ALETEO DE MARIPOSA 8: Punto de inflexión

La violenta aparición de Dante cambia las reglas del juego, obligando a Casandra y su hijo a replantearse la situación. Mientras, el deseo entre ellos les une de manera salvaje, les subyuga más allá de su control. El final está a la vuelta de la esquina, a un capítulo de distancia.

CAPÍTULO OCHO

PUNTO DE INFLEXIÓN

1

Dante se había sumido en una sucesión de sueños inconexos en los que solo había un eje común: Casandra. Casandra rechazándole, Casandra burlándose de él, Casandra alejándose inexorablemente por mucho que luchase por acortar aquella distancia. Y luego, Casandra follando con un hombre de rostro desconocido, luego con varios, todos sus agujeros ocupados por pollas enormes mientras ella gemía como nunca había gemido para él.

Se despertó con el corazón palpitando con fuerza en su pecho, los puños tan cerrados que se había clavado las uñas. Estaba en la cama de Lucía, con la joven dormida a su lado. Dante se puso en pie, ignorando los murmullos somnolientos de la chica, se vistió con aquella ropa que olía a sudor y salió del cuarto. En el sofá, Ramón bebía cerveza. Le miró con ojos hinchados y ojerosos.

—Esto no estuvo bien —le dijo.

Dante supuso que “esto” era haberse follado la boca de su hija, y luego haber dejado que le cabalgase mientras Dante la penetraba por el culo.

—Pues suicídate —le espetó, saliendo de la casa.

La furia era una locomotora sobrecargada, a punto de descarrilar.

Desde el momento en que había despertado, estaba convencido de que el cambio de actitud de Casandra solo tenía una explicación lógica: se estaba follando a otro. Se había estado follando a otro tío mientras él se pudría en una celda. No le cabía ninguna duda. Había sido muy estúpido por su parte no haberse dado cuenta antes.

Había llegado el momento de volver a controlar la situación. Metería en vereda a Casandra de una puta vez. No se había pasado cuatro años comiéndose su marrón para que ahora le mandase a la mierda. Y menos iba a aceptar que le dejase por otro .

Llegó a su casa en un tiempo récord. Casi chocó contra una de las columnas de la entrada. Frenó con un chirrido. Salió del coche dando un portazo. Vio la luz de la sala de estar encendida a través de la ventana.

Perfecto. A medida que se acercaba a la puerta, la ira iba en aumento. Estaba deseando empezar el conflicto. En cuanto esa zorra viera que no se iba a dejar mangonear y que sabía perfectamente que había otro tío, se le bajarían aquellos humos enseguida. Por supuesto, también tendría que confesar quién era el tipo al que se follaba. Dante no se iba a quedar tranquilo estaba reventarle la cara a ese mamón (fuese quien fuese) y dejar bien claro lo que se podía tocar y lo que no.

Entró como un vendaval y fue directo a la sala de estar, tan absorto en sus pensamientos que aún no había procesado los gemidos que llenaban la casa.

Se quedó petrificado. Descubrió el abismo que había entre la sospecha y el hecho confirmado. Allí estaba Casandra prácticamente aullando de placer. La causa de semejante brote de gemidos desaforados era un desconocido (aunque había algo familiar en él…) del cual solo podía ver su espalda y su culo desnudos.

El tío la tenía agarrada por la cintura y la embestía como si la vida le fuese en ello, empujándola hacia adelante con cada penetración, haciendo chirriar la mesa en la que ella se apoyaba. ¿Y Casandra? Con la cara sobre la mesa, como desfallecida, abandonada por completo al placer, el pelo revuelto cubriendo parte de su rostro.

Dante pasó de la niebla de la estupefacción a la tempestad de la furia. Cogió al tipo por el pelo y tiró de él brutalmente, obligándole a sacar la polla del culo de Casandra. Del culo de su mujer.

—¡Hijo de puta! —bramó, lanzándolo contra el mueble donde estaba el televisor. El mueble se tambaleó, la televisión se volcó y quedó a punto de caer al suelo, solo sostenida por el cable de la corriente.

El desconocido se volvió, aturdido y asustado. Y dejó de ser un desconocido.

“No puede ser.”

Aarón.

Casandra miraba la escena como si estuviese despertando de un largo letargo, reubicando la realidad y colocando las piezas en sus lugares correspondientes.

—¿En serio? —gritó Dante, sintiendo que todo aquello era demasiado grande para traspasar los filtros de su cerebro. Solo había un modo de gestionarlo. Solo deseaba dejarse llevar por una única emoción. La rabia—. ¡¿En serio?! ¡¿Con tu propio hijo?!

Y lanzó una patada al vientre de Aarón, que aún no se había repuesto del golpe anterior. Aarón se quedó de rodillas, boqueando.

—¡Déjalo en paz! —Casandra reaccionó, empujándolo con fuerza. Dante perdió el equilibrio, pero lo recuperó enseguida, apoyándose en el sofá. Le dio un revés a Casandra que hizo que girase la cara bruscamente, pero no bastó para apartarla. Todavía estaba aturdida, pero contraatacó con violencia, lanzando una patada circular al torso de Dante que hizo que este se tambalease.

No obstante, Dante estaba igual de entrenado y era claramente más fuerte. Se abalanzó sobre ella, llevándole las manos al cuello, tumbándola de espaldas sobre la mesa. Y comenzó a apretar y a apretar.

Entonces una silla se estrelló contra su espalda. Dos patas se partieron. Dante, demasiado enfurecido como para sentir todo el dolor que debería sentir, miró a un lado y vio a su hijo alzando de nuevo la silla. Alzó los brazos para protegerse. El impacto le hizo trastabillar y caer. Aarón continuó haciendo caer la silla sobre él. Protegiéndose la cabeza, Dante se fue acomodando. En la cárcel había aprendido a mantener la sangre fría en las peleas. En cierto modo, se sintió más cómodo en un entorno que entendía.

Cuando Aarón alzaba de nuevo la silla, ya con las cuatro patas destrozadas, Dante arremetió contra él empujándole con el hombro. Dos puñetazos al vientre le dejaron sin aliento. Dante le quitó lo que quedaba de la silla y la dejó caer a un lado.

—No eres nada para mí, chaval —le dijo, estrellando el puño en su cara.

—¡Apártate de él, payaso! —gritó alguien.

Dante volvió la cara. ¿Vanesa?

La joven le lanzó algo a la cara. Un azucarero de cerámica. La puntería fue excelente. Impactó de lleno en su frente. El azucarero se partió, esparciendo azúcar por encima de Dante. Su visión dio vueltas y se emborronó como un dibujo mojado. Un dolor punzante le atravesaba el cráneo como una flecha. Entonces Casandra le estrelló una jarra de cristal en la cabeza, con fuerza, haciéndola añicos.

Dante se hundió en la negrura.

2

Vanesa ni siquiera supo de dónde había sacado el valor para actuar. Aquella bestia tarada en la que se había convertido Dante la podría haber matado de un solo golpe. Pero había visto cómo atacaba a Casandra y Aarón y, simplemente, actuó. Cogió lo primero que se encontró en la cocina —un azucarero— y se lo lanzó. Entre eso y el ataque de Casandra, que aún sostenía el mango de la jarra destrozada, Dante parecía haber quedado fuera de juego.

Casandra tiró el mango de la jarra y se acuclilló junto a su hijo, que se estaba recuperando del puñetazo que le había dado su padre. Tenía ambos labios rotos y un hematoma comenzaba a tomar forma en su mandíbula.

—Cariño —le agarró la cabeza entre sus brazos, acariciándole el cabello—, ¿estás bien?

—Sí —contestó él, un poco aturdido—. ¿Dónde está?

—No te preocupes. —Casandra alzó la mirada hacia Vanesa—. ¿Qué haces aquí?

Vanesa se encogió de hombros.

