cuando. Pero tú me calaste con no se aun el que. Jamás había pensado en ser infiel a mi mujer, pero cuando te vi varias veces, empezó a ser un “quizás”. Remoto pero probable. Te observo como esperas la cola, subes y te quedas de pie, agarrada en una de las barras. Ahí es donde te aprecio realmente, al son del movimiento del vehículo: como tensas las piernas para equilibrarte, como vibran tus abundantes senos con los baches, como es tu culo cuando te agachas a por la bolsa.  Es mucho peor en la primavera, con menos ropa y aún más guapa. Tan arrebatadora que hay veces que no dejo de mirarte y desearte en silencio.

Un día de primavera me miraste por primera vez. Imagino que ya me habías calado hace tiempo, pero fue la primera mirada con propósito e intención. Y me sonreíste. Una sonrisa franca y cariñosa que acelero mi pulso, maltrató mis murallas y zarandeó mi lívido. Tal era el poder que ostentabas en mis emociones. No pude quitarme tu sonriente cara en todo el día, incluso hasta cuando llegue a casa, besando a mi mujer o haciendo el amor con ella aquella misma noche. Pasarón algunos días y la suerte me acompaño: un frenazo del autobús fue el aliado que te lanzó a mis brazos para evitar tu caída, o para precipitarla, según se mire. Agarrándote por la cintura, con mi mano tocándote tu culo, me volviste a sonreír después del susto. Retire la mano a regañadientes, queriendo haber seguido recorriéndolo y fijándolo en mi memoria, como un ciego lee un libro con las yemas de sus dedos. Me diste las gracias y empezamos a charlar, aunque si me preguntaran, no creo que recordara absolutamente nada de aquella primera conversación.

Hubo más conversaciones, cuando coincidíamos y, después de unos días, empecé a creer que también me deseabas en silencio, con gestos que provocaban un contacto innecesario y que me volvían loco: tus pezones adivinarse tras tu ropa interior o un beso de despedida demasiado cerca de mi boca. Mis gestos supongo que eran aun mas obvios, como solemos ser los hombres, bastaba mi abultada entrepierna para que supieras el poder de tu reinado sobre mi cuerpo y mi mente.

Los viernes solía volver del trabajo en coche. Cuando te vi andando hacia la parada: unas mallas ajustadas marcando tu culo, ese top de tirantes que me gustaba y que realzaba tus tetas… justo como más me gustabas y como mas te deseaba. Pare el coche al lado de la parada y te observe: el deseo me consumía, la erección era incontrolable dentro de mi pantalón y la decisión estaba tomada. O quizás la tomabas por mi.  Baje del coche, acercándome. Me viste a mitad de camino e intuiste mis intenciones, reflejándolo en esa sonrisa que iluminaba tu cara y porque no decirlo, la mía también. Rodeé tu cintura y te cogí delicadamente de la mano.

— ¿Te Vienes conmigo? — Me miraste, sonreíste y me dijiste que si con la cabeza, sin una palabra.

Te llevé de la mano hacia mi coche, abrí la puerta y vi que tu sonrisa era radiante. Me veías contento y excitado. Mas de lo segundo y me preguntaste:

— ¿Qué quieres hacer? — Me preguntaste.

— Seguro que podemos encontrar una cala solitaria ¿No crees? Tal y como hablamos aquel día — Te conteste.

— Seguro que sí. — Mirándome y sonriendo al verme tan excitado y contento— ¿Y qué haremos allí? —

—Hmmm… encontrar ese sitio, desnudarnos y hacer el amor salvajemente ¿Te gusta el plan? Luego, bañarnos desnudos y volver a hacerlo hasta que no podamos más. —

— Me encanta el plan. — Me contestaste mientras alargabas tu brazo y empezabas a acariciarme mi revolucionado deseo por encima de mi pantalón.  Me costaba mantener la atención al conducir, tentado de parar el coche allí mismo y abalanzarme sobre ti. Me conforme con circular con mi mano izquierda mientras con la derecha te acariciaba tu nuca y ronroneabas como una gatita en celo. Mientras seguía conduciendo, me bajaste la bragueta y seguiste sobándome el paquete, esta vez por encima de mi ropa interior, cada vez más cerca de mis deseos.

— Me encanta que me acaricies la nuca —Me dices. Te miro y no puedes parar de sonreír, de morderte el labio de esa manera que me solivianta y de notar la excitación que me desborda como un rio embravecido. Sigues avanzando en tu asedio a mi castillo, donde mis murallas son de papel para ti, hasta alcanzar la ciudadela, el último reducto de mi voluntad. Noto las yemas de tus dedos en la húmeda punta de mi glande, esparciendo el liquido preseminal y arrancándome un gemido, que acude desde las profundidades de mi deseo y te provoca otro a ti.

