Algo más allá de la normalidad

convenciones sociales? hay a quien no le satisfacen...

Algo Más Allá de la Normalidad.

Leah Gayheart Feel

Era una mujer preciosa. Una dama de la alta sociedad. Al menos dentro de los límites de un pequeño pueblo llamado Yenks. Se llamaba Erin Sandler, y era la joven esposa del hombre más rico del condado. Tenía unos veinticinco años, el cabello rubio que destellaba con el sol y los ojos azules como el mar. Erin y Jerry, su marido, vivían en un rancho a las afueras del pueblo, una preciosa casa, de color rojo con un establo para los caballos. Jerry era banquero y tenía casi veinte años más que Erin. Eran la pareja perfecta del pueblo. Pese a la diferencia de edad, Erin estaba enamorada de su marido. Enamorada hasta el punto de aguantar estar todo el día encerrada en el rancho y salir únicamente para ir a las aburridísimas fiestas de sus "amigas". Amigas entre comillas por que sólo se conocían por ser " la mujer de ". Dicho de otra manera, no se soportaban, pero estaban destinadas, u obligadas, a ser amigas para no fastidiar los negocios de sus maridos. Erin sólo soportaba aquella vida por Jerry, por que le quería y sabía que aquello le hacía feliz. Así que se pasaba los días merodeando por el rancho, montando a caballo o bien limpiándolos, y cuando no la veía nadie, incluso fregaba platos o limpiaba el polvo para no aburrirse. Al fin y al cabo aquello era lo que siempre se había esperado de ella. Ser la magnífica y espléndida esposa de un magnífico hombre de negocios.

Una mañana, Erin se levantó a sabiendas de que aquel día sería como todos los demás. Fue al baño a asearse. Estaba completamente sola, sin contar al servicio, pues su marido ya hacía rato que se había marchado a trabajar. Cuando se hubo vestido, con unos tejanos y una camisa de color salmón que realmente le favorecían, bajó a la cocina para tomarse un café y algo sólido para desayunar. No solía hablar con el servicio, pues su marido siempre le había dicho que no hacía falta, que ellos hacían su trabajo y ya está, pero aquel día lo hizo. El chef, un hombre gordo y con cara amable le sirvió el café y ella decidió dirigirle la palabra.

-Buenos días, Anton.- le dijo sonriendo.

Él la miró con sorpresa, pues creía que era la primera vez que la señora de la casa se dirigía a el.

-Buenos días, señora…- contestó y se giró para marcharse.

-Espere, Anton. No me llame, señora por favor… me hace sentir mayor…- dijo Erin sonriendo-. ¿Qué hará hoy de comer?

-Pues… hoy come usted sola s… Erin… voy a hacerle sopa de pescado y algo de carne de segundo plato.- contestó el chef.

-¿Está preparado?- le preguntó la joven.

-No. Lo siento, ahora me pongo a ello…- dijo el hombre agachando la cabeza, temiendo un reproche de la chica.

-No le estoy regañando, Anton. Es sólo que prefiero que me prepare un sándwich, por que hoy pretendo comer en la montaña.- dijo la chica sonriendo.

El chef asintió, devolviéndole la sonrisa y después se marchó a la cocina. Erin terminó de desayunar y salió al exterior de la casa. Se quedó unos minutos en el porche, observando los campos y la carretera de arena que llevaba al pueblo. Después se dirigió al establo. Allí había cuatro caballos. Uno era completamente negro y se llamaba Storm, había también dos marrones muy hermosos que se llamaban Nerón y Leiva. El último caballo era el favorito de Erin. Era de un color blanco puro, como el de la nieve recién caída. Se llamaba Brisa. Erin buscó al chico que se encargaba de los caballos, Tom, un chaval de unos 16 años, pero sólo encontró a una chica de cabello negro y ojos verdes que removía la paja con un rastrillo. También era joven, pero más bien de su edad, o quizá un poco más joven. La observó durante un par de minutos, pues no le sonaba haberla visto antes.

-¿Eres nueva?- le preguntó Erin al fin.

La chica morena alzó la mirada y clavó en Erin sus ojos verdes.

-Sí. Soy Kim. ¿Y tú?- dijo la chica tendiéndole la mano a Erin.

-Me llamo Erin. Encantada, Kim.- dijo Erin encajando su mano con la de Kim.

Esta le sonrió amablemente.

-¿Te puedo hacer una pregunta?- le preguntó a Erin y ella le hizo un gesto para que preguntara lo que quisiera-. ¿Cómo es la jefa? Es decir… la señora Sandler

Erin se encogió de hombros divertida. Por lo visto Kim no se había dado cuenta de que ella era la "señora Sandler".

-¿Qué te han dicho?- le preguntó Erin sonriendo.

-Bueno… literalmente… que es una vieja aburrida, estreñida y malhumorada…- dijo Kim con precaución.

-Vaya…- dijo Erin realmente sorprendida-. No sabía que pensaran eso de mí… que decepción

Kim abrió los ojos de par en par.

-¿Usted es la señora Sandler?- dijo con una voz aguda y Erin asintió pesarosa-. L-lo sient-to… yo yo no sabía que… yo no he dicho… es solo un rumor… vaya que no

Erin se rió del tartamudeo nervioso de la empleada.

-No te preocupes… entiendo que piensen esas cosas de mi… realmente soy aburrida… pero no soy vieja ni estoy estreñida y mucho menos estoy de malhumor… al contrario, siempre estoy alegre…- dijo Erin medio en broma-. ¿Cuántos años tienes?

-Veintiuno señora Sandler…- dijo Kim aún avergonzada por lo que había dicho.

-¡Pero que manía! ¡Que no quiero que me llamen señora! No me llamo señora, me llamo Erin…- dijo Erin frunciendo el ceño.

Kim sonrió.

-A decir verdad se nota que los rumores solo eran eso… rumores.- dijo la chica.

-¿A que te refieres?- preguntó Erin sorprendida.

-Bueno, más que una dama de la alta sociedad, pareces… una chica normal… no se te ve malhumorada… ni siquiera aburrida… ¡y por supuesto no eres una vieja!- dijo Kim sonriendo.

