Algo más que un beso

En una fiesta de despedida a un compañero de la oficina, el ambiente se caldea entre ellos hasta que terminan follando salvajemente en el cuarto de la limpieza.

Este verano pasado, uno de mis compañeros de trabajo se despidió de nosotros porque se trasladaba a otra ciudad. Se llama Jaime, es un chico muy agradable y simpático. Le gustaba "tirarme los tejos", ya sabes, con piropos y frases como "que guapa estás hoy", "eres la chica más guapa de la oficina", "quién fuera tu novio", "vaya cuerpo más lindo", "tienes unos ojos preciosos", etc. Yo le dije en varias ocasiones que desistiera de intentar ligarme, que yo tenía novio y que él estaba casado. También es verdad que me encanta oír halagos y frases bonitas de mis compañeros de trabajo y de mis jefes. Además Jaime nunca me dijo nada obsceno, siempre piropos bonitos. Lo cierto es que aquel hombre, de unos 35 años me parecía muy atractivo, fuerte, alto y con unos ojos oscuros muy bonitos, pero se puede decir que simplemente me gustaba, como otros muchos y nada más. El día de su despedida, yo llevaba puesto un vestido estampado sin mangas cortito que enseñaba bastante mis piernas, con un gran escote que mostraba el "canalillo" y unos zapatos con algo de tacón. Abrimos unas botellas de cava y le hicimos una especie de fiesta al acabar el trabajo con pasteles y todo. Jaime no dejó de mirarme en toda la celebración. Yo sabía que le gustaba mucho y no me importaba que se me quedara mirando, en el fondo eso me halagaba. Buscó la manera de acercarse hacia mí y con cierto disimulo lo consiguió. Yo estaba sentada sobre mi mesa de trabajo y él se acercó y se sentó junto a mí. Así permanecimos un buen rato charlando y comentando cosas sin importancia y sirviéndonos más copas de cava. Él se fue animando y me dedicó varias de sus frases :

  • Qué bien te queda ese vestido -me dijo.

    • Gracias -le sonreí agradecida.
    • Eres la rubia más hermosa de la Tierra -insistió.
    • Hombre, yo creo que exageras un poco -le contesté riendo.
    • No, yo creo que no exagero nada. Tienes una cara preciosa y un cuerpo divino. Creo que físicamente eres perfecta...
    • Yo creo que te has pasado, me vas a poner colorada...

Después de todas sus hermosas frases, la fiesta de despedida acabó, pero Jaime quería continuar con su fiesta particular. Se acercó a mí y me dijo al oído :

  • ¿Me darás un beso de despedida?

    • ¡Claro! -le dije amablemente.

Le di dos besos en las mejillas. Él cerro los ojos para captarlos con toda su intensidad, pero no era exactamente lo que él quería.

  • Quisiera un beso más recordado. Quiero tener un recuerdo del sabor de tus labios. Quiero besarte en la boca -me dijo.

Yo le aclaré amablemente que eso no podía ser, pero el insistía una y otra vez rogándome.

  • No Jaime, no seas tonto -le increpé.

Pero el insistió una vez más:

  • Vamos... sólo un beso... Un besito...

Volví a negarme diciendo que no estaba bien, que yo le apreciaba mucho, que me gustaba, que éramos dos personas comprometidas y no era cuestión de darse un morreo.

  • Solo un beso, te lo suplico...

    • No Jaime, no insistas, por favor.
    • Solo quiero saber como besan esos grandes labios que siempre he soñado.

Me rogó tanto y en vista de que no se rendía fácilmente, quise quitarle importancia al asunto y quizá algo desinhibida por las copas de cava que me tomé, tampoco era para tanto y accedí a dárselo. Pero claro allí mismo no podíamos porque había gente. Me dio la mano y fuimos hasta el trastero donde se guardan los productos de limpieza, las escobas y todo eso. Sacó la llave de su bolsillo.

  • ¿Qué haces? -le pregunté.

    • Aquí no nos molestará nadie.
  • Oye, pero solo nos íbamos a dar un beso ¿no?

    • Sí claro, pero aquí es mucho más discreto, ¿no te parece? -me aclaró él.

Sacó la llave, abrió el cuartito, entramos, encendimos la luz de aquel reducido espacio y cerramos la puerta tras nosotros. Aquel lugar, algo sórdido y estrecho, tiene un olor característico a productos de limpieza, una mezcla de lejía y detergentes. Hoy es el día que cada vez que entro en ese trastero vienen a mi mente los recuerdos de ese día, incluso su olor me trae recuerdos.

