Alex: La orgía final

(con música) - Había que volver a la ciudad. Siempre queremos las despedidas cortas, pero...

Alex: La orgía final

1 – El diálogo

Descansábamos después de un partido de fútbol un tanto atípico. Alex y yo nos habíamos sentado en aquella valla de piedras que se hallaba frente a la fachada del molino y se notaba en su cara un cierto brillo de felicidad. Sacó Daniel algunas ropas de Fernando y de Ramón, elegidas entre éstos, y se la regalaron al pequeño. Aunque algunas prendas le quedaban grandes, verle vestido con ropas de colores lo hacían aún más bello. Tenía a una preciosidad sentada a mi lado que irradiaba alegría dentro de su destierro y su silencio y, aunque quedaban por descubrir algunos detalles, pensé en dejar las cosas como estaban, porque habíamos conseguido lo más importante.

¿Sabes una cosa, Alex? – le dije -, la historia de esta aldea muerta, los misterios de este molino, el extraño comportamiento de tu madre y algunas otras cosas que me has desvelado, me parecen suficientes. Me doy por satisfecho por verte así: "vivo". Como has estado siempre. Quizá no sepamos nunca qué pasó cuando tu querido padre te salvó la vida entregando la suya. Me da la sensación de que caíste más despacio porque él tiró de ti hacia arriba o algo así. Me mosquea encontrarme un vallado con dos tumbas donde se distingue perfectamente la de tu padre por su tamaño y sólo encima de la cruz que hay sobre la pequeña, donde no estás enterrado, alguien ha puesto una pulsera con tu nombre. Quieren hacerte creer y hacernos creer que estás muerto. Lo que nunca vamos a entender es por qué yo sí te veía aquellos días y no te veían mis compañeros. Me ha costado mucho trabajo convencer a Daniel de que toda esta historia era cierta.

Ahora, Tony – me dijo Alex como un adulto -, tengo que confesarte que mi madre es una mujer muy cariñosa, pero sí es cierto que tal vez no pudo soportar que yo le arrebatase a su marido; pero mi padre y yo nos amábamos. Él pudo salvarme la vida dando la suya, no lo sé. Ahora no me importa seguir por estos campos. Las rocas, el río y las plantas son mis compañeros y tú me has traído lo que me faltaba. No podía imaginarme que amándote como a mi propio padre, encontrase a alguien como a Daniel, que me mima o a alguien como a Fernando, que me parece casi de mi edad y Ramón, que aunque es más serio, no permite que nada me haga daño. Me has traído lo que no podía haber soñado nunca. Ahora no me importa que me lleves contigo; sólo me gustaría que vinieseis alguna vez a verme. Aunque no follemos.

Vendremos, pequeño – le aseguré -, esto está lejos, pero todos quieren a su nuevo amigo Alex y me parece que les encanta tu piel suave, perfumada y sensual, tanto como a mí. No sé si eso de follar es algo importante para ti, pero no te va a faltar y ya has visto que aquí nadie se enfada porque uno quiera follar con otro, sea el que sea. Nadie le va a quitar a cada uno su puesto. Y tú, mi vida, eres lo que nos va a traer aquí muchas veces. Si fueses mayor de edad, sería hoy el último día en que tu madre supiera que sigues merodeando por estos campos y durmiendo en una tumba perfumada de canela y clavo.

¿Cuánto tengo que esperar para ser mayor? – preguntó -.

¡Ay, churrita! Ya eres mayor de mente, pero según la ley, tienes que esperar seis años.

¿Seis años? – exclamó - ¿Cómo voy a estar aquí abandonado seis años?

No vas a estar abandonado – le dije -. El trabajo de Daniel y el mío nos dejan algunos días libres todas las semanas y los estudios de Fernando y de Ramón les dejan muchos más días libres y todo el verano. Déjanos ponernos de acuerdo; ya veremos qué hacemos para que, aparte de tus compañeras las piedras, las plantas y el río tengas a tu lado a los que has conocido ahora. Mañana nos iremos por la mañana, pero vas a quedarte una linterna, ropa, toallas, jabón y comida; mucha comida. Cuando no te apetezca ser un esclavo de la hora de comer que te pone tu madre, le dejas plantado el plato. Se extrañará. Ahora quiero pedirte un favor que te hará mucho bien. Corre, salta, muévete hasta cansarte y luego te bañas y te secas bien. Tus carnes necesitan un poco más de movimiento para que estés fuerte. Deporte. Duerme arriba, en un lugar con algo de luz y bien ventilado. La sala de abajo huele muy bien, pero no es sana. ¿Lo harás por mí?