Erin le devolvió una sonrisa amable, justo en el momento en que Seth, el chico de los recados, entraba en los establos con la comida.

-¡Hola Seth!- le saludó Erin-. Perdona, pero ¿le podrías decir a Anton que preparase otra bolsa de comida?

-Si, Erin. Ahora se lo digo.- dijo el joven, que era el único que no la trataba de usted.

Erin miró a Kim mientras Seth se marchaba.

-¿Vienes conmigo?- le preguntó a la chica de los caballos.

-¿Dónde?- la interrogó Kim sorprendida.

-No lo sé… a pasear por el campo con los caballos y a comer fuera. Me aburro en el rancho…- dijo Erin sonriendo.

-No puedo señ… Erin… tengo que trabajar… para eso me pagas…- dijo Kim desviando la mirada.

Erin se rió y se acercó a la chica nueva. Le puso la mano en el hombro y le sonrió abiertamente.

-Pues… cómo yo te pago… y cómo soy tu "jefa"… te ordeno que vengas conmigo.- dijo Erin bromeando-. Vamos Kim… estoy aburrida... además, ya le he dicho a Anton que prepare otra bolsa de comida

-Bueno… si mi "jefa" lo ordena habrá que ir…- dijo la chica sonriendo.

Erin asintió complacida y entre las dos ensillaron a Brisa y a Nerón. Seth no tardó en volver con la bolsa de comida de Kim, y entonces ambas salieron del establo montadas en sus corceles. Cabalgaron por los campos cercanos al rancho la una junto a la otra.

-Así que tienes veintiún años… ¿Y por que trabajas? Eres muy joven…- dijo Erin mientras conducían a los caballos por un prado soleado.

-Bueno… vivo sola, así que necesito un sustento…- dijo Kim riendo-. ¿Cómo soportas tú esa vida tan aburrida que llevas?

Erin se rió. Se veía a la legua que Kim era una chica sincera, sin miedo a decir las cosas tal y como eran, y eso a Erin le encantaba. Por un momento tuvo un presentimiento. Parecía que Kim y ella fuesen… ¿"almas gemelas"? Sea como sea, Erin estaba segura de que Kim y ella podían llegar a ser buenas amigas… si conseguían superar el obstáculo de la diferencia social.

-Pues… lo soporto por que debo soportarlo… bueno, en el fondo, no lo soporto… pero se que a Jerry le hace feliz que sea así… que sea una mujer armario…- dijo Erin algo pensativa.

-¿Una mujer armario?- preguntó Kim extrañada.

-Si… soy como parte de la decoración de la vida de mi marido…- dijo Erin y se echó a reír.

-Pero… ¿cómo puedes decir eso de ti misma?- dijo Kim abriendo los ojos de par en par algo ofendida-. No puedes subestimarte así… yo te enseñaré cómo se tiene que vivir… me parece que lo que tu necesitas es un poco de acción… si me dejas, te puedo enseñar a divertirte, por que me da en la nariz que ya se te ha olvidado cómo pasarlo bien.

Erin la miró y detuvo a su yegua en seco. Kim la imitó y puso cara de <>, al menos hasta que Erin le sonrió.

-Tienes razón… se me ha olvidado cómo pasarlo en grande… antes, antes de casarme con Jerry, solía salir por ahí con Dana, mi mejor amiga desde la infancia… pero ella se marchó a la universidad, yo me casé con Jerry y… y así hasta ahora…- dijo Erin y Kim se relajó un poco-. Así que sí, te dejaré que me enseñes a pasarlo bien

Kim sonrió y volvió a poner en marcha a Nerón. Erin la siguió de cerca, hasta que llegaron a un pequeño prado lleno de flores silvestres de mil colores. Amarraron a los caballos al tronco de un árbol cercano, y estos comenzaron su particular picnic de hierba. Erin y Kim se sentaron a la sombra reconfortante del árbol y abrieron sus bolsas de comida.

-¿Qué era lo que solías hacer antes de casarte con Jerry?- preguntó Kim hincándole el diente a su sándwich-. ¿O dónde solías ir?

-Bueno… cuando iba al instituto iba a un bar que se llamaba Diamond… no sé si lo conoces, está en el centro del pueblo…- respondió Erin imitando a su nueva amiga, si se le podía llamar así.

-Sí, es típico ir al Diamond después de las clases… ¿y cuánto hace que no vas a tomarte unas copas allí?- dijo Kim devorando la comida que había preparado Anton-. Esto está buenísimo

Erin se rió y luego se paró a pensar. Hacía ya tantísimo tiempo que no salía con una amiga, que no le contaba a nadie sus problemas… tantísimo tiempo desde la última vez que había sonreído honestamente

-Mucho… puede que unos siete años… mes arriba mes abajo…- dijo Erin bromeando-. La verdad es que ha pasado una eternidad desde la última vez que fui a una fiesta realmente divertida

-¿Qué quieres decir con <>?- preguntó Kim interrogándola con sus profundos ojos verdes.

-Bueno, las fiestas de las mujeres de los amigos de mi marido… son… ¿aburridas es suficiente? No te lo puedes imaginar…- dijo Erin y se rió con ganas.

-Ni ganas que tengo…- dijo Kim haciendo ver que vomitaba-. Bueno, Erin, ¿Qué te parece si esta noche vienes conmigo al Diamond? Yo te he acompañado a tu excursión… me debes una.

Erin la miró. La inspeccionó con la mirada, evaluando aquella inverosímil situación. Estaba en un prado alejado del perímetro de seguridad del rancho, con una mujer a la que acababa de conocer y que la estaba invitando a hacer una cosa que ella sabía perfectamente que molestaría, y mucho, a Jerry. Pero una vocecilla se encendió en su conciencia. Primero la escuchaba lejana, ya que hacía mucho tiempo que la mantenía callada. La vocecilla se fue haciendo más fuerte y el sentimiento que intentaba infundirle se volvía más tangible, más real, haciéndola querer gritar lo que la voz proclamaba: << ¡A la porra con todo!, ¡a la porra con Jerry, con las reglas y con las buenas maneras!>>. Sonrió para sus adentros; tocaba divertirse.