—Estaba escondida —dijo. Aquella mujer era capaz de pensar que había ido con su marido, así que mejor explicar la verdad—. Suponía que os ibais a divertir y no me lo quería perder.

Casandra bufó. Tenía la mejilla izquierda muy roja y el labio inferior se le estaba hinchando por ese lado. Unas marcas rojas destacaban en su cuello. Vanesa se sintió culpable. Aquello no habría sucedido si ella no hubiese drogado los pasteles. Aunque todo indicaba que Dante no había entrado en la casa con la intención de dialogar pacíficamente.

—¿Qué vais a hacer? —preguntó—. Con él. —Señaló a Dante, que estaba inconsciente, boca abajo. Tenía sangre en el pelo y el cuello, pero estaba claramente vivo. Su respiración era fuerte como la de un toro.

Casandra se quedó pensativa, sin dejar de acariciar el pelo de Aarón, que se había quedado con la cara apoyada en su regazo. Vanesa los miró así, desnudos y tan cariñosos, y no pudo evitar excitarse un poco.

“Joder, ¿ni siquiera esta situación me corta el rollo?”

—¿Vais a llamar a la policía?

—No —contestó Casandra al cabo de unos segundos—. Estamos los dos con droga en el cuerpo. —Lanzó una mirada resentida a Vanesa—. Por tu culpa.

—¿Qué? —Aarón las miró a ambas. Pareció darse cuenta en ese momento de la presencia de Vanesa—. ¿Qué quieres decir?

—Luego te lo explico —le dijo Vanesa.

—Aparte de eso —continuó Casandra—. No es buena idea dejar que cuente lo que le dé la gana. —Y lo que le daría la gana sería, con toda seguridad, una turbia historia sobre una madre dejándose sodomizar por su hijo.

—¿Entonces? —dijo Vanesa—. Tampoco os podéis quedar con él ahí. No creo que se levante especialmente razonable.

—Ya lo sé.

Aarón por fin recuperó cierta lucidez. Miró a su madre con más atención. Le pasó los dedos por la mejilla enrojecida y apretó los dientes.

—Deberíamos enterrarlo —dijo, con odio. No parecía que estuviese diciéndolo por decir.

—No vamos a hacer locuras. —Casandra se puso en pie—. Tenemos que buscar un lugar donde quedarnos. Ya veremos luego qué hacemos. Venga, vamos a ponernos algo y marchémonos antes de que este… cabrón —y le dedicó una patada en las costillas a Dante, que gimió desde su inconsciencia— se despierte.

—Podéis venir a mi casa —dijo Vanesa—. Ya sé que me odias, pero no estaréis solos. —Aunque dudaba que eso fuese un problema para ellos. Probablemente, la tigresa deseaba estar a solas con su cachorro para lamerle las heridas. O, más bien, para lamérselas mutuamente—. Mi padre os puede ayudar también.

—Tu padre no puede saber todo lo que ha pasado aquí. —Casandra la miró con dureza—. ¿Lo entiendes?

—Lo entiendo, aunque te puedo asegurar que mi padre no os juzgaría.

—Creo que es mejor irnos a un hotel —dijo Casandra.

—¿Por qué, mamá? —intervino Aarón—. Prefiero que nos quedemos con Vanesa. —Casandra le miró como si se sintiese traicionada, aunque lo disimuló—. Es lo mejor. Confía un poco en ella. Haya hecho lo que haya hecho, estoy seguro de que nunca tuvo malas intenciones. Y nos ha ayudado, ¿no? —Definitivamente, había recuperado la lucidez. Bienvenida fuese.

—Está bien —dijo Casandra a regañadientes—. Pues vámonos ya. Estamos perdiendo demasiado tiempo.

3

Casandra condujo su coche en dirección al edificio donde vivían Vanesa y su padre. Se habían vestido rápidamente y cogido algunos utensilios de higiene y mudas de ropa para un par de días, que metieron en una mochila. Antes de irse, Casandra vio que Dante había dejado las llaves puestas en el Audi. Las cogió y se las guardó. No tenía pensado hacer nada con ellas, fue solo un impulso para complicarle la vida un poco. Luego, mientras conducía, se dio cuenta de que existía una copia en el dormitorio. Bueno, así le daría más trabajo a ese hijo de puta.

Aarón y Vanesa iban en el asiento trasero, muy juntos. No pasaban ni diez segundos sin que los oyera dándose besitos. Casandra sabía que no era racional sentirse celosa. Lo irracional había sido todo lo ocurrido. La droga podía justificar parte, pero… ¿A quién quería engañar? El Polvo de Venus solo había acelerado algo que deseaba que ocurriese.

Y que continuaba deseando. Todavía podía sentir el entusiasmo desmedido de su hijo lamiéndola, chupando sus pechos, penetrando su ano con la lengua y luego con su polla, follándosela presa de un deseo arrollador.

Tal vez se debiese a la droga, pero el mayor motivo por el que odiaba a Dante no era tanto por haberles atacado —aunque era algo que elevaba su furia hacia cotas corrosivas—, sino por haber destruido la burbuja de absoluto placer en el que ella y su hijo estaban inmersos, ciegos a todo lo que no fuera poseerse el uno al otro.

De nuevo, un sonido de beso en el asiento de atrás. Miró por el retrovisor. Vanesa besaba el cuello de Aarón. Él la tenía rodeada por los hombros y la acariciaba, pero no parecía haber nada sexual. Aarón alzó la mirada y se encontró con la de su madre. Casandra miró al frente.

Sentía la mejilla que Dante le había abofeteado palpitando. Le palpitaba también el labio y las marcas en el cuello. Pero en ese momento, lo que más palpitaba en ella era su coño. La droga todavía hacía efecto. Potenciaba las sensaciones placenteras y mitigaba las dolorosas. Pero no hacía nada contra sus celos y las ganas cada vez mayores de parar el coche, sacar a Vanesa del coche por los pelos e irse con su hijo a cualquier lado donde tuviesen intimidad y mucho tiempo por delante para continuar donde lo habían dejado.

Tampoco hacía nada con la incertidumbre de si Aarón sentiría lo mismo o, por el contrario, la vergüenza de lo que habían hecho le haría alejarse. Después de todo, quiso ir a la casa de Vanesa en vez de quedarse a solas con su madre.

“Parezco una puñetera adolescente.”

4

No tardaron en llegar al piso de Vanesa. Aarón llevaba la mochila donde su madre y él habían metido algunas cosas útiles. Al salir del coche, miró a todas partes, temiendo encontrarse con su padre en cualquier esquina. Temiéndolo, pero, en parte, deseándolo.

La impotencia ante la violencia de su padre ardía en su memoria como un hierro al rojo, marcándolo y convirtiendo su debilidad en una vergüenza indeleble. Desde que tenía uso de razón, lo único que recordaba de su padre era la enorme y densa sombra que proyectaba sobre él, empequeñeciéndole.

Saúl estaba acomodado en el sofá, viendo el televisor mientras cenaba un bocadillo cuando entraron en el piso. Al ver el gran hematoma en la cara de Aarón, la melena mal peinada de Casandra y las marcas en su cuello, se alarmó.

—¿Qué ha pasado?

—Al futuro exmarido de Casandra se le ha ido la pinza —resumió Vanesa.

Aarón casi sonrió por el desparpajo de su novia.

—Dante —dijo Casandra—, así se llama. Hace unos días que no estamos bien. Quise hablar con él hoy, durante la comida, pero estuvo desaparecido hasta hace un rato. Supongo que se vio venir lo que le diría y no lo aceptó. Discutimos y se puso violento. —Pasó un brazo por los hombros a Aarón—. Mi hijo se metió en medio y también pagó las consecuencias. Al final, las cosas se descontrolaron. Vanesa nos dijo que no había ningún problema en que viniéramos, pero si lo prefieres, nos vamos a un hotel. No queremos molestar.

