ALETEO DE MARIPOSA 5: Polvo de Venus

El segundo día como hombre libre de Dante se presenta con revelaciones y recaídas en viejos hábitos. Mientras, Aarón no sabe ni cómo sentirse con respecto a su madre, que vuelve a actuar como si nada hubiese ocurrido. Vanesa, por su parte, continúa jugando a su juego favorito: el del morbo.

Nota:Antes de empezar, quería comentar un error en el capítulo anterior. Hay una frase que dice así: “ Los ojos que Aarón había heredado, aunque los de su marido eran más duros, muy lejos de la ternura que destilaban los de su hijo.” Cuandoen el primer capítulo dejo claro que Aarón tiene el color de ojos de su madre (azul grisáceo). Esto se debe a que hay diferentes realidades paralelas, y en una de ellas Aarón tiene los ojos como los de su padre… Nah, es solo que soy un despistado de tres pares de cojones y se me pasó. Así que nada, hagamos como si esto no hubiese ocurrido. Aarón sigue teniendo los más llamativos ojos de su madre (tampoco es un detalle crucial).

Y, ahora sí, pasemos al capítulo. ¡Saludos!

CAPÍTULO CINCO

POLVO DE VENUS

1

Segundo día de libertad. Dante se despertó convencido de que seguía en la celda que había sido su hogar durante los últimos cuatro años. Parpadeó varias veces hasta que la deliciosa realidad le dio la bienvenida con la aún más deliciosa curva del trasero de su mujer, tumbada a su lado de costado, dándole la espalda. Estaba destapada, salvo por un trozo de sábana retorcida sobre su cintura, y desnuda tras el “polvo de buenas noches”. La claridad del amanecer se filtraba a través de la persiana, deslizándose por aquella curva de infarto como una caricia lasciva.

Él también estaba desnudo y prácticamente destapado. Se acercó a Casandra, pegando la polla a sus nalgas. Comenzó un suave frotamiento, mientras le daba besos en el brazo y el hombro. Su polla comenzó a endurecerse. A sus cuarenta y cinco años los empalmes matinales ya no eran los de antes, pero no tardaba en activarse.

Casandra también se activó. Se despertó ronroneando. Llevó la mano hacia atrás para surcar su pelo con los dedos. Se buscaron la boca para compartir saliva y aliento matutino. Los dedos de Dante se fueron de excursión al coño cada vez más húmedo. Ella curvó la espalda, movió su culo con más entusiasmo. Separó los muslos, él se bajó un poco, dirigió su polla y entró en la ardiente vagina.

El mejor despertar que había tenido desde hacía cuatro años. Con muchísima diferencia.

2

Después de correrse, Dante se quedó remoloneando en la cama un rato más mientras Casandra se aseaba y se preparaba para salir a correr, como cada mañana. Verla con aquel pantalón corto y el top, tan ceñidos que parecía imposible que no fuese su propia piel (no habían sido pocas las veces que Dante fantaseaba con ella vestida de esa manera durante las solitarias pajas en la celda) le dieron ganas de relamerse.

—Se me ocurre otro ejercicio que puedes hacer en vez de salir a correr —le dijo desde la cama, con su sonrisa de canalla, de la que era plenamente consciente.

—¿Equitación sobre tu polla? —replicó ella, sonriendo, inclinándose para anudarse las zapatillas de deporte. Por el amor de Dios, era imposible cansarse de observar aquel culo perfecto.

Él se rio.

—¿No te parece una buena idea?

—¿Crees que a tu edad podrás cumplir dos veces tan seguidas? —Casandra podía ser muy mordaz cuando quería, aunque le quitaba todo el hierro a sus palabras con una sonrisa.

—Todo es probar. Y no me trates de viejo, que solo eres seis años menor.

Ella le dio un beso que él prolongó atrayéndola por la cintura. Pero Casandra no tenía ninguna intención de romper su rutina.

—Ya tuvimos nuestro día de vacaciones sexuales ayer —dijo ella—. Hoy toca trabajar.

El plan era volver a dividirse los entrenamientos en el gimnasio, tal como hacían antes de la detención, alternando los horarios cada semana. En esta, por ejemplo, ella iría por la mañana y él por la tarde.

—¿Aarón se encarga de atender el mostrador todo el día? —preguntó él.

—No hubo más remedio. Tu abogado no es barato ni haciendo “precio amigo”.

—Ese cabronazo seguro que intentó cobrarse en especie.

—Si eso hubiera pasado, te habrías quedado sin abogado. Y él sin dientes.

Dante se rio. Sabía que no era ninguna exageración.

—Menos mal que no fue así —comentó.

—De todas formas —continuó ella—, habría que plantearse contratar a alguien para que Aarón pueda disfrutar un poco de sus vacaciones.

—Claro. Tiene que disfrutar de su chica. —Dante recordó a la jovencita que había visto el día anterior esperando por su hijo. No le importaría verla con más frecuencia.

—Claro. —Casandra sonó un tanto seca, pero él ni siquiera se percató.

Su mujer salió de la habitación. En el pasillo se encontró con Aarón, pero Dante ya estaba pensando en sus planes para esa mañana, de modo que no les prestó atención.

3

Aarón había dormido fatal. No podía dejar de recordar una y otra vez lo sucedido la noche anterior con su madre. Todavía sentía su lengua húmeda y hambrienta recorriendo toda su cara. Su cabello aún mojado envolviendo su polla, su boca engulléndolo todo, cómo la había cogido por la cabeza y había eyaculado en su garganta. Era como recordar el sueño más lúcido del mundo. Tan surrealista, tan intenso.

Se durmió masturbándose y se despertó masturbándose, con la cabeza a punto de estallar por las imágenes que se repetían y se repetían, superponiéndose unas a otras como un virus informático.

Era imposible que su madre actuase como si nada hubiese pasado después de algo así.

Casandra, como buena madre, le enseñó una valiosa lección: nada es imposible.

Se la encontró en el pasillo al levantarse, la recorrió de arriba abajo con su ropa de correr y puso lo que, en retrospectiva, debió de ser una sonrisa digna de alguien a quien le hubieran practicado una lobotomía.

—Buenos días —le dijo.

Ella le sonrió del modo más maternal posible y menos lascivo posible.

—Buenos días. No tardes en estar listo, que no dejamos de trabajar. —Le dio un beso en la mejilla y bajó la escalera a paso ligero. Ni siquiera se mostraba incómoda. Sencillamente, era como si lo de anoche no hubiese ocurrido. Le vino una imagen muy clara de ella restregándose la polla por la cara y se preguntó cómo se podía actuar con tanta naturalidad después de eso.

