Alex: Los descubrimientos

Dicen que la canela da ganas de follar. ¿Eso es verdad?(con sonido)

Alex: Los descubrimientos

(con sonido)

1 – Un ser sincero

Después de estar todos un buen rato secándonos y tomando calor del sol como lagartos, me preguntó Daniel sobre lo que pensaba hacer para descubrir aquella extraña trama. Los dos sabíamos que en Alex había algo especial, no sólo porque su comportamiento, a veces, fuese bastante raro, sino por insistir en que estaba muerto, porque nunca le habíamos visto comer, por sus desapariciones sin aviso. Me chocaba mucho que siempre llevase sus pantaloncitos grises cortos y su camisa blanca; siempre lo mismo… o aparecía desnudo. Sus zapatillas de deporte eran de las antiguas, pero se conservaban muy bien. Yo quería saber más de Alex e intentar que él mismo me ayudase a encontrar la solución de algo que parecía imposible de revelar.

Hablé un poco con Alex sobre el lugar y me dijo que estaba muy equivocado. Yo había estado algunos días en la aldea, pero él se negaba a bajar allí. Sin embargo me hizo una pregunta que me dejó intrigado: «¿Es que tú nunca has estado nada más que en el molino y en la aldea y ya quieres saberlo todo?». Evidentemente, en aquella zona había más lugares, más escondrijos que yo no conocía y él daba la sensación de ser un niño salvaje que conocía cada palmo de los alrededores como la palma de su mano.

¡Llévame a ver algunos de esos sitios, por favor! – le dije acariciándole el cuello -. Puede que encuentre el motivo de todas estas cosas que no entiendo.

Tal vez, si esto se lo hubiese pedido otra persona, hubiese dicho que no; pero yo era para él algo especial. Pedí permiso para ir a dar una vuelta sólo con Alex y hubo algunos chismorreos, pero nada fuera de lo esperable: «¡Je, ya se van a buscar un sitio donde follar ellos dos solitos sin que nadie los moleste».

Me tomó de la mano como hizo otras veces y comenzamos a caminar hacia arriba por la vereda:

¡Mira! – me dijo -, tú sólo conoces una parte del molino: la fachada. No sabes lo que hay detrás. Lo que ves por dentro es sólo una sala con chimenea, otra que se convirtió en dormitorio y la troje. El dormitorio era la sala de máquinas, con las piedras del molino. Detrás, está la noria de madera podrida y abandonada.

La troje – le dije – tenía diez compartimentos; uno era un cuarto de baño, sin baño. En los otros no vimos más que camas muy antiguas y muy estrechas. Ahora, cuando se sube, no encuentras más que esa buhardilla donde se guardaba el grano. No hay paredes, ni camas. Sólo la ventana pequeña.

Ven conmigo, Tony – me dijo -, vamos a mirar el molino desde un lado.

Fuimos hacia la parte de la derecha y, desde lejos, en la parte alta del molino se observaban claramente dos ventanas.

¿Cómo… qué es eso? – le dije – Por dentro sólo se ve una.

Claro, Tony – dijo seguro -, no os habéis dado cuenta de que el salón de abajo es el doble de grande que la troje que visteis dividida en habitaciones pequeñas. Yo creo que estaban hechas para los trabajadores. No lo sé.

Pero cuando subimos al venir a tocar, entrábamos en una parte de habitaciones – le dije confuso -. Ahora, cuando se sube, se entra y no hay habitaciones.

Deja que te explique – me dijo -. Cuando subes la escalera interior, no hay luz. Arriba hay un descansillo con dos puertas. Una está encalada y se confunde con la pared. La otra es de madera oscura. Esas dos puertas pueden cambiarse. Ahí te lías, Tony. La puerta de madera la han cambiado por la encalada. Tú crees que estás entrando en el mismo sitio, pero estás entrando en la otra mitad de la troje; en esa que no tiene habitaciones.

Si no me lo dices – exclamé – no me doy cuenta.

¡Claro! – prosiguió -, pero el molino es más grande. Debajo de la tierra hay tantas salas como encima. Pero hay que saber por dónde bajar.

No sé si vas a querer contestarme – le dije -, pero ¿cómo desapareces entrando en un dormitorio que sólo tiene una puerta?

¿Y tú por qué sabes que sólo tiene una? – me preguntó -; puede tener unas cuantas.

Me agaché a su lado y lo tomé por la cintura desnuda y fresca. Lo besé y lo miré fijamente sonriendo:

¿Por qué estás ahora siendo tan sincero conmigo?

Yo siempre soy sincero, Tony – dijo con naturalidad -, es que tú no me has preguntado nada de esto antes. ¡Ven! Te enseñaré la parte de atrás del molino.

