Alex y Samuel (5)

... era una sensación digna del Paraíso, un Edén particular en el que era dios quien me tentaba con su cuerpo

Siento mmuchísimo el vacío de estos meses sin escribir, pero la universidad es difícil a veces y, para qué negarlo, andaba corto de inspiración. Necesitaba un soplo de aire fresco ( a parte de la inestimable ayuda de Samuel, que siempre tengo) Así que esto va a mi soplo de aire fresco personalizado: Rofacale, you rule ¡¡ Espero vuestros comentarios como siempre, gracias de antemano y ahora, a leer.

...-Es complicado… Verás Alex, Miguel dice que… está enamorado de ti.

Bastaron apenas unas palabras para sentir derrumbarse parte de mi interior. Todavía me sigue sorprendiendo la facilidad con que una frase puede cambiar a una persona, el poder que encierra, en ocasiones balsámico y en otras destructivo. Faltaría a la verdad si dijera que sentí alivio, que me reconfortó la idea de saber que alguien más era como yo, aparte de Samuel. En otras circunstancias, tal vez. Más bien ocurrió todo lo contrario. Debido a mi obsesión por darle vueltas a las cosas hasta encontrar (o no) solución, pronto me vi envuelto en un embrollo de ideas que no acababan de formarse, resistiéndose a darme una solución. Mentalmente hablando, me encontraba paralizado, no podía hallar un motivo por el cual Miguel, mi amigo, el chico más hetero que podía conocer, diría eso. Es que era IMPOSIBLE que fuera gay, así de claro. Y más aún que yo le gustara.

-Alex, ¿estás bien?- preguntó Marta.

Sentía su voz distante, no porque habláramos por teléfono, sino distorsionada por el constante zumbido que mi cerebro emitía al tratar de analizarlo todo, como si una cortina de agua nos separara, infranqueable. Apenas alcancé a murmurar un tímido “sí”, ahogado al intentar tragar saliva.

-No debería habértelo dicho, sabiendo cómo te vuelves de loco. Tendría que haberme callado la boca- Notaba suplicante su voz, con un implícito “perdóname” en sus frases.

Ya digo que siempre estoy dándole vueltas a todo, pero esa vez fui lo suficientemente listo como para saber que no era lo que tenía que hacer

-No, tranquila, era lo mejor- alcancé a responder todavía en susurros- Esto lo aclara todo, ¿verdad?

Ahora ya entendía el tono distante, las miradas acusadoras y los gritos de Miguel de ese día. Podía entenderlo pero no digerirlo, estaba por encima de mí.

-Sólo necesitaría saber una cosa: ¿por qué ha esperado hasta ahora para decirlo? ¿Por qué se ha callado todo este tiempo y no ha sido directo? ¿Acaso no somos amigos, no confiaba lo suficiente en mí?

No era demasiado tarde, aún podría acercarme hasta su casa y hablar con él, antes de volver con Samuel, aunque realmente lo único que deseaba en ese momento era perderme entre la calidez de su abrazo y el roce de su tersa piel, lo necesitaba para que actuara de analgésico, aliviando el dolor que lentamente empezaba a crecer, devorando mis entrañas. Me sentía atónito, engañado, compasivo y completamente perdido, todo a la vez.

-Voy a su casa ahora mismo, más vale que intente hablar con Miguel ahora o las cosas se pondrán peor.

-Si quieres te llevo hasta su casa, puedo pasar a por ti dentro de 10 minutos.

Negué con la cabeza, aunque sabía que no podía verme. Solo encontraba una manera de afrontar la situación.

-No, voy yo solo. No quiero que piense que te llevo como apoyo para evitar sus acusaciones y que me defiendas. Debo hacerlo solo.

-Está bien, como quieras. Pero en cuanto termines llámame, estaré allí para recogerte y para lo que necesites, ¿ok? No olvides eso.

Casi consiguió hacerme sonreír al decir esto último, ella SIEMPRE estaba ahí, era algo inherente en su naturaleza. Qué injusto era tener que soportar a un amigo como yo, enredado en problemas las 24 horas del día.

