ALETEO DE MARIPOSA 9: Burbuja inexpugnable (FINAL)

Casandra, la madre de Aarón, su amante, la mujer por la que siente un deseo tan arrollador que le nubla por completo la razón, ha desaparecido. Sin duda, está en peligro. Y, sin duda, su padre es el culpable. Ha llegado el momento de ser un verdadero tigre.

CAPÍTULO NUEVE

BURBUJA INEXPUGNABLE

1

Aarón estaba al borde de la crisis nerviosa. Acompañado por Vanesa, había ido hasta el gimnasio y, efectivamente, su madre había dejado una nota escrita a mano en la persiana metálica, pegada con cinta adhesiva, en la que rezaba que “permanecerían cerrados durante una semana por motivos personales”. Aarón miraba en todas direcciones, esperando ver aparecer a Casandra, ver algún indicio, algo . Pero el mundo continuaba su existencia con toda normalidad, como si nada sucediese, como si él no estuviese a punto de arrancarse los dedos a mordiscos de pura ansiedad.

Había llamado al móvil de su madre un mínimo de cincuenta veces, solo para encontrarse con la misma voz informándole de que el móvil continuaba apagado. Solo un milagro había evitado que estrellase su teléfono contra el suelo.

La mandíbula le estaba atormentando. Se había tomado un analgésico durante el desayuno, cuando aún no era consciente de que su madre había desaparecido, pero en las últimas tres horas había estado apretando los dientes con tanta fuerza y frecuencia que el ibuprofeno había perdido la batalla contra el dolor.

El siguiente paso fue ir hasta su casa. Lo había estado retrasando, porque si tampoco estaba allí, sería la confirmación definitiva de que algo iba muy mal. Ni siquiera se había atrevido a llamar al teléfono fijo. Temía que nadie descolgase. O peor, escuchar la voz de su padre.

Porque, naturalmente, todas las sospechas de Aarón recaían sobre su padre. Era imposible no ver su maldita zarpa en todo aquello.

—Tranquilo, tigretón —le decía Vanesa, frotándole el brazo—, seguro que nos estamos desesperando por nada. Tu madre estará en cualquier lado, despejando la cabeza, tomándose un café a solas. Ya lo verás.

Aarón quería creerlo. Pero, sencillamente, no encajaba. Su madre no apagaría el móvil así, no se quedaría incomunicada.

“¿Y si todo esto es lo que merecemos?”

Su cerebro, ansioso por buscar culpas y responsables, había acabado por apuntar hacia sí mismo. Recordaba la noche anterior con su madre, los dos poseídos por el deseo, atravesando todos los límites de lo prohibido. ¿Atravesando? Recordaba a su madre lamiendo sus huevos con glotonería animal. Recordaba cómo había penetrado su boca. Recordaba su saliva. Recordaba la estrechez de su ano abrazando su polla, exprimiéndola.

No habían atravesado los límites. Literalmente, se los habían follado.

Llegaron a la casa. El Audi de su padre no estaba. El Renault de su madre, tampoco.

Aarón corrió como una exhalación hasta la puerta. No estaba cerrada con llave.

—¿Mamá? —llamó, recorriendo cada habitación.

Como era de esperar, su padre no estaba. Los destrozos en la sala continuaban intactos: la mesa destrozada, la silla con la que Aaron le había golpeado, hecha pedazos, la televisión colgando del cable de la corriente, los restos de la jarra de agua… En el suelo se podían ver varias gotas de sangre, de su padre con toda seguridad.

Las gotas iban hasta el cuarto de baño. La mampara estaba destrozada. Era fácil imaginar a Dante propinándole una patada para desahogar su frustración.

“Derrotado por tu mujer, tu hijo y una chica, gilipollas.”

Aarón encontró cierta satisfacción en este pensamiento. Estaba seguro de que el ego de su padre había sufrido un golpe más duro que los que le habían caído encima. No obstante, eso no compensaba el hecho de que él no había podido hacer nada. No había podido proteger ni a su madre, ni a sí mismo.

Las gotas de sangre caían sobre el lavabo. En la toalla había varias manchas oscuras. Todavía estaba algo húmeda, pero lo bastante seca como para suponer que aquello había ocurrido hacía algunas horas.

La presencia de Dante también se había dejado notar en el dormitorio que, hasta hacía bien poco, había compartido con su mujer. Las puertas del armario estaban abiertas. Varias prendas de ropa tiradas por el suelo, como si se hubiese cambiado. Varios cajones de la cómoda yacían en el suelo.

—Desde luego —dijo Vanesa—, el cerdo no es que sea muy sutil.

—Mi madre no está. —Aarón manifestó en voz alta lo que ambos sabían desde hacía un buen rato—. Joder… —Trató de evitarlo, pero las lágrimas ardieron en sus ojos, resbalaron por sus mejillas.

Vanesa le abrazó con fuerza.

—Tranquilo. —Le acariciaba la nuca con suavidad—. No va a pasar nada.

El teléfono móvil de Vanesa empezó a sonar al ritmo de alguna canción pop. Aarón la miró con ojos desorbitados, expectante.

—¿Diga? —respondió Vanesa—. Ah, hola, papá. —Aarón sintió que la efímera esperanza que había surgido volvía a caer, fulminada—. Sí, estamos aquí, pero no hay nadie. Ni el coche de Casandra, ni el imbécil de Dante. El muy cerdo ha hecho un destrozo por aquí. —Vanesa escuchó—. Vale. Sí, vale. Hazlo.

—¿Qué pasa? ¿Qué va a hacer?

Vanesa pulsó el botón de finalizar llamada.

—El abogado de mi padre conoce a un investigador privado. Se va a poner en contacto con él, a ver si puede averiguar algo.

Esa mañana, antes de salir de piso, Saúl había insistido en lo obvio. Llamar a la policía. La reacción de Aarón y Vanesa había sido tan tajante en ese sentido que no le quedó más remedio que sospechar que algo se le estaba ocultando. Algo importante. Vanesa le dijo que cabía la posibilidad de que Casandra estuviese perfectamente y llamar a la policía solo complicaría las cosas innecesariamente. Saúl seguía sospechando. Era comprensible, pero no había modo de que le contaran que, si denunciaban a Dante, este propagaría a los cuatro vientos que había visto a su hijo sodomizando a su madre.

Aarón se pasaba las manos por el pelo, desesperado.

—Dijo que iba a arreglarlo —musitó. No dijo lo que su madre había añadido. Y luego, quiero que seas para mí . Solo para mí . En el momento, Aarón estaba tan agotado que ni se había cuestionado el sentido de aquellas palabras. Ni tampoco aquel deseo posesivo de su madre.

—¿Cuándo? ¿Anoche?

—Sí. O sea, que ya tenía pensado hacer algo.

—Tiene que ser algo relacionado con tu padre, claro. —Vanesa le miró, preocupada—. ¿Crees que habrá intentado alguna… locura?

—¿Estás diciendo que mi madre ha ido a matar a mi padre? —Aarón meneó la cabeza—. Eso es una locura. —“¿Seguro?”—. Lo más probable es que pretenda llegar a algún acuerdo con él. Mi madre no va a hacer nada ilegal. Sería empeorar las cosas.

—Ya. —Pero Vanesa no parecía demasiado convencida—. Bueno, pensemos. ¿Adónde puede haber ido tu madre para poder hablar con tu padre, si es que ha hecho eso?

—Bueno, puede haberle llamado y haber quedado en algún sitio.

Habían bajado a la cocina. Vanesa se sentó en una silla, cruzando las piernas enfundadas en unos leotardos negros. Aarón daba vueltas a un lado y a otro.

—¿Sabes quién puede saber dónde está tu padre? La chica aquella. Lucía.

—Lucía es la hija de Ramón, un amigo de mi padre. A veces venía por aquí, en general para luego irse a alguna fiesta. A ella nunca la he visto, pero la he oído nombrar más de una vez.

—¿Y sabes dónde vive ese Ramón?

—Ni puta idea. —Aarón se detuvo, como cayendo en la cuenta de la importancia de aquello—. Pero tiene que haber por aquí alguna agenda o algo. En el cuarto de mis padres hay no sé cuántos papeles. Voy a mirar.

—Espera. Dame los apellidos de tu padre y cualquier dato que sepas de él. Se los daré a mi padre y así ese investigador tendrá más con lo que trabajar.

Aarón le dijo los dos apellidos de su padre y su número de móvil. El DNI lo desconocía por completo. Vanesa envió estos datos a Saúl por WhatsApp. Luego, Aarón regresó al dormitorio de sus padres para registrarlo en busca de cualquier pista sobre Ramón. Registró los cajones de la cómoda que su padre no había tirado por el suelo, los destinados al papeleo. Solo encontró una ingente cantidad de facturas pagadas, contratos que no se molestó en ver de qué eran, más facturas, algunas fotos antiguas. Se detuvo un momento a contemplar una en la que salía su madre vestida con un escaso biquini amarillo, en una playa. No debía de tener más de veinticinco años ahí. Lucía su melena mojada y una sonrisa resplandeciente y sin asomo de las suaves patas de gallo que adornaban sus sonrisas en el presente. Alzaba un brazo, tensando un bíceps bastante impresionante. Aarón recorrió las prominentes caderas, las largas y fuertes piernas. Sintió las lágrimas asomando de nuevo.

“Te voy a salvar, mamá.”

Pero, ¿cómo lo haría? No sabía ni por dónde empezar. Se guardó la foto en el bolsillo trasero del vaquero y siguió rebuscando. Nada en la cómoda. Vanesa entró al cuarto y le ayudó, abriendo los cajones de una de las mesitas de noche, la que correspondía a Casandra. Aarón miró en la otra, la de su padre. Tarjetas de hoteles y de pubs, más facturas, un mechero, un reloj que no funcionaba, más tarjetas de visita. Prestó atención. Sus ojos iban de un nombre a otro.

Entonces se encontró con un tal Ramón Muñoz Vázquez, gerente de Zapatos Muñoz. Había un teléfono fijo, otro de móvil y una dirección.

2

Vanesa estaba a punto de hacer un comentario sobre el consolador rosa que había encontrado en la última gaveta de la mesita de noche de Casandra cuando Aarón se puso en pie, con cara de decir “¡eureka!” en cualquier momento.

—Aquí —dijo, en cambio, alzando una tarjeta—. Ramón Muñoz Vázquez. Y hay una dirección.

Vanesa se acercó a él, olvidando aquel consolador de al menos treinta centímetros.

—¿Dónde está? —preguntó.

—Calle Leiber. No sé dónde está.

—Para eso inventó Dios el Google Maps. —Vanesa ya tecleaba en su móvil—. A veintisiete minutos a pie. ¿Vamos?

—Vamos.

Era evidente que la dirección correspondía a la zapatería que la tarjeta anunciaba. Vanesa decidió que fingiría ser una amiga de Lucía. Preguntaría si podrían darle un número de teléfono para poder hablar con ella, ya que la noche anterior habían salido de fiesta y Vanesa había perdido su móvil. Con suerte, tal vez incluso estuviese en la tienda, trabajando allí, aunque a Vanesa no le había parecido que trabajase de nada el único día que la había visto, pero, ¿quién sabía?

Sus planes se esfumaron en cuanto llegaron a la calle Leiber, sustituidos por la decepción. Allí no había ninguna zapatería, tan solo un local cerrado. A juzgar por las sucias cristaleras, llevaba años así.

—¡Joder! —masculló Aarón, dando una patada a la puerta que hizo temblar los cristales.

Vanesa trató de encontrar algo útil escribiendo el nombre y apellidos de Ramón en Google, pero surgieron demasiados resultados. En Facebook no encontró nada. Y, de todas formas, ahí no habría ninguna dirección.

No tenían tiempo. Fuese lo que fuese lo que estuviese pasando, el tiempo corría en contra y Vanesa podía sentir el angustioso paso de los minutos sobre ella. Ni se podía imaginar cómo sería en el caso de Aarón.

—Dame esa tarjeta —le dijo.

Aarón se la dio. Vanesa marcó el número de móvil que mostraba la tarjeta. Le indicó a Aarón que se quedase en silencio con un gesto. No tenía demasiadas esperanzas. Si la tarjeta era tan vieja, probablemente el tal Ramón hubiese cambiado de número, o que fuese un móvil que utilizó solo para aquel negocio abandonado.

El teléfono dio tono. Sonó varias veces hasta que finalizó la señal. Vanesa insistió. E insistió una tercera vez.

Por fin, alguien respondió.

—¿Sí? —Voz desconfiada, agotada. Una voz de hombre.

—¿Eres Ramón? —preguntó Vanesa con tono desenvuelto.

—Sí. —Con reticencia.

Vanesa decidió actuar con convicción, sin dar margen a pensar demasiado.

—¿Le puedes decir a Dante que se ponga, por favor? Quiero decirle algo importante.

Aarón abrió mucho los ojos. Vanesa alzó un dedo para que se quedase quieto y le dio la espalda. No quería sentirse aún más presionada. Ni siquiera sabía exactamente qué iba a hacer. Ella era de improvisar, pero jamás se había visto en algo ni remotamente parecido. Estaba asustada, pero también furiosa. Y, por extraño que pareciese, un poco excitada.

—¿Qué? —dijo el apocado hombre al otro lado de la línea.

—Sé que está ahí. Lucía me dijo que se estaba quedando con vosotros. —La actitud dubitativa de Ramón le indicaba que estaba yendo por buen camino—. Venga, Ramón, que soy Vanesa, no la Gestapo.

—¿Vanesa?

“Dios de mi vida, que tío más exasperante.”

—¿Me puedes poner con Dante o con Lucía, por favor ?

—Es que n…

Alguien interrumpió a Ramón. Por un momento, Vanesa temió que hubiese colgado. Pero no.

—¿Quién es? —Dante, agresivo—. ¿La zorrita de mi hijo? —Soltó una risa desagradable—. ¿Qué pasa? ¿Echáis de menos a alguien en vuestro asqueroso trío de perturbados?

Vanesa sintió un mazazo en el vientre. Aquellas palabras confirmaban sus peores temores. Pero si algo se le daba bien era convertir la angustia en un falso buen humor.

—¡Anda! —dijo—. ¿Entonces está contigo? Ya decía yo.

Aarón se puso ante ella con cara de urgencia, furia y miedo, todo amontonado en sus facciones. Vanesa alzó un dado, advirtiéndole que no dijese nada, y volvió a darle la espalda.

—Yo no he dicho eso. —Como toda persona que jugaba al margen de la ley, Dante procuraba cubrir sus pasos. Como novato en ello, ya había metido la pata—. Solo he hecho una pregunta.

—Sí, sí, sí —replicó ella con desparpajo—. Tengo un trato irresistible para ti, hombretón. Los dos sabemos por qué nadie ha llamado a la Loca Academia de Policía después de que te pusieras en plan Toro Salvaje…

—¡Vi a mi hijo follándole el culo a mi mujer!