Bueno, sigo...

Debo reconocer que nada más cruzar la puerta de aquel cuartito, mi corazón palpitaba a todo meter y estaba algo nerviosa por la situación.

Me agarró por la cintura y mirándome tiernamente me dijo:

  • Cómo me gustas. Me tienes loco. Qué pena que no te vuelva a ver...

    • Pero Jaime....

No me dejó continuar hablando, me puso dos de sus dedos sobre mis labios y me sonrió con dulzura. Nos miramos durante un rato a los ojos. Él es poco más alto que yo, me apretó contra su cuerpo y sujetando mi cintura posó sus labios en los míos. Pasados unos segundos, yo me separé de su boca, pero volvió a apretar su cuerpo contra el mío y siguió besándome. Lo que iba a ser un simple besito se convirtió en un prolongado y ardiente besazo que yo no rechacé, más bien todo lo contrario. Puse mis manos sobre sus hombros, abrimos nuestras bocas y empezamos a "juguetear" con ellas mordiéndonos con los labios en un beso más que frenético. Me sentía muy a gusto sintiendo cómo nuestros labios se mordían y se saboreaban con ganas. ¡Qué beso más rico! Lo hacía muy bien, como pocas veces me han besado. Después mi boca fue invadida por su lengua en busca de la mía que la recibió con ganas. Seguíamos abrazados y pegados el uno al otro.

De pronto una de sus manos acarició mi culo y yo se la quité y me aparté de él. Se me quedó mirando un poco extrañado.

  • Habíamos quedado en darnos un beso y eso es todo -le aclaré algo enojada, aunque con una gran excitación, pues los besos que nos dimos fueron alucinantes.

Sin contestarme volvió a besarme y a abrazarme. Otra vez me dejé llevar y mis uñas y mis dedos acariciaban su cabeza mientras me concentraba con los ojos cerrados en otro fantástico beso. Su habilidosa lengua succionaba la mía mientras que sus labios mordían una y otra vez los míos. Me besó tan bien que me calentó un montón. De nuevo su mano "tonta" bajó hasta mi culo y empezó a acariciarlo. Volví a quitarle la mano, pero esta vez sin dejar de besarnos. De nuevo volvió sobre mi culo y aunque me estaba poniendo muy caliente quise cortarle:

  • Jaime, mejor no continuar porque nos podríamos arrepentir. Los dos estamos comprometidos y esto lleva camino de ir mucho más lejos.

Me lanzó una tierna sonrisa y me guiñó un ojo. Volvió una vez más a apretarse contra mí y a besarme. Perdí totalmente la cabeza cuando su mano volvió al ataque, pero esta vez metiéndose por debajo del vestido, subiendo por detrás de mi muslo, introduciéndose bajo mis braguitas y tocándome directamente la piel de mi nalga derecha. Su otra mano hizo lo mismo con mi otro "cachete", todo esto unidos en el largo beso que no interrumpimos en toda esa operación. Para entonces yo estaba totalmente entregada.

Me separó de él unos centímetros, lo suficiente para acariciarme los pechos por encima del vestido, cosa que consiguió ponerme a cien. Con sus manos apretaba y manoseaba mis tetas y con su dedo pulgar acariciaba el dibujo de mi sostén y mis duros pezones. Yo cerraba los ojos captando sus dulces caricias. Acercó su boca a mi oído y en una especie de susurro me dijo:

  • Quiero pedirte otro favor...

      • ¿Cuál? -le pregunté intrigada.
      • ¿Me regalarías la ropa interior que llevas puesta?
      • ¿Cómo? -pregunté algo asustada. - No, no creas que soy un tío raro ni un fetichista. Solo quisiera tener algo tuyo, algo que ha estado pegado a tu piel, algo que esté impregnado de tu olor. ¿No me harías ese regalo?
      • ¿Y me vas a dejar sin nada debajo del vestido?
      • Vamos, por favor...

Me quedé un poco pensativa, pero quizás sus palabras y la mezcla de alcohol y excitación hicieron que cediera a su petición.

  • Claro que te haré ese regalo -le dije sonriendo.

