Alex y Samuel (1)

Alex, estudiante de medicina en Salamanca, conoce a Samuel, un recién llegado a la ciudad, con el que compartirá amistad y puede que incluso amor.

Cruzamos las miradas por primera vez hace dos años. Por aquel entonces, yo era todavía estudiante de medicina en Salamanca, y a mis 20 nunca había tenido mayor contacto físico con hombres que aquel común entre amigos, con todo lo que ello conlleva (algunas pajas en grupo habían caído, pero he de reconocer que más allá no había experimentado nada). Era gay, lo sabía desde hacía unos 5 años con seguridad, pero mi físico – nada en mí podría hacer pensar que lo soy, pues no tengo pluma para nada- y la indecisión a salir con un chico – me habían gustado algunos, pero no me había lanzado a tener una relación abierta por miedo a que no fuera bien- habían ayudado a ocultarlo. Fue un día de octubre, frío como solo en esta ciudad  puede hacer;  hospedados por la sombra de la catedral, al acecho de oscuras nubes que presagiaban tormenta, empezó nuestra historia.

Yo iba caminando apresuradamente, acababa de terminar las clases (de 9 a 12 de la mañana, todo un lujo para alguien tan fiestero como yo, la verdad) y solo pensaba en el mejor camino a tomar para escapar del chaparrón que muy seguramente me iba a caer encima. El viento soplaba fuertemente, y mi bufanda ondeaba furiosamente de lado a lado, intentando en vano escapar de mi cuello, cuando  encontré un par de ojos verdes, semejantes al vidrio de las botellas, mirándome a unos cuantos metros de distancia. Su dueño, un chico moreno y alto, parecía ajeno a las inclemencias del tiempo, a juzgar por la pasividad con que ocupaba su asiento y se concentraba en mí. Siendo tan vergonzoso como soy, lo primero que sentí fue incomodidad, e intenté apartar la mirada. Pese a ello, una especie de fuerza electrostática me lo impedía, obligándome a centrar por completo mis sentidos en sus cabellos  moviéndose al compás del vendaval, su cuello claro y fuerte y esos labios que desde mi posición podía calificar de tersos, suaves y templados, lujuriosos y a la vez comedidos, que dejaban escapar el brillo de unos perfectos dientes blancos a través de la sonrisa que formaban. En ese momento, cuando el calor de su sonrisa me alcanzó, no pude hacer menos que devolvérsela inconscientemente. Y ahí me quedé como un imbécil, estático y sin sentir las primeras gotas de agua caer sobre el abrigo, empapar mis gafas y mojar mi cabello. En mi interior, me debatía intentando dar sentido a cada elemento que configuraba esa escena: ¿Quién era él, qué quería, por qué me miraba así? Al parecer, algo en mí debió llamarle la atención, puesto que con un rápido movimiento se levantó y caminó hacia donde me encontraba, a paso lento, pero decidido. Y entonces, pese al terrible frío que nos invadía, comencé a sudar, a sentir palpitar mi corazón como pocas veces lo había notado. Ya estaba a unos cinco metros de mí, parecía querer hacer palidecer a los dioses con esos movimientos tan  dignos de una entidad superior, y yo, estúpidamente, seguía quieto y centrado por completo en él. Tres metros… solo dos… ahora ya era únicamente un metro el que nos separaba, y pude oírlo respirar… Finalmente, llegó hasta mí.

-Hola, soy Samuel, encantado de conocerte- dijo como si hubiéramos quedado previamente allí, con un tono amable y desenvuelto. Alargó la mano para saludarme y yo, seriamente trastornado por culpa de ese chico, se la apreté. Dios, había escuchado si voz... y ¡qué voz! Si alguna vez tuviera la suerte de oír a un ángel hablar, dudo que produjera la misma sensación que  la vibración de esas cuerdas tensas, trabajando en común para lograr aquel sonido digno de un ser celestial. En ese momento no dudé que su voz podría oírse a metros de distancia, a través de un muro o por encima de un cataclismo. Podría incluso - ¿quién se atrevería a negarlo?- acariciar, alimentar o destruir, si se lo propusiera. De hecho, a pesar de la tormenta que descargaba sobre nosotros, podía oírle perfectamente, sin distorsiones. Por supuesto, por aquel entonces ya estaba completamente chorreando y él, al notarlo, señaló un lugar debajo del pórtico de la iglesia, donde el techado permitiría que habláramos tranquilamente. Rápidamente nos desplazamos hacia allí, amparados por el aguacero que nos brindaba el cielo y la roca de la vieja construcción.