—Y los dos sabemos que eso es muy traumático, especialmente para una persona decente y religiosa como tú. Y, claro, siendo como eres un machote orgulloso, no vas a dejarlo pasar y vivir tu vida tranquilamente mientras le das polla a la hija de tu amigo, ¿verdad?

—¿Está Aarón ahí? ¡Dile que se ponga!

—No, querido, estoy sola. Si Aarón supiera lo que te voy a proponer, me ataría y me encerraría en mi cuarto. Y luego iría directo a los chicos de azul, ¿entiendes? —El silencio por parte de Dante podría ser que estaba intentando entenderlo—. Nadie quiere que esto acabe mal para nadie, sin historias raras de hijos con mamis, ni de papis a los que se les va la olla, así que voy a darte la posibilidad de que tengas tu dulce venganza sin necesidad de que salgamos en los “sucesos” de mañana, ¿me vas siguiendo, hombretón?

—Vete a la mierda. No voy a dejar que una zorra me líe.

“Siempre dicen eso los más fáciles de liar.”

—Te propongo una buena orgía con tu dentro-de-nada exmujer, con la cachonda pero no muy lista Lucía y —pausa dramática— conmigo, la mucho más sexy, pervertida y divertida novia de tu hijo.

Aarón saltó dentro del campo visual de Vanesa y su cara era lo bastante elocuente como para expresar lo que opinaba sobre lo que acababa de oír. Vanesa le fulminó con la mirada y, una vez más, le dio la espalda.

—¿Te crees que soy tonto? —“¿Quieres una respuesta cruda y sincera?”—. ¿Por qué habrías de hacer eso?

—Porque quiero que esto acabe bien, regresar triunfal con mamá-tigre de la mano, ser feliz y follar como perdices con mami e hijo. Y si para conseguirlo me puedo meter esa pedazo de tranca que gastas durante horas y comerle el culo a tu mujer como si ahí estuviese el don de la inmortalidad, diría que salgo ganando por partida doble.

“Que se note que soy hija de un escritor.”

A regañadientes, Dante tuvo que reír.

“Que se note, además, que soy la tía más divertida en la zona euro.”

—Eres una puta loca.

—Me lo han dicho unas cuantas veces.

—Pero sigues sin convencerme.

—Joder, tío, no pensé que fueras tan acojonado. —Una pequeña puñalada a su hombría de mierda no vendría mal—. ¿Qué crees que vamos a hacer? ¿Un asalto a mano armada en donde sea que estés? Sabes que, si llamamos a los maderos, tardarían media hora en encontrarte. No sé cómo ha acabado ella contigo, pero tengo claro que no lo has planificado, ni creo que hayas hecho ninguna estupidez sin remedio. —“Al menos, eso espero.”

—¡Claro que no! Vino porque le dio la gana, para hablar.

—¿Y seguís hablando?

—Estamos en ello.

—Pues yo soy una diplomática cojonuda, como puedes ver. Negocio de maravilla y follo como las diosas.

De nuevo, Dante se rio. A Vanesa aquella risa le resultaba tan agradable como un gusano reptando por su oído.

—Piénsalo, papá-tigre —le dijo—. Mi oferta le da mil vueltas a la alternativa. Y te puedo asegurar que Aarón está tan preocupado que dudo que tarde en importarle una mierda lo que tengas que contar de su relación con su madre. Cuando te decidas, mándame una ubicación por WhatsApp. Si eres demasiado viejo como para saber eso, pregúntale a tu amante de los tatuajes. ¡Agur!

Vanesa colgó.

—¡Estás loca! —Aarón la cogió por los hombros con brusquedad, tenía la cara desencajada. Una anciana que caminaba por la acera opuesta les miró con cara de maldecir a esta juventud perdida—. ¿Qué vas a hacer, follarte a ese hijo de puta y confiar en su palabra? Ni siquiera sabes si mi madre está… si está bien.

“Si está viva. Ya.”

Vanesa le cogió de las manos.

—Tigretón, vas a tener que tomarte esto con calma —le dijo—. Si sale como espero, sí, voy a follar con tu padre. No te hace gracia, ya lo sé. Ni a mí tampoco. Pero es la única manera de salir de esta sin meter a la policía.

—Prefiero meter a la policía. —Aarón empezó a llorar—. ¿Y si os pierdo a las dos? Esto es una locura. Basta de hacer locuras. Que ese cabrón diga lo que quiera. Hay que denunciarlo. Hay que…

Un mensaje llegó al móvil de Vanesa. Miró el móvil y sonrió.

—Tu padre ha mordido el anzuelo.

3

Casandra había subestimado el deterioro mental de Dante y su incapacidad para saber lo que le convenía. Había creído que bastaría con hacerle ver que lo mejor para ambos era seguir caminos totalmente distintos y que cualquier otra tentativa por su parte de acercarse a ella o a Aarón tendría consecuencias legales, independientemente de lo que él estuviese dispuesto a contar.

Y, con esa intención, Casandra había ido hasta Laif, el pueblo donde vivía Ramón, después de dejar una nota en el gimnasio. Había escrito que estarían cerrados una semana como una manifestación de su propia esperanza. Una semana y entonces todo volvería a la normalidad. Con los mejores añadidos del presente, que se reducían a su relación con Aarón.

Ya no sentía la influencia de la droga, pero empezaba a pensar que el Polvo de Venus había echado raíces en su cerebro de manera permanente. Al menos, en parte. El deseo que sentía por Aarón desde hacía tiempo había roto la presa que lo mantenía a raya, y se había convertido en un ansia arrolladora que se imponía a todo sentido común. Solo podía pensar en el siguiente momento en el que se dejasen llevar de nuevo por la lujuria. Todas sus acciones estaban destinadas a la culminación de ese momento. Pensar en él, en sus besos, en el sabor de su saliva y de su piel, en su polla metida en su boca o en su cuerpo o rozándole, provocaban al instante una serie de palpitaciones en su coño que la estaban derritiendo por dentro. Era enloquecedor. Pero, al mismo tiempo, era algo que no quería dejar de sentir nunca.

“¿Me habré vuelto loca definitivamente?”

No lo sabía. No le importaba. Sentía una deseo posesivo y avaricioso por su hijo. Lo quería solo para ella, durante horas, cada día de su vida. Jamás había sentido algo así.

Aparcó frente a la casa del imbécil de Ramón. Allí estaba el Audi de Dante, como era de esperar. Caminó con resolución hasta la entrada y pulsó el timbre varias veces. Era mediodía. La casa estaba aislada. No había un alma por aquel lugar. Al ser plenamente consciente de ello, Casandra pensó que, tal vez, ir allí de aquella manera no había sido la mejor idea de su vida.

Lucía, vestida tan solo con una camiseta sucia, la recibió. Ni siquiera llevaba ropa interior.

—¡Oh! —exclamó la joven, tras frotarse las legañas—. ¡Hostia! ¿En serio has venido? ¡Hostia puta!

—Dile a Dante que salga. —Con voz fría y autoritaria—. Tengo que hablar con él.

—Y él contigo. Ya lo creo que sí. Lo dejaste precioso. —Y en actitud confidencial—: ¿De verdad te follaste a tu hijo? ¡Joder, eres la hostia de morbosa! —Y, allí mismo, Lucía deslizó dos dedos dentro de su coño. Aquella desinhibición tan exagerada solo podía ser fruto del Polvo de Venus.

Dante apareció tras la hija de Ramón, apartándola con cierta brusquedad. Al ver el prominente chichón en su frente, las facciones un tanto avejentadas y las profundas ojeras bajo los ojos enrojecidos, cargados de resentimiento, Casandra supo que aquel hombre no iba a ser razonable. Pero tenía que intentarlo.

Dante ni siquiera la dejó completar una frase.

—Tienes dos opciones —le dijo él—. Irte ahora mismo y esperar pacientemente a que convierta vuestro mundo de degenerados en un infierno, y te prometo que no pararé hasta conseguirlo. Iré a por Aarón. Ese mierdecilla ya no es mi hijo. Iré a por él. Y si me echáis a la policía encima, contaré lo que he visto hasta en la revista más mierda que encuentre. Dedicaré mi vida a eso. Puedes creerme.

Casandra lo creyó. Había visto, en un instante, un mundo empeñado en separarle de su hijo ahora que la relación entre ellos había evolucionado hacia algo que la llenaba por completo.

—O bien —continuó Dante, muy ufano—, hacemos un trato. Entras en esta casa y tenemos una última fiesta juntos. No has dejado de rechazarme estos últimos días mientras dejabas a tuhijo follarte por el culo. Quiero que estemos todo el día follando. Que seas mi puta esclava sexual. Y mañana, a estas horas, serás libre de hacer lo que te dé la gana con ese mierdecilla.

A su lado, Lucía estaba dando botes de alegría. Se chupaba los dedos que habían estado en su coño.

—Veinticuatro horas disfrutando de esta pedazo de hembra —dijo—. Que sepas que deberías sentirte honrada, ¿eh? Muchas pagarían por tener ese privilegio.

—Estás loco —dijo Casandra, mirando al hombre que ya no consideraba su marido. Pero incluso en ese momento sabía que aceptaría. Aceptaría cualquier cosa siempre y cuando la meta fuese volver a estar con su hijo, a solas, para siempre.

—Pues no lo has oído todo. —La sonrisa de Dante fue cruel—. Porque cada mes tendremos un encuentro sexual. Reservarás una noche en tu ajetreada agenda incestuosa para mi polla. No te preocupes, no será tan intenso como lo de hoy. Será el pago por mi silencio y por haber pasado cuatro años de mi vida en la cárcel por tu cagada. Lo tomas o lo dejas. —Y, muy seguro de sí mismo, le dio la espalda, desapareciendo en el interior de la casa, dejando la puerta abierta. Como si supiese que Casandra aceptaría.

Porque así era. Casandra trató de pensar en todas las alternativas, pero ninguna le pareció lo bastante aceptable. Sintiendo que aquel enorme lastre que había sentido en los últimos años cobraba un nuevo peso, hundiéndola bajo el cadáver de su orgullo, Casandra avanzó, traspasando el umbral de la entrada.

La puerta se cerró tras ella.

4

Lucía abrió la puerta, totalmente desnuda salvo por unas pantuflas. Sostenía un yogur en la mano. Recorrió con mirada lasciva a Vanesa de arriba abajo, que, pese a sus shorts ceñidos y su camiseta de tirantes que silueteaban perfectamente sus sensuales pechos, se sintió incluso demasiado vestida.

—¿Santo y seña? —preguntó Lucía, lamiendo la cucharilla.

—¿Dante es gilipollas?

Lucía se rio.

—No es tan gilipollas si estáis las dos aquí, por voluntad propia.

“Puede que tenga razón.”

Lucía se abrazó a ella. Olía a sudor. Le metió la lengua entre los labios. Sabía a vainilla y cerveza. Luego, miró por encima del hombro de Vanesa.

—¿Has venido sola? —preguntó.

—Claro. A nadie más le interesaba esta fiesta.

—Bueno, creo que somos bastantes. —Lucía se dio la vuelta, contoneándose—. Adelante, madame .

El interior de la casa estaba en penumbra. Había latas de cerveza y envoltorios de comida por todas partes. El fregadero estaba hasta los topes. Desde luego, no iba a ser la orgía más higiénica del mundo.

Dante surgió de una habitación, a la izquierda. Rebosaba orgullo, más inflado que un gallo, a pesar del considerable chichón en su frente. Se apoyó en la jamba de la puerta. Desnudo, con la polla a media erección.

—¿Dónde has dejado al hijo de mamá?

—En casa de mi padre —respondió ella—. Como comprenderás, no tenía demasiadas ganas de verte.

—¿Y te deja venir sola?

—Confía en mis habilidades. Estamos en el siglo veintiuno, hombretón. Las mujeres también podemos tomar la iniciativa.

Dante se rio con condescendencia. Caminó hacia ella, desviándose un poco para coger una manzana de la cesta que había sobre la mesa ubicada frente al sofá. Le dio un bocado.

“Joder, como le crezca un poco más el ego va a acabar por desestabilizar el planeta entero.”

Se quedó frente a Vanesa, bien erguido, disfrutando con la diferencia de estatura entre ellos. Vanesa alzó la mirada.

—Te queda bien el adornito en la frente —le dijo, sin poder evitarlo.

Dante sonrió con desdén, recorriéndola con ojos viciosos. Presionó uno de sus pechos con la manzana mordida.

—¿Qué excusa le dijiste al mierdecilla? —preguntó, con actitud de tío muy listo.

Vanesa no había dejado de sonreír. No se trataba solo de que no quería darle la satisfacción a aquel imbécil de demostrarle miedo o nerviosismo. Aquella situación la excitaba. Era imprudente, probablemente de una estupidez supina sin precedentes, pero no podía evitarlo. La adrenalina parecía fluir directamente hacia su coño.

—Pues que había hablado contigo y que había venido aquí a negociar una solución perfecta para todos.

—¿Y no le importa que te vayas a pasar el día follando conmigo? Porque a eso vienes, ¿verdad?

Vanesa necesitaba un poco de control simbólico en la situación. Le cogió la manzana de la mano y le dio un bocado. Masticó con calma. Se puso de rodillas, dejando caer la manzana a un lado. ¿Qué más daba un poco más de mierda en aquella casa? Recorrió la polla con ambas manos.

—Claro que vengo a eso, hombretón —dijo, relamiéndose. Se sintió un poco culpable por estar disfrutando aquello más de lo que debería. “Es por una buena causa”—. ¿Quieres una mamada de buena voluntad?

Sin esperar respuesta, Vanesa pasó la lengua a lo largo de toda la polla, que comenzaba a endurecerse.

—¡Guau! —exclamó Lucía, acercándose—. Esta chica sí que sabe. —Se acuclilló al lado de Vanesa y le arrebató la polla con una mano, mientras con la otra hundía el glande en el vaso de yogur. Retiró el vaso y dirigió la polla hacia la cara de Vanesa, con los restos de yogur resbalando por toda su extensión—. Así mucho mejor, ¿no te parece?

—Claro —dijo Vanesa. Luego, cogió a Lucía por el pelo e hizo que pegase la cara a la polla de Dante, manchándose la mejilla de yogur—. Pero lo mejor es compartir, así que ayúdame.

Lucía soltó una risa ebria y comenzó a lamer, recogiendo yogur, saboreando aquella polla que ya no debía de tener secretos para ella. Vanesa hizo lo propio. Sus lenguas se encontraban en su recorrido a lo largo y ancho de aquel imponente trozo de carne plagado de venas infladas.

—¿Y qué tal una mamada a tres? —dijo de pronto Lucía.

—En eso estaba pensando. —Dante cogió a Vanesa por los rizos y le golpeó la cara con la polla, moviéndole las gafas—. Vamos, seguro que estás deseando ver a la gran zorra.

