Alex: El comienzo

Comienza a desvelarse el misterio de la aldea abandonada. Donde no hay nadie se pueden hacer muchas cosas...

Alex: El comienzo

1 - Una llegada inesperada

Ya habíamos dormido demasiado. Desperté con dolor de cabeza y vi que Ramón seguía abrazado a Daniel y durmiendo. Me levanté y me fui al salón. Sentado en el sofá mirando la tele apagada, vi la bolsa de Ramón y se me ocurrió hacer algo que no debe hacerse; me puse a registrarla con cuidado. No había más que un par de (preciosos) calzoncillos estrechos, una camiseta de deporte, unas calzonas, calcetines… y un móvil. En ese momento sonó el mío y lo abrí al instante para que no despertase a los bellos durmientes. Era Lino muy enfadado. Decía que le habíamos dejado tirado el fin de semana en el pueblo que nos contrató y que el delegado de festejos le dijo que lo iba a denunciar por intentar cobrar unas galas que no se habían hecho. Pero conociendo a Lino bastante bien, le respondí con el mismo tono de voz amenazante:

Perdona, Lino – le dije -, te equivocas. Soy yo el que voy a tener que denunciarte a ti por enviarnos a tocar a un lugar como ese, sin hospedaje y perdido en las montañas. Por el dinero no te preocupes, no he ido a cobrar a tu casa porque allí no había ningún puto delegado de festejos, sino un tío estúpido, un tal Pablo «el médico». Él me pagó. Aquí tengo el dinero.

Se quedó mudo y me dijo luego que eso no podía ser, que el pueblo adonde nos había enviado se había quedado sin orquesta y no querían pagar.

Pues siento decirte, Lino – le dije -, que hemos tocado allí, en una aldea de mala muerte, durmiendo en un molino casi abandonado, sin agua caliente y con muchos problemas. Y el dinero, te lo repito, lo tengo ahora mismo en mis manos. Está nuestra parte y tú comisión, pero ya que insistes en que no hemos tocado, no tendré que darte tu parte, ¿no?

Espera – me dijo -, no voy a estar en casa hasta el lunes; esta semana estáis de descanso. Ven el lunes y aclaramos esto. Lo que dices no puede ser.

Pues es – terminé antes de colgarle -, y procura no enviarnos nunca más a un sitio así aunque paguen el doble del caché ¿Comprendido?

Al poco tiempo salieron Daniel y Ramón tapándose los ojos por la luz: «¿Qué pasa?».

Me levanté y me acerqué a Daniel:

¡Eh, despierta! – le dije -, acaba de llamar Lino. Por lo visto no hemos ido a tocar a donde él nos envió y le han llamado echando chispas. A nosotros nos esperaban en la aldea, tocamos y nos pagaron ¿A dónde hemos ido?

¿Qué dices? – exclamó ya despierto -, eso es imposible. El dinero está ahí; hemos tocado. Me parece que alguien va a tener que aclarar esto, porque podemos acabar con una denuncia después de los días que hemos pasado.

Ramón nos miraba sin entender una palabra.

Voy a preparar el desayuno – dije -, no es que sea muy temprano, pero no quiero quedar como un loco que cuenta una historia increíble. Tú prepara la tienda grande; le diremos a la madre de Ramón que se viene con nosotros de camping. Pasaremos en la aldea varios días hasta que sepamos qué ha pasado. Tú también vas a ser responsable. Ayúdame.

A Ramón le gustó la idea de irse de camping y le dijo a Daniel que le ayudaría a preparar las cosas.

Pero sonó la puerta para que todo fuese más interesante. Cuando me acerqué (casi desnudo) a abrir, encontré allí a Fernando llorando.

¡Mi niño!, pasa – lo abracé y tiré de él -, no sabes el lío en el que nos hemos metido. Perdona que no te haya llamado.

Nos abrazamos y, al sentirlo tan cerca, no pude aguantar mis lágrimas. Por suerte, se asomó Daniel y, al verlo, se quedó pasmado:

¡Joder, Fernando! – dijo -, échame a mí la culpa de todo. Ayer fue un día de espanto y me parece que hoy va por el mismo camino. ¡Ven, bonito!, pasa, que vamos a desayunar. ¡Mira! Este chico es nuestro vecino, Ramón; su abuelo está enfermo y su madre no quiere que se quede solo en casa. Ya verás como os hacéis buenos amigos.

Me quedé un tanto extrañado, porque en vez de darse la mano ni saludarse de palabra, se acercaron y se besaron.