-Hecho. Esta noche vamos al Diamond. Pero… te paso yo a buscar a tu casa.- dijo Erin sonriendo.

Kim asintió mientras se terminaba su sándwich. Cuando ambas hubieron terminado de comer, volvieron a montar en sus respectivos caballos y volvieron al rancho al galope. Durante toda la tarde, Erin estuvo ayudando a Kim con sus tareas en los establos, hasta que a las seis y media se despidieron.

-¿Te paso a buscar a las ocho? ¿Te va bien?- preguntó Erin, que estaba algo nerviosa.

-A las ocho es perfecto. Te apunto mi dirección.- dijo Kim y cogió un papel y un bolígrafo de su bolso.

Erin le dio un beso en la mejilla para despedirse y Kim le respondió. Cuando Kim se hubo marchado, Erin subió a su habitación, se dio un baño y después sustituyó los tejanos y la camisa, por un vestido corto, muy corto a decir verdad, de color rojo, y unas botas de cuero negras. Alisó su cabello y lo dejó completamente suelto, que era como más le favorecía. No se maquilló demasiado, pues odiaba parecer una muñeca de porcelana. A las siete y media estaba ya en el garaje, observando los cuatro coches que había allí. El primero, era un todo-terreno, un Porshe Cayenne. A su lado había un deportivo, un Porshe Carrera amarillo, y los dos siguientes eran coches elegantes, un Mercedes y un Audi, ambos negros. Decidió coger el Porshe ya que se veía más juvenil, aunque su favorito era el Ferrari que su marido se había llevado a trabajar. Condujo su flamante Porshe por la carretera arenosa que comunicaba el rancho con el pueblo y se metió justo en el centro de este último a toda velocidad. Conocía la calle de Kim, por que estaba cerca del instituto del pueblo, así que no le costó encontrar el bloque de apartamentos donde vivía. Erin aparcó el Porshe justo en la entrada y llamó al timbre de Kim. Esta le abrió sin ni siquiera preguntar quien era. Erin subió las escaleras del bloque hasta llegar al segundo piso, donde una puerta abierta la invitaba a pasar, así que obedeció.

-¿Kim? ¿Dónde estás?- preguntó Erin mientras se internaba en el salón de la casa, que únicamente estaba iluminado por una vela, que le daba a la habitación un toque dorado gracias al cual el cabello de la chica destellaba con fuerza.

-Estoy en la habitación, pasa…- dijo la voz de Kim desde una habitación que quedaba a la derecha de Erin.

La chica se dirigió hacia allí y se encontró en una habitación pequeña, con una cama de matrimonio, una mesita de noche, un armario y un espejo de cuerpo entero dónde Kim estaba observando su reflejo con mirada crítica.

-¿Qué tal estoy?- preguntó Kim girándose hacia Erin con una gran sonrisa pintada en los labios.

Erin la observó durante unos segundos sin articular palabra alguna. Llevaba una minifalda negra, unas botas altas de tacón y una camiseta del mismo color que la falda. Su cabello negro caía como una cascada sobre sus hombros y sus ojos verdes, perfilados de negro, resaltaban cómo dos faros en la oscuridad.

-Estás estupenda.- dijo Erin con sinceridad.

-Igualmente. Te favorece mucho ese vestido.- contestó Kim devolviéndole el halago.

Erin y Kim salieron juntas del apartamento de la última y se dirigieron al coche de la chica rubia.

-El Diamond queda cerca de aquí, podemos ir dando un paseo…- dijo Kim sonriendo y Erin asintió.

El sol se estaba poniendo tras los diminutos edificios del pueblo, y cuando llegaban al Diamond, caminaban bajo un cielo gobernado por la luna llena y desprovisto de nubes, por donde ya asomaban algunas estrellas que osaban desafiar a la belleza de la luna.

-Bonita noche para salir de fiesta…- dijo Kim alzando la vista hacia aquel manto oscuro que se extendía sobre ellas.

Erin le sonrió y ambas entraron al Diamond, un pub de no muy amplias dimensiones repleto de jóvenes sonrientes, que bailaban y hablaban los unos con otros. Por un momento Erin se quedó clavada en el suelo. Aquel pequeño antro conservaba el mismo ambiente que cuando ella iba al terminar las clases. Kim la miró sonriendo y la agarró de la mano para no perderla de camino a la barra.

-¿Qué quieres?- le preguntó al oído, pues la música hacía un poco complicada la comunicación.

-Mmm… Vodka con limonada.- dijo Erin y Kim abrió los ojos sorprendida-. ¿Qué pasa?

-Bueno, no me esperaba que bebieras ese tipo de cosas…- dijo Kim y se echó a reír-. Eres una caja de sorpresas.

-Es lo que siempre pedía cuando venía con Dana.- dijo Erin sonriendo.

Kim le devolvió la sonrisa, pidió a la camarera las bebidas y después se sentaron en una mesa alta que estaba vacía.

-¿Vienes siempre sola?- preguntó Erin mirando a su alrededor.

-Sí. Cómo tus amigos, los míos también se fueron a estudiar fuera. Así que vengo aquí para ver si conozco a alguien que valga la pena… aunque normalmente sólo se acercan chicos que quieren lo que quieren, ya me entiendes.- contestó Kim sonriendo.

-¿Y que tipo de chicos te gustan?- preguntó Erin interesada

-Ninguno. Todos son iguales…- respondió Kim con una sonrisa melancólica-. El caso es que siempre espero que se me acerque un chico simpático, guapo, romántico… alguien especial

-A mi me pasaba lo mismo antes de conocer a Jerry… es lo que tenemos las chicas guapas…- dijo Erin y se rió de su propio chiste.

-¿Cómo le conociste?- la interrogó Kim interesada.

Erin se encogió de hombros e hizo memoria. La verdad es que no había sido nada especial.

-Era amigo de mi padre. Lo conocía desde que era una cría, pero nunca hubiera imaginado que me casaría con él…- dijo Erin y sonrió algo avergonzada, se sentía como si en cierta manera estuviera traicionando a su marido por el simple hecho de estar allí con su nueva amiga-. ¿Nunca has tenido novio?

