ALETEO DE MARIPOSA 4: Un buen día para ser libre

Casandra le da a su marido la mejor de las bienvenidas en su primer día de libertad. Mientras, Vanesa y Aarón juegan a los espías con gratificantes resultados. Es un buen día para ser libre. Y para liberarse. (Nota: subo este capítulo por segunda vez debido a una errata en el título.)

CAPÍTULO CUATRO

UN BUEN DÍA PARA SER LIBRE

1

Su marido no había dejado de juguetear con su coño mientras conducía, incluso antes de dejar a Aarón en el centro comercial, junto con aquella putilla. En cuanto se bajó, los dedos de Dante exploraron con mayor profundidad, escarbando, removiéndose en la cada vez más encharcada vagina.

—No ha habido ni uno solo día en estos cuatro años que no pensara en ti —le dijo él—. En todo lo que te haría en cuanto saliese.

—Pues ya puedes desfogarte bien —le contestó ella, ruborizada por la excitación—, porque yo también he estado estos cuatro años deseando que me metas la polla por todos mis agujeros.

—Tus deseos son órdenes para mí, princesa.

Se corrió con aquellos dedos gruesos y encallecidos unos minutos antes de llegar a la casa. Por un momento, perdió el control del coche, pero no tardó en controlarlo. Dante se echó a reír, en absoluto preocupado.

—Como ves, sigo siendo un caballero —dijo—. Las damas primero, hasta para correrse.

Dante era de hacer ese tipo de comentarios. Y Casandra se descubrió sintiendo una breve oleada de rechazo. Casi puso los ojos en blanco.

“¿Qué me pasa?”

Nunca le habían molestado ese tipo de cosas. Al contrario.

Su marido alejó la mano de entre sus muslos y se chupó los dedos.

—Cuánto he echado de menos este sabor —dijo.

Aquello ya estaba mejor.

Dante se abrió la bragueta del vaquero y liberó su polla erecta.

Aquello estaba mucho mejor.

Su marido tenía una polla acorde con el resto de su tamaño, grande, gorda y plagada de venas como macarrones. Casandra sintió su coño arder.

Mientras Dante se masturbaba lentamente, recorriendo su polla con movimientos parsimoniosos, Casandra, mordiéndose el labio, giró el volante para entrar en el terreno de la casa. Los portones del garaje estaban cerrados, de modo que detuvo el coche enfrente, se desabrochó el cinturón de seguridad y se inclinó para engullir la polla de su marido.

—¿Me echabas de menos, princesa? —preguntó él, apartando su mano.

Como respuesta, Casandra se metió la polla hasta la garganta. Se la sacó de la boca, con la saliva chorreando de su barbilla, resbalando por todo el falo, y se puso a lamer.

—Joder —dijo él—, veo que no has perdido nada de práctica.

—Es como montar en bicicleta. —Casandra pasó la lengua arriba y abajo, desde el glande hasta la base. Soltó un buen salivazo sobre la polla y volvió a metérsela en la boca, a subir y bajar la cabeza, recorriéndola al completo con sus labios, encajándola en su garganta hasta cortarse la respiración.

Su marido la cogió del pelo y tiró de ella para obligarla a alzar la cabeza bruscamente. Un arco de saliva salió volando con el movimiento.

—Dios —dijo él, mirándola fijamente con el brillo de la lujuria en sus ojos castaños. Los ojos que Aarón había heredado, aunque los de su marido eran más duros, muy lejos de la ternura que destilaban los de su hijo—. Me encanta esa cara de zorra salida que pones.

Casandra lanzó un lengüetazo al glande de su marido, apenas ronzándolo.

—Pues ya te estás empleando a fondo con esta zorra salida —le dijo ella, mirándolo con fiereza, relamiéndose los labios empapados de saliva.

Dante se desabrochó su cinturón de seguridad y abrió la puerta del copiloto. Salieron los dos por el mismo lado, impacientes por continuar. Al ponerse cara a cara, ella le escupió en la cara. Él se recogió la saliva con los dedos, jugueteando con ella, y se los metió en la boca.

Dante la hizo girar sobre sí misma, la empujó contra el coche. Casandra puso las manos sobre el techo del coche, aplastó sus pequeños pechos contra la puerta trasera, echó el culo hacia atrás, ese culo que sabía que poseía un magnetismo irresistible.

(Aarón apretando su nalga, con fuerza, unos segundos.)

Dante se acuclilló tras ella, le bajó el tanga hasta los tobillos y le abrió las nalgas, metiendo la lengua directamente en su ano, que le recibió abriéndose con facilidad.

(Aarón eyaculando contra su muslo, su semen traspasando la tela, ardiente contra su piel.)

—¡Rómpeme el culo, joder! —gruñó. Quería sacarse aquellas imágenes que surgían en su cerebro como destellos y no se le ocurría mejor manera que el sexo para ello. Cuanto más duro, mejor.

No hubo que insistir. Su marido también estaba especialmente excitado. Se puso en pie, le subió el vestido hasta la cintura, pasó la polla entre sus nalgas, recorriendo aquel deseoso valle hasta detenerse sobre el orificio anal. Y empujó. Casandra bufó, apoyando la cara sobre el techo del coche, la boca entreabierta.

(La lengua de Aarón enredándose con la suya, el sonido de la saliva como banda sonora de un beso tan lascivo como delicioso.)

Dante volvió a empujar hasta introducirle su considerable polla por completo. Comenzó a embestirla cada vez con más fuerza, estrellándola contra el coche con cada penetración, haciendo que el vehículo se moviese.

Casandra gemía. Su cerebro se derritió, ya no pensó en nada más, tan solo en aquel placer largo tiempo esperado. Lo demás no importaba.

(La mano de Aarón en su culo. Su polla contra su muslo. Contra su coño. Su lengua. Sus labios. Su fuerte espalda alzándola. Su oreja entre los dientes de Casandra.)

—¡Más fuerte! —exigió ella—. ¡Destrózame, joder!

Pasaron un par de coches por delante del portal del recinto, pero a ninguno de los dos les importó la posibilidad de que los viesen. Por suerte, el vecino más cercano estaba a casi un kilómetro.

Dante hizo lo que pudo, taladrando el culo de su esposa con todas sus fuerzas. Su pelvis impactaba contra las poderosas nalgas con energía, sonando como auténticos azotes. Casandra liberó uno de sus tobillos del tanga para levantar la pierna flexionada. Su marido se la sujetó por un tobillo.

—Me cago en la puta —gimió Dante, sin dejar de arremeter ella—. Esto es la puta gloria.