—Claro que no es molestia. —Saúl tenía una expresión compungida—. El piso no es demasiado grande, pero hay una habitación para invitados. Os pondré unas sábanas.

El brazo de Casandra seguía sobre los hombros de su hijo, su mano acariciándole por encima de la manga de la camiseta con cariño. Y ese simple roce empezó a estimular a Aarón. Estaba lejos de empalmarse (bueno, quizá no tan lejos), pero, desde luego, era muy agradable, como un masaje en su cerebro. No le cupo duda de que seguía bajo los efectos de esa misteriosa droga de la que su madre había hablado antes. Estaba deseando hacer varias preguntas al respecto.

—Y yo haré la cena. —Vanesa fue al otro lado de Aarón y le pasó la mano por la cintura, dándole un beso en la mejilla buena. La combinación del beso con las caricias de su madre sí que hicieron que su polla se removiese.

La mano de Casandra se puso rígida sobre su hombro, como una zarpa. ¿Era posible que estuviese celosa? Más aún, ¿sería posible que esa fuese la base de su antipatía hacia ella? Esa idea, lejos de molestarle, añadió una pizca más de excitación a su ya fértil lujuria.

—Muchas gracias —dijo Casandra, dirigiéndose al padre de Vanesa, ignorando a la joven—. Si podemos ayudar en algo…

—No, no, no. —Saúl despejó el sofá, cogiendo un par de prendas de ropa que yacían arrugadas—. Por favor, acomodaos y no os preocupéis por nada. Como en vuestra casa.

“Si fuera nuestra casa, ya sé dónde volvería a estar mi lengua.”

Recordaba todo lo ocurrido con su madre como un sueño. Pero un sueño extremadamente lúcido. El tacto de su piel, su calor, el sabor de su ano y, especialmente, su culo aprisionando su polla, devorándola, haciéndola suya.

Joder. Ahora sí se estaba empalmando.

Por suerte, Saúl y Vanesa salieron en ese momento. En cuanto se quedaron solos, Casandra se puso frente a él para estudiar su mandíbula. Le rozó el hematoma con los dedos. Aarón dio un leve respingo.

—¿Te duele mucho? —le preguntó ella, mirándole con preocupación.

Se había vestido una camiseta blanca de manga larga que le dejaba un hombro al descubierto y otros vaqueros, negros, igual de ceñidos que los que había llevado esa tarde. Aarón recordó cómo le había bajado aquellos, cómo se habían atascado con su impresionante culo en un delicioso forcejeo.

—Un poco. —Bajó la mirada hacia el cuello de su madre, donde destacaban las marcas que el cerdo de su padre había dejado con sus dedos. Se las acarició con suavidad—. ¿Y a ti esto?

—No, mi amor. —Los ojos de Casandra se enturbiaron, el aliento entre sus labios levemente separados se había acelerado.

Aunque atenuadas, las sensaciones cálidas de la droga se hicieron más manifiestas.

“Como si te hiciera falta una droga para sentir lo que sientes.”

Bueno. Estaba claro que la droga era como una llave maestra abriendo la puerta a todos los deseos reprimidos. O, por lo menos, a determinados deseos.

Aarón le acarició la mejilla enrojecida y se la besó una, dos, tres veces. La tercera vez se permitió tocarla con la punta de su lengua.

—¿Y esto? —preguntó en un susurro.

—Tampoco. —Ella le acariciaba el pelo. Sus dedos temblorosos delataban que deseaba acariciar más, pero se estaba controlando.

Habían acercado sus rostros hasta reducir la distancia a milímetros. Aarón sentía el aliento de su madre contra la cara.

—No estamos solos —susurró ella, pero no se apartó.

En ese momento, Aarón se arrepintió de haber insistido en aceptar la invitación de Vanesa. La polla se le había puesto dura como una roca. La presión del pantalón le estaba nublando el cerebro, facilitando el olvido de toda prudencia.

—¿Qué os apetece? —preguntó Vanesa, irrumpiendo en la sala.

Casandra dio un paso atrás, aunque con su elegancia habitual. No obstante, su otra mejilla casi se puso tan roja como la abofeteada. Menos elegante fue el sobresalto de Aarón. Miraron a Vanesa, que les sonreía con una inocencia tan falsa, que era obvio que sabía lo que estaba pasando. ¿Y cómo no saberlo después de lo que había visto hacía menos de una hora?

—¿Pollo con arroz o una tortilla? —Vanesa decidió actuar como si todo fuese normal.

—No importa —dijo Casandra—. ¿Pero nos puedes traer ibuprofeno o algo parecido? Para la mandíbula de Aarón.

—¿Claro? También traeré Betadine para esos arañazos del cuello, no sea que el cerdo te haya infectado.

Casandra se sentó en el sofá. Aarón la imitó, manteniendo cierta distancia, cubriendo el bulto de su pantalón cruzando las piernas, apoyando los antebrazos sobre las rodillas. Mejor evitar el contacto con ella hasta que la droga no hiciese tan difícil resistirse.

5

Finalmente, Vanesa se decidió por la tortilla de patatas. El ambiente durante la cena fue un tanto sombrío, pese a los intentos por parte de Saúl y su hija por relajar el ambiente. Aarón no podía dejar de pensar en todo lo ocurrido, en su impotencia. Se estaba flagelando y lo sabía, pero no podía evitarlo.

Quería dormirse y olvidarlo todo.

Quería resarcirse y que su padre pagase por lo que había hecho.

Quería una vida convencional.

Quería follar con su madre hasta el desmayo.

Se sentía sucio ante la mirada del padre de Vanesa. Se preguntaba cómo reaccionaría si supiese en qué situación les había descubierto Dante a él y a su madre. En ocasiones, miraba a Casandra, cómo se llevaba el vaso de agua a los labios o un trozo de comida y su mente, aún imbuida por la misteriosa droga, se quedaba atrapada en fantasías ansiosas por ser convertidas en realidad.

Saúl les dijo que podría ponerles en contacto con un abogado que conocía, muy fiable, que podría aconsejar a Casandra. Ella lo aceptó con educación, pero Aarón supuso que estaba pensando en las consecuencias de llevar a Dante ante la justicia. En lo que su padre podría decir que había visto.

Tras la cena y un rato más de charla, decidieron que lo mejor era irse a la cama. Saúl se quedaría un rato escribiendo. Vanesa decidió que ella y Aarón dormirían juntos.

—Después de todo —dijo—, somos pareja oficial, futuro matrimonio y os vamos a dar muchos nietos. —Les dedicó un guiño a Saúl y a Casandra, cuya expresión se puso tensa, como si reprimiese alguna emoción.

—Bueno —dijo Saúl—, tal vez Casandra tenga algo que decir sobre eso de dormir juntos, ¿no?

—Casandra es una mujer moderna, papá. —Vanesa rodeó los hombros de Casandra con vehemencia, dándole un beso en el hombro que la camiseta le dejaba al desnudo—. ¿Verdad que no hay problema, futura suegra?

—No, claro que no.

Aarón sonrió a su madre, esperando que eso relajase un poco sus facciones. Sentía el deseo de disculparse con ella. Por otro lado, ¿acaso no tenía derecho a tener pareja? ¿Es que no podía aunar la enfermiza relación entre ellos con algo que pareciese más o menos normal?

“¿Crees que ese deseo tiene algún sentido, imbécil?”

Tal vez no. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer salvo jugar con las cartas que se le habían dado?

Tras cepillarse los dientes, Aarón le dio un beso de buenas noches a su madre, en la mejilla que su padre le había golpeado. Ya empezaba a tener mejor aspecto. Por su parte, Aarón apenas sentía el dolor en la mandíbula gracias al analgésico que Vanesa le había dado. Antes de salir del cuarto de invitados donde Casandra dormiría, Aarón vio cómo se desabrochaba el vaquero. Atisbó la tela morada de su ropa interior. Se mordió el labio, sintiendo el tirón del deseo. Pero debía resistirse. Vanesa estaba a unos pocos pasos. Su padre, en su estudio, tecleando en el portátil.