Vanesa quiso ponerse en pie. Dante se lo impidió.

—No, no, no. Las perras van a cuatro patas.

“Vaya por Dios, le va ese rollo.”

Pero le sonrió con lascivia, meneando el culo.

—¡Guau, guau! —ladró.

Lucía se echó a reír.

—Me encanta esta chica —dijo, estrellando la mano en su nalga, justo en la zona donde no alcanzaba el short.

“Cuando te pille, te voy a dejar el culo más rojo que un tomate.”

Dante la guio por el pelo hasta la habitación por la que había salido antes. El avance fue absurdamente lento, con Vanesa obligada a gatear mientras se preguntaba cuántas bacterias estaba cogiendo de aquel sucio suelo.

La habitación era un dormitorio donde el olor a sexo y sudor hizo que arrugase la nariz. Casandra estaba sobre la cama, desnuda, sentada con las piernas cruzadas. Sudaba y tenía el pelo muy revuelto, pero conservaba su aire de dignidad y cierta elegancia. Miró a Vanesa con ojos brumosos.

“La han drogado.”

—¿Qué haces aquí?

—Vengo a hacerte compañía —respondió Vanesa, porque decir que venía en su rescate hubiera sido absurdo dadas las circunstancias.

—Eres imbécil. No tenías que haber venido. Solo le vas a dar más diversión cuando él ya había conseguido lo que quería.

Dante fue hacia la cama y cogió la cara de Casandra entre sus gruesos dedos, pasándole el pulgar por los labios. Ni el Polvo de Venus mitigó el desagrado en la expresión de la madre de Aarón.

—Deja a la chica en paz —dijo Dante—. Si viene aquí a darme un plus, pues bienvenido sea. Piensa que cuanto más satisfecho me quede, menos posibilidades hay de que mande nuestro acuerdo al carajo y haga lo que me dé la gana. Ya sabes.

Vanesa no creía que aquello fuese lo que Casandra había venido a ofrecerle a aquel imbécil. Aquello era idea de Dante. No se sintió muy orgullosa al darse cuenta de que aquel tío parecía pensar un poco como ella, al menos en cuestión de ofertas.

—Bueno —dijo Dante—. Basta de charla. Casandra, mi amada esposa —y le dio unas suaves bofetadas—, pon ese pedazo de culo en pompa, que todos lo admiremos.

Casandra lo hizo. Con las rodillas y la cara pegadas al colchón, los muslos separados, su culo se alzó como un ídolo dispuesto a subyugar a la humanidad. Ni siquiera en aquellas circunstancias Vanesa podía dejar de babear por semejante perfección.

Los demás compartían su opinión.

—Joder —dijo Lucía, acariciando una de las prominentes nalgas—, es que no me canso de mirarlo. —Miró a Vanesa—. Me he tirado la mañana comiéndoselo antes y después de que mi Dante se lo rellenase de leche, y podría seguir así hasta morirme de vieja. Buf, no me extraña que su hijo se la acabase follando.

“Muy de acuerdo con todo.”

—Bueno, ya basta. —A Dante no le hacía tanta gracia recordar lo de su hijo. El azote que le propinó a la nalga derecha de Casandra resonó por toda la habitación. Su mano quedó marcada en rojo sobre la piel blanca. Casandra emitió un gemido ahogado, como si hubiese intentado reprimirlo.

“Hijo de la grandísima puta, tu hijo se merece un millón de veces más a esta mujer que tú.”

Era obvio que Casandra no estaba allí por voluntad propia. No del todo. Vanesa había preferido no pensar en ello, pero ahora era imposible esquivar ese hecho. Y eso había cortado un poco la corriente de su lujuria.

Dante cogió algo de una bolsa que había sobre la mesita de noche. Una pastilla rosada, por supuesto.

—Vanesa —dijo—. Para participar en nuestra fiesta tienes que ser capaz de seguirnos el ritmo. Y eso solo es posible con una de estas pastillitas.

—Yo le sigo el ritmo a quien sea sin pastillas, eso te lo aseguro. —“Gran momento para ser una bravucona, ¿eh?”

—No seas tan chula. —Lucía la azotó con fuerza de nuevo. La sonrisa de Vanesa fue una promesa de venganza.

Dante agarró una nalga de Casandra con una mano, separándola un poco de la otra, hundiendo el dedo pulgar en el ano. Escupió directamente en el orificio. Y luego, dejó caer la pastilla de Polvo de Venus en su interior.

—Vamos, perrita —le dijo a Vanesa—. A buscar.

“Su puta madre.”

Pero Vanesa estaba lejos de sentirse molesta. Sin dejar de gatear, escaló a la cama y se acercó a aquel grandioso culo que llevaba deseando comerse desde el primer día. Hubiera preferido que fuese en circunstancias más placenteras, pero eso no iba a impedir que lo disfrutase.

—¿Aarón está bien? —le preguntó Casandra.

“Joder, vas a hacer que me sienta la peor mierda del mundo. Y eso que vine aquí con la intención de ayudaros.”

—Sí. —Vanesa ya tenía las manos sobre aquellas nalgas. Las recorrió con deleite, y a medida que lo hacía, su excitación aumentaba. Aquel culo era mejor que ningún afrodisiaco existente. —Está preocupado, pero está bien. Sabe que todo saldrá bien, ya lo verás. —Pasó la lengua por encima de la marca que Dante le había dejado, recorriendo toda su forma trazando círculos, dejando una capa de saliva a su paso. Finalizó besando la zona con los labios separados, apretándolos fuerte. —Todo va a salir bien. —Su lengua se deslizó hacia el ano. Sorbió la saliva dejada por Dante. Comenzó a lamer, a meter la lengua. Se ayudó con los dedos para dilatar el ano cada vez más, la lengua recorriendo aquella deliciosa circunferencia, dejando caer saliva, penetrando con los dedos, enganchando, tirando, poniendo a prueba cada vez más su elasticidad.

Casandra comenzó a gemir, y esta vez era de placer.

—Joder, a esta tía no le hacen falta pastillas ni nada —dijo Lucía, observando mientras se frotaba el clítoris, apoyada en la pared—. Menuda zorrona está hecha.

—Vamos a subir un poco la dificultad —dijo Dante, que también había estado masturbándose.

Desabrochó el short de Vanesa y se lo sacó a tirones, junto con el tanga. Luego, apoyó la polla en la entrada del coño y la penetró de una brutal embestida, obligándola a meter aún más la nariz contra el ano de Casandra. Vanesa dejo escapar un prolongado gemido de dolor y placer. Dante la agarró por los rizos con una mano y prácticamente le estrelló la cara contra el culo de Casandra.

—¡Busca, perra! ¡Busca!

Las gafas de Vanesa se cayeron a un lado mientras ella intentaba acomodar la cara sobre aquellas nalgas. Metió cuatro dedos, dos de cada mano, en el ano, escupió dentro, lamió como una loca. Todo ello mientras la polla de Dante la empalaba una y otra vez, chapoteando en su coño cada vez más empapado.

Lucía, aullando de gozo, se puso a horcajadas sobre la cabeza de Casandra y comenzó a frotar el coño contra su melena, emitiendo unos gemidos agudos y un tanto chirriantes. No contenta con eso, empezó a meterse mechones de pelo en la vagina, empapándolos con sus fluidos, sin dejar de aplastar la cara de la mujer con su peso.

Vanesa ya había introducido una mano casi entera en el culo de Casandra cuando sus dedos dieron, al fin, con la dichosa pastilla. La sacó, envuelta en saliva y un tanto deshecha.

Antes de que se la metiera en la boca, Dante tiró de su pelo hacia atrás, obligándola a encorvar la espalda hasta que su nuca casi llegó al pecho de él. Manteniendo la polla completamente dentro de su coño, le hizo abrir la boca con los dedos, escupió en su lengua. Le arrebató la pastilla, atrapándola entre dos dedos, y se los metió hasta la garganta. Le tapó la boca con la mano.

—Traga, zorra.

Vanesa tragó a duras penas.

“Joder, ojalá estuviese disfrutando menos.”

Pero lo cierto era que todo aquello la estaba poniendo tan cachonda que miedo le daba el nivel de excitación que alcanzaría cuando la pastilla hiciese efecto.

Dante le subió la camiseta hasta liberar los pechos. Rompió el cierre del sujetador de un tirón y lo echó a un lado. Comenzó a pellizcarle los pezones y azotarle los senos. Aquella mezcla de dolor y placer la estaba volviendo loca. La enorme polla la taladraba sin compasión, empujándola de nuevo hacia el culo de Vanesa, donde continuó recorriendo las profundidades de aquel recto con su lengua ansiosa.

Lucía se inclinó sobre la espalda de Casandra, con el coño aún lleno de mechones de pelo, y acompañó a Vanesa en su exploración anal. Sus lenguas se encontraban, sus labios se chupetearon. Todo se había convertido en un delirio hedonista del que Vanesa no quería liberarse.

Tras unas últimas arremetidas, Dante extrajo la polla de su coño y se corrió sobre su espalda, bañándola en esperma ardiente. Resoplando, se apartó un poco de la cama.

—Casandra —dijo—, ¿qué tal si te pones en plan dominante con estas dos y les enseñas de lo que es capaz una mujer de verdad?

“Oh-oh.”

Fue como si le quitasen la cadena a una bestia salvaje. Casandra se alzó, quitándose de encima a Lucía con una facilidad pasmosa. Sus cabellos salieron del coño de la joven tatuada apelmazados por los fluidos. La cogió por los hombros y la tumbó de espaldas. Luego, alargó un brazo y aferró a Vanesa por un mechón de sus rizos, tirando de ella con escasa delicadeza y haciendo que también se tumbase boca arriba. Con una mano en la cabeza de Lucía y otra en la de la novia de su hijo, hizo que sus mejillas quedasen pegadas, sus cuerpos en posición opuesta. Puso una rodilla junto a la cara de Lucía y pasó la otra pierna por encima de ambas, clavando el pie junto a la oreja de Vanesa. Se abrió las nalgas y puso su ano justo en la boca de Lucía, que lo recibió con la lengua más que dispuesta. Casandra presionó hacia abajo como si quisiera asfixiarla.

Vanesa tenía aquel coño depilado y empapado junto a la cara. Las manos de Casandra la sujetaron por el pelo y atrajeron su cara hasta que su boca abierta se quedó entre los hinchados labios vaginales. Vanesa casi no podía respirar. Mantenía en todo momento la boca abierta, lamiendo y recibiendo los fluidos de Casandra, que le apretaba el rostro contra su coño con tanta fuerza que le estaba doliendo allí donde aquellas manos de acero la sujetaban. Ni se imaginaba cómo estaría Lucía, con aquel culo dominante devorando su cara. No se lo imaginaba, pero le encantaría experimentarlo.

Junto a la puerta, Dante se manoseaba la polla, aún flácida, observándolas con atención.

Casandra se corrió, hundiendo aún más la boca de Vanesa en su coño. Luego, tiró de su pelo hacia arriba. Vanesa tuvo que incorporarse sobre sus rodillas, porque aquella puta salvaje parecía que seguiría tirando aunque le arrancase el cuero cabelludo en el proceso. En su ascenso, Vanesa le lanzó varios lametones por su terso vientre y por sus pechos. Una vez cara a cara, Casandra la sujetó por el cuello y comenzó a estrangularla al tiempo que le lamía toda la cara, cubriéndola de saliva, le mordió el labio inferior con fuerza, le escupió dentro de la boca. Cuando la falta de aire comenzaba a ser preocupante, Vanesa buscó los pezones de Casandra y los estrujó entre sus dedos. Encontró cierta satisfacción en la mueca de dolor de la tigresa. La mano que la estrangulaba aflojó su presa. Vanesa respiró hondo.

—Tampoco hace falta que me mates, zorra —le dijo, aunque, en realidad, lo había disfrutado. Pero lo habría disfrutado más con una polla metida entre sus piernas. Tomó nota para futuros encuentros con Aarón.

Casandra la abofeteó, la volvió a coger del pelo con una mano y le metió cuatro dedos en la boca, hundiendo parte de la gasa sujeta con esparadrapo que Vanesa le había puesto la noche anterior, hacía toda una vida. Usando la mano como si fuese una polla, la removió sobre su lengua y contra sus mejillas, con movimientos bruscos que la llevaban al borde de la arcada en ocasiones. La saliva caía en largos y viscosos goterones desde su barbilla.

De pronto, Vanesa decidió contraatacar. Tiró de la muñeca de Casandra hasta liberar su boca y se abalanzó sobre ella, tumbándola de espaldas. Lucía aspiró aire profundamente cuando el culo desapareció de su cara. Vanesa acomodó las piernas hasta encajarlas con las de Casandra, echándose hacia atrás para un mayor contacto, de manera que sus vulvas quedaron pegadas. La sensación casi le provocó un orgasmo. Los gruesos labios de aquel coño eran tan voraces como su boca. Se amoldaron a los de Vanesa. Sus caderas empezaron a moverse, los coños resbalando el uno contra el otro lubricados por sus fluidos. Se abrazó a una de las poderosas piernas y se dejó llevar por el placer, lamiendo la pantorrilla. Sintió la mano de Casandra aferrándose a una de sus nalgas, hundiendo los dedos en la carne, manoseando a conciencia mientras sus caderas se movían de manera circular y sus coños se restregaban sin pausa.

Otras manos se posaron en su culo. Un breve vistazo confirmó que se trataba de Lucía, harta de verse excluida. Le separó las nalgas y sintió su lengua presionando en su ano, moviéndose en círculos.

Al poco, Dante, que ya había conseguido empalmarse, apoyó el glande en los labios de Vanesa, que los separó, acogiendo aquel falo en su boca en toda su extensión. La sentía hundiéndose en su garganta, ahogándola, una y otra vez. Sumado a la lengua de Lucía haciendo maravillas en su culo. Sumado al coño de Casandra frotándose contra el suyo en una amalgama de carne blanda, húmeda y maleable. Sumado al Polvo de Venus, que empezaba a hacer su efecto. Vanesa se vio sumida en un torbellino de orgasmos que casi la llevaron al desmayo.

Dante liberó su boca para ocupar ahora la de Casandra, que cerró los ojos, como imaginándose que era otra polla la que invadía su garganta. Vanesa no tuvo duda de qué polla la sustituía en su imaginación.

Los brazos de Vanesa colgaban por los pies de la cama. Se despegó un poco del coño de Casandra, disimuladamente. Lucía se aferró con más fuerza a su culo, su lengua se movió con mayor intensidad. Vanesa gimió. Todo su cuerpo se movía como si estuviese totalmente extasiada. Y estaba extasiada, pero no totalmente. Sus dedos rozaron el suelo. Buscaron. Encontraron su short. Buscaron dentro del bolsillo. Nada.

“Mierda.”

