ALETEO DE MARIPOSA 3: El juego de las tentaciones

Llegó el día: el padre de Aarón sale de la cárcel. Pero antes, gracias a unos oportunos flashbacks, vemos que la relación entre Aarón y Vanesa sigue su curso, y que la chica pone todo su empeño en explotar esa tensión sexual que intuye entre madre e hijo.

CAPÍTULO TRES

EL JUEGO DE LAS TENTACIONES

1

Aarón tenía varios recuerdos asociados al arresto de su padre y posterior ingreso en prisión. Recordaba a la policía llamando a la puerta, los grilletes, los titulares, su madre irascible durante varios meses, agotándose a sí misma hasta el extremo en sus entrenamientos, muchas charlas telefónicas con el abogado, las visitas a prisión (cada vez más espaciadas en el caso de Aarón).

Su padre había matado a un hombre. Un hombre que era un amigo de la familia. Aarón recordaba a Edelmiro como un tipo de risa escandalosa, el típico cuarentón juerguista, eterno soltero por ser incapaz de comprometerse con nada ni con nadie.

Al parecer, él y su padre habían tenido una violenta discusión en la casa de Edelmiro que se fue de las manos. Una mala caída. Había sido algo accidental. Edelmiro tenía una fractura craneal debido a que, durante el forcejeo, se había golpeado la cabeza contra la esquina de una mesa, encontrando así su muerte.

Pero las pruebas no estaban tan claras. Y que lo primero que hizo el padre de Aarón fuese irse a su casa en vez de llamar a la policía directamente tampoco ayudaba. Según había declarado, se había asustado y su primera reacción fue volver con su familia. Luego, una vez se hubo calmado, llamó a la policía.

Finalmente, el juicio se resolvió con una sentencia de cuatro años de cárcel.

No obstante, había otro recuerdo mucho más nítido. Esa noche en la que Edelmiro terminó sus días, Aarón se despertó sobresaltado. Era tarde. Lo último que recordaba era que había cenado, visto una película e ido a la cama sin que sus padres hubiesen aparecido. Habían salido a cenar y a divertirse, como tantos otros fines de semana.

Lo que le había despertado eran los gemidos de su madre, ahogados por la puerta cerrada. Se puso en pie, todavía aturdido por el sueño, un poco preocupado. Se puso las zapatillas y salió al pasillo.

—¿Mamá? —preguntó.

La puerta del cuarto de sus padres, situado al lado del baño, estaba entreabierta y la luz encendida. Los gemidos de su madre sonaban más fuertes en el pasillo.

—¿Mamá?

Aarón se encaminó hacia la puerta, nervioso. Tiritaba. La noche era fría.

Cuando solo le faltaban dos pasos para llegar hasta la puerta y ver lo que estaba sucediendo, su madre se asomó, sacando medio cuerpo y manteniendo la puerta sujeta de manera que Aarón no podía ver qué sucedía dentro. El pasillo estaba en penumbra, pero la luz del interior del dormitorio le permitió ver que su madre llevaba una blusa completamente abierta. Sus pechos brillaban por el sudor, lo cual le pareció extraño. También el rostro de Casandra se veía sofocado y húmedo por la transpiración. El pelo estaba completamente revuelto, varios mechones le caían desordenados delante de la cara. La posición de su cuerpo también era extraña, tan inclinada que casi tenía el torso en posición horizontal.

—¿Qué pasa, cariño? —le preguntó con voz sofocada.

Aarón, todavía más extrañado por todo lo que estaba sucediendo y empezando a pensar que se encontraba dentro de un sueño, todavía dio un paso más, reduciendo la distancia con el rostro congestionado de su madre a menos de cinco centímetros.

—Te oí quejarte —explicó—. ¿Estás bien?

—Oh, cariño. —La voz de su madre sonaba extraña, entre alterada y melosa, alejada de su habitual voz controlada. Con la mano que no sostenía la puerta acarició el hombro de Aarón por encima del pijama—. No pasa nad… —De pronto, su madre sufrió una convulsión que la empujó hacia adelante, provocando otro de aquellos quejidos. Su aliento cálido golpeó el rostro de Aarón, que se quedó con la mirada clavada en su boca entreabierta, en la saliva que humedecía sus labios.