“¿Mi madre es una psicópata?”, se preguntó seriamente.

Se sintió decepcionado. Y la decepción le llevó a la melancolía, la melancolía al sentimiento de culpa por haber deseado que algo tan grave como lo de anoche se repitiese, y de ahí fue directo a un profundo sentimiento de rechazo. Echaba de menos a Vanesa y deseó con todas sus fuerzas volver al día anterior, morderse la lengua y seguir disfrutando de su compañía. Tal vez debería escribirle luego.

Se metió en la ducha. Lloró, pero eso no impidió que su cerebro continuase lanzándole un bombardeo constante de recuerdos incestuosos, su polla reaccionó y comenzó a masturbarse. Debía de ser la imagen más patética del mundo, un chico pajeándose pensando en su madre y llorando porque tanto ella como su lo-que-fuese le habían rechazado, a sus particulares maneras.

“Bueno, a Vanesa la rechazaste tú.” Ni su cerebro le dejaba autocompadecerse tranquilamente.

Pero la cosa empeoró cuando su padre, ni corto ni perezoso, entró al baño para orinar.

—Buenos días, hijo. —Su orina caía sobre el agua del retrete, ruidosa y desagradable.

—Buenos días —murmuró él. La excitación se esfumó como arrollada por un camión.

El desayuno fue lamentable, con su padre por allí rondando, paseándose por la casa como si fuera su dueño.

“Es que es su dueño. Al menos, al cincuenta por ciento.” Era tan fácil olvidarse de ese detalle.

La ida al gimnasio en el coche con su madre, con ella hablándole como siempre, natural y hermosa, un pecado fuera de su alcance, una medicina crucial al alcance de su vista, pero lejos de sus manos.

“Deja de dramatizar, anda, que pareces salido de la tragicomedia más triste del mundo”, le dijo la voz de Vanesa en su cabeza. Una voz que, probablemente, solo volvería a oír de esa manera.

Para colmo, durante el trayecto su madre le recordó algo que él ya debería haber sabido, pero que no se había parado a pensar. Ella solo trabajaría por la mañana, pero él se quedaría como siempre, hasta la noche. Con su padre.

—Pero no te preocupes —le dijo ella, sonriéndole con calidez, seguramente notando su más que evidente melancolía, acariciándole un hombro—. Cuando sea la hora de cerrar, allí estaré para nuestro entrenamiento habitual. Pero piensa que ahora tendré tiempo para hacer algunas cosas que antes no podía.

Aarón no se sintió especialmente consolado.

“Y mi tiempo, ¿qué?”

Su madre, como si le leyese la mente, añadió:

—Y vamos a buscar también a alguien que trabaje a media jornada en recepción para que disfrutes más del verano. Así que no te preocupes, que las cosas volverán a la normalidad.

La última frase parecía una declaración de intenciones con respecto a lo sucedido la noche anterior.

“Probablemente sea lo mejor.”

Sacó el móvil del bolsillo. Con Vanesa, aquello hubiera sido mucho más llevadero. Incluso una buena noticia, porque, en el fondo, solo deseaba llevar una vida normal y tener una relación normal. Cine, paseos, muchas charlas, risas y sexo a raudales.

4

En cuanto se quedó solo, Dante encendió su teléfono móvil por primera en cuatro años. Lo había dejado cargando el día anterior, después de meter la mochila en casa y su coche en el garaje.

Se encontró con muchas llamadas perdidas, mensajes pendientes y demás notificaciones que decidió ignorar. Todo aquello pertenecía al pasado. Ya habría tiempo de ponerse al día. Buscó el nombre de Ramón y llamó.

—Ramón. Soy Dante.

—¡Joder, Dante! —dijo la voz al otro lado de la línea—. ¿Ya has salido? Joder, joder. Me cago en la puta. ¿Cuándo nos vemos? Tenemos que echarnos unas cañas esta misma noche.

—De momento voy a llevar vida diurna, pero nos podemos ver en una hora, si no estás ocupado.

Hubo un momento de duda al otro lado.

—¿Estás ocupado? —le preguntó Dante. Le dio a su tono de voz un matiz de amenaza, un tono que decía “más vale que no me digas que sí, hijo de puta”.

—No, no. Perdona, todavía estoy un poco dormido. Claro, pásate por aquí. Aún recuerdas dónde vivo, ¿verdad? —Se rio de lo que se suponía que era un chiste.

—He estado en la cárcel, no tengo Alzheimer.

Cuarenta minutos más tarde, Dante aparcó delante de la casa de Ramón. El tipo vivía a las afueras de Serdei. La casa no estaba mal, espaciosa, dos plantas. El terreno también era amplio, pero estaba muy descuidado. Tenía un Mercedes verde aparcado frente a la entrada.

Dante conocía a Ramón desde hacía años, pero nunca le había caído demasiado bien. No obstante, Ramón era de familia adinerada, lo que implicaba que él también lo era, y eso implicaba mayores recursos para divertirse. Ramón era un imbécil, un “bueno para nada” que no había dado un golpe al agua en su vida. No había terminado ningún estudio, había empezado veinte negocios, todos ellos destinados a ganar dinero sin mover el culo, y todos ellos posibles gracias a sus padres. El típico que se creía muy chulo, todo un macho alfa, y se rodeaba de gente que lo eran infinitamente más que él.

Dante se bajó del coche y tocó a la puerta. Le recibió una veinteañera con unos doscientos tatuajes repartidos por todo el cuerpo, más o menos la misma cantidad de piercings y ropa muy escasa, con aquel short vaquero deshilachado que cubría poco más que un tanga y una camiseta que tapaba más o menos lo mismo que un sujetador.

La hija de Ramón. Hacía algo más de veinte años que una joven había cometido la estupidez de casarse con aquel fracasado e incluso darle una hija. Dos años más tarde, la mujer se fue a comprar tabaco y jamás volvió, ni siquiera por su hija.

—¡Dante! —chilló la joven, abrazándolo. Era una chica delgada, pero bien proporcionada, con curvas bonitas. Y bastante guapa detrás de toda la bisutería. Los cabellos teñidos de morado y rojo le hicieron cosquillas en la cara.

—¿Qué tal, Lucía? —Dante puso las manos en la cintura desnuda de la joven, que se apretaba a él sin ningún tipo de pudor—. Te veo bien. ¿Cuántos tienes ya? ¿Veinte?