Le lanzó una última mirada a su madre. Ella se la devolvió. Se sintió culpable.

“Joder, me paso la vida sintiéndome culpable.”

Casandra, como intuyendo su estado mental, le dedicó una sonrisa. Eso le ayudó a sentirse mejor.

El dormitorio de Vanesa era lo que cabía esperar de ella: un caos sobrecargado de cosas, pero, curiosamente, con cierto sentido del orden. Las paredes apenas eran visibles tras la enorme cantidad de pósteres de grupos de rock y pop o películas. También colgaban diversos peluches y algunos cuadros en los que se la veía de niña con una mujer adulta. Aarón se acercó a una de esas fotos. La mujer tenía unos rizos como los de ella, un poco más largos. Lo cierto era que podían haber pasado por hermanas. La única diferencia, aparte de la edad, era que la mujer no tenía gafas.

—¿Tu madre? —preguntó.

Vanesa le rodeó la cintura desde detrás, apretando los pechos contra su espalda.

—Sí. —Le besó el brazo, descendiendo con sus labios hasta el codo, y le metió las manos bajo la camiseta para quitársela—. Tigretón, llevo todo el puto día deseando que me metas la polla. Ha sido un día duro. Y tú seguro que tienes energía para mí. —La camiseta se quedó en el suelo.

—Tu padre nos puede oír.

—Intentaré no gemir como una loca. —Vanesa le besaba ahora la espalda, acariciándosela. Sus manos le desabrochaban el cinturón.

—Mi madre está al lado.

—¿Tú crees que no hay ya suficiente confianza como para que eso no importe?

“Depende de lo celosa que se ponga.”

Pero, de nuevo, le molestaba que su madre se interpusiese en la relación con Vanesa.

“Pues tú llevas toda la vida celoso de tu padre.”

Era odioso cuando tu propio cerebro te restregaba las verdades por la cara.

Aarón se volvió hacia Vanesa cuando ya le había bajado la cremallera del pantalón. Ella se lanzó a besarle la boca. Él la retuvo, a pesar de que tenía la polla completamente erecta, ansiosa por sentir el calor abrasador de su coño.

Vanesa le miró, extrañada.

—¿De qué droga hablaba mi madre? —preguntó él—. Estoy harto de no enterarme de nada. ¿Es verdad que nos pusiste droga? ¿Por eso me siento tan raro?

Vanesa suspiró.

—Está bien, tigretón —dijo—. Es justo. La noche en que tu padre pretendió follar conmigo, la chica que te dije me dio una pastilla. Una droga llamada Polvo de Venus. Cuando me fui, me llevé las pastillas que tu padre había dejado a la vista.

—¿Por qué?

Ella se encogió de hombros con una sonrisa.

—Supongo que esperaba sacarle partido.

—Cosa que hiciste hoy.

—Cosa que hice hoy.

—En los pasteles.

—En un par de pasteles, sí.

Se miraron.

—¿Estás enfadado? —le preguntó ella, abrazándolo, apoyando la barbilla en su pecho y mirándole con cara de cachorro triste.

Él solo pudo sonreír. Le resultaba imposible enfadarse con ella. Excepto cuando su padre estaba involucrado, claro.

—No. Supongo que no.

—¿No crees que la droga no te ha obligado a nada que no quisieras hacer?

Él desvió la mirada.

—¿Qué tal si nos hacemos tres preguntas el uno al otro con la condición de decirnos la verdad y luego follamos y descansamos como nos merecemos? —le dijo ella.

—Está bien. —Aarón la besó en la cabeza, inhalando el perfume de sus rizos—. Empieza tú.

—Vale. ¿Desde cuándo deseas a tu madre?

Aarón se sintió incómodo. Era instintivo. Vanesa ya había visto demasiado. Ella misma se había encargado de acelerar los acontecimientos. Era probable que tanto él como su madre jamás hubiesen llegado tan lejos de no ser por la influencia de Vanesa. Por tanto, andarse con rodeos con ella era absurdo.

—Supongo que desde hace cuatro años —dijo. Ambos hablaban en voz baja, en tono confidencial. Decidió explayarse. En parte, aquella confesión elevaba la temperatura de la lujuria que no cesaba de extender sus sedosos dedos a lo largo y ancho de su cerebro, seduciéndole, incitándole—. Desde que ella me besó hasta hacer que me corriese. —Disfrutó con la expresión de absoluta sorpresa de Vanesa, y aún más con el brillo lascivo en sus ojos—. Fue la noche antes de que detuviesen a mi padre. Me desperté por sus gemidos y me asomé al pasillo. Ellos estaban en su cuarto y ella debió de oírme. Se asomó y me dijo que me fuese. La puerta no me dejaba verlo, pero incluso una parte de mí sabía que mi padre se la estaba follando mientras hablaba conmigo. Ella se dejó llevar. Me besó y me hizo una paja por encima del pijama. Pero, ¿sabes? Tal vez la cosa venga desde antes. Mis padres muchas veces hacían… cosas conmigo cerca. Yo lo notaba, incluso siendo pequeño. No sabía qué era, pero sí que había algo raro en cómo mi madre se asomaba de debajo de la mesa, sin llegar a apartarse de entre las piernas de mi padre, o cuando él movía la mano entre sus muslos y ella ponía esa cara. —Aarón se encogió de hombros—. Y, no sé, supongo que siempre has tenido razón. Mi madre es demasiado sensual. Es imposible no fijarse. Aunque lo más probable es que sea un puto enfermo, carne de psiquiátrico.

—Joder, tigretón. —Vanesa le estaba manoseando la cintura. Le pasó la lengua por el pecho, provocando un estremecimiento electrizante en Aarón—. Vamos a darnos prisa con estas preguntas, porque me acabas de poner más caliente que a una perra. Y sin drogas.

—Vale, es mi turno. ¿De verdad no llegaste a hacer nada con mi padre?

Aquello apagó un poco el brillo lujurioso en los ojos de Vanesa.

—¿En serio vas a malgastar una pregunta con eso? —dijo.

—Es importante para mí. Te prometo que quedará zanjado, pero sé sincera.

—Ya fui sincera, idiota. No, no hice nada con él. Y, si quieres más detalles, lo máximo que pasó es que, mientras me besaba con la tal Lucía, el mierda de tu padre también metió la lengua. Pero eso fue todo. De verdad. Espero que no te parezca imperdonable.

Aarón se tragó la rabia momentánea que le invadió al imaginarse a su padre entrando en contacto con la lengua de Vanesa. Pero la creía. Y ninguno de los dos tenía una escala moral envidiable.

—Está bien. Te toca.

—Vale. ¿Tu padre te hizo daño alguna vez, aparte de hoy? Quiero decir, ¿todo ese resentimiento hacia él es solo por celos o hay algo más?

Aarón se quedó pensativo.