En el primer semáforo en rojo, bendito sea, logro al fin contraatacar. Te beso sin preámbulos, introduciéndome en tu boca mientras tu los haces en la mía. Mientras sigo acariciando tu nuca, asalto tu escote sin contemplaciones, directo a tu pecho sin pasar por el sujetador, reconociendo tus preciosas tetas y pellizcando tus pezones. Besando tu cuello y gimiéndote al oído mientras ultimas mi rendición ante tus caricias.

— Soy toda tuya —Me dices, sabiendo de antemano mi rendición incondicional.

El semáforo se pone en verde, marcando una débil tregua. Conduzco rápido, con media polla fuera y tus manos conquistadoras acariciándola, jugando con mi humedad. Te miro brevemente y te veo con las piernas abiertas, invitando a mirar el efecto de mis acciones: la mancha oscura de tu coñito mojando, que empieza a calar tus mallas. La costa esta cerca pero ahora mismo, mi deseo por ti la hace inalcanzable. Veo un camino de tierra y me meto por el, parando entre una maraña de vegetación después de unos kilómetros. Ambos nos miramos con la pasión escrita en la mirada, sonriéndonos. Tu mano me acaricia mi cara, abrasando mi piel a su paso. E invitándome a desatar las hostilidades. Me arrojo a tus brazos y busco el cierra de tu sujetador. No se como lo logro hacerlo mientras me como tu boca. Con tus tetas sueltas me doy un festín mientras oigo tus gemidos.

— Vamos atrás — Me dices. Y salimos del coche, besándonos frente a frente, mordiéndonos el cuello. Te apoyo en el coche y te bajo las mallas hasta el final de tu culo, con una mano en cada nalga disfrutando de su tacto y sobándote tu coño empapado y chorreante con mi rabo.

Abres la puerta trasera del coche y te metes dentro, arrastrándome contigo y colocándome encima de ti. No paramos de besarnos y nuestras caras están llenas de nuestra saliva mezclada. Ni incluso cuando te subo tu ropa por encima de tu cabeza.  Tus tetas, al fin libre me parecen enormes, suaves y preciosas. Las junto sin miramientos mientras lamo cada rincón de ellas y mordisqueo tus pezones: firmes y arrugados de la excitación. Tu me rodeas la cintura con tus piernas, aseverando mi rendición total y aplastando mi firme polla sobe tu cuerpo. Arrancándome oleadas de placer. Tu mano se introduce entre el nimio espacio entre nuestros cuerpos y me masturbas, haciéndome sentir muy deseado.

Me deslizo hacia abajo, buscando tu sexo y tu olor. Ahora tus leggins están rezumando tu flujo e intento quitarlos mordiendo el borde con mi boca, ya que por nada del mundo deseo dejar de sobarte tus tetas. Lo consigo y veo tu tanga negro, absolutamente mojado y sobre el cual lamo tu esencia. Restriego mi cara en tu coño, pringándome bien y vuelvo a subir hacia tus labios para besarlos de nuevo.

— ¡Dios! Me estas poniendo muy cachonda — Me dices — Y tú a mí, nena — Contesto.

Vuelvo a tu coñito, quitándote el tanga. Te levanto las piernas, separándolas bien y viendo tu cara de excitación mordiéndote tus labios y oyendo tu respiración entrecortada. Tu chochito es precioso, tiene un poco de pelo y lo admiro mientras acaricio tus muslos y beso su parte interior. Te retuerces de placer agarrándote donde puedes mientras acaricio esa suave colina que es tu monte de venus. Rozo tus labios menores con la punta de mi lengua y bebo cada gota de fujo que me ofreces. Gimes y te mojas aún más.

— ¡Soy toda tuya! ¡Quiero que me hagas tuya! — Gritas desatada. Sin darte cuenta de que el rendido y cautivo soy yo.

Sigo lamiendo, besando, sorbiendo por todos sitios excepto por tu clítoris, dejándolo deliberadamente al margen. Atento a tus gemidos y al horno en el que se ha convertido tu sexo. Que me abrasa y con el que me gustaría arder por toda la eternidad. Introduzco dos dedos, que entran resbalando, sin esfuerzo alguno y provocándote un escalofrío. Los muevo dentro, buscando, sintiendo y, cuando noto tu punto álgido de excitación, es cuando mi lengua se dedica a mamarte bien tu clítoris. Besando, recorriéndolo con mi lengua y succionando es cuando logro arrancarte un orgasmo que es anunciado por todo tu cuerpo.

