Algo más que tío III

Anna, una adolescente, hace una gran escena en la cena familiar de Navidad y es castigada por su mal comportamiento por su tío Anthony, luego de aparecer después de un año. Tercera parte de "Algo más que tío" con un poco de connotaciones de dominación y BDSM.

Primera parte: http://www.todorelatos.com/relato/116322/

Segunda parte: http://www.todorelatos.com/relato/117404/

Caminé lentamente por el pasillo acomodando mi camisa dentro de la falda y peinándome la maraña de cabello con una hebilla. Intenté recobrarme de mi vergonzosa escena hace unos segundos atrás. Tenía el rostro acalorado y la culpa me carcomía por dentro, sin mencionar el escándalo que había pasado cuando uno de mis familiares me encontró en el closet semi-desnuda. Lo peor de todo es que no sabía quién había sido. Lo único que esperaba que no dijese nada de mi comportamiento y menos que piense que era una degenerada.

Fui directo a la sala de estar, mientras mis primos más pequeños jugaban sobre la alfombra, los mayores hablaban y mi abuelo se encontraba leyendo un libro. La habitación había sido decorada de la forma más elegante, con los muebles más costosos y antiguos y un piano de cola en una esquina. El ambiente era aún más agradable con la chimenea encendida. El frio era insoportable y la nieve parecía que nunca dejaría de caer. Por lo menos estaríamos calentitos dentro de la enorme casa. Yo lo estaba, y no era precisamente por la chimenea.

Me senté en un sillón individual antiguo de terciopelo rojo que había heredado mi abuela de su madre. Voces provenían del hall sabiendo a quién pertenecían: Mi abuela contestando la puerta, mi madre recibiendo al invitado con alegría, y mi tío Anthony saludando y dándole las gracias.

—¡Anna! —oí a mi madre llamarme. —¡Anna! ¡Tú tío está aquí!

No quería ir a recibirlo. Tal vez si me quedaba donde estaba se darían cuenta que no era bienvenido. Temía volver a verlo directo a la cara sin poder olvidar lo que había pasado un año atrás. Y sabía que él también estaría pensando lo mismo. Su partida luego de esa noche en la bodega había sido un alivio para mí. No podía enfrentar en ese momento la situación y ahora tampoco estaba preparada.

—¡Anna! —una vez más mi madre me llamó hasta que se rindió y comenzó a buscarme.

—Aquí está, hija. —Mi abuelo dejó de leer su libro y ahora estaba mirando a mi madre atravesado la puerta. Me sentí traicionada al delatarme de esa manera.

—¿No has oído que te estaba llamando? —dijo mi madre irritada. — Tu tío está aquí.

La habitación entera pareció enmudecer de repente. Los que estaban allí se voltearon a ver al extraño que había entrado y los demás familiares aparecieron enseguida curiosos de conocer al hermano desconocido de mi padre.  Anthony saludó a todos e inspeccionó la habitación sonriendo, pero aún no se había vuelto a mirarme. Inclinó su cabeza hacía mi abuelo dando una señal de respeto, la cual él aceptó inmediatamente, contento de haber encontrado a alguien con modales. Se levantó de su asiento y se encontraron en el medio de la sala para darse un apretón de manos, justo en frente mío. Cuando hubo terminado las cordialidades, situó su mirada en mí. Sus ojos radiantes, más brillantes de lo que recordaba, estaban mirándome solamente a mí y sonreía, sin decir siquiera una palabra, tal como era de costumbre. Mi corazón comenzó a latir y no sabía porque, pero quería escapar de ese lugar corriendo, esconderme en el closet que había proclamado mío y no salir de allí hasta que el invitado no deseado se fuera de la casa. Pero eso era imposible.

—Hola, conejita. —dijo por fin en el tono más suave y guiñó un ojo.

Para los demás era completamente normal e inocente. Un hombre amoroso saludando a su única y “favorita” sobrina. Pero yo no podía soportarlo y no sabía cuál era la intención de llamarme así. Mi padre era quien me decía “conejita” cuando era pequeña. Yo reía y le mostraba mis dientes frontales que le recordaban a los de un conejo. Pero de la boca de mi tío me resultaba repugnante. El hecho de que él me dijera “conejita” me hacía revolver el estómago.

