Algo diferente

Una experiencia diferente y única que cambiará su percepción de la vida y sobre todo del sexo.

ALGO DIFERENTE

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La observo mientras fuma frente a la ventana. No es que sea una chica especial, quiero decir que no es nada del otro mundo, no es muy guapa, pero tampoco es fea. No es alta, pero tampoco es baja, es una chica normal como cualquier otra, pero yo tampoco soy nada del otro mundo, también soy normal, bastante normal. Pero que importa como seamos si lo importante es lo que pasó. Lo importante es que aquella noche no sé como, terminamos haciendo algo que jamás pensé que ella y yo acabaríamos haciendo, algo diferente a todo lo que habíamos hecho antes con otras parejas. Ni siquiera recuerdo el momento en que me fijé en ella y empecé a verla como algo más que una simple amiga.

Pero la cuestión es que acabamos en esta habitación, y... ni siquiera sé por donde empezar. Yo jamás había hecho algo como aquello, y menos con alguien como ella. No sé como surgió todo, creo que me dejé llevar, ambos nos dejamos llevar. Primero cuando ella me sacó a bailar, la seguí y me dejé llevar por ella; luego, al sentir su cuerpo pegado al mío, y ese calor intenso que me transmitía, también me abandoné a ella y finalmente, cuando me pidió que nos fuéramos a un lugar más tranquilo también me dejé llevar. Por eso me llevó hasta esta habitación (su habitación) y yo me dejé. Sabía que a ella le gustaban aquel tipo de numeritos, porque ella misma me lo había contado alguna noche de confesiones a la luz de las velas; y me dejé hacer, me dejé llevar por ella. Entramos en la habitación y tras cerrar la puerta, me acorraló contra esta y me besó con pasión. Sus labios rozaron los míos y el resto del mundo desapareció para mí, traté de concentrarme sólo en ella, en sus labios dulces, en sus manos que empezaban a quitarme la camiseta. Mis manos se deslizaron hasta sus hinchados senos que acaricié muy suavemente por encima de la semitransparente blusa que llevaba.

Cuando nos separamos y pude observar la habitación, me quedé de una pieza. Aquello era demasiado para mí. Había una silla en el centro, con correas en los reposabrazos y en la parte baja de la silla, a la altura de los tobillos. En un rincón junto a la ventana había una cama de matrimonio, y justo debajo de esta, a los pies una mesa llena de vibradores, consoladores, esposas, arneses, etc. Gabriela se acercó a la silla, acarició uno de los reposabrazos muy suavemente con su mano izquierda y poniéndose detrás de esta, me miró fijamente a los ojos y me dijo:

  • Anda, siéntate.

Le miré expectante y nerviosa, mientras me acercaba y sus ojos me miraban con picardía. Me senté en la silla mientras nuestras mirada seguían fijas la una en la otra, como si quisieran escudriñar los pensamientos del contrario. Intuía lo que iba a pasar y en otras circunstancias lo hubiera rechazado, pero aquella mujer, con sus intensos ojos verdes, me atraía enormemente y por eso le obedecí. Nada en aquel momento me hubiera podido convencer de lo contrario, deseaba obedecerla, seguir su juego y jugarlo con ella. Tras sentarme, Gabriela se puso frente a mí, acercó su boca a la mía y volvió a besarme; sus labios me supieron a miel, haciéndome estremecer de deseo, luego sentí como descendían por mi torso desnudo, hasta mi pezón, que atrapó entre sus dientes y lo mordisqueó levemente. Sentí como mi cuerpo se estremecía con el contacto de sus dientes sobre mi piel y gemí cerrando los ojos. Siguió descendiendo, lamiendo mi piel con su lengua, hasta que arrodillándose frente a mí, llegó a los pantalones. Desabrochó el cinturón, mientras su mirada pícara, chocaba con la mía excitada; estaba guapísima con aquella expresión maliciosa y traviesa, con su largo pelo rubio cayendo a un lado. Su cara era todo un poema de rimas perfectas y por primera vez la veía tan hermosa y distinta a otras veces, era como si mis ojos la miraran de otra manera. Me bajó la cremallera del pantalón, y me lo quitó, mientras yo elevaba el culo para facilitarle el trabajo.

Mi cuerpo se quedó desnudo, ya que casi nunca llevo ropa interior, sólo en ocasiones especiales. Gabriela me miró con deseo y acercó sus dedos a mi sexo y lo tocó durante unos segundos, los suficientes para hacerme temblar de deseo, pero enseguida me ató las correas de los reposabrazos y luego las de los tobillos. Me quedé inmóvil, esperando que ella actuará. Yo la observaba y su cuerpo de curvas perfectas me iba llevando poco a poco al infierno de la pasión. Entonces empezó a contonearse frente a mí, quitándose la ropa sensualmente. Se desabrochó la falda de tubo que llevaba y la dejó caer al suelo, mientras sus caderas se movían de un lado a otro haciéndome desearla más y más. Se desabotonó la blusa sin dejar de mirarme fijamente a los ojos y moviéndose como si bailara al son de una imaginaria música, se la quitó y la dejó caer a un lado con suma delicadeza. Se giró de espaldas a mí, su retaguardia era perfecta, marcada por su columna vertebral y un culito que sobre salía en una curva perfecta que me hacía desear llevar mis manos hasta él para tocarlo, acariciarlo y amasarlo, pero no podía, las ataduras me lo impedían. Acercó sus manos al corchete del sujetador y se lo aflojó, volvió a girarse de cara a mí, sujetando el sostén con las manos. Se bajó un tirante, luego el otro y finalmente, cogió el sujetador y me lo tiró a la cara y antes de que cayera sobre mis piernas pude oler su aroma de mujer. Sus pechos redondos y firmes quedaron libres, y no pude evitar lamer mis labios resecos. Deseaba a aquella mujer como nunca había deseado a ninguna otra, quería hacerle el amor, hasta que gritara de placer, hacerla mía por primera vez, pero las ataduras me impedían levantarme de la silla y eso aún aumentaba más la sensación de deseo.