¡Vamos, chicos! – les dije -, poned bien la mesa que tenemos que sentarnos cuatro.

Me acerqué a Fernando y le hable al oído:

¡Mi niño!, pasa al baño y lávate esa cara. Vas a comprobar con tus propios ojos por qué te tengo abandonado.

Ramón tomó la bolsa de Fernando (que venía bastante abultada) y la colocó junto a la suya:

¿Vienes a quedarte unos días? – le dijo -, mi abuelo está enfermo y estaré con Tony y Daniel. Espero que se recupere.

¿Qué le ha pasado? – le preguntó Fernando -.

Le ha dado un infarto, eso dicen, pero creo que le harán unas cosas y volverá a casa dentro de poco. ¿Quieres ir al baño a refrescarte? A mí me dijeron ayer tus amigos que me sintiese aquí como en casa. Algo les pasa, ¿sabes? – bajó la voz -, me parece que es un problema del trabajo. Pero… ¿por qué has estado llorando? Tienes los ojos hinchados. ¡Vamos!, te acompañaré al baño para refrescarte ¿quieres cambiarte de ropa?

Me pareció que habían hecho amistad; vi una sonrisa de felicidad en la cara de Fernando (Ramón la tenía desde anoche).

2 – Viaje al molino

Preparada la tienda y todo lo necesario para unos días de campo, nos metimos en el coche y paramos en un supermercado a comprar suficiente comida. Daniel y yo nos sentamos delante y Ramón se sentó atrás con un Fernando que parecía más feliz a cada momento.

¿A dónde vamos a acampar? – preguntó Fernando - ¿Está muy lejos?.

Un poco lejos sí que está, chico – le dije -, pero no nos preguntes cómo se llama ese sitio. No tenemos ni idea. Vamos a pasar unos días de campo, pero también vamos a resolver algunos problemas que nos han surgido y a averiguar algunas cosas muy raras que nos han ocurrido.

¿No nos meteremos en líos, verdad? – preguntó Ramón asustado -. Mi madre es muy rara para esas cosas.

Nada de líos, chavales – dijo Daniel -, vamos de camping, no a la guerra. Vosotros no tenéis nada que ver con lo que queremos aclarar. Vamos a disfrutar del campo.

La carretera empezaba a hacérseles interminable; eso ocurre cuando va uno a algún sitio por primera vez, pero a nosotros nos parecía también demasiado lejos. Paramos en una venta moderna y nos sentamos en una mesa a tomar un refresco y descansar de tanto coche, pero seguimos pronto adelante. No sé las ganas que tendrían los otros de llegar, pero a mí se me estaba haciendo el viaje interminable.

Miraba el reloj incesantemente y me parecía que el tiempo no pasaba. Por fin, nos acercamos al desvío para la carretera comarcal y comenzaron las curvas. Los chicos, abrazados, se asomaban a la ventanilla derecha para ver los precipicios. Luego, se pasaron a la izquierda comentando cuanto veían. Muy cerca, a la derecha, estaba la entrada al camino que nos llevaría a la aldea. Cuando comenzaron a ver los paisajes salvajes y el aspecto del camino, comenzaron a mirase un poco asustados o extrañados.

No preocuparos, chicos – les dije -, no es un camino muy largo y llegaremos pronto.

Así fue, pues después de mucho bache y mucha curva entramos entre los árboles en la única calle de la aldea.

¡Está abandonada! – exclamó Ramón - ¿Estáis seguro de que este es el sitio?

Sin duda, Ramón – le dijo Daniel -, parece otra cosa, pero es un sitio muy bonito.

Tomé por el camino de la derecha y subimos despacio hasta el llano donde estaba el molino.

¡Vayaaaa! – dijo Fernando -, esto sí que es bonito. ¡Mira Ramón, ahí podremos jugar a la pelota!

Jugaremos todos – les dije -, no os preocupéis, que lo que tenemos que resolver se verá en poco tiempo.

De momento – dijo Daniel con cierto tono raro -, yo tengo hambre. Creo que deberíamos bajar hasta ese pequeño valle de hierba que hay junto al río, poner una manta y darnos un homenaje ¡Ya estamos aquí!

Como no estaba el coche de doña Matilde, aparqué cerca de la entrada a la casa y, al bajarse Daniel del coche, le oí decir:

¡Pero, bueno! ¿Qué es esto? ¡Aquí hay una linterna nueva!

Y mirándolo y haciéndole una señal, le dije:

Es mía; se me caería cuando estuve aquí.