-Nunca lo olvido, es de las pocas cosas que siempre recuerdo, Marta. Gracias por todo. Luego te llamo.

Y sin darle tiempo a despedirse colgué el teléfono.

Tan solo con levantarme y abrir la puerta de la habitación llegué a la conclusión de que el camino que iba a recorrer no distaba mucho del de un reo antes de su ejecución, por una vez merecida.

•••

Una breve caminata, pero que a mí se me hizo eterna, un ticket de autobús y trece minutos me condujeron hasta las cercanías de la casa de Miguel. Notaba mi pecho sudoroso, subiendo y bajando irregularmente, con la vista perdida en el infinito. Nada más bajar del autobús me planté como un zombi en la calle empedrada de la urbanización de mi amigo, con la única compañía del gélido viento de otoño que progresivamente había vuelto a instalarse en los huesos de acero y cemento de Salamanca, cubriendo por completo cada recodo de la ciudad universitaria. Fue el frío soplo de una racha el que me despertó del ensimismamiento y me obligó a caminar, casi en contra de mi voluntad, hacia lo que sabía que no podría acabar bien.

Avancé a lo largo de la acera hasta el final de la travesía, donde se encontraba la casa. Tomé aliento una última vez y pulsé el timbre con determinación. A los pocos segundos se oyó a Miguel hablar:

-¿Quién es?- preguntó con cierta inflexión de la voz que denotaba su aburrimiento.

Contesté con miedo, temeroso de encontrarme con su negativa:

-Soy yo Miguel, Alex. ¿Puedo pasar?

Como única respuesta recibí el chasquido eléctrico de la verja abriéndose. Me sentía como la presa que entra en la caverna del lobo, plenamente consciente de su destino predefinido. Paso a paso, con cuidado incluso, terminé por alcanzar la cristalera corredera que daba al salón, donde Miguel esperaba de pie. No tuve valor de mirarle a los ojos, tan sólo pronuncié un tímido “hola” que probablemente no traspasó el cristal.

Me pareció que mi amigo vacilaba antes de extender su mano y abrir para dejarme pasar. No esperó a que entrara, simplemente deslizó el panel y, dándome la espalda, subió hacia la habitación. Mientras tanto, iba preparando argumentos, excusas y en definitiva cualquier cosa que le hiciera entender la situación. No iba a ser fácil, eso lo tenía muy claro desde el principio, pero no había otra manera de actuar. Quería que las cosas quedaran claras entre nosotros.

Después de ascender peldaño a peldaño y girar a la izquierda al final, me encontré en el pasillo que llevaba al cuarto de Miguel, donde esperaba sentado en la silla giratoria el escritorio, balanceándose de lado a lado y cabizbajo. Me senté frente a él, en la cama, y por primera vez me atreví a levantar la vista y hablarle a la cara.

Fue todo un golpe ver que tenía enrojecidos los ojos, esas chispas grises que siempre brillaban orgullosas y que en ese momento solo consiguieron producirme un escalofrío de lo apagadas que estaban. Miguel, que nunca mostraba indicios de enfado, cuanto menos de tristeza, había estado llorando

-Dime lo que sea que quieras y márchate, por favor- dijo en voz tan baja que apenas pude entenderle. No sonaba enérgica, como acostumbraba, ahora era poco más que un eco, vacío de toda emoción.

-No soy yo el que tiene que decirte nada, más bien es al revés. ¿Por qué te lo has callado todo este tiempo, desde cuándo sientes eso por mí?

No pretendía ser directo, quería llevar la conversación con calma y que Miguel se tomara su tiempo para ordenar ideas y responder coherentemente, pero me pudo la necesidad de entender el porqué, era algo que a duras penas podía comprender.

Se hizo el silencio a nuestro alrededor. No se oía nada, ni siquiera parecíamos respirar, únicamente el tic tac del reloj de pared me hacía ser consciente del avance del tiempo, lenta, implacable, inevitablemente. Pasados un par de minutos, tomó aire y habló:

-Siempre lo he tenido todo. Si quería un juguete, me lo compraban; si me gustaba una cazadora de 50.000 pesetas al día siguiente estaba colgada en la percha, con un billete en el bolsillo. Cuando se me antojaba ir a Disney, mi padre hacía un par de llamadas y al rato teníamos las maletas hechas para coger el avión e ir en primera. Pero no era feliz, porque sabía muy bien que había una única cosa que no podría comprar en mi vida: valor. Valor para decirle a todo el mundo cómo soy en realidad.