Buscaron en el otro bolsillo. Ahora sí. Encerró en su mano el trozo de servilleta doblado que había guardado allí.

—Aparta —oyó que decía Dante tras ella. Al momento, la lengua de Lucía abandonó sus labores anales. Un momento después, la mano ruda de Dante manoseaba sus nalgas—. Veo que te han lubricado bien —dijo, deslizando dos dedos dentro de su culo.

Vanesa gimió. Sentía el sudor en el interior de su puño. Tendría que ser rápida. Esperar al momento adecuado.

—Eeeh… Dante —dijo una voz desconocida.

Vanesa alzó la mirada, sobresaltada. Un hombre de mediana edad, medio calvo, con barriga cervecera y vestido solo con una camiseta y un bóxer, estaba junto a la puerta, masturbándose. Aunque su mano se había quedado paralizada en mitad del recorrido.

“¿Pero qué coño…?”

—¿Qué te pasa ahora, Ramón? —La voz de Dante no podía ser más despreciativa.

—La chica tiene algo en la mano.

“No me jodas.”

Vanesa le fulminó con la mirada.

Dante, por un momento, no entendió. Pero reaccionó rápidamente. Agarró la muñeca de Vanesa y la obligó a abrir la mano. Cogió la servilleta doblada. La desplegó, revelando un polvillo rosado.

—¿Qué cojones es esto? ¿Polvo de Venus? —Dante lo tocó con la punta de la lengua.

“Lástima que no sea cianuro, hijo de puta.”

Vanesa empezó a asustarse.

Dante la miró con la comprensión abriéndose paso en su cerebro, por encima de la droga, el cansancio y la locura.

—¿Qué pretendías con esto, perra? —le gritó—. Esto son al menos cuatro pastillas.

“Más bien tres.”

—¿Pretendías darme esto? —Se abalanzó sobre Vanesa, cogiéndola por el cuello en una actitud bastante más homicida que la de Casandra un momento antes—. ¿Pretendías matarme de sobredosis, hija de la grandísima puta? ¿Ese era tu plan?

Vanesa trató de devolverle la mirada, desafiante. Pero sus ojos solo reflejaron un pánico creciente.

“Lo siento, tigretón.”

5

Durante el trayecto en taxi hasta el pueblo de Laif, Aarón y Vanesa no cruzaron ninguna palabra. No era cuestión de hablar sobre aquellos temas frente al taxista. Se bajaron a cosa de un kilómetro de la dirección que Dante le había enviado. En cuanto el taxi se marchó, Aarón se agarró a los hombros de Vanesa.

—Esto es una locura —le dijo—. Lo mejor es llamar a la policía. Ya tenemos una dirección. Que mi padre cuente lo que le dé la gana.

—No lo has pensado bien —replicó ella—. No sabes cómo os puede joder la vida. Os pueden estar acosando medios de comunicación y gente de redes sociales el resto de vuestra existencia. Basta con que dé varios detalles y ya está.

—Pero es que lo que tú pretendes hacer es una locura mucho mayor. —Aarón estaba al borde de las lágrimas. Otra vez—. Lo que quieres hacer nos puede joder a los tres para siempre.

Vanesa le acarició la mejilla, sobre el hematoma que su padre le había regalado.

—Todo va a salir bien, mi tigretón —le dijo—. Es la única manera. Además, no es seguro que esa cantidad baste para acabar con él, tal vez solo le deje el cerebro bien fundido. Es decir, más aún de lo que ya lo tiene.

Aquel era el plan de Vanesa. Hacer que su padre ingiriese las tres pastillas que Vanesa aún guardaba de la ocasión en que se las había robado. Las había machacado hasta convertirlas en polvo (valga la redundancia) y lo había guardado en un trozo de servilleta. Eso, unido a lo que el propio Dante ya habría consumido, debería bastar para que su corazón podrido estallase. Aarón mentiría si dijese que no le veía el atractivo a la idea. Después de que su padre se hubiese atrevido a dañar a su madre, lo mínimo que le deseaba era la muerte.

Pero una cosa era desearlo y otra convertirlo en una realidad, con todas las consecuencias que podría conllevar.

Ni que decir tiene que a Saúl no le habían dicho nada. Vanesa se había limitado a decirle que no llamase al investigador, que no hablase con nadie y esperase unas horas, que había logrado hablar con Dante y Casandra y todavía se podría arreglar todo aquello de buena manera.

—Yo debería estar cerca —le dijo—. Por lo que pueda pasar.

—No, cariño. Tu padre estará desconfiando y atento. Si te ve rondando por la casa, todo se irá al traste y estaremos todos en su puto poder.

Ya habían hablado de eso también. El plan era que Aarón esperase al menos una hora desde que Vanesa se separase de él, y se quedase por los alrededores de la casa a la espera de que ella le hiciese alguna señal para que entrase. Además, cabía la posibilidad de que no lograse que Dante tragase el polvo, en cuyo caso era necesario que alguien estuviese fuera para ofrecer alguna ayuda.

—Pero ni se te ocurra hacer nada hasta que pasen como tres horas —le advirtió ella—. Si, pasado ese tiempo, no sabes nada de mí ni de tu madre, llama a mi padre y le cuentas todo. Se va a volver loco, pero te ayudará.

—Esto no me gusta nada.

Vanesa le besó en los labios.

—Todo va a salir bien, tigretón. Lo importante es sacar a tu madre de ahí. Tu padre solo quiere vengarse echando unos polvos. —Aarón puso mala cara—. No lo pienses, cariño. Solo es sexo. Solo es una herramienta. Y, si todo sale bien, os librareis de esa basura para siempre.

Aarón la abrazó con fuerza.

—Ten mucho cuidado. Si ves algo raro, sal corriendo de ahí.

—Claro que sí. Confía en la Capitana Vanesa.

Tras otro beso, Vanesa se alejó, sonriente, contoneándose de aquel modo pizpireto, casi infantil. Era como si se fuese de excursión en vez de a tratar de manipular a un tarado mental con sexo.

Aarón sabía que aquello era una locura. El problema era que la locura llevaba instaurada en su vida desde hacía varios días. Y, cuando eso ocurría, resultaba sorprendentemente difícil establecer un límite. ¿En qué momento debía imperar el raciocinio?

La respuesta le vino con fría certeza.

Desde el momento en que las vidas de sus seres queridos corrían peligro.

No tenía intención de esperar una hora. Ni media hora. En cuanto Vanesa se perdió de vista en el meandro de la carretera que se dirigía hacia la casa del tal Ramón, Aarón se encaminó en la misma dirección.

Laif era un pueblo relativamente grande, pero la casa donde su padre mantenía a Casandra retenida se encontraba muy distante del resto del vecindario. La carretera estaba flanqueada por numerosos pinos. Aarón se internó entre ellos, esperando no ser visible.

Tras un buen rato caminando, vio asomar la casa entre los árboles. Ralentizó el paso, procurando que los troncos le ocultasen en la medida de lo posible. El muro que circundaba la propiedad era alto, algo más de dos metros. Pero no lo bastante como para que Aarón no alcanzase su superficie con las manos. Enganchó los dedos y flexionó los brazos hasta encaramarse sobre él. De algo tenía que servir tanto entrenamiento. Miró hacia las tres ventanas repartidas por esa fachada. Solo una, en el piso superior, tenía la persiana subida y estaba abierta, pero no parecía que hubiese nadie allí. Antes de bajar, se fijó en que el Renault de su madre estaba aparcado al lado de un Mercedes verde. Un poco más alejado, estaba el coche de su padre. Había un garaje adosado a la casa, pero estaba claro que no le daban mucho uso.

Saltó al interior del terreno. Dio por hecho que Vanesa ya estaría dentro. La simple idea de pensar en ella siendo follada por Dante hacía que su corazón bombease bilis. Que, además, también estuviese follando con Casandra, provocaba que esa bilis recorriese todo su cerebro, torturando a la bestia que era su rabia. Por no hablar (aunque su cerebro no cesaba de darle detalles al respecto) de que todo aquello era bajo coacción.

Caminando encorvado, las piernas algo flexionadas, se pegó a la fachada y fue recorriéndola yendo hacia la parte trasera. Allí había una piscina, vacía y con aspecto muy descuidado. Las ventanas que se encontró estaban cerradas y con las persianas bajadas. Le pareció escuchar gemidos. Apretó los dientes, agudizando el dolor en su mandíbula. En esos momentos, no era un dolor desagradable. Espoleaba su rabia, le mantenía centrado.

Recorrió el lateral opuesto. Ninguna ventana por eso lado, solo un conducto de ventilación. Le llegaron más gemidos.

Al llegar a la esquina que le llevaría a la parte frontal de la casa, estuvo un rato dudando. No podía permitirse ser descuidado. La imprudencia podría poner en mayor peligro a su madre y a Vanesa. Asomó la cara por el recodo. A la vuelta de la esquina, estaba el garaje. Y este se encontraba abierto. Se asomó. El interior era un caos de herramientas, cajas llenas de trastos, más trastos repartidos por allí. Había también una lavadora tan cubierta de polvo que era difícil imaginar que la hubiesen usado hacía menos de un mes.

También había una puerta metálica, al fondo, que, obviamente, conectaba con el interior. Aarón entró al garaje. Miró entre las diferentes herramientas esparcidas por el suelo. Cogió una pala que estaba medio oxidada. La sintió cómoda entre sus manos. Con pasos muy cuidadosos, llegó hasta la puerta metálica. Giró la manilla, despacio, milímetro a milímetro. No tenía esperanzas de que estuviese sin cerrar con llave, pero había que intentarlo.

La puerta se abrió. Su corazón duplicó la producción de latidos. Movió la hoja con extrema precaución, previniendo cualquier chirrido que pudiesen hacer sus bisagras. Mientras, asomó la cabeza. Al otro lado solo había un pasillo con forma de L que se fue inundando de claridad a medida que abría la puerta.

Recorrió la sección más larga del pasillo, que no eran más de tres metros. Al otro lado del recodo había otra puerta, esta de madera. Y sin cerradura. Aunque podía tener un pestillo al otro lado. Avanzó, despacio. Giró el pomo, controlando la urgencia que los gemidos que llegaban del interior le provocaban.

“Por favor, por favor, por favor…”

La puerta se abrió.

Ramón no era un tipo especialmente preocupado por su seguridad, afortunadamente.

Acuclillándose, abrió una breve rendija. Al otro lado solo vio un muro, parte del marco de un arco y poco más. Los gemidos se hicieron más audibles, acercándose a lo ensordecedor. Reconoció la voz de Casandra y la de Vanesa, mezcladas en aquel cántico al placer. Aquello le enfureció aún más.

De pronto, alguien pasó ante la puerta. Tuvo tiempo de ver unas piernas desnudas y escuálidas de hombre antes de echarse hacia atrás, con el corazón desbocado. Aferró la pala con fuerza.

Esperó. No sucedió nada.

Con movimientos muy lentos, atrapado en una interminable secuencia a cámara lenta, volvió a asomarse a la rendija dejada por la puerta. Empujó la hoja un poco más, ampliando su campo visual. El arco que había visto antes daba a una sala de estar. Aunque, viendo el desorden, bien podría ser un vertedero. El olor iba en consonancia. Alargó el cuello. Vio a alguien. Un tipo vestido con camiseta de asillas y bóxer. Se estaba masturbando. Dedujo que se trataba de Ramón. Se le veía muy entretenido con el espectáculo que se desarrollaba en el interior de la habitación.

“Hijo de puta.”

Como aquel tipo girase un poco la cara, acabaría por verle. Pero tenía que arriesgarse. Pensó en quitarse las zapatillas deportivas para que sus pasos fuesen menos audibles, pero los gemidos de Casandra y Vanesa eran lo bastante agudos como para ocultarlos.

Procurando que la pala no rozase con el marco de la puerta, avanzó poco a poco hacia un lado del arco que accedía a la sala. A medio camino, escuchó que el presunto Ramón decía:

—Eeeh… Dante.

Aarón se quedó petrificado. Pero el tipo estaba mirando hacia el interior de la habitación. Siguió avanzando hasta ponerse a resguardo con la espalda contra la pared.

—¿Qué te pasa ahora, Ramón? —preguntó Dante. Su voz, llena de desprecio, le hizo apretar los dientes, provocando otra oleada de dolor.

—La chica tiene algo en la mano.

El corazón le dio un vuelco. Aarón sospechaba lo que “la chica” tenía en la mano.

Durante un momento, se hizo el silencio. Entonces escuchó movimientos bruscos, un crujir de somier.

—¿Qué cojones es esto? —La voz de su padre sonó entre incrédula y furiosa—. ¿Polvo de Venus?

“Oh, joder, Vanesa, te dije que era una estupidez.”

Se asomó. Ramón continuaba allí parado, mirando, con la mano en la polla como un imbécil.

—¿Qué pretendías con esto, perra? Esto son al menos cuatro pastillas ¿Pretendías darme esto? —Un sonido como de forcejeo, un gemido ahogado que debía de ser de Vanesa—. ¿Pretendías matarme de sobredosis, hija de la grandísima puta? ¿Ese era tu plan?

Aarón no podía quedarse allí quieto por más tiempo. Ramón había retrocedido un paso, pero continuaba mirando con la polla en la mano.

Aarón se movió, sin apartar la vista del hombre. Al otro lado del arco había una barra que servía como línea divisoria entre la cocina y la sala de estar. Se ocultó tras ella.

Se escuchó un golpe de puño.

—¡Suéltala! —Casandra, imponiéndose.

Sonidos de forcejeo. Un bofetón.

“Te voy a matar, cabronazo de mierda.”

Aarón, acuclillado, aferrando con fuerza la pala, rodeó la barra y continuó avanzando hacia Ramón, esquivando una mesa, una veintena de latas y envases de comida y el sofá. Vio, más allá de las patéticas piernas peludas del hombre, a Vanesa cayendo al suelo de bruces.

—¡Dante, cálmate! —Una voz que no conocía. Debía de ser Lucía—. ¡No te las cargues, que nos quedamos sin diversión!

“Hija de puta.”

Aarón estaba a solo unos pasos de Ramón. Se irguió, echó la pala hacia atrás… y dudó. Cambió de táctica. Aquel hombrecillo no sería rival para él. Con cuidado, se agachó y apoyó la pala en el suelo. Avanzó un paso, otro más.

—Escúchala. —La voz de Casandra, estrangulada—. No tiene por qué acabar mal todavía.

—¡Que te jodan, puta! ¡Os voy a enterrar a las dos!

El miedo rodeaba a Aarón con sus fríos tentáculos, le instaba a actuar sin pensar. Pero no, debía ser frío, debía ser el tigre esta vez. Músculos preparados. Objetivo claro al frente.

Vanesa se estaba alzando, miró hacia Ramón.

—Todo por tu culpa, puto cabrón.

—Yo… Yo… —balbuceó Ramón, retrocediendo otro paso que casi le hizo chocar contra el pecho de Aarón.