-¿Por quien me tomas, Erin? No soy una monja…- dijo Kim y soltó una carcajada-. Tuve un novio en el instituto que se llamaba James… era el capitán del equipo de fútbol… estuvimos juntos desde el primero hasta el último curso

-Espera un momento, Kim… si tu tienes veintiún años y yo tengo veinticuatro… tuvimos que coincidir en el instituto a la fuerza…- dijo Erin con curiosidad-. Creo recordar a un tal James en el equipo de fútbol… que entró cuándo yo iba a último curso… y su novia

Erin miró a Kim con los ojos abiertos de par en par.

-¿Tu eras aquella niña mona y tremendamente estúpida? No puede ser…- dijo Erin y se rió-. ¿Cómo podías ser tan repelente?

-La adolescencia, supongo…- contestó Kim y también soltó una carcajada.

Comenzó a sonar una canción terriblemente pegadiza y Erin se levantó de su taburete.

-¿Bailas?- le dijo a su amiga tendiéndole la mano.

Ella se encogió de hombros y dejó que Erin la condujera a la pista de baile, donde comenzaron a bailar muy pegadas, más que nada por la multitud que había en el bar. No tardaron en aparecer un par de moscones a su alrededor, atraídos por la belleza divina de aquellas dos mujeres, que rozaban sus cuerpos continuamente. Uno de los dos hombres comenzó a bailar detrás de Erin, metiéndole mano disimuladamente. Kim paró de bailar y frunció el ceño.

-Si apreciáis vuestro entrepierna, marchaos de aquí…- dijo enfadada por el abuso que estaban haciendo con su amiga.

-Uh… una chica dura…- dijo uno de los hombres y se miraron sonriendo.

-Fuera. ¿O es que no me habéis escuchado?- dijo Kim cerrando los puños con fuerza, conteniéndose por tal de no estamparlos en los caretos de aquellos salidos.

Los dos hombres hicieron oídos sordos y continuaron bailando detrás de Erin, que estaba atrapada entre aquellas masas de músculo sin cerebro. Kim agarró el brazo de su amiga y la puso detrás de ella.

-¡Eh!- dijo uno de los hombres y frunció el ceño enfadado.

-Os lo he advertido…- dijo Kim aún más enfadada que antes.

El hombre más alto se acercó a ella y la agarró por los brazos.

-Vamos, muñeca, ¿no quieres pasarlo bien?- dijo echándole su fétido aliento de alcohol en la cara.

Kim no dudó en estrellas su rodilla contra las perlas de aquel hombre y después de zafarse de él, se encaró al otro, que se había vuelto a acercar a Erin. El hombre la besó mientras ella se intentaba escapar. El idiota no se había dado cuenta de que su amigo estaba en el suelo retorciéndose de dolor. Kim agarró del hombro al tío, que hacía dos de ella y estampó su puño en la prominente nariz del hombre.

-Os lo dije…- dijo Kim mirando a los dos hombres que había en el suelo.

-G-gracias Kim…- dijo Erin limpiándose la boca con el dorso de la mano-. Que asco

Kim se rió y luego se encogió de hombros. Sabía que aquellos dos idiotas no las volverían a molestar, así que volvió a bailar junto a Erin.

Eran las cuatro y media de la mañana cuando decidieron salir del Diamond, con un par de copas de más en el cuerpo. Caminaron hasta el apartamento de Kim bajo aquel cielo gobernado por la luna llena. Cuando llegaron, Erin se acercó a su coche, pero se detuvo al ver que Kim fruncía el ceño.

-¿Qué pasa?- preguntó Erin extrañada.

-No deberías conducir, has bebido…- contestó Kim preocupada.

-Tienes razón…- dijo Erin y miró a su coche.

-Si quieres…- dijo Kim señalando hacia su apartamento.

-No, no… no te quiero estorbar…- dijo Erin ante la insinuación de Kim de que se quedara a dormir en su apartamento.

-Tranquila, así mañana vamos juntas a casa de tu marido… me puedes llevar a trabajar en tu Porshe para compensármelo, si quieres, claro…- dijo Kim y sonrió.

Erin estaba demasiado mareada y cansada para sospesar otras opciones, así que le devolvió la sonrisa a su amiga y la acompañó a su apartamento.

-¿Nos tomamos la última antes de ir a dormir?- dijo Kim abriendo una botella de vino mientras Erin se sentaba en el sofá.

-Claro… así caeré rendida en la cama… o en el sofá…- dijo Erin y se rió.

-No, no… tu duerme en mi cama… yo dormiré en el sofá…- dijo Kim mientras le acercaba una copa de vino a su amiga.

-Ni hablar, Kim… ya estoy abusando demasiado quedándome a dormir, como para también quitarte la cama…- dijo Erin negando con la cabeza y tomando un sorbo de su copa.

-No molestas, Erin… quítate esa idea de la cabeza, las amigas estamos para esto…- dijo Kim sentándose junto a Erin y agarrándole la mano.

Erin sonrió, pero negó con la cabeza.

-No. Por favor, Kim… si no no podré dormir tranquila…- dijo Erin.

-Bueno, como quieras…- dijo Kim y se encogió de hombros.

Las dos chicas dejaron las copas sobre una mesita y abrieron el sofá-cama para colocar las sabanas. Una vez terminaron, ambas se sentaron en el colchón.

-¡Vaya! Que cómodo… nunca he dormido aquí…- dijo Kim y se echó junto a Erin, que hizo lo mismo.

-Si que es cómodo… muy blando…- dijo Erin intentando no quedarse dormida en un esfuerzo titánico-. Oye Kim

-Dime…- dijo ella mirando al techo.

-Bueno… antes has dicho… "esto es lo que hacen las amigas…"- dijo Erin girando el rostro para buscar los ojos de su amiga.

-Sí… ¿Qué pasa?- preguntó Kim mirando a los ojos azul intenso de Erin.

-Eso quiere decir… ¿Que somos amigas?- le dijo Erin con una sonrisa tímida.

Kim la miró durante unos segundos pensativa y luego sonrió ampliamente.