-Ho… hol… - hice una pausa para tomar aire, no quería parecer más tonto de lo que ya había aparentado, y comencé de nuevo – Hola, soy Alex. Encantado de conocerte igualmente- De todas formas, todavía quedaba la pregunta más importante en esos momentos, así que, sin darle tiempo a que me contestara y me aturdiera de nuevo, lo solté – No quiero parecer maleducado, pero… ¿Cómo es que me conoces? No te había visto nunca, y por cómo me mirabas antes, parecía que tú a mí sí. ¿Tenemos amigos en común, alguien te ha dicho mi nombre o algo?

Ya lo había dicho. Sinceramente, mi cabeza no daba para más en ese momento, y la verdad, podía estar muy bueno (que lo estaba), pero igualmente era intrigante – a la par que sexy- la forma en que me estaba observando. Además, si todo se hubiera quedado en una simple mirada, perfecto, pero por la forma de actuar, yo estaba convencido de que sabía que iba a pasar por allí exactamente a esa hora, y sabía quién era yo, seguro. Mis sospechas no tardaron en confirmarse:

  • No exactamente. Verás – añadió- acabo de trasladarme a la ciudad, y también estoy estudiando medicina. Me he mudado aquí hace unos días y no tenía plaza en ninguna facultad, así que me entrevisté con el rector, y al ver mi expediente la verdad es que no puso ningún inconveniente en admitirme. Quedaban algunas plazas destinadas a becarios, con algo de papeleo dijo que se podría arreglar, y –concluyó con una sonrisa y un encogiéndose de hombros-  me aseguró que la junta no pondría problemas.

“Vale, pero todavía no me has explicado cómo es que me conoces”, pensé para mí mismo. Iba a preguntárselo cuando Samuel siguió hablando:

  • En cuanto al hecho de que supiera quien eres, la verdad es que Don Agustín – ese era el nombre del rector- me recomendó que hablara contigo, al ser tú, según comentó, uno de los mejores alumnos y eso… Perdona si te he asustado cuando te miraba- siguió diciendo mientras reía- pero intentaba comprobar si eras tú realmente. La verdad, me he quedado un poco en shock, no esperaba alguien tan guapete como tú, sino al típico empollón regordete – Soltó de repente, dándome un codazo en las costillas que me dejó por un momento sin respiración.

-Vaya, gracias por el cumplido, pero tampoco tú estás mal- No llevábamos ni dos minutos conversando, y ya soltaba esas bromitas típicas de colegas de toda la vida. ¿Qué me había hecho este tío? No soy el muermazo de clase, pero no es para nada mi estilo salir con esas nada más conocer a alguien.

-Bueno, si no estás ocupado, he pensado que podríamos ir ahora a tomar algo, y así me cuentas como va todo por aquí: los horarios, los mejores sitios para comer, las chicas…No te importa, ¿verdad?- dijo casi suplicando. La verdad, el chaval sabía qué hacer para convencer a alguien, o quizás yo me dejé llevar, animado por unas expectativas demasiado utópicas, y ayudado por su voz y la profundidad de sus ojos.

  • Vale, no hay problema, con tres clases al día ¿quién tiene inconvenientes para quedar? Así, como ya has dicho, te pongo al corriente de todo y nos conocemos mejor. Me has caído bien Samuel. Tómatelo como un cumplido porque no se lo suelo decir mucho a la gente- añadí de coña- Seguro que nos llevaremos de puta madre aquí…

Aquí está mi primer relato, el primero de la serie que se centrará en cómo nos conocimos Samuel y yo. Espero que les haya gustado, dentro de unos días continuaré publicando. Aceptaré vuestros comentarios encantado, deseando conseguir una historia que les parezca buena y habrá más morbo, eso lo puedo prometer. Un saludo a todos,

Alex.