Vanesa abrió la boca, sorprendida.

Aarón envolvió con un brazo el cuello de Ramón, le apretó la garganta con el antebrazo, se sujetó la muñeca con la otra mano, fortaleciendo su presa. Ramón trató de liberarse, pero no pudo hacer nada. Arañó el antebrazo de Aarón, pero este ni siquiera se percató.

Vanesa miraba, fascinada.

En la habitación, se escuchó el ruido de alguien estrellándose contra algo.

—¡Joder! —exclamó Lucía.

Entonces, la chica apareció ante la puerta al retroceder. Chocó contra Vanesa, que aún seguía en el suelo, sobre rodillas y manos. Eso hizo que volviese la cara y se encontrase a su padre siendo estrangulado.

—¿Eh? —Aturdida, aún sin comprender.

Vanesa cogió impulso desde el suelo y embistió contra sus piernas, haciéndola caer. Se abalanzó sobre ella. Aarón solo podía ver sus piernas y su culo desnudo moviéndose. Supuso que se estaba ensañando con la chica tatuada.

—¡De esta no sales, put…! —La voz de Dante interrumpida por un golpe. Varios objetos salieron volando.

—¡Vete a la mierda! —Casandra, furiosa—. ¡ no vas a salir de esta!

Ramón dejó de debatirse poco a poco, hasta que sus brazos cayeron laxos a los lados.

“Suéltalo, ¡suéltalo ya!”

Aarón aflojó la presa, sujetó el cuerpo del hombre, suavizando su caída al suelo. No sabía si estaba muerto. Solo buscaba dejarlo inconsciente, pero no había tiempo de comprobarlo. Volvió a recuperar la pala y fue hacia la puerta de la habitación donde se estaban desarrollando dos peleas.

Se asomó a tiempo de ver a Casandra siendo arrojada sobre la cama. A tiempo de ver la sangre en su boca. A tiempo de ver a su padre cogiendo una lámpara cuyo cable arrancó de un tirón brusco. A tiempo de ver cómo dejaba caer la lámpara y se envolvía los dos extremos del cable en las manos. Sus intenciones eran evidentes.

—Te voy a follar hasta la muerte —gruñó Dante, avanzando hacia la cama. Tenía el labio partido y un ojo medio cerrado en el que comenzaba a asomar un hematoma. Tal vez por eso tardó en ver venir a su hijo.

Para cuando captó el movimiento, la pala ya estaba trazando un arco que impactó de lleno en su frente, en aquel prominente chichón, como si Aarón pretendiese hundírselo en el cráneo. Dante salió impulsado hacia atrás, chocó contra una pared, cayó al suelo sobre rodillas y codos. Aún consciente, aún resistiendo. Aarón alzó la pala y la estrelló contra su espalda. Dante se quedó tumbado. Aarón tiró la pala a un lado y comenzó a patear el cuerpo de aquel hombre al que odiaba desde lo más profundo de su ser, con furia que, lejos de apagarse, iba en aumento. Aarón supo que no iba a parar. Algo nacido desde la zona más negra y corrosiva de sus entrañas le impulsaba a seguir, a seguir, a seguir…

Unos brazos le rodearon el pecho desde detrás, con suavidad. Unos pechos se pegaron a su espalda. Una voz sedosa le susurró al oído.

—Basta, mi amor —dijo Casandra—. Ya está.

Aarón se detuvo. Se volvió hacia su madre. Le sangraba el labio, que aún seguía hinchado del día anterior. También le salía sangre de un orificio nasal. Aarón la rodeó por la cintura, con fuerza, y fue al encuentro de su boca. Los labios entreabiertos de su madre le recibieron con deseo. Los dedos recorriendo su nuca le pusieron la piel de gallina.

—Esto sí es enternecedor y no la mierda de Titanic —dijo Vanesa. Continuaba sobre Lucía, a la que le dio una bofetada que restalló en la habitación—. ¿No es verdad, loca de los cojones?

Lucía no estaba para dar muchas respuestas. Sangraba profusamente por la nariz, tenía los labios partidos y un ojo hinchado y amoratado. No había perdido del todo la consciencia, pero saltaba a la vista que estaba a nada del desmayo.

Aarón separó los labios de los de su madre, con cuidado.

—¿Estás bien? —le preguntó—. ¿Te duele mucho? —Le acarició por encima del labio superior, enjugando la sangre que salía del orificio nasal, aunque era una hemorragia muy tenue.

—Sí, cariño. —Los dedos de Casandra surcaban su cabello con un deseo poco contenido. Le brillaban los ojos de un modo febril y Aarón supo que su padre la había drogado con aquellas pastillas—. Ahora que estás aquí, sí.

A él no le hacía falta ninguna droga para excitarse, ni siquiera en aquellas circunstancias. Apretó el bulto de su pantalón contra el cuerpo de su madre.

—Amantes —dijo Vanesa, poniéndose en pie—. Deberíamos irnos de aquí, ¿no?

Aarón acarició el pelo apelmazado de Casandra. Recorrió sus hombros y brazos, deleitándose con el tacto de su suave piel. Luego se separó de ella y fue junto a Vanesa para evaluarla.

—¿Cómo estás? —le preguntó. Vio las marcas profundas destacando en su cuello e hizo una mueca de rabia—. Ese hijo de puta…

—No pasa nada, tigretón. —Vanesa se pegó a él, pasándole una mano por el abultado paquete—. ¿Por qué no nos vamos y follamos hasta que se nos olvide toda esta mierda?

Aarón asintió. Pero dijo:

—Aún no. Hay que dejar claras las cosas de una vez por todas.

6

Dante se despertó vomitando sobre su propio pecho. Sentía como si su cabeza fuese una carcasa llena de cristales rotos que no cesaban de agitarse y de resonar por todas partes. No era lo único que le dolía. Todo su cuerpo era una cacofonía de dolor. Sentía tanto dolor que solo deseaba morir y que acabase todo cuanto antes.

Abrió los ojos. Al menos, lo intentó. Uno se mantuvo cerrado. Era el que sentía como si le hubiesen metido una válvula de aire y se lo hubiesen inflado hasta triplicar su tamaño. Por el otro veía bastante bien. Enfocar le supuso un poco más de dolor.

Quiso mover los brazos. No pudo. Quiso mover las piernas y tampoco pudo.

—Por fin te despiertas.

Alguien se movió frente a él. Tardó un rato en reconocer a su hijo. Un chorro de agua fría se estrelló contra su cara. Emitió un grito ahogado.

—Jo… der... —masculló. Cada palabra era una agonía. El sabor a vómito en su boca era nauseabundo.

—Despéjate de una puta vez, gilipollas. —Una voz de chica. Vanesa.

Pero el agua surtió efecto. Se despejó. Lo suficiente como para comprender que estaba atado a una silla con tiras de tela. Gimiendo de dolor, miró a un lado y a otro. Lucía y su padre estaban igual que él, con la diferencia de que también estaban amordazados. La cara de la hija de Ramón era un puto cromo. Los dos le devolvieron la mirada, asustados. Dante miró de nuevo al frente. Continuaban en el dormitorio de Lucía. Casandra y Vanesa se pusieron a un lado y a otro de Aarón. No se habían vestido.

—Hijos de puta. —Las palabras escalaron por su garganta reseca con esfuerzo agónico—. Os voy… os voy a matar.

—No vas a matar a nadie, pedazo de mierda. —Aarón le dio un revés que multiplicó por un millón los dolores que le atormentaban—. Nos vas a dejar en paz para siempre. No vas a asomar tu puto hocico en lo que te quede de vida. ¿Entiendes?

—Vete a la mierda.

Otro revés. Despectivo.

—¡Cabrón! —Dante se sorprendió al darse cuenta de que estaba a punto de ponerse a llorar. El dolor era demasiado, era más de lo que había experimentado en toda su vida.

—Creo que aún no me has entendido bien —dijo Aarón—, así que quiero asegurarme de que estás bien lúcido. —Se acercó a su padre. Le miraba directamente a los ojos, sin asomo de miedo. Más que eso, con una absoluta confianza en sí mismo, como si Dante solo fuese un insecto al que le estaba perdonando la vida, pero que podría aplastar en cuanto quisiera—. Solo hay un motivo para que sigas vivo, padre . Y es que no nos molestes. Pero como tú o alguno de estos desechos —señaló a Lucía y su padre— volváis a inmiscuiros en nuestra vida, acabamos con todos vosotros. Te lo prometo. Acabamos con vosotros.

Dante no sabía qué le había pasado a su hijo, pero, desde luego, aquella ya no era la mirada de un niño. Ni de nadie que fuese a dejarse amedrentar. Era la mirada de su madre, el mismo color, la misma frialdad. Y con todo hundido en un odio muy arraigado y muy evidente. Sabía que su hijo nunca le había tenido simpatía. Ni él se había preocupado jamás por cambiarlo. Al contrario, agradecía aquella distancia. Era el único modo de que no le viese como un obstáculo en la vida que deseaba llevar.

—Más te vale matarme ahora, puto follamadres —masculló, negándose a ceder—. Porque en cuanto pueda, voy a por vosotros. A por ti, a por la puta de tu mad…

Esta vez, el puño de Aarón se hundió en su vientre, dejándole sin aliento.

“Joder, ¿desde cuándo el mocoso tiene esta fuerza?”

—No, payaso. —Lejos de preocuparse por las amenazas de su padre, la voz de Aaron denotaba aún más seguridad. Y lo estaba disfrutando—. No te voy a matar. No te mereces esa molestia. Vas a seguir con tu vida de mierda hasta que te mates de algún modo patético, como corresponde a alguien como tú. Y nosotros vamos a ser muy fáciles. Nos vamos a olvidar de ti y será como si nunca hubieses existido.

—Le voy a contar a todo puto Dios que te estás follando a tu madre.

Aarón sonrió. Si las sonrisas fueran cuchillos, aquella estaría tan afilada que cortaría hasta las palabras. Se enderezó y se acercó a Casandra. La que había sido su esposa se había limpiado la cara y de su pelea con Dante solo quedaban los cortes en los labios y las marcas en el cuello. Aarón rodeó la cintura desnuda de su madre. Sus caderas quedaron pegadas.

—No nos importa —dijo—. Nunca te has merecido a alguien como ella. Nunca en tu puta vida.

—Joder, qué gran verdad —dijo Vanesa, con los brazos en jarras.

—Tu único propósito en esta vida ha sido depositar una semilla para que ella y yo estemos juntos —continuó Aarón, y se inclinó para besar el hombro de su madre—. Ahora, ya no eres nadie para nosotros.

—Estáis como cabras —dijo Dante—. Os voy a hundir.

—No, no lo vas a hacer. —Esta vez fue Casandra quien habló—. Vas a quedarte metido donde sea que te vayas a esconder. Se acabó tu influencia en nuestra vida. Y se acabó cualquier deuda que pueda tener contigo. Cualquiera que se interponga entre mi hijo y yo, está acabado.

Casandra se volvió, dándole la espalda a Dante, y rodeó el cuello de Aarón. Comenzaron a besarse con movimientos lentos, saboreándose. Las manos de Aarón descendieron desde la espalda hasta las majestuosas nalgas de su madre y comenzó a acariciarlas, a recorrer toda su deliciosa superficie. A medida que sus besos aumentaban de intensidad, sus manoseos también lo hacían, hundiendo los dedos en la carne, deslizándose entre las nalgas.

Vanesa los contemplaba con una fascinación casi religiosa. Empezó a estrujarse los pechos, a pellizcarse los pezones.

—Joder —dijo—, es que si por separado son hermosos, juntos es… es la puta hostia.

—Putos enfermos —masculló Dante.

Pero no le hicieron ningún caso. Casandra le quitó la camiseta a su hijo y comenzó a besarle todo el pecho, a pasar su lengua por todas partes, como si el torso de Aarón fuese un enorme helado y ella estuviese degustando su sabor favorito.

—¡Parad! —Dante quiso forcejear contra sus ataduras, pero un latigazo de profundo dolor en su espalda le obligó a parar—. ¡Parad, joder!

No pararon. Ni le escucharon. Era como si, de pronto, se hubieran encerrado en algún tipo de burbuja que les aislaba del resto del mundo. Casandra continuó besando y lamiendo el vientre de su hijo a medida que se acuclillaba, engrandeciendo aún más su culo. Vanesa se mordía el labio, apretaba los muslos con ansiedad, como si tuviese ganas de orinar.

Casandra desabrochó el pantalón de su hijo y se lo bajó hasta la mitad de los muslos, liberando su polla erecta. La acogió entre sus dos manos como si fuese algo sagrado, acariciándola.

“Si yo la tengo el doble de grande, puta de mierda.”

Sin duda, a Casandra no podría importarle menos. Jamás en todos los años de matrimonio su mujer se había recreado de aquella manera con su polla, ni se la había pasado por la cara como estaba haciendo en ese momento, impregnándose de ella. Ni se la había lamido con aquella dedicación, como temiendo perderse el más mínimo matiz de sabor. Ni había engullido sus huevos como se lo estaba haciendo a su hijo, abriendo la boca húmeda y anhelante, pasando la lengua en círculos salivosos para rematar succionándolos. Primero uno. Luego, el otro. Y luego, los dos. En todo momento, las miradas de madre e hijo estaban en contacto, unidos por algún lazo que trascendía a todos los presentes. A cualquiera en el mundo.

—Joder —gimió Vanesa. Se arrodilló en el suelo, los muslos muy abierto, y comenzó a meterse tres dedos en el coño—. Joder, me vais a matar.

Dante se refugiaba en su odio. Se aferraba a él porque era lo único que le quedaba.

“Enfermos, degenerados hijos de puta, os voy a matar, os voy a matar os voy a matar osvoyamatarosvoyamatar.”

Pero era un deseo que sentía tan irrealizable como si se tratase de extinguir el sol. Aquella madre y su hijo estaban tan lejos de su alcance, a un nivel que no era capaz ni de entender, pero sí de intuir, que la idea de que eran intocables se estaba abriendo paso en su mente de un modo insidioso, como un tumor que no cesaba de ramificarse, extendiendo sus zarpas a todos los rincones, alejándole cada vez más de la salvación.

Casandra empezó a meterse la polla de su hijo en la boca, poco a poco, manteniendo la boca abierta y la lengua fuera. La saliva goteaba incesante, cada vez más abundante. Aarón la sujetó por la cabeza y movió las caderas hacia adelante y hacia atrás, de manera controlada, regodeándose en el modo en que su polla desaparecía entre aquellos labios centímetro a centímetro, para luego reaparecer cubierta de saliva.

Después de un rato, Casandra se puso en pie con aquellos movimientos elásticos y elegantes tan suyos. Se encaminó hacia Dante, los ojos brillantes, con una actitud tan superior que era como si, para ella, Dante solo fuese algo minúsculo. Era una enorme depredadora a punto de jugar con un ratoncito. Casandra alzó un pie y lo apoyó en el hombro del que había sido su marido. Le empujó, inclinando la silla hasta que el respaldo dio contra la pared.