Me desabroché los corchetes de mi sostén, me solté los tirantes y, sacándomelo por el escote, se lo entregué. Era un sujetador color turquesa, muy bonito por cierto. Se lo llevó a la cara y estuvo oliéndolo como si fuera una rosa recién cortada. No pude evitar reírme de la situación, que al mismo tiempo me producía un placer extraño. Siguiendo con la operación, metí mis manos bajo el corto vestido y lentamente, con mucha sensualidad, bajé mis braguitas, del mismo color que el sostén, deslizándolas por mis piernas, sin dejar de mirar sus desorbitados ojos, hasta que me las saqué por completo. Hice lo mismo que con mi otra prenda y se las entregué diciendo:

  • Están algo mojaditas, porque has conseguido ponerme muy cachonda ¿sabes?

      • ¡Mejor aún! -suspiró mientras se llevaba la prenda a su nariz y la olía con deleite. Se acercó a mi y volvió a repetir:
  • Eres mi sueño...

Esta vez me lancé yo y agarrándole por el cuello le pasé mi lengua por la comisura de sus labios. Luego pasé a su oreja y le dediqué unos buenos lametones, cosa que pareció gustarle mucho ya que notaba como su vello se erizaba. Mientras besaba mi cuello, acariciaba mi espalda por encima de mi vestido, pero esta vez sin que mi ropa interior fuera un estorbo. La fina tela del vestido hacía mucho más excitantes sus caricias. De mi espalda bajó hasta mi culo que sobó con fuerza por encima de la tela. Después, subió por mis caderas y acarició mis tetas. Yo gemía y le mordía en el cuello. Me estaba matando de gusto... Sus caricias continuaron pero esta vez por debajo del vestido. Mis muslos, mis caderas, mi culo, el vello de mi pubis.

Siguió con la operación de caricias y me desabrochó los botones del vestido uno a uno. Le ayudé a despojarme de él y cayó al suelo. Me quedé desnuda. Nos separamos, agarrándonos de las manos. Me observó detenidamente, siguiendo mi silueta desnuda, mis tetas, mis piernas, mi ombligo, mi sexo...

  • ¡ Me gustas tanto ! -suspiró- Eres aún más hermosa de lo que imaginé. Estás buenísima...

Acarició mis tetas con fuerza mientras metía su cabeza entre ellas y chupaba por todos lados, poniendo especial atención en mis duros pezones. Yo estaba muy muy caliente....

Le ayudé a despojarse de su camisa, quitándole los botones mientras besaba su tórax y sus hombros. La prenda cayó al suelo, solté su cinturón bajé la cremallera y... pude notar su empalmada a través del slip. Regresamos a nuestros besos y caricias. Su empalmada verga se apretaba contra mí, deseosa de participar en el juego.

Al rato, él extendió su ropa en el suelo y me tumbó. Abrió mis piernas y admirándolas acariciaba con suavidad mis caderas, después la cara interior de mis muslos y mi sexo, que pareció emanar más líquidos cuando posó su mano en él. Con su larga lengua comenzó a chupar mis tobillos, después mis pantorrillas, mis muslos, subiendo por mis caderas. Chupó y besó con suavidad mis pechos, llegó hasta mi boca y mis labios fueron de nuevo devorados por los suyos. Bajó otra vez a mis piernas. Su cara se metió entre mis muslos, besándome las ingles, haciéndome desear que me comiera el coño. Hacía círculos con su lengua alrededor de mi monte de Venus y yo le suplicaba:

  • Qué gusto me das... Chúpame, cómeme... Ya no puedo más...

Alzó la mirada , me sonrió y no me hizo esperar más. Sus labios rozaron mi rajita y su dedo acariciaba mis ingles, mi culo... Su lengua se abrió camino en mis labios vaginales en busca de mi "botoncito". Me estaba dando un placer enorme chupando mi húmedo chochito, llenándome con sus besos, sus caricias y sus chupeteos. Cuando su lengua llegó al clítoris, hizo que mi cuerpo se estremeciera de gusto. A partir de ahí una y otra vez sentía el palpitar de mi corazón acentuándose en mi sexo y él no dejaba de chuparme. Le agarré la cabeza y apretando mis piernas contra su cara, comencé un movimiento acompasado de mis caderas hacia su cara sintiendo cómo me estaba comiendo el coño... Tuve un orgasmo intenso, alucinante. Después de haberme corrido, él no dejó de chuparme, lo que seguía produciendo en mí un gran placer. Le sonreí. Nos besamos de nuevo.

  • Mi turno -le dije cambiando de posición, colocándole tumbado en el suelo sobre su ropa.