Su marido follaba como nadie. Tenía una polla envidiable y sabía cómo usarla. Además, le amaba. Podría haber follado con quien quisiera, pero le había esperado, a pesar de que había ocasiones en que la lujuria era como aceite hirviendo en su sangre.

Antes de su ingreso en prisión, un polvo como aquel ya la habría dejado más que satisfecha. Entonces, ¿por qué ahora no encontraba la plenitud? Y, sobre todo, ¿por qué no cesaba de recordar a Aarón justo en esos momentos?

Aarón, que en esos momentos estaría follando con aquella zorra maliciosa.

Sin dejar de sodomizarla, Dante comenzó a frotar su clítoris con dos dedos. Casandra no tardó en deshacerse en gemidos. Siempre había sido de mucho gemir, de dejarse llevar y de perder el control durante el sexo. Su marido conocía bien su cuerpo y estaba claro que los cuatro años ausentes no le habían provocado amnesia. Casandra no tardó en correrse, soltando un potente chorro transparente por la uretra que se estrelló contra la carrocería del coche.

Se quedó con la cara apoyada sobre el techo del coche, babeando. Siempre había sido de usar mucha saliva. Dante le dio una fuerte embestida más, metiéndole la polla por completo en el culo, estrujándola contra el vehículo, y sacó la polla, sin llegar a correrse.

—Echaba tanto de menos ver cómo te corres —dijo, acariciándole los desordenados cabellos—. Vamos, sigamos dentro.

La cogió en brazos como un héroe de película y la llevó hasta la entrada de la casa, exhibiendo su erección.

—Espera, las llaves —dijo Casandra, recuperando el aliento—. Están en el bolso.

—Mierda.

Regresaron al coche, Casandra se apeó de los brazos de su marido y cogió el bolso del asiento trasero. Dante le manoseó las nalgas durante el proceso, momento en que ella se dio cuenta de que su tanga se había quedado en el suelo. No le importó.

Cogió el bolso y las llaves y entraron en la casa. Dante le lamía la tonificada espalda, que el vestido dejaba al desnudo. Casandra dejó caer bolso y llaves al suelo. Volvía a estar cachonda. Sentía los fluidos del anterior squirt resbalando por sus muslos mezclados con el manantial incesante que surgía de su vagina. Comenzaron a besarse con apetito insaciable, restregando sus entrepiernas como adolescentes en celo. Él la estaba llevando hacia la sala. Ella ni siquiera se lo pensó, solo actuó por instinto.

Se apartó de su marido y lo arrastró por la fuerza hacia el sofá. De un empujón, lo hizo caer sentado. Casandra solía tomar el rol dominante, aunque con su marido se intercambiaban los papeles según les apeteciese. Se deshizo del vestido, quedando completamente desnuda salvo por las sandalias de tacón alto, que convertían su majestuoso culo en el centro del universo. Luego desabrochó el cinturón de Dante, lanzando lametones a su polla de vez en cuando, y se los bajó hasta los tobillos. Se montó sobre él a horcajadas. Continuaron besándose, lamiéndose los labios y chupándose las lenguas, mientras ella frotaba el coño contra la polla erecta, deslizando los hinchados labios vaginales a lo largo del miembro. Y en su cabeza solo podía revivir el momento en que había estado sobre su hijo en aquella misma postura.

—Móntate en mi polla, princesa.

“Princesa.” ¿De verdad Casandra nunca había pensado en lo ridículo que sonaba hasta ese momento?

Pero estaba demasiado excitada para cuestionarse el gusto de su marido por las horteradas. De modo que alzó las caderas, agarró la polla de Dante y se dejó caer sobre ella hasta ensartársela entera, gimiendo con fuerza. El primero de muchos gemidos.

2

La casa de Aarón estaba justo en los límites de la ciudad, en un barrio muy tranquilo cuyas casas estaban separadas por callejuelas pavimentadas, parterres y, en el caso de su casa, un terreno vacío por un lado, una pendiente montañosa por detrás y otro terreno lleno de árboles por el otro. Sin duda, era de las casas más aisladas. Probablemente, por eso sus padres la habían comprado.

A medida que él y Vanesa se acercaban, Aarón tenía más y más dudas. No le apetecía en absoluto descubrir a su madre follando con su padre. Le apetecía menos aún que también lo viese Vanesa. Y, en las antípodas de la apetencia, estaba la posibilidad de que sus padres les pillasen.

Pero no dijo nada. Era ver a Vanesa tan emocionada que poco menos que avanzaba a saltitos, y saber que su persuasión podría con él.

—¿No estás emocionado? —le preguntó ella. Era como si fueran a Dysneyland o algo por el estilo.

“Estoy acojonado.”

—No demasiado —contestó.

—¡Qué soso te pones a veces! Tengo ganas de que te desinhibas de una vez. Vas de chico decente, pero esa manera de agarrarle el culo a tu madre… —Vanesa se pasó la lengua por el labio superior y se apretó con una mano la entrepierna, por encima de la minifalda—. Me puso muy, muy cachonda. Y el modo en que se puso a darte besitos en la boca…

“Y eso que no viste cómo nos comimos la boca por la noche.”

Aarón no se había parado a pensar en ello. No se atrevía a sacar conclusiones, ni a cuestionarse hasta qué punto era anormal todo aquello. Sencillamente, lo dejó aparcado como “un suceso anecdótico extraño”. Como aquel otro beso hacía cuatro años en el pasillo.

Vanesa se plantó ante él, escrutándole con sus preciosos ojos avellana, traviesos e inquisitivos a través de los cristales de las gafas.

—¿En qué piensa usted, tigretón? No estará pensando en cosas sucias que debería compartir conmigo, ¿verdad?

Aarón reaccionó rápido. Posó las manos en su delgada cintura, que el top dejaba al desnudo, y se pegó a ella.

—Estaba pensando en que podríamos estar haciendo cosas más divertidas que esta —le dijo, besándole el cuello, enterrando la nariz en aquellos rizos que siempre olían a frescura.

Ella le pasó la mano por el paquete, provocando una reacción casi inmediata. Por un momento creyó que la había convencido de dejar atrás aquella disparatada (y peligrosa) idea.

—Qué tierno es mi tigre. —Vanesa flexionó una pierna para rozarle la cadera con el muslo. Él aprovecho para acariciarlo—. Pero tienes una idea de la diversión muy poco… divertida. —Se rio de su propia ocurrencia y se separó de él, dándose una vuelta y caminando con un excitante contoneo que hacía que la minifalda danzase de un lado a otro. Le miró por encima del hombro, dedicándole un guiño made in Vanesa—. Yo sé que bajo esa gruesa coraza hay un diablillo deseando salir y ser realmente malo. Y te voy a liberar. Ya verás qué feliz serás después.