¡Claro! – me dijo feliz -, estaré todo el tiempo esperando a que volváis y haré lo que me has dicho.

Atranca la puerta del molino – le dije -; no dejes que nadie te vea y, si te ven por aquí afuera, escóndete donde tú ya sabes.

Tony – me dijo inseguro -, no me parece justo que los demás no conozcan mi sala secreta ¿Tú crees que debería enseñársela?

¡Mira! – le contesté -, vamos a hacer una cosa. Cuando llegue la hora del almuerzo te vas a sentar a comer con nosotros; como todo el mundo. Luego, si quieres, nos bajamos los sacos y las linternas al sótano y tú mismo les enseñas a tus nuevos amigos tu "tumba". Con ese olor a canela pondremos los sacos en el suelo y follaremos hasta que no podamos más ¿Qué te parece?

Voy a enseñarles mi dormitorio

2 – El dormitorio

¡Eh, chicos! – grité - ¡Venid aquí que Alex quiere deciros un secreto!

Se acercaron todos corriendo y se pusieron ante él expectantes. Cualquier cosa que les decía Alex les gustaba, pero no esperaban esta sorpresa. El pequeño les sonrió a todos, pero acarició la mejilla de Fernando, que estaba más cerca de él y empezó a hablar:

Todos me habéis ayudado mucho – dijo – y me habéis dado mucho. Pero yo no os he dado nada y quiero deciros un secreto. Venid conmigo por donde yo os diga y, cuando os enseñe mi secreto, comeremos y descansaremos.

¿Sabes qué pasa, Alex? – le dijo Ramón -. Yo le prometí a mi madre llamarla todos los días, pero aquí no hay cobertura. Tendré que volver a casa si no quiero que mi madre se asuste y para saber cómo está mi abuelo.

No tienes que volver a tu casa – le dijo – pasando el río hay un lugar donde se puede hablar por teléfono. Yo no tengo, pero sé que hay gente que ha ido allí y puede hablar. Aquí, cerca del molino, no se puede.

Me extrañó mucho lo que decía Alex ¿Qué había en aquel molino que impedía llamar si estaba incluso más alto que el otro lado del río?

¡Vamos allí primero! – le dijo -, habláis y volvemos a ver mi secreto.

Bajamos todos por la vereda agarrados de la mano o de la cintura. Nunca había sentido que cuatro partes tan distintas fueran una sola. Al llegar al río, subimos por la orilla hasta una parte más estrecha, como una pequeña cascada con una roca en medio. Pasando a esa roca, la otra orilla estaba muy cerca. Saltamos a una arboleda y comenzamos a andar un tramo no muy largo, pero cuando llegábamos al lugar, nos advirtió Alex de que todos deberíamos mantenernos detrás de él. Unos pasos más adelante, se acababan los árboles y la tierra. Había un gran precipicio que dejaba ver hasta muy lejos.

¡Ahora se puede llamar! – exclamó Ramón -: aquí hay cobertura. ¡Llamad!

Llamamos uno detrás de otro, porque era tal el silencio, que se iban a confundir unas voces con otras. Mientras tanto, vi al pequeño sentado en una roca mirar al horizonte y me acerqué a él por la espalda, pero al descubrir el desnivel que había bajo sus pies, di un paso atrás:

¡Alex, por Dios! – le dije aterrorizado - ¡Quítate de ahí!

Estoy acostumbrado – me dijo -. Paso aquí muchas horas mirando a lo lejos.

Pero terminadas las conversaciones pedí que nos alejásemos de aquél lugar, no por ser horrible, sino por ser demasiado bello.

Volvimos al molino y comprobó Ramón que el teléfono dejaba de funcionar.

Habrá una zona de sombra – dijo -; no me lo explico.