Hablaba atropelladamente, sin parar siquiera para inspirar, quizá temeroso de quedarse sin fuerzas para continuar y ser completamente sincero por una vez.

-Lo he tenido claro desde hace años, pero siempre he tenido que encerrarme a mí mismo bajo esta mierda de disfraz, pensando que así iba a ser fácil, convencido de que acabaría por volverme normal si me creía que realmente era un chulo, prepotente y heterosexual. He estado con muchísimas tías y en ningún momento he dejado de pensar que no iba a servir de nada. A pesar de ello, lo intentaba con una, después otra, luego otra más…  Pero ya me he cansado de vivir una mentira. Estoy harto de fingir ser otro.

Mientras terminaba de hablar, las lágrimas brotaban y se perdían entre su piel, dejando pequeños surcos húmedos como único rastro. Realmente me sentía mal por hacerle sufrir, era muy desagradable saber que por mi culpa se encontraba así.

-Ya sabes lo que soy, sé que Marta te lo ha contado todo porque anoche no estaba borracho cuando se lo dije. Necesitaba contárselo a alguien, dejar por un instante la máscara. A veces es pesada, no te imaginas cuánto. Y también sé que tú estás con otra persona y que yo no puedo hacer nada para cambiar eso, así que te agradecería que me dejaras otra vez solo. Lo único que me apetece ahora es eso.

Fue a levantarse para salir, pero me interpuse en su camino y le agarré para que no pudiera marcharse. No intentó librarse.

-Siento que tuvieras que enterarte de esa forma, de verdad, pero deberías habérmelo contado todo hace mucho tiempo, habría sido más sencillo.

-¿Sencillo?- replicó alzando la voz y poniéndose a la defensiva- ¿Desde cuándo ser gay es sencillo? Creo que no equivoco si digo que tú también lo has pasado mal, no me vengas con tonterías ahora ¿quieres? No intentes colarme que es fácil, porque si por un momento lo has pensado, te equivocabas.

-Claro que no es fácil, joder, pero no habrías acabado así. ¿Tan jodidamente difícil era plantarte delante de mí y ser sincero? Creía que me conocías lo suficientemente bien como para saber que no me importaría, más aún cuando yo también lo soy.

El tono furioso de su voz se hizo aún más patente.

-Podría decirte lo mismo-dijo, apuntándome con un dedo en el pecho- No veo motivos por los que yo sí tuviera que decirlo, y tu no.

-Muy fácil: tú necesitabas que alguien te comprendiera porque estabas solo, yo no. Marta lo sabía desde el principio. Sabes que no me habría alejado de ti, eres mi mejor amigo joder.

-Esa es la clave. Puedo ser tu mejor amigo, pero nunca podré pasar de ahí. Siempre estaré por debajo de lo que realmente quiero- Añadió en voz muy baja.

Debo reconocer que ahí me pilló desprevenido. No sabía que contestarle.

Poco a poco fue acercándose, limitando la distancia que nos separaba a menos de un paso. Levantó la mano derecha y me acarició el antebrazo, recorriendo con el índice la línea que dibujaba mi músculo. Volví a tener un escalofrío, solo que esta vez no se disolvió, siguió recorriéndome la espalda una y otra vez, provocando que me estremeciera por una sensación que no era en absoluto desagradable.

-No sabes las ganas que tenía de poder hacer esto, aunque solo sea una vez en mi vida, poder tocarte y no sentir rechazo… sienta bien- suspiró.

No sabía muy bien cómo reaccionar; tenía claro que no podía dejarle pasarse de la raya, pero sabía que se encontraba así por mí, y una caricia no significaba nada.

Miguel posó su otra mano sobre mi cuello, sintiendo el calor y deleitándose con el tacto. Cerró los ojos y avanzo un paso más, y de golpe, sin poder evitarlo, me besó.