Su siguiente movimiento, tan estudiado como los anteriores, fue meter un par de dedos por la goma de las braguitas y dar una vuelta sobre sí misma, mientras movía su culo como una bailarina mora al son de la danza de los velos. Se quedó de espaldas a mí, y muy suavemente se bajó las braguitas, mostrándome su redondo y hermoso culo desnudo. Yo estaba a mil, cada vez la deseaba más, ansiaba meter mi boca entre aquellos dos cachetes, llevar mi lengua hasta su vulva y lamer, sentir el sabor de su sexo en mi boca y hacerla vibrar. Totalmente desnuda ya, se giró hacía mí tapándose el sexo con las manos. Y diciendo:

-¡Tachán! - Las apartó, mostrándome su depilado sexo.

Suspiré sintiendo el deseo quemando en mi entrepierna, y la miré fijamente. Era preciosa y sólo quería que se acercara a mí y me acariciara o me hiciera algo, cualquier cosa, quería sentir su piel pegada a la mía y su aliento junto al mío. Como si leyera mis pensamientos se acercó, acarició mis rodillas, se postró frente a mí y sus manos ascendieron por mis muslos hasta llegar a mi sexo que empezó a acariciar y manosear mientras mi cuerpo se erguía, se daba a ella, se dejaba hacer. El deseo por ella era cada vez más fuerte, a pesar de que para mí aquello era algo incomprensible, jamás había sentido tanto deseo por ninguna otra mujer. Sentí su boca sobre mi sexo, su lengua lamiéndolo y un estremecimiento cruzó mi cuerpo. Me senté al borde de la silla, con las piernas abiertas, para acercar mi sexo a su boca y facilitarle el acceso. Sus labios calientes sobre mi ardiente sexo, me hacían estremecer y estuve a punto de correrme, pero ella muy sabiamente, se apartó cuando oyó como mis gemidos se aceleraban y mi cuerpo se convulsionaba violentamente. Me desabrochó las ataduras y me dijo:

  • Ven, mejor vamos a la cama.

Una vez más la obedecí y la seguí. Hubiera ido al mismísimo infierno por ella y más en aquel momento. Se tendió sobre la cama, y se acarició el cuerpo de arriba a abajo de un modo lascivo, como si quisiera atraerme hacía ella.

  • Anda, dame placer, cariño - me dijo.

Me puse sobre ella sintiendo su piel ardiente y desnuda pegada a la mía, me sentía en la gloria. Luego la besé en los labios y fui descendiendo despacio, beso a beso, desde su boca, por su cuello, su hombro, hasta su pecho, en el que me entretuve chupeteando y lamiendo su pezón, mientras con mis mano lo estrujaba suavemente, tratando de mimarlo. Lo saboreé y lamí, como si fuera un niño pequeño tratando de sacarle todo el jugo. Ella gemía y se retorcía de placer, vi como su piel se erizaba; estaba preciosa y me emocionaba pensar que todo aquel placer se lo proporcionaba yo. Continué el camino descendente hacía su ombligo y metí en él mi húmeda lengua, Gabriela volvió a retorcerse de placer, y yo seguí lamiendo, separando sus piernas, hasta llegar a su clítoris. Lo busqué con la lengua y empecé a lamerlo suavemente, rodeando el mágico botón. Gabriela empezó a gemir, sus gritos llenaban la habitación de éxtasis, mientras yo seguía lamiendo, descendía con mi lengua hasta su vagina y la introducía sintiendo el gusto meloso de su sexo en mi boca, un delicioso sabor que sentía por primera vez en mi vida, lo que hacía que me pusiera a mil y deseara más y más cada vez. Volví a lamer su clítoris, mientras introducía un par de dedos en su vagina y empezaba a moverlos dentro y fuera como si fueran un pequeño pene. Gabriela aumentó el ritmo de sus gemidos, mientras su culito golpeaba el colchón con cada embate de mis dedos hacía el interior de su vagina. Empecé a explorar su punto g y a acariciarlo suavemente, intensificando el roce cada vez más, hasta que Gabriela se corrió entre gritos y gemidos de placer. Cuando dejó de convulsionarse se acercó a mí, y me dio un beso en la boca diciéndome:

  • Ahora te toca disfrutar a ti, querida.

  • Sí, quiero que me folles con uno de esos arneses - le indiqué señalándole la mesa.

  • Para ser tu primera vez con una mujer tienes muy claro lo que quieres ¿no, querida?.

La miré con ojos traviesos sin responderle. Ambas sabíamos lo que queríamos y lo que debíamos darnos en ese momento. Por eso aquel encuentro era algo diferente a lo que habíamos hecho antes, porque para ambas era la primera vez que estábamos con otra mujer.

ErotikaKarenc (Autora Tr de Tr) Texto de la licencia