—Cumplí veintiuno el mes pasado. Se te echó de menos en mi fiesta. —La chica tenía la sutileza de un rinoceronte. Le miró fijamente mientras se pasaba la lengua por los labios. Naturalmente, en la lengua también brillaba un piercing. Y tuvo que reconocer que todo aquel look punk tenía su morbo. Su polla, apretada contra el ombligo de la chica, opinaba igual—. ¿Está tu padre por aquí? —Sus manos acariciaron, como de casualidad, la parte descubierta del culito de Lucía, mientras lanzaba un vistazo al interior de la casa. Aunque respetaba bien poco a Ramón, tampoco quería pasar ciertos límites delante de su cara.

—Joder, veo que tus abdominales no se han ablandado ni un poco. —Lucía ignoró su pregunta, apretándose aún más a él.

La chica se había interesado por Dante desde adolescente, aunque de maneras algo más inocentes, con miraditas, risitas y esas cosas. Estaba claro que había ganado en confianza. O que, como ya era mayor de edad, creía que no existía ningún motivo para que Dante no se la follase. Y el bulto que notaba en su pantalón solo la animaba.

“No la jodas solo salir, Dante”, se dijo. Porque ya estaba planificando mentalmente cómo se follaría a aquella jovencita. La apartó con delicada firmeza a un lado y entró.

—¿Dónde está tu padre?

Lucía puso cara de infantil decepción, aunque al mirar el bulto en su bragueta se animó, mordiéndose el labio del modo más llamativo posible.

—Está en su estudio, me dijo que fueras allí. —La chica cerró la puerta y se alejó, contoneándose y mirándole por encima del hombro—. Pero puedes hacerme una visita a mí primero, si quieres.

Él sonrió.

—Soy un hombre casado, Lucía.

Ella se echó a reír sin tapujos. Era normal. Su padre nunca se había molestado en protegerla de todas sus juergas, así que debía de estar al tanto de que la mujer de Dante tenía más cuernos que un fabricante de cascos vikingos.

Dante la ignoró y fue hasta el “estudio” de Ramón, que no era más que la habitación donde dedicaba horas a jugar al Call of Duty , que era justo lo que estaba haciendo en ese momento. El cuarto era un desastre. Había latas de cerveza, restos de comida, cajas de pizza, ropa sucia en el suelo, un cenicero a rebosar de colillas… Ramón nunca había estado en forma, pero antes de que Dante entrase en la cárcel al menos estaba delgado y tenía cierta presencia. Ahora había echado barriga cervecera y su pelo había coqueteado con la alopecia tanto como poco lo había hecho con un champú, a juzgar por la grasa que lo humedecía.

—¡Dante! —Ramón se dignó a quitarse los auriculares a cuyo micrófono había estado gritando exabruptos, seguramente a niños de doce años. Se puso en pie, apartó una caja de pizza de una patada y, aparentemente, fue a darle un abrazo.

Dante lo detuvo.

—Vamos a dejarlo para cuando te des una ducha —le dijo.

Ramón se rio.

—Joder, cuánto te he echado de menos —dijo—. Desde que te encerraron, las fiestas ya no son lo que eran ni por asomo. De hecho, paso más tiempo aquí, pegando tiros, que ahí fuera. Coño, fue faltar tú y todo el ambiente cayó en picado. Hasta mi niña se pasaba los días llorando tu ausencia. ¡Pero ahora que estás aquí las cosas volverán a ponerse interesantes!

A Dante empezaba a dolerle la cabeza.

—Sí, sí —le cortó—. Ya sabes por qué estoy aquí, ¿verdad?

Ramón le dedicó una mirada dolida. Al final resultaba que padre e hija no se diferenciaban tanto.

—Claro, hombre. Sígueme.

Dante le siguió a cierta distancia para hacer más soportable el olor a sudor.

Fueron al dormitorio de Ramón, no mucho más ordenado que el “estudio”. Rebuscó en un armario y sacó una bolsa de plástico llena de pastillas. Dante la cogió y en sus ojos apareció un brillo codicioso.

Si algo había echado de menos en la cárcel, además de a Casandra y su espectacular culo ensartado en su polla, era aquello.Polvo de Venus. Una droga experimental que había surgido hacía no más de siete años y, al contrario que las demás drogas habituales, resultaba bastante difícil de conseguir. Desde que la probó por primera vez, unos cinco años atrás, Dante se afanó en conseguir el máximo posible. El resultado era el centenar de pastillas que ahora volvía a tener en sus manos.

Aquella droga estaba orientada a potenciar las sensaciones sexuales, aunque también afectaba al resto del comportamiento. Pero, joder, de manera positiva. Se llamaba Polvo de Venus porque bajo sus efectos te sentías como si follaras con la mismísima diosa del amor. Pensó en cómo habría sido el sexo del día anterior habiendo tomado aquello.

Bueno, todo se podía compensar.

Se permitió unas cuantas palabras triviales con Ramón, le prometió que irían de fiesta un día de estos. ¿El fin de semana? Pues el fin de semana. Aunque Dante no tenía ni la más mínima intención de volver a encontrarse con aquel tipo. Ya había cumplido su función de guardarle la droga antes de ser detenido.

—Tío —le dijo a Ramón—, voy un momento a mear.

El baño de Ramón estaba acorde con el resto de la casa. Pasar allí demasiado tiempo era arriesgarse a coger una infección. Dante abrió el grifo del lavabo. Miró la bolsa con las pastillas rosadas, pensativo, atrapado en un dilema. Acuciado por el sinfín de promesas que le había hecho a Casandra antes de ser detenido y también a lo largo de las visitas. Una vez fuera de la cárcel, las cosas serían diferentes. No más juergas, no más descontrol. Y, desde luego, no más drogas. Ella lo había llevado bastante bien. Siempre había sido una mujer fuerte. Al parecer, él no lo era tanto.

Se metió una pastilla en la boca y tragó un sorbo de agua.

“Por los viejos tiempo, joder.”

Tampoco tenía previsto tomarse una al día, pero, ¿qué tenía de malo en tomar una al mes y disfrutar de ciertas sensaciones como se merecía? ¿O una cada dos semanas?

Mientras tumbaba todas sus dudas con una andanada de justificaciones y excusas, comenzó a orinar.

—¿Necesitas ayuda? —La voz de Lucía a su espalda le sobresaltó.

Unas manos de uñas pintadas y con tatuajes aparecieron a cada lado de su cintura y fueron directas a su polla, que aún no había terminado de expulsar orina. Dante apartó las manos, dejando que fuese la joven quien la sostuviese.

“Apártala y lárgate de aquí.”

No se movió. Cuando terminó de mear, Lucía le rodeó, bajó la tapa del retrete y se sentó ante él con las piernas bien separadas. El short era tan minúsculo que las ingles quedaron al desnudo.

