Alfa

El corazón del mendigo.

El Ecuador Colonial en el mes de abril no estaba precisamente lleno de colores y sonidos que gratificaran la vida de sus habitantes….

Oh, un momento, creo que estoy siendo muy ligero, sería mejor decir que el Ecuador capitalista de aquellos tiempos estaba lleno de miseria y de injusticia. El indígena estaba relegado de casi todas las funciones que lo reconocieran como ciudadano y el negro aún no terminaba de ser reconocido siquiera como persona.

La pobreza se sentía en el trajín diario de cada familia que luchaba para poder subsistir en un mundo donde el rico vivía del tonto y el tonto de su trabajo. Muy pocos eran los honestos y aún más raros los que luchaban contra el sistema para cambiarlo. Era más fácil conformarse con un jornal y una miserable vivienda que enfrentarse el poder y buscar días mejores para todos.

Los grandes problemas de una sociedad no dejaban de latir y las familias que no podían subsistir en medio de la pobreza simplemente desaparecían víctimas del hambre o de la corrupción.

Esto último fue lo que le pasó a la familia de Juan. Su madre era una de las sirvientas que trabajaba en la casa del Alcalde. El Alcalde era un hombre de moral intachable, pero sus hijos no. Así que cuando el mayor violó a la madre de Juan  y la embarazó fue cuando la mujer de tiernas facciones desapareció sin dejar rastro alguno. Un peón, que era su esposo, dedicó todos sus esfuerzos para desenmascarar al culpable. Pero grave destino sufrió, similar al de su mujer, al luchar contra el poder. Su voz se silenció antes de que la noticia llegara al público y el escándalo hiciera que el Alcalde dejara de ser el Alcalde.

Juan, que en ese tiempo podía contar su edad con cuatro dedos de su mano quedó en el total desamparo. Fue llevado a un orfanato, es cierto, pero ni las monjas eran tan santas ni los curas tan piadosos como muchos los declaran hoy en día. Escapó cuando su edad ya se contaba con ambas manos y aprendió en las calles lo que muchos no aprenden en las iglesias: A ser humano.

Porque fue en su cumpleaños número 8 que tomó la decisión, en su mente infantil así lo percibía, más importante de su vida. Ése día Juan, totalmente ajeno a la fecha en cuestión, compraría algo de fruta en la plaza. Las propinas que los tenderos le daban por hacerles un mandado o llevarles recados bien le podían alcanzar para una deliciosa torta; pero a la fuerza hubo de aprender que ese cruel dulce no le llenaba el estómago y le vaciaba el bolsillo. Así que con el dinero en un morral y los zapatos desgastados se dirigió orgulloso hacia la plaza sabiendo que haría una compra responsable.

Fue allí, al cruzar una de las tantas calles empedradas, que vio a otro niño, mucho más pequeño que él, sentado en el portal de una casa. Se restregaba los ojos con sus puños y aunque era evidente que estaba llorando, no emitía sino pequeños gemidos apenas audibles. Esto fue quizá lo que llamó la atención de Juan y vacilando un poco se acercó a la figura doliente y silenciosa. Se percató de que llevaba un jubón nuevo pero manchado y unos zapatos de charol un tanto desgastados.

—Hola —saludó Juan con esa confianza inocente tan propia de los niños.

El niñito apartó sus manos y miró tímido a Juan. Éste volvió a saludar

—Hola… —esta vez también le extendió la mano— Yo me llamo Juan.

—Ho… hola —respondió por fin el chicuelo.

—Me llamo Juan… —repitió, tal vez el niñito no lo había entendido muy bien— ¿tú cómo te llamas?

El pequeño dudó un momento pero al fin accedió. Un tímido «Kish» fue lo que Juan obtuvo como respuesta. Lo analizó un segundo y llegó a la conclusión de que debería llamarse Chris… o algo por el estilo.

— ¿Dónde está tu mamá? —continuó Juan sin reparar en que él mismo no tenía una. No le había dado muchas vueltas al asunto y había resuelto que su madre estaba en el cielo, eso era lo único que recordaba de lo que las monjas le decían.