—Pues la verdad es que nunca me había parado a pensar en ello. Pero es curioso, tengo la respuesta muy clara. Nunca he visto a mi padre como se supone que hay que ver a un padre. Siempre fue distante conmigo, era como ver a un amigo de la familia que pasa por tu casa con frecuencia, pero con el que nunca llegas a tener ningún tipo de conexión, ¿sabes? Era ese tipo arrogante y condescendiente que siempre me miraba por encima del hombro y que tenía a mi madre totalmente embaucada. Pero hubo una vez… —Aarón se sorprendió por el recuerdo—. Hubo una vez en que a mi padre le dio por jugar a boxear conmigo. Yo tendría diez años. Once como mucho. Estábamos en el gimnasio, antes de abrir, él y yo solos. Empezó a meterse conmigo, a decirme que si nadie me iba a tomar en serio, que tenía que aprender a ser un hombre de verdad, que si jamás nadie me respetaría. Recuerdo una frase: “Si no te comportas como un hombre, ni tu madre te va a querer.” Todo esto porque yo era un chico muy tímido y en el colegio solían meterse conmigo. Total, que no hacía más que provocarme y jugar a pelearse conmigo. Se estaba riendo de mí, incitándome a que le lanzase puñetazos. Por supuesto, los fallaba todos, y cuanto más fallaba, más se reía. Ahora, pensándolo, me doy cuenta de que el hijo de puta encontraba placer hasta en eso, en humillar a su hijo de diez años. Por entonces solo podía intuirlo. Entonces mi puño le alcanzó de pura chiripa en la cara. La risa se le fue y apenas estaba empezando a sonreír por mi triunfo cuando el cabrón me dejó sin aliento de un puñetazo en el vientre. Luego trató de disimular, en plan “venga, que no ha sido nada” y “no le cuentes esto a tu madre”, y “los hombres de verdad no le cuentan estas cosas a las mujeres”. Y así. Me sobornó con un refresco y unas patatas fritas y nunca le dije nada a mi madre. Ni siquiera he vuelto a pensar en ello hasta ahora.

Vanesa le miraba con seriedad.

—Asqueroso hijo de la gran puta —dijo, y la rabia hacía que su voz brotase trémula—. Joder, ¿qué hacía tu madre con un tío así? Tiene mucha más clase que él.

—Todos cometemos errores.

—Aunque de esa relación saliste tú, tigre precioso. —Vanesa repartió una decena de besos por todo su pecho—. Así que algo bueno sí que hubo. Algo muy, muy bueno.

Sus lenguas se encontraron. Aarón comenzó a manosear su culo por encima del short vaquero, a restregar el bulto de su polla contra su entrepierna. Una sucesión de imágenes asaltó su cerebro: él amasando el culo de su madre como si quisiera fundir los dedos en su carne.

—Espera, espera. —Vanesa apartó la boca, relamiéndose para llevarse con su lengua los restos de saliva que quedaron en sus labios—. Hay que terminar el juego. Te toca preguntar.

—Vale, ¿alguna vez has tenido relaciones con un familiar?

—Buscando la igualdad de condiciones, ¿eh? —Vanesa sonrió. Entonces le hizo señas con el índice para que se acercase y le dijo al oído—: Me follé a mi padre el día que murió mi madre.

Aarón la miró con cara de sobresalto.

—Joder… —dijo.

—Ya. En realidad, no fue algo tan morboso y cachondo como lo tuyo. Fue algo… No sé, fue algo que surgió como una necesidad para sobrellevar lo que estaba pasando. Pero la otra noche, cuando me tomé la pastilla que me dio la chica esa, Lucía, estaba tan caliente que esa misma noche asalté a mi padre. —Vanesa soltó una risita—. Supongo que tenía envidia de que tú tuvieras a tu madre y yo no. Yo también quiero igualdad de condiciones, ¿sabes? —Y le guiñó un ojo. Pero Aarón tenía la impresión de que se sentía avergonzada.

—Pero… —Aarón no sabía cómo sentirse ni qué pensar. Cierto era que no tenía derecho a juzgar nada, y menos ese día, pero se sentía un tanto conmocionado—. Tu padre… En fin, no sé qué decir. Me acabas de dejar en shock.

Vanesa se rio, aunque trató de mitigar el sonido.

—Bueno, es normal. De todas formas, no es como lo tuyo con tu mami. Mi padre no ha superado la muerte de mi madre. Es raro, y puede que no diga nada bueno de mí, pero yo he podido seguir con mi vida y aceptarlo, mientras que él no. Y, la verdad, no estuvo bien lo de la otra noche. Casi se puede decir que me aproveché de él. No es algo que vaya a volver a pasar. Su conciencia no podría soportarlo. —Se abrazó a Aarón—. ¿Ahora que sabes esto te doy mucho asco, tigretón?

Él le devolvió el abrazo, surcando los rizos con sus dedos.

—Claro que no. Solo me ha sorprendido muchísimo.

—Genial. Bueno, mi última pregunta es: ¿ha pasado algo más con tu madre aparte de lo de esta noche y lo del vídeo que me mandaste?

Aarón dudó un momento, aunque, ¿qué sentido tenía ya?

—El día que espiamos a mis padres —dijo—, cuando llegué a casa. Mi madre y yo nos besamos. Bueno, más bien nos comimos la boca como locos. Y… bueno, rodeó mi polla con su pelo y me masturbó, y luego se la metió en la boca hasta que me corrí.

—Hos-ti-a —dijo Vanesa, con la boca abierta entre el asombro y la fascinación—. Qué calladito te lo tenías, ¿eh, cabrón? ¿Y te corriste sobre su cara?

—No, en su garganta. —Aarón recordó la sensación, cómo la había sujetado por la cabeza, manteniendo la polla completamente dentro de su boca, eyaculando.

—Joder. —Vanesa se quitó la camiseta. Sus pechos desbordaban un sujetador de encaje rojo que, probablemente, era una talla menos de la que le correspondía. También se deshizo de él—. Tigretón, ven a la cama. Ya no aguanto más.

—Pero falta mi pregunta. —Aunque ya tenía las manos ocupadas con los pechos de Vanesa, sobándolos a conciencia. La pregunta no podía importarle menos.

—Te la voy a ahorrar contándote una cosa para terminar con los secretos entre nosotros. —Vanesa se separó de él, juguetona. Se dio la vuelta y dejó las gafas sobre el escritorio que tenía al lado. Después se quitó el short. Llevaba unas bragas a juego con el sujetador, que dejaban una buena porción de sus nalgas al desnudo.

Aarón pegó el paquete a su culo, acariciando sus caderas y sus muslos. Vanesa alargó la mano hasta el interruptor de la luz y lo pulsó. La oscuridad inundó el dormitorio. Meneando el culo en círculos sobre su polla, Vanesa atrajo la cara de Aarón con una mano al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás. Sus bocas se encontraron, se abrieron, ávidas. A Aarón le dolía la mandíbula con cada movimiento, aunque entre el analgésico y la droga, apenas era un eco de lo que podría ser. Deslizó una mano en las bragas de Vanesa para introducir dos dedos entre los empapados labios vaginales. Con la otra mano, manoseaba uno de sus senos.

Vanesa descendió ante él. Le bajó el pantalón y el bóxer hasta quitárselos. Su lengua recorrió varias veces toda la longitud de su polla. Se puso en pie, le cogió de la mano y le guio hasta la cama. Se tumbaron, abrazados, besándose, recorriéndose con las manos, ella cogiéndole del pelo, él aferrándose a sus nalgas, sus piernas inquietas buscando el roce continuo.

—¿Qué era eso que me ibas a contar? —logró preguntar Aarón en alguna pausa entre sus besos ansiosos.

—Tu mami y yo también tuvimos algo.

—¿Qué? —La voz de Aarón sonó más alta de lo que pretendía.

Vanesa se echó a reír.

—Shhh, que vas a llamar mucho la atención.

—¿Cuándo fue eso? —preguntó él en un susurro.

—La misma noche en que entrenamos los tres juntos y luego te di un beso muy, muy húmedo, ¿te acuerdas?

—Sí. —Como para no acordarse. Se había puesto casi enfermo de excitación cuando Vanesa se puso sobre él, llenándole la boca con aquella enorme cantidad de saliva.

—Pues enseguida te cuento lo que saboreaste esa noche, tigretón. Ya verás, te va a encantar.