Aarón la observó caminar, y eso ya le obstruía las funciones neuronales en buena medida. Pero entendió el sentido de sus palabras. Y, por un momento, sintió miedo de que fueran algo más que paridas. El miedo a que Vanesa tuviese razón en lo que decía le estrujó el vientre como una enorme y monstruosa zarpa.

“Date la vuelta, tonto del culo.”

Pero, ¿cómo iba a darse la vuelta teniendo a Vanesa caminando de aquel modo, precediéndole hacia un mundo que le atraía como el fuego a las polillas? ¿Cómo iba a retroceder ahora que había vuelto a saborear el dulce y húmedo almíbar que eran los besos de su madre?

Ya estaba atrapado.

3

En cuanto entraron en el terreno de la casa de Aarón, este pudo escuchar unos gemidos amortiguados y supo enseguida quién los estaba emitiendo y qué los causaba. Vanesa también los escuchó. Su sonrisa se hizo enorme.

—Vaya, vaya, a cierta tigresa le están dando todo lo suyo —dijo, adoptando una actitud un tanto furtiva, como si creyese estar en una película. Aarón la siguió con paso menos animado.

La fachada frontal tenía dos ventanas. Una daba a la cocina, la otra a la sala de estar. Fueron las primeras en ser inspeccionadas. En la cocina no había nada. Pero en cuanto se acercaron a la ventana de la sala de estar, la intensidad de los gemidos aumentó. Las cortinas estaban echadas, pero había una rendija entre ellas lo bastante ancha como para poder echar un vistazo. El alféizar estaba demasiado alto, al menos cinco centímetros por encima de la cabeza de Aarón (al contrario que la de la cocina, ya que el porche permitía alcanzarla con facilidad).

—Busca algo para poder subirnos —susurró Vanesa.

La reticencia lastraba a Aarón con fuerza. Pero no con la suficiente. Se dirigió al garaje. Al pasar al lado del Audi, observó algo en el suelo. Un tanga negro. Se agachó para tocarlo entre sus dedos, notando la humedad que lo empapaba. En su entrepierna hubo algo de movimiento. Por un momento, se planteó quedárselo, pero no le pareció la mejor de sus ideas.

“¿Hace cuánto que no tienes una idea remotamente buena, chico?”

Se puso en pie. Observó que había una especie de salpicadura en la puerta trasera, como si hubieran disparado con una pistola de agua. Dentro aún estaba la mochila de su padre.

Continuó su camino hacia el garaje y abrió el portón, procurando que no hiciese ruido, aunque seguramente los escandalosos gemidos de su madre lo enmascararían. Dentro estaba el Renault de Casandra. En un extremo había tres cajones de madera que llevaban allí una eternidad, utilizados en algún momento para algo que Aarón ignoraba. Pero el caso es que eran lo bastante grandes y sólidos para sostener el peso de dos personas. O eso esperaba.

Cogió uno de los cajones, pensando en cómo justificaría aquello si sus padres le veían.

“Pues les diré que Vanesa y yo nos queríamos sentar mientras ellos terminaban su espectáculo porno.”

Vanesa estaba impaciente. Le hizo gestos para que se diese prisa en colocar el mugriento cajón. Solo con posarlo en la acera que rodeaba la casa desprendió varios fragmentos de polvo humedecido. Vanesa tardó menos de un segundo en subirse, aunque luego se asomó con sumo cuidado, procurando no ser vista.

—Oh, guau —musitó.

En el cajón cabían los dos, aunque un poco justos, de modo que Aarón la rodeó desde detrás por la cintura con manos poco inocentes, saboreando con las yemas de los dedos aquella piel tersa, pegando el paquete a su culo, y también miró desde encima de su hombro, con algunos de sus rizos haciéndole cosquillas en la cara.

Se olvidó de las cosquillas al instante.

En la sala había cierta penumbra, pero no la suficiente como para no ver lo que estaba sucediendo. Su padre se encontraba sentado en el sofá, y su madre cabalgaba sobre él, desnuda a excepción de las sandalias, dándole la espalda. Es decir, de cara a la ventana por la cual Aarón y Vanesa les espiaban. Tenía los pies sobre el sofá, las piernas flexionadas completamente separadas de manera que se podía ver cómo aquel coño devoraba una y otra vez la polla de su marido. Casandra se sujetaba con una mano en el apoyabrazos y con la otra en el respaldo. Estaba algo inclinada hacia delante y la melena le caía sobre la cara, agitándose al ritmo de sus movimientos.

Verla era todo un espectáculo. La energía con la que subía y bajaba las caderas, con tal fuerza que parecía querer fracturar la pelvis de Dante. Su cuerpo brillaba por el sudor, sus definidos músculos estaban tensos. Su boca asomaba entre mechones rubios, la boca abierta, la lengua fuera, la saliva cayendo.

El padre de Aarón apenas era visible, salvo sus piernas, sus manazas, que iban de los pechos a las caderas de su mujer, y, por supuesto, su polla.

—Joder —susurró Vanesa—, vaya pedazo de polla gasta tu padre. Y tu madre cómo se la mete. Duele solo verlo.

Pero estaba claro que “doler” no era el verbo que definía el estado de Vanesa. Se había metido una mano entre las piernas, bajo la minifalda, y la estaba moviendo casi con tanta energía como Casandra cabalgaba. Con la otra mano buscó y encontró la bragueta de Aarón. Emitió un gemido de satisfacción al comprobar que tenía la polla dura. Frotó por encima de la ropa, sin apartar la vista del interior de la sala.

Aarón no quería sentir lo que sentía. Pero lo sentía. Y tampoco quería usar a Vanesa como mero catalizador de sus fantasías, pero era lo que estaba haciendo en ese momento. Sus manos manoseaban despacio, pero en profundidad, su vientre desnudo, regodeándose en el tacto de su carne. Sus ojos estaban clavados en el vientre tenso de su madre. Las manos de Aarón se reunieron con las de Vanesa dentro de su ropa interior. Ella ya se había metido dos dedos, a los que ahora se sumaron otros dos de Aarón. Con la otra mano acariciaba sus ingles húmedas de sudor y fluidos. Vanesa soltó un jadeo sofocado. Con la mano que frotaba el paquete de Aarón consiguió bajarle la cremallera del pantalón, rebuscó y logró liberar su polla. Se la manoseó.