—Mi mami… no está… dijo que ya volvía y… —se aguantó la congoja— y no viene…

Juan decidió quedarse con el niñito hasta que apareciera su madre. Las frutas podrían esperar. Le siguió preguntando algunas cosas pero solo obtenía monosílabos como respuestas. Una hora pasó y, como es natural, a Juan le pareció una eternidad mientras esperaba. Entonces se le ocurrió una idea: preguntaría a los vecinos, a lo mejor ellos sabían algo al respecto.

Y lo hubiese hecho, de no ser porque en su torpeza trabó ambos pies entre sí y cayó justo antes de llegar a una tienda cercana para preguntar. Fue allí que lo escuchó todo.

—Pues era una puta —dijo sin pudor la voz de alguna vieja.

Juan se quedó estático, apenas y pudo levantarse para sacudirse el polvo cuando escuchó al otro miembro de aquella curiosa conversación.

— ¡Santísima virgen! —contestó escandalizada otra mujer, tal vez de mediana edad.

Juan se apresuró para interrumpirlas, los chismes no eran de su incumbencia. Pero antes de poder decir su habitual “Buenos días” escuchó una última insensatez que hubo de dejarlo en su sitio.

—Así es comadre, y lo peor es que nadie sabe qué hacer con su bastardo, ese que ve allá sentado en el portal. ¿Ya lo vio?, sí, sí, ese mismo.

—Es que de la “mala vida” no se puede esperar menos querida —continuó con saña—, degollada por unos ladrones… ¡bah! ojalá y con eso la gente aprenda que el dinero nunca viene fácil.

Automáticamente Juan regresó por sus propios pasos. Caminó con la cabeza baja hacía la figura interrogante del pequeñuelo.

Una tremenda responsabilidad sobre sus hombros, ¿cómo podría ocuparse de él?, sin embargo, de alguna manera extraña no vio al pequeño Chris como una carga. Juan jamás comprendió que su corazón era de oro puro, una gema en el basurero, un débil rayo de esperanza en el hastío. De entre todas las virtudes, Juan poseía la más enaltecedora: la virtud de dar, la virtud más preciosa e inútil, como el oro mismo.

Ahora sabía que pasó con la madre de Chris. Pero no podía, no quería y no debía decírselo. Y mentir no era una opción, así que ideo una respuesta que lograra satisfacer las demandas del niño. Se acercó al pequeño y antes de que éste preguntara empezó.

—Tu mami está de vacaciones Chris… —dijo suavizando la voz— y la señora de enfrente dice que su mami también está con ella… ambas están jugando ahora… en un lugar donde solo las mamis pueden jugar.

Chris lo miró incrédulo, un momento después preguntó:

— ¿Qué son vacaciones?

A Juan le alegró que eso fuese lo único que le preocupara. Con una sonrisa le respondió:

—Es cuando la gente se va muy muy lejos… para jugar un poco con otras personas…

Chris lo miró de nuevo pero esta vez sonrió.

Y fue entonces que Juan lo decidió, se llevaría al pequeño consigo y lo protegería, ahora ya tenía a alguien con quien hablar todo el tiempo. Se sintió responsable y feliz al mismo tiempo, había hecho la decisión más importante de su vida.

Muchas eran las personas que podían considerarse dueñas de algo terrenal. Porque si bien la clase alta tenía por ley y por dinero varias propiedades; los de la clase no tan alta se apropiaban de terrenos que los ricos no ocupaban. Así, se formaban pequeñas invasiones en solares que al antiguo municipio le costaba erradicar. Juan y Chris, con el tiempo, se habían adueñado de a poco de una destartalada casucha en uno de los barrios marginales de la colonia. No era la gran cosa en lo absoluto, pero los abrigaba del frío invierno y los cubría del sol en el verano.

Resulta fantástico el cómo las personas nos adaptamos al ambiente en el que vivimos. Juan resolvía cada pequeño detalle casero que se le presentaba con una simpleza que hubiese asombrado a quién se lo hubiese preguntado. La ducha diaria se resolvía con el río que, en aquel tiempo, de aguas cristalinas, circundaba la ciudad. Su dieta se basaba en frutas que podían comprar unas cuantas veces a la semana y verduras que lograban robar en algún huerto pasando un día. Todo esto era vigilado con celo y con cuidado por el mayor de ambos.