Todo tiene una explicación – le dijo Alex -, ya la encontraremos. Ahora coged las linternas y seguidme.

Entramos todos juntos en el dormitorio. A Daniel no le gustaba mucho aquello, pero me agarró por la cintura y entramos siguiendo al anfitrión. Se agachó junto a la cama y nos dijo que nos agachásemos todos y alumbrásemos allí. Abrió aquella portezuela en el suelo y volvió a echarse y a introducir sus piernas hasta desaparecer.

¡Vamos, tíos! – les dije -, yo ya he estado ahí y me parece un sitio increíble. No temed nada.

Uno a uno fuimos entrando. Pasé yo primero con una linterna para que los demás viesen algo. Bajamos las escaleras uno detrás de otro y, con la poca luz de las linternas fueron viendo aquella sala, como fábrica de dulces escondida, y fueron embriagándose por el aroma de las especias.

¿Qué es esto? – exclamó Daniel - ¡Parecía que aquí no había nada más!

El pequeño les mostró parte de la sala y los llevó luego a su dormitorio. No podían creer aquello.

Os invito a todos – dijo Alex -, a los que sé que me queréis, a bajar aquí después del almuerzo a echar una siesta. Pero me gustaría que fuese una fiesta más que una siesta. Mañana os vais y os echaré de menos.

¿Mañana? – exclamó Ramón - ¿Quién ha dicho eso?

Yo – le dije -; Alex necesita ir acostumbrándose poco a poco a nuestra compañía. Volveremos.

Yo me quedo – dijo Fernando -, no quiero dejar a Alex solo.

Eso no puede ser, bonito – le dije -, no vamos a buscarnos ahora líos. Dejemos que el pequeño se vaya acostumbrando a nuestra compañía. Le dejaremos todo lo que traemos para que se encuentre mejor, pero, si no os parece mal, aunque el viaje es largo, vendremos aquí a hacerle compañía.

¡Quiero quedarme con él! – insistió -; hasta el domingo quedan muchos días.

A ver – dijo Daniel -, yo veo dos posibilidades, aunque las dos me parecen peligrosas. Una podría ser que Fernando se quedase aquí y viniéramos a recogerle el sábado. La otra… quizá Alex quiera venirse a casa con nosotros, pero también habría que dejarlo aquí el sábado. No está documentado; es un riesgo.

Olvida eso Daniel – le miré fijamente a los ojos -, ni Fernando está preparado para quedarse aquí con Alex ni Alex puede venirse con nosotros. Nos iremos todos y volveremos a verle lo antes posible. Ahora, vamos a ir preparando el almuerzo.

3 – La comida y la fiesta

Preparamos Daniel y yo algún plato caliente y pusimos algunas cosas de coservas para tomar algo más.

Mi pequeño Alex se vino a mi lado y le ayudé a sentarse. Comenzamos a comer y él nos observaba primero para ver cómo lo hacíamos y luego lo hacía igual. Se llenó un poco de salsa, pero tomé una servilleta, le limpié la cara y lo besé en los labios. Sonrió.

Hablaba ya tanto como nosotros, discutía y bromeaba con Fernando.

¿Sabes, Tony? – me dijo al oído -, a todos os quiero mucho pero tú eres especial para mí y Fernando es como… es como mi hermano.

Me alegro de eso – le dije -, porque cuando follamos no te dejas a nadie atrás.

Se rió con la boca llena y volvió a mancharse. Así, tuvimos nuestro primer almuerzo con el que parecía que iba a ser nuestro amigo quizá para siempre.

Cuando vio que Daniel se levantaba para recoger la mesa, puso su mano sobre mi polla y la apretó: «¡Déjame a mí!».

Se levantó y se puso a ayudar a Daniel y nosotros seguimos charlando. Fernando quiso levantarse también a ayudar y le hice lo mismo; le cogí la polla y le dije que se quedase en su sitio. Daniel acabó la faena, porque el pequeño no llegaba a la mesa para limpiarla, pero cuando vio que todo había terminado, se fue a por los sacos de dormir y las linternas.

¡Espera, espera! - le dijo Ramón -, tú nos guías y nosotros bajamos las cosas.

Se acercó a los dos, tiró de sus cuellos y los besó.

