ALETEO DE MARIPOSA 7: Ilusión del control

El autocontrol, ese muro que contiene los impulsos más ocultos, más prohibidos, que nos convierte en "seres civilizados", está a punto de ceder en todos los personajes de esta historia. Todos ellos luchan contra sus deseos más turbios. Y todos llevan las de perder.

CAPÍTULO SIETE

ILUSIÓN DEL CONTROL

1

Saúl se despertó deseando encontrarse solo en la cama. Deseando que todo fuese un sueño.

Su deseo no fue concedido. Apenas movió la mano a un lado, sintió la piel suave y desnuda de una cintura bajo sus dedos. La claridad del amanecer se filtraba entre los listones de la persiana. Hizo acopio de valor y giró la cabeza. Se encontró con el rostro de su hija apoyado en la almohada. Estaba dormida, los rizos desordenados de un modo incluso tierno. De su boca entreabierta surgía un fino hilillo de saliva que caía en la tela.

La sábana cubría sus piernas, igual que a él, de modo que sus generosos pechos estaban expuestos en toda su sensualidad, apretados entre sus brazos. Podía oler su piel, el aliento cálido alcanzaba a rozarle el hombro.

Observándola así, tan relajada e inocente, su conciencia encontró cierta paz.

Quiso decirse que no era culpa suya, que estaba dormido y ella se le había echado encima. Pero no le sirvió. No le sirvió en absoluto.

Era la segunda vez que caía en aquella tentación. ¿Hasta qué punto podía justificarse?

Trató de controlar pensamientos tales como plantearse que existiese un Más Allá desde el que su difunta mujer les estuviese observando.

Recordó la primera vez. Dos años antes. La noche en que enterraron a Adela. El día más aciago de su vida. Ese día que había comenzado desde el momento en que recibió una llamada de teléfono que le informó de que su mujer había fallecido al instante en un accidente de tráfico y que no finalizó hasta muchas, muchas horas después, durante las cuales todo se sucedía como si estuviesen atrapados en ámbar, asfixiados, cada movimiento una agonía, cada inhalación una tortura. Destinados a quedarse estáticos para siempre, muertos, atrapados en aquel instante de dolor infinito.

Pero no, el tiempo siguió su curso, los acontecimientos pasaban y se perdían en el pasado. Hasta que llegó la noche y Vanesa tuvo que ser la fuerte, tuvo que ser la que le consolase y le guiase a la cama y le desvistiese y se acostase a su lado, abrazándolo fuerte, abrazándolo en la oscuridad de una noche de invierno. Llorando los dos con los ojos enrojecidos e hinchados. Vanesa le enjugaba las lágrimas con sus labios y él, ansioso de cualquier muestra de cariño, ansioso de cualquier manera de consuelo, correspondió haciendo lo mismo. Y los labios dieron paso a las lenguas. El abrazo se hizo más intenso, más cercano. Ella se quitó la ropa y sus pieles fueron una. Y él ni siquiera era capaz de pensar, tan solo de sentir el vacío inextinguible de la ausencia de Adela. Y Vanesa le susurraba “shhh, shhh” al oído y sus bocas se fundieron, abiertas, hambrientas de olvido. Sus manos apretaban la carne del otro. Sintió la polla entrando en la vagina de su hija, ardiente y acogedora, una promesa de placer, un juramento de alivio para aquel dolor.

Follaron con una intensidad que Saúl solo había experimentado en los momentos más pasionales con Adela. Follaron durante horas, alargando el momento del orgasmo, el cuerpo de Saúl negándose a perder la erección. Sudando, llorando, besándose, lamiéndose, manoseándose. Los gemidos de su hija le hicieron trascender durante un tiempo maravilloso por encima del sufrimiento y, cuando esparció todo su esperma sobre ella, desatado, impúdico y justificado por la magnitud del dolor, cayó desmayado en la cama. Vanesa le abrazó por la espalda y tuvieron horas de sueño y paz.

Nunca más volvieron a repetir aquello. Vanesa le buscó a la noche siguiente, pero Saúl se mantuvo firme y distante. Hasta que casi quedó en el olvido. Hasta que casi fueron una familia normal.

Y todo se había ido al traste en una noche. De una manera tan sencilla que costaba no pensar que, en el fondo, había deseado que volviese a suceder.

Acarició el pelo de su hija con delicadeza. Vanesa abrió un poco los ojos, entornándolos. Se desperezó sin ningún pudor, estirando la espalda, realzando sus senos, dejando que la sábana descendiese hasta la mitad de sus muslos.

—Buenos días, papi. —Y se abrazó a él, aplastando la cálida suavidad de sus pechos en el de él. Apoyó la cabeza en su hombro, dejándole algunos rizos sobre la cara, y allí se quedó, dormida de nuevo.

Saúl no la apartó. No se atrevió. Sintió el deseo de abrazarla, pero tampoco lo hizo. Se quedó con la mirada perdida en el techo.

“Adela, espero que puedas perdonarme. Soy débil y estoy muy solo.”

Solo le quedaba prometerse que aquello no volvería a pasar una tercera vez. La erección alzándose bajo la sábana restaba un poco de convicción a su propósito.

2

Dante estaba furioso. Furioso con la zorra de Vanesa, que no solo se había largado dejándole con cara de idiota, sino que le había robado las pastillas de Polvo de Venus. Cierto que solo eran cinco, pero, joder, al ritmo que estaba consumiendo llegaría el momento en que cinco pastillas serían la diferencia entre tener un día de mierda o un día de puta madre. Lo peor era que ni se había enterado de que le había robado hasta un tiempo después, tras correrse en el coño de Lucía mientras le dejaba las nalgas rojas a azotes, desahogando la frustración.

Furioso con Casandra, que continuaba igual de hermética, puede que incluso más. Dante había llegado tarde a casa, después de medianoche. Había ido a un bar con Lucía, se había restregado un poco con otras dos fulanas, había esnifado cocaína y compartido un porro con una de ellas, que le había hecho una mamada ayudada por la hija de Ramón.

Dante era consciente de que estaba perdiendo el control por completo… ¿A quién quería engañar? Ya lo había perdido. Había descarrilado y continuaba avanzando campo a través, milagrosamente vivo, pero a punto de chocar contra un árbol o una puta roca en cualquier momento. Nunca había estado así. Sí, había coqueteado con otras drogas en el pasado, a espaldas de Casandra. Y, también a espaldas de ella, había follado con otras en determinados momentos, si la oportunidad era propicia y se sentía con humor. Pero era diferente. En todo momento, él llevaba el timón. Eso era precisamente lo que le gustaba, la convicción de que todo estaba bajo control. Incluso cuando se ofreció a cargar con la culpa de Casandra, obedecía a ese sentimiento de absoluto dominio sobre las circunstancias.

Entonces vino la realidad, con la sutileza de un camión arrollándole, a decirle que no, que él no era el todopoderoso que se creía. Aun así, se negó a ceder, se convenció de que aquella experiencia entre rejas solo le convertiría en alguien más fuerte, más temible y más admirable.

Y aquí estaba, el temible y admirable que por un par de zorras no era capaz ni de pegar ojo.

La hija de puta de Casandra ni se había dignado a darse la vuelta cuando se metió en la cama. Cierto que estaba tan agotado que no habría podido ni resistir una paja, pero esa no era la cuestión. Y así seguía, agotado pero despierto cuando la claridad del amanecer le sorprendió. Le dolía la cabeza como si le estuviesen metiendo un taladro en cada sien, y la mandíbula de tanto apretar los dientes como si le hubieran intentado arrancar la quijada y casi lo hubiesen conseguido.

A pesar de todo, puso una mano en el culo de Casandra, sobre el pantalón de pijama. Un pantalón largo , por amor de Dios. Como mandándole el mensaje de que aquello era terreno vetado para él. Le manoseó una nalga a conciencia. Joder, qué diferencia con el culito prieto y pequeño de Lucía. Comenzó a besar el hombro que la camiseta de tirantes dejada al desnudo.

Casandra se despertó. Su cuerpo se puso tenso y, al momento, se incorporó, levantándose de la cama.

Dante se quedó con cara de imbécil. Otra vez.

—Me cago hasta en Dios —masculló—. ¿Hasta cuándo vas a estar de esta puta manera?

Ella le miró, gélida. Nunca había conocido a nadie capaz de imprimir tanta frialdad a sus ojos.

—No vas a tocarme con esa boca que no sé dónde has estado metiendo —le dijo—. No tengo ni idea de dónde estuviste anoche, pero por la peste que te envuelve puedo hacerme una idea.

—¿Cómo coño te atreves a hablarme así? —Dante se sentó en la cama. Casi tuvo una arcada por la jodida migraña—. Me jodí cuatro años de mi vida por ti. Deberías estar calladita y dándome las gracias cada puto día.

Por un momento, Casandra pareció titubear. Pero, probablemente, la última frase de Dante solo había reforzado su frialdad.

—Te esperé todo este tiempo —le replicó ella—. Estábamos estupendamente hasta que tú, en menos de un día, decidiste joderla. Está claro que lo que más echabas de menos en esa celda no era a mí.

Dante se llevó las manos a la cara. ¿Por qué todo era tan difícil?

—Por una puta pastilla que tú también tomaste durante meses, ¿vas a mandar todo a la mierda?

—Mira, Dante. Las cosas ya no son como eran. —Casandra suspiró, como haciendo acopio de fuerzas, y Dante sintió una ligera congoja, como si estuviese divisando un huracán de cuyo pronóstico se había estado riendo hasta ese momento—. Ya no siento lo que sentía. En estos cuatro años, yo he cambiado. Y tú también, solo que en otro sentido. Siempre te estaré agradecida por lo que has hecho y te ayudaré en todo lo que haga falta, pero…

—¡Venga ya! —Dante se puso en pie—. ¿En serio ahora te vas a poner en este plan?

—…lo mejor es que nos demos un tiempo, como mínimo. Yo he encontrado una estabilidad en este tiempo que no voy a romper ni por ti, ni por nadie. Y está claro que tú no.

—¿Y no crees que tal vez estoy desestabilizado por el tiempo que he pasado en la cárcel por tu culpa? —El control se escurría entre los dedos de Dante como arena. Era como intentar retener un chorro de agua con un colador.