Detrás de mí oí a mis tías suspirar. Al parecer Anthony tenía ese encanto sobre todas las mujeres. Las hacía suspirar y revolotear alrededor de él. Pero no tenía ese efecto sobre mí. Sino que evitaba a toda costa estar en la misma habitación que él, pero no era suficiente. Me salió el tiro por la culata cuando traté de decirle cuánto lo odiaba y terminamos besándonos y follando en la bodega.

Mi madre intervino para esconder mí, tan conocida, descortesía de no saludarlo de vuelta.

—Déjame guardar tu abrigo y enseñarte donde será tu habitación. —dijo mi madre casi abalanzándose sobre él para quitarle la ropa sobrante. Tan típico de ella.

Mi madre llevó a tío Anthony a un tour por la casa y se llevó consigo la tensión y el agobio en mí. Nadie quedaba en la habitación, solo yo. Cerré mis ojos y suspiré. ¿Cuáles eran las posibilidades de que se repita la situación de la bodega con tío Anthony? Nada ocurriría al menos que yo quisiera, y créanme que yo no quería. Si se acercaba a mí, si ponía una mano en mí, gritaría y lo acusaría ante todos. No se aprovecharía esta vez.

En la cena, todos estuvimos apretados al sentarnos a la mesa. Ya estábamos incomodos con toda la familia, sin contar a los más pequeños, que cenaban en la cocina. Pero con tío Anthony y un invitado más, estábamos más que completos. El otro invitado era un amigo de mi primo Colin, quien se presentó como Jack. Había venido de visita en la tarde y debido a la tormenta de nieve que se largó, lo más sabio era que se quedara a cenar. Y si la tormenta no paraba, se quedaría a dormir.

—Dime Anthony, — dijo mi madre poniéndole los ojos encima — ¿qué has estado haciendo?

—Bueno, he estado viajando, conociendo nuevos lugares y sacando fotos. Las revistas aman las fotos de la naturaleza y he aprovechado mi hobby para sacar algo de dinero. —todo el mundo parecía hechizado bajo su encanto asintiendo y sonriendo a lo que decía.

—Anthony toma unas fotos maravillosas —informó encantada a los demás.

—Disculpa que he estado tan ocupado, no pude escribir ni llamar demasiado. Sé que no es excusa. Lo que me recuerda… —De pronto hizo una pausa y me giré para ver por qué se había detenido. Me estaba mirando directo a mí. Podía sentir sus ojos quemándome a lo muy profundo de mi alma. —Pero te he escrito a ti, conejita. Muchas cartas. Aunque nunca pude mandártelas. —Ahora habló para todos:—Donde me encontraba nunca había oficinas de correo, pero las he guardado para dártelas luego… las tengo justo aquí. —Abrió el saco de su traje y del bolsillo de adentro apareció una pila de cartas atadas a un cordel. Habrán sido 10 o 15 cartas, y me las tendió a lo largo de la mesa.

—Me alegra que hayas querido mantenerte en contacto con nosotras. —dijo mi madre para atraer la atención hacia ella de nuevo. —Su brazo seguía tendiéndome las cartas hasta que las agarré lentamente.

Mi rostro se acaloró de repente cuando me miró nuevamente. Sostenía sus cartas en mi mano sin saber qué hacer con ellas. Alcé mis ojos y lo vi. Eran esos ojos, no los de un “tío”, “amigo”, “familiar” o lo que sea… sino los ojos en los que aparecía un brillo, un secreto compartido.

Me puse colorada y aparté la mirada, pero afortunadamente todos estaban ocupados escuchando las andanzas del tío Anthony en los rincones del mundo tomando fotografías. Se oían los suspiros de mis tías y sonrisas adorables de todos los demás haciéndole coro.

—¿No es muy dulce? —vociferó mi madre. — Después de la muerte de John, estoy muy agradecida con Anthony por querer tomar su lugar y cuidar de nosotras.

La rabia me creció por dentro y las palabras de mi madre retumbaron en mi cabeza. Mi boca se abrió y no pude controlar lo que salió de ella.

—Eso te gustaría ¿no? —todo el mundo se calló de repente. Golpeé mi puño contra la mesa y me levanté abruptamente. La silla cayó al suelo provocando un estruendo en la habitación —Bien te gustaría que él tome el lugar de mi padre.