—Es mejor que no te vayas sin haberte aliviado bien —le dijo ella pasando la lengua por el glande, sin importarle la gota de orina que quedó en su lengua. Saboreándola incluso.

Si algo bueno tenía el Polvo de Venus era que su efecto empezaba rápido y se prolongaba durante horas. Hacía falta un día entero para dejar de sentirlo. El momento más intenso era a las dos horas de haberlo tomado y empezaba a bajar, muy despacio, cuatro horas después de ese punto. Pero recién tomado ya empezaba uno a sentir cierto cosquilleo en todo el cuerpo, cierta sensibilidad.

La lengua de Lucía le puso la polla como un mástil. Dante no se reprimió más. La hizo ponerse en pie, le dio la vuelta, inclinándola hacia el retrete, le bajó el short hasta las rodillas, se escupió en la polla y se la metió de una sentada. Lucía se quedó sin aliento. Se sujetó a la cisterna del retrete, aguantando las fuertes arremetidas de Dante, con todo el cuerpo temblando, soltando unos gemidos que no se molestaba lo más mínimo en disimular.

El orgasmo fue potente, pero ni por asomo tanto como el Polvo de Venus podía dar de sí. Para eso aún faltaba un rato. Eyaculó sobre una nalga de la chica, dejándosela pringada de semen. Lucía se sentó como pudo sobre la tapa del retrete, jadeando con fuerza.

—Jo… der… —jadeó.

Dante se abrochó el pantalón, cogió la bolsa con las pastillas y salió del baño. Vio a Ramón a unos pasos, que a su vez le miró con expresión culpable. Ramón tenía la polla en la mano. Se había estado pajeando escuchando los gemidos de su hija.

Dante le dedicó una mueca de desprecio y salió de allí.

5

Vanesa había estado echando de menos a Aarón. A lo largo del día se dedicó a mirar el móvil una y otra vez, esperando algún mensaje suyo disculpándose. Pero nada, el muy gilipollas seguía poniendo el orgullo por delante.

Al contrario que Aarón, las dosis de melancolía no eran nada en comparación con la rabia que sentía.

Su padre también estaba raro con ella, distante.

“Joder, ni que le hubiera comido la polla.” Aunque, en ese caso y en su opinión, tendría que estar dando saltos de alegría. Vanesa sabía que sus habilidades feladoras eran de sobresaliente.

Tal vez que fuera por la casa con una camiseta de tirantes lo bastante holgada para que sus senos estuviesen a punto de salirse a cada paso, y un tanga no ayudase a que Saúl se sintiese más cómodo. Pero joder, hacía calor. Y, para qué engañarse, a Vanesa la divertían especialmente aquellas reacciones.

“Mi papá tiene dieciséis años mentales, ¿qué le vamos a hacer, aparte de sacarle partido?”

De modo que dedicó varias horas del día a arreglárselas para ponerle el culo en la cara del modo más inocente posible, o rozarle los pechos contra el cuerpo ante cualquier consulta (de las muchas y muy variadas que se le ocurrieron, entre ellas, “¿por qué la palabra esdrújula es esdrújula?”, a lo cual su padre solo pudo poner cara de conmoción cerebral).

Durante el almuerzo, Saúl recuperó bastante la compostura.

—¿Os habéis peleado Aarón y tú?

—Es una forma de resumirlo.

—Puedes hablar conmigo de lo que sea. No te voy a juzgar.

Vanesa soltó una risita y se le escaparon varios granos de arroz, lo cual le hizo reír un poco más. Se vio a sí misma explicándole todo el entramado que tenía en la cabeza con Aarón y su madre. Bueno, tal vez le sirviese de inspiración para esa novela que le estaba dedicando a doña Culo Macizo. Pero prefirió no entrar en ese lodazal.

—Fue una chorrada —dijo—. Se enfadó como un tonto porque se puso celoso por no me acuerdo qué. Ya se le pasará. Lo veré esta tarde en el gimnasio.

A pesar de los muchos detalles que se dejaba en territorio censurado, Vanesa se sorprendió sintiéndose bien al hablar de ello de una manera razonable.

—Esas cosas pasan. —Saúl puso cara evocadora, como siempre que iba a hablar de su difunta esposa—. Tu madre y yo nos enfadábamos por las más variopintas tonterías. Ella tenía bastante carácter y yo… Bueno, supongo que yo nunca he madurado tanto como a ella le hubiera gustado. Pero, al final, todo volvía a su cauce. Así es como sabes que una relación funciona, por cómo se arreglan las discusiones. Porque los conflictos son inevitables siempre.

Vanesa tuvo que reconocer que su padre estaba muy tierno cuando hablaba así, cuando el amor que sentía por su madre le desbordaba incluso en la actualidad. Se levantó, le abrazó con fuerza y le dio un largo beso en la frente. Le acarició la barba.

—Perdona por estar insoportable, papi —dijo, muy consciente de que tenía los pechos pegados a la cara de su padre, y la pierna desnuda contra la de él.

Pero esta vez Saúl se dejó querer. Rodeó la cintura de su hija y apretó la cara contra su pecho.

—No pasa nada, cariño. Todos tenemos días raros.

Estaba claro que Saúl solo estaba correspondiendo ternura con ternura.

“Joder, soy una puta enferma. Tanto rollo cariñoso me está poniendo cachonda a muerte.”

Pero no quería atosigar de nuevo a su padre. Se limitó a acariciarle el pelo, tratando de no mover su cada vez más palpitante coño contra el hombro.

6

A Aarón le dio un vuelco el corazón cuando vio entrar a Vanesa. Ni siquiera la esperaba, aunque llevaba arrastrando esa esperanza desde por la mañana. Casi se echa a llorar de lo hermosa que la veía, con los rizos recogidos en una desordenada coleta, la corta sudadera abierta sobre una camiseta ceñida azul. Unos leotardos igual de ceñidos a juego y unas zapatillas deportivas blancas completaban su vestimenta. Al hombro llevaba su mochila roja con el llavero de peluche gatuno.

—¡Hola, tonto! —le saludó ella, sonriendo—. ¿Ya se te pasó el berrinche o vamos a seguir sin hablarnos forever and ever?

Él se echó a reír, más por alivio que otra cosa.

—Sí, ya se me pasó.

Pero, ¿era cierto? En realidad, la espina seguía clavada, y ahora que parecía que podían reconciliarse, la espina reclamó su atención. Y, por mucho que se esforzase en racionalizarlo y fuese consciente de que no tenía derecho a echarle nada en cara, la espina tenía raíces profundas.