Aquello, de nuevo, hizo titubear a Casandra.

—Es mejor que hablemos por la tarde, con calma —dijo—. Ahora tengo cosas que hacer. Tú duerme y date una ducha, que buena falta te hacen las dos cosas.

Y, dicho esto, salió del dormitorio para ir al baño.

Dante le dio un puñetazo a la pared.

Una parte de él sabía que, si quería arreglar aquello, tendría que retroceder. Volver a ser el Dante de antes. Ser el que llevase la batuta en su vida. Pasar de Ramón y su hija. Pasar del Polvo de Venus. Pasar de victimizarse.

Estabilizarse.

Estabilizarse, ¿eh?

“No es justo. ¡No es justo! Estuve cuatro años encerrado, tengo todo el puto derecho a hacer lo que me salga de los cojones.”

3

Aarón había escuchado discutir a sus padres. No había más que ver el ambiente para darse cuenta de que las cosas estaban lejos de la reconciliación. Se sintió especialmente mezquino cuando encontró cierta satisfacción en todo aquello. No debería ser así. Su madre no lo estaba pasando bien y eso era lo que debería importarle por encima de todo. Pero echaba de menos volver a vivir a solas con ella. Especialmente a raíz de los últimos acercamientos.

“Acercamientos. Eso sí que es un eufemismo.”

Fue un alivio estar en el gimnasio, lejos de casa. Era sábado, de modo que solo abrirían por la mañana. Le preguntó a Vanesa por WhatsApp si quería quedar esa tarde. A mediodía, dos horas antes del cierre, Vanesa le dijo que sí, con muchas exclamaciones y corazoncitos. Aarón sonrió. Al menos había alegría por alguna parte.

Cuando le dijo a su madre que él no volvería a casa con ella, notó cierta decepción en su mirada.

—Está bien —dijo, en cambio. Ya se había duchado y puesto unos leotardos y una camiseta de tirantes, como de costumbre ceñido a las firmes curvas de su cuerpo—. Esta tarde tu padre y yo tenemos que hablar seriamente. Es mejor que estemos solos.

Aarón le puso una mano en el hombro desnudo. Las yemas de sus dedos sintieron un apetito instantáneo por saborear aquella piel.

—Lo siento mucho, mamá. ¿Prefieres que vaya contigo? Ahora me siento un poco culpable por irme así mientras estás mal.

—No, amor. —Casandra le dedicó una sonrisa y le puso una mano en la mejilla, acariciándole la comisura de la boca con el pulgar—. No te preocupes. Es mejor así. —Se acercó a él y le besó en la frente, luego en el entrecejo, luego justo sobre el labio superior.

Aarón llevó las manos a su delgada cintura, deseando descender. Su polla comenzó a crecer, reduciendo el breve espacio entre sus entrepiernas.

“Soy un puto enfermo.”

Todavía no habían bajado la persiana metálica, pero sí cerrado la puerta con llave. La puerta cuyos cristales permitían ver el interior. Y ellos se encontraban casi delante.

Casandra le dedicó unas caricias en el pelo.

—Y no tienes que sentirte mal —le dijo—. Esto es entre tu padre y yo. Prefiero que no te veas demasiado afectado.

Aarón estuvo a punto de decirle cualquier cosa, alguna palabra de apoyo. O de acariciarle el pelo. O de cualquier cosa. Pero lo que hizo fue inclinar la cabeza y darle un breve beso en los labios. Un piquito, como lo había llamado ella aquella vez en el sofá.

“¿Qué cojones estoy haciendo?”

Apartó la cara, mirándola con expresión culpable. Ella también le miraba con los labios entreabiertos, sorprendida.

—Lo-lo-lo siento —balbuceó—. Solo… eh… solo iba a darte un beso en la mejilla.

Aarón nunca ganaría el premio al mejor actor.

Casandra le sonrió.

—Tampoco te pongas así, que solo ha sido un beso —le dijo—. Y un beso muy bienvenido. —Acercó su rostro al de su hijo—. Creo que necesito un poco más, para darme ánimos. —Le sujetó la cara con las dos manos y pegó aquella boca de labios separados en la de él, que también abrió la suya. El bulto de su polla en proceso de completar su erección dio contra la entrepierna de ella. Las manos de Aarón cedieron a la tentación y descendieron hasta colocarse sobre las prominentes nalgas. Al menos, logró no ejercer presión sobre ellas.

Los labios de Casandra se separaron succionando su labio inferior, estirándolo hasta que se soltó con un suave chasquido húmedo. Se relamió.

—Tengo el hijo con los labios más deliciosos del mundo —le dijo—. Te los estaría comiendo todo el día.

Aquellas palabras pusieron su polla aún más dura. Sintió aumentar el contacto contra su entrepierna.

“Por mí no te cortes.”

Pero Casandra se apartó un poco, poniéndole las manos en el pecho.

—Bueno, vamos a dejar esto —dijo—. Que quien nos vea va a pensar lo que no es.

“¿Y qué no es?”

Las manos de Aarón abandonaron la irresistible curva de sus nalgas con reticencia.

Casandra echó un breve vistazo a su erección. Sus labios, aquellos que hacía unos días habían envuelto su polla, ampliaron su sonrisa.

—Gracias, cariño —le dijo—. Ese beso me ha dado la energía que necesito.

Aarón solo sonrió. No era capaz de articular palabras en ese momento. Solo deseaba volver a sentir aquella boca en él, donde fuese.

4

Ese beso me ha dado la energía que necesito.

No había sido una frase casual. Casandra sabía que varios factores habían influido en el distanciamiento con Dante. Por mucho que quisiera negárselo, aquellos cuatro años de separación habían supuesto un punto de inflexión determinante. Era tal como le había dicho a su marido. En aquel tiempo ella había encontrado un tipo de estabilidad. Y él no. Estaban en puntos totalmente distintos. Solo la inercia y aquel cada vez más horroroso sentimiento de culpa y del deber la habían mantenido a la espera. Paradójicamente, también había supuesto la grieta que había debilitado los cimientos del matrimonio hasta el punto de ruptura.

Pero, ¿estaría tan decidida si no fuera por los últimos acontecimientos con Aarón?

Una parte de su mente solo fantaseaba con volver a estar a solas con él. Una parte de su mente deseaba alimentarse más y más de aquellos momentos en los que la tensión entre ellos se estiraba, las fronteras de lo prohibido se difuminaban y acababan de lleno en una burbuja ajena a la realidad.

Incluso su resistencia a permitir que las cosas fuesen más lejos era algo que disfrutaba.

Ese beso me ha dado la energía que necesito.

Era cierto. Porque esa parte de su mente que fantaseaba con vivir de nuevo a solas con su hijo estaba en contacto directo con su coño. Y, en ese momento en que podía sentir el calor acuciante y la humedad entre sus muslos, sentada en el coche, aquellas sensaciones eran lo que la impulsaban a ser tajante en su decisión.

Sabía que aquello estaba lejos de ser normal. Estaba perturbada, probablemente si fuese a un psicólogo y le contase todo lo que estaba pasando, la ingresarían en alguna parte. Tal vez, como ya había pensado otras veces, haber consumido Polvo de Venus durante meses y la posterior abstinencia habían deformado de manera irreversible su cerebro. Tal vez eso mismo también le estaba pasando a Dante.

Pero no quiso centrarse en esto. No quiso centrarse en nada que pudiese boicotear su decisión.

Aceleró más, apretando las manos en el volante, esperando que el ansia por masturbarse no tardase en pasar. O, por lo menos, que se debilitase.

En cuanto entró en el recinto de su propiedad, supo que Dante no estaba en casa. El garaje estaba abierto y no había rastro del Audi.

Por un momento, tuvo la esperanza de que Dante ya hubiese recogido todas sus cosas. Que se lo pusiera así de fácil. Pero no, solo se encontró la cama deshecha, los restos del desayuno y la ropa sucia tirada en el suelo del dormitorio.

Casandra se dejó caer en la cama. De pronto, la asaltaron mil recuerdos de otros tiempos. Aquellos en los que creía ser feliz con su marido. No, no es que lo creyese. Al margen de cómo hubieran cambiado las cosas, por entonces era feliz. Tenía todo cuanto necesitaba.

Las lágrimas se agolparon en sus ojos.

5

Aarón caminaba hacia el centro comercial Kant como si tuviese el cerebro rebotando en algodón de azúcar. Recordaba en bucle la sensación de su labio estirado entre los de su madre. El recuerdo se fusionaba sin transición con el de su lengua retorciéndose alrededor de la suya, la saliva desbordando la boca de ambos, sus alientos agitados mezclándose.

Vanesa le esperaba en una heladería, cerca de la entrada al centro comercial, con un vaso de helado a medio consumir. Para cuando Aarón se encontró con ella, tenía la polla como un roble. Trató de disimularlo metiendo las manos en los bolsillos. Antes de llegar, se había apartado para colocársela hacia un lado lo más discretamente posible.

Vanesa se puso en pie cuando le vio, acomodándose las gafas en un gesto muy coqueto. Iba vestida con un short vaquero azul claro, casi blanco, media negras que dejaban unos deliciosos centímetros de muslo al desnudo, botines y una camiseta a rayas blancas y negras que le dejaba un hombro y el ombligo al descubierto. Estaba para comérsela. Le pasó una mano por la cintura, buscando piel, y otra por la espalda. Sus bocas abiertas se encontraron y se fundieron en un beso lento, de lenguas resbaladizas y labios juguetones. Al separarse, Aarón imitó lo hecho por su madre: atrapó el labio inferior de Vanesa entre los suyos y lo estiró hasta que se liberó por sí solo.

—¡Caray, tigretón! —le dijo Vanesa, pegando los senos en su pecho—. Parece que me echabas de menos. Y ya me fijé en que venías animado.

Hubiera sido extraño que no se hubiese dado cuenta.

—Es que venía ya pensando en comerte la boca —le mintió él. ¿Qué iba a decirle? ¿Que venía de morrearse con su madre y de solo pensar en ello ya se empalmaba?

