Algo más que tío II

Anna, una adolecsente con problemas de autoridad, se encuentra en la casa de sus abuelos por las fiestas. Todo se esta relativamente tranquilo hasta que su madre le informa que ha invitado al hermano de su padre. Un hombre irresistible con el que ha cometido pecados imperdonables, algo más que tío.

NOTA DE LA AUTORA: Esta es la segunda parte del relato "Algo más que tío". Para entender mejor la historía, recomiendo que lean la primera parte: todorelatos.com/relato/116322/

Sin más,

Amanda.

Faltaban dos días para víspera de año nuevo y la casa estaba llena de invitados. Habíamos decidido pasarlo en lo de mis abuelos junto con toda la familia de mi madre. Mi madre me enviaba allí todos los veranos por dos semanas a visitarlos y era imposible no verse intimidada por la monstruosa casa. Pero hoy no importaba cuán grande y cuantas habitaciones tenía, se sentía como estar dentro de una lata de sardinas. Cuatro familias era demasiado para todos. La convivencia sería fatal. El equipaje se acumulaba y las discusiones comenzaban a surgir pero yo me encontraba en otro lugar. Apenas me estaba en esa casa. Las conversaciones y las escenas se volvían difusas y lo único que pensaba era en el año y medio que pasó sin la presencia de mi padre. “Una muerte rápida”, dirían algunos, “No sufrió”. Eso no lo hacía reconfortante.

La hora de la cena se acercaba y la casa seguía revuelta, nunca descansaba. Mi madre me llamó para que ayude a preparar la mesa de esa noche cuando me dijo una noticia que jamás se me ocurrió que pasaría, pero de alguna manera, sin darme cuenta, la esperaba muy ansiosa.

—Adivina quien llegará en menos de media hora. —Podía escuchar la emoción en su tono de voz, no importaba cuanto quisiera esconderla.

—¿Quién? — En mi mente aparecieron miles de rostros posibles. Tal vez sería uno de los idiotas con los que mi madre trataba de emparejarme. Al parecer ese era su nuevo hobby, buscarme un novio y yo no estaba interesada en el tema. Los gustos de mi madre no eran los míos y cada vez que intentaba persuadirme para que me interese un chico, las cosas iban muy mal.

—Tu tío Anthony vendrá a pasar las fiestas con nosotros.

Me quedé helada y lo único que podía escuchar en ese mar de voces y platos chocando era mi corazón latiendo fuertemente como si quisiera escaparse por mi garganta.

—¿El… El hermano de papá? —mi voz era entrecortada.

-Ese mismo. Pues, ya sabes que tus abuelos paternos fallecieron hace mucho tiempo y él es soltero. Cuando me llamó para saludarnos por Navidad comentó que no tenía con quién pasar año nuevo.

— ¿Y… le dijiste que viniera aquí?

—Por supuesto. Tu eres su único pariente de sangre que está vivo, y me dio lástima, así que le dije que podía festejar las fiestas con nosotras aquí. — Mi madre se detuvo un momento y se giró para verme. Yo estaba inmóvil mirándola con los cubiertos aún en mi mano siendo incapaz de colocarlos en su lugar. —Ya sé que tú no quieres saber nada de él, pero eso es porque no conocías de su existencia hasta que tu padre falleció. Debes conocerlo bien. Me dijo que estaba encantado con la invitación y muy ansioso de vernos. Cada vez que hablamos por teléfono siempre pregunta por ti. Eres su única sobrina y él te adora. Debes darle una oportunidad.

—¿Puedo retirarme por un momento? — fue lo único que pude decir en ese momento. Dejé los cubiertos sobre el mantel y caminé en dirección al pasillo. Mi madre comenzaba a discutir sobre mi comportamiento pero lo único que podía pensar era en el “tío” Anthony.

—¡Anna, por todos los cielos! Compórtate como una adulta… has cumplido 17 y haces estos berrinches de niña de 7 años.

—Solo necesito un minuto.

Corrí por el pasillo hacia la puerta del baño. Debía salir de la vista de todos lo más rápido posible. Podía recordar a cada paso que daba la última vez que Anthony nos había visitado. Cuando lo conocí por primera vez. Desde el principio odié su presencia. Jamás había oído sobre él y se aparecía luego de la muerte de mi padre. Sus intentos por querer acercarse a mí y actuar con afecto como si me conociese de toda la vida me provocaba urticaria. ¿Quién se creía este tipo? Pero luego, cuando fue a verme para intentar hacer una tregua —eso era lo que le dijo a mi madre luego de lo sucedido— existía algo más fuerte que solo “malas vibras”. La tensión era puramente carnal y cuando nos encontrábamos los dos solos en una habitación se volvían miradas llenas de lujuria y deseo. Saber que éramos de la misma sangre no nos detuvo. Y confesando que mis barreras habían sido levantadas gracias al alcohol, deje que me dominara.

Choqué mi mano contra el picaporte antes de querer abrirlo, sin resultados. Desde adentro una voz gritó “¡Ocupado!” y casi sin aire me apoyé sobre la puerta. Solo necesitaba un minuto a solas para recobrarme. Sin primos preguntando si quería jugar a las cartas, sin tías queriéndome convencer de ayudarlas a hornear, y sin abuelos intentando enseñarme a tejer o contando historias de la guerra civil. Las imágenes de Anthony desvistiéndome surgían de mi mente aun cuando había intentado enterrarlas en el pasado y lo más oscuro de mi mente, tratando de olvidarlas. En frente, estaba la puerta del closet. No lo pensé un minuto más y entré en él. Tendría el espacio y la soledad que quería. Nadie me iba a encontrar ahí.