Además…

—¡Vaya! —Vanesa miró hacia la cristalera que les separaba de la sala de entrenamiento—. ¿Hoy no viene tu madre?

“Mierda.”

Allí estaba su padre, con camiseta de asillas y leotardos bien ajustados a su paquete. Que nadie se perdiese sus encantos. Su padre, muy emocionado en su papel de monitor tras el periodo de ausencia, daba palmadas para marcar en ritmo, hacía chistes a cada poco (y a cada cual más rancio) y tocaba a sus discípulos a la menor oportunidad para corregir esta o aquella postura. Casualmente, solo tenía que corregir a discípulas de entre dieciocho y cuarenta años que estaban de buen ver. A algunas parecía no hacerles demasiada gracia y a muchas se les ponía cara de boba. Más o menos las mismas caras que muchos hombres cuando tenían a Casandra cerca. Probablemente, el mismo Aarón hubiera puesto una cara así más de una vez. Pero cuando se trataba de su padre, la objetividad se iba por el desagüe con un triste gritito de ayuda.

—No —contestó a regañadientes—. Ahora él vendrá media jornada y ella la otra media. La semana que viene mi madre estará por la tarde de nuevo.

—Ya veo. —Vanesa seguramente se mordía la lengua para no hacer comentarios subidos de tono, para no estropear el conato de reconciliación, pero su mirada lo decía todo. Y su mirada estaba prácticamente babeando por Dante.

Aarón cerró los puños y procuró poner cara de póquer. Él tampoco deseaba boicotear la reconciliación.

Vanesa por fin despegó los ojos del paquete del padre de Aarón y se dignó a mirarle.

—Entonces, ¿amigos de nuevo?

“¿Amigos?”

—Claro.

—Genial, tigretón. —Vanesa se dirigió hacia los vestuarios, lanzándole un guiño—. Ya me compensarás por todo el sufrimiento que me has causado —dijo, sonriendo.

Aarón se quedó decepcionado. Por un lado, parecía que las cosas volverían a la normalidad. Y aquella última frase dejaba entrever que habría otra cita en un futuro próximo. Por otro, el evidente interés de Vanesa por el padre de Aarón hacía que este rechinase los dientes.

Se encontró deseando que su padre no hubiese salido jamás de su celda.

7

La siguiente sesión de entrenamiento, la última del día, fue eterna para Aarón, que no cesaba de mirar una y otra vez hacia la cristalera. Su padre, naturalmente, la había reconocido. Y, aunque no hubiera sido así, Vanesa no había perdido ocasión de presentarse, dándole dos besos mientras su mano le agarraba el bíceps. Aarón partió un bolígrafo entre sus dedos.

Para colmo, en esta clase apenas había gente, cuatro personas más aparte de Vanesa, de modo que Dante le dedicó aún más atención, poniéndole las manos en la cintura o en las caderas o en los hombros o en la pierna para corregirla. En una ocasión, Vanesa se quejó de algún dolor en la pantorrilla y Dante le hizo un masaje que, a juicio de Aarón, duró más de lo normal. Incluso los otros que se encontraban allí parecían sentirse un poco incómodos ante las constantes bromas entre ellos dos.

Aarón los estaba odiando tanto que era como si la bilis se hubiese adueñado de sus venas y arterias, sustituyendo la sangre.

—Vas a matar a alguien con esa mirada, cariño.

Aarón pegó un salto. Se encontró con la mirada de su madre al otro lado del mostrador.

—No… Estaba pensando en otra cosa.

Casandra sonrió.

—Pues mejor que dejes de pensar en ello, antes de que te dé un infarto.

Aarón deseó comerle la boca allí mismo. Y que su padre y Vanesa lo viesen.

Casandra vestía del modo habitual, leotardos negros bien apretados a su perfección y un sujetador deportivo del mismo color que permitían admirar su abdomen.

A Aarón le asaltó un temor.

—¿Papá va a entrenar con nosotros?

—Pues no lo sé, la verdad. No creo.

Terminó la clase. Todos los alumnos se marcharon. Todos salvo Vanesa, que aún no había salido del vestuario. Casandra y Dante estaban en la sala de entrenamiento, él besuqueándola a cada momento. Estaban charlando. Notó a su madre un tanto seria, en contraste con el evidente entusiasmo de su padre, que parecía tener un subidón de endorfinas.

—Creo que tu padre le está comunicando la buena nueva. —Vanesa apareció a su lado como por arte de magia.

Aarón se preguntó por qué había tardado tanto si era obvio que no se había duchado. Ni siquiera había cogido su mochila.

—¿A qué te refieres?

—A que vamos a ser compañeros de trabajo. —Vanesa le guiñó un ojo—. Bueno, lo único malo es que seremos compañeros que solo se ven en el relevo. Pero vamos, que tu padre me comentó que queríais a alguien para atender aquí y así no tuvieras tú que estar todo el día metido en este lugar, y me ofrecí. Unos ingresos siempre me vendrán bien. Y disfruto mucho aquí. —Otro guiño—. Los dueños son muy simpáticos. Y están todos muy buenorros.

“¿En qué puto momento llegasteis a acordar todo esto?”

Aarón estaba lejos de sentirse feliz por la noticia. Naturalmente, otra cosa sería si su padre estuviese fuera de la ecuación.

—Bueno, tigretón —le dijo Vanesa—. ¿Es que no piensas cerrar la persiana esa? Mira que ya llevas un par de días sin entrenar y esos brazos no se mantienen solos.

Aarón la miró, extrañado.

—¿Tú te quedas?

—¿Es que no me quieres contigo? No me perdería por nada del mundo a esta familia de tigres entrenando juntos. —Un guiño más. Ese día, Vanesa estaba especialmente “guiñadora”—. Ahora soy una de vosotros.

“¿De verdad ella se entera antes que yo o que mi madre de que el puto Dante también se queda en el entrenamiento?”

Aarón deseaba pegarse un tiro en la sien.

8

—Bueno, vamos a ver los resultados del entrenamiento con tu madre —dijo Dante, pavoneándose un poco, como si él fuese el mayor enemigo a vencer en todo el corral. Y todo el corral debía de ser el planeta entero, teniendo en cuenta la confianza en sí mismo que desbordaba.

Vanesa ya lo había etiquetado como típico macho alfa de gimnasio desde el primer momento. Se veía a la legua que aquel tipo se follaba a todo lo que se movía, y estaba segura de que en su imaginación ya la había empotrado unas cien veces. Supuso que algo más debía de tener si a la tigresa del culazo le gustaba tanto que le había esperado cuatro años.