Sintió algunas miradas sobre ellos.

—Venga. —Vanesa regresó a su mesa—. Deja de poner los dientes largos a las féminas. Me termino el helado y vamos a comer algo. —Le guiñó un ojo. Y cuando él se sentó, añadió, más bajo—: Aunque preferiría lamer otra cosa. —Guiño.

Después de que Vanesa se terminase el helado, fueron a comer una pizza en otro local del centro comercial.

—¿Y cómo están las cosas entre tus padres? —preguntó Vanesa, llevándose el vaso de refresco a los labios.

Aarón se encogió de hombros.

—No muy bien —dijo—. Se supone que mi madre va a hablar con mi padre ahora. Nunca los había visto así.

—Ya… —Vanesa se quedó pensativa—. Tigretón, luego tengo que contarte una cosa.

Aarón la miró, extrañado.

—¿Pasa algo? ¿Esto es un “tenemos que hablar”?

Vanesa se rio, aunque parecía un poco nerviosa.

—No, no. Pero es importante.

—Me lo puedes contar ahora.

—Mejor luego, con un poco más de privacidad.

El lugar escogido fue el Parque de los Cerezos. Paseaban cogidos de la mano. Hacía un buen día, soleado, aliviado por una brisa templada. Aarón se sintió bien. En momentos así, desearía que la relación con su madre fuese normal y que la relación con Vanesa también lo fuese.

Recordó el beso con su madre hacía un par de horas. Sus manos recorriendo la vertiginosa curva de su culo. El contacto con su lengua y con sus labios. El corazón se le aceleró. Su polla reaccionó un poco.

Tal vez su deseo de una relación materno-filial convencional no estaba tan claro.

Se sentaron en un banco de piedra, en una zona un tanto apartada, aunque los gritos de los niños jugando se oían claramente al otro lado de un muro de arbustos.

—No creo que haya modo suave de empezar diciendo esto —dijo Vanesa, poniéndole una mano en el muslo—. Así que te lo voy a soltar así, sin paños calientes. Tu padre intentó follarme ayer.

Aarón se envaró. Todo rastro de relajación abandonó su cuerpo, sustituido por una sensación muy desagradable que explotó en su vientre y se extendió por todas partes.

—¿Intentó violarte?

—¿Qué? —Vanesa abrió mucho los ojos—. No, no, no. —Acarició las manos de Aarón, que se habían cerrado en puños muy tensos—. No, nada de eso, tigretón. A ver… Ayer, tu padre vino con una chica llena de tatuajes…

Poco a poco, siempre titubeando, Vanesa le contó que la chica de los tatuajes había estado toda la tarde en el gimnasio, que había tenido “un poco de rollo bollo” con ella (lo dijo entre risitas) y, cuando llegó la hora de cierre, ella y Dante empezaron a follar, y le pidieron que se uniera.

—Pero me marché, ¿vale? —Vanesa le miraba fijamente—. Me marché y ese gilipollas no me tocó con su polla, ¿vale?

Aarón todavía estaba en proceso de asimilar todo aquello. Se había sentido un poco molesto con que Vanesa hubiese tenido contacto sexual con aquella chica, pero, en cuanto lo imaginó, le resultó incluso excitante. Además, él se acababa de morrear con su propia madre, y días antes se había corrido en su boca. No se sentía en posición de ponerse especialmente digno.

Sin embargo, lo que más sentía era rabia hacia su padre. Ese hijo de puta, cabrón de mierda, ¿cómo se atrevía? No solo se lo estaba haciendo pasar mal a su madre y no hacía nada por mejorarlo, sino que se dedicaba a follar con otra y a tratar de meterla en la novia de su hijo.

Apretó los dientes con fuerza, con la mirada perdida en el infinito.

Miró a Vanesa.

—¿De verdad no hiciste nada con él? —Su furia buscaba válvulas de escape.

—No, de lo contrario, ¿para qué te iba a contar todo esto?

—Pero lo deseabas, ¿no? ¿Dudaste mucho?

Vanesa puso los ojos en blanco.

—Vale, ¿quieres hacerlo así? Sí, claro que me sentí tentada. Pero, ¿no te parece que, precisamente por eso, deberías darle más valor al hecho de que no lo hiciese? ¿Por qué crees que no lo hice?

—Y yo qué sé. No te apetecería en ese momento. —“Echa el freno, imbécil.”

—Eres gilipollas. —Vanesa se puso en pie, enfadada—. No lo hice porque me importas, idiota.

—Pues bien que te enrollaste con la tía esa. —“Venga, sigue cagándola. Como si eso te importase.”

—¡Y tú le metiste mano a tu madre!

—¡Eso es diferente!

—Ah, ya. Es diferente cuando tu polla así lo decide, ¿verdad? —Estaban los dos tan alterados que ni se pararon a pensar en cómo podrían sonar aquellas palabras si las escuchaba alguien que pasase por allí—. Mira, a la mierda. Creía que lo valorarías, pero ya veo que cuando se trata de tu padre, te vuelves imbécil. O, más bien, cuando se trata de tu madre. Seguramente se la quieres meter desde que tienes uso de razón y por eso odias tanto a tu padre. Y me parece estupendo, pero no voy a aguantar estas gilipolleces. ¡Paso de ti!

Dicho esto, Vanesa se marchó, agarrando con fuerza su bolso.

Aarón la miró alejarse, tenso, con los puños cerrados. Casi a punto de echarse a llorar.

“Ve tras ella, imbécil. ¡Ve tras ella!”

Pero se quedó quieto, aferrándose a… ¿A qué? Ni siquiera sabía por qué no lo hacía. Ni por qué había desviado su rabia hacia ella. ¿Es que tan inútil se sentía al lado de su padre que necesitaba joderla con otras personas?

6

Dante todavía estaba mascullando maldiciones dedicadas a su mujer y a Vanesa, sentado con las piernas abiertas en el mugriento sofá de Ramón. En la aún más mugrienta alfombra, Lucía, desnuda, pasaba su lengua desde los testículos hasta el glande mientras se metía tres dedos en el coño y los removía a conciencia.

—Puta ladrona de mierda —murmuró Dante. Ni siquiera el Polvo de Venus mejoraba su humor, aunque sí mantenía su polla erecta a pesar de haberse corrido hacia menos de media hora en la cara de Lucía.

Ramón había salido a comprar cervezas y comida. Cada vez se le veía menos contento con el hecho de que Dante se presentase en su casa cuando le viniese en gana para follar con su hija y meterle prisa con conseguir más Polvo de Venus. Pero no se atrevía a decirle nada.

Lucía se puso en pie y se montó sobre su polla, metiéndosela de una sentada al dejarse caer. Se abrazó al cuello de Dante y comenzó a moverse.

—Venga, hombretón —le gimió al oído—. Muévete un poco tú también. Dame duro.

Ella también había tomado una pastilla y, si ya de por sí actuaba como una zorra, ahora estaba desatada. Parecía imposible de saciar.

Dante la agarró por el culo y aceleró el ritmo de la penetración, impulsándola hacia abajo con saña. Le gustaba que fuese tan manejable. Chupeteó los pezones, atrapaba los aretes que los atravesaban y tiraba de ellos hasta escuchar un gemido agudo de dolor.

La puerta de la casa se abrió. El sofá estaba de espaldas a la entrada, de modo que Lucía podía ver quién entraba.

—Hola, papi —saludó con una sonrisa ebria, sin dejar de cabalgar sobre Dante—. Trae una cerveza.

Con mala cara, Ramón lanzó una lata de cerveza al sofá en su camino hacia la nevera. Lucía la abrió. La espuma salió a borbotones. Se echó un buen chorro entre los pechos. Dante lamió como un perro sediento. Se apoderó de la lata de cerveza, se puso en pie, echando a Lucía a un lado, que se acomodó sobre su espalda, separando los muslos. Dante le abrió el coño con los dedos de una mano y vertió el resto de la cerveza en su interior. O, al menos, lo intentó, porque la mayor parte de la bebida acabó sobre el sofá. Tiró la lata a un lado y se puso sobre la chica, penetrándola cada vez más fuerte. Enganchó los pulgares en las comisuras de la boca de Lucía, abriéndosela, y escupió sobre su lengua. Ella solo rio, borracha de placer. Las embestidas de Dante eran brutales, hacía que todo el cuerpo de Lucía temblase, desmadejada.

Hizo que se diese la vuelta, con el pequeño culo en pompa y la cabeza contra el apoyabrazos. Le abrió las nalgas, escupió y le metió la polla todavía mojada de cerveza y fluidos vaginales en el ano. Lucía aulló de placer y dolor. Dante tiró de su pelo, echándole la cabeza hacia atrás, y le chupeteó el cuello.

En algún momento, Lucía miró a un lado, hacia su padre, que observaba entre anonadado y excitado. Lo primero se veía en su cara, y lo segundo, en el bulto de su pantalón.

—Papá… —gimió ella casi sin voz—. Papá, ¿quieres tú también?

—¿Qué? —Ramón puso cara de conejo ante los faros de un coche—. ¿Qué dices?

Entonces Dante también le miró, con una sonrisa enfermiza dibujada en su cara. Era como si toda la mierda que llevaba acumulando desde el día anterior encontrase un lugar por donde salir.

Volvió a tirar del pelo de Lucía. Con una mano la sujetó por una pierna, hizo que pegase la espalda contra su pecho y se puso en pie, a trompicones, sin sacar la polla de su culo. La soltó del pelo para asirla mejor por el torso y fue hacia donde estaba Ramón, que retrocedió algunos pasos, hasta que su culo dio contra la cocina que tenía detrás.

—Eh, Dante, ¿qué vas a hacer? Esto no… no está bien.

—Ya lo creo que está bien —replicó Dante con voz enronquecida—. ¿O no es verdad, Lucía? ¿Le vas a dar un alivio a tu padre?

—Oh, sí. Papá, quiero que te corras en mi boca. Lo necesitas.

Dante se acuclilló y dejó que Lucía cayese hacia delante. Luego, a base de arremetidas de su polla, la fue empujando hasta que las manos de la chica alcanzaron las piernas de su padre. Ramón parecía conmocionado, pero lo cierto era que no se movió de donde estaba, y su erección era más que notable. Lucía le liberó la polla y se la metió en la boca. Las embestidas salvajes de Dante la obligaron a engullirla por completo.