— ¡Joder! Me encanta como lo haces. Me vuelves loca. —

Me sonrojo de satisfacción al oírte, con mi cara llena de tu humedad. Me quito la ropa delante de tuya mientras me miras desmadejada en el asiento. Y mi polla sale como un muñeco de una caja sorpresa al bajarme mis calzoncillos. Me muero de deseo por penetrarte.

— Acércate al borde por favor y abre tus piernas—

Tu respiración denota tu excitación, así como la mía es fuerte y pesada. Te acercas al borde del asiento y lentamente abres tus piernas. Tu coño brilla de humedad y tu vello púbico se enrosca mojado con mi saliva y tu flujo. Jamás había visto un chochito tan abierto como lo tienes ahora.

— Fóllame ya por favor, no aguanto más—

Me acerco a ti y recorro la raja de tu coñito con mi glande, mientras nos besamos brevemente, como dos adolescentes dándonos picos a la salida de la discoteca. Tu tripa sube y baja de lo cachonda que estas. Tus gemidos y respiración me trasladan más allá del deseo y miro tus ojos verdes, que me ruegan que entierra mi rabo dentro de ti. Te doy un beso profundo, agarrando tus pezones mientras te penetro lentamente, notando cada centímetro, sintiendo la suavidad interior.

Poco a poco te follo sin prisas, aguantándome las ganas de hacerlo mas rápido e intentando saborear cada instante. Tus gemidos y los míos espolean nuestro deseo. Y tu sonrisa es un eco de la mía.

— ¡Fóllame más rápido, cabrón! — Me exiges.

Suelto tus tetas a regañadientes y te sujeto por la cintura. Me como una de tus orejas oyéndote gemir y poco a poco aumento el ritmo. Notas mi aliento en tu oreja y me oyes gemir. Una de tus manos me empuja la cabeza por detrás, indicándome tu deseo de no despegarme de tu cuello. Saco mi rabo fuera de ti y vuelvo a recorrer tu raja con mi empapado miembro mientras chupo y mordisqueo uno de tus lóbulos.

— ¡Fóllame bien duro, te lo ruego! —. Tu urgencia inflama mi deseo y noto que estoy mas cachondo de lo que haya estado jamás.

Te apoyo contra el respaldo, recostada en el y aprieto tu cuello con una de mis manos. Te penetro de nuevo y esta vez no te estoy haciendo el amor, te follo sin piedad. Haciendo sonar tu coñito chorreante, salpicando la tapicería del asiento. Los gemidos de ambos son incontrolables. Abres los ojos y veo lo perra que te has vuelto, así como lees lo mismo en los míos. Con la mano que me sobra subo tus brazos por encima de la cabeza y los aprisiono, allí. Me encanta sentirte a mi merced, aumentando el ritmo de mi bombeo.

— ¡No pares! ¡No pares! ¡Siiiii! — Chillas descontrolada.

Aprieto mas la presa sobre tus brazos y golpeo más fuerte en cada embestida. Estoy tan mojado como tu: tu fujo cubre toda mi barriga y entrepierna. Ya nada importa, solo el aquí y ahora. No paras de chillar y yo de gemir muy alto. Solo enmudecemos cuando nos besamos. Y, aun así, brevemente. Acerco mi cuerpo lo mas posible al tuyo, aplastando tus tetas, sintiéndote lo mas posible. Cada vez te follo más rápido y fuerte.

Tu cuerpo comienza a temblar anunciando el orgasmo, declarando oleadas de placer. Mi rabo sigue dentro de ti, notando las fuertes contracciones de tu coñito. No paras de temblar. Soltando tus brazos y rodeando tu cara con mis manos, sigo follándote mientras te corres, pero ahora con ternura. No paras de tener espasmos del fuerte orgasmo que estas sintiendo. Tiemblas, gritas y te cuesta respirar.  Bajo el ritmo de mis movimientos y noto que ya no aguanto más.

­— Tengo que correrme, cariño. No puedo aguantar más— te susurro al oído.

Saco mi polla fuera de ti. Poniéndome encima de ti mientras rodeo tu cara congestionada con mis manos, me corro mansamente. Abundante y placenteramente eyaculo cada gota de leche que tengo dentro de mi sobre tu barriga, gimiendo con los ojos cerrados en cada espasmo de mi rabo. Los abro y busco tu boca. Todavía la tengo muy dura y empiezo a restregarla sobre tu vientre, esparciendo mi semen y manchándonos ambos de la abundancia eyaculada.

Y así, satisfechos y exhaustos fue nuestro primer encuentro.


“Doy gracias por tu existencia y lo que ello demuestra. Que no es sino la existencia de la pasión”