-Claro… claro que somos amigas…- dijo Kim y volvió a mirar el techo-. Me voy a ir a la cama, Erin

Cuando Kim se levantaba de la cama, Erin la agarró del brazo y la obligó a detenerse.

-Quédate conmigo, Kim… no quiero dormir sola…- le suplicó Erin y su amiga le sonrió volviéndose a echar a su lado, en la cama.

-Está bien…- dijo Kim y se acurrucó bajo la manta-. ¿Por qué quieres que me quede?

-No sé… me he acostumbrado a que estés a mi lado… y más después de haberme defendido de aquellos dos pirados…- dijo Erin mientras se le cerraban los ojos.

Kim le sonrió y antes de darse cuenta, las dos se habían quedado dormidas.

El sol amaneció colándose por una rendija entre las cortinas y dando de lleno en el rostro de Erin. Abrió los ojos lentamente, y miró a su alrededor tratando de orientarse. Las sienes le martilleaban y los ojos le escocían, como si prácticamente no hubiera dormido nada. Entrevió la sombra de Kim en la cocina y de repente la embargó un delicioso olor a café recién hecho y a tostadas. Se levantó de la cama con dificultad y caminó hasta la cocina, donde Kim la recibió con una amplia sonrisa. Le ofreció una taza de café y unas tostadas.

-Buenos días, dormilona…- dijo Kim y Erin le devolvió la sonrisa.

-¿Qué hora es?- preguntó Erin con voz ronca.

-Las ocho y cinco…- respondió Kim mirando su reloj-. La hora perfecta para comenzar un nuevo día.

Kim parecía estar al 150% de energía, eso contando con que apenas habían dormido tres horas.

-¿Cómo puedes tener tantísima energía a estas horas de la mañana?- dijo Erin alzando una ceja desconcertada.

Kim se encogió de hombros y soltó una carcajada que se clavó en el cerebro de Erin.

-No lo sé, supongo que estoy acostumbrada a madrugar…- dijo Kim y sonrió-. Tenemos que darnos prisa… a las nueve tengo que estar en tu casa… no quiero que mi jefa me eche la bronca

Erin se rió y, después de que Kim le diera un analgésico, se marcharon al rancho. Erin aparcó el Porshe a la entrada de la casa y se despidió de Kim, sorprendida al ver el Ferrari de su marido aún en el garaje. Entró en la casa y descubrió a su esposo sentado en la mesa del salón, leyendo el periódico.

-¿Ahora llegas?- dijo sonriendo con un tono afable.

Erin asintió y se acercó para besarle.

-¿Estás enfadado?- le preguntó sentándose en sus rodillas como una niña pequeña.

-No, cariño… al contrario, me alegro de que salgas… ¿con quién fuiste? ¿Con la señora Rebelfew?- preguntó Jerry distraído.

-Por dios, no… que aburrimiento de mujer…- dijo Erin y se rió del descaro que acababa de tener. Jerry la miró como si se hubiera portado mal y la fuese a castigar-. Fui con Kim… la chica que contrataste para los establos… me lo pase realmente bien

Fue entonces cuando Jerry se dio cuenta de que su mujer estaba realmente pletórica, pese a las ojeras y la voz ronca. El hombre se encogió de hombros y volvió a besar a su mujer antes de levantarse de la mesa.

-¿Por qué sales con una criada?- le preguntó con un tono prepotente.

Erin frunció el ceño y arrugó la nariz enfadada. No le había gustado nada que Jerry llamara a Kim CRIADA.

-No es una criada, es mi amiga…- reprochó Erin sin relajar la expresión de su rostro-. Y salgo con ella por que me da la gana.

Erin se giró, dándole la espalda a su marido y se marchó haciendo oídos sordos a las llamadas suplicantes de este. Subió a su habitación y se preparó para darse un baño. Al terminar, volvió a ponerse unos vaqueros, una camisa y un sombrero de cowboy. Después, salió de la casa y caminó bajo el sol hasta el establo. Se sentó sobre una verja de madera, observando cómo Kim cepillaba a Brisa, con el rostro enfurruñado.

-¿Te has peleado con tu marido?- preguntó Kim deteniéndose para secarse el sudor de la frente con el dorso de la mano-. ¿No le ha gustado que salieras por la noche?

Erin negó con la cabeza.

-No es eso… es que…- dijo Erin vacilante-. Te ha llamado criada ...

Kim abrió los ojos sorprendida, y no precisamente por lo que Erin consideraba un insulto, sino por la reacción de su amiga.

-Bueno… es que eso es lo que soy, Erin…- dijo Kim pensativa.

-¡No…!- dijo Erin saltando de la verja y poniéndose delante de su amiga-. No digas eso… por mucho que trabajes para nosotros… no eres mi criada… sólo eres mi amiga

Kim sonrió y agachó la cabeza algo avergonzada. Luego, para sorpresa de ambas, se encontraron fuertemente abrazadas. Había sido Erin quien no había podido resistir la necesidad de abrazar a su amiga, así que cuando se separaron, después de unos largos segundos, Kim la miró sorprendida.

-¿Y eso?- balbuceó.

Erin se encogió de hombros y se sonrojó ligeramente. Después se alejó de Kim para volver a sentarse sobre la verja de madera, pero se sorprendió al ver que Kim volvía a acercarse. La chica puso las manos sobre sus rodillas, dejando así su rostro bajo el de Erin.

-Gracias por haberme defendido… nadie nunca ha hecho nada así por mí…- dijo Kim sonriéndole.

Erin se encogió de hombros mientras su amiga volvía al trabajo. Así pasaron los siguientes tres meses. Erin se sentaba cada día en la misma verja mientras Kim terminaba su trabajo y después salían a pasear con los caballos. Salían al Diamond noche sí noche no y dormían juntas en el apartamento de Kim. Ya no hacía falta que Erin le pidiera a su amiga que durmiera con ella, pues ya tenían por costumbre dormir en la misma cama. Cuando su relación estaba en el punto en que nada las podía separar, fue cuando todo se estropeó. La navidad se les había echado encima, con sus luces y adornos, con sus cenas familiares. Pero Erin se dio cuenta de que no iba a tener cena familiar cuando Jerry le dijo que tenía que marcharse por esas fechas a un viaje de negocios. El le propuso que le acompañara, pero Erin se negó rotundamente, pasaría la navidad en su rancho, aunque fuese sola.