—Venga, Ramón. Un poco de iniciativa. Fóllate esa boca como se merece.

Ramón no se movió. Miraba hacia abajo, viendo cómo los labios de su hija hacían desaparecer su polla una y otra vez, entre gemidos guturales, fascinado como si estuviese ante el mayor truco de ilusionismo de todos los tiempos.

Lucía, sin dejar de hacer su magia, le cogió las manos y se las puso sobre la cabeza. Se quitó la polla de la boca, dejando caer gruesos goterones de espesa saliva, y miró a su padre con ojos ansiosos y una amplia sonrisa de lujuria.

—Venga, papá, dale el biberón a tu niñita mala. —Y se quedó con la boca abierta, la polla rozando su barbilla, esperando.

Incluso Dante ralentizó un poco el ritmo, a la espera.

Finalmente, Ramón sujetó con algo más de firmeza la cabeza de su hija y dirigió la polla al interior de la boca.

—¡Eso es! —exclamó Dante, que de una embestida empujó a Lucía hacia adelante, atragantándola con la polla de su padre—. ¡Dale caña, Ramón!

Ramón se dejó llevar.

7

AARÓN: Perdona, se me fue la pinza. Espero que no estés muy enfadada…

Aarón estaba a pocos metros de su casa cuando decidió mandar el mensaje a Vanesa. Se sentía estúpido. No hacía falta ser ningún portento del lenguaje para entender que la intención de Vanesa había sido confirmar las palabras que le había dicho el otro día. Que era especial para ella.

La relación entre ellos había empezado fantaseando con Casandra. Sabía que Vanesa no era una chica que se fuese a andar reprimiendo por él, ni por nadie. Y, pese a todo, era lo que había hecho.

Cuando se trataba de su padre, Aarón no era racional.

Entró en su casa, sintiéndose abatido. Echando un vistazo al móvil por si había habido respuesta. Nada.

Escuchó el siseo constante de la bicicleta estática mezclado con la música rock que surgía de la cadena musical. Se asomó a la sala. Su madre pedaleaba echada hacia adelante, los codos apoyados en el manillar, la coleta meciéndose suavemente y el culo separado del sillín. La bicicleta estaba dirigida hacia la televisión, como siempre, aunque ahora se encontraba apagada. Casandra tenía la mirada perdida, absorta en sus pensamientos. No le había oído.

Los ojos de Aarón hicieron un zoom muy cerrado en las turgentes nalgas, comprimidas en el interior de un pantalón corto rosa que le llegaba hasta medio muslo. La boca se le hizo agua observando el movimiento de las caderas, el modo en que las nalgas y los muslos se tensaban alternativamente con cada pedaleo. Se vio a sí mismo abrazado a una de aquellas majestuosas piernas, lamiendo y mezclando su saliva con el sudor que la barnizaba.

Cuando se trataba de su madre, Aarón tampoco era muy racional. Pero de una manera muy distinta a lo que pasaba con su padre.

Casandra se percató de su presencia y giró la cara hacia él. Su sonrisa decía que sabía perfectamente por qué estaba allí parado, sin decir nada.

—Hola, cariño —le dijo.

—Hola.

—Ya que estás ahí, ¿me alcanzas el agua?

Aarón vio que el bidón de litro y medio azul que su madre solía usar estaba sobre la mesa de cristal. Lo cogió para dárselo. Su madre apoyó el culo en el sillín para beber, ralentizando el pedaleo sin detenerse. Algunas gotas se deslizaron por sus comisuras, encontrándose bajo la mandíbula para deslizarse por su cuello sudoroso, perdiéndose en el escote de la ceñida camiseta blanca, que mostraba varias manchas de humedad.

—Gracias, precioso. —Casandra le extendió el bidón, que Aarón dejó donde estaba.

—¿Hablaste con… él? —No fue capaz de decir la palabra “papá”.

—No, no estaba. —La expresión de su madre se endureció.

Aarón se debatió durante unos segundos. Ella se dio cuenta.

—¿Qué pasa?

—Hay… Hay algo que tengo que contarte. Que Vanesa me contó.

Casandra detuvo su pedaleo. Se giró hacia él, apoyando un pie en el suelo.

—Cuéntame.

Aarón no supo bien cómo empezar, de modo que siguió el ejemplo de Vanesa y fue directo al grano.

—Papá —la palabra salió de su garganta como un trozo de comida reseco y agrio— intentó acostarse con ella. Y lo hizo con otra chica, anoche, en el gimnasio, delante de Vanesa.

Si la expresión que Casandra tenía antes se había endurecido, ahora era granito puro.

—¿Y Vanesa qué hizo?

—Marcharse, claro. —Lo de “claro” no estaba tan claro, a juzgar por el leve movimiento de la ceja de Casandra. A Aarón le llamó la atención que la primera pregunta de su madre fuese precisamente esa.

—¿Y qué más te contó? —Casandra se bajó de la bicicleta, cogiendo una toalla que colgaba del respaldo de una silla. Se secó el sudor de la cara.

—Nada, solo eso. Que él llegó con esta chica al gimnasio desde que abrieron y estuvo por allí toda la tarde. Y luego, cuando cerraron, él y la chica se fueron al vestuario. Que fue cuando trató de que Vanesa se uniese.

—Ya veo. —La cara de Casandra era inescrutable. Aarón nunca le había visto aquella mirada tan fría—. ¿Te dijo cómo era esa chica?

—Pues una chica joven, con muchos tatuajes. Se llama Lucía.

—Ya veo. —Casandra se quedó pensativa un momento. Luego, se dirigió hacia el pasillo. Al pasar al lado de Aarón, le dio un cálido beso en la mejilla. Sintió cómo los labios se tomaban su tiempo, cómo se separaban muy despacio. Sus caderas se quedaron pegadas durante un momento—. Gracias por contármelo, cariño. —Y continuó su camino hacia la escalera.

Aarón hubiera preguntado a su madre qué iba a hacer. Si alguien le hubiese acusado de que su intención al contar aquello era más meter cizaña entre sus padres que por un sentido del deber, Aarón no habría podido negarlo sin mentir. Quería evaluar cuán enfadada estaba su madre, pero aquel beso le había dejado desestabilizado y a media erección.

De todas formas, aquella mirada cargada de grados bajo cero era respuesta suficiente. Y, a pesar de sentirse un ser mezquino y enfermo, no pudo evitar sonreír.

8

Casandra estaba furiosa, pero también, y sobre todo, eufórica. Por primera vez en los últimos días, el peso de aquella deuda que Dante no había dejado de utilizar a su favor había perdido peso. Ahora ella tenía armas para contraatacar en aquel singular duelo psicológico de posicionamiento moral.

“Moral. Mi principal motivación es volver a quedarme a solas con mi hijo para seguir jugando a ver cuánta tentación podemos resistir. ¿De qué moral estamos hablando?”

No se permitió pensar en ello. No en profundidad.

Se metió en la ducha para liberarse del sudor. Luego, se vistió rápidamente unos vaqueros y una camiseta blanca de tirantes. Se aplicó el secador en la melena, secándosela a medias, y bajó la escalera. Aarón se había quedado en el sofá con el móvil. Se acercó a él.

—Cariño, voy a salir un momento. —Se inclinó para besarle la frente. Le miró, sonriendo, y añadió un breve beso en los labios, reprimiendo el deseo de mordérselos. Aquella cara de excitación y conmoción que ponía su hijo en momentos así le encantaba. En ese momento, además, la puso un poco cachonda—. Enseguida vuelvo.

Se alejó, disfrutando de la sensación de ser observada al alejarse. El vaquero de Casandra era tan ceñido como la mayoría de su ropa. Adivinar dónde estaba puesta la mirada de Aarón no era ningún misterio.

Sabía adónde tenía que ir. Lucía, la chica de los tatuajes, era la hija de Ramón. La había visto crecer a lo largo de miles de fiestas. Solía despertarle cierta lástima, abandonada por su madre y al cargo de un padre de mierda. Tampoco en este momento le guardaba ningún rencor.

Cogió el bolso que siempre dejaba sobre el mueble que había junto a la entrada. Abrió la puerta y se detuvo en seco.

Vanesa la miró, con el dedo a punto de tocar el timbre. En la otra mano llevaba una bolsa.

—Vaya —dijo Vanesa, sonriendo—. ¡Hola, Casandra!

—Hola. —Casandra se recompuso de la sorpresa—. ¿Habías quedado con Aarón?

—Bueno, no exactamente. Es que hoy tuvimos una cita un poco rara y he pensado que podríamos merendar juntos, de buen rollo. —Alzó la bolsa—. Traigo pastelitos.

—¿Vanesa? —dijo la voz de Aarón detrás de Casandra.

Toda la euforia que había sentido se enfrió como si le hubiesen echado un jarro de agua fría. Se hizo a un lado para que Aarón pudiese acercarse.

—Hola, tigretón. —Vanesa se lanzó a su cuello para darle un beso en los labios—. Traigo pastelitos y mucho amor. ¿Qué te parece si merendamos juntos? —Miró a Casandra—. Los tres.

—No. —Casandra se dispuso a salir—. Tengo que hacer unos recados. Dejadme algo para luego.

—¿Segura?

Casandra tuvo una rápida visión de un futuro hipotético en el que se enfrentaba a Dante, las cosas se complicaban y él iba hasta la casa para continuar con el conflicto. Tal vez no fuese el mejor momento para hacer aquello, después de todo.

Miró a Aarón.

—¿No preferís tener privacidad? —La punzada de celos al pronunciar esas palabras no le hizo ninguna gracia, pero no podía anteponer su egoísmo a la felicidad de su hijo.

—No, por mí quédate también —dijo él, un poco cohibido.

—¡Claro! —dijo Vanesa—. Si yo traje pasteles pensando en los tres.

Casandra suspiró.

—Está bien —dijo, cerrando la puerta y dejando el bolso de nuevo sobre el mueble—. Prepararé café.