Me tomó de la mano y me llevó por un sendero lateral. Arriba se veían las dos ventanas juntas de la única troje dividida en dos. Poco más adelante, había un rincón a la izquierda donde parecía que había estado el gallinero y, a la derecha, había un huerto sin cuidar. Andando algo más, llegamos a un canal por donde corría el agua a mucha velocidad.

No te acerques, Tony – me dijo -, es muy profundo y lleva mucha corriente. Cuando acaba, si te arrastrara la corriente, caerías hasta diez metros rodando sobre las piedras de una cascada.

Al otro lado del molino había una gran alberca, como un embalse de agua. Desde allí entraban las aguas al canal y desde dentro de él, subiendo más de cinco metros, salía la noria de madera podrida y atrancada para que no girase.

¡No puede pasarse al otro lado! – le dije – si se salta y caes al agua

¡Sí puede pasarse al otro lado! – me contestó seguro -, pero por aquí no. Sigamos viendo cosas.

2 – Bajo tierra

Volvimos a la puerta principal y entramos en la sala. Aún humeaba el fuego de la chimenea, pero la puerta abierta mantenía aquello aireado y cálido. Yo iba detrás de Alex con su toalla por encima, tirado de su suave mano y mirándole al andar. Sólo de verlo me ponía empalmado. Cruzamos hasta el dormitorio, pero dejó antes la toalla sobre una silla quedándose desnudo.

Entra conmigo en el dormitorio – me dijo -; te voy a enseñar cosas, pero no se las digas a los demás, por favor. No quiero que entren en ciertos sitios.

Te lo prometo, Alex – le dije acariciándolo -, siempre has sido muy bueno conmigo.

Al entrar en el dormitorio, que sólo tenía una pequeña ventana, muy alta y casi cerrada, no veía nada.

Espera, bonito – le dije casi asustado -, no veo nada.

Coge una de las linternas si quieres – me dijo -; yo ya estoy acostumbrado. Puedo andar por aquí sin luz ninguna.

Encendí la linterna y vi las tres camas. La grande, la del centro, ya estaba hecha. Seguro que la había arreglado el pequeño, porque no estaba muy bien terminada.

Se agachó junto a la cama que quedaba frente a la puerta y se puso de rodillas.

¡Ven, Tony! – me dijo al verme despistado -, agáchate aquí y alumbra.

Debajo de la cama había una trampilla; una puerta de madera en el suelo. Él no dijo nada. Metió su mano en un tirador y levantó la tapa, que se quedó pegada a la parte de debajo de la cama. Del interior salió un olor profundo e intenso a especias. Era el mismo olor del cuerpo de Alex, pero mucho más fuerte.

Baja conmigo – me dijo -, verás lo que hay.

Se echó en el suelo y arrastró su cuerpo dejando entrar las piernas allí y vi luego que bajaba unas escaleras. Hice lo mismo (aunque sabía que me iba a manchar la ropa de polvo) hasta que puse mis pies en unos escalones grandes. Volvió a tomarme de la mano y fuimos bajando.

¡Ufff! – exclamé -; huele un poco fuerte a canela.

Sí, sí – me contestó mirándome -; dicen que la canela da ganas de follar. ¿Eso es verdad?

Eso dicen, precioso – le contesté sonriendo –, y me parece que debe ser verdad porque me estoy poniendo

¿Quieres que follemos? – me dijo sin preámbulo alguno -, a mí me apetece.

¡Sí, claro! – le dije - ¿Cómo voy a decirte a eso que no? Pero me gustaría ver algo de lo que hay aquí antes ¿no crees?

Y comenzó a explicarme lo que se veía:

¡Mira, Tony! Esto es una sala grande para hacer dulces para la Navidad. Abren unas trampillas cerca del techo para que entre la luz. Si está nevado no se ve apenas. Aquí – tiró de mi mano -, debajo de la escalera, hay un hueco. Es mi dormitorio. Esta es mi cama.

Allí debajo había una cama tan estrecha como las de arriba. Todo estaba muy limpio y en la pared había una foto de su padre y otra mía; la de la orquesta. Me di cuenta de que su padre tenía bastante parecido conmigo y me quedé extasiado mirando aquel rincón donde dormía el chico solo desde hacía mucho tiempo. Tiró de mí y se echó en la cama y comenzó a quitarme la camiseta y a desabrochar mis pantalones. No podía apartar mis ojos de los suyos ni oír su voz con claridad, pero allí nos unimos, no a follar, sino a hacer el amor; a querernos. (Sonido:

http://www.lacatarsis.com/Alex.MP3

). Todo él me sabía a especias, a canela. Un dulce.

Seguimos ambos desnudos recorriendo aquella sala. El olor era intenso. Al fondo, me señaló otra puerta.