Con el pasar de los años Chris aprendió a agradar a las personas. Su tez marmórea ayudaba mucho y sus ojos tenían el extraño don de conmover a más de un corazón. El dinero que a Juan le costaba reunir a base de mandados y pequeñas labores, a Chris no le costaba más esfuerzo que el de mostrarse indefenso y ganarse el aprecio de las personas que estaban a su alcance.

La calle les enseñó a ambos distintas formas para sobrevivir y Juan, lejos de sentir envidia por la facilidad para conseguir dinero de Chris, sentía un sano orgullo por éste. Afecto que no tardaría mucho tiempo en evolucionar hacia algo más profundo.

Si le hubiesen preguntado a Juan cuando fue la primera vez que sintió un cariño especial hacia Chris no hubiese sabido responder. Porque la idea del amor filial nació en él como una cosa tan natural como el mismo respirar. La inocencia de ambos logró que el sentimiento naciera puro y sin manchas de una sociedad que se caía a pedazos. Jamás se cuestionó Juan la bondad o maldad de sus sentimientos. Aceptó desde muy temprano que quería a Chris, y siempre esto le producía ciertas cosquillas en el estómago que jamás le hicieron quejarse sino más bien alegrarse.

Y así, ambos crecieron, la responsabilidad de Juan siempre vigilaba la suspicacia de Chris. La alegría de Chris burlaba casi siempre las reglas que Juan intentaba mantener. Ambos tan diferentes y ambos tan complementarios al mismo tiempo pero juntos, los dos, siempre terminaban en curiosa armonía a pesar de sus divergencias.

La vida detesta las cosas perfectas. Y cuando Chris cumplía los 8 años (y por ende Juan los 13) apareció el tercer personaje de nuestra historia.

Miguel era el hijo menor del dueño de la Ferretería con mayor prestigio dentro de la capital. Su padre siempre estaba inmerso en su trabajo y muy pocas veces lograba un poco de su atención. Su madre, un ama de casa entregada a su labor, le brindaba las atenciones necesarias para que éste se convirtiera en el gran abogado que ella soñaba que fuese.

No tenía hermanos, ni tampoco muchos amigos. Las pocas atenciones por parte de su padre y los excesivos cuidados de su madre habían logrado una mezcla curiosa en su personalidad. No tenía tanto interés en las cosas materiales como para considerarlo vanidoso ni tenía ese desapego sincero y natural por el dinero como para etiquetarlo de humilde.

Miguel, en todo su provechoso presente y prometedor futuro tendía a sentirse vacío. Intentaba relacionarse más con las personas, de veras que lo hacía, pero al no encontrar muchos intereses en común con sus compañeros de escuela o del barrio siempre terminaba regresando a casa solo, sin ninguna invitación para que se aparezca a jugar al día siguiente ni alguna mofa por parte de sus compañeros.

Un bicho raro, así se podía definir en resumidas cuentas a Miguel. Los libros viejos que encontraba en el ático de su casa le servían para no pensar en que eran muy pocas las personas que entablaban una conversación larga e interesante con él. Las historias fantásticas le llenaban la cabeza e impedían que la tristeza de saberse solo le inundara. Los héroes y damiselas en peligro le arrancaban sonrisas que junto a otras personas jamás hubiese imaginado esbozarlas.

No era de extrañarse entonces que sintiese enorme curiosidad cuando conoció a Juan y a Chris. La familiaridad en su trato le intrigó desde un principio. Los vio por primera vez en la plaza, cuando su madre lo llevó a recortarse el cabello. Estaban jugando en medio de un par de árboles que circundaban la pequeña plaza.

Vio como sonreían entre los dos y la envidia (no tan despiadada en aquella edad) le recordó que él estaba solo, sólo con sus libros y su mente. Juan le indicó algo a Chris y entonces ambos se dirigieron hacia donde estaba Miguel. Éste no pudo ocultar la sorpresa y enrojeció casi al instante.