Aarón tenía cara de funeral. Desde luego, allí había una mala relación paterno-filial en toda regla. Casandra tampoco parecía especialmente contenta. ¿Por no poder entrenar a solas con su niño? Eso le gustaba imaginar a Vanesa, pero lo más probable era que fuese debido a la noticia de que ella empezaría a trabajar allí y no poder hacer nada por impedirlo. ¿Qué iba a decir como justificación? ¿Que le había mandado un vídeo en el que le llenaba la boca a su hijo de saliva y restos de orina y fluidos de ella? Poco probable.

Vanesa se había sentado con las piernas cruzadas en el suelo, sosteniendo el móvil en la mano, dispuesta a grabar vídeos y hacer fotos de las escenas más calientes del entrenamiento. Entonces Casandra la miró con una sonrisa que no encajaba con su mirada fría.

—Vanesa, ¿tú no entrenas con nosotros?

—No, yo ya tuve mi momento hace un rato. —Vanesa le correspondió con otra sonrisa más radiante—. Estoy aquí para luego acompañar a nuestro pequeño tigre. Que tenemos una cita.

Aarón la miró, sorprendido. No había quedado en nada con él, pero estaba claro que la noticia solo le había alegrado. Por un momento, Vanesa se sintió un poco culpable de haberle metido en sus juegos. Por otro lado, estaba convencida de que le estaba haciendo un favor. De no ser por Vanesa, no se habría atrevido a tener esos acercamientos con su madre que, no le cabía duda, le habían dado muy buenos momentos y mejores pajas.

—Pero hace días que no vienes —le dijo Casandra—. Vente con nosotros. Será divertido entrenar con nuestras respectivas parejas.

“¿Pero a ti qué te pasa, perra?”

Vanesa comenzaba a hilar algunas excusas. Todavía estaba algo cansada del entrenamiento de antes y no se veía siguiéndole el ritmo a aquellos tres. Entonces Dante metió baza.

—¡Claro! —Dante estaba tan entusiasmado y pletórico que cualquiera diría que se había metido cocaína. Debía de tener un subidón de endorfinas—. Venga, Vanesa. Que no te vas a romper. Tranquila, no te vamos a maltratar. Demasiado. —Lo dijo de un modo que Vanesa prácticamente sintió como si le pasaran la lengua por el coño. Por el breve fruncimiento de ceño de Casandra, ella también lo notó. Pero la tigresa era demasiado orgullosa para dedicarle una mirada molesta a su marido por ese motivo.

“Esto puede ser divertido.”

—Muy bien. —Vanesa se puso en pie, dejando el móvil en el suelo—. Si me dan dos infartos, espero que podáis hacerme una buena reanimación cardiopulmonar. —Vanesa imaginó claramente a Aarón y su padre dándole pollazos en el pecho al mismo tiempo. Casi se echó a reír.

El entrenamiento empezó. Suave los primeros… treinta segundos. Luego, todo se aceleró y Vanesa ya estaba jadeando en el suelo a los cinco minutos, cuando terminó el calentamiento.

—¿Estás bien? —Aarón estaba a su lado, acariciándole el hombro.

—Sí, sí.

Vanesa se puso en pie.

—Si ves que no puedes, haz las cosas con un poco más de calma —le dijo Casandra.

Dante se encargó de marcar el ritmo en los ejercicios con el saco. Vanesa se percató de que Aarón golpeaba con saña. Al menos, la última vez no recordaba verle entrenar así. Cada golpe iba cargado de ira y era bastante obvio.

A su lado, Casandra realizaba los mismos ejercicios sin ni siquiera jadear. Y sin detenerse, le dijo a su hijo:

—Tranquilo, Aarón, no vayas a tope desde el principio.

Pero Aarón no le hizo ningún caso.

—Déjalo, Casandra —dijo Dante, sonriendo—. El tigre quiere lucirse delante de su chica.

“Se quiere lucir delante de ti, me temo. Pero no para que te enorgullezcas.”

Vanesa se preguntó cómo podría convertir aquella animadversión en algo más divertido.

Cuando llevaban unos veinte minutos, se tomaron un breve descanso. Vanesa tuvo problemas para recuperar el aliento, pero finalmente pudo hablar.

—¿Casandra no te habló del ejercicio que hicieron ella y Aarón? —le preguntó a Dante con toda la inocencia.

—¿Qué ejercicio?

—Aarón hacía flexiones con ella encima. Y luego Casandra también hacía una flexión sobre él. —Vanesa sonrió, haciendo caso omiso de las caras de Aarón y su madre, que claramente no deseaban que Dante supiese aquello—. Me dejó bastante impresionada. Cuando yo lo intenté con Casandra, no pude ni moverme. —Se echó a reír.

“Mírame, soy una chica tontita que se impresiona por unas flexiones.”

Dante exhibió una sonrisa toda dientes. Le brillaron los ojos de entusiasmo.

—Me gustaría verlo. —Miró a Casandra—. ¿No te importa, cariño?

—Tampoco es para tanto —dijo ella—. Pero venga, vamos a ello.

—¡Esa es mi princesa! —Dante fue con sus dos manos directo hacia las nalgas. Vanesa casi se relamió. Pero Casandra se alejó con tanta elegancia que ni siquiera pareció que fue un movimiento calculado, esquivándolo en el momento justo.

“¿Princesa? Madre mía, vuelve a los noventa.” Pero Vanesa supuso que si un tío estaba tan bueno como Dante, se le podían perdonar unas cuantas tonterías.

Aarón no dijo nada. Y, desde luego, no se iba a echar atrás en nada que propusiese su padre. Vanesa estaba segura de que si Dante le retaba a lanzarse desde lo alto de un edificio de veinte plantas, Aarón iría solo por demostrar que era más hombre que él. Se puso en el suelo, en posición para realizar las flexiones. Su madre se puso encima. Y Vanesa no dejó de notar que no lo hacía del modo mismo modo cercano e íntimo que en el vídeo o cuando estaban a solas con ella.

Aarón hizo la flexión. Luego, sobre su espalda, también lo hizo Casandra. Llegaron hasta diez, mientras Dante daba vueltas alrededor de ellos. En una de las vueltas le dedicó un guiño a Vanesa, que sonrió, bajando la mirada descaradamente hacia su paquete. En la siguiente vuelta, dicho paquete estaba un poco más abultado que hacía medio minuto.