Y, entre besos y lengüetazos, intercalando frases cortas en los breves interludios en que sus bocas se tomaban un instante para recuperar el aliento, Vanesa le narró cómo su intento de seducir a Casandra se había tornado en un intento de castigo por parte de la madre de Aarón. Intento porque lo único que había logrado Casandra era ponerla aún más cachonda. Le describió con una cantidad indecente de detalles cómo Casandra había restregado su coño por toda la cara de Vanesa, usándola sin ninguna compasión. Cómo le había escupido y la había abofeteado, y, una vez se corrió, cómo le había orinado en la boca.

Aarón no daba crédito. Le resultaba imposible imaginar a su madre haciendo todo aquello. Es decir, le resultaba imposible encajar la idea que tenía de su madre con aquel comportamiento. Porque imaginarlo sí que podía hacerlo, y cada imagen que su fantasía reproducía aumentaba la urgencia por saciar su lujuria.

—Supongo que, en su ansia por castigarme al intuir que te lo estaba haciendo pasar mal —dijo Vanesa—, surgió su faceta más sádica.

—Entonces lo que me pasaste a la boca no era solo saliva —dijo él, sabiendo la respuesta, regodeándose en lo obsceno de todo aquello.

—No. —Vanesa restregaba el coño, aún cubierto por las bragas, contra su polla, percibiendo la avidez de su excitación—. Esa noche, además de mi preciada saliva, también saboreaste los fluidos y la orina de tu mami.

—Joder… —Los besos de Aarón se hicieron más agresivos, sus manos más audaces—. Joder… —Comenzó a lamer la cara de Vanesa, como había hecho con su madre. Al mismo tiempo, le quitó las bragas con manos temblorosas por la urgencia.

—Joder digo yo —replicó ella casi dentro de su boca—. Me voy a poner celosa. Hay que ver cómo te pones cuando se trata de tu madre, ¿eh?

Era cierto. La excitación que le estaba dominando no tenía nada que ver con la de hacía unos minutos. Su polla había alcanzado la máxima tensión y sentía un deseo abrasador, una lujuria desaforada similar, aunque menos intensa, que la experimentada con su madre hacía unas horas. Tal vez aún se debiese a la droga. Era más que probable, ya que aún notaba aquellas sensaciones cálidas, la sensibilidad en la piel, la sensualidad impregnando el aire que respiraba. Pero también era más que eso.

Chupeteó los labios de Vanesa con fuerza, ignorando el dolor en la mandíbula. Hizo que abriese la boca metiéndole los dedos, escupió en su lengua, le pidió que se lo hiciese a él.

—Dios, tigretón —le dijo ella entre jadeos, sorber de saliva y gemidos—. Madre mía, amor. Me encanta cómo te pones. Joder si me encanta.

Aarón descendió hasta sus pechos, succionándolos con fuerza, mordisqueando los pezones. Los gemidos de Vanesa estaban subiendo de volumen. Aarón encontró las bragas que le había quitado y se las embutió en la boca. Luego, hizo que se diese la vuelta, manejando su cuerpo con gestos dominantes, le alzó el culo, le abrió las nalgas con las manos y comenzó a lamer la separación entre ellas con largas y húmedas pasadas de su lengua. Igual que con su madre. Y era el culo de su madre lo que tenía en su cabeza, invasivo, irresistible, imperativo.

Atravesó el umbral del ano con su lengua, moviéndola en círculos. Tras mucho rato lamiendo y vertiendo saliva en el recto de Vanesa, se incorporó, apoyó el glande en el ano y empujó. Aarón hundió los dedos en sus caderas y comenzó a penetrarla. Los crujidos del somier, el choque de sus cuerpos, los jadeos, los gemidos amortiguados por las bragas de Vanesa llenaron la habitación.

Aarón se corrió con un gruñido animal. Eyaculó en el culo de Vanesa y continuó bombeando un rato más, sintiendo el esperma envolviendo su polla. Finalmente, se dejó caer al lado de Vanesa, exhausto. Ella se abrazó a él, liberando la boca de las bragas. Se besaron.

—Te amo, tigretón —le dijo, apoyando la cara en su pecho agitado.

—Y yo a ti —respondió él, acariciando sus rizos.

Y era cierto.

6

Mucho rato después de dejar de escuchar los ruidos de somier y gemidos ahogados en la habitación de al lado, Casandra continuaba despierta, inquieta, excitada, furiosa, el cerebro a punto de sufrir un colapso. Se había acostado en la estrecha cama con una camiseta de tirantes y el tanga, y el roce de la sábana era un constante estímulo. El Polvo de Venus continuaba en su sangre, pero estaba segura de que no era solo eso. Su estado de ánimo también influía, esa amalgama de rabia y excitación, de locura y remordimiento.

No cesaba de retorcerse, de frotarse el coño por encima y por debajo de la ropa interior, deseando sentir los dedos de su hijo. De pellizcarse los pezones hasta el dolor, deseando que fuesen sus dientes los que estuviesen allí. Se ponía boca abajo y restregaba la entrepierna contra el colchón, espoleada por el roce de la sábana en sus nalgas, mordiendo la almohada y lamiéndola, ansiando la carne de su carne.

Su boca. Su lengua. Su saliva. Sus manos. Su polla.

Llevaba horas así, febril de pura lujuria, incapaz de correrse, incapaz de dejar de pensar en Vanesa llevándose lo que ella necesitaba, su cordura a punto de rasgarse por el deseo y los celos y la frustración.

Y la raíz de todo aquel desequilibrio era Dante. El muy bastardo había llegado y lo había estropeado todo, derribando su estabilidad, corrompiendo el fino velo que permitía la convivencia entre la Casandra madre que amaba a su hijo y la Casandra depravada a la que dominaba un apetito insaciable por poseerle y ser poseída por él.

Ahora todo se había mezclado. El maldito huracán Dante había convertido en escombros la delicada cartografía que daba orden a su mente y no sabía ni por dónde empezar a reconstruir el desastre.

Pero sí sabía lo que necesitaba en su vida como faro en las tinieblas.

En algún momento de la madrugada, un sonido se abrió paso entre el vibrante fluir de su sangre y los furiosos latidos de su corazón.

Una puerta abriéndose. Unos pasos de pies descalzos. Un interruptor. Una puerta cerrándose.

Como si sus sentidos se hubiesen agudizado por la lujuria enfermiza que la subyugaba, supo que era su hijo yendo al cuarto de baño, que estaba enfrente.

Se puso en pie. Ni siquiera sintió el frío de las baldosas bajo los pies. Abrió la puerta de la habitación con cuidado, sin encender la luz. Efectivamente, había una rendija rasgando la oscuridad bajo la puerta, al otro lado del pasillo.

Esperó. Alguna zona de su cerebro que todavía conservaba cierta lucidez le advirtió de la posibilidad de que se equivocase. Podía ser Vanesa o su padre.

Pensó en follarse a Saúl y quitarse aquella sensación acuciante de encima. Pero rechazó la idea enseguida. No bastaría. Solo se sentiría peor. Hubiera sido como tratar de compensar un tumor cerebral con aspirinas.

Lo que necesitaba era su medicina. La que ella había engendrado. Quizá, precisamente, para salvarla de un momento como aquel.

“Estás perdiendo la chaveta.”

¿Quién sabía?

Se escuchó la cisterna. Se abrió la puerta del baño al tiempo que quien estaba dentro apagaba la luz. Pero fue suficiente para verle.

—Aarón —susurró, abriendo la puerta de par en par.

—¿Mamá? —Aarón también susurró, acercándose—. ¿No duermes? ¿Estás bien?

—No, no estoy bien. —Casandra alargó los brazos en la oscuridad hasta dar con el pecho de su hijo. Su coño se convirtió en aguas termales cuando notó la piel desnuda. Iba sin camiseta.