Comenzó un rítmico sonido que sonaba como si alguien estuviese dando palmadas con las manos muy húmedas. Aarón bajó la mirada. Los pechos de su madre se balanceaban con cada una de aquellas palmadas. Bajó un poco más la mirada. La rendija le permitió ver una pierna desnuda de su madre y otra pierna desnuda de hombre.

Casandra deslizó su mano libre por el cuello del pijama de Aarón, entrando en contacto con su piel desnuda, y comenzó a masajearle con fuerza el omóplato, atrayéndolo un poco más hacia ella de tal modo que sus mejillas quedaron pegadas. Su madre le habló directamente al oído, con susurros apresurados.

—Cariño, cariño —le dijo—, no pasa nada. Papá y yo estamos jugando, ¿vale? Vete a la cama tranquilo. —Pero su mano continuaba frotando el omóplato de Aarón, subiendo y bajando cada vez más. Ascendía hasta la nuca, descendía hasta casi llegar a los lumbares.

Cada vez que Casandra recibía una embestida, su mejilla presionaba la de Aarón.

—Vamos, vete a la cama, amor —le susurró su madre, jadeando con fuerza, sin dejar de pasar la mano por su espalda con tanta fuerza que sus mejillas aumentaron la presión entre ellas.

Una de las constantes arremetidas fue más fuerte y su madre le gimió en el oído. De pronto, sintió el lóbulo de su oreja siendo atrapado entre los labios mojados de Casandra. Comenzó a chupárselo con fruición, aplicando labios y lengua, ensordeciéndole con los chasquidos.

A Aarón se le puso la piel de gallina, se le erizó el pelo de la nuca y emitió un pequeño gemido. Nunca había sentido algo como aquello, pero le resultó muy placentero. Su madre aumentó la intensidad y ahora prácticamente le chupaba y lamía la oreja entera. Aarón empezó a cabecear inconscientemente, buscando frotarse contra aquella lengua ansiosa que le estaba otorgando un placer desconocido hasta entonces. La saliva empapaba su oreja, se deslizaba por su cuello.

La mano de su madre abandonó su espalda y descendió hasta su pene, completamente erecto. La mano se cerró por encima del pijama en torno al duro miembro.

—Abre la boca —susurró su madre con voz agitada. Tras ella, las palmadas húmedas seguían. El temblor en su cuerpo por cada embestida continuaba.

Aarón obedeció. Se sentía como en otro mundo totalmente ajeno a la realidad.

La boca de su madre se fundió con la suya con tal voracidad que parecía querer devorarle. Le chupeteó los labios, primero el inferior, luego el superior. Le metió la lengua en la boca y se enroscó con la suya. Aarón reaccionaba torpemente, pero muy excitado.

La mano en su miembro comenzó a moverse hacia delante y hacia atrás. Aarón gimió dentro de la boca de su madre, sin dejar de intentar seguirle el ritmo a aquella lengua depredadora.

Aarón comenzó a eyacular. La mano de su madre aumentó la fuerza y la presión de sus sacudidas. Sus besos se volvieron más intensos a medida que exprimía hasta la última gota de su hijo. El semen atravesó la tela de la ropa interior y del pijama. Aarón temblaba de arriba abajo.

—Vete a la cama, cariño —dijo su madre de nuevo. Le pasó la lengua por toda la mejilla, dejando un reguero de saliva, y se metió dentro del dormitorio, cerrando la puerta de golpe.

Algo impactó contra la puerta, como si un cuerpo hubiese chocado contra ella. Los gemidos de su madre sonaron sin ningún tipo de pudor, totalmente desatada en su placer. Esta vez también pudo oír los gruñidos de su padre. Quizá antes también se escuchaban, pero Aarón solo había tenido oídos para los sonidos de su madre.

