Alex: La noche caliente

Teníamos que hacer algo para pasar el tiempo...

Alex: La noche caliente

1 – El cadalso

Nuestro pequeño amigo sabía cuándo aparecer y cuándo desaparecer, pero me di cuenta de que siempre aparecía y desaparecía por el dormitorio. No dije nada ¿Para qué? Pensé en esperar a que no estuviera, entrar allí y buscar alguna salida secreta. El dormitorio no tenía otra puerta.

Muy sonriente se sentó con todos nosotros y agachó la cabeza cuando le calló una lluvia de piropos y caricias. Entonces se sentaron enfrente Daniel y Ramón y yo tenía a mi derecha a Fernando y senté a mi pequeño a mi izquierda. Y me parece que Daniel dejó caer una frase poco afortunada:

¡Hola, guapísimo! ¿Se supone que ya has comido?

¡Estoy muerto! – le repitió Alex -; los muertos no comen ¿no?

Solo tuve que observar las miradas y me di cuenta de que era mejor no tocar aquel tema, pero se levantó Daniel y se vino hacia nosotros poniéndose a nuestras espaldas y cogiéndonos el culo a los dos:

Chiquitín – dijo -, no te molestes, pero a mí me parece que tú estás bastante vivo. Tienes un culito precioso y tu churrita es todavía un poco pequeña, pero ya crecerá con el tiempo. De todas formas, si estás muerto, te haces muy bien el vivo. ¡Joder, cómo te mueves follando!

Afortunadamente, Alex se echó a reír, se volvió y le comió la boca a Daniel:

¡Hmmmm! – exclamó éste -, ¡que beso de muerto más cálido! ¡Coño, que ya me has puesto empalmado!

Bueno – le dije a todos -, aquí no hay censura, pero mejor no pasarnos con las palabras malsonantes.

A veces – dijo Alex -, esas palabras me gustan. Me excitan.

Se volvió y le cogió la polla a Daniel: «¡Vaya, pues es verdad que se te ha empalmado!».

Oye – dijo Fernando intrigado -, ¿ya nos vamos a meter mano otra vez?

Ramón le sacó la lengua sensualmente y le dijo:

Parece que ha dejado de llover, pero no creo que sea hora de irse al campo. Estará todo encharcado, así que lo mejor que hacemos es buscar un buen sitio, poner los sacos de dormir y acostarnos. Si mañana está el día bueno me gustaría que nos levantásemos temprano.

¿Eso qué significa? – le preguntó Daniel sentándose otra vez a su lado - ¿Esta noche no se folla?

Pero Ramón le dio un besazo que nos quedamos todos mirando mudos:

Esta noche se follará lo que tengamos que follar.

Me da cosa de Alex – dijo Fernando -; debería haber un chico más de su edad y ya estaríamos todos emparejados.

No me gustan los niños – le respondió Alex -, soy un hombre.

Quise cambiar la conversación y le dije a Daniel que sacase un juego que era una bola que había que pasarla rodando por la mesa de uno a otro, pero era una bola muy curiosa que nunca iba derecha en su recorrido y solía acabar siempre en el suelo. Bajo la mesa sentí la manita de Alex en mi muslo y fue subiendo hasta tropezar con la mano de Fernando, que ya me la estaba acariciando. No dije nada, pero los dos se miraron por delante de mí riéndose.

¡Venga, chicos! – dije -. A ver esa bola y cual va a ser el castigo que le demos al que se le caiga al suelo. Pensemos.

Se levantó Ramón empujando su silla y comenzó a tirar de la camiseta hacia arriba (¡wow!, se oyó) y mientras se aflojaba el pantalón, dijo:

Me parece que ya que aquí no hay censura, que cierre Daniel bien la puerta y nos ponemos todos en pelota picada. Con la chimenea se está de puta madre. Al que se le caiga la pelota al suelo, primero que se agache a recogerla y luego que se suba encima de la mesa. Cada uno de los que nos quedemos sentados haremos con sus partes lo que nos dé la gana. Así, el que pierda tendrá cuatro regalitos. Pero cortos, ¿eh? Nada de mamadas largas y eso. Este castigo nos servirá también para conocernos todos por donde casi nunca nos vemos.

Pues a mí me da un poco de vergüenza eso – dijo Fernando -; no me importa que me la veas follando, pero así en plan espectáculo

A mí me parece buen castigo – le dijo Daniel -, total, cuando nos vayamos de aquí nos vamos a conocer bastante bien todos, aunque ya conozco un lunar en tu polla que te lo desgastaba a chupetones.