Todo se estaba precipitando. Aarón ni siquiera había tenido intención de espiar. Y, si lo hacía, no había tenido intención de demostrar su excitación. Creyó que lo podría controlar. No llevaban ni cinco minutos observando y apenas era capaz de hilar dos pensamientos seguidos. Solo sentía deseo. El deseo lo estaba arroyando todo a su paso. Sus ojos recorrían cada milímetro del cuerpo de su madre. Si fuera posible lamer solo con la mirada, él lo estaría haciendo en ese momento.

—Fóllame, tigretón —gimió Vanesa. Echó el culo hacia atrás con tanta fuerza que el cajón se tambaleó un momento—. Fóllame y piensa que estás en el conejito de tu mami.

Aarón abandonó el coño de Vanesa para subirle la minifalda, arañando suavemente aquellas deliciosas nalgas. Apartó el tanga a un lado y deslizó la polla entre los muslos, sintiendo el calor y la extrema humedad de Vanesa en su glande. Ella alzó una pierna, flexionada, encorvó la espalda, echando el culo hacia atrás. Aarón dirigió su polla con una mano hacia la entrada del coño, doblando un poco sus rodillas, y empujó. Vanesa estaba tan lubricada que su polla resbaló hacia su interior sin ningún esfuerzo.

Un ruidoso camión y un par de coches pasaron por delante de la casa, recordándoles lo expuestos que estaban. Pero, a esas alturas, a Aarón le daba igual. Y a Vanesa todavía más, de eso estaba seguro.

Sujetó la pierna que Vanesa mantenía levantada y se sujetó con la otra mano al alféizar. Ella también buscó estabilidad agarrándose a la repisa de la ventana, moviendo el culo hacia atrás, coordinándose con las embestidas de Aarón, mordiéndose una muñeca para no gemir. El cajón crujía y se tambaleaba bajo sus pies.

Ninguno de los dos apartaba la vista de la escena que se desarrollaba al otro lado del cristal. Casandra continuaba cabalgando, gimiendo, moviendo las caderas en círculos a veces, mientras mantenía la polla de Dante en su interior, y luego volvía a subir y a bajar. Echó la cabeza hacia atrás, apartándose el pelo de delante de la cara. Sus movimientos se aceleraron. Movió de nuevo la cabeza, mordiéndose el labio inferior y se corrió, emitiendo una mezcla de gemido y gruñido.

Pero aún no habían terminado. Las manazas del padre de Aarón la aferraron por las nalgas y la hizo levantar un poco el culo hasta que su polla salió de su coño, envuelta en fluidos. Casandra sabía lo que tenía que hacer. Agarró el miembro de su marido y lo dirigió hacia su culo, ensartándose en él del mismo modo que lo había hecho cuando la penetración era vaginal. Comenzó a cabalgar de nuevo, infatigable.

—Joder —murmuró Vanesa—. Joder, joder, joder… —Y eso, básicamente, expresaba su opinión sobre lo que estaba viendo.

Aarón, en cambio, sintió celos. Unos celos que le estaban arañando con uñas ponzoñosas en lo más hondo de su cerebro. Y esos celos, unidos a la lujuria, hicieron que penetrara a Vanesa con más fuerza. De repente, clavó la vista en la cara congestionada de su madre y deseó que le viese. Que le viese mientras follaba con Vanesa.

Rara vez ocurre, pero, en ocasiones, los deseos se cumplen. De ahí lo de “ten cuidado con lo que deseas”. Se podría añadir, “porque el destino solo te concederá aquello que, en realidad, no deseas”.

Su madre le vio. En uno de los momentos en que alzó la cara y abría los ojos, sus miradas se encontraron. Aarón se quedó paralizado, con la polla a medio meter en el coño de Vanesa. Petrificado de arriba abajo.

Casandra no. Pero sí hubo un cambio en el ritmo de sus movimientos, un poco más lentos y un poco más profundos. Sus ojos no se despegaban de los de su hijo.

—Hostia puta —susurró Vanesa, que comprendió la situación—. Está salidísima, la muy puta. Y yo también, así que dame duro, joder.

Aarón continuó penetrando a Vanesa sin romper el contacto visual con su madre. Sincronizó sus movimientos con los de ella. Casandra soltó el apoyabrazos para empezar a frotarse el clítoris sin dejar de saltar sobre la polla que la sodomizaba. Aarón estaba a punto de ponerse a lamer la ventana, el deseo ardía hasta el dolor, le derretía por dentro.

Los movimientos de Casandra se aceleraron. Los de Aarón también.

El cajón crujió más, se movió más.

—¡Me corro! —les llegó el gruñido de su padre.

Aarón también estaba a punto de correrse.

Dante agarró a su mujer por la cintura y se impulsó hacia arriba, empalándola por completo y alzándola. Casandra gimió más fuerte. Su mano se aceleró sobre su clítoris y, de pronto, un chorro de fluidos salió disparado, salpicando toda la mesita de cristal que tenía delante. Y todo sin apartar la mirada de la de su hijo.

Fue tan excitante la escena, que tanto Vanesa como Aarón se movieron con más ímpetu, ella impulsando el culo hacia él y el chico embistiéndola con más fuerza. El cajón crujió y cedió bajo sus pies, cayendo los dos al suelo. Vanesa, emitiendo un gritito de sorpresa, se estrelló de lado en el adoquinado. Aarón controló más la caída al mantenerse agarrado al alféizar, de modo que cayó sobre sus pies, procurando no pisar a Vanesa.

La excitación se esfumó. El miedo a que su padre les descubriese activó la adrenalina. Agarró a Vanesa, que se quejaba en el suelo, con delicadeza, y la llevó en volandas a un lado de la casa, al opuesto donde se encontraba el Audi. Allí solo había una ventana con la persiana a medio bajar que daba al cuarto de la lavadora.

Aarón bajó a Vanesa con cuidado.

—¿Te has hecho daño? —le preguntó, mientras se guardaba la polla, cuya erección empezaba a decaer, dentro del pantalón.

Entonces vio que Vanesa tenía un hematoma en el muslo izquierdo y algunos arañazos cerca.

—Oh, joder, lo siento.

Pero Vanesa le sonrió.

—No pasa nada, tigretón. Me duele, pero no me voy a romper. —Le dio un beso en la mejilla—. Y ha sido la hostia.

Aarón, ya fuera del influjo de la lujuria desmedida, no lo veía tan claro. Se sentía culpable, y no solo por desear a su madre como lo había hecho. También por usar a Vanesa.

—Lo siento —dijo.

—No digas tonterías. Fue idea mía, además.

Aarón no le podía explicar el motivo concreto por el que se sentía culpable. Le dijo que esperase un momento y se asomó por la esquina para comprobar si su padre había salido a ver qué ocurría o algo por el estilo. No vio nada. Decidió acercarse para recoger los restos del cajón, cuyo fondo se había hundido por el peso de ambos. Lo llevó a donde se encontraba Vanesa. Lo dejaría allí hasta que fuese seguro devolverlo al garaje.