Lo primero que sentí fueron, para qué negarlo, ganas de apartarle de un empujón y salir corriendo. Pero después noté algo más, un acelerón en el corazón que solo pensé que Samuel podría hacerme sentir. Es difícil de explicar, algo así como la sensación de ir al límite, de sentirte tan bien que no puedes hacer otra cosa que continuar enganchado. Una droga hecha carne, de la que puedes intentar huir pero que siempre vuelve a aparecer. O tal vez sea como el agua después de atravesar un desierto, o el aire después de sumergirte hasta acabar con el oxígeno de tus pulmones, o la luz del sol tras salir de una gruta profunda. Daña al principio, te atraganta, te marea o te ciega, pero un instante después no concibes existir sin ellos.

No quiero recordar ese momento, describirlo paso a paso, porque no me enorgullezco para nada. Tan solo diré que me besó profundamente, sin sobrepasarse, tal y como yo lo haría con Samuel, con infinito cariño. Me estrechó entre sus brazos, firmes y decididos, y allí reposé, devolviéndole el beso que me había robado.

Cuando terminó, un chispazo de alegría inundó sus ojos, de nuevo cristalinos, a la vez que una sonrisa  iba apareciendo en su boca de dientes blancos y perfectos. Era realmente guapo, pero tenía muy claro lo que sentía por Samuel. Me hacía sentir mal no poder corresponderle, pero no tenía nada más valioso para mí que mi dios de ojos verdes. Podría inundarse la Tierra entera, secarse los mares o apagarse la llama del Sol, sabía que mi existencia dependía tan solo de él.

Pronto sentí los remordimientos expandirse a lo largo de mi estómago, empujando y haciendo que fuera difícil respirar. No me sentía nada bien.

-Miguel, tengo que irme ya…

Casi no podía hablar, de nuevo me era imposible mirarle, y empecé a ponerme colorado, no sé si de rabia, vergüenza o ambas cosas.

Me separé completamente, todavía sin alzar la cabeza, me di la vuelta y corrí por el pasillo y las escaleras mientras sacaba el móvil del bolsillo. Empecé a llorar sin querer, más por impotencia que por otra cosa. Marqué el número y a los pocos segundos una voz contestó:

-¿Diga?

-Marta, pasa a por mí lo más rápido que puedas, por favor.

•••

-No sabes lo mal que lo he pasado, dios, si pudiera dar marcha atrás no habría pasado nada…

Estábamos en el coche de mi amiga, parados en un aparcamiento a las afueras de la ciudad, por donde no pasaba apenas gente. Llevaba diez minutos repitiendo lo mismo, tratando de convencerme de que eso no había pasado, pero no lo conseguía. El recuerdo de sus labios sobre los míos era persistente, y lo peor de todo, placentero. Sinceramente, me odiaba por no haber previsto que eso podía pasar.

-Mira Alex, yo no sé, pero según dices no has hecho nada por impedírselo. Puede que debas recapacitar sobre tus sentimientos…

Sin apenas darla tiempo para que continuara le repliqué:

-Yo quiero a Samuel. Le amo, cuando estoy con él siento cosas que no podría ni imaginar de otra forma. Esto solo ha sido un beso, nada más. Un beso no cambia nada la forma en que le amo.

-Depende de ti. Pero yo creo que si has sentido lo que me has dicho, esto no se queda en un beso sin más.

Sé que tenía razón. Siempre la tenía, eso era indiscutible. Yo no quería verlo porque me asustaban las consecuencias. ¿Si pensaba en ello y me daba cuenta de que no estaba seguro al 100% de lo nuestro, qué pasaría? Era la primera vez en mi vida que una persona me hacía sentir único en el mundo, especial, ¿por qué coño había sucedido “eso”?

-Ahora solo quiero ver a Samuel, es lo único que necesito, y contárselo todo. No voy a sentirme bien hasta que no me sincere.

Estaba muy nervioso, la reacción de Samuel marcaría el punto de inflexión en nuestra relación. Sólo llevábamos juntos un par de días, y ya le había puesto los cuernos. ¿Qué persona hacía eso cuando quería a su pareja? Vale que no hubiera empezado, pero quedarse quieto sin reaccionar era igual de grave. Y además me había gustado. Doblemente grave.