¡Vamos, Daniel! – dije -. Me vas a cortar a Fernando más todavía. Cierra la puerta con el tranco y ¡ropas fuera, chicos!

En menos de un minuto habíamos colocado todas nuestras prendas sobre los sacos. Las camisas estaban todas juntas, los pantalones al lado, los calzoncillos todos juntos, los calcetines igual y la ristra de zapatillas de deporte estaba delante de la chimenea como esperando a Papá Noel.

Nos volvimos a sentar en nuestros sitios y Alex me miró feliz. Daniel puso una de aquellas banquetas en un extremo de la mesa:

Este – dijo solemnemente – será el escalón para subir al cadalso.

¿Qué coño es el cadalso? – me preguntó Fernando -; es la primera vez que lo oigo.

Pues verás… - le expliqué -, digamos que es la tarima a donde subían a los que iban a ahorcar o a cortarle la cabeza. Eso creo.

Comenzó el juego. Daniel empujó por sorpresa la bola a Fernando, pero éste supo seguirla y la cogió sonriente: «¡Uyyyy!».

Fernando le tiró la pelota a Ramón, pero se desvió tanto que casi fue a parar a la chimenea.

¡Ea! – dijo -, me tocó la primera vez.

Sí – le dijo Daniel riéndose -, eso es como cuando te desvirgan.

Pues estoy recién desvirgado.

Me miró Fernando muy serio y me dijo al oído:

¿Quién lo ha desvirgado, Daniel o tú? ¡Que os conozco!

Y se enteró Daniel de lo que decía y comenzó a hablar:

Oye, que desvirgar a alguien no es nada del otro mundo. Yo ya estaba desvirgado cuando lo conocí.

¡Sí, guapo! – le dijo Fernando -, pero a mí me ha desvirgado él.

¡Anda! – exclamó Alex -, pues a mí también.

¡Vaya! – se oyó en voz baja -, tenemos a Tony el desvirgador.

¿Y a ti quién te desvirgó, Tony? – preguntó Alex -.

Pues un tío, claro – les dije -, pero no lo conocéis. ¡Venga, Ramón! ¡Al cadalso!

Subió con valentía y se puso frente a Daniel y éste, tomándolo por las piernas, lo acercó a él, se metió su polla en la boca y le metió un dedo por el culo.

¡Vale, vale! – dije -; un castigo cortito.

Se movió por la mesa hasta Fernando y éste le dio la vuelta y comenzó a darle mordiscos en todo el culo: «¡Eh, no aprietes, que me van a salir cardenales!».

Cuando me tocó a mí, viendo el empalme que tenía, agarré su polla erecta y fui tirando de ella hacia abajo hasta ponerla horizontal. Se le veía aguantar. Entonces le tiré del prepucio y le lamí el capullo.

Pasó con un suspiro hasta ponerse delante de Alex, y el pequeño, levantándose de la silla, comenzó a comerle los huevos de tal forma que tuvo que cogerlo Ramón por los pelos y retirarlo:

Tío – le dijo -, que me vas a matar de gusto.

Fernando comenzó a besarme y a acariciarme la polla; nos levantamos y nos fuimos a los sacos junto a la ropa. Nadie dijo nada, sino que se fueron levantando y viniéndose con nosotros. Había tal cantidad de manos por todos lados que nunca supe quién me acariciaba, pero poco a poco, se fue haciendo una formación. Fernando se puso de rodillas y comencé a metérsela; Daniel comenzó a metérmela a mí: Ramón se la clavó a Daniel (el empujón nos llegó a nosotros) y Alex se la metió a Ramón. Afortunadamente, la polla más pequeña (la churrita) le tocó al recién desvirgado. Comenzó un movimiento acompasado que iba en aumento y empezaron a oírse quejidos de todas clases. No sé el orden, pero nos corrimos todos; a Fernando le hice una paja que lo dejó encogido un rato.

Quedamos todos echados allí sudando y en silencio hasta que dijo Alex:

Bueno, el muerto soy yo. ¿Tardáis mucho en recuperaros o esperamos un poco más?

¿Un poco más para qué? – preguntó Daniel - ¿Qué quieres que hagamos ahora?

Vosotros os torturáis de una manera – dijo – y yo de otra.

¡Cuenta eso, Alex! – se intrigó Ramón -.

Seguro que no tenéis cojones – dijo Alex muy en serio -. Yo me echo en la mesa y vosotros os ponéis alrededor y os hacéis una paja, que yo os vea correros a todos encima de mí.