-¿Sola?- dijo Kim ofendida cuando Erin se lo contó-. Eso ni hablar. Cenaras conmigo en mi apartamento… no será el Ritz, pero para ti ya sabes que siempre hay sitio

Erin la miró sorprendida por su reacción. Estaban, como siempre, en el establo del rancho.

-No…- se negó Erin-. Ven tu a cenar aquí… aún no te he invitado nunca

Kim alzó las cejas y se rió.

-¿Tengo que venir de gala?- dijo sonriendo y Erin sacudió la cabeza rotundamente.

Así que allí estaba Erin, nerviosa no sabía por que, esperando a Kim sentada en la mesa del salón. Sus nervios se acentuaron cuando oyó el timbre de la puerta y a Harry, el mayordomo, felicitándole la navidad a Kim.

-Buenas noches…- dijo Kim al entrar al salón.

Estaba espléndida. Llevaba un vestido negro, y el cabello recogido en una coleta completamente lisa. Erin se quedó ensimismada con aquella belleza cautivadora.

-B… buenas noches, Kim…- dijo levantándose y acercándose a ella.

La besó en la mejilla con suavidad y Kim le devolvió un beso tímido, pero lleno de encanto.

-Feliz navidad…- dijo Erin sentándose torpemente en la mesa de nuevo.

-Feliz navidad.- dijo Kim sonriendo e imitó a su amiga.

Cenaron mientras charlaban sobre cosas banales, como de los caballos o del Diamond. Después ambas bebieron champagne hasta muy tarde, ya más relajadas y risueñas.

-¿Dónde está Jerry?- preguntó Kim mientras se sentaban en el sofá.

-En Francia…- respondió Erin frunciendo el ceño.

-¿Francia?- dijo Kim sorprendida-. ¿Y te negaste a ir con él? ¿Por qué?

Erin se encogió de hombros y después miró a Kim como si una luz se le hubiera encendido en la mente.

-Creo… creo que no fui porque… porque prefería quedarme…- dijo Erin sorprendida de sus propias palabras-. Contigo

-¿C…conmigo?- preguntó Kim de repente nerviosa.

-Si… bueno, contigo me lo paso mucho mejor… que con él…- dijo Erin.

Ambas se miraron durante unos segundos, sin decir nada, sólo mirándose. No tardaron en marcharse a la cama, pues eran ya cerca de las cinco de la madrugada. Una vez en la habitación, Erin le prestó un camisón a Kim y se marchó al baño para lavarse los dientes. Al volver a la amplia habitación vio que Kim aún no se había puesto el camisón.

-¿Qué pasa?- le preguntó Erin sentándose en la cama junto a ella.

-No puedo desabrocharme la cremallera…- dijo Kim-. ¿Me ayudas?

Erin asintió y se levantó para ponerse detrás de su amiga. Bajó la cremallera de su ajustado vestido, dejando su cuerpo, prácticamente desnudo, al descubierto. No pudo resistirse a acariciar su suave piel con la punta de los dedos mientras le bajaba el vestido lentamente. Kim suspiró al notar el contacto de los dedos fríos de Erin sobre su espalda, y se le aceleró el corazón al notar como los labios de su amiga se acercaban casi imperceptiblemente a su cuello. Erin notó el olor de la piel de Kim subiéndole por la nariz y colapsando todos sus demás sentidos. Era un olor delicioso, un olor dulce con un toque salado. El olor más increíble que había olido jamás. No lo pudo evitar. Cerró los ojos y dejó que sus labios reposaran sobre la cálida piel de Kim, que no podía creer lo que le estaba pasando por la mente, igual que a Erin. Kim se giró lentamente y dejó su precioso cuerpo a escasos dos centímetros del de Erin. Fue entonces cuando satisficieron el deseo que había albergado su alma desde el día en que se habían conocido. Sus labios encajaron a la perfección en la unión perfecta de aquellas dos mujeres de cuerpos esculturales. Erin cayó sobre la cama, desnuda ante la mirada penetrante de Kim, y desnuda físicamente bajo los brazos de su AMIGA. Exploraron con tiernos besos húmedos cada rincón de sus cuerpos, observaron sus pupilas, brillantes de felicidad, sintieron los irreprimibles estremecimientos de placer, saborearon el momento en que cada una alcanzó el clímax, arañando la espalda de la otra. Se sentían en una burbuja, repletas, desbordantes de felicidad, sólo con sentir el cuerpo de la otra. Pero por desgracia, la noche se hizo corta y el amanecer hizo su irremediable aparición, rompiendo aquella frágil burbuja de pasión, amor y felicidad.

Aunque estaba despierta, Erin se resistió a abrir los ojos. No sabía por que, pero tenía una sensación de plena satisfacción en el cuerpo. No recordaba nada de lo que había pasado la noche anterior. Por eso se sorprendió al notar que estaba completamente desnuda. Fue entonces cuando abrió los ojos y recorrió con la mirada su amplia habitación. Las sabanas estaban enrolladas desordenadamente sobre su cuerpo desnudo, y el sol, que entraba por el ventanal que había detrás de la cama, lo cubría todo con una luz blanca invernal. Buscó a Kim con la mirada, pues creía recordar que se había quedado a dormir, aunque sus recuerdos estaban borrosos e indefinidos. Sólo recordaba haber bebido mucho durante la cena. Se levantó y se vistió, aunque la cabeza le daba vueltas. Se tomó un analgésico después de desayunar y salió de la casa para ir a ver a Kim al establo, pero de camino recordó que su amiga tenía fiesta aquel día. Se enfurruñó sin saber muy bien por que y cambió de dirección para coger su Porshe del garaje. Condujo hasta el centro del pueblo, hasta el apartamento de Kim. Cuando bajó del coche, la embargó una sensación de que algo iba mal, una sensación que la preocupó y la entristeció. Caminó por la estrecha acera hasta la portería de Kim y llamó al interfono. Nada. Después de esperar unos segundos volvió a llamar y volvió a pasar lo mismo. El silencio de aquel interfono la sobrecogió de tal manera que las lágrimas afloraron en sus ojos. Cogió el teléfono móvil del bolso y marcó el número de Kim.