Se sentía como si en su cerebro hubiese ocurrido algún desastre meteorológico y fuese declarado zona catastrófica. Con el olor y la humedad de la saliva de su madre en su cara y en su boca, el pantalón mojado de semen en la entrepierna y el corazón galopando como un potro espantado, Aarón regresó a su dormitorio.

Una hora más tarde, su madre abrió la puerta de su cuarto.

—¿Estás despierto? —le susurró.

—Sí —contestó Aarón, todavía conmocionado.

Casandra se acercó hasta su cama, en la oscuridad, y se sentó a su lado, pegando un muslo a su torso. Se inclinó sobre él y le acarició el pelo con ternura.

—Cariño, tengo que pedirte un gran favor —le dijo—. ¿Le harás un gran favor a mamá?

—Sí —respondió Aarón, convencido de que la recompensa al final de ese favor sería volver a experimentar el placer que su madre le había regalado hacía un rato.

Nunca ocurrió tal cosa. Su madre actuó como si aquello jamás hubiese ocurrido y durante mucho tiempo, meses, todas las pajas que se hacía estaban asociadas a ese recuerdo. No fantaseaba, no pensaba en otra cosa. Solo recordaba y revivía aquella experiencia.

Pero, naturalmente, aquella noche y todas las veces que hicieron falta Aarón hizo lo que su madre le pidió. De ese modo, testificó en todas las ocasiones que fueron requeridas que su madre había estado en casa con él, y que su padre había salido solo. Nunca preguntó por qué le habían pedido eso. Ni tampoco se lo cuestionó. Estaba demasiado obnubilado por el deseo insoportable de volver a sentir la lengua de su madre. Y, cuando pasó el tiempo, al enterrar ese recuerdo, por asociación, también enterró el otro.

2

Su padre no había cambiado nada, salvo por el pelo, que lo tenía más corto, y la barba, que la tenía más larga. Por lo demás, el mismo cabello rubio oscuro, la misma constitución fuerte. Los brazos parecían incluso más musculosos que antes. La camiseta se ajustaba a sus amplios pectorales. El mismo metro noventa. Ni siquiera había perdido aquella mirada de canalla de película, con sonrisa a juego incluida.

Era miércoles, pero Casandra había cerrado el gimnasio todo el día “por motivos personales” y había ido a recoger a su marido con el Audi negro, que no se había tocado desde que el padre de Aarón entró en prisión. Antes de ir hasta el centro penitenciario, Casandra llevó el Audi a un túnel de lavado. Estaba con los nervios a flor de piel. Había insistido en que Aarón la acompañase, pese a las reticencias de su hijo.

—Lo primero que tiene que ver tu padre cuando salga de ese lugar es a su familia.

Aarón sabía bien en lo primero que se iba a fijar. Casandra se había puesto para la ocasión un sencillo vestido rojo oscuro sin mangas, que se ceñía a su cintura y cubría su trasero por los pelos. No tenía escote, pero sí le dejaba la hermosa espalda al descubierto. Por los lados, los orificios para pasar los brazos eran tan amplios que se podía ver la insinuación del lateral de sus senos, delatando que no llevaba sujetador.

Sentado en el asiento del copiloto, el campo visual de Aarón se empeñaba en mostrarle las piernas de su madre. El vestido era bastante corto, y teniendo en cuenta el culo que gastaba, una parte de su cerebro se hacía preguntas tales como si, al estar sentada, parte de sus nalgas quedaban desnudas sobre el asiento. O, ¿hasta dónde llegaba la falda por el lado en esa postura? ¿Alcanzaría a revelar el inicio de la curva de su nalga?

Para cuando aparcaron frente a la institución carcelaria, Aarón sudaba por algo más que los casi treinta grados del exterior.

Cuando su padre apareció, llevando una mochila sobre un hombro, Casandra salió del coche. Aarón se quedó dentro, con la ventanilla bajada y el codo apoyado en la puerta. Su madre llevaba unas sandalias negras de tacón alto que realzaban aún más el contoneo de su grandioso culo. El movimiento de la falda del vestido a cada uno de sus pasos era hipnótico. Casandra esperó a su marido a medio metro de la puerta del copiloto, cargando el peso del cuerpo en una pierna de manera que la curva de la cadera se hizo más notoria por ese lado.