Marta arrancó el coche. El rugido del motor revolucionado fue nuestro único acompañante durante el trayecto hasta la casa de Samuel.

•••

Aparcó sobre la acera, sacó las llaves del contacto y abrió la puerta al frío externo. Yo me quedé dentro unos segundos más, recapacitando sobre la mejor manera de abordar el tema sin dar rodeos. Ante todo quería decirle la verdad, compensar lo que le había hecho, aunque todavía no lo supiera.

Me decidí a salir del coche y, tirando del manillar, abrí la puerta del copiloto. Cerré y subí a la acera, donde Marta me esperaba envuelta en una bufanda roja de lana.

-Voy a dar una vuelta por las tiendas a mirar algún abrigo, creo que este invierno va a ser duro. Ya sabes, toque si me necesitas y en nada estoy aquí. Suerte Alex. Sé que Samuel te quiere, solo con mirarle es suficiente.

Me abrazó y sin decir nada más, se alejó rodeando la esquina cubierta de hiedra.

Ahora estaba solo ante Samuel. De él dependían muchas cosas en ese momento. Puedo ser vergonzoso y olvidadizo, pero estaba seguro de no querer recordar ese momento, cuando echara la vista atrás, y darme cuenta de que había sido un cobarde. Eso me diferenciaba de Miguel, puesto que estaba totalmente decidido a enfrentarme a las repercusiones de mi error, para bien o para mal.

Abrí la puerta que daba al jardín sin necesidad de llamar al portero. Samuel me había comentado que escondían una llave en el hueco de un ladrillo, al lado de la misma, de forma que si introducías la mano entre la verja y tanteabas en la pared, la encontrabas. Dijo que lo hacían por si perdían las llaves y no había nadie en casa al volver. A mí me parecía un tanto peligroso, si bien me aseguró que siempre lo habían hecho así y nunca les había sucedido nada que lamentar.

Era la primera vez que entraba en su casa, pese a todo. Me sorprendió ver la extensión del jardín, nada envidiable al de Miguel, con un estanque lleno de peces multicolor en un rincón, muchas especies exóticas de plantas y grandes palmeras diseminadas por el terreno. Un camino de grava blanca ascendía en pequeña cuesta hasta la entrada principal, una enrome puerta de roble tallada, al parecer, de un solo bloque. Un auténtico tesoro sin duda.

Esta vez sí toqué el telefonillo, que vibró sonoramente hasta que se oyó un “clic” y la puerta se abrió automáticamente. Samuel esperaba tras ella, deslumbrándome con su sonrisa y la calidez de sus ojos color botella. Una sonrisa mecánica apareció en mi rostro como respuesta, aunque no la sentía realmente, pero estar delante de semejante portento hacía que hasta en los peores momentos se me olvidara todo para centrarme solo en lo mejor. Me lancé a sus brazos sin poderlo remediar, temeroso de no poder sostenerme mientras le contaba la verdad, el tremendo error al que me había visto arrastrado y, lo más importante, del que no intenté librarme.

-Oh dios, Alex, no sabes cómo te he echado de menos- me susurró al oído- Han sido apenas unas horas y ya veía que me faltabas entre mis brazos, me he vuelto loco pensando qué hacer: si iba a buscarte a lo mejor pensabas que estaba emparanoiado contigo, si te llamaba a lo mejor pensabas que era un pesado… pero nunca lo he pasado peor, en serio, no podía sentarme ni un minuto entero, necesitaba hacer algo porque si no reventaba, así que he limpiado un poco la casa y he hecho la comida.

“Joder, y encima me prepara la comida, no sé cómo voy a poder decírselo” pensé, con el miedo atenazando cada vez más fuerte en mi garganta. Con el nudo que se me había formado dudaba poder articular alguna palabra.

-Vaya, todo un detalle, gracias- contesté. El nudo en mi garganta apretaba pero aun así podía hablar más o menos bien. Fui al grano sin pensármelo dos veces- Tengo que contarte algo importante, necesito que me escuches y, por favor, no me interrumpas.