Mi madre sorprendida me miró con la boca abierta.

—Anna —dijo ella.

—Poco te importó su vida, y poco te importó su muerte.

—Anna —repitió mi nombre pero yo seguí sin oírla.

—Poco respeto tuviste por él. Su cuerpo todavía se estaba enfriando y te arrojabas en frente del tío Anthony con otras intenciones como… como… —el tono de mi voz iba en aumento, estaba casi gritando.

—Anna… —Ahora sí la oía pero necesitaba dejar salir las últimas palabras dentro de mí que tenía guardadas hace mucho tiempo.

— Como… ¡Como una perra en celo!

—¡Anna! —gritó a la par mía. Un silenció reinó en la habitación y nos mirábamos desafiantes. —Vete a tu habitación, ya mismo.

Mi abuela intervino intentando convencer a mi madre a que se calmara y dejara quedarme ya que era un día festivo. La cena recuperó su espíritu, pero todo seguía ligeramente tenso. Al terminar, algunos adultos fueron a la sala de estar mientras otros despejaban la mesa y lavaban los platos en la cocina, mientras mi abuelo servía wiski y oporto.  Mi madre pretendía que ya no estaba enojada, pero solo para montar un show en frente de mi tío. Como si no la conociera…

Ya no había casi lugar. Los niños y adultos que se creían jóvenes, se sentaron en el piso alrededor del árbol de Navidad. Me senté en el taburete del piano, dándole la espalda al instrumento. Mi madre me pidió que toque el piano para todos pero me negué groseramente. Yo seguía con el mismo humor de la cena. Tenía la cabeza gacha y mis ojos puestos en mis manos. No me atrevía a mirar a nadie. Noté que tenía las cartas agarrotadas en mis puños y no las había soltado en ningún momento desde que el tío Anthony me las había entregado. De pronto sentí que alguien se me acercó y se sentó en el taburete al lado mío, pero frente al piano listo para tocarlo. Le di lugar pero no me moví. De pronto, las teclas comenzaron a sonar detrás de mí. Le eché una mirada a la sala intentando descubrir quién era el que tocaba y faltaba mi tío Anthony, era él a mi lado. Su brazo rozaba suavemente con el mío mientras tocaba. Mi piel se erizó y un escalofrío me corrió por la espalda. No pude soportarlo. Me levanté bruscamente y puse mi palma estirada sobre las teclas del piano dándole un golpe, arruinando la hermosa melodía. Me alejé enfurecida. Dejó de tocar por un segundo mientras la habitación entera me miraba y escuché a mi madre por lo lejos “Esa niña… Juro que un día de estos…”. Tío Anthony siguió tocando sin dejarla terminar la frase.

La luz de la luna entraba por la ventana. Todos estaban acostados y durmiendo. Ya había pasado la media noche, técnicamente era Navidad y yo era la única que me revolvía en mi cama sin poder dormir. Para colmo me había olvidado en el piso de abajo las cartas al realizar la última escena del piano. Debía haberlas dejado en el taburete, porque cuando subí las escaleras y llegué a mi habitación ya no las tenía.

Intranquila, sabiendo que esas cartas tenían información valiosa, y asustada de que alguien más las leyera, salté de la cama y caminé descalza por la madera fría. El piso crujía por debajo de mis pies. Abrí la puerta y ésta chirrió provocando que el eco sonara por el pasillo. Esperé, no había señal de movimiento, así que seguí caminando. Al llegar a las escaleras bajé los primeros tres escalones, el último crujió y rechinó tan fuerte que me asusté de mis propios pasos. No podía continuar sin seguir haciendo ruido, así que me subí a la baranda de madera y me deslicé cuidadosamente hasta llegar abajo. Para llegar a la sala de estar podría seguir por el pasillo hasta el hall o sino, para no hacer mucho ruido y que no me descubran decidí tomar el otro camino. Entré por la biblioteca, que tenía una puerta que me llevaría directamente al estudio y éste tendía otra puerta que me llevaría a la sala de estar. Cuando pasé la puerta de la biblioteca y la cerré, comencé a caminar a paso normal, porque sabía que allí nadie me escucharía allí dentro.