Mis pies chocaron enseguida contra un par de cajas en el suelo y mi rostro estaba pegado a un abrigo de piel. La oscuridad parecía apretarme más que ese espacio reducido, pero era lo que necesitaba. Un solo respiro.

Era imposible olvidarme del tío Anthony y el efecto que había tenido sobre mí. Luego de más de un año sin saber nada de él aparecía de vuelta y me ponía nerviosa imaginarme el encuentro sabiendo cómo había terminado la vez pasada. Unos días luego de haber caído en el peor pecado, se había marchado sin aviso o explicaciones. Pero cada tanto mandaba cartas, que me eran imposibles de terminar de leer, porque todo me recordaba a aquella noche en la cual habíamos hecho lo prohibido. Aquello que no podía olvidar y me perseguía cada noche. Todavía podía recordar sus manos exactamente en cada centímetro de mi piel, sus embestidas, y su tamaño dentro de mí. En ese momento se volvían tan reales. Cada sensación recobraba vida y el calor de mi sexo me hacía temblar. Mis manos fueron directo a mis pechitos redonditos y los acaricié aumentando la fuerza hasta solo pellizcarlos.  Luego acaricié mis piernas lentamente, subiendo hasta la costura del borde de mis braguitas. Me las quité sin ningún decoro y pude sentirlas húmedas al tacto. Mi mano fue directamente a mi coñito caliente y mojado, mientras la otra desabotonaba mi camisa para luego pellizcar mis pezones con fuerza.

¿Cómo podía ponerme tan cachonda pensando en algo que había sucedido tanto tiempo atrás? ¿Cómo era posible que su polla siguiera grabada en mi mente como si fuese ayer?

Comencé gemir en la oscuridad, no podía controlarme. Recordaba la imagen de mi tío Anthony sobre mí, su espalda ancha, sus brazos envolviéndome y su polla grande y erecta sobre mi vientre. Me agaché en mi lugar y apoyé mi espalda sobre unas cajas sobre el piso, con mis piernas abiertas, lo más posible que me dejaba ese pequeño espacio. Introduje mis dedos en mi agujerito suavemente imaginándome el rabo de mi tío y los moví con rapidez, tal cual como recordaba que había hecho. Lamí mis dedos saboreando mis jugos y los llevé de vuelta dentro de mí. La mano que estaba en mi pecho pasó directo a mi boca tratando de apagar los fuertes gemidos de mi garganta, pero se volvían más fuertes cuando tocaba mi clítoris. No podía seguir haciendo tanto ruido ¿Qué tal si me oían? Pero no quería parar, no podía parar de tocarme. Me mordí los labios tratando de mantener mi boca cerrada mientras ahora usaba mis dos manos para saciar el fuego entre mis piernas. Tres dedos dentro de mí y tocando mi botón, ese que liberaría mi orgasmo. Pero cada caricia era una delicia y seguía pensando en aquel hombre totalmente prohibido. Mi tío Anthony sobre mí pequeño cuerpo, sin piedad, fallándome con violencia.

Oí unos pasos por el pasillo e intenté detenerme pero ya no había vuelta atrás, el deseo me tenía atrapada. Ya estaba a punto de acabar. Seguí moviendo mis dedos dentro de mi almeja rápidamente y tocando mi clítoris fuertemente. Gemía, suspiraba y mis extremidades chocaban contra la pared, intentando hacer un poco más de espacio en ese pequeño closet, sin quitarme las manos de encima, pero provocaba el doble de ruido.  Las pisadas pasaron de largo la puerta y pensé que tal vez estaba a salvo, pero de pronto se detuvieron y no pude aguantarme, mi mente no estaba en ese closet, estaba en aquella noche, en la bodega con mi vientre sobre la mesa, mi culito apuntando hacía el techo mientras el tío Anthony explotaba su polla dentro de mí, su leche tibia en mi rico coñito. Rompí en el orgasmo más liberador de mi vida. Mi cuerpo entero tembló disparando sensaciones similares a descargas eléctricas a toda mi humanidad. Todo lo que había intentado retener por mucho tiempo, sabiendo que era incorrecto, había sido libre al fin.

Volví a la realidad, dándome cuenta que estaba dentro de un closet, semi-desnuda, jugando con mi sexo. Mis ojos descubrieron que por debajo de la puerta había un hilo de luz con la sombra de dos pies parada justo enfrente del closet. No me alcanzó el tiempo para reaccionar. El picaporte giró y se abrió de golpe dejándome incapaz de ver con claridad por varios segundos. Solo veía una silueta delante de mí. La luz me hacía daño a los ojos, así que aparté mi vista mientras intentaba incorporarme y esconder lo que había estado haciendo dentro de allí, pero ya era tarde. Quien quiera que haya sido la persona que abrió la puerta, ya había visto mis pechos al descubierto, mis piernas abiertas, las braguitas en el suelo y mi coñito todo jugoso, totalmente al aire.

La puerta se cerró rápidamente y me incorporé mientras intentaba vestirme y salir de allí cuanto antes.

No pude ver a quien pertenecía esa silueta que me había descubierto. Aun cuando salí de allí, el pasillo de la casa estaba totalmente vacío y lo único que se oían eran las voces casi a los gritos del comedor y la sala de estar.

Quería enterrarme de la vergüenza en un hoyo muy muy muy profundo y no salir nunca jamás.

Riiiing.

El timbre sonó interrumpiendo mis pensamientos. Ya habría tiempo para pensar en aquello. Ahora debía lidiar con la llegada de mi tío Anthony. Aquel tío con el que había dejado que me folle el verano pasado. Aquel tío con el que soñaba que volviera a recorrer cada centímetro de mi piel con su boca. Con el tío que deseaba volver a encontrarme.