La expresión de Samu quedó congelada en su rostro. Desapareció su sonrisa y noté que la rigidez se extendía por su columna. Intentó arreglarlo milésimas de segundo después, pero yo había notado el gesto. Dejó de abrazarme y me agarró por la cintura, atrayéndome hacia sí, y despacio me condujo hacia el salón, una amplia habitación en la que apenas me fijé por culpa de los nervios.

Nos sentamos, él todavía me agarraba fuerte, pero no dijo nada. Aproveché la ocasión y hable primero:

-Esta mañana Marta me ha llamado al móvil, después de que te fueras. Y me ha contado que anoche Miguel le contó una cosa acerca de mí, de lo borracho que estaba…

Ahí tuve que parar para aspirar aire y poder continuar, pero me bloqueé por completo. No sabía cómo decírselo, así de simple. Si alguna vez (y seguro que sí) habéis hecho algo malo y se lo queréis contar a vuestros padres, pero justo cuando estáis frente a ellos notáis una sensación de agobio que oprime y no deja expresarse, entenderéis cómo me encontraba, solo que esto era diez veces peor. Casi tenía ganas de vomitar.

-No pasa nada, creo que sé lo que te ha dicho Marta. Miguel siente algo por ti, ¿verdad?  Vimos la forma en que te miraba en el desayuno, y cómo se portó contigo. A mí me fulminaba con la mirada cada vez que pasaba delante de él.

No pasó desapercibido el tomo jocoso con que lo comentaba, pensando que estaba preocupado por una tontería. Pero no era así, todavía no había terminado.

-Es que la cosa no quedó en eso. Fui para hablar con él a su casa, y allí se me lanzó, Samuel. Pero es que no es lo peor, lo peor de todo es que me dejé porque me sentí bien, joder.

Empecé a derramar lágrimas como un niño; sentí la imperiosa necesidad de abrazarle y no dejarle marchar. No me importaba que me rechazara, no iba a soltarle por nada en el mundo. Me acurruqué contra su pectoral, cubierto por una camisa azul celeste, y allí me sentí bien por primera vez desde esa increíble mañana en la que lo habíamos hecho de una forma que todavía hoy considero inhumana. Sólo importaba su olor, el calor que desprendía y que me reconfortaba el frío interno que emanaba desde mi corazón, los suaves balanceos que, como una madre acunando a su bebé, realizaba Samuel. Apoyaba su barbilla sobre mi cabeza, mientras me acariciaba dulcemente una mejilla cubierta por lágrimas saladas y agrias.

-Tranquilo, no te sientas mal, ¿me oyes? No ha sido culpa tuya, mi amor. Escúchame bien. TE QUIERO, no me hartaré de decírtelo en la vida, lo eres todo para mí. No podría enfadarme contigo después de lo mal que lo has debido pasar, Alex. TE AMO.

Con un último gemido ahogado, levanté la cabeza y busqué la ternura de sus labios. Era la única manera que se me ocurría de hacerle entender que quería olvidar ese momento para siempre. Le besé la mandíbula, el cuello, los ojos… quería tenerle así toda la vida, tan solo entregado al placer de mis besos.  Llevé mi mano derecha hasta su cabello, espeso y liso, y agarrándole del cuello le atraje con furia hacia mí para sentirle aún más próximo, para hacer sentir que éramos uno solo. Gemí un poco, me gustaba el sabor de su boca y su lengua, que en ese momento se enredaba con la mía en un complejo juego. Como única respuesta recibí un pequeño rugido. El momento era único: la colonia de Samuel penetraba por mi nariz en suaves espirales que a mí me recordaban a canela, regaliz y golosinas, lo que me ponía a tope. La mano que tenía sobe su espalda  empezó a bajar lentamente, casi por voluntad propia, hasta llegar al extremo de la camisa, entonces la introduje entre el pantalón y los calzoncillos, rozando el pedazo de culo que se gastaba mi amor, terso y prieto por los partidos de fútbol que habitualmente jugaba con algunos amigos. Pensé que algún día debía ir a verle, solo de imaginármelo corriendo detrás de la pelota y sudando se me  levantaba.