9

Vanesa tenía sus propios planes para ese día y no le apetecía que los complejos de Aarón se los chafasen. Había previsto que se enfadase, pero esperaba que el alarde de sinceridad calmase los ánimos en poco tiempo. Después de todo, ¿tan difícil era ver que ella solo pretendía fortalecer el vínculo entre ellos?

Cuando él le escribió pidiéndole disculpas, Vanesa estaba tan enfadada que casi había decidido ignorarle. Pero no le apetecía estar cargando el resto del día con ese humor sombrío. Ya había tenido una mañana un tanto deprimente con su padre en plan reservado, con una cara que cualquiera diría que había asesinado a doscientos bebés en vez de haber tenido una noche de maravilloso placer con su hija.

Además, el mensaje de Aarón la había hecho sonreír. Ella solo tenía dos años más que él, pero a veces esa diferencia se notaba. De todas formas, ese lado más infantil de Aaron se le antojaba un rasgo muy tierno.

Fue hasta una pastelería y compró seis pasteles de diferentes tipos. Luego, de camino a la casa de Aarón, se detuvo en un lugar apartado, entre un par de edificios, y se acuclilló contra un muro, utilizando sus piernas como mesa improvisada para apoyar la bandeja con los pasteles. Abrió con cuidado el envoltorio, despegando la cinta adhesiva. Después abrió su bolso y cogió una servilleta doblada varias veces. La desplegó con precaución, no fuese a salir volando el contenido, revelando el polvillo rosado. Ya había elegido en qué dos pasteles repartiría el polvo. Primero levantó la tapa de hojaldre de uno, mezclando parte del polvillo con la crema. El resto lo espolvoreó sobre una tartaleta de fresa, donde quedó bastante camuflado.

Perfecto.

Esa mañana había buscado información en Google sobre el Polvo de Venus. Concretamente, sobre cuántas pastillas se podían tomar sin peligro o si había contraindicaciones si se tomaba con comida (que nunca se sabía). Por lo que leyó, más de dos pastillas en menos de veinticuatro horas ya podía ser peligroso. Y sobre mezclarlo con comida, ningún problema. Tras esta breve investigación, había cogido un mortero, dos de las cinco pastillas que le había robado a Dante y las había machacado hasta convertirlas en algo que hiciese justicia a su nombre. ¿Por qué cojones unas pastillas se llamaban “polvo”? Salvo que fuese una referencia sexual, altamente probable, o que en sus inicios se vendiese sin convertir en pastillas. Una segunda búsqueda en Google (qué fácil era caer en la trampa de buscar cualquier chorrada en Internet) le reveló que, efectivamente, en un principio el Polvo de Venus tenía aspecto de cocaína rosada.

Y aquí estaba, en casa de Aarón, con dos pasteles listos para el experimento. Su plan (si merecía tal nombre) también contemplaba haber estado sola con Aarón, en cuyo caso le habría dejado comer ambos pasteles para que, cuando su madre regresase, el pequeño tigre tuviese menos autocontrol que un perro en una carnicería.

Pero había sucedido lo más divertido. Estar a solas con ambos e ir viendo las reacciones. Ella misma había comprobado que la droga no tardaba en hacer efecto, aunque dudaba que se fuesen a poner a follar sobre la mesa a la media hora. Habría sido grandioso, pero no era realista. Lo más probable era que ni siquiera llegase a ver nada explícito, pero solo con verlos sufrir encontraría satisfacción.

“Además, aún me quedan tres pastillitas más para forzar la maquinaria en otra ocasión.”

Estaban los tres sentados en la mesa del comedor, los pasteles en el centro y cada uno con una taza de café con leche. La música estaba puesta, a un volumen muy bajo. Sonaba algo rock. Aarón estaba un poco cohibido, supuso que tanto por la charla en el parque como por la presencia de su madre. Casandra parecía tensa.

“¿Tan celosa te pone tener a la novia de tu niño delante?”

No obstante, la tigresa tenía demasiada clase para no ser, como mínimo, cordial.

—¿Qué tal tu padre? —preguntó—. ¿Está trabajando en una nueva novela?

“Mi padre bien, atormentándose por follarme por segunda vez. Aunque, en realidad, me lo follé yo a él. Las dos veces.”

—Bien, bien —contestó—. Está muy concentrado con algo nuevo. Y un pajarito me ha dicho que uno de los personajes está bastante influenciado por ti. —Vanesa le guiñó un ojo.

Aarón, que había extendido una mano para coger un pastel, se detuvo.

Vanesa habría puesto los ojos en blanco, pero quería ser discreta.

—¿Ah, sí? —dijo, interesado—. ¿De qué va? ¿Has podido leer algo? Seguro que puso a mi madre como una asesina desalmada. —Se echó a reír, mirando a su madre. Casandra se derritió ante su entusiasmo. Incluso sonrió.

—Bueno, solo os voy a decir que se titula “Los colmillos de la tigresa”. Sacad conclusiones.

—Qué ganas de leerla —dijo Aarón, que por fin se dignó a coger un pastel. Pero uno de chocolate que estaba libre de droga.

En parte, Vanesa disfrutaba con aquella expectación. Era un poco como jugar a la ruleta rusa, solo que bastante más placentero y sin necesidad de que nadie se muriese. Ella también cogió un pastel, este de merengue. No tenía ninguna intención de drogarse a sí misma. Prefería tener el control.

Casandra se resistía al dulce. Claro, esa figura no se mantenía cayendo fácilmente en caprichos. Se limitaba a dar breves sorbos al café con leche.

—¿Y ya terminaste la novela que estabas leyendo? —le preguntó Vanesa a Aarón—. ¿O tienes a mi padre abandonado?

—Pues… —Aarón sonrió, casi disculpándose—. La verdad es que últimamente no he estado leyendo casi nada.

“Claro, demasiado ocupado babeando por tu mami.”

Vanesa puso cara de escandalizada.

—¡Creía que eras un verdadero fan! —dijo, con tono afectado—. Esto no me lo esperaba. Mi padre se va a quedar hundido en la miseria.

Aarón soltó una risa. Casandra incluso se permitió una sonrisa afilada.

—Prometo leer más. —Aarón cogió el pastel de hojaldre que venía con premio de Venus—. Esta noche me pondré con ello.

“Esta noche lo dudo.”

Vanesa cogió un pastel de coco. Solo quedaban dos.

—Casandra —le dijo—. Puedes coger. Esos músculos no se van a ver afectados por un pastelito.

—Lo único dulce que se permite mi madre es fruta. —Por algún motivo, la mirada de Aarón adquirió cierto tono evocador, como si recordase algo agradable—. Es una sosa. —Le sonrió con cara traviesa. Luego, mordió el pastel de hojaldre, llevándose la mitad de un bocado.

—¡No te pases! —Casandra le dio un puñetazo suave en el hombro.

—Bueno —dijo Vanesa, tras tragar lo que había mordido—. Ahí tienes uno con fruta. Algo es algo.

—Venga, mamá —ayudó Aarón—. Que, si no, lo como yo todo.

Casandra meneó la cabeza con resignación, sonriendo.

—Lo que sea para que no recuperes lo perdido en mis entrenamientos —dijo. Y cogió la tartaleta de fresa.

—¡Muy bien! —Aarón se terminó el suyo.

Vanesa observó a Casandra mordiendo la tartaleta. La pulpa de la fresa se mezcló con la mermelada e impregnó sus labios, que recogió con los dedos, chupándolos.

“Joder, esta mujer es sensual para todo.”

Se fijó en que Aarón también la observaba, aunque no tardó en apartar la mirada, un poco ruborizado.

“Vaya, vaya…”

—Eh, tigretón. —Vanesa cogió el pastel restante, otro de chocolate, y lo acercó a la boca de Aarón—. Este lo compartimos, que no queremos que tu madre se exceda. Dale un mordisco.

Aarón mordió la mitad, y Vanesa se llevó el resto a su boca, chupándose los dedos, probablemente no tan sexy como la mujer que tenía enfrente. Casandra mordió un trozo de fresa y lo succionó. Vanesa empezaba a ponerse cachonda mientras la miraba. Se vio a sí misma cogiendo lo que quedaba de aquella tartaleta y metiéndosela en el coño. Aunque, a tenor de cómo habían ido las cosas la única vez que trató de tener sexo con ella, probablemente sería Casandra la que le metiese lo que le viniese en gana en su coño.

Siguieron hablando de trivialidades. El café con leche se terminó. Aarón tenía la frente perlada de sudor y se le iba la mirada cada vez con más frecuencia al pecho de Vanesa.

Mientras comentaba temas relacionados con su carrera universitaria, Vanesa comenzó a acariciar con el pie la pantorrilla de Aarón, que disimuló regular. El pie ascendió hasta posicionarse entre sus piernas. Y apretó. Aaron se mordió el labio.

Casandra le miró.

—Cariño, estás sudando. —Se levantó, pasándole una mano por el hombro—. Voy a por agua.

Aarón no pudo reprimir el impulso de echar un vistazo al culo envuelto en tela vaquera de su madre. La verdad es que era como para observarlo, fotografiarlo, enmarcarlo y dedicarle tres pajas al día.

—Te noto un poco salido, tigretón —le dijo.

Aarón solo sonrió.

Vanesa, antes de que Casandra regresase, se puso en pie y fue hasta la cadena musical para subir el volumen. Sonaba algo bastante movido, con mucha guitarra eléctrica. Comenzó a mover las caderas al ritmo de la música al tiempo que se acercaba a Aarón y le abrazaba desde detrás, apretando los pechos contra su nuca. Le dio un beso en la mejilla.

—Ven, baila un poco conmigo.

—Parece que la fiesta ha empezado sin mí —dijo Casandra, entrando y dejando una jarra con agua fría y tres vasos sobre la mesa.

Vanesa le sonrió y se acercó a ella, moviéndose al ritmo de la música. Le puso las manos en las caderas, controlando el impulso de manosearla.

—Es que esta canción está muy bien. —Aunque ni siquiera la conocía—. Venga, Casandra, baila conmigo, que tu hijo vea que tiene una madre enrollada. A lo mejor así se anima.

—Me parece que no. —Casandra se separó, sonriendo pero con firmeza. Acarició el pelo de su hijo—. Pero tú anímate, cariño.