Bajamos al sótano entre bromas. Todo aquel ambiente de misterio había cambiado. Pusimos las linternas sobre unas mesas y extendimos los sacos en el suelo. Poco tiempo faltó para que todos comenzaran a quitarse la ropa. Estaba claro que nadie tenía pensamientos de dormir. Y lo que empezó en luchas y bromas se fue suavizando hasta que fueron apareciendo las caricias. Narrar una relación entre cuatro es imposible, sólo puedo decir los sentimientos que me llegaban: olores, besos de todos, caricias por el cuerpo y apretones en la polla, pero volvió a irse haciendo una formación en círculo en el suelo. Casi siempre estábamos en el mismo orden. Es verdad que todos nos queríamos y nos deseábamos casi igual, pero me encontré con la churra de Alex en mi boca y vi cómo la mía era acariciada y chupada por Daniel; a éste se la estaba chupando Ramón con pasión y a éste se la chupaba Fernando con sus siempre delicados movimientos. La boca de Alex saboreaba la polla de Fernando. Todo un círculo perfecto que apenas se movía; sólo en le techo podía verse el balancear de todas las cabezas al mismo tiempo. Comenzaron a oírse los suspiros, luego los gemidos de placer y algunos cuerpos comenzaron a retorcerse y se oyeron los primeros gritos. Mi pequeño, por su edad, sólo descargó dentro de mi boca un almíbar con sabor a canela que no iba a poder olvidar jamás en mi vida.

Hubo una corta siesta, aunque yo creo que nadie llegó a dormirse. Alex estaba aferrado a mi cuerpo y Daniel lo tenía abrazado por detrás fundiéndonos en un solo abrazo. La espalda de Ramón estaba pegada a la de Daniel porque estaba abrazado a Fernando y no dejaron de besarse en todo aquel descanso. Y digo descanso, porque aquello duró muy poco. Volvieron las cosquillas, los juegos, las caricias y los besos hasta que terminamos follando como la última noche. Pero antes de esto, levantó Alex la voz y nos dijo a todos que nos pusiésemos en pie: Daniel, Tony, Ramón y Fernando. Todos como para pasar revista. Se puso de rodillas ante Daniel y comenzó a acariciarle los huevos y luego a lamérselos y a comérselos. Daniel soplaba aguantando el placer. Se desplazó de rodillas hasta mí y me hizo lo mismo. El placer era para torcerse sobre él. Todos pasamos por aquella exquisita piedra, pero al llegar a Fernando, por un motivo que aún desconozco, le besó y le lamió primero los pies y fue subiendo así por sus piernas hasta cogerlo por las nalgas y comerle los huevos con pasión, terminando metiéndose su polla (que no está nada mal) hasta el fondo de su garganta. Me parecía que iba a atravesarle el cuello.

Esto – dijo al final -, es como agradecimiento a todos por lo que habéis hecho por mí.

4 – La despedida

Salimos a la luz del día un rato. Alex estaba precioso con sus ropas de colores, todos le decíamos cosas y él sonreía con dulzura. Bajamos también al río a lavarnos un poco y, ya al anochecer, volvimos a poner los sacos junto a la chimenea. Fue otra noche de dormir un poco y follar otro poco con el que se acercaba. Despertamos cansados pero muy felices.

Hubo un desayuno (ya con Alex) y comenzaron a verse caras tristes y algunas lágrimas cuando metíamos las cosas en el coche. Antes de marcharnos, nos besamos todos y nos dijimos unas palabras, pero el centro de atención era el pequeño, que en vez de estar triste, seguía sonriendo.

Cuando arrancamos, se quedó Alex en la puerta sin moverse. La figura brillante del molino se recortaba entre los árboles y el cielo. Pero al poco tiempo, comenzó a correr detrás del coche gritando: «¡Fernando, Fernando!».

Tuve que para antes de empezar a bajar la calle y se bajó Fernando y se abrazaron dando vueltas y besándose.

La carretera se nos hizo aún más larga a la vuelta y no podíamos dejar de hablar de todo aquello sucedido.

Pero habían quedado cosas sin descubrir.

Música final: http://www.lacatarsis.com/Alex_final.MP3