—¡Muy bien! —dijo Dante—. Pero creo que deberíamos superar este reto. ¿Qué me dices, chico? —Le dio un puñetazo amistoso a Aarón en el hombro, que se puso tenso—. ¿Qué tal unas flexiones con nuestras dos chicas encima?

—No creo que sea muy buena idea —dijo Casandra.

—Claro que sí. Venga, voy a probarlo. —Dante se tumbó boca abajo en el suelo—. Vamos, poneos sobre mí, chicas.

Vanesa se encogió de hombros y le indicó a Casandra que fuese ella primero. Dudaba que la tigresa fuese a permitir otra cosa diferente. Luego, se puso sobre Casandra, aprovechando para recorrer sus omóplatos con las manos, que el sujetador deportivo dejaba al desnudo, hasta sujetarse a sus fuertes hombros. Joder, aquella mujer parecía hecha de piedra. Aplastó los pechos contra su espalda y acomodó la entrepierna en aquel culo, restregándose más de lo necesario. Lanzó una mirada a Aarón, que no perdía detalle. La cara de Vanesa quedaba entre los omóplatos de Casandra. Sin dejar de mirar a Aarón, le dio un largo lametón a uno. Bajo su cuerpo, notó a la tigresa ponerse tensa.

“Tranquila, no nos olvidemos de que ya tenemos cierta confianza desde que usaste mi cara para correrte. Y para mearte.”

A Aarón se le desencajó la mandíbula.

—¿Listas, chicas? —preguntó Dante.

—Dale, hombretón —respondió Vanesa.

Él se rio, seguramente medio cachondo. ¿Y cómo no lo iba a estar, teniendo lo que tenía sobre la espalda? Comenzó el ascenso. Dante soltó un gruñido y completó la flexión. Luego, la realizó Casandra. Vanesa casi perdió el equilibrio.

—A mí me vais a perdonar que no haga malabarismos —dijo—. Pero si me pongo a intentar una flexión ahora, me voy al suelo fijo.

Dante rio.

—No te preocupes.

Continuaron las flexiones. En una de las veces, Vanesa deslizó la mano hacia uno de los pechos de Casandra y le dio un pellizco al pezón. De nuevo, mirando a Aarón, que parecía a punto de hacer una representación en vivo del cuadro “El Grito”, de Munch. En su entrepierna comenzó a surgir un abultamiento.

Dante terminó haciendo veinte flexiones entre muchos resoplidos. Cuando Vanesa fue a quitarse de encima de Casandra, lo hizo recorriendo toda su espalda con las manos hasta finalizar en sus pétreas nalgas, donde dio un breve apretón antes de ponerse en pie. Los ojos de Aarón chillaban, pero no se atrevió a despegar los labios.

Casandra se puso en pie. La mirada que le lanzó a Vanesa habría hecho que se encogiese de miedo un Tiranosaurio Rex. Pero a Vanesa la puso aún más cachonda. Tuvo que hacer ímprobos esfuerzos por no tocarse el coño allí mismo.

—Bueno, Aarón. —Vanesa se agarró al brazo del chico, apretando bien los pechos contra él—. ¿No vas a aceptar el reto?

—No es necesario —dijo Casandra—. Todavía falta media hora de entrenamiento.

—No, quiero hacerlo. —Aarón se tumbó en el suelo.

—¡Ese es mi chico! —dijo Dante—. No vayas a dejarte vencer por un viejo.

Casandra suspiró y se puso sobre su hijo. Esta vez, Vanesa incluso exageró aún más los movimientos al acomodar la pelvis sobre el culazo de la mujer, moviendo su propio culo de un modo que era casi como si estuviese realizando un suave coito. Dante miraba con una media sonrisa de canalla de película, rascándose la barbilla, sin ningún pudor.

“Este nos estaría ya follando a las dos si Aarón no estuviese aquí.” Y al pensarlo, Vanesa se puso aún más excitada. Tenía el coño hirviendo a esas alturas. A punto estuvo de repetir la jugada de lamer la espalda de Casandra, pero decidió no apostar tan alto por ahora.

Aarón comenzó las flexiones, seguidas de las de Casandra, que las hizo con cierta brusquedad, como si quisiera que Vanesa cayese. Cuando ya llevaba doce, Aarón comenzó a temblar con tanta fuerza que hasta Vanesa lo notaba. Pero no se quejó y siguió. Probablemente, hubiera continuado aunque se le rompiesen los brazos.

—Puedes parar cuando quieras, cariño —le dijo Casandra.

Aarón logró articular un gruñido bastante cercano a un “no”. Consiguió hacer veintiuna flexionas.

—Joder, chico —le dijo Dante—. Das miedo. Estás hecho todo un macho.

Por un momento, Aarón parecía incapaz de ponerse en pie, pero lo logró. Tenía la mandíbula tensa y el cuerpo tembloroso. Casandra le acariciaba la espalda y Vanesa no dejó de percibir que su mano casi le rozaba el culo. Estaban frente a Dante, de modo que este no podía verlo. Vanesa no quiso ser menos y se puso al otro lado de Aarón. Ella directamente le apretó el culo, casi tan tenso como el de su madre.

—Guau —dijo—. Me has dejado bien impresionada. —De pronto, sintió que la mano de Casandra chocaba contra la suya. Se miraron, Vanesa sonriendo. Casandra, tensa.

“Te acabo de pillar bien pillada, tigresa mía.”

Le dio un sonoro beso en la mejilla a Aarón, un azote igual de sonoro y se apartó.

Dante soltó una risa que rozaba lo obsceno.

—Joder, Aarón, me estás dando envidia. A mí no me dieron tanta recompensa y tú con dos chicas preciosas pegadas a ti. Así yo también me reviento a flexiones.

—¡Pues también es verdad! —Vanesa, como tantas otras veces, ni siquiera lo pensó. Se agarró a uno de los poderosos hombros de Dante y le plantó un beso en la cara, tal vez un poco demasiado cerca de la boca—. ¡Listo! Nadie tiene que ponerse celoso de nadie.

La cara de Aarón decía otra cosa bien distinta.

Dante solo sonrió, lanzando una mirada a Casandra, cuya mirada podría haber solucionado el deshielo del Ártico.

Aquello tuvo la virtud de acelerar la recuperación de Aarón, que volvió a dar golpes contra el saco con toda su alma. Cuando Dante corrigió la postura de Vanesa, poniendo sus dedos gruesos sobre la cintura de ella, ejerciendo más presión de la necesaria, los golpes de Aarón fueron incluso más fuertes. Vanesa se estaba derritiendo, más por la situación de la que era culpable que por el contacto en sí. No sabía si aquello estropearía las cosas con Aarón, pero el morbo la podía. Era su droga.