Se sintió a salvo cuando su madre le tomó de la mano y siguieron su camino, pero al mismo tiempo entristeció al ver que esos dos retrocedían, con un poco de miedo, por el adulto presente.

Miguel, con toda esa mezcla de curiosidad, tristeza e inseguridad se propuso visitar el mismo lugar al día siguiente; pero esta vez se las arreglaría para ir solo.

Y lo logró, se presentó en la plaza la tarde siguiente, probablemente a la misma hora y exactamente en el mismo lugar. Y ahí estaban de nuevo. Juan divisó con alegría a su nuevo amigo y, como era de esperarse, fue el primero en aventurarse a socializar.

—Hola —le dijo con ese candor tan propio de el— yo soy Juan y este, —señaló a su compañero que estaba a su espalda, casi ocultándose— este es Chris.

—Mu… mucho gusto —a Miguel le había costado bastante el siquiera aparecerse por allí, más aun el responder un saludo extendiendo su mano.

—Vamos Chris —le reclamó extrañado— que no muerde.

Chris se separó un poco y con cautela le ofreció su mano. Parecía normal, pero en el fondo  hubiese querido correr o esconderse y, por si fuera poco, el rubor ya estaba empezando a delatarlo. Miguel por su lado se sintió más libre, ahora había logrado sobrepasar sus propios límites y había hecho amigos, algo que ni él mismo hubiese imaginado.

Pero ese día jamás debió ver la luz ni presenciar la noche. Nunca aquellas dos almas debieron cruzarse con la tercera. Al atardecer de ese mismo día los tres caminaban juntos mientras se comían una pequeña paleta, ajenos, en su inocencia, a todos los males que se cernirían sobre ellos.

El tiempo pasó, engañoso e inescrutable. Sin dar tregua alguna a nada vivo, sin perdonar el más mínimo error ni la más pequeña coincidencia.

¡Oh, aquella mañana tenía tanta vida! El cielo conservaba su color más vivo en un día como aquel. Los pájaros, los grillos, inclusive los perros sarnosos parecían más alegres que en otros días. No era un amanecer normal después de todo, y el sol no tenía derecho de asomarse en una mañana que auguraba, como todas las anteriores, frío, desazón y monotonía. Era, sin lugar a dudas, un día trágico para unos y glorioso para otros.

— ¡Buenos días Latinoamérica!— el joven Juan se abalanzó sobre el lecho de Chris, intentando despertarlo a como dé lugar. Sabía lo dormilón que era su compañero, así que todos los días hacía lo mismo antes de salir a trabajar.

Un chico delgado y de tez clara le respondió molesto, bramando algo ininteligible y volviéndose a dormir. Juan sonrío, en unos 10 minutos se levantaría por sí mismo. Empezó sin más preámbulos su rutina diaria. Se preparó, aseó y vistió como siempre: de manera pulcra y ahorrativa. Unos cuantos minutos más y ya estaba en el umbral de la casucha vieja y desteñida por los años.

— ¿Ya te vas? —preguntó Chris aún somnoliento al salir del cuarto.

—Sí, que hoy  ayudaré en la carpintería de Don Carlos —y entonces se le iluminó el rostro— éste es mi último día de prueba y me han prometido que si lo hago bien me quedaré como su…

A Juan se le esfumaron las palabras al girarse completamente mientras hablaba. Vio completamente a su… compañero. El corazón estuvo a punto de escapársele por la boca y todas las hormonas empezaban a bailar sin ritmo ni rumbo por su cuerpo, produciéndole sensaciones tan extrañas como placenteras.

Porque el ver a Chris, con el cabello corto y alborotado, fregándose los ojos y en ropa interior podía lograr estas reacciones y muchas más en el cuerpo de Juan. Le quería demasiado como para pasar por alto una vista como aquella y en menos de un segundo su imaginación tomó los rumbos más dichosos (y también calientes, muy calientes) que se le pudieran presentar. Añoraba el día en que por fin pudiera confesarse ante Chris y con la misma intensidad temía el ser rechazado, volviendo así a la realidad y al silencio.