Aarón, atraído también por el magnetismo del deseo que les unía, se acercó más a ella. Con la desesperación de quien ha vagado por el desierto y se encuentra un oasis cuando está a punto de desfallecer, Casandra surcó el pelo de su hijo y buscó su boca, sin importarle el dolor en sus labios hinchados. En parte, disfrutando de ello. Atrapó la bola en el labio inferior de Aarón, allí donde ese cerdo de Dante le había hecho daño, y lo lamió. Pronto estaba lamiendo toda su boca, ansiosa, enloquecida. Él también sacaba su lengua, buscando el contacto. El corazón de Casandra se hundió en dulce caramelo ardiente al darse cuenta de que el apetito de su hijo por ella no era menor que el suyo.

—Ven, ven. —Con voz temblorosa, con gestos nerviosos por la avidez, Casandra le hizo meterse en el cuarto. Cerró la puerta con todo el cuidado que fue capaz. Las manos de Aarón buscaron y encontraron su culo, sus dedos se hundieron en la carne.

Casandra encendió la luz. Necesitaba verlo.

En cuanto los ojos de ambos se adaptaron a la claridad, se lanzó con la lengua fuera a la cara de Aarón. Lamió con largas pasadas salivosas la mandíbula hinchada y amoratada de su hijo.

—¿Te duele, mi amor? —preguntó—. ¿Te hizo daño ese hijo de la gran puta?

Él, poseído por el mismo apetito voraz, la recorría con sus manos, enredándose en la melena, estrujando los pechos por encima de la camiseta, siguiendo la curva de su cintura y sus caderas.

—No, mamá. —Aarón le lamió el cuello, allí donde estaban las marcas de los dedos—. ¿Y a ti? ¿Te duele?

—A mí solo me duele no sentirte. —Casandra descendió, arrodillándose, deslizando su lengua por su pecho, por su vientre. Apoyó las nalgas en los talones y tiró del bóxer hacia abajo, liberando aquella preciosa polla húmeda, palpitante. Casi se corrió con solo contemplarla. Echó el bóxer a un lado y acogió aquella deliciosa extensión de carne endurecida entre sus manos—. Mi amor, cuánto necesito esto. La necesito más que a nada.

Frotó las mejillas mojadas de saliva por la polla, como una gata buscando atención, pasándosela por toda la cara, dejando líneas de líquido preseminal sobre su piel. Sacó la lengua, ansiosa y húmeda, y la pasó por toda la polla, dejando caer un chorro de saliva sobre el glande, que pronto descendió hasta los testículos. La lengua de Casandra recogió las gotas que caían de estos y luego sopesó los huevos, los cubrió de saliva, los cubrió con los labios, primero uno, luego el otro, envolviéndolos entre sus labios heridos y húmedos, deleitándose con su sabor y textura, con su consistencia y calidez, ronroneando de placer. Todo esto sin dejar de mirar a la cara de su hijo, que, a su vez, la contemplaba absorto, hechizado, los ojos vidriosos, la boca entreabierta exhalando jadeos. Sus manos le acariciaban el pelo, se lo revolvían, le masajeaban el cráneo. Casandra sentía el ansia en sus movimientos.

La boca de Casandra no cesaba de salivar, empapando, recubriendo los testículos y la polla de una cada vez más densa y viscosa capa que resbalaba por los muslos de su hijo, goteaba sobre la camiseta de ella y sobre el suelo. Abrió la boca y deslizó el enorme glande por su lengua, de manera transversal, hasta sentirla contra la parte interna de su mejilla, abultándola. Las manos de Aarón la aferraban ahora con fuerza por el cabello, sus dedos entrelazados con varios mechones. Casandra deslizó de nuevo la polla hacia su boca, hacia la otra mejilla, tensándola todo lo que daba de sí, sintiendo el dolor en los cortes de los labios al estirar la boca. La saliva goteaba, humedecía toda la parte frontal de su camiseta. Los pezones le dolían de lo duros que estaban.

—¿Eres mío? —preguntó ella con un susurro ansioso, separándose de la polla de su hijo—. ¿Eres de mamá?

—Sí, sí.

Casandra emitió un ronroneo prolongado. Chupeteó el glande, presionando el meato con la punta de la lengua, sorbiendo la ingente cantidad de saliva.

—Pues yo también soy tuya. Ahora y siempre, mi amor. —Abrió la boca y dejó que la polla entrase poco a poco en dirección a su garganta. La sintió atragantándola, pero se relajó, hasta que la nariz quedó aplastada contra el pubis de su hijo.

Las caderas de Aarón comenzaron a moverse, ejerciendo aún más presión, empujando con las manos sobre la cabeza de Casandra. Retiró la polla poco a poco, deslizándola centímetro a centímetro por sus labios hasta sacarla por completo. Ella esperó con la boca abierta, la lengua fuera, la saliva cayendo en largos y temblorosos hilos. Aarón dirigió la polla de nuevo al interior. Cada vez que la sacaba, aceleraba un poco más el ritmo, hasta que acabó por embestir la boca de su madre, follándosela, los dedos enredados en su pelo. Casandra se dejaba hacer, con una mano metida bajo el tanga y tres dedos escarbando en la gruta carnosa e insaciable que era su coño.

Aarón retiró la polla de su boca y se arrodilló frente a ella. De la barbilla de Casandra colgaba un denso pegote de saliva espesada por el líquido preseminal. Aarón recogió aquella sustancia con las manos y la extendió por toda la cara de su madre. Sus bocas abiertas se fundieron en un beso animal interminable, ruidoso, famélico, depredador, las lenguas retorciéndose como serpientes en plena batalla, los labios sorbiendo como ventosas de cefalópodo, convertidos en trampas asfixiantes.

Casandra avanzó hacia él, le hizo tumbarse de espaldas sobre el suelo, obligando a sus bocas a separarse con un último chupetón de labios. Se puso en pie, disfrutando de la mirada fascinada de su hijo desde allí abajo, que observaba las recias columnas que eran sus piernas, y, sobre todo, el lugar donde convergían, allí donde la empapada tela del tanga se hundía entre los abultados labios vaginales.

Casandra puso un pie a cada lado de la cara de su hijo y se bajó el tanga, muy despacio. Los ojos de Aarón brillaban como si estuviese presenciando un acontecimiento religioso. Tras tirar la empapada prenda a un lado, sobre la cama, Casandra se acuclilló, acercando muy despacio su coño abierto y anhelante a la cara de Aarón, que lo esperaba con la actitud solícita de un acólito, la boca abierta, la lengua expectante.

Casandra se corrió al primer contacto. Aarón se aferró a sus muslos, aumentando la presión sobre su cara, mientras su lengua se movía con frenesí, hundiéndose en el lugar por el que había venido al mundo, lamiendo alrededor, buscando y atrapando el clítoris, chupando y mordiendo los labios. Casandra agarró sendos mechones de pelo y empezó a mover las caderas, restregando el coño por toda su cara. Como había hecho con Vanesa aquella noche, salvo que entonces se había dejado llevar por un deseo sádico de castigar a la persona que se interponía entre ella y su hijo (salvo que aún no sabía que había sido por ese motivo), y ahora solo ansiaba sentirlo, fundirse con él en una forja de placer, que ambos se derritiesen y surgiesen como seres totalmente nuevos, unidos de por vida.

Aarón manoseaba sus nalgas y sus caderas con fuerza, como si quisiera atravesar su carne con los dedos. Casandra sentía el movimiento de su lengua cada vez que su coño pasaba sobre su boca. Los orgasmos llegaron en serie, liberadores, deshaciéndola en fluidos. Por un momento, el mundo dio vueltas y perdió el equilibrio, escorándose a un lado como una barcaza, buscando apoyo con una mano y una rodilla.

Aaron, la cara cubierta por una mascarilla de fluidos y saliva, se incorporó y la sujetó entre sus brazos. Esos brazos suaves, fuertes.