—Eso. —Vanesa tiró de él, cogiéndole de una mano.

Aarón, sonriendo y rojo como la grana, se puso en pie.

—Pero míralo qué tierno está todo ruborizado. —Vanesa le cogió la cara y le dio varios besos en los labios. Le hizo dirigir la cara hacia su madre, que ya se había sentado, con las piernas cruzadas—. ¿A que está monísimo?

—Siempre lo está. —Casandra se sirvió un vaso de agua.

—Venga —dijo Vanesa, atrayendo a Aarón, cogiéndole de las dos manos—. Menea ese esqueleto, baby.

Aarón, que no tenía ni idea de bailar, optó por tomárselo a broma y moverse exageradamente, pasando de una parodia del meneo de caderas de Elvis a un baile sexy. Vanesa silbó.

—¡Que se quite la ropa, que se quite la ropa!

Aarón se echó a reír. Su entrepierna estaba un poco más abultada de lo normal. Vanesa bailó a su alrededor, restregando las caderas contra él, hasta que le rodeó el cuello con los brazos y empezó a besarle, chupeteándole los labios. Se enzarzaron en un húmedo forcejeo de lenguas. Él parecía haberse olvidado de la presencia de su madre. Tenía a Vanesa cogida por la cintura y la había atraído hasta presionar bien su erección (ya completa) contra la entrepierna de ella.

Vanesa lanzó una mirada hacia Casandra sin dejar de besar a Aarón y se encontró con algo más que molestia en los ojos de la madre. Allí había también suspicacia. Y una ira gélida.

“Lo sabe.”

Y si lo sabía, era porque había reconocido los efectos.

—Cariño —dijo Vanesa, separando la boca de la de Aarón—, ¿por qué no bailas con tu madre un poco?

Aarón pareció recordar que su madre también estaba allí, a su espalda.

—Eh —dijo—. Oh. —Miró hacia abajo y comprobó que, efectivamente, estaba empalmado—. Uh. —Miró hacia su madre, sin volverse—. Bueno, primero tengo que ir al baño.

Vanesa le sujetó del brazo y le susurró al oído:

—No se te ocurra correrte. —Y le dio un beso en la mejilla, dejándole ir.

Vanesa se sentó, abanicándose con ambas manos.

—¡Vaya calor! —suspiró.

Casandra no dijo nada. Pero en cuanto se escuchó la puerta del cuarto de baño cerrándose, atravesó a Vanesa con la mirada. Si estaba teniendo los mismos efectos que ella la noche anterior, su autocontrol era encomiable. Podía ver que sus hombros subían y bajaban con más rapidez. Y como no llevaba sujetador, los pezones erectos destacaban en la camiseta. Pero su mirada y su expresión eran pura frialdad.

—¿Qué has hecho? —preguntó en voz baja. Aunque no disimulaba una hostilidad inminente.

—¿Quién? ¿Yo? —Vanesa se hizo la inocente, echándose agua en un vaso.

Casandra se puso en pie con movimientos de felina en plena caza, medidos y elegantes. Se acercó a Vanesa y se inclinó hacia ella, cerrando una mano de hierro en torno a la muñeca que sostenía el vaso.

—¿Has drogado los pasteles, estúpida loca?

Aquellos ojos claros escrutándola, empañados en furia, eran amedrentadores. Vanesa trató de no perder la sonrisa.

—¿Cómo lo sabes? —dijo—. ¿También consumes igual que…?

La mano pasó de la muñeca a su boca, hundiendo los dedos en las mejillas.

—¿Te manda mi marido? ¿Es cosa suya todo esto?

Aquello no se lo esperaba. Comprendió que Aarón le había contado a su madre lo que su padre había hecho.

Vanesa negó con la cabeza y murmuró contra la mano de Casandra, que la soltó.

—¿De dónde lo sacaste?

—Se lo robé ayer. —Vanesa se acomodó las gafas—. Le dio una a la otra chica, Lucía, y ella me dio otra a mí. Mientras estaban distraídos, follando, cogí la bolsa y me fui de allí. No me manda nadie.

—¿Y por qué haces esto, imbécil? ¿Cuánto has puesto? ¿Quieres matarnos?

—No soy tan imbécil, señora. Solo puse dos. Uno para ti y otra para tu pequeño tigre.

La mirada que Casandra le dedicó podría utilizarse como arma para desmoralizar ejércitos.

En el piso superior, sonó la cisterna.

“¿Se habrá hecho una paja, al final, o realmente tenía ganas de mear?”

—Quiero que te largues —le dijo Casandra, volviendo a sentarse—. No va a pasar nada de lo que crees. Búscate una excusa y lárgate.

“Y si no, ¿qué?”

Pero Vanesa no dijo nada. Ni tampoco pretendía desafiar más a Casandra.

Aarón apareció, sonriente y sin bulto en los pantalones. Vanesa se puso en pie y se abrazó a él.

—Cariño —le dijo—. Tengo que irme. Mi padre me escribió para que le acompañe a no sé qué rollo relacionado con la casa. Papeleos y tal, y se ve que tengo que firmar yo también.

La decepción en la cara de Aarón fue manifiesta. Vanesa le besó en los labios y en el cuello, separándose de él con un lametón rápido. Luego se dirigió hacia Casandra.

—Bueno, futura suegra. —Vanesa disfrutó con cómo se encendía la ira en sus ojos—. Espero que nos veamos pronto. —Se inclinó más de lo necesario para darle un beso en la mejilla, mientras deslizaba la mano por su muslo y le presionaba la entrepierna. Sabía que, también, le estaba ofreciendo una excelente panorámica de su culo a Aarón—. Que te diviertas —le susurró a Casandra, dedicándole un guiño.

Besó de nuevo a Aarón, que ya mostraba signos de empezar a excitarse, y se marchó.

10

—Voy un rato a mi cuarto a descansar —dijo Aarón—, que no dormí bien anoche.

—Vale, cariño.

Casandra sabía a lo que iba su hijo. El Polvo de Venus estaba en su organismo por primera vez (y esperaba que por última, de eso se iba a encargar), así que se encontraba especialmente vulnerable. Se iba a masturbar, lo que le daría un alivio de una hora como mucho, hasta que cualquier estímulo volviese a activarlo.

Ella misma estaba sintiendo los efectos. De momento, podía controlarlo, pero sabía que en menos de dos horas sería más intenso. Pensó en salir y follarse a quien fuese. Lo descartó. La idea la repugnaba. Incluso se planteó usar a Dante para encontrar alivio. Después de todo, sabía dónde era más probable que estuviese, pero eso la repugnó aún más.

Sin levantarse de la silla, se desabrochó un par de botones del vaquero y deslizó la mano hacia su vagina. En cuanto se estimuló el clítoris, su cerebro se hundió en almíbar cálido. Se pasó la lengua por los labios. Mentiría si no dijese que reencontrarse con aquella sensación, aquella potenciación de los sentidos que la droga le daba, no la hizo sentirse bien. Hasta ese momento, no sabía cuánto lo echaba de menos.

“Un adicto lo es para siempre.”

Se inclinó hacia adelante, pegando la frente a la mesa. Quería meterse todos los dedos, tumbarse, gemir sin control. Pero no podía. Debía resistir.

Deslizo dos dedos dentro de su coño, moviéndolos con energía, separando los muslos.

Pensó en el beso que le había dado a su hijo ese mismo día, en el sabor de sus labios, su textura, su calidez. En sus manos deslizándose por sus nalgas, en cómo podía percibir la tensión en él, ese esfuerzo consciente por no dejarse llevar. Se preguntó qué pasaría si su hijo no se reprimiese más. Deseó que se dejase llevar con ella.

“No, no, no, no…”

A pesar de todo, seguía sintiéndose culpable pensando en él de aquella manera. Trató de recordar momentos sexuales con su marido. En cómo habían follado cuando salió de la cárcel, ese día en que creyó que todo volvería a ser como antes, pero mejor. Parecían haber pasado meses y no hacía ni una semana.

Se esforzaba en pensar en todos esos momentos en que habían follado durante las fiestas, pero su cerebro la llevaba a otros momentos, cuando follaban a sabiendas de que su hijo podía descubrirlos. Recordó la mamada que le había hecho a Dante bajo aquella misma mesa, oculta por un mantel, mientras él hablaba con su hijo, que estaba en el sofá viendo unos dibujos animados. Se recordó a sí misma en ese mismo sofá, con tres dedos de Dante metidos en el coño, las manos ocultas por una manta, mientras ella jugaba con su hijo a… ¿A qué era? Ni siquiera se acordaba. Solo recordaba que había buscado mucho el contacto con él, haciéndole cosquillas, besándole las mejillas.

“Éramos putos enfermos.”

Deslizó tres dedos en su vagina.

Recordó aquella ocasión en el pasillo. La noche en que todo se fue al garete. La noche en que traspasó por primera vez el límite con Aarón, con la polla de Dante metida en su culo y ella acariciando la espalda de Aarón, chupándole la oreja, comiéndole la boca, aferrando su miembro por encima del pijama.

Se corrió con el recuerdo de la polla de su hijo envuelta con su pelo, metida en su boca, el semen ardiente y espeso agolpándose en su garganta.

11

Aarón asoció la excitación que le dominaba a que había sido un día lleno de estímulos, especialmente por el beso de su madre, lo atractiva que estaba Vanesa, el modo en que le tocaba con su pie bajo la mesa, con su madre al lado, y después el baile, que fue más frotarse contra él que otra cosa.

Fuese como fuese, estaba tan cachondo que había tenido que meterse en su dormitorio para poder masturbarse. Y allí estaba, tumbado en la cama con el pantalón bajado hasta la mitad del muslo y la polla en la mano, recorriéndola arriba y abajo. En la otra mano sostenía el móvil y buscó la foto en la que Vanesa se metía la mano en el culo, aquella primera noche después de conocerse. Lo que se encontró fue el vídeo en el que hacía que su madre se cayese sobre él.

“Estoy enfermo.”