9

—¿Crees que estarán follando ya? —le preguntó Vanesa.

Estaban en los vestuarios. Se habían separado por parejas. Sus padres se habían ido al vestuario femenino, mientras que él y Vanesa usarían el masculino.

Aarón estaba en su límite. Sabía que al día siguiente las agujetas le iban a matar. No sabía ni cómo se mantenía en pie. Bueno, sí lo sabía. La rabia era un combustible muy efectivo. Le dio la espalda a Vanesa y comenzó a quitarse la ropa empapada en sudor, tirándola al suelo de mala manera.

Sintió los pechos desnudos de Vanesa, suaves y blandos y deliciosos, pegándose a su espalda. Sus brazos le rodearon, y sus manos se metieron bajo el bóxer, encontrándose con su polla y masajeándola. Sintió sus dientes mordisqueándole los hombros.

—Vamos, tigretón —le dijo—. ¿De verdad quieres repetir esto otra vez? No lo estropees por celos.

—Estoy harto de que te quieras follar a mi padre. —Aarón sintió que sus palabras perdían fuerza teniendo la polla dura entre las manos de Vanesa. Ese constante masaje unido a los pechos frotándose contra su espalda le estaban volviendo loco. Quería resistirse. De verdad.

—Pues claro que me quiero follar a tu padre —dijo ella—. Y a tu madre. Ojalá me follaseis los tres al mismo tiempo. Yo soy así, tigretón. —Los pechos de Vanesa comenzaron a descender por la espalda de Aarón a medida que ella se ponía de cuclillas—. Eso ya lo sabes desde el principio. —Vanesa abandonó su polla y le bajó el bóxer hasta quitárselo—. Pero, ¿sabes una cosa? —Le lamió los muslos, ascendiendo con su lengua hasta sus nalgas, donde le propinó un suave mordisco antes de ponerse en pie, frente a él—. Que a quien quiero es a ti. Eres especial para mí, así que no la cagues otra vez como si no supieras de qué va mi juego.

Vanesa pegó la boca a la suya, le metió la lengua y comenzaron a besarse, cada vez con más intensidad. Las manos de ella volvían a masajearle polla, completamente erecta. Luego, una de las manos pasó a centrar su atención a los testículos. Aarón llevó sus manos a los pechos, los amasó con deseo creciente.

Vanesa se separó de él.

—Ven, vamos a la ducha y dame polla con toda tu alma, que estoy como una perra en celo.

Aarón la siguió. Se fundieron bajo el chorro de agua, recorriéndose de arriba abajo, lamiéndose, mordiéndose. Él lamió toda su espalda, le abrió las nalgas y continuó aplicando su lengua desde el coño hasta el ano, estrujando el culo con sus dedos.

—Fóllame, tigretón.

Aarón enterró la polla en su coño, desde detrás, agarrándola por los pechos. Ella gimió, al principio suave. Luego, más fuerte. No era que le diese igual ser escuchada, más bien parecía que deseaba que la oyesen. Conociéndola, probablemente era así.

Por un momento, Aarón se planteó parar, impedir dar ese espectáculo que Vanesa buscaba y que, con toda seguridad, sus padres estaban oyendo. Pero no. Quería aceptarla. Quería a Vanesa a su lado y solo había un camino. De modo que arremetió contra ella con más fuerza, provocando gemidos más agudos.

—Tírame del pelo —le pidió ella.

Él lo hizo, echándole la cabeza hacia atrás y pegando la boca a su cuello. Recordó a Vanesa lamiéndole la espalda a su madre al tiempo que se restregaba contra su culo y eso le azuzó a penetrar con más intensidad.

—Ah, joder —gimió ella—. Me corro. ¡Me corro!

10

—Los chicos se lo están pasando bien —dijo Dante con la polla bien dura entre las nalgas de su mujer, frotándose suavemente.

Pero, claramente, Casandra no estaba de humor.

—Me corro. ¡Me corro! —les llegó la voz de Vanesa.

—¿No deberíamos seguir el ejemplo de la juventud?

Casandra no dijo nada. Se enjabonaba como si su marido no tuviese la polla metida entre sus glúteos, a punto para entrar en cualquiera de sus dos orificios. Gracias al Polvo de Venus, aquel simple roce era el doble de placentero. Aunque los efectos ya habían perdido intensidad.

—¿Has vuelto a tomar esa mierda? —preguntó ella de pronto.

Aquello paralizó a Dante.

—¿Qué dices? Claro que no.

—No me mientas.

—No te miento.

Casandra salió de la ducha. Le miró con aquellos ojos capaces de atravesarle como punzones.

—Sé que lo has tomado. No sé cuándo. No sé quién te lo ha dado, aunque supongo que habrá sido el mierda de Ramón. ¿Tanto lo necesitabas, que tuviste que ir corriendo al segundo día de estar libre? ¿No has aprendido nada?

Dante se enfadó.

—¿Qué tiene de malo? ¿Acaso tú no lo echas de menos? ¿Te acuerdas de cómo era todo con esto?

—¿Te acuerdas de cómo terminó todo por eso?

—Claro que me acuerdo. Pagué tus platos rotos, ¿recuerdas eso?

Casandra abrió la boca. Pocas veces se quedaba sin palabras, pero aquel había sido un golpe bajo efectivo.

—Yo no te lo pedí —dijo ella.

—Tampoco me lo impediste.

Casandra apretó los dientes.

Dante tal vez debería haber pedido disculpas. Aquello estaba lejos de ser lo que quería, pero decidió aprovechar su ventaja.

—Además —dijo—, ¿por qué hay que perder todo lo que había? ¿No podemos divertirnos igual? No tiene por qué pasar lo mismo. Basta con dosificar, con ser responsable. La culpa no fue del Polvo, sino de las circunstancias. Habría pasado lo mismo si nos hubiéramos tomado un par de cervezas.

Casandra no dijo nada. Saltaba a la vista que no la había convencido, pero al haber atacado a su punto débil, la había dejado sin ganas de combatir. Dante se acercó a ella y la rodeó con los brazos. Su polla aún estaba erecta y la pegó a su cadera. Joder, qué buena estaba.

—¿Me vas a decir que no echas de menos todo aquello? —le dijo al oído—. Follar sin medida, sintiéndolo todo por cuadruplicado. ¿Por qué perder eso?

Ella le miró.

—¿Me vas a decir que tú no eres capaz de sentir eso sin drogarte? —le dijo, separándose de él.

“Puta mierda.”

CONTINUARÁ

ENDING:

Theory of a Deadman – Bad Girlfriend