—Disfruta de lo que nunca volverás a tener —le dijo ella—. En realidad, de lo que nunca has tenido.

Tras ella, Aarón se había quitado el calzado y el pantalón. Se arrodilló tras su madre y recorrió con las manos y la lengua la pierna que continuaba en el suelo, lamiendo cada línea de sus tersos músculos, cada trazo perfecto de aquella maravilla de la naturaleza, ascendiendo poco a poco, barnizando la piel con saliva. Lo hacía de la misma manera en que su madre le había saboreado a él, con aquella devoción que rozaba lo religioso, rendido totalmente a la sensualidad de la mujer que le había dado la vida, esforzándose en expresarlo con sus dedos, con sus labios y con su lengua. Separó las nalgas de su madre y empezó a lamer entre ellas, de manera ruidosa, sorbiendo cada vez más.

Casandra comenzó a gemir, subyugada por su propio placer. Dante jamás la había oído gemir de aquella manera, como deshaciéndose, como exhalando pequeñas dosis de su esencia vital, sacrificadas al gozo que la embargaba.

Vanesa también gemía. Se había apoyado contra la cama y ahora se metía cuatro dedos con movimientos enérgicos, sin apartar la mirada del espectáculo incestuoso.

La lengua de Aarón aumentó su rango de acción, acercándose con cada pasada a la parte inferior de la vulva de su madre. Acabó por pasar por debajo del vértice que formaban las piernas de Casandra para centrarse en comerle el coño, sentándose para quedar de cara hacia ella. Rodeó los muslos de su madre con los brazos y comenzó a lamer sin descanso, con glotonería insaciable. Casandra gemía cada vez más rápido y más alto. Llevó las manos a la cabeza de su hijo y presionó con fuerza al tiempo que se corría, estremeciéndose de arriba abajo. En ningún momento apartó el pie del hombro de Dante, que lo observaba todo, anonadado, excitado, furioso, frustrado, humillado.

Aarón se puso en pie. Fundió los labios empapados de saliva y fluidos con los de su madre, al tiempo que su mano recorría sus caderas. Luego, se puso tras ella, flexionó las rodillas para colocar bien la polla en la entrada de su coño, y la penetró muy despacio, hasta el fondo. Extrajo la polla casi por completo. La siguiente embestida fue mucho más fuerte. El cuerpo de Casandra tembló por el impacto.

—Oh, sí, mi amor —gimió ella, casi delirando—. Fóllame, mi amor, fóllame, fóllame. Soy tuya, mi vida, tuya para siempre.

Aarón le chupeteaba el cuello, cubriendo con sus labios las marcas que Dante le había dejado en la piel. Y Dante pensó en que aquellas marcas desaparecerían en cuestión de días, y con ellas, el recuerdo de su existencia. Era tal como habían dicho. Sería como si nunca hubiese formado parte de sus vidas. Esa certeza cayó sobre él como un yugo, aplastándole bajo su peso.

Sus cuerpos se coordinaban a la perfección, como si hubieran nacido para follar juntos, las embestidas de Aarón con los contoneos de su madre, buscando la penetración más profunda, el placer más intenso.

Casandra buscó con la lengua la de su hijo, que no tardó en entrelazarse con la suya. La saliva desbordaba sus bocas, resbalaba por sus barbillas y por su cuello. Aarón estrujaba sus pechos, que parecían del tamaño perfecto para sus manos. Sus cuerpos, fundidos en el abrasador deseo inextinguible que les poseía, encajaban de un modo tan idóneo que era imposible imaginar cualquier mundo en el que aquello no terminase por suceder. Estaban destinados a ser uno.

Los movimientos de Aarón se aceleraron. Su cuerpo anunciaba la proximidad del orgasmo. Demostrando la conexión que había entre ellos, Casandra no necesitó más aviso. Dejó que la polla de su hijo saliese de su coño y se arrodilló ante él, dejando que la silla donde Dante estaba atado regresase a su posición original con un chirrido. Aarón sujetó la cabeza de su madre con una mano y hundió la polla contra la cara interna de su mejilla, abultándola con la forma de su hinchado glande.

Aarón emitió un prologando gemido, se aferró a la cabeza de su madre con las dos manos y comenzó a correrse. El semen empezó a caer por la barbilla de Casandra en gruesos goterones, mezclado con su saliva, empapando sus pechos, resbalando por su vientre hasta perderse entre sus muslos. Cuando por fin dejó de eyacular, Aarón casi se derrumbó, arrodillándose al lado de su madre. Ella recogía parte del esperma que colgaba de su barbilla y se lo metía en la boca, jugando con su lengua.

Tras ellos, Vanesa también empezó a correrse, emitiendo unos gemidos entrecortados.

Casandra le abrió la boca a su hijo con los dedos y dejó caer sobre su lengua la mezcla de semen y saliva desde el labio inferior. Luego, fue él quien pasó el espeso líquido a la boca de su madre. Jugó con los dedos sobre la lengua de Casandra, atrapando parte de la mezcla y extendiéndola sobre sus mejillas, para luego lamerlas. Acabaron fundiéndose en un beso muy húmedo, pegando sus lenguas, abriendo sus bocas para encajarlas del modo más profundo.

—Oh, joder —se quejó Vanesa—. Así no hay manera de calmarse. —Empezó a masturbarse de nuevo—. Esos besos son casi como follar.

La polla de Aarón continuaba dura. Casandra, sin dejar de besarle, se puso sobre él, las rodillas contra su cintura. Meneó las caderas hasta que su coño quedó justo sobre la polla de su hijo y se dejó caer. Mientras ella subía y bajaba con unos movimientos de su culo que eran para volver loco de lujuria a cualquier ser viviente, encorvando la espalda, sus brazos se aferraron a la espalda de su hijo. Aarón hundió los dedos en sus caderas y, al poco, en su culo, manoseándolo, llevando los dedos entre las nalgas, metiendo un dedo en el ano. Todo esto sin que sus labios se separasen, los gemidos atrapados en aquella bóveda erigida al placer que formaban sus bocas unidas.

Aarón hizo que su madre se tumbase de espaldas sobre el suelo y, ahora sí, sus bocas se despegaron. Gruesos hilos de saliva y semen mantuvieron en contacto sus labios hasta caer por su propio peso. Aarón echó las piernas de su madre hacia atrás, hasta que sus rodillas quedaron sobre los hombros y, sujetándola por las corvas, continuó arremetiendo contra su coño, hundiendo la polla con todas sus fuerzas. Ambos gemían como si les fuese la vida en ello, enloquecidos, ajenos a todo.

Aarón eyaculó sobre el vientre de su madre. Apenas unas pocas gotas que ella, avariciosa, recogió con los dedos y se llevó a la boca. Jadeantes, cubiertos de sudor, se besaron con ternura.

—Te amo, mi vida —dijo Casandra sin aliento—. Te amo, te amo, te amo.

—Y yo a ti, mamá. Más que a nada.

Vanesa se chupaba los dedos que habían estado en su coño.

—Supongo que eso me deja un poco excluida —dijo—. Pero confío en que me dejéis un pequeño hueco en vuestro paraíso.

Aarón se echó a reír, como si estuviese ebrio. Incluso Casandra sonrió. Era como si estuviesen en su entorno. Como si no hubieran ocurrido los violentos acontecimientos de hacía algo más de una hora. Como si Casandra y Vanesa no hubiesen estado a punto de morir. Como si solo un milagro hubiese impedido que Aarón se convirtiese en un asesino.

Se habían entregado el uno al otro y eso, de alguna manera, les había curado.

Y, con ello, habían exiliado completamente a Dante de todos los aspectos de su vida.

Cuando, unos minutos más tarde, se vistieron y se marcharon sin dirigirle ni una palabra, Dante sintió una desolación tan abismal que, finalmente, no pudo contener las lágrimas.

Antes de marcharse, Vanesa desató a Lucía, en cuyos ojos se había quedado impresa una expresión de terror. Su cerebro no había terminado de procesar todo lo ocurrido.

—A portarse como una buena chica, ¿eh? —le dijo Vanesa a modo de despedida, dedicándole un guiño.

7

Vanesa se sentía como si un millar de pequeñas manos de algodón la estuviesen masajeando constantemente, con especial énfasis en su coño y sus pezones. Masturbarse como una loca no le había servido de nada. Observar a Aarón y a su madre follando de aquella manera había sido un bombardeo de lujuria impactando contra su cerebro. Solo había logrado reprimirse porque sabía que aquel momento era para ellos dos. Era un mensaje al gilipollas de Dante y el paso final hacia la concreción de la conexión entre ambos.

Pero había sido duro. La lujuria que sentía era tal que la asaltaban instintos caníbales. Necesitaba morder la carne de aquel culo, necesitaba engullir aquella polla.

“Puta droga de los cojones. Me está volviendo loca.”

Además, se había dado cuenta de que, en la vida de Aarón, siempre tendría un lugar secundario. Después de ver cómo se entregaban el uno a la otra, habría sido muy ingenuo por su parte pensar que Aarón la deseaba de igual manera. La duda era si todavía quedaba espacio para ella.

Para colmo, con tanto forcejeo, tenía las varillas de las gafas torcidas y no había modo de acomodarlas como era debido. Al final decidió llevarlas en la mano, reduciendo el mundo a un montón de figuras de contornos difusos. Total, ¿qué más daba?

Se encontraban en el coche, en silencio. Casandra conducía. Aarón iba a su lado, medio dormido. Era normal después de los dos polvazos que le había echado a mamá-tigre, y eso sin haber tomado el dichoso Polvo de Venus. Vanesa no podía parar de mover los pies. Nerviosa, cachonda y un tanto melancólica.

—¿Así que tu plan era hacer que Dante tuviese una sobredosis? —le preguntó Casandra, de pronto.

Vanesa se sintió un poco avergonzada. Viéndolo en retrospectiva, había sido una estupidez. De no ser porque Aarón había tomado la iniciativa de hacer las cosas a su manera, probablemente estarían muertas.

“¿Probablemente?”

—Sí —dijo.

—¿Y cómo pretendías dárselo sin que se diese cuenta?

—Me lo iba a poner en la boca y luego le habría besado, esperando que estuviese tan salido que no lo notase. Además, imagino que ya estaba drogado, así que, para cuando notase que algo iba mal, sería tarde. —Pero cuantas más explicaciones daba, más absurdo le parecía. “Joder, a ver si va a ser verdad que soy imbécil”—. Habría sido una muerte natural, muy propia de él. Lucía y su padre no habrían dicho nada contra nosotros porque, en fin, después de todo en lo que eran cómplices, ¿para qué complicarse la vida? Y nos habríamos ido felizmente.

Tal vez la mayor locura de todas era que estuviese hablando de un asesinato planeado por ella con semejante naturalidad.

En fin, ninguno de ellos tenía una gran brújula moral, ¿no?

—Es la idea más disparatada y estúpida que he oído en mi vida. —Pero Casandra sonreía. No la sonrisa fría, por compromiso, que le había dedicado todas las veces anteriores, sino una sonrisa de verdad.

Vanesa también sonrió.

—Sí que lo es —dijo.

EPÍLOGO

FELIZ CUMPLEAÑOS, JOVEN TIGRE

1

Aarón entró en su casa acompañado de Vanesa. Casandra estaba sentada en el sofá, leyendo una novela, con los pies descalzos apoyados en la mesa de madera de nogal que habían comprado para sustituir a la de cristal. Tenía las preciosas piernas cruzadas y estiradas. El sencillo vestido gris que llevaba era lo bastante corto como para dejárselas al desnudo. En realidad, era tan corto que, tal como estaba sentada, también se podía apreciar el inicio de la apetitosa curva de su nalga. Parecía más una camiseta de manga larga, con algunos botones en el escote redondo, la mitad fuera de sus ojales, revelando la ausencia de sujetador, algo bastante habitual en ella.

Fuera estaban a menos de diez grados, pero allí dentro el ambiente era cálido y reconfortante gracias a los dos radiadores dispuestos en ambos extremos de la estancia.

“Como si la mujer ahí sentada no diese suficiente calor.”

En los últimos cinco meses, él y su madre habían follado de todos los modos habidos y por haber. Esa misma mañana habían tenido un delicioso polvo en la ducha. Pero Aarón no se cansaba de devorarla con la mirada. No había día que no descubriese un nuevo matiz de sensualidad y belleza en ella.

—Hola, mamá —la saludó, quitándose el abrigo y colgándolo del perchero que había junto a la entrada. Encontraba especialmente excitante enfatizar la relación que les unía.

—Hola, amor. —Casandra apartó el libro, sonriéndole.

Aarón se acercó para besarla en los labios. Pasó la mano por su muslo, notando su calor.

Casandra se estremeció.

—¡Las tienes heladas! —Sus pezones destacaron bajo la fina tela del vestido.

Aarón se rio.

—¡Qué bien se está aquí dentro! —dijo Vanesa, colgando su abrigo. Llevaba una minifalda plisada verde, medias de lana negras, botines y un suéter negro que se ceñía a sus pechos. Dejó la bolsa con la que cargaba en el suelo. Se tomó un momento para observar a Casandra con expresión lasciva. Se ajustó las gafas que se había comprado nuevas después del “caso Dante”—. Vaya, vaya. Qué bien viven algunas.

Se acercó a Casandra para darle un beso en la mejilla. También aprovechó para pasarle la mano por el muslo, rozando el inicio de su nalga.

—¿Qué tal en clase? —Casandra se puso en pie, bajándose el vestido todo lo que daba de sí, que no era mucho. Se ceñía a sus prominentes caderas de un modo que provocó un exceso de salivación en la boca de Aarón. La tela daba para cubrir su culo por milímetros.

Aarón había decidido estudiar la misma carrera que Vanesa, filología española. De modo que ambos coincidían en la misma facultad. Esa tarde habían decidido saltarse algunas asignaturas para poder celebrar el cumpleaños de Aarón. Casandra también se había tomado la tarde libre en el gimnasio. Después de todo, era el día en que el joven tigre alcanzaba, oficialmente, la mayoría de edad. Aunque Aarón consideraba que se había convertido en un hombre desde el momento en que derrotó a su padre física y espiritualmente.

Mientras él y Vanesa comentaban cómo les había ido el día, comparando sus clases y realizando comentarios sobre sus profesores, Casandra se calzó unas zapatillas y fue a la cocina —su contoneo perseguido por las miradas de la pareja—, para regresar con una tarta de Ferrero Rocher en la que había dos velas, una con forma de uno y otra con forma de ocho. La puso sobre la mesa y regresó a la cocina para volver con una botella de cava y un mechero. A Aarón le llamó la atención que no hubiese traído nada para cortar la tarta, ni platos, ni copas para el cava, pero tampoco le dio gran importancia. Luego iría él mismo.