Dante se acercó a su mujer, sonriendo.

—Vaya, vaya —dijo, con su habitual desparpajo, arrastrando ligeramente las palabras. No parecía que hubiese salido de la cárcel después de cuatro años, sino que regresase de unas vacaciones—. Esa rubia explosiva no me estará esperando a mí, ¿verdad?

—Ya lo creo que sí, hombretón.

Dante no tardó en alcanzar a su esposa y menos aún en pegar su cuerpo al de ella, fundiéndose en un beso apasionado. Casandra le rodeó el cuello. Dante dejó caer la mochila al suelo y llevó las manos a las nalgas de su mujer, levantando el vestido lo suficiente como para que parte del fantástico culo quedase al descubierto.

Aarón apartó la mirada, molesto.

A medida que sus padres se besaban, entre sonidos viscosos y ronroneos, Dante estaba haciendo que Casandra retrocediese. De pronto, Aarón sintió el tacto del culo de su madre contra su antebrazo. Él lo apartó instintivamente, volviendo la mirada hacia el espectáculo que tenía a unos centímetros de su cara.

Su padre le había levantado el vestido casi hasta la cintura, de modo que el culo de su madre estaba al desnudo. Las manazas de su padre lo sobaban a conciencia. La empujó aún más contra el coche, que se movió por el peso. El culo de su madre se apoyó en el hueco de la ventanilla, estaba a punto de rozarle el brazo a Aarón, que ahora era incapaz de apartar la mirada. Casandra llevaba un tanga que por detrás era poco más que un hilo perdido entre sus nalgas. Cuando su padre le separó las cachas, Aarón pudo ver que el tanga ni siquiera podía tapar el ano, que asomaba a ambos lados de la tela.

—¡Oh, joder! —gimió Casandra en algún momento en que pararon de comerse la boca para respirar—. Cuánto echaba de menos esto.

Acomodó el culo en el hueco de la ventanilla, echándolo más para atrás. Dante tiró de la tela del tanga hacia arriba y Aarón pudo ver asomando los labios vaginales acogiendo la delgada tela entre sus carnosas y húmedas fauces. Se quedó mirando embobado, con la boca abierta. Tenía la polla completamente dura. Se recorrió los labios con la lengua despacio, imaginando el tacto de aquellos otros labios.

—¡Basta, basta! —dijo Casandra, apartando un poco a Dante—. Que está aquí el niño.

“El niño.”

—Joder, eso se dice antes. —Dante se asomó a la ventanilla en cuanto Casandra se apartó, bajándose el vestido—. Hola, hijo —le dijo, dándole unas palmadas en el pecho—. Menudo espectáculo te acabamos de dar, ¿eh? Veo que te has hecho todo un hombre.

—Ya te dije que estaba hecho un toro —dijo su madre—. Le he metido bastante caña.

—Se nota, se nota.

—Aarón —le dijo Casandra—. Pásate al asiento de detrás.

Por suerte, cuando Aarón salió del coche su padre estaba de espaldas, recogiendo la mochila que había dejado caer y su madre estaba rodeando el coche para ponerse al volante. Aarón se metió rápidamente en el asiento trasero, antes de que alguno de sus padres reparase en el bulto que exhibía su entrepierna.

Desde detrás del asiento del copiloto, Aarón tuvo una vista privilegiada de la pierna derecha de su madre. El vestido parecía habérsele subido hasta la ingle, de modo que su muslo estaba totalmente al desnudo. Se presionó la erección del modo más disimulado posible con las dos manos.

“Todo esto es culpa de la jodida Vanesa”, pensó.

Porque, hasta hacía unos días, sus muros mentales contra los deseos sexuales prohibitivos estaban en bastante buena forma. (Salvo por pequeños detalles como cuando casi entró en el cuarto de baño, polla en ristre, mientras su madre se duchaba.)

Su padre entró al coche y lanzó la mochila al asiento trasero, lo cual rebajó la libido de Aarón varios grados.