Bien – contestó -, ya tenemos dos. Si montamos la tienta junto al río podremos dejar una fuera y otra dentro.

¿Junto al río? – le dije asustado -. No, no. ¿No pensarás que vamos a pasar toda la noche oyendo la corriente? No nos va a dejar dormir.

A mí me gustaría más montarla en algún sitio refugiado – dijo Ramón - ¡Mirad! Hay nubes negras. Si llueve mucho por aquí, mejor no dormir junto al río, ¿no?

¡Venga, chicos! – dijo Daniel -, id explorando por esa vereda; os llevará hasta un río estupendo para darse baños de agua fría.

Cuando se alejaron un poco, comenzó Daniel el interrogatorio:

¿Es verdad que ya no está aquí doña Matilde? Seguro que se ha ido al pueblo con las niñas, pero… ¿y ese chico? Alex.

De eso aún no sabemos nada – le dije -. Yo creo que lo primero es bajar a la aldea y que tú mismo compruebes que no hay ni ha habido nunca nadie desde hace mucho tiempo. Luego comprobarás el estado interior del molino, a ver si es el que tú recuerdas. Lo del río lo vas a saber pronto.

¿Aquellas tejas rotas son las que te decía Alex? – preguntó Daniel mirando hacia arriba -. Justo más abajo, en el alero, está el hierro del que me hablaste. Siendo así, nuestro coche está aparcado justo donde se mataron el padre y el hijo… o el «espíritu santo».

Daniel – le dije -, no te tomes esto a broma por ahora ¿de acuerdo? Observa las diferencias que hay entre los días en que tocamos aquí y ahora. Entiendo que la historia de Alex no hay quien se la crea, pero intenta razonar si es posible que alguien haya preparado todo esto con algunas miras. No lo tomes a broma; te llevarás una sorpresa desagradable.

En muy poco tiempo, vimos subir a los chicos desde el río. Comenzaba a chispear.

¡Eh, Tony! – gritó Fernando -. No hemos encontrado ese río que dices. Ahí abajo hay uno seco.

Daniel me miró blanco pero intentó disimular que estaba acojonado.

3 – La aldea fantasma

Bajamos hasta la aldea riéndonos y haciéndonos cosas. Comenzaba a darme la sensación de que Ramón se había "despertado" demasiado y tenía juegos eróticos con Daniel en cualquier momento, pero aprovechando aquella situación, tomé a mi niño por la cintura y seguimos andando metiéndonos mano.

¡Oyeeeee! – exclamó entonces Daniel -, que nos estamos pasando.

¡Vamos! – dijo Fernando -, ¡que nos habéis traído aquí para jugar a la petanca!

Bueno – remató Ramón -, algún juego de bolas será.

Pero cuando entramos en la calle, se acabaron las bromas.

Las casas parecen abandonadas – dijo Daniel -, pero recuerda que doña Matilde dijo que por fuera eran un asco y por dentro estaban a todo lujo.

Es cierto – le dije -, ve comprobándolo tú mismo. Yo ya lo he hecho.

Y Daniel y Ramón corrieron hacia las casas y fueron abriendo puerta por puerta. Daniel me miraba con la cara desencajada.

Tiene que haber algún truco – me gritó -, ya verás como hay un truco.

Eso hay que descubrir – grité yo -, ¡huevón!

¿Qué pasa con esas casas, Tony? – dijo Fernando -, yo las veo simplemente abandonadas.

Verás, bonito – le besé con pasión -. La puta semana pasada, tocamos aquí cuatro días; jueves, viernes, sábado y domingo, por la noche. No había nadie cuando llegamos, es verdad, pero alguien nos montó un precioso escenario con luces, banderillas… ya sabes. ¡Este es el escenario!

Le mostré el lugar y me miró extrañado:

¡Joder! – dijo -, ¿en una semana se ha vuelto todo viejo? Este sitio es un asco.

Pues por la noche – continué - venían hasta cincuenta personas a oírnos. Traían sus propias sillas; se supone que las traían de esas «lujosas casas». Aquí hubo gente bailando los cuatro días y nos pagó un tío al que le decían «el médico». Como verás, no hay tiendas ni hostal ni niño muerto (bueno, eso del niño muerto…). Así que por las noches nos íbamos a dormir al molino. Doña Matilde, la dueña, nos compraba la comida en el pueblo, se supone, y nos ponía el almuerzo y la cena. Sólo había un pequeño problema. Aquí no hay luz eléctrica.