Reprodujo el vídeo desde que su madre se recolocaba el short. Casi lamió la pantalla. Su mano subía y bajaba con fuerza, meneando la cama. Su madre caía sobre él. Muslo contra entrepierna. Mano en culo. Cómo había eyaculado contra ella. Y luego sus besos, aún breves. Recordó los besos que vinieron después. Cómo le había pasado la leche desde su boca. Y luego se la había vertido por la cara para lamérsela.

Joder. Necesitaba más besos como esos.

Quiso levantarse y bajar a la sala. Solo le diría a su madre que le besase como ese día, solo con eso ya tendría suficiente.

Pero no. Se aferró a esa parte de él que aún soñaba con una vida convencional. Entró en Instagram, en el perfil de su madre. Sus ojos devoraban cada foto. Todas eran sugerentes. Ropas ceñidas aprisionando aquel culo espectacular. Muslos fuertes, pantorrillas perfectas, piernas interminables. Melena rubia brillando al sol. Aquellos ojos claros, del mismo color que los suyos pero mucho más intensos. Ojos de tigresa. Casi se echó a reír. Se sentía como borracho.

Por un momento, se imaginó a sí mismo tal como estaba en ese momento, babeando con las fotos de su madre mientras se masturbaba. Y se sintió patético. Pero no lo bastante como extinguir la llama de su lujuria. Ni por asomo.

Joder, necesitaba un beso lleno de saliva. O un masaje. Como el que le había dado su madre en esa cama. Tal vez necesitaba volver a correrse en su garganta.

Se le estaba yendo la cabeza. Pero era una sensación agradable. Sentía muy sensible toda la piel. La misma sensación del colchón bajo su espalda le resultaba placentera, como si estuviese tumbado sobre algodón. Sentía su polla más suave y más dura. Se le ponía la piel de gallina por el contacto con su mano.

Dejó el móvil a un lado. ¿Por qué coño no se corría? Más que masturbarse, parecía que estaba dándole al acelerador de su lujuria, porque no hacía más que aumentar.

Con los latidos del corazón reverberando en su cráneo, se quedó mirando al techo, que se iba cubriendo de penumbra a medida que la tarde avanzaba, perdido en aquel océano de sensaciones que embotaban su cerebro como un opiáceo.

12

Vanesa esperaba.

Antes de salir, había deslizado la mano dentro del bolso de Casandra. Encontró las llaves y salió de la casa. Después de eso, por si la tigresa la estaba observando desde la ventana de la sala, salió del recinto. Dio algunas vueltas y unos quince minutos después, regresó.

Con los ojos clavados en la ventana de la sala y de la cocina, se asomó a esta última, pero no vio nada. La música seguía sonando en la sala, eso sí pudo oírlo. Nadie se había molestado en bajar el volumen. Con la excitación acumulada en su vientre, dio un rodeo a la casa. Le hizo gracia encontrarse los restos de la caja que ella y Aarón habían usado para espiar a sus padres. Se fijó en la única ventana que había en ese lado. Era de las de corredera y se encontraba parcialmente abierta. Estaba a la misma altura que la de la sala, pero con un poco de maña tal vez pudiese llegar hasta allí y ahorrarse el uso de las llaves.

Dejó el bolso en el suelo y, de un salto, enganchó los dedos a la repisa. Hasta ahí bien. Trató de izarse flexionando los brazos. Desistió.

“Esto seguro que a doña tigresa no le pasaría.”

En fin, de vuelta al plan de las llaves. Pero le parecía demasiado pronto. Dudaba que madre e hijo se pusieran a follar como locos a los cinco minutos de dejarlos solos.

“Si es que hacen algo, porque lo más probable es que se encierren cada uno en su dormitorio y se maten a pajas.”

Era cierto. Pero ella no tenía intención de rendirse tan fácil. Se sentó en la acera que rodeaba la casa y esperó mientras echaba un vistazo al móvil. Borró los mensajes de tíos que no conocía de nada y que le escribían a Instagram y Facebook para intentar meter ficha. Era un buen entretenimiento cuando no había nada mejor que hacer. Vio que Aarón estaba conectado a Instagram. Vanesa resopló. Haciéndose pajas mientras miraba fotos sugerentes de chicas, estaba segura de ello.

“Verás que al final tanto rollo para nada.”

Pero, en realidad, la idea de colarse en la casa sin ser vista ya le resultaba excitante por sí sola.

Pasados unos diez minutos, se puso en pie y fue hasta la entrada, caminando con cuidado, aunque era poco probable que nadie oyese sus pisadas desde el interior. Pegó la oreja a la puerta. No oyó nada salvo la música. Metió la llave en la cerradura todo lo despacio que pudo. Le dio la impresión de que tardaba dos horas en completar el proceso.

Miró atrás. ¿Y si aparecía el padre de Aarón? Pues fingiría que se estaba marchando en ese momento. Le haría una peineta a aquel gilipollas y se largaría corriendo.

Giró la llave, sujetando el pomo, para mover el picaporte. Manteniendo la llave girada, inhaló aire y comenzó a abrir la puerta poco a poco. El corazón le iba a mil. Asomó un ojo por la rendija. Solo vio la penumbra creciente. Entró, intentando mirar a todas partes al mismo tiempo, extrayendo la llave de la cerradura. Cerró la puerta con el mismo cuidado con que la había abierto. Dejó la llave dentro del bolso de Casandra. Que nadie la acusase de ladrona. Se asomó al arco de entrada a la sala de estar. El corazón le dio un vuelco al ver a la madre de Aarón sentada a la mesa, en el mismo sitio donde había estado antes, echada hacia adelante. Parecía haberse dormido. Era la única explicación. Vanesa se apartó.

De pronto, una puerta en el piso superior se abrió. Vanesa, encogida, caminó de puntillas todo lo rápido que pudo, hasta ponerse debajo de la escalera, oculta en la sombra que caía sobre ella. Se quitó una telaraña de la cara.

“Hay que limpiar más, tigres míos.”

Los pasos de Aarón bajaron los peldaños. La luz de la sala horadó la penumbra del pasillo.

—¿Mamá? —oyó que decía—. ¿Estás bien?

13

Casandra alzó la cabeza, sobresaltada. Se había quedado dormida tras los varios orgasmos que se había autorregalado.

Entornó los ojos debido a la claridad que llegaba desde la lámpara del techo. Al llevarse una mano a la cara, se dio cuenta de que aún tenía la otra metida en el pantalón. La sacó, sin saber si su hijo se habría dado cuenta.

Aarón se acercó a ella.

—¿Estás bien? —repitió.

Los ojos de Casandra se adaptaron a la claridad repentina.

—Sí, sí —dijo—. Me quedé dormida. —Le miró con una sonrisa. Se fijó en que su hijo aún estaba empalmado. Su coño comenzó a palpitar. Notaba esa curiosa sensación del Polvo de Venus que la hacía sentirse muy ligera. La realidad parecía adquirir un tono más cálido, más sensual—. ¿Y tú? ¿Has dormido algo? —Su propia voz le hacía cosquillas en los oídos y en los labios. Se puso en pie, sintiéndose sinuosa y más flexible de lo normal.

—No, no fui capaz. —Aarón bajó la mirada. Sus ojos brillaron.

Casandra también miró. Aún llevaba un par de botones desabrochados y la camiseta era demasiado ajustada y corta como para ocultarlo. La tela roja de encaje del tanga asomaba como una insinuación.

—Oh, es que ese pastel me dejó más llena de lo que creía —dijo, sabiendo que era la excusa más absurda del mundo. Tampoco se molestó en abrochárselos—. Tu madre se está haciendo una gorda. —Eso era incluso más absurdo. Tanto que Aarón se echó a reír.

—Dudo que fueses capaz de engordar ni aunque te comieses una pastelería entera.

—Qué va. Mira lo blanda que estoy. —Sin pensar en lo que hacía, le cogió la mano a su hijo. Lo hizo con la misma mano con la que había estado masturbándose, y saberlo la puso aún más cachonda. Sentía los fluidos acumulándose en su coño. Con la otra mano se subió la camiseta, desnudando su abdomen, en el que, incluso relajado, podían percibirse los músculos, y presionó los dedos de Aarón contra la piel—. ¿Ves? Estoy fofa.

Lo que no estaba fofo en absoluto era la polla de su hijo, que pareció crecer más bajo la bragueta. Aarón acarició el vientre de Casandra, que le soltó la mano, dejándole hacer. Sus dedos presionaban, deleitándose con el contacto.

—Si tienes el vientre más trabajado que existe —dijo él, como hechizado. Sus dedos se deslizaron sobre el ombligo, pasaron a un milímetro del elástico del tanga—. Si esto es estar fofo, yo estoy obeso.

—A ver. —Casandra le subió la camiseta y apretó el abdomen con las dos manos. No estaba tan definido como el suyo o como el de Dante, pero sí firme. Por no hablar de su suavidad, que la estaba haciendo estremecer desde los dedos hasta el coño—. Tienes un vientre precioso y perfecto —le dijo—. Ninguna chica se resistiría a él.

—¿Ninguna? —La mano de Aarón se había quedado en su cintura, ardiendo.

Casandra quería resistirse. A duras penas era capaz de hablar sin que le temblase la voz.

—Claro que ninguna. —Se acuclilló, haciendo que la mano de su hijo se separase de su cuerpo. Sintió la tela del vaquero apretándole el culo y eso la puso aún más cachonda. Repartió varios besos por el vientre de Aarón. Solo con descender un poco más, su mandíbula daría con esa polla que estaba a punto de reventar—. ¿Ves? —le dijo, mirándole sin levantarse—. Está riquísimo. —Y le pasó la lengua empapada desde el ombligo hasta el estómago, dejando una línea vertical de saliva. Le abrazó la cintura y restregó la mejilla por aquel sendero húmedo que había dejado. Sintió la erección apretándose contra su esternón—. Tu vientre es maravilloso, mi amor.

Lo lamió de nuevo. La saliva se deslizaba hacia las ingles. Era muy tentador seguir aquel camino, pero Casandra aún se aferraba a algún tipo de control, en alguna parte de su cerebro.

Escuchó el siseo de tela contra piel y alzó la mirada. Aarón se había quitado la camiseta, dejándola caer en el suelo.