-¿Qué?- preguntó la voz ronca de Kim tras varios tonos.

Erin se dio cuenta de que había estado llorando al instante.

-¿Por qué has llorado?- le preguntó preocupada, pero se sorprendió ante la sequedad de la respuesta de Kim.

-¿Qué quieres, Erin?- dijo su amiga muy seria e intentando serenar su voz.

-¿Dónde estás?- le preguntó Erin, ahora asustada.

Desde que se conocían, no habían discutido ni una sola vez, y la invadió el terror al pensar que podría perderla.

-No te tiene que importar dónde esté.- le contestó Kim, más suavizada al advertir el terror de su amiga.

-Kim… ¿Por qué dices eso?- dijo Erin mientras una lágrima irreprimible brotaba furtivamente de sus ojos.

-Porque es verdad, Erin… no debe importarte dónde esté… tú y yo solo somos amigas….- dijo Kim.

-Y… ya lo sé, Kim… no entiendo nada… hice anoche algo que… algo que te molestara o…- dijo Erin intentando no llorar.

Hubo un largo y tenso silencio que hizo que Erin no pudiera aguantar más el constante ataque de sus lágrimas, que comenzaron a derramarse con una lentitud dramática por sus pálidas mejillas.

-No estuvo bien y ya está.- dijo Kim para sorpresa de Erin-. No me llames. He dejado el trabajo.

Dicho esto, Kim colgó el teléfono y dejó a Erin con el aparato pegado a la oreja y miles de pensamientos enredándose en su mente. No podía creer lo que estaba sucediendo. Por alguna razón que desconocía, había alejado a la única amiga que había conocido, al menos desde el instituto, de ella, y eso le martilleaba el alma. <> el eco de aquella misteriosa frase se repetía una y otra vez en la mente de Erin, pero ¿el que no estuvo bien? No conseguía recordar nada, y eso le daba un miedo terrible. ¿Qué era lo que había dicho o hecho que había molestado tanto a Kim? Erin volvió a subirse en su coche y condujo hasta el rancho, donde pasó la tarde entera en los establos, mirando al suelo, con las lágrimas derramándose tristemente de sus pupilas y sintiendo cómo la soledad se iba apoderando de todo su ser. El atardecer se reflejó en su llanto y aquellos rayos de luz dorada, la sacaron de su estupor. También lo hizo el crujido de las ruedas del Ferrari de su marido en el camino de entrada a la casa. Salió del establo para recibirle, no sin antes secarse las últimas lágrimas rezagadas que caían de sus ojos.

-¡Mi amor!- dijo Jerry mientras bajaba del coche y sonriéndole ampliamente-. Te he echado de menos

Jerry la besó con pasión, pero se retiró al ver que ella estaba completamente seria. No parecía muy contenta de verle.

-¿Qué pasa nena?- le preguntó rodeándola con sus brazos.

Erin se encogió de hombros mientras dejaba que su marido la condujera al interior de la casa, hasta el salón, donde se sentaron en el sofá.

-Vamos, dime que es lo que pasa…- dijo Jerry y la volvió a besar con dulzura.

-Nada… es sólo que he discutido con Kim…- dijo Erin cabizbaja.

-¿Kim?- dijo Jerry extrañado-. Pero si os lleváis muy bien… ¿Por qué habéis discutido, si se puede saber?

-Pues ese es el caso… que no lo sé… ayer cené con ella… y no se que debe de haber pasado para que se enfade conmigo…- dijo Erin con la voz ronca.

-Bueno… ya se pasará, Erin…- dijo Jerry y le sonrió-. Sois buenas amigas, seguro que lo arregláis

Erin asintió, aunque sabia que no sería así. Después de cenar, o por parte de Erin, hacer ver que cenaba, pues no tenía ni un ápice de apetito, se marcharon a la cama. Jerry entró en el baño contiguo, dejando a Erin sentada en el borde de la cama. Cerró los ojos agotada de llorar, y entonces, una imagen se abrió paso atropelladamente entre sus pensamientos. Ella estaba saliendo del baño con un agradable sabor a menta en la boca, cuando vio a Kim en pie enfrente de ella dándole la espalda. Luego se acercó y desabrochó el vestido de su amiga, pues ella se lo había pedido, y entonces

Abrió los ojos sobresaltada. Había sido un sueño. Sólo un sueño… pero… ¿realmente lo había sido? Se preguntó la chica fascinada. Todo parecía tan claro… tan natural

-¿Señora?- dijo de repente la voz del mayordomo llamando a la puerta del dormitorio.

-Sí, pase.- le dijo Erin poniéndose la bata.

El mayordomo entró sin ni siquiera mirar a su alrededor.

-Buenos días, señora Sandler…- dijo el mayordomo-. Ha tenido usted una llamada de la señorita Kim… ella me ha pedido que le dé este recado: Llámame cuando recuerdes algo.

Erin le miró con los ojos abiertos de par en par.

-¿Cuánto hace que ha llamado?- le preguntó Erin.

-Cinco o diez minutos, señora.- dijo el mayordomo antes de retirarse.

Parecía una señal caída del cielo, así que agarró su teléfono móvil de la mesita de noche y marcó de nuevo el número de Kim. Sonaron varios tonos antes de que su amiga descolgara el teléfono.

-¡Kim!- exclamó Erin llena de alegría al escuchar su voz-. C…creo que lo recuerdo todo

Al ver que Kim guardaba silencio, Erin continuó.

-Kim… creo que deberíamos vernos…- dijo Erin nerviosa-. ¿Qué te parece en el Diamond a las diez?

Hubo un silencio tenso entre los dos teléfonos, pero al fin el corazón de Erin se sobresaltó al escuchar la respuesta de Kim.

-Vale. Nos vemos a las diez. Cuídate.- contestó Kim secamente y colgó el teléfono antes de que Erin pudiera decir nada más.