No hubo respuesta, pero cuando pasó un rato, se levantó el pequeño y se subió a la mesa tumbándose allí. Nos fuimos levantando y rodeándolo. La mesa era muy ancha, así que alguien se subió en ella y se puso de rodillas pegado al cuerpo de Alex. Los demás hicimos lo mismo. Comenzamos a masturbarnos (unos a otros) alrededor de su cabeza y poco a poco fueron cayendo chorros de leche sobre la cara de Alex, que sacaba la lengua y los lamía.

2 – El saco de pulgas

Decidimos quedarnos todos juntos y abrazados sobre los sacos y delante de la chimenea. El orden era el lógico, aunque entre mí y Fernando se nos coló el pequeño Alex. Ya estaba casi dormido cuando oí un diálogo susurrante entre Fernando y él (a mí me pareció muy bonito):

  • Oye, Alex, déjame chupártela ¿no?

Es que… no me gusta que me la toquen.

¿Ni yo?

Bueno, verás. Tú me gustas mucho y sé que le gustas a Tony.

¡Déjame, anda!

¿Sabes? Sólo he dejado que me la toque y me la chupe Tony. Lo quiero mucho.

Yo lo adoro. Pero es que tú eres especial. Eres muy lindo.

¡Vaaaale!, pero sólo un poco, ¿eh? Y que sepas que te dejo por ser amante de Tony.

Luego, durante toda la noche, me despertaron hasta cinco veces. Alguien se ponía a mi lado, yo me hacía el dormido y alguien me hacía una paja o me la metía. Al único que me pareció conocer fue a Daniel. Los demás hacían lo mismo a la luz de las ascuas. Se pasaban de un lado a otro para buscar a quien querían follarse. Me pareció algo increíble. En realidad dormimos bastante poco. Ya casi al amanecer nos quedamos todos dormidos; agotados, supongo.

Fernando estaba abrazado a mí cuando desperté. Noté algo de frío muy húmedo y me pareció que Daniel tenía su brazo sobre la frente y estaba despierto.

¡Daniel! – le dije susurrando - ¿Estás despierto, amor?

Sí, mi vida – me contestó muy bajito - ¿Qué te pasa?

Tengo frío – le dije -, vamos a alimentar la chimenea que Fernando está helado.

Échale un saco por encima – me dijo -, ahora veremos qué hacemos.

Cuando nos levantamos, observé que ya no estaba Alex y le hice señas a Daniel: «¡Déjalo, ya volverá!».

En cuanto empezamos a movernos y a hacer un poco de ruido, se fueron despertando los otros dos tortolitos.

Vestíos, chicos – les dije -, que de momento hace fresco. Ahora avivaremos el fuego y prepararemos unas tostadas para

¿Y Alex? – exclamó Fernando - ¿Se ha ido?

Sí, Fernando, sí – me acerqué y lo besé -, pero ya sabes que él es así. Volverá.

Luego, cuando el sol caliente un poco, bajaremos al río. Ahora debe llevar otra vez mucha agua. Nos daremos un baño tonificante y exploraremos un poco.

Pero, - preguntó Ramón - ¿cómo nos vamos a vestir otra vez con la misma ropa y estando tan guarros de anoche?

Saca tus toallitas humedecidas y perfumadas – dijo Daniel -; de momento darán el avío.

No me quejo – le replicó Ramón -, pero hemos hecho toda clase de porquerías y estamos sucios. Me limpiaré bien las manos para comer algo.

Se vistieron despacio y se sentaron medio dormidos a la mesa y Daniel y yo preparamos unas buenas tostadas y sacamos mantequilla, aceite y mermelada para untar. Y pusimos unos vasos de plástico y un par de tarrinas de leche, natillas y yogur. Los dos estaban muy inquietos y se movían en la silla y, mirándolos Daniel muy serio, les dijo:

Sois como un saco de pulgas. Anoche no habéis parado y ahora ¿qué os pasa?

¡Joder! – dijo Ramón -, a mí me duele todo. ¡Vaya paliza!

Pero dio Daniel la vuelta y se acercó a ellos y los besó en la cabeza:

Sois muy buenos los dos – les dijo -, no me toméis en serio las cosas que digo.