¿Qué dices? – me miró asustado -. ¿Funcionaba todo con baterías?

Llegaron entonces Daniel y Ramón y no dijeron una sola palabra.

Esto acojona, tíos – dijo Ramón al rato -, me importa un carajo que esto esté aquí, pero, por favor, volvamos al molino.

Nos abrazamos los cuatro y comenzamos a subir la cuesta y les fui hablando:

Ya sabéis todos lo que es la aldea, pero yo no me creo los cuentos de fantasmas, así que todos tranquilos, que lo que intento descubrir es quién está intentando hacernos creer que algo no ha pasado. ¿De acuerdo? No quiero a nadie quejándose; aquí hemos venido más que nada a divertirnos y a gozar del campo

Y a follar… - dijo Ramón -, no nos engañemos.

¡Vale! También a eso – continué -, pero como subamos morreándonos y magreándonos, me parece que nos vamos a mojar. Está apretando, tíos.

Corrimos hacia el molino y empujé la puerta para entrar todos allí. La sala grande estaba como yo la dejé.

4 – La tormenta

Sonó un trueno muy fuerte. Fernando se abrazó a mí pellizcándome la espalda y temblando. Comenzó a caer tanta agua, que ni siquiera podíamos salir al coche a coger las cosas. Ramón se fue detrás de Daniel hacia las escaleras.

Me parece que no montaremos tienda ni nada – dijo Daniel -; arriba hay sitio de sobra. Ya nos las apañaremos como sea.

Sube, sube – le dije -, seguro que cabemos todos bien.

Fernando y yo comenzamos a besarnos y él se fue yendo hacia atrás hasta apoyarse en la pared. Le puse mi mano abierta sobre su polla y comencé un masaje:

¡Mi pequeño! – le dije -, relájate. No tengas miedo de la tormenta; me tienes a tu lado.

Poco después le abrí la cremallera y metí la mano. Ya estaba húmedo.

Oye – preguntó en voz baja -, a Daniel no le importa que yo esté casi siempre contigo y… ¿no te molesta que Ramón no lo suelte?

No, bonito, no – le aclaré -; Daniel y yo somos pareja, pero estamos abiertos a todo esto. Él ya sabe que tú estás enamorado de mí (un metro como sueles decir) y Ramón era muy tímido, pero ya ves. Está loco por Daniel.

¡Joder! – exclamó -, ¡es que ese Ramón está de toma pan y moja!

Me eché a reír entre un trueno y otro mientras se la meneaba:

¿Te gustaría follártelo?

¿Qué dices, Tony? – se asustó - ¿Qué va a pensar Daniel?

Pues… - me quedé pensativo y lo besé -, seguramente, que te lo estarás pasando de puta madre.

Nos reímos hasta que oímos que bajaban las escaleras a toda prisa. Cubrí la polla de Fernando con sus calzoncillos y le subí la cremallera. Al salir Daniel del hueco de la escalera, se agarró a la esquina; respiraba profundamente y muy seguido.

¡No puede ser, no puede ser!

No hay paredes ni camas ¿verdad? – le dije -. Te lo advertí; no me estaba inventando nada, pero todo tiene su ventaja. Si deja de llover un poco, iremos al coche a por las cosas y sacudiremos el suelo de arriba humedeciéndolo. Ahí podemos montanos un garito para los cuatro. Lo primero que haremos es echar un polvo, luego ya veremos qué otros misterios descubrir.

Oye, tengo hambre – me miró Daniel muy serio - ¿Es que aquí no se come?

¡Cómeme la polla! Los bocadillos y esas cosas están en el coche y llueve a chuzos – le dije -, de todas formas, esta tarde, después de un buen polvo loco entre cuatro, bajaremos al pueblo. Sé dónde está. Compraremos más cosas para luego y para mañana.

Y viendo que Ramón se acercaba a nosotros asustado por la tormenta y por el sitio, se acercó también Daniel y acabamos los cuatro repartiéndonos besos y caricias de todas clases. Nuestras cuatro pollas asomaban por las braguetas y oí a Ramón preguntarle a Fernando al oído:

Oye, ¿quieres follarme?

Poco después comenzó a llover menos y dejamos a los dos tortolitos con los pantalones medio bajados y poniéndose morados: «¡Fóllame, Fernando!».

¡Vamos, Tony!, dejaremos a estos a su gusto e iremos al pueblo a comprar algunas cosas más y a tomar algo.

Próxima parte, Alex: El retorno