—¿Vamos al cine? —preguntó Vanesa.

Fue tan inesperado que Aarón se echó a reír. En ese momento, le vinieron oleadas de cariño hacia ella y la besó en la boca. La culpa se hizo más fuerte.

“Tampoco te vayas a poner a llorar, imbécil.”

4

Pasaron por una farmacia para comprar algodón y agua oxigenada. Vanesa se desinfectó los arañazos en el cuarto de baño del centro comercial y luego se metieron en la primera película que les llamó mínimamente la atención.

Había poca gente y Vanesa quiso sentarse en las últimas butacas, donde no había nadie. No habían pasado ni diez minutos de película cuando Vanesa se arrodilló entre sus piernas y liberó su polla, metiéndosela en la boca. La polla creció rápidamente entre sus labios y entonces se permitió juguetear con ella, lamiéndola por todos lados, empapándola en saliva, chupeteando el glande. Hasta que comenzó a devorarla por completo.

“Dios, cómo me encanta esta chica”, pensó, prometiéndose que canalizaría toda su lujuria hacia ella. Ya estaba bien de situaciones enfermizas.

Vanesa se tragó toda su corrida y regresó a su butaca, sonriendo.

—Antes me corrí como cuatro veces mientras me follabas —dijo—, así que me parecía injusto que tú te quedaras a medias. —Se besaron en los labios, y luego él la besó en el cuello, sintiéndose tan bien que deseó poder estar de aquella manera con ella para siempre. Entonces Vanesa añadió—: Aunque eso de que me follabas es un decir, porque en tu cabecita te estabas follando a tu madre, claramente. Y ella a ti.

El humor de Aarón se ensombreció, pero siguió dando besos a aquel cuello largo y esbelto, disfrutando el perfume de los suaves rizos.

—Y menudo pollón tiene tu padre, por amor de Dios —siguió ella, entusiasmada con el morbo de sus propias palabras—. Esa pedazo de cosa no creo que pudiera metérmela hasta la garganta como la tuya, pero seguro que tu madre la engulle como si nada. —Vanesa lo dijo sin pensar en cómo podían sentar sus palabras, sin ninguna intención de herir.

Aarón se apartó de ella.

—¿Qué quieres decir?

Vanesa le miró, extrañada.

—Nada —dijo, dándose cuenta de que algo le había molestado—. Solo estaba pensando sobre esas cuestiones. —Le dio un golpecito en el hombro—. ¿Qué te pasa?

—Que me la acabas de chupar pensando en la polla de mi padre. —Y, al momento, se dio cuenta de lo hipócrita que eran aquellas palabras. Pero no cedió. Los celos, esos celos que habían regresado tras cuatro años, eran tenaces como las fauces de un bulldog.

Vanesa también se dio cuenta de su hipocresía.

—Me acabas de empotrar hace nada, y claramente no me tenías a mí en mente. No te pongas digno ahora. Nos lo estábamos pasando bien, pero si te pones con estas chorradas, lo jodes todo.

—Ya.

Vanesa tenía razón, pero Aarón no podía dejar de pensar en que le había comparado con su padre, y no podía dejar de sentir que salía perdiendo. Como siempre. No encontró palabras de concilio, ni tampoco la pudo rebatir. De modo que se levantó sin dedicarle ni una mirada y se marchó del cine, dejándola allí sola con cara de pasmo.

Ser consciente de que estaba actuando como un niñato no le hizo sentir mejor.

5

“Gilipollas. Estúpido gilipollas. Retrasado de los cojones.”

Vanesa iba mascullando para sí estas y otras lindezas dedicadas a Aarón. Estaba tan furiosa que se había ido de la película a medias (tampoco era que le importase lo más mínimo). ¿Cómo se podía ser tan imbécil de estropear así un juego que iba como la seda?

Como algunas de sus exparejas podrían atestiguar, cuando Vanesa se cabreaba con alguien con quien mantenía algún tipo de relación (y no sabía ni cómo definir lo que había tenido con Aarón… ¿pareja de juegos morbosos?), su reacción era siempre de índole sexual. Lo que se traducía en follarse a quien fuese como venganza. En general, Vanesa gestionaba sus emociones con sexo.

Tenía ganas de dejarse empotrar por cualquiera, grabarlo y mandárselo al tonto de Aarón. Pero se controló. Trató de empatizar. El chico tenía, claramente, un complejo de inferioridad con su padre. Y no era de extrañar. Al menos, en lo que se refería a su polla, el padre ganaba por goleada, y eso que Aarón no estaba mal dotado en absoluto.

Pero lo que el muy pazguato no comprendía era que todo formaba parte del juego. Todo. Podrían estar de maravilla juntos y seguir con el juego. Se sentía muy decepcionada con él. Hacía años que Vanesa fantaseaba con tener un cómplice de fechorías y, pese a su personalidad reservada, había creído que Aarón era el indicado.

Vanesa se sorprendió al encontrarse enfrente del portal de su edificio. Estaba tan ensimismada en sus resentidos pensamientos que no había sido consciente del tiempo transcurrido. Subió en el ascensor y entró en su piso. Desde el estudio de su padre le llegó el teclear del ordenador. Saúl llevaba cerca de dos años sin ser capaz de escribir nada, pero desde hacía unos días, estaba en el extremo opuesto, escribiendo cada día durante un mínimo de tres horas. Era genial verlo tan motivado. Vanesa estaba segura de que no era ninguna casualidad que la reactivación creativa de su padre surgiese a partir del día en que había conocido a Casandra.

Se asomó a la puerta del estudio. Vio a su padre de espaldas, con una taza de café al lado. Las frases surgían una tras otra en el documento Word.

—¡Hola, papi! —saludó ella, muy alegre.

Como algunas de sus exparejas podrían atestiguar, cuando Vanesa estaba alterada era cuando más festiva se mostraba.

Saúl dio un respingo y miró por encima del hombro, acomodándose las gafas.

—Ah, hola, Vanesa —dijo—. No te oí entrar.

Vanesa fue hacia él dando saltitos como si estuviese desbordante de felicidad.

—Perdona por asustarte. —Le agarró por los hombros, desde detrás, y le plantó un beso en la mejilla. Desde allí, miró hacia la pantalla—. ¿Cuántas páginas llevas? ¿Mil cuatrocientos cinco?

Su padre se rio, dándole unas palmaditas en una de las manos.

—¡Qué va! Ciento veintidós. Pierdo mucho tiempo revisando cosas, tomando apuntes y esas cosas.