Cambié mi postura para sentarme sobre sus piernas, sintiendo a través de mi pecho cada respiración de Samuel. Debajo de mis piernas, sentía que su polla comenzaba a crecer y hacerse dura. Dios, era una sensación digna del Paraíso, un Edén particular en el que era dios quien me tentaba con su cuerpo, pero necesitaba desahogarme todavía más.

Con un rápido y agresivo movimiento Le arranqué literalmente la camisa y la tiré a un lado, para después ser yo el que se desnudara el torso. Ahora podía apreciar los duros y erectos pezones morenos de Samuel, llamándome para que les prestara atención, así que no les hice esperar.

Qué delicia, notar aquel pedazo de Samuel en la boca y saborearlo es una de las mejores sensaciones que he experimentado en mi vida, darles pequeños mordisquitos que le hacían subirse por las paredes.

-Joder así, Alex, que bien lo haces tío, sigue así… Ahh que bien, sí…

Por aquel entonces yo estaba completamente empalmado, y sabía que él también, así que fui bajando por su cuerpo y besándole en cada centímetro de piel que encontraba, mientras le masajeaba con fuerza los pectorales y le pellizcaba los pezones. Llegué al borde del pantalón, se los bajé por completo y por fin pude vislumbrar mi tesoro, envuelto en unos bóxer verdes que igualmente bajé sin vacilar.

Tan pronto como estuvo libre, Samuel gimió bien alto y me dijo que se la comiera ya, que quería correrse en mi boca después de follármela, a lo que no me iba a negar.

Dejé que me tomara la cabeza entre sus grandes manos y que la acercara lentamente hasta el rojizo glande, húmedo ya. Le di un pequeño mordisco que le estremeció de placer y de un golpe me la metió entera. Saboreé a conciencia el tronco duro y marcado por venas con la lengua, era increíblemente delicioso, hasta el extremo de que podría vivir perfectamente valiéndome de su trozo de carne.

Progresivamente comenzó con el mete saca, al que acompañaba con ligeros golpes de cadera que me volvían loco. Al rato ya la tenía completamente dentro, con el poco vello púbico de Samuel habiéndome cosquillas en la nariz. Era la hostia estar con él compartiendo ese momento único, que solo permanecería en nuestra mente, desconocido para el resto de los mortales. Cómo le amaba, cómo deseaba que pudiéramos estar juntos toda la vida, haciendo el amor tantas veces como quisiéramos sin importar nada más que su presencia y su cariño.

Pasaron minutos antes de que notara un incremento de la velocidad en la follada de Samuel y de sus gemidos, convertidos ya en sonoros rugidos de placer.

-Ffff no voy a aguantar mucho más, vete preparando, te lo vas a tragar todo- exclamó con los ojos cerrados y mordiéndose el labio. Qué bueno estaba.

-¡¡Ya viene Alex, me corro!!- vociferó Samuel arqueando la espalda y contrayéndose. En mi boca notaba su tronco palpitar, y un instante después una gran cantidad de semen roció mi garganta, caliente y espeso, de un sabor inimaginable. Para entonces ya podía considerarme un adicto a ese manjar tan valioso. Me lo tragué todo sin esfuerzo.

Suspirando, me alcé para besarle y que saboreara su propio semen. Eso era lo que más me gustaba, más incluso que el sexo en sí, comerle la boca con locura.

Le abracé y empecé a besarle el pelo, la frente, los párpados y las mejillas; mientras, le susurraba cosas como “joder, que cañón estás hecho” o “eres un campeón, Samuel”.

-Lo sé, no hace falta que me lo digas jajaja- bromeó con su chispeante y cristalina sonrisa que inundaba todo lo cercano a él- vamos arriba, a mi habitación, y dormimos un rato que después de la fiesta y lo de ahora tengo sueño.

Con esa carita, cómo decirle que no a cualquier cosa que me pidiera, por imposible que fuera.

Si hay algo que he comprendido desde que estoy con él es que soy esclavo de sus ojos desde el primer segundo, sin excepción.