Casandra se puso en marcha.

Dante poco tardó en poner la mano sobre el muslo de su esposa, acariciándolo de arriba abajo sin cesar.

—¿Y qué me cuentas, Aarón? —preguntó su padre, sin dejar de manosear la pierna de Casandra—. ¿Qué tal los estudios? ¿Te ha quedado alguna para septiembre?

—No, ninguna —respondió Aarón, queriendo dejar de mirar los movimientos de aquella mano, sintiéndose molesto y celoso, y odiándose un poco por estos sentimientos.

—¿Cuántas novias has tenido ya? Estás hecho todo un hombre, se nota el trabajo con tu madre.

—Tiene una novia muy guapa —intervino Casandra—. Está viniendo al gimnasio también. Incluso vino un par de veces a nuestros entrenamientos, pero últimamente parece que no ha podido.

—¡Hombre! Enhorabuena, campeón. Estoy deseando conocerla. ¿Es buena chica?

Casandra dudó un momento.

—Es simpática.

—Entonces imagino que ya tienes plan para esta tarde, ¿eh, Aarón?

La indirecta estaba clara, pero, por si acaso, la mano de su padre exploró más entre las piernas de Casandra. Por el movimiento de su rodilla, Aarón se dio cuenta de que su madre había separado un poco los muslos. Por el retrovisor, vio que se mordía los labios.

—Pásalo bien con tu chica —le dijo su padre—. Te daré dinero para que la invites a cenar, al cine y esas cosas. Tu madre y yo debemos ponernos al día en privado.

Aarón no dijo nada, apretando los dientes. Su madre también le había pedido que saliese esa tarde con Vanesa, de modo que estaban citados para dentro de una hora en el centro comercial.

3

Los días previos a la salida de su padre de la cárcel fueron una locura para Aarón, al menos en todo lo referido a Vanesa.

Para empezar, al día siguiente de que Vanesa se pusiera sobre él para comerle la boca mientras restregaba su coño desnudo y empapado contra su pierna, Aarón recibió un WhatsApp de ella.

VANESA: Quieres meterme los dedos en el coño?

Tras la sorpresa inicial, Aarón respondió que por supuesto. Pero, claro, con Vanesa las cosas no eran tan sencillas.

VANESA: Muy bien, pues a partir de este momento empiezan “Las misiones de Vanesa”. Tú cumples la misión y yo te doy la recompensa requerida. Y en este caso la recompensa será que te deje meterme los dedos en el coño hasta que me corra.

AARÓN: ¿Y la misión?

VANESA: Quiero que me traigas un tanga de tu madre.

“Ya empezamos.”

Aarón iba a negarse en redondo.

AARÓN: No sé

¿De verdad lo estaba dudando?

VANESA: Bueno, tienes hasta las 5 de la tarde. Si lo tienes, me mandas un mensaje y quedamos en el centro comercial. Si no, no nos volveremos a ver. Son las reglas del juego, my friend!

Mientras una parte de su cerebro clamaba por dejar que aquella chica saliese de su vida sin más, porque era obvio que solo le iba a traer problemas, la otra parte de su cerebro estaba ocupada llevando su cuerpo al pasillo. Su madre ya había salido a correr, se había duchado y estaba en la planta inferior, desayunando mientras veía la televisión. En cuestión de una hora, saldrían al gimnasio. Era sábado, de modo que solo abrirían hasta las dos de la tarde. Si iba a seguirle el juego a la loca de Vanesa, el momento era este.

Con el corazón atronando y la culpa clavando sus punzantes dientes en su conciencia, entró en el dormitorio de su madre. Que, en realidad, era el dormitorio de sus padres. Vio que la cama ya estaba hecha. Había un libro en la mesita de noche; “Los Miserables”. Sin dejar de mirar una y otra vez hacia la puerta, esperando encontrarse a su madre pillándolo con las manos en la masa (o en las bragas), abrió el cajón de la cómoda donde sabía que guardaba la ropa interior. No fue selectivo, cogió una prenda blanca, se la metió en el bolsillo y fue a su cuarto. Antes de esconderla bajo el colchón, comprobó que se trataba de un tanga con algunos bordados en la parte frontal. No pudo evitar pensar en aquella prenda perdiéndose entre las nalgas de su madre y ajustándose a su vulva como un suave guante.