—Ya veo, ya veo. —La silla de su padre era de esas típicas de despacho con ruedas. Vanesa hizo que se separase un poco del escritorio—. A ver, déjame sitio, que quiero echar un vistazo. ¡Que necesitas mi opinión personal!

—Bueno, aún es pronto…

Vanesa puso las manos en sus rodillas y se las separó, lanzándole un guiño. Luego, se sentó sobre uno de sus muslos, meneando el trasero para acomodarse. Puso una pierna sobre el otro muslo, pegándose a la entrepierna de su padre. Inclinó la espalda hacia delante de manera que su trasero se hizo más notorio. Saúl se quedó paralizado, claramente incómodo, con las manos agarradas a los apoyabrazos de la silla como si no supiera donde ponerlas.

Vanesa, fingiendo que era ajena a todo esto, prestó atención a lo escrito por su padre. Moviendo la rueda del ratón, echó un vistazo rápido. En realidad, ya había estado cotilleando y sabía lo que buscaba.

—¡Anda! —dijo, como si acabase de encontrar algo inesperado—. “Sus músculos se movían bajo la piel como los de un gran felino, sensual y majestuosa, deslizándose sobre el cuerpo de Fernando. El camino hacia su interior era húmedo y abrasador. Fernando deseó que aquel sentimiento fuese eterno, que durase para siempre. Surcó aquella melena rubia. Estaba en las fauces de la tigresa, totalmente entregado a ella…” —Vanesa lanzó una mirada de niña traviesa a su padre—. Vaaaaaaya. Me pregunto quién te habrá inspirado para la creación de esta peligrosa tigresa.

Saúl soltó una risita incómoda. A veces, era como un crío. Bajo aquella barba tupida se podía adivinar su rubor.

—Bueno, en verdad es una mujer imponente —dijo, rascándose una sien.

—A ver cuándo me dedicas un personaje a mí. —Vanesa hizo un mohín un tanto exagerado.

—Ha habido personajes que tenían un poco de ti. Es difícil no sentirme influido por las personas más cercanas. Y nadie es más cercano que tú.

—Ya, pero yo quiero algo un poco más evidente. —Como si fuera casual, Vanesa se acomodó de nuevo en la pierna de su padre, apretando aún más su entrepierna. Saúl llevaba un pantalón de chándal, ese tipo de tela no disimularía ciertas reacciones—. Como le has dedicado a tu amiga, la rubia potente.

—No es mi amiga.

—Porque no te esfuerzas. Y no me cambies de tema. Que yo soy tu hija y esa señora es solo una mujer cachas. ¡Claro! Como yo no tengo un culazo tremendo, no sirvo como musa, ¿es eso?

—¿Qué estás diciendo? —Saúl le acarició los rizos con ternura—. ¿Estás bien? Te noto un poco alterada.

—Ya vuelve a desviar el tema, el tío. —Vanesa se puso en pie, de espaldas a su padre, y se subió la minifalda, dándose a sí misma un azote—. ¿Tan feo es mi culo?

—Tú no tienes nada feo, cariño —dijo su padre con cara de preferir encontrarse en las trincheras de alguna guerra antes que allí—. Eres lo más precioso del mundo.

Entonces se fijó en el hematoma rodeado de arañazos que tenía en el muslo izquierdo.

—¿Qué te ha pasado ahí?

—Ah, esto. —Vanesa apoyó el pie izquierdo en el muslo de su padre, casi rozando su ingle, poniéndole la contusión delante de la cara. Todo esto sin bajarse la minifalda, de manera que su tanga se mantenía visible—. Es que tuve una caída muy tonta hoy.

Con cierta reticencia, Saúl acarició el hematoma.

—Pues tienes que ponerte un poco de Betadine.

—Ya me puse agua oxigenada. Lo que me hace falta es un besito de papi.

Su padre la miró con tal cara de bobo que se echó a reír.

—Es darme un beso en una herida, no creo que sea ninguna depravación. ¿O es que ni eso me merezco? —Y puso otro mohín. Los mohines se le daban tan bien como los guiños—. ¿Tanto asco te da?

—Claro que no me da asco. Eso es imposible.

Saúl le dio un rápido beso.

—Pues para no darte asco, lo has hecho a la velocidad de la luz —se quejó ella—. Estoy segura de que te lo pide la tía de los músculos y tu boca sería como una sanguijuela.

Su padre se rio.

—Menudas cosas se te ocurren.

—¿Y es mentira?

Saúl, por fin, empezaba a entrar en su juego. Le sonrió con cierto brillo malicioso.

—Bueno, la verdad es que tiene unos muslos dignos de hincarles el diente —dijo, y sonrió con timidez, como avergonzado de lo que acababa de decir.

—¡Qué salido! —se escandalizó ella—. Será mejor que aparte mi feo muslo de tu cara, a ver si te vas a propasar.

—¡Qué dices! —Su padre tenía cuarenta y seis años. Resultaba divertido verlo en apuros como un adolescente.

—Como veo que te da tanto reparo…

Saúl pegó los labios al hematoma de su hija y los dejó allí algunos segundos. Vanesa sintió el calor de su aliento, el roce de su barba, la ligera humedad de su saliva. Y la no tan ligera humedad de su vagina.

—¿Satisfecha? —preguntó él alzando la cara.

—No ha estado mal. —Vanesa le sonrió, dándole una palmadita en la mejilla—. Si es que… Que solo son besos. No es tan complicado. —Se inclinó, apoyando las manos en sus muslos, y le dio un breve beso en los labios, exactamente como el que le había dado Casandra a su hijo en el vídeo—. ¿Ves?

—Vanesa… —Saúl giró un poco la cara.

—¿Te acuerdos del funeral de mamá?

Saúl se puso rígido. Su mirada se ensombreció. Vanesa supo que se había pasado. Su madre había muerto en un accidente de tráfico hacía dos años. Ella lo había superado. Él no. Pero continuó con lo que tenía que decir. Porque, tal como había percibido su padre, estaba alterada.

—¿Te acuerdas de esa noche? —Se lo dijo al oído, en un susurro.

Su padre la miró. Y ver que estaba a punto de echarse a llorar la hizo sentir culpable.

“Joder, cómo están los hombres de mi vida hoy.”

Saúl la agarró por los hombros y la hizo retroceder para poder levantarse. Luego salió del estudio, sin decir nada.

Vanesa no pudo evitar una ligera sonrisa, pese a los remordimientos. Había podido ver un bulto sospechoso en el pantalón de su padre.