— ¿Te quedarás como su…? —preguntó Chris

—Como… su ayudante fijo —dijo Juan intentando sacar fuerzas para no abalanzarse y comérselo a besos.

—Ah… —respondió un tanto decepcionado.

— ¿No te alegras?

—Sí, si… es una buena noticia…

Se miraron durante un momento pero los ojos de Chris parecían deseosos de huir.

—Eres malo para mentir —y alcanzó un banco—… ¿qué pasa esta vez?

—Nada nuevo… —Chris se sentó a su lado con tristeza— lo de siempre.

Juan lo miró con ternura. Sabía de lo que se trataba.

—Mira —y le tomó suavemente de la mano— sé que hoy no tenemos nada y ni siquiera hemos podido ir completamente a la escuela como las demás personas. Pero…

—Me vas a prometer que las cosas cambiarán, ¿verdad? —Chris no pudo evitar el desdén en su voz.

—Es… —contestó Juan con tristeza— es lo único que puedo prometerte. Sabes que no tenemos mucho dinero y el poco que ganamos se va en nuestra comida… lo siento mucho…

— ¡Y ahí estás de nuevo! —Se puso de pie irritado— ¡deja de decir esas tonterías! Siempre eres Juan El Correcto, siempre haciendo y diciendo lo que se debe, no digas que lo arreglarás porque no puedes hacerlo ¡Y no digas que lo sientes porque no es tu culpa!

— ¿Entonces la de quien? —preguntó afligido

—Pues… pues es culpa del mundo y de las personas… —Chris hizo una mueca de confusión, exaltado y sin querer ofender a su compañero quería buscar culpables dónde no los había.

Chris abrió de nuevo su boca pero se reprimió al instante. Se exasperó aún más y golpeó la delgada puerta, casi rompiéndola con su violencia. Se esforzó, inútil y penosamente, en aguantar las lágrimas que batallaban por salir de sus ojos.

Juan lo miró todo, apagado y triste, su ánimo se esfumó con la misma velocidad que el golpe de Chris en la puerta. Cosas como esa solo lograban acrecentar su creencia vana de esforzare más por conseguir dinero honrado para ambos.

También quería llorar, por supuesto que quería llorar, mas su temple le indicó que no tenía tiempo para aquello. Se levantó con arrojo y con la misma actitud tomó sus cosas. Le dio una pequeña palmada al hombro tenso de Chris y diciéndole con voz dulce y calmada «todo estará bien» se alejó de su morada.

La ley de la reciprocidad no aplica a sentimientos nobles…

El día era tan claro… tan claro que no encajaba de ninguna manera entre los demás que le habían sucedido y en los que vendrían, pues todos esos eran grises. El sol besaba calurosamente las hojas de los eucaliptos y la brisa refrescaba las frentes de todo el mundo que ajetreado caminaba de aquí para allá en un día lleno de vida como aquel.

Mas la noche llegó tan gélida como siempre. Los alegres rayos de sol fueron remplazados con las artificiales y ocres luces. Las sonrisas se cambiaron por rostros cansados y abatidos de cientos de personas que regresaban a sus hogares después de un largo día de trabajo.

Y entre ellos iba Juan, sus pantalones estaban manchados de polvo y aserrín. Sus manos estaban rasgadas y en más de un dedo conservaba una ampolla. Tenía pequeñas manchas de sangre en los nudillos y lo que llevaba en su palmas desencajaba con todo lo anterior: Una caja envuelta en papel brillante hacía que el rostro de su portador no se apagara ni con el más oscuro de los crepúsculos.

Y allí estaba él, casi marchando, dichoso en la miseria, solo un alma como aquella podría hacerlo. Solo alguien como él podía sonreír con las pequeñas cosas de la vida: con el baile de las hojas al viento, con el vuelo de las mariposas, y en ese caso, con su caja de chocolates…

Sí, su rostro era diferente al de los demás, y la razón principal era porque por fin le revelaría sus sentimientos a Chris. Trabajó incesantemente ese día pensando en eso y mientras pasaban las horas no le importó en lo más mínimo sus llagas o cortaduras. Sus manos eran un total desastre, pero su rostro no podía estar más lleno de alegría.