Sacudió la cabeza, alejando esos pensamientos. O intentándolo.

La mañana transcurrió con normalidad. Aarón le mandó un WhatsApp a Vanesa para decirle que había cumplido su parte.

VANESA: Sabía que lo harías, tigretón. No te arrepentirás.

Y muchos emojis con forma de corazón.

Siendo sábado por la tarde, el Centro Comercial Kant estaba bastante lleno de gente. Se trataba de un edificio de tres plantas con multitud de tiendas y unos multicines. La aglomeración de personas era previsible.

Se le hizo la boca agua al verla con aquella minifalda vaquera, las medias negras hasta medio muslo, unas zapatillas deportivas y la camiseta, también negra, que le dejaba el ombligo al descubierto. La correa del pequeño bolso que llevaba pasaba entre sus pechos, realzándolos.

Se acercó a ella, seguramente con una sonrisa boba. Vanesa se acomodó las gafas con un gesto muy coqueto y también le sonrió.

—Hola, guapetón. —Y le rodeó el cuello para besarle.

Aarón no se lo esperaba, pero no tardó en corresponder. Fue un beso menos intenso que el primero que se dieron en el gimnasio, pero delicioso, saboreándose los labios y las lenguas despacio. Aarón sintió que el mundo desaparecía, engullido por la sensación de gozo que les aislaba del gentío.

La mano de Vanesa rebuscó en el bolsillo de su pantalón y eso le hizo volver un poco a la realidad. Era el bolsillo donde llevaba el tanga.

—Ese bulto delata tu pecado, tigretón —le dijo ella al oído—. Y seguro que viene otro bulto en camino que te delataría.

Era cierto. Su erección comenzaba a manifestarse. Se separaron. Vanesa, con un gesto rápido, metió el tanga en su bolso.

—Espérame aquí. —Vanesa retrocedió, guiñándole un ojo—. Enseguida vuelvo.

Aarón la vio alejarse en dirección a los baños públicos que había un poco más atrás. Sus ojos devoraron el contoneo de sus caderas, la franja de carne blanca desnuda entre la minifalda y las medias.

“Contrólate, que no es cuestión de andar empalmado por aquí.”

Vanesa regresó al poco y le agarró por el brazo como si fueran pareja. Estuvo a punto de preguntarle si, efectivamente, lo eran. Pero algo le dijo que eso rompería la química que había entre ellos en ese momento.

Mientras le contaba anécdotas sobre su carrera universitaria (estaba estudiando filología española) o curiosidades sobre las novelas de su padre (el título “Acero Rojo” se le había ocurrido a ella), Vanesa le condujo hacia el Parque de los Cerezos.

Paradójicamente, el parque no tenía ni un solo cerezo dentro de su extenso perímetro, pero sí otros muchos árboles y arbustos, que lo convertían en un lugar laberíntico, con varios escondites apartados donde los amantes iban en busca de un poco de privacidad, sobre todo estudiantes del instituto cercano (donde Aarón había terminado su último curso de bachillerato ese mismo año). Pero a esas horas, un sábado, por allí solo había parejas y familias paseando, o gente haciendo deporte, sacando a sus perros…

Para ser nueva en la ciudad, Vanesa demostró un ojo clínico para encontrar un hueco entre arbustos y árboles bastante íntimo. Sin mediar palabra, se pegó a Aarón, llevando las dos manos a su nuca, y esta vez sí comenzó a besarle con una intensidad similar a la del día anterior, con mucha lengua, mucho chupetear de labios, mucha saliva que no tardó en humedecer y empapar sus barbillas. Aarón estaba en éxtasis. Una de sus manos escarbaba entre los frondosos rizos, que olían maravillosamente, y su otra mano recorrió su espalda hasta posicionarse sobre el culo, por encima de la minifalda.