Pese a la seriedad de la respuesta de su amiga, Erin se sintió aliviada al pensar que volvería a ver a Kim después de todo. Se sentó en el filo de la cama con los brazos apoyados en las rodillas e intentó recuperar sus recuerdos en el punto en el que los había dejado durante la noche. Recordaba ahora con claridad el olor a jazmín de la piel de Kim, su tacto cálido y suave y el sabor dulce de sus labios. Sus labios… de repente se le cortó la respiración ante la necesidad irreprimible de volver a besar a su amiga. Se vistió aceleradamente, con lo primero que cogió del armario y salió corriendo de su cuarto en dirección al establo, de donde salió montada sobre Brisa. Cabalgó por los prados que cercaban el rancho, sin rumbo fijo y con una única meta, sentir el viento acariciar sus cabellos y el sol frío de invierno calentar su piel. Paró de cabalgar al cabo de un rato y se echó sobre la hierba suave de un prado que, pese al frío invierno, estaba cubierto ya de flores, esperando expectante a la primavera.

Miró su reloj de muñeca nerviosa. Las diez y cinco. Llevaba allí, en el Diamond, más de media hora, pues con los nervios había salido demasiado pronto de casa. De repente recordó que no había avisado a Jerry, así que le escribió un mensaje:

Jerry, he quedado con

Kim en el Diamond, no

me esperes despierto,

llegaré tarde. Un beso.

Jerry no tardó ni cinco minutos en contestar:

Vale nena, pórtate bien

y no bebas demasiado.

Te quiero.

Erin se sintió un poco culpable por ocultarle a Jerry lo que estaba pasando con Kim, pero es que tenía en la cabeza un lío tremendo y aún no sabía que hacer… necesitaba tener a Kim junto a ella

Las diez y media. A Erin le extrañó que Kim tardara tanto en llegar, pues era una persona muy puntual, pero cuando ya no tenía esperanzas de que su amiga apareciera, se le paralizó el corazón al ver entrar a Kim, con una gran sonrisa en la cara. Sus ojos brillaban con la luz tenue del local. Estaba preciosa, una deidad envuelta en un vestido negro. Sus tacones le hacían unas piernas espectaculares, largas y pálidas. Kim se acercó a la mesa donde Erin estaba esperándola y se sentó enfrente de ella. Erin alzó una ceja sorprendida.

-Estás muy guapa…- le susurró con una sonrisa pintada en los labios-. Te he echado de menos

Erin se avergonzó un poco ante aquella declaración, pero una sensación más poderosa sustituyó a la vergüenza. Un cosquilleo en la boca del estómago le cortó la respiración cuando Kim le agarró de la mano tímidamente. Erin alzó los ojos hacia su amiga y le sonrió.

-Yo también te he echado de menos, Erin… aunque no quería…- dijo Kim misteriosamente.

-¿Qué quieres decir? No te entiendo…- preguntó Erin alzando una ceja.

-¡Por dios, Erin! ¡Estás casada!- dijo Kim alzando demasiado la voz-. No puedo… no quiero

Ambas se quedaron en silencio ante la declaración de Kim.

-¿¡Qué!? ¿Qué es lo que no quieres lo que no puedes?- dijo Erin algo desesperada por el silencio de su amiga-. Mira, Kim… esta noche… esta noche he revivido lo que pasó aquella noche… y… fue… fue PERFECTO. Prefecto, Kim… nunca nadie me ha hecho sentir como tú lo hiciste… nadie… jamás

Kim continuó mirándola impasible, hasta que la barrera que protegía sus sentimientos, se derrumbo dejando a Kim con los ojos brillantes y los labios temblorosos.

-Erin… no lo entiendes…- dijo Kim intentando no sollozar.

-¿Cómo que no lo entiendo? ¡Claro que lo entiendo!- dijo Erin a la defensiva.

-¡No!- exclamó Kim y después se calmó un poco respirando profundamente-. Me he… me he enamorado de… ti… Erin… te quiero

Erin alzó una ceja.

-Me subestimas, Kim… lo he entendido todo a la primera…- dijo Erin y le sonrió a su amiga-. ¿Por qué te crees que he venido aquí? Es cierto que me he dado cuenta tarde, pero… creo que me enamoré de ti nada más verte aquel día en el establo

Kim, que había mantenido sus ojos agachados, alzó la vista para mirar a Erin, con la sorpresa perfectamente dibujada en el rostro. Erin le agarró la mano temblorosa y sus miradas se fundieron. Los ojos azules de Kim chocaron con el verde intenso de los de Erin.

-¿Y Jerry?- preguntó Kim desolada repentinamente.

-Bueno… tu me enseñaste a pasármelo bien… y con nadie me lo paso tan bien como contigo…- respondió Erin con una sonrisa afable dibujada en los labios.

Los ojos de Kim volvieron a brillar con una intensidad increíble. Erin se levantó lentamente de su asiento y se acercó a la chica que le sonreía tímidamente.

-Baila conmigo.- le medio ordenó Erin.

-Te recuerdo que ya no trabajo para ti…- dijo Kim sin dejar de sonreír.

-Tú no trabajas para mí, pero tu corazón ahora no puede dejar de obedecerme… igual que el mío te pertenece…- dijo Erin y Kim no dudó en tenderle la mano para que su amiga la arrastrara hasta la pista de baile. Aunque la música era rápida y fiestera, ellas bailaron despacio, disfrutando de nuevo del olor de sus pieles. Erin acarició con suavidad la mejilla de Kim y fue entonces cuando sus ojos volvieron a chocar en una mirada electrizante. Sus labios se encontraron en el beso húmedo que ambas habían estado deseando, sin saberlo, desde que se habían conocido.

Tres Meses Después.

Estaba agotada de trabajar. Su jefe era un… un idiota empedernido y no hacía más que complicarle la vida en el Diamond. Estaba harta de aguantar niñitos tirándole piropos desagradables mientras les servía. Pero de repente se le olvidó todo. Abrió la puerta del pequeño apartamento que compartía con Kim y un estallido de alegría apareció en su rostro al verla esperándola en el sofá con cara de sueño. No dudó en tirarse a los brazos de la que era su mejor amiga y que se había convertido en el amor de su vida.