6

Aarón estuvo dando vueltas durante bastante tiempo, cada vez más consciente de que había metido la pata con Vanesa. En varias ocasiones estuvo a punto de escribirle al WhatsApp, pero en cuanto recordaba el modo en que habló de la polla de su padre las ansias reconciliadoras se evaporaban.

Regresó a su casa pasadas las diez. Se sentía agotado, con ganas de comer cualquier cosa, darse una ducha rápida y dormir hasta que el mundo volviese a ser un lugar normal.

Todas las luces estaban apagadas, de modo que, pese a que no era tarde, dio por hecho que sus padres estarían durmiendo. Era lógico, habían estado todo el puto día follando como conejos.

Pero se equivocaba.

—Hola —susurró una voz desde las tinieblas de la sala.

Era su madre.

Aarón dio un respingo y volvió la cabeza. Al cabo de un rato, distinguió la figura de su madre en el sofá.

—Hola —susurró él también.

—Ven, siéntate un poco conmigo.

Aarón estuvo a punto de buscar alguna excusa, pero decidió ir con ella. Casandra estaba sentada en el mismo lado donde había estado cabalgando sobre Dante. También era el mismo lado donde había besado a Aarón, y donde él se había corrido contra su muslo. Se sentó junto a ella.

Las cortinas seguían igual que aquella tarde, con la misma separación por la que Vanesa y él les habían espiado. Ahora entraba un poco de iluminación de las farolas de la calle, la suficiente como para discernir algunos detalles más. Como que su madre estaba sentada con las dos piernas flexionadas, juntas, un talón bajo su nalga y el otro al lado. Llevaba un albornoz ligero y corto que ya le había visto otras veces, bastante abierto. No parecía que llevase nada más, a juzgar por el brillo de su piel. Emanaba un fuerte olor a champú y gel, de modo que Aarón dedujo que se había duchado hacía poco. Sostenía un vaso relleno de algo que no podía ver.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Aarón.

—No podía dormir. Tu padre, en cambio, es como si se hubiera quedado inconsciente.

—¿Y por qué a oscuras?

—Es más relajante. —Las sombras sobre la cara de su madre se movieron cuando sonrió—. ¿Alguna pregunta más, inspector?

—Pues sí. —Aarón también sonrió. Estar hablando de aquella manera, en la oscuridad, a susurros, le hacía sentir que eran partícipes de algo muy íntimo. Sintió un agradable cosquilleo en el vientre—. ¿Qué bebes?

—Leche. No había nada mejor. —Casandra bebió un sorbo—. ¿Y tú? ¿Qué tal la tarde?

La conversación era rara, como si su madre no le hubiese visto espiándola. Como si ella no se hubiese puesto a cabalgar a su padre mientras le miraba.

—Más o menos. —Aarón también podía jugar a preguntar como si no hubiera pasado lo que había pasado—. ¿Y tú qué tal la has pasado?

Casandra emitió una risita sofocada, consciente de lo absurdo de aquellas preguntas. Pero, seguramente, también consciente de que era inevitable fingir. Fingir hasta cuando era absurdamente obvio que fingían.

—Agotadora —respondió al fin, tras pensarlo.

—Me imagino. —Y, a su pesar, el tono de Aarón dejó traslucir sus sentimientos.

Ella se lo tomó a broma. Estiró una pierna para frotarle el muslo con el pie. Y ahí lo dejó.

—Estaba acordándome de una cosa —dijo.

“Hay unas cuantas cosas de las que acordarse.”

—¿De qué?

—¿Sabías que una vez, de pequeña, casi muero?

Aquello le pilló por sorpresa.

—Pues no, ¿cómo fue eso?

—Fue cuando tenía once años. Iba como una loca en bicicleta, como siempre. La rueda dio contra una piedra que sobresalía de la tierra y salí volando. Al principio pensé que no me había pasado nada. Hasta que vi un trozo de rama clavada en mi ingle. No tengo ni idea de cómo fue, pero la rama atravesó la ropa y se clavó como una flecha. No entendía nada, ni le veía la gravedad hasta que la sangre empezó a bajarme pierna abajo. Entré en pánico y salí corriendo a mi casa. —Sonrió, evocadora—. Sí, corriendo en esas condiciones. No me preguntes, yo tampoco sé cómo fui capaz. El caso es que tuve suerte, porque mi casa estaba cerca y mis padres estaban allí. Me desmayé antes de llegar a la puerta por la pérdida de sangre. Luego, me hicieron transfusiones y esas cosas. No me acuerdo bien ya. —Movió los dedos de los pies sobre el muslo de su hijo—. Es una birria de anécdota, ya lo sé. Casi me muero por una ramita.

—No, es muy fuerte.

—¿Quieres tocar la cicatriz? —Casandra se giró hacia él, cruzándose de piernas sobre el sofá, lo que implicaba que tenía los muslos muy separados. El breve albornoz dejaba sus piernas al descubierto, sus faldones caían sobre la entrepierna. Y estaba abierto hasta casi el ombligo, permitiendo vislumbrar parte de sus pechos. Aunque en aquella penumbra apenas se esbozaban.

“La herida era en la ingle.”

—Vale —respondió. El corazón se le había acelerado considerablemente.

Su madre dejó el vaso de leche en el suelo y se inclinó para cogerle por una muñeca. Dirigió la mano de su hijo bajo el albornoz, hacia su entrepierna. Aarón sintió el calor que emanaba aquella zona, o tal vez estaba demasiado sugestionado. Casandra le hizo posar los dedos en la ingle, más cerca de la pelvis que del muslo. Le cogió dos dedos y se los movió sobre una zona.

—¿Lo notas? —preguntó ella.

Aarón solo notaba deseos de apoyar toda la mano y absorber aquella suavidad cálida a raudales. Se concentró y entonces sí notó algo. Una zona un poco más suave que el resto.

—Sí, ahora sí.

—Parece mentira que una herida tan grave me dejase una cicatriz tan ínfima, ¿verdad? —Ahora Casandra le hacía mover los dedos por toda la línea de la ingle.

Aarón tragó saliva. El brillo en la mirada de su madre destacaba en la semioscuridad. Estaba fija en él.

Su madre le soltó la mano. Aarón, tras un momento de duda, la retiró.

—Hay otra cosa que te quiero enseñar. —Casandra cogió algo que estaba junto al apoyabrazos de su lado. Era su móvil. El brillo de la pantalla iluminó su rostro y su pelo aún mojado, que caía sobre sus clavículas desnudas. Toqueteó un poco y le puso la pantalla delante de la cara—. ¿Tienes idea de por qué Vanesa me mandó esto? Fue el día que os pillé besándoos tan apasionadamente en el gimnasio.