—¿Y mi pecho? —preguntó con la voz un poco ronca—. ¿No está fofo?

“Vaya con mi dulce y cachondo niño.”

—No sé —dijo—. Deja que mami lo compruebe.

Casandra enderezó las piernas, inclinándose hacia adelante. Pasó la lengua por un pectoral. Trazó círculos en una espiral que desembocó en el pezón, donde aplicó la punta de la lengua. Aarón soltó algo parecido entre una risa y un gemido. Casandra movió la lengua hacia el otro pectoral. A su paso iba dejando un copioso rastro de saliva. De nuevo, trazó círculos hasta terminar en el pezón. Esta vez lo chupeteó como si estuviese mamando, emitiendo gemidos guturales.

“Joder, zorra, resístete un poco más.”

Pero era como si tuviese un volcán entre las piernas. Todo su cuerpo estaba tan sensible que solo el roce de la ropa la estimulaba hasta el delirio. Ni que decir tiene el contacto de su boca con la piel cálida y suave de su hijo, que la estaban llevando hacia un clímax que nunca se concretaba, enloqueciéndola.

Sintió las manos de Aarón en su pelo, acariciándola, enredando los dedos en los mechones. Casandra siguió ascendiendo con su lengua por el esternón, despacio, ensalivando, saboreando. Hizo una pasada por las clavículas, llevando las manos a los hombros. Las manos de su hijo le masajeaban la cabeza. Nunca algo así le había parecido tan caliente. Alcanzó el cuello de Aarón, lo lamió y chupeteó despacio, siempre despacio, recreándose en el contacto con su lengua, en la presión de sus labios sobre la piel. Se fue hacia un lado, se metió el lóbulo de una oreja en la boca y chupó y lamió, dejándola pringada, goteando saliva.

—Joder, mamá… —gimió él, sin dejar aquel masaje en su cabeza, los dedos perdidos en la melena rubia.

Casandra le miró a la cara, con una sonrisa ebria. Tenía saliva por toda la barbilla, le colgaban hilillos, pero no le importó. Al contrario, la saliva era algo que la excitaba aún más.

—¿Te he convencido de que estás muy bueno, mi amor?

Aarón tenía la mirada febril, jadeaba. Sujetando la cabeza de su madre, ahora fue él quien se puso a lamer, pasando la lengua por toda su cara, ansioso como un perro entusiasta, ensalivando las mejillas, la frente, chupeteando su barbilla para dejarla aún más pringosa de lo que ya estaba. Casandra le llevó las manos a la cara, metió los pulgares en los extremos de su boca.

—Saca la lengua —le susurró en un jadeo.

Él lo hizo. Dejó caer saliva sobre ella, escupiendo con suavidad. Luego fue Casandra la que abrió la boca, sacando la lengua. Aarón la imitó, escupiendo. Sus lenguas se encontraron y se retorcieron en una vorágine de saliva interminable que desbordaba sus bocas. Las manos de Aarón fueron a su culo y comenzaron a apretarlo, a amasarlo. Sus cuerpos estaban pegados y restregaba el paquete contra su entrepierna.

La ilusión de cualquier tipo de autocontrol se esfumó definitivamente.

Casandra le chupó la lengua como si fuese una polla. Le chupó los labios con tanta ansia que se los dejó enrojecidos y un poco hinchados.

—Cariño, cariño —le dijo con voz quebrada, apartándose de su boca, extendiendo hilos de saliva—. Quiero que me convenzas de que yo también estoy buena.

Él la miró sin comprender. Normal. Estaban los dos demasiado excitados como para hilar pensamientos.

—Saboréame —le exigió—. Quiero tu lengua por todo mi cuerpo.

Ahora sí. Aarón comenzó a lamerle y chuparle el cuello con tanta intensidad que le dejaba marcas rojas. Agarró la camiseta de su madre por la parte baja y la miró, como pidiendo permiso.

—Si, sí —accedió ella, desesperada—. Hazme lo que quieras. Lo que quieras. Porque yo también lo haré contigo.

Aquellas palabras azuzaron aún más a Aarón. Tiró de su camiseta hacia arriba, quitándosela, liberando lo pequeños pechos. Se lanzó a chupar los pezones endurecidos con apetito, succionando ruidosamente, mordiéndolos. Casandra apoyó el culo en la mesa para no perder el equilibrio.

—Lame —pidió.

Aarón empezó a pasar la lengua por los pechos, a veces succionándolos con tanta fuerza y con la boca tan abierta que casi los engullía por completo. Casandra se corrió, las piernas le temblaron. Sus manos manoseaban el cabello de su hijo, desordenándolo. Sus uñas arañaban la espalda, reprimiéndose para no clavarlas y hacerle daño. Su hijo continuó lamiendo su vientre, voraz, gimiendo con anhelo, enloquecido de deseo. Sus dedos lucharon contra los botones restantes del vaquero de su madre. Estaba tan tembloroso que le costó una vida quitar uno del ojal. Pasó a tirar del vaquero hacia abajo con tirones desesperados. Casandra, mientras, se deshizo de los zapatos. El vaquero se quedó atascado en mitad del portentoso culo. Casandra se dio la vuelta, inclinándose sobre la mesa, apartando la jarra de agua y los vasos. Dos de ellos cayeron al suelo y se hicieron añicos. No importaba.

Su hijo redobló los esfuerzos por bajarle el vaquero, al tiempo que lamía la piel expuesta. El vaquero por fin cedió. Aarón se lo bajó hasta los tobillos. Ella ayudó con los pies para quitárselo del todo. El tanga se había quedado a medio bajar. Aarón se lo quitó también. Entonces detuvo por un momento su ansia. Se tomó un momento para acariciar las largas y fuertes piernas de su madre, masajeando las pantorrillas y los muslos.

Finalmente, sus manos llegaron hasta las nalgas y allí se deleitó a gusto. Comenzó a lamer toda la voluptuosa superficie que componía su culo con esmero meticuloso, con deseo acaparador. Mientras, sus manos amasaban con más pericia y vocación que un panadero la harina. Casandra sentía que tenía las nalgas totalmente empapadas. Se llevó una mano al coño y solo con tocarlo ya se corrió. Los fluidos descendían muslos abajo. Se metió tres dedos de golpe. Entraron hasta demasiado fácil. Añadió un cuarto.

Su amado y deseado hijo ahora frotaba la cara contra sus glúteos, como si solo lamerlo se le hubiese quedado corto, como si no bastase para expresar la lujuria desaforada que le consumía. Lengua, mejilla, lengua, mejilla. Sus manos no dejaban de amasar, deslizándose con suavidad gracias a la saliva. Entonces le abrió las nalgas, se las separó cuanto pudo, exponiendo el ano, que estaba relajado, esperándole. Todo su cuerpo le esperaba. La lengua de su hijo pasaba ahora entre los glúteos, arriba y abajo, arriba y abajo, sin escatimar saliva. Casandra echó el culo aún más atrás, si eso era posible. La lengua de Aarón llegó a encontrarse con la mano que casi estaba totalmente hundida en el coño. Pero toda su atención era por y para el culo. Demasiado tiempo deseándolo.

—Es tuyo —gimió Casandra, fuera de sí—. Es todo tuyo. Soy toda tuya.

Era como si delirase.

Aarón se centró en el ano, manteniendo las nalgas bien abiertas. Comenzó a empujar con la lengua, moviéndola en círculos sin dejar de presionar, ablandando y dilatando el orificio, penetrando todo lo que daba de sí hacia el recto, removiendo en su interior, dejando caer un torrente incesante de saliva.

“Oh, Dios, quiero su polla dentro, necesito su polla dentro, por favor…”

—…por favor, la quiero dentro, por favor… —Los pensamientos y las palabras se confundían en una fusión caótica, febril. Era como estar en un sueño. Era como ser la presa de un hechizo. Era como si aquel apetito no tuviese fin.

La lengua de Aarón la penetraba, se enterraba en su culo, se movía dentro. Se corrió otra vez y otra vez y otra más. Casandra era todo fluidos y gemidos y un deseo insaciable de ser follada por su hijo.

—Mi amor, mi amor, mi amor —gemía, incapaz de formar una frase coherente.

No hacía falta. Había llegado el momento.

Aarón se puso en pie, desabrochándose el pantalón. Liberando por fin aquella polla convertida en roca de carne, palpitante, toda venas y apetito incestuoso.

14

Vanesa jamás habría creído que todo fuese a salir tan bien. Incluso demasiado bien.

Joder, aquello era lo más excitante que había visto en su vida. Había tenido polvos menos estimulantes que lo que estaba presenciando.

Atrapada en las redes de la fascinación, observaba desde la parte baja de la escalera, con una mano metida en las bragas y dos dedos en el coño, y la otra grabando con el móvil, temblorosa, aunque a ratos se le olvidaba lo que estaba enfocando y simplemente se perdía en el espectáculo de libertinaje que tenía delante.

¿Cuánto tiempo había pasado? Aarón parecía haber estado al menos media hora lamiendo el culo de su madre. Y no era para menos.

Vanesa quería unirse a ellos. Lo deseaba con todo su ser. Pero, al mismo tiempo, temía moverse y romper aquel hechizo.

Aarón se puso en pie y se deshizo de su pantalón.

“Oh, joder, va a pasar. Va a pasar de verdad. Se la va a follar por el culo.”

La sensación de anticipación fue tan intensa que se corrió en ese momento.

Entonces, oyó algo fuera de la casa.

¿Un chirrido?

Y oyó algo más.

¿Un portazo?

Casandra emitió un gemido tan agudo y anhelante que Vanesa casi olvidó lo que acababa de escuchar. No era posible que nada perturbase aquella escena, ¿verdad? No sería justo.

El mundo era injusto. Una verdad que Vanesa estaba a punto de descubrir.

La puerta se abrió bruscamente.

Vanesa se recluyó en las tinieblas bajo la escalera en un acto reflejo.

Joder, el puto Dante.

Y Casandra seguía gimiendo sin ningún control, sodomizada por su hijo, ignorantes ambos de lo que se les venía encima.

CONTINUARÁ

Canción para vuestros oídos:

The Pretty Reckless – Sweet Things