Consiguió el tan anhelado puesto en la carpintería y ahora por fin podría ganar un jornal. Las propinas se habían acabado para él. Su corazón rebosaba de felicidad al saber la decisión que Don Carlos hizo al final del día. Tanto así que el enorme precio que pagó por aquellos chocolates le pareció minúsculo comparado con la alegría que le causaría a Chris probar de nuevo aquel sabor que tanto le gustaba.

Y caminó erguido, lacerado, orgulloso, cansado y feliz por creerse el hombre más afortunado del mundo. En el camino iba ensayando ya la manera correcta con la cual le declararía a Chris su profundo amor.

Pero su preocupación nació al ver a este afuera de su casa, en el portal.

— ¿Qué haces aquí? —Preguntó sin saludar, disimulando un poco su inquietud— ¿aún no acabas de reciclar los periódicos de la Sra Martinez?

—Ya los terminé hace rato…

— ¿Y entonces por qué no entras?

Quiso señalar la puerta, pero ya tenía una mano escondiendo a los chocolates y no quería que viese la otra lastimada y con algo de sangre.

Pero al estirar el cuello para indicarle que entre se dio cuenta de que Chris llevaba su bolsita de tela totalmente llena de lo que parecía ser ropa.

— ¿Y esto? —esperaba que le estuviese jugando una broma.

—Juan —empezó Chris— en serio te agradezco todo lo que has hecho por mí —cada palabra dolía como aguja envenenada— pero después de la conversación de esta mañana me he dado cuenta de que…—y apartó la mirada— de que siempre seré una carga para ti…

— ¡Pero cómo puedes decir eso! —Juan escandalizado intentaba empujarlo hacia su casa con una sonrisa forzada— Venga ya… que quiero contarte algo.

—No puedo —respondió con pesar— lo que pasa es que me están esperando…

— ¿Q… quienes? —Juan luchaba desesperadamente por no desmoronarse y gritarle allí mismo toda la verdad.

—Los padres… de Miguel.

— ¿Miguel?

—Sí, han acordado llevarme con ellos, dicen que hablarán con los maestros de Miguel para que me acepte en el colegio. Pensé que la idea te gustaría… apenas y me he enterado de todo esta misma tarde…

El panorama cambió completamente para Juan. En un segundo hubo de decidirlo todo. No podía dudar, así que con fuerza apretó la delicada caja y se la escondió detrás de la camisa. Sus manos se encerraron en un puño con tal de que Chris no viera lo maltratadas que estaban.

En un instante se abandonó a sí mismo y se lanzó hacia los brazos de Chris…

—Es la mejor noticia que me has dado —lo abrazó con todas las fuerzas que le quedaban mientras le decía la más negra de las blasfemias.

—Sí, lo sé —continuó el ignorante emocionado.

— ¡Tú!, en el colegio —clamó Juan al cielo, imaginándolo todo: los pupitres, el uniforme de Chris, lo guapo que hubiese encajado en él con su hermoso peinado, se imagino a sí mismo preparando un desayuno para él que jamás cocinaría y esperando a que regrese del colegio en una tarde que jamás llegaría.

Y la verdad era que desesperado intentaba que sus lágrimas no cayeran.

— ¿Entonces te ha gustado la idea?

— ¿Cómo no va a gustarme? —y su ojo izquierdo le traicionó, liberando una gota rebelde.

—»Pero si hasta lloro de la alegría —fingió mientras se rompía— nunca me hubiese imaginado que Miguel y sus padres fueran capaces de algo así…

—Ni yo tampoco… pero —al fin parecía entender un poco— ¿no te importa quedarte solo?

— ¡Qué va!, por mi no te preocupes… yo… yo me las arreglaré.

—» Ahora apúrate —las fuerzas empezaban a desaparecer, la máscara no duraría mucho tiempo— que deben estar esperándote, hace mucho frío… abrígate todo lo que puedas…

—Te extrañaré —y Juan estuvo a punto de explotar ante ese par de palabras dichas sin importancia.

—Yo te extrañaré más… enano.

—Te veré en vacaciones.