Casandra encendió las dos velas.

—Adelante, cumpleañero —le dijo—. Haz los honores.

Se sentaron los tres a la mesa. Aarón apagó las dos llamas sin problema.

—¿Qué deseo has pedido? —preguntó Vanesa—. Aunque poco tienes que desear últimamente, con lo bien que te va todo. —Y le dedicó un guiño especialmente elocuente.

—Si lo digo en voz alta, no se cumplirá —dijo él.

“Que esto dure para siempre.”

Pero, como eso era imposible, al menos que durase muchísimos años.

—Antes de ponernos en plan glotón —dijo Vanesa—, los regalos. Que me hace ilusión.

Aarón rio.

—Vale, ¿quién empieza? —dijo.

—Vanesa, adelante —cedió Casandra, sonriendo. Era maravilloso verla siendo amable con ella, aunque Aarón aún notaba una tenue tirantez. Pero esperaba que fuese desapareciendo. Además, tener una novia que aceptase la relación entre ellos era algo digno de valorar.

—¡Viva! —Vanesa, como una niña, fue casi dando saltos a por la bolsa que había dejado junto a la pared. Regresó a la mesa y sacó un paquete rectangular—. Adelante. Espero que te guste.

Era fácil deducir que se trataba de un libro. Aun así, Aarón se quedó boquiabierto cuando, al quitar el envoltorio con cuidado, procurando no romperlo, leyó el título. Los colmillos de la tigresa , por Saúl Torres. La novela inédita del padre de Vanesa, y en cuya creación Casandra había servido de musa sin saberlo.

—Pero, ¿cómo? —dijo, sin salir de su pasmo. Acariciaba la cubierta de tapa dura casi con la misma veneración que si se tratase de su madre. Se suponía que aquella novela no sería publicada hasta mediados del año próximo.

—Mi padre hizo que imprimiesen esta versión prematura para ti. —Saltaba a la vista que Vanesa estaba muy satisfecha por la reacción de Aarón—. ¿Qué te parece?

—Joder, no tengo palabras. —Y era cierto. Se puso en pie y le dio un prolongado beso en los labios a Vanesa—. Gracias, preciosa.

—¡Un placer, tigretón! —Vanesa volvió a meter la mano en la bolsa—. Pero espera, aún queda un detallito más.

Sacó un paquete mucho más pequeño, con forma de sobre. Aarón, al abrirlo, descubrió tres colgantes de plata iguales, con la forma del rostro de un tigre.

—No me pude resistir —dijo ella—. Con esto ya demostramos que somos miembros del clan de los tigres. —Miró a Casandra—. Bueno, si se me permite.

—Se te permite. —Casandra se rio. Pero Aarón intuyó cierta tensión en sus facciones. O tal vez fuese su imaginación.

—Me encantan —dijo él, intentando ponerse uno.

—Espera, que te ayudo. —Vanesa se lo enganchó al cuello, dándole un beso en la nuca para rematar. Luego, volvieron a besarse en los labios.

Aarón le puso un colgante a Vanesa y el otro a su madre, que sostuvo su melena para ello.

—Y ya está —dijo Vanesa—. No tengo nada más.

—Mi turno entonces. —Casandra se puso en pie y, al pasar por detrás de Vanesa, le pasó una mano por el hombro, que se deslizó por su cuello hasta su barbilla, echándole la cabeza hacia atrás. Se inclinó, echando el culo hacia atrás, las piernas rectas, y, muy despacio, pasó la lengua por los labios de Vanesa, recorriéndolos, humedeciéndolos.

Vanesa, superada la sorpresa inicial, abrió la boca para recibir la de Casandra. Sus labios se saborearon, centrándose en el inferior, luego en el superior, succionándolos con suavidad. Sus caras se inclinaron en perfecta simetría para encajar mejor las bocas. Se adivinaba el movimiento de sus lenguas, abultaban sus mejillas en ocasiones. La saliva asomó entre las comisuras, se deslizó en finos hilos traslúcidos hacia la mandíbula de Vanesa, descendiendo por su cuello. Las manos de Casandra se posaron en los pechos de la joven, por encima del suéter, y comenzaron a amasar. Vanesa gemía dentro de su boca.

Aarón estaba alucinando. Y excitando. Su polla tardó segundos en endurecerse latido a latido, presionando el vaquero. Sus ojos iban de las bocas de ambas a las piernas de su madre, ascendiendo por los esculturales muslos hasta la irresistible curva de su nalga, que el vestido, en aquella postura, no lograba cubrir por completo. Quería levantarse y participar. Tocarlas, besarlas, meter la polla entre aquellos labios ansiosos rebosantes de sensualidad. Pero, al mismo tiempo, no se atrevía a perturbar la perfección de la escena, cautivado.

Fue su madre la que tomó la iniciativa de alzar la cara.

—Oh, Dios —suspiró la joven, pasándose la lengua por los labios húmedos—. Esto es más bien un regalo para mí.

Casandra, sin dejar de estrujarle los pechos, volvió a inclinarse para pasarle la lengua por una oreja.

—Desnúdate y túmbate sobre la mesa —le susurró.

Casandra se apartó, mirando a su hijo fijamente con una sonrisa que, por sí sola, podría alzar toda polla que se cruzase en su camino.

Vanesa no cuestionó nada. Se puso en pie y se deshizo del suéter, el sujetador, los botines, la minifalda y el tanga, dejándose las medias. Sonriendo a Aarón, con los ojos brillando de lujuria, se subió a la mesa, con cuidado de no volcar la botella de cava, y se tumbó de espaldas, moviendo el plato de la tarta a un lado para no aplastarla con su espalda.

Casandra se subió las mangas del vestido hasta los codos. Se inclinó para pasar la lengua por el vientre de Vanesa, al tiempo que su mano descendía hasta ubicarse entre sus muslos, donde comenzó un masaje circular sobre los labios vaginales. Los gemidos de Vanesa llenaron la sala, suaves y cadenciosos. Flexionó las piernas, moviendo las caderas al ritmo que imponía la mano de Casandra.

Aarón tenía la cabeza de su novia a centímetros. Hizo ademán de acariciarle la cara y sentir sus labios con los dedos, pero una mirada de su madre le instó a que esperase. De modo que se quedó quieto, observando el espectáculo que Casandra le estaba dedicando. Porque, indudablemente, lo hacía para él. Sabía que Aarón llevaba tiempo deseando que su madre permitiese a Vanesa que se uniese a ellos de vez en cuando. Alguna vez se lo había dejado caer, con cierto cuidado. Casandra no solía poner buena cara. Sabía que el deseo de su hijo hacia ella era inextinguible, pero, para ella, la plenitud solo era posible cuando se quedaban encerrados en la burbuja que les aislaba de todo, esa burbuja donde solo importaba el placer que se otorgaban, donde el único objetivo era consumirse mutuamente. Y para Aarón era más que suficiente, pero, dado que el sexo era una parte esencial en lo que les unía, deseaba que su madre aceptase por completo a Vanesa.

Además, para qué engañarse. Era fantasear con ellas dos juntas y empezar a babear.

Que su madre le hiciese aquella concesión, aquel regalo, era lo último que se esperaba.

Casandra rodeó la mesa hasta ponerse frente a las piernas de Vanesa. Se inclinó, separándoselas con las manos. A medida que su cara bajaba, manteniendo contacto visual con su hijo, encaramó una rodilla sobre la mesa, y luego la otra, quedando su culo en pompa, destacando como el sol en un amanecer despejado, una imagen que cuánto más se contemplaba, más hermosa parecía. El vestido cedió terreno a las prominentes nalgas, lo suficiente como para constatar que no llevaba ropa interior.

Aarón tuvo que liberar la polla del pantalón. Decidió quitárselo por completo, junto con el calzado y el bóxer. Volvió a sentarse, con la mano recorriendo la polla despacio.

Su madre hundió la boca en el coño de Vanesa, que se deshizo en gemidos.

—¡Oh, joder, sí! —Vanesa se retorcía, sus manos se hundían en sus propios pechos, retorciéndose los pezones, amasando la blanda carne.

Casandra chupó y lamió durante un buen rato. Le metió varios dedos y comenzó a penetrarla con ellos. Hilillos de espesa saliva mezclada con fluidos se balanceaban en su barbilla como péndulos. A juzgar por sus gemidos y movimientos, Vanesa se corrió al menos dos veces.

Entonces, Casandra llevó una mano a la tarta, tiró las dos velas al suelo y hundió los dedos en ella, cogiendo un buen trozo. Lo restregó por toda la vulva de Vanesa, le introdujo partes en el coño, hundiendo los dedos en el proceso. Cogió otro trozo de tarta y repitió la acción. Se lamió la palma de la mano entera, saboreando trozos de tarta con fluidos. Esparció otro puñado por el vientre de la joven, extendiendo una capa irregular. Hizo lo mismo con los pechos.

Luego, gateó sobre el cuerpo de Vanesa hasta colocar una rodilla a cada lado de su cara, con los muslos bien separados. La joven no perdió el tiempo ni pidió permiso. Le abrió el coño con sus manos y alzó la cabeza para empezar a lamer entre los labios vaginales, metiendo la lengua todo lo que podía, buscando el clítoris para chupetearlo con fuertes sonidos de succión.

Casandra se quitó el vestido por encima de la cabeza y lo tiró al suelo.

—Mi amor —le dijo a su hijo—, ¿por qué no disfrutas de tu tarta?

No hubo que repetirlo. Aarón se puso en pie y se dirigió hacia el otro extremo de la mesa, no sin antes darle un profundo beso a su madre en la boca al tiempo que recorría aquel abdomen perfecto con sus manos. Luego se situó donde antes había estado su madre, puso las manos en los muslos de Vanesa para separárselos todo lo posible y comenzó a succionar los labios vaginales, estirándolos entre sus dientes, todo mientras limpiaba la zona de los restos de tarta y los tragaba.

Casandra se dio la vuelta sobre la cara de Vanesa, se apoyó sobre los pies, quedando acuclillada, y situó su ano sobre la boca de la joven.

—Esto es un sueño hecho realidad —dijo Vanesa, separando las nalgas con las manos y hundiendo la lengua en aquel delicioso orificio.

Casandra, con los muslos bien abiertos, se pasó los dedos por el coño, presionando su abultada vulva, dejando que los fluidos se escurriesen por su mano. Se introdujo dos dedos. No tardó en unirse un tercero. Unos suaves gemidos brotaron de su garganta. Sus caderas comenzaron a moverse de manera circular, como si siguiese el ritmo de una balada. Bajo ella, Vanesa exploraba su recto a base de lengüetazos, respirando con dificultad, con aquellas gloriosas nalgas aprisionándola. Una prisión que ella aceptaba con evidente gusto.

Aarón ya había despejado el vientre de su novia y toda su atención estaba puesta en su pecho izquierdo, que estrangulaba entre sus manos mientras devoraba los trozos de tarta, lamiendo los restos, chupeteando los pezones, apretándolos entre sus dientes y estirándolos hasta que se soltaban. Los gemidos de Vanesa quedaban sepultados bajo el magno culo, que la mantenía sumisa bajo su poderío.

Casandra alargó un brazo para coger la botella de cava. Quitó el tapón con facilidad, permitiendo que saliese impulsado hacia el otro lado de la sala. Alzó la botella y la inclinó sobre su boca abierta, vertiendo un chorro sobre su lengua, que descendió por su torso en una cascada espumosa, empapando su coño, cayendo sobre el pecho y el cuello de Vanesa, que emitió un gemido de sobresalto al notar el frío líquido.

Aarón no pudo resistirse más. Dejó el pecho derecho de Vanesa y fue a por el coño de su madre, deslizando la polla erecta sobre el vientre de su novia. Hundió la lengua con avidez entre los labios vaginales de Casandra, llenándose la boca de cava, de fluidos, del sabor de aquella mujer que era una hoguera siempre ardiendo, indeleble, convirtiéndolo en una polilla ansiosa por ser devorada por sus llamas. Su madre gimió, satisfecha. Incluso en esos momentos en que le regalaba la realización de su fantasía, Casandra necesitaba imponer su superioridad. Y siempre salía vencedora.

Aarón amaba a Vanesa. Se podía decir que estaba enamorado de ella. Pero la conexión entre su madre y él era algo que iba más allá del amor, más allá de la lujuria. Era todo eso llevado a su máxima evolución. A su forma definitiva. Algo nuevo. Algo inquebrantable.

Casi actuando más por remordimientos que por deseo (aunque la balanza estaba muy igualada), Aarón se acomodó para dirigir su polla al interior del coño de Vanesa, penetrándola con fiereza, como una constatación de que también era importante para él.

Casandra le puso las dos manos en la cara, obligándole a mirarla. Vio que se disponía a dejar caer desde sus labios una mezcla de cava y saliva. Aarón abrió la boca para recibirla. Cayó sobre su cara, se deslizó sobre su lengua. Se incorporó sobre sus rodillas, colocándolas bajo los muslos de Vanesa para poder penetrarla mejor. Empezó a embestirla como si quisiera liberarla del culo de su madre. La mesa crujía con cada movimiento.

Casandra se inclinó hacia él. Hundió los dedos en sus mejillas. Le lamió la cara con largas pasadas, recogiendo lo que antes había dejado caer. Le abrió la boca enganchando los pulgares en sus comisuras. Escupió dentro. Luego abrió su propia boca, sacando la lengua, y él le devolvió el favor. Aarón sintió la mano cerrándose en su garganta, dominante.

—¿Vas a ser mío para siempre? —le susurró su madre a un milímetro de su rostro, lamiéndole la nariz.

Aarón dio una embestida brutal entre las piernas de Vanesa, que resopló contra el ano de Casandra.

—Sí —contestó.

—¿Por encima de cualquiera?

“No me hagas decirlo.”

La agarró por la cabeza, enredando los dedos en su suave y hermosa melena rubia. Forcejeó contra la fuerza de su madre para acercarse a ella y besarla en los labios, a costa de sentir que la respiración se le cortaba. Casandra le dio una bofetada. Lo bastante fuerte como para que restallase en la sala. Lo bastante floja como para que solo le picase un poco. Aquello era nuevo. Y le gustó. ¿Acaso su madre podía hacer algo que no le gustase?

Se pasó la lengua por los labios, sonriendo. Apenas podía respirar. Podría haberse desembarazado de la mano de su madre, pero no lo hizo. Solo la miró a los ojos, sin dejar de penetrar a Vanesa, sin dejar de masajear la cabeza de su madre bajo la espesa cabellera.

—¿Por encima de cualquiera? —repitió su madre, susurrando. Su presa se aflojó un poco.

Aarón pudo llenarse los pulmones.

—Siempre —dijo.