Llegué a la puerta del estudio y dentro estaba completamente negro. Las ventanas habían sido tapadas con las cortinas. No podía ver nada. Alcé mis manos hacia la oscuridad tratando de llegar a las paredes cuidadosamente sin tropezarme o golpearme con nada. Cuando llegué a la mitad de la habitación, o por lo menos lo que yo creía, una luz blanca se encendió cegándome los ojos. Me sobresalté y me cubrí los ojos. Mi corazón palpitaba a mil, me habían sorprendido.

¿Qué haces despierta a estas horas, conejita?—la voz me erizó la piel. Era mi tío Anthony. Su tono era juguetón y paternal, como si estuviese hablando con una niña de diez años, y aunque yo no lo podía ver, parecía estar sentado en el sofá de cuero, esperando.

No contesté, solo miré hacia la luz con mis ojos entrecerrados. Me percaté de que tenía puesto mi camisón que me llegaba por debajo del culo. Me entró pudor y me cubrí mis muslos desnudos con las manos.

—Eres una niña muy traviesa… —dijo —y hoy te has portado muy mal. —su tono de voz cayó y cambió por completo. Mi corazón comenzó a latir más fuerte del miedo. Esta vez era diferente. Parecía que lo había hecho enojar. —Ven aquí… acércate. —Mi mente decía que no me acercase. Pedía a gritos que saliera corriendo de allí, pero mi cuerpo obedeció a sus palabras.

De la oscuridad emergió su mano. Ahora le daba la luz directa. Tocó el borde de mi camisón. No podía ver su rostro, pero podía ver su rostro en mi mente. Intenté decir algo pero nada salió de mi boca. La valentía se me había terminado luego de la cena. Ahora que estaba a solas con él, no tenía nada para decirle. Solo rendirme a sus palabras.

—Eres una chica muy desobediente y con la lengua suelta. Te vendría muy bien un castigo, ¿no crees? —no dije nada. Solo bajé la mirada y noté sus zapatos de cuero marrones y sus pantalones de traje.

De pronto la luz brillante en mis ojos desapareció y alumbró al suelo. Ahora si podía ver la cara de tío Anthony y. En la oscuridad, la habitación estaba llena de sombras y tenía otro aspecto. Completamente diferente a lo que estaba acostumbrada a ver.

En el silencio y la poca luz que había, divisé su mano agarrarme de la muñeca violentamente.

—He dicho: “¿no crees?” —dijo duramente. Asentí con mi cabeza. —Bien, entonces lo haremos a la antigua. Recuéstate. — sin saber a qué se refería, lo miré y él me indicó a que ponga de rodillas a su lado y me tendiera sobre él. Dejando mi culito sobre su regazo. Planeaba castigarme al igual que a un niño en los años 50. Mi camisón se levantó dejando casi al aire mi ropa interior. Me sonrojé pero la oscuridad escondió mi rostro.

Puso su mano sobre mis piernas, y suavemente la deslizó hasta llegar a mi culito. Allí la dejó reposando. Su otra mano estaba en mi espalda baja. Delicadamente me subió el camisón dejando al descubierto todo mi trasero, enfrentando su rostro. Con movimientos suaves y lentos, acariciaba mis cachetes. Luego comenzó a manosearlos, pero siendo no muy brusco. Estaba confundida, no sabía que iba a hacer y estaba asustada pero al mismo tiempo, me imaginaba lo que ocurriría y esperaba que lo hiciera. Se quedó inmóvil, el silencio reino en la habitación. Podía oír el viento soplando fuera y mi corazón palpitando en mis oídos.  La espera se me hacía eterna.

De pronto sentí el sonido de la palmada en mi trasero. Fue suave. Provocó que apenas me cosquilleara la piel. Su mano me acariciaba de vuelta lentamente y muy paciente. De vuelta otra palmada rápida y otra caricia lenta. Cada nalgada que me daba, iba aplicando más fuerza. Los cosquilleos se convertían en un suave picor en mi piel en aumento.