Aún no había visto su polla y estaba impaciente por tenerla entre mis labios. Me arrodillé frente a él, tumbado como estaba en el suelo y lentamente le saqué los calzoncillos. Su pene erecto como el palo de una bandera botó frente a mi cara. Lo agarré por la base y con la punta de mi nariz comencé a subir por aquel falo rozándole muy suavemente desde los huevos hasta el glande. Eché su piel hacia atrás y le di un besito en la punta. Jaime dio un pequeño gemido y yo le solté haciéndole esperar ansioso el momento de comerle su polla. Me levanté y me quedé observando su cuerpo. El tío estaba muy bueno, con un cuerpo bien cuidado. Allí estaba, tumbado, completamente a mi merced y estaba esperando que yo actuase. De pie como estaba me contoneé acariciando mis caderas y apretando mis pechos entre mis manos al tiempo que mojaba mis labios. Aquel espectáculo le gustaba y empezó a masturbarse. Me agaché y cambié su mano por la mía haciéndole un lento masaje en la piel de su pene. Le abrí las piernas y con mis tetas empecé a rozar sus pies, sus muslos, rocé suavemente su polla y subí con mis pezones dibujando su cuerpo hasta ponerle las tetas en la cara. Después saqué mi lengua y, empezando por la frente, fui de vuelta hacia abajo lamiendo su cara, sus labios, su cuello, su pecho, su ombligo, el interior de sus muslos hasta llegar a sus tobillos, de regreso a sus huevos que lamí suavemente y recorrí aquel falo.

  • ¿Qué haces? -me preguntó alarmado.

      • ¡Chssssss! -le contesté llevando mi dedo índice a los labios.

Me coloqué de pie con las piernas abiertas, sobre él, a los dos lados de su cintura y comencé a hacerle un baile sensual agachándome hasta casi rozar su erecto pene, pero sin tocarlo, cosa que le volvía loco, pues estaba deseoso de follarme. Sudaba y temblaba con una enorme excitación. Me coloqué en cuclillas sobre él, le agarré por la base del pene y con la punta hice dibujos entre mis muslos. Él cerraba los ojos y me suplicaba.

  • Quiero follarte. Vamos, vamos, quiero metértela ya...

Yo le hice rabiar un poco más y volví a levantarme. Me di la vuelta y, con las piernas abiertas como antes, bajé ofreciéndole mi espalda y con mi culo rocé su polla. Con mis afiladas uñas arañaba suavemente sus muslos. Yo me iba calentando más y más. Me volví de nuevo sobre él y lentamente acerqué la punta de su pene a mi rajita siguiendo por mi vello púbico, por mis ingles... Era el momento de la penetración pues Jaime estaba desesperado y su cuerpo se arqueaba. Su cara y sus palabras lo suplicaban. Puse su tenso miembro a la entrada de mi chochito y lentamente, arrodillándome con suavidad, me lo introduje por completo. Los dos gemimos y él incluso soltó un pequeño grito. Puse mis manos sobre sus hombros y, flexionando las caderas con suavidad, empecé a meter y a sacar aquella hermosa polla dentro de mí.

  • ¡Qué bien, qué gusto...! -decía yo una y otra vez.

Él solo alcanzaba a abrir los ojos de vez en cuando para ver cómo su miembro se colaba en mi húmedo coño. Mis tetas botaban al compás de aquel magnífico polvo...

Mojé mis labios, pues mi garganta se quedaba sin saliva. El ritmo se fue acelerando poco a poco. Su glande casi salía por completo de mi sexo y de repente volvía a entrar hasta el fondo. Mi culo chocaba contra sus muslos. Nuestras manos acariciaban nuestros cuerpos y su polla entraba y salía con un ritmo más acelerado dentro de mi chochito. Se paró de pronto y nos dimos la vuelta, poniéndome yo debajo de él. Le abracé la cintura con mis piernas y él clavó su pelvis contra mi sexo, perforándome de nuevo. Sus duras embestidas no tardaron en darme un nuevo orgasmo, llegando a insultarle como válvula de escape por el gusto que me estaba dando. Al oír mis palabras y fruto de una gran excitación, se corrió con ganas en mi interior inundándome con su leche. Yo notaba el calor de su semen chocando contra las paredes de mi vagina. Nos quedamos abrazados unos minutos y unidos.

  • ¡Nunca olvidaré esto!
  • dijo

      • Ha sido bonito ¿verdad?
  • contesté yo.

Continuamos abrazados, guardando esas sensaciones de placer en nuestros ardientes cuerpos en lo que empezó siendo un simple beso.

Desde entonces no nos hemos vuelto a ver, pero guardaremos el recuerdo de ese día para siempre.

Lydia