3 – La corriente

Bajamos por la vereda y ya se oía el murmullo de las aguas. El río bajaba lleno y de aguas limpias. Nos sentamos allí al llegar y nos quedamos mirando. Estábamos deseando de que el sol subiese un poco para darnos un baño y cambiarnos de ropas. El día anterior no habíamos descubierto nada y Daniel y yo queríamos saber más cosas; las cosas importantes que habían pasado allí algunos días antes. De pronto, entre el follaje, apareció Alex desnudo y sonriente. Venía a bañarse con nosotros. Fernando se levantó y se fue hacia él para abrazarlo y besarlo. Luego, se sentaron a nuestro lado.

Niño que en cueros y descalzo vas llorando por la calle, ven aquí y llora conmigo, que tampoco tengo padre, que lo perdí cuando niño.

¡Vaya! – dijo asombrado Daniel - ¿Vas a salir ahora por peteneras? Pues no le cantes eso a tu gitano, que dicen que les da mal fario.

¡Eh! – lo miré extrañado - ¿Qué sabes tú de un gitano?

¡Vamos, Tony! – dijo -, que uno se entera de todo. No me chupo el dedo.

Yo no soy gitano – dijo Alex -.

Ya lo sé pequeño – le dije -, no intentaba hacer más que una copla que fuese bien con «las ropas» que traes.

Ramón estuvo un buen tiempo con el brazo echado sobre Daniel y Fernando echó su cabeza sobre mi hombro. Alex, se echó sobre las piernas de Fernando. Así pasamos un buen rato hasta que se levantó Alex y se fue a la orilla del río.

Esta – dijo – es la parte más ancha y más profunda para bañarse. Allí arriba, donde está la rueda del molino, hay otra parte más honda, pero no me gusta bañarme allí. ¡Vamos! Quitaos ya las ropas y nos metemos todos juntos. Nos daremos con las manos para quitarnos bien la mugre.

Traigo jabón – dijo Ramón -, podemos enjabonarnos un poco.

Toallitas, jabón… - bromeó Daniel - ¡Qué limpio eres, guapo!, pero ahora te voy a comer la boca sucia como la tienes.

Se revolcaron por la hierba muertos de risa hasta que se pusieron a desnudarse como Fernando y yo. Ya todos desnudos (hacía un poco de frío) nos acercamos a las aguas y metimos un pie para ver si estaban muy frías.

¡Joder! – exclamó Fernando - ¡Están heladas!

No pasa nada, bonito – le dije -, abrázate a mí y entramos juntos en el agua. Al principio hasta duele la piel, pero luego te acostumbras y, cuando salgas, estarás como nuevo ¿A que sí, Alex?

Sí, sí – contestó -, hay que echarle valor, pero después te alegras. Abrázate a mí si quieres.

Daniel me miró disimuladamente, pero yo sabía que estando pegado al cuerpo de Alex, el agua no estaba tan fría.

Me miró primero Fernando a mí y se acercó despacio a Alex. Como le sacaba la cabeza, lo abrazó por la cintura y lo levantó un poco. Alex rodeó con sus piernas el cuerpo de Fernando, se agarró a su cuello y comenzaron a entrar en el agua:

¡Joder, tíos! – gritó Fernando -, está muy fría, pero abrazándose parece que viene caliente.

Yo no quise decir nada y vi que Ramón se abrazaba a Daniel. Se acercaron al agua y comenzaron a entrar:

¡Hijo de puta! – gritó el malhablado Daniel - ¿Quién coño ha dicho que no está helada?

Me acerqué a ellos y los empujé, pero con cuidado de que se acercasen a Alex. Y luego, le eché valor a la cosa. Esperé a que Alex estuviese algo más cerca y me metí en el agua. Notaba perfectamente cómo venían ráfagas menos frías de agua cuando me acercaba al pequeño y tiré de Daniel y Ramón para pegarlos a él. Me miraron asombrados. Ramón, que quedó de espaldas a Alex, volvió la cabeza. Seguro que debió notar que Alex templaba el agua. Y el pequeño, nos dejó pegarnos a todos a él, nos enjabonó y fuimos pasando nuestras manos por el cuerpo, pero sin dejar de movernos. En cuanto nos sentimos limpios, tiré disimuladamente de la mano de Alex y nos vinimos todos juntos para la orilla. Luego, salimos corriendo a buscar las toallas. Las pestañas de los preciosos ojos verdes de Fernando se habían juntado y su mirada me era hipnotizadora. Me acerqué y lo besé.

Había que vestirse y buscar algunas cosas. Nos secamos bien medio tiritando y le puse a Alex una toalla por encima: «Cuando estés seco te la quitas, ¿vale?».

Próxima parte, Alex: Los descubrimientos