De nuevo se detuvo después de diez nalgadas y me acarició por un largo tiempo. No me dolían, pero sentía en mi estómago mariposas que revoloteaban. No eran el tipo de mariposas de las que todo el mundo habla. Estas eran las de deseo y placer. Mi piel pedía que mi tío Anthony siguiera “castigándome”. Comenzó a nalguearme de vuelta pero esta vez más fuerte y rápido con las dos manos, sin acariciarme entre los azotes. Mi piel picaba luego de que me palmeara y cuando se detenía y me acariciaba esporádicamente.

—Esto está molestando. Lo quitaremos ¿no te parece, conejita? —interrumpió el silencio mientras me quitaba mis braguitas blancas y las deslizaba por entre mis piernas. —Ahora sí.

Su mano se alzó y cayó con fuerza en mis nalgas. Un gemido pequeño salió de mí. No sé si era de dolor o de placer.

—No debiste haber hecho eso… —dijo tío Anthony. La piel de mi trasero me ardía y se sentía tirante y adormecida. Escuché una pequeña risa de parte de él.

Luego su cuerpo se inclinó sobre mi trasero, lo besó suavemente. Sentí el calor de sus labios sobre mi piel, ardiendo de deseo. Tío Anthony se incorporó volviendo a las nalgadas, que ahora eran más y más fuertes, recibía pocas caricias y sus manoseos eran más intensos.  Pequeños gritos ahogados querían salir de mi boca, pero no lo permitía por miedo a que alguien me escuchara, y todo esto se acabaría. Las mariposas revoloteaban y se esparcían por todo mi cuerpo. Sobre todo en mi coñito, que parecía gustarle que mi tío Anthony castigara a una niña muy traviesa. Mis ojos estaban cerrados, conteniendo el dolor y apretaba mis dientes procurando no gritar ante sus nalgadas cada vez más violentas. Ahora sí dolían de verdad. Lágrimas corrieron por mi rostro mientras daba un gemido ahogado  y el de repente se detuvo.

—Ahora sabes lo que le pasa a las niñas desobedientes. —dijo luego de una gran pausa.

Posó su mano y me acarició nuevamente, con la diferencia que esta vez, su mano se abrió paso entre mis piernas y trazó una línea entre mi coñito. Moví mis caderas suavemente de manera involuntaria haciendo que sus dedos presionaran mi clítoris debajo de mis labios depilados. Tío Anthony apretó, frotó y masajeó mi sexo. Gemidos brotaban de mí. De pronto introdujo uno de sus dedos en mí y volvía a mi clítoris. Luego dos dedos, luego tres… los movió provocando que mis jugos se esparcieran y chorrearan por mis piernas. El tacto en mi me provocaba un placer familiar pero desconocido al mismo tiempo. Con la otra mano, acariciaba mi agujerito prohibido, mi ano, pero me gustaba de todas maneras. Me gustaba que tío Anthony simplemente hacía lo que quería conmigo a pesar de mi rechazo hacía él. Tomaba lo que quería y yo no objetaba ninguna de sus acciones. Descubrí que gemía conmigo repitiendo una y otra vez “buena chica”. Escuchaba la sonrisa en su voz. No pude evitar correrme mientras seguía introduciendo sus dedos dentro de mi coñito y con el pulgar masajeaba mi clítoris. Me sacudí sobre su regazo.

—Pequeña niña traviesa. —dijo mientras me ponía de vuelta las braguitas. La tela me provocó irritación en la piel de mis nalgas, y cuando me incorporé del regazo de mi tío, mis rodillas estaban rojas y mis piernas un poco adormecidas y temblaban. Puse mis manos sobre los cachetes de mi culito y sentí la piel ardiéndome. Me raspaba y me dolía mi propio tacto.

Avergonzada, de haberme corrido sobre él, de haber sido castigada, con mi rostro pegajoso de lágrimas y sudor y mi trasero ardía al rojo vivo por las nalgadas, tío Anthony me observó y me dio una orden.

—Ahora, vete a la cama y a dormir, conejita. No quiero que te desveles más ¿entendido? —asentí, obediente. —Buena chica — tío Anthony tendió el brazo con las cartas que había ido a buscar en primer lugar, como si se tratara de un premio o algo parecido.

—Hasta mañana, conejita.

—Hasta mañana, tío Anthony —dije apenas en un susurro y me volví por donde vine hasta mi habitación, obediente tal como me había ordenado.