—Te veré algún día —la última sonrisa falsa se dibujó en el rostro de Juan mientras el amor se alejaba a paso firme entre la penumbra…

En el desorden de su despedida, Juan alcanzó a meter en la bolsita de su Chris un papelito que debía decir exactamente lo que la hija de Don Carlos le dijo que decía…

Y al final se quedó allí, inmóvil durante un par de minutos. Miró al cielo y sintió como el viento frío le lastimaba las mejillas, rompiéndose en pequeñas cuchillas que laceraban su piel. El cabello corto se mecía sin voluntad y las pupilas se perdieron en un lugar infinito del inmenso cielo.

Dio media vuelta y con lento paso cruzó el portal, todo estaba oscuro y silencioso. No quiso prender ni una sola vela. Se dirigió a la maltrecha y vieja cama donde dormía Chris y allí fue a sentarse. Dio un pequeño respingo al darse cuenta de que estaba aplastando una pequeña caja de papel brillante, fue allí donde su autocontrol explotó y rompió en llanto.

« ¿Qué son vacaciones? »

Recordaba entre quejido y congoja, rememorando aquella voz infantil que lo selló varios años atrás.

Abrió con delicadeza la cajita y tomó uno de los chocolates; lo miró detenidamente.

«Es cuando la gente se va muy muy lejos»

Con el mismo cuidado se metió el dulce a la boca, saboreando lentamente el sabor del chocolate mezclado con sus propias lágrimas.

Tomó uno más, y éste tenía la forma de un corazón. Juan, habiéndolo mirado largo rato lo acarició con cuidado, como si aquel corazón le perteneciera.

« Sabes que no tenemos mucho dinero »

Siguió culpándose, el dolor le desgarraba. Si tan sólo hubiese podido conseguir más dinero Chris seguramente se habría quedado. Pero ya era muy tarde, ahora él estaba muy lejos, con un hogar de verdad. Gente que realmente le dará lo que necesita. Chris merecía estar en una casa confortable y no en una casucha vieja y maloliente.

Juan lloró amargamente su desdicha, de sus ojos vertían tantas lágrimas que bajando por su rostro y cayendo sobre las sucias sábanas se perdían en el infinito. Quería creer que era lo mejor para Chris, alguien por fin le daría lo que él no. Su felicidad debía ser conseguía a costa de la de Juan, eso era un verdad innegable para él.

Se recostó en la cama y abrazó la almohada hecha de trapos. Descansó su cabeza en ella y un último recuerdo saltó en la crueldad fría de la noche.

« Lo siento… »

Lo que vendría después sería solamente muerte y desolación…

Dos cuerpos habitaron aquella casa hecha de madera vieja y fierros oxidados. Dos habían sido los que durante tantos años durmieron en medio de aquellas paredes mohosas. Dos fueron los que vivieron juntos… pero solo uno apareció a la mañana siguiente.

No estaba vivo, el cuerpo inerte abrazaba un montón de trapos con una mano, y, con la otra, una cajita cuidadosamente abierta.

Un cuerpo sin vida fue lo que el alba encontró, y no era precisamente el frío el que lo mató…

Alfa, de entre las radiaciones la menor. Su debilidad es grande y muchas son las cosas que la detienen.

Alfa, el amor que da vida y rescata de la muerte. El amor más puro, el amor que se esfuerza. El que nunca se da a conocer y a pesar de su aparente debilidad se sacrifica buscando ciegamente el bienestar ajeno, ignorante de su propia destrucción…

Alfa, de entre los tipos de amor, el menos destructor…

Epílogo:

Bueno, si que me he tomado mi tiempo, y solo quería ofreceros mis disculpas a todos aquellos que me seguían. En un próximo relato un par de personajes míos explicarán los motivo de mi ausencia. Y en cuanto a este relato libre de sexo, pues, no me queda más que pedirles otras disculpas por lo mismo, las siguientes entregas: Beta, Gamma y Omega tratarán más sobre sexo, así que de todas formas si creo que puede ir aquí, caso contrario sepan disculpar mi insensatez. Es todo cuanto puedo decirles por hoy, y pues nada, a todos MUCHAS GRCIAS POR LEERME ^^)/