—¿Estás bien, mamá? —Aquella preocupación, incluso en medio de la lujuria, casi la hizo llorar.

—Sí, mi amor. —Casandra le besó la cara, aunque no tardó en convertir los besos en lametones—. Contigo siempre estoy bien.

Se puso en pie a trompicones y se tumbó en la cama de espaldas, lánguidamente. Juntó las piernas, flexionándolas, y las llevó a un lado, destacando la voluptuosa curva de su nalga izquierda. Con una mano, tiró cuanto pudo del glúteo, exponiendo su ano.

—Quiero sentirte otra vez dentro, mi vida.

No hizo falta repetirlo. Aarón, sujetándose la polla con una mano, se acercó, apoyó el glande contra el ano y empujó y empujó y empujó hasta que la entrada empezó a ceder. Casandra sudaba, mordiendo un trozo de sábana. El dolor era abrasador. Pero, de alguna manera, potenciaba el placer.

—¿Te duele? —preguntó su hijo, deteniendo el avance de su polla.

—¡Fóllame! —fue lo único que ella pudo decir, con voz estrangulada.

Aarón aferró una mano en su muslo, la otra en su cadera, y arremetió contra ella hasta introducir la polla por completo. Casandra se mordió el pulpejo del pulgar, tratando de no gemir. La mezcla de dolor y placer devino en placer absoluto. Un placer cegador, una explosión tras otra de placer arrollador. Las embestidas de su hijo eran salvajes. Su pelvis chocaba contra su glúteo con fuerza. Sus dedos se hundían en la carne de su cadera y su muslo con firmeza de ave rapaz, dejando marcas rojas. La cama crujía bajo las acometidas. Casandra aún tenía los dientes clavados en su mano. Sintió el sabor de la sangre, desesperada por no liberar los gemidos agolpados en su garganta. ¿Cuántas veces se había corrido ya? Ni siquiera lo sabía. Se sentía entumecida, ajena al control de su cuerpo.

Entonces Aarón embistió contra ella una última vez, clavando la polla en lo más profundo de su recto, y empezó a eyacular. Casandra sintió el semen ardiente en sus entrañas, lo que la llevó a otro orgasmo más. La sangre llenaba su boca, manchaba la sábana. Reprimió cuanto pudo los gemidos, reduciéndolos a sonidos guturales. Aarón también emitía gruñidos broncos, apretando los dientes con fuerza. Tras sufrir varias convulsiones mientras eyaculaba, sacó la polla del ano de su madre y se dejó caer a su lado. Casandra sentía el esperma resbalando por sus nalgas.

—¡Mamá! —Aarón, asustado de pronto, incorporándose sobre un codo—. Tu mano.

Casandra se miró la mano. Las marcas de sus dientes horadando el pulpejo del pulgar. La sangre manando, manchando las sábanas.

—No es nada, cariño. —Se chupó la mano y luego besó a su hijo, compartiendo sangre y saliva, removiendo la mezcla con sus lenguas—. Espérame aquí.

Se puso en pie. Antes de abrir la puerta con cuidado, apagó la luz. Se dirigió al baño. Puso la mano herida bajo el chorro de agua tibia del lavabo mientras miraba qué podía utilizar.

La puerta se abrió. Endureció el rostro al ver a Vanesa. Esta, por el contrario, le dedicó una sonrisa cómplice. Solo llevaba las bragas, exhibiendo aquellos pechos firmes y generosos que su hijo seguro que habría disfrutado esa misma noche.

Vanesa se acomodó las gafas al ver la sangre. Cerró la puerta tras ella.

—Joder, ¿qué te ha pasado?

—Nada.

—Menudos jueguitos más bestias tenéis. —Vanesa abrió el armarito que había sobre el lavabo y sacó Betadine, unas gasas y un rollo de esparadrapo—. Anda, déjame hacer.

Casandra pensó en su hijo entrando en ese momento y viéndolas de aquella guisa, con Vanesa solo en bragas y ella misma con la camiseta empapada de saliva y el culo desnudo. Sin duda, disfrutaría mucho de la visión. Los celos volvieron a hincar sus podridos dientes.

Vanesa le desinfectó las heridas y luego aplicó un par de gasas, que sujetó con esparadrapo.

—Listo —dijo, dándole un suave azote, indiferente a la mirada asesina de Casandra.

—Gracias. —La palabra le supo agria en la boca.

—No es nada. —Esta vez, Vanesa le dio un rápido beso en los labios. Cuando Casandra apartó un poco la cara, la joven solo le sonrió, guiñándole un ojo—. Descansad, habéis tenido un día duro. Pero no seas tan acaparadora, Casandra. Aarón nos quiere a las dos. No le hagas elegir.

“¿De qué habla esta niñata?”

Pero no dijo nada. Vanesa se retiró, dándole las buenas noches en un susurro.

Casandra regresó al dormitorio tras orinar. Se quitó la camiseta y se metió en la cama sin encender la luz. Aarón se había tapado con la sábana. Casandra se abrazó a él y empezó a besarle los labios, recorriéndolos con los suyos con suavidad, despacio, saboreando cada movimiento. Sus lenguas se deleitaron en el contacto mutuo con la calma tras la tempestad, agotados, el deseo reducido a una acogedora fogata. Aarón se pegó a ella, piel con piel. Casandra le pasó una pierna por encima, a la altura de la cintura.

—Voy a arreglar esto —le susurró—. Y luego, quiero que seas para mí. —Las palabras de Vanesa eran ácido en su memoria—. Solo para mí.

Continuó besando a Aarón, sin darle a tiempo a decir nada. Tal vez, temiendo lo que pudiese responder.

7

No eran ni las ocho de la mañana cuando Saúl se levantó. Había escuchado al menos dos veces a lo largo de la noche gemidos ahogados y crujidos de somier. Al parecer, su hija y Aarón se lo habían pasado especialmente bien. Sonrió. Bendita juventud. Sobre todo, agradecía que Vanesa estuviese en una relación con un buen chico. Necesitaba tener una relación normal con su hija.

Mientras se calentaba un café, escuchó unos pasos furtivos en el pasillo. Al volverse, se encontró con Casandra. Estaba vestida con el mismo vaquero del día anterior, las mismas zapatillas deportivas y una camisa negra, con las mangas vueltas hasta los codos.

—Buenos días. —Se fijó en su mano, frunciendo el ceño—. ¿Qué te ha pasado?

—No es nada. —Parecía tensa, nerviosa—. Voy a salir. Tengo que dejar alguna nota en el gimnasio. Estará cerrado unos días. —Pareció a punto de añadir algo más, pero se mantuvo callada.

—Vaya. —Saúl notaba que había algo raro—. ¿No quieres desayunar antes? ¿O un café?

—No, tomaré algo por ahí.

—Está bien… Pues después llamaré a mi abogado. Intentaré que te atienda hoy mismo. O mañana.

—Vale. Muchas gracias, Saúl.

Casandra salió del piso con su bolso, abriendo y cerrando la puerta con mucho cuidado.

Había algo que no cuadraba en la expresión y el lenguaje corporal de Casandra. Saúl no pudo dejar de darle vueltas.

“Serán cosas mías. Está cansada y, seguramente, también asustada. Tal vez debería haberla acompañado.”

Pero no creía que se tratase de eso.

Tenía un mal presentimiento. Y cuando, dos horas más tarde, Vanesa y Aarón también se levantaron y les dijo lo que había pasado, notó que Aarón también compartía esa sensación.

A mediodía, todavía no sabían nada de Casandra. Aarón la llamó varias veces al móvil, pero siempre le respondía la voz de operadora comunicándole que el teléfono al que llamaba estaba apagado o fuera de cobertura. Por favor, inténtelo de nuevo más tarde.

Algo iba muy mal.

CONTINUARÁ

ENDING:

Marilyn Manson – Deep Six