Era el vídeo que Vanesa había grabado de ella echándole en la boca una cantidad considerable de saliva. Se lo había mandado por Instagram, claro, ya que no tenía su número de móvil. Debajo, tan solo le había dejado un emoji guiñando el ojo (como no podía ser de otra manera).

“Joder con la puñetera Vanesa.”

—No tenía ni idea… —¿Qué otra cosa podía decir?

—Yo tampoco tenía ni idea de que te gustaba… beber así. —Casandra dejó el móvil donde estaba—. ¿Quieres un poco de leche?

—No, la verdad.

—Yo creo que sí. Piénsalo bien.

Aarón iba a decir que no entendía, hasta que cayó en la cuenta.

Casandra se inclinó hasta casi caer para coger el vaso de leche, que aún estaba por la mitad.

—¿Quieres? —preguntó ella de nuevo.

—Sí —musitó él. El cosquilleo en el vientre se hizo más intenso. Y más placentero.

Su madre bebió un trago de leche y lo retuvo en la boca. Se pegó a Aarón, le puso las manos en las mejillas y le levantó la cara. Él abrió la boca. Sintió cómo caía la leche poco a poco en su garganta desde los labios entreabiertos de su madre. La polla de Aarón comenzó a palpitar. Se endurecía a cada latido.

Cuando el chorro finalizó, sintió la lengua de su madre pasando sobre sus labios en una lenta pasada. Luego, Casandra alzó el vaso y vertió lo que quedaba sobre la frente de Aarón. Su rostro quedó empapado, la leche goteaba sobre su camiseta, se deslizaba por su cuello. Su madre se montó sobre él a horcajadas, dejando el vaso a un lado, y comenzó a lamerle la cara con pasadas largas y lentas. Le agarró del pelo, le echó la cabeza hacia atrás y la lengua recorrió su cuello, poniéndole la piel de gallina. Su polla estaba a punto de reventar. Los lametones de su madre se hicieron más ansiosos, más ruidosos. De pronto, le escupió en la cara una cantidad indecente de saliva y leche, y volvió a lamerle, con más apetito, emitiendo gemidos roncos, paseando la lengua ancha y húmeda por su frente, la nariz, las mejillas, y luego el cuello, chupeteándolo, y luego las orejas, primero una, luego la otra.

Aarón había estado con los dedos engarfiados en el sofá, aún resistiéndose a llevar aquello más lejos. Pero ya no podía más y sus manos recorrieron los muslos fuertes, deleitándose al repasar las líneas de los músculos, la suavidad de la piel, y ascendió hasta las nalgas, se las agarró con fuerza y la atrajo contra su cuerpo para que su abultado paquete quedara pegado a su coño. Casandra, sin dejar de lamer como una perra sedienta, comenzó a mover las caderas, frotándose contra su polla. Aarón seguía manoseando aquel culo deseado durante tanto tiempo.

De pronto, a segundos de correrse, se apartó, poniéndose en pie. Aarón la miró como un cachorro al que, de repente, le quitan la comida que estaba saboreando como si nada en el mundo importase más.

—Esto es un error —susurró ella. Respiraba con fuerza, más que cuando entrenaba—. Tenemos que irnos a la cama.

“Tiene razón”, pensó él mientras se desabrochaba el pantalón y se sacaba la polla, endurecida como una roca, y empezó a pajearse.

—Hijo de puta —dijo su madre. Se arrodilló en el suelo, entre las piernas abiertas de su hijo, y le apartó las manos para aferrar ella la polla. Acercó la cara y se puso a frotársela por las mejillas, pringándose de líquido preseminal. Luego, Casandra envolvió la polla con un mechón de su propio pelo, que estaba frío por la humedad de la ducha, y comenzó a masturbarlo así. Estaba claro que su madre no era de hacer las cosas convencionales sin más.

Sin dejar de masturbarlo, su madre envolvió su glande con los labios y se puso a chupetearlo. Aarón hubiera querido que aquello durase indefinidamente, pero la proximidad de su orgasmo indicaba que más bien iban a ser diez segundos, como mucho.

En el piso superior, se escuchó claramente el sonido de orina cayendo sobre agua. Su padre estaba en el baño.

Casandra se asustó y quiso apartarse de la polla de su hijo. Aarón, en cambio, ya estaba a punto de eyacular y perdió el control. Sujetó la cabeza de su madre con las dos manos y presionó para que se la metiese casi entera, incluyendo el pelo que la envolvía. Empezó a correrse directamente en su garganta, apretando fuerte los dientes. Ella, tras un instante de resistencia por lo inesperado, se encajó aún más la polla, hasta el fondo.

Arriba, Dante terminó de orinar. Tiró de la cisterna.

Aarón, por fin, relajó el cuerpo. Casandra se sacó la polla de la boca. De sus labios caían viscosos hilos de esperma. De su pelo, también.

Dante encendió la luz del pasillo superior.

—¿Princesa?

“Estúpido mote.”

Casandra se recogió el semen que le colgaba de su boca y lo tragó. Aarón, recuperada la lucidez, se puso en pie, aterrado. Con gestos, su madre le hizo esconderse detrás de la mesa de comedor que había al lado. Ella se tumbó en el sofá, de costado.

Cuando Dante encendió la luz de la sala, su esposa parecía que acababa de despertarse, con los ojos entornados.

—¡Apaga eso, que me quedo ciega! —dijo, irritada.

—Perdón, perdón. —El padre de Aarón apagó de nuevo la luz—. ¿Qué haces aquí?

—No tenía sueño y me puse aquí un rato. Y se ve que me dormí.

—Está claro —dijo él de buen humor—. ¿Aarón no ha llegado aún?

—Me mandó un mensaje hace un rato. Dijo que llegaría sobre las once o doce. Se fue al cine con su chica, a una de las últimas sesiones.

—Esas son las mejores sesiones para hacer cosas más divertidas que ver una película. —El tono lascivo de Dante despertó la rabia anterior de Aarón.

—Bueno —dijo su padre—, ¿vienes a la cama?

—Antes voy a hacer un pis.

—Eso también lo puedes hacer en la cama. Y en mi boca.

—Anda, deja alguna guarrada para mañana también. No todo tiene que ser hoy. Y estoy agotada.

—Perdona, es que son muchos años de abstinencia.

Escuchó los pasos de sus padres alejándose. Subiendo la escalera. Tal como dijo, su madre fue al baño. Escuchó el sonido de la orina. Luego, la cisterna, el grifo del lavabo. Y, a continuación, la puerta del dormitorio de sus padres cerrándose.

Aarón se puso en pie.

“¿De verdad ha pasado lo que ha pasado?”

CONTINUARÁ

Canción del día:

Nine Inch Nails - Closer