Esa puerta – me dijo – da a un pasillo que pasa por debajo del canal. No te asustes, suena un murmullo de agua.

Espera, espera, precioso – me asusté - ¿A dónde nos llevará ese pasillo?

Al otro lado – me dijo muy seguro -. Saldremos a la casa donde vive mi madre con mis hermanas. No nos verán.

¿Tu madre, doña Matilde, vive ahí detrás del molino? – no sabía qué estaba pasando - ¿Y qué haces tú aquí?

Volvimos a sentarnos en la cama y me abrazó:

Yo estoy muerto – me dijo -. Los muertos viven debajo de la tierra. Mi padre murió por salvarme, pero yo caí al suelo y no recuerdo nada más. Mi madre no me ve o no quiere verme. Me pone un plato de comida en una puerta, como el que yo le ponía a mi perrito. Si no me lo como a la hora que me lo pone, lo retira. Yo salgo de esta tumba al campo. Me baño en el río y tiendo en las plantas la única ropa que me queda.

Me quedé mirando a la oscuridad. Lo que estaba oyendo no era otra cosa que un asunto de malos tratos. Alex se había vuelto un niño salvaje que vivía en el campo ignorado por su familia, como un animal. Una joya encerrada en una tumba. Él creía que estaba muerto. Pensé que su madre lo odiaba por haber dejado morir a su esposo y salvarse él. Tiré de su precioso cuerpo hacia atrás y lo puse sobre mí. Me sonrió. Comenzamos a besarnos y acabamos haciéndonos felices de muchas formas. En la oscuridad casi total.

¡Estas vivo, mi vida; muy vivo! – le susurré -, aunque hay quien está empeñado en que estés muerto.

¿Sí? – me preguntó extrañado - ¿No me engañas?

Criatura, ¿tú crees que yo te engañaría?

¡No! ¡Estoy vivo!

3 – El banquete

Después de aquel primer paseo subterráneo, volvimos a la luz del sol y bajamos hasta el río. Todavía estaban allí los otros jugando. Cuando llegamos, fue Fernando el único que se levantó, vino a mí y me besó:

Te echaba de menos ¿sabes? – me dijo al oído -. ¡Hmmm! Hueles a dulce, como Alex.

Nos sentamos a su lado y la mano de Daniel vino por detrás de Fernando hasta mí y se metió en mi pantalón. Le miré y le sonreí. Ramón estaba a su lado bocabajo y nos miró y nos saludó con la mano.

¿Vais a quedaros aquí todo el día? – les dije -. No hay ni una nube y podemos dar un paseo o jugar a alguna cosa.

Con el olor tan rico que traéis estáis para un chupetón – exclamó Daniel -.

Y como no quería Alex que se supiera nada de todo aquello, explicó que habíamos estado en un almacén cercano donde se guardaban las especias, pero añadió algo que yo no imaginaba, pues propuso llevarnos al otro lado del río para ver los paisajes y nos prometió que hoy comería con nosotros.

¿En serio? – exclamó Daniel - ¿Te vas a sentar a la mesa con nosotros? ¡Pero, bueno! ¿Qué habrá hecho Tony para convencerte?

Nada – le respondió -, sino que he descubierto que estoy vivo.

¡Pues claro que estás vivo! – le dijo Ramón -, y además más caliente que yo. Follar contigo es un gustazo. ¡Venga, vamos a jugar!

Alex desapareció entre las plantas y volvió con su ropa en la mano para vestirse. Luego, subimos por la vereda y entramos en la casa para coger la pelota. Fernando cogió una magdalena y comenzó de desliarla. Alex le miraba atentamente. Cuando fue a comer el primer bocado, vio los ojos del pequeño y, tendiendo su mano, le dijo:

Dale un bocado, está muy rica y muy blandita. Más que una polla ¡Prueba!

Por primera vez, vimos todos cómo Alex tomaba la magdalena sensualmente y la metía entre sus labios mordiéndola con cuidado. Comenzó a masticar y a saborear el bocado hasta que se lo tragó. Se la entregó a Fernando, se acercó a él y le besó los labios: «Gracias; no sabía que estuviese tan rica».

¿Quieres una entera para ti? – le preguntó Fernando -, hay un paquete en la bolsa.

No, gracias – le dijo -, ese bocado estaba exquisito. Prefiero esperar y comer con vosotros.

Salimos todos a jugar a la puerta, pero observé que entre ellos dos se decían cosas al oído y volvieron a entrar en la casa. Salieron casi media hora después tomados por la cintura.

¿Sabes, Tony? – me dijo el pequeño -, necesitaba también chupársela a Fernando. Hemos follado ¿Te importa?

No, pequeño, no – lo abracé y lo besé con fuerzas -, estás empezando a ser un hombre muy vivo.

Próxima parte, Alex: La orgía final