Rodeó a su madre por debajo de las axilas y la atrajo hacia él, desplazando su culo hacia el vientre de Vanesa, que aspiró aire con fuerza al verse libre del ano que la mantenía tan ocupada como cautiva.

—Siempre —repitió, besándola por todo el cuello, succionando piel hasta dejarle marcas enrojecidas, estrechándola entre sus brazos con avaricia, sus dedos recorriendo aquella espalda perfecta, deleitándose con la suavidad de su piel—. Siempre, siempre, siempre.

Casandra le tiró del pelo para echarle la cara hacia atrás y también ella comenzó a lamerle el cuello, a chupeteárselo con apetito depredador, las uñas recorriendo su espalda con ansia contenida, como si quisiera arañarlo con fuerza, pero se estuviese reprimiendo.

—Ahora la permito unirse —le dijo ella—. Pero esta noche vas a ser todo para mí. Y mañana. Y cada día. Hoy será la única vez que te deje tenernos a las dos al mismo tiempo.

—Está bien —dijo él contra su cuello, besando, lamiendo, chupando.

Casandra se bajó de la mesa con un salto grácil.

—Joder, Casandra —dijo Vanesa—. Estaría comiéndote el culo toda la vida.

Casandra sonrió, pero su atención estaba puesta en su hijo.

—Bájate —le dijo.

Aarón obedeció, a pesar de que, gustosamente, habría seguido follando a Vanesa.

—¿Te acuerdas de la primera vez que metiste tu preciosa polla en mi culo? —le preguntó Casandra, acariciándole el cabello.

La noche en que Dante les había descubierto.

—Sí —contestó él.

—Pues hoy tengo otro regalo que hacerte.

Casandra hizo que se inclinase hacia la mesa. Acarició las nalgas de su hijo con dulzura al principio, con más deseo al cabo de unos segundos.

—No eres el único que siente apetito por un buen culo, ¿sabes? —le dijo, acuclillándose tras él. Aferró la tersa carne con las manos, separándola, exponiendo el ano, y comenzó a pasar la lengua entre las nalgas, yendo desde el perineo hasta casi las lumbares, dejando un rastro de saliva cada vez más denso.

—Yo esto no me lo pierdo. —Vanesa se bajó de la mesa, arrodillándose al lado de Casandra para observar cómo degustaba el culo de su hijo.

Cuando sintió la lengua abriéndose paso a través de su ano, con movimientos circulares, presionando, la saliva chorreando entre sus nalgas, alcanzando sus huevos y goteando sobre el suelo, Aarón sintió una serie de placenteros cosquilleos que le hicieron reír y gemir al mismo tiempo. Su madre —ni nadie— nunca le había hecho eso antes, y le estaba encantando.

Sin dejar de escarbar en el culo de su hijo, Casandra cogió a Vanesa del pelo y la atrajo hasta ponerle la cara junto a su mejilla. Separó la boca del ano de Aarón y aplastó la cara de Vanesa entre los glúteos. La joven sacó la lengua, poniéndola rígida para meterla y sacarla del ano como si lo estuviese follando. Aarón se deshacía en gemidos. El mordisco de su madre en una nalga solo multiplicó las gustosas sensaciones.

Casandra, sin dejar de aferrar los rizos de Vanesa para mantenerla bien pegada al culo de Aarón (aunque no parecía que hiciese falta), comenzó a pasar la lengua por las nalgas de su hijo, cubriéndolas de saliva.

Luego, apartó a Vanesa de un tirón de pelo. Las gafas de la joven estaban torcidas y totalmente empañadas. Y su cara era de ebria felicidad.

—Tigretón —dijo, poniéndose en pie para lamerle toda la espalda—, que sepas que vamos a hacer esto con mucha frecuencia. Acabo de descubrir que comerte el culo es un placer que no puedo permitirme abandonar.

Aarón solo se rio. Esperaba que su madre tuviese la misma intención en futuras ocasiones.

Pero Casandra no había terminado. Se chupó un dedo y lo introdujo en el recto de su hijo, poco a poco.

—Relájate, mi amor —le dijo, masajeándole una nalga—. Te va a gustar.

La sensación fue extraña. Aarón apretó el ano al principio, pero entre el masaje de su madre, la saliva que dejó caer en su dedo para lubricarlo más, y los besos de Vanesa, que descendieron hasta la otra nalga, donde se quedó con la mejilla apoyada, contemplando el buen hacer de Casandra, acabó por relajarse y dejarse llevar. El dedo de su madre entró por completo y comenzó a moverse adentro y afuera, adentro y afuera, cada vez con más intensidad.

—Hazlo tú también —le indicó Casandra a Vanesa.

La joven unió un dedo al de Casandra. Las manos libres de las dos mujeres se juntaron en torno a la polla de Aarón, dura como un mástil, y comenzaron a masturbarle al unísono.

—Joder —masculló cuando su madre añadió otro dedo más al acto de penetrarle el ano. Como no podía ser de otra manera, Vanesa la imitó.

Por un momento, Aarón se quedó sin aliento. Su novia intentó ser delicada. Su madre, no. Vanesa, tras un momento de duda, aumentó su propio ritmo. Cuatro dedos horadando su culo, dos manos en su polla. Aarón estaba gimiendo como no lo había hecho en su vida.

—Joder —repitió—, me corro.

Parecía imposible, pero Casandra le penetró aún con más intensidad, como si quisiera hacerle daño, hundiendo los dedos en su recto con toda su considerable fuerza. Aarón comenzó a eyacular, gimiendo de un modo que más tarde, al recordarlo, le haría sentir cierta vergüenza.

Vanesa y Casandra retiraron los dedos. Casandra los metió en la boca de la joven, que los empezó a chupar como si se tratase de un caramelo, emitiendo suspiros de satisfacción, saboreando no solo el ano de su novio, sino el semen que había quedado entre los dedos. Un momento después, Casandra agarró la muñeca de la joven y también se puso a chuparle los dedos que habían estado en el culo de su hijo.

Aarón, con el ano dolorido pero satisfecho, se volvió y, al verlas de aquella manera, lamiéndose los dedos mutuamente con los movimientos de boca y lengua más lascivos posible, todo ello aderezado con unos gemidos que dejarían en ridículo los cantos de una sirena, no pudo hacer otra cosa que manosearse la polla, a pesar de su descenso hacia la flacidez.

Cuando las dos mujeres pasaron de chuparse los dedos a besarse —Casandra, como siempre, llevaba la iniciativa—, traspasándose los restos de semen de lengua a lengua y saboreándose los labios con la gula de un niño obeso en un bufet libre de gominolas, una erección incipiente se fue abriendo paso en la mano de Aarón, despacio, con cierta reticencia.

Las dos le miraron con idéntica expresión lujuriosa. Un momento después, tenía la boca de ambas lamiendo y succionando sus testículos, con mucho sorber de saliva. La erección continuó su desarrollo con mucha más firmeza, hasta completarse. Los labios de las dos se pegaron a ambos lados de su polla y comenzaron a deslizarse a lo largo de su endurecida y venosa carne. Después empezaron a besarse manteniendo el glande entre sus bocas, las lenguas rodeándolo una y otra vez, los labios empapados y brillantes engulléndolo en su búsqueda de contacto con los de la otra.

Aarón las sujetó por la cabeza, juntó sus mejillas y fue pasando la polla de una boca a la otra, al principio con suavidad, luego ya embistiendo contra sus caras, hundiéndola en sus gargantas. Vanesa tosió varias veces, entre risas. Casandra ni una vez. La polla de su hijo era parte de ella, sus cuerpos estaban hechos para la compenetración total. La saliva chorreaba de sus barbillas, caía sobre sus pechos, en sus regazos.

En cierto momento, Casandra se irguió, apoyó un pie en la mesa, la pierna flexionada, el cuerpo pegado al de su hijo, el coño rozando su polla. Le rodeó el cuello. Sus lenguas se enzarzaron en lúbrica contienda. Aarón recorrió cintura y caderas con manos hambrientas, hasta acabar incursionando en las deliciosas nalgas, apretándolas, pellizcándolas, los dedos convertidos en fauces lobunas en pleno festín. Casandra bajó una mano para dirigir la polla de su hijo al interior de su coño. Resbaló dentro con suma facilidad. Comenzaron a mover sus caderas en una penetración rápida y fluida, al ritmo de una danza libidinosa.

Las manos de Vanesa se unieron a las de Aarón, aliadas en la colonización del amplio territorio curvilíneo que eran las nalgas de Casandra. Su lengua se adentró en el corazón del reino, escarbando, retorciéndose, indagando en todos sus secretos, absorbiendo su sabor, deseando la asfixiante opresión de aquella carne voluptuosa.

Madre e hijo se gemían cara a cara, las bocas abiertas, las lenguas incansables. Torrentes de saliva descendiendo en perenne cascada, tan ajenos al mundo como siempre que se entregaban por completo.

—Te amo, te amo, te amo… —Aarón dedicaba retazos de aliento para expresar lo que sentía.

—Y yo a ti, mi amor, mi vida, mi niño… —Los dedos de Casandra recorrían la cara de su hijo, su amante, su fuente de pasión, recorriendo su piel húmeda de sudor y saliva, metiéndose en su boca, ansiando sentir su lengua, sus labios, sus dientes—. Fóllame siempre, mi amor. Fóllame siempre. Folla a tu mami sin parar.

Febriles hasta la enajenación.

Las manos de Aarón tiraron de los muslos de su madre. Ella entendió, la conexión entre ambos alcanzando tintes telepáticos, y se enganchó con las piernas a su cintura. Aarón la sujetó por las nalgas y la llevó hacia el sofá, tumbándola sin despegarse, un pie apuntalado en el suelo, una rodilla clavada en el asiento, y continuó arremetiendo entre sus piernas, la polla chapoteando en fluidos, la piel lubricada por el sudor, las bocas lanzándose blandas dentelladas, los labios tomando el rol de colmillos, la saliva sustituyendo a la sangre.

2

Vanesa, olvidada, apartada, los observaba, la excitación apagándose en sus ojos. Era como ver a dos tigres a través de una barrera de cristal. No, mucho peor. Ellos eran libres. Ella era la cautiva. Ellos se desenvolvían en su hábitat. Ella era la turista en todo aquello. Lo había sospechado aquella vez, en casa de Ramón. No había vuelto a verlos entregándose el uno al otro desde entonces, de modo que había sido fácil apartar lo que, en realidad, ya sabía.

Ella sobraba en todo aquello. No porque Aarón no sintiese nada por ella. Sabía que sí. Pero la relación entre ellos era una cálida fogata, a veces incluso una ardiente hoguera. Lo de aquella madre y su hijo era un puto incendio forestal descontrolado. La palabra follar se quedaba corta. Allí estaba Aarón, embistiendo a su madre. En un primer vistazo podría compararse a cuando la penetraba a ella. Pero no. En ese momento, Aarón arremetía con todo su ser. Cada fibra de su cuerpo, cada músculo, cada pensamiento, cada sentido, enfocado en un único propósito: follar a aquella mujer. Y Casandra le acogía, le manoseaba, le atrapaba en su mirada clara, le saboreaba con aquella lengua ansiosa que siempre estaba húmeda, siempre dispuesta, los músculos tensos, moviendo las caderas al ritmo de las acometidas, de alguna manera siendo ella la que poseía. Su penetración no era física. Era mental. Toda aquella impetuosa sexualidad que derrochaba, que generaba de manera infinita, envolviéndoles no en una burbuja, sino en una fortaleza inexpugnable, acorazada de lujuria, armada con gemidos, abastecida de un deseo invencible.

Vanesa se vio sumida en una lamentable melancolía.

Se puso en pie. Se vistió, despacio, dándole a Aarón la oportunidad de verla, de detenerla.

Pero su novio (¿lo era?) estaba ciego a nada que no fuese su madre. Ambos empapados en sudor, ambos ensordecidos por sus jadeos, sus gemidos, sus labios chupeteándose la boca, las orejas, las mejillas, el cuello, dejándose marcas rojas allí donde se posaban, bocas que eran ventosas caníbales.

“Iros a la mierda.”

Las lágrimas fueron agrias. Pero, ¿acaso ella no había sido la instigadora de todo aquello desde el principio?

“Vete a la mierda, escritor de pacotilla. Yo quería un puto final feliz, joder.”

Sin duda, allí había dos personas que habían encontrado un final feliz. El único problema era que ella no estaba incluida en el pack.

Pasó al lado del sofá. Les lanzó una mirada desde la entrada de la sala. En ese momento, Aarón la miró, confuso, con hebras de comprensión en sus ojos. Su madre le atrapó de nuevo, sus manos dirigiéndole, su boca y su coño exigiendo toda su atención.

—Eres mío. —La voz de aquella mujer convertida en algo que trascendía su propia humanidad. No, no su voz. Pero, desde luego, sí su poder. Ávida de su propio hijo como una vampira de sangre humana. Hambrienta como un súcubo. Adorada como una diosa—. Mío. —Un gemido. —Mío. —Un gemido más agudo. — Mío . —Un gemido ensordecedor. Las piernas envolviendo el cuerpo de su hijo, sinuosa como una anaconda.

Y Aarón, superando sus propias fuerzas, redobló la intensidad de sus penetraciones, su cuerpo ondulándose en busca de una mayor profundidad, de un mayor número de sensaciones. Entregado al placer propio y al de su madre.

Casandra le desgarró la espalda con las uñas. Aarón clavó los dientes en su hombro.

El orgasmo fue salvaje. Demencial. Se estaban dejando la vida en su descenso hacia el placer más puro.

¿Descenso?

En absoluto. Aquello era un ascenso en toda regla.

“Cuando dos putos tigres luchan, no queda más remedio que quedar fascinada por el poderío que despliegan. Y mantener la distancia.”

Vanesa se volvió. Se arrancó el colgante que Aarón le había ayudado a ponerse hacía menos de una hora, destrozando el cierre, y lo arrojó al suelo. Salió de la casa. Apresuró el paso en un intento de huir del vacío que se estaba abriendo paso en su interior.

3

Aarón sintió una leve sensación de pérdida.

Nunca había habido elección. Su entrega hacia la mujer que le había traído al mundo era absoluta. Y eso no era demasiado compatible con una relación normal.

Casandra, aún envolviéndolo entre sus piernas, le acarició el pelo empapado en sudor.

—Te amo muchísimo, mi vida —le susurró, sin aliento.

Y esas palabras, esas caricias, eliminaron de un plumazo todo rastro de pérdida y remordimiento. Aarón, aún con la polla dura dentro del coño de su madre, sintiendo el semen envolviéndola, empezó una suave penetración. Lamió la sangre que manaba de la herida en el hombro que había mordido.

—Soy tuyo para siempre, mamá.

Ella le sonrió.

El beso supo a sangre. Supo a pecado.

Supo a liberación.

Ese era el verdadero regalo.

FIN

05-MAYO-2020

ENDING :

IN THIS MOMENT – BIG BAD WOLF