—¿Qué tal si coges tu recompensa? —le dijo Vanesa despegando un momento sus labios; al hacerlo, varios hilillos de saliva se extendieron y rompieron, goteando sobre la camiseta de ambos.

Un poco tímido al principio, Aarón exploró bajo la minifalda, empezando por detrás. Notó los suaves glúteos desnudos prácticamente en su totalidad. Al principio creyó que no llevaba ropa interior, pero pronto vio que se trataba de un escaso tanga.

—Ese no es mi coño, tigretón —le dijo Vanesa, mientras le besuqueaba el cuello, cuando Aarón, en su emoción, estaba sobando su culo tan a conciencia que sus manos ya se metían entre las nalgas—. Entiendo que con esa madre debes de tener una fijación importante por los culos.

Aarón se sintió molesto y excitado por el comentario. Aquello no era cierto. No del todo, al menos. Pero no dijo nada. Simplemente, dirigió una mano hacia la entrepierna de Vanesa, dejando la otra aferrada a una de sus nalgas.

—Venga —jadeó Vanesa lamiéndole el cuello—, quiero que me dejes el coño tan mojado que puedas meter la mano entera.

La polla de Aarón estaba como un mástil. Comenzó a masajear sobre la tela de la ropa interior, notando la maleabilidad de los labios vaginales, por no hablar del calor y la creciente humedad.

—Por cierto —dijo ella—, eso que estás empapando con mis fluidos es el tanga de tu madre.

Aarón se quedó paralizado. Al menos un segundo, a lo mejor hasta dos. Luego continuó con renovada excitación, presionando más fuerte, de tal modo que parecía que le quería meter la tela dentro del coño. Los labios vaginales se salían del borde y, al notarlos, pasó a deslizar la mano dentro del tanga para un contacto directo.

—¡Oh, sí, joder! —Vanesa se dio la vuelta en sus brazos, pegando la espalda a su pecho y el culo a su abultado paquete. Para entonces, la minifalda la tenía subida hasta la cintura. Aarón la penetró con dos dedos mientras con la otra mano estrujaba uno de los pechos por encima de la camiseta, atrayéndola aún más a su cuerpo, restregando la entrepierna contra su culo.

Aarón notaba su mano completamente empapada. Sus dos dedos entraban con tanta facilidad que pasó a meter tres, introduciéndolos con fuerza, a veces dejándolos dentro y moviendo la mano a los lados, dejándose llevar.

—Desgárrame el coño, tigre —gimió Vanesa, echando la cabeza hacia atrás, sacando la lengua para encontrarse con la de él.

Aarón metió la otra mano por debajo de la camiseta para seguir sobando los pechos de ella, manoseándolos por encima y por debajo del sujetador.

Si alguien aparecía por aquel rincón, iba a encontrarse con un buen show, pero a Aarón le traía sin cuidado. Estaba tan excitado que ni siquiera se lo planteaba. Vanesa no dejaba de gemir lo más bajo posible y de restregar el culo contra su polla, mientras que él también la embestía como si estuviesen follando (¡ojalá!), al ritmo de los movimientos de su mano en el coño de ella.

—Ve a por el cuarto dedo y dale fuerte, que me voy a correr —dijo Vanesa, lanzándole un lametón ensalivado a la boca.

Así lo hizo Aarón. Metió el meñique y comenzó a mover la mano con fuerza, arriba y bajo, a un lado y a otro. Tenía el antebrazo completamente tenso, los músculos ardían. Vanesa soltó un primer gemido más agudo y luego se mordió los labios, resoplando. Con la mano que manoseaba sus pechos, la atrajo hacia sí para poder chupetearle el cuello. Su nariz quedó inundaba del fresco perfume de sus rizos. Los chasquidos húmedos del coño de Vanesa sonaban con fuerza, saltaban gotitas a cada movimiento. Su culo chocaba y se restregaba una y otra vez contra el paquete de Aarón, que también arremetía con sus caderas.

De repente, el cuerpo de Vanesa se envaró. Llevó las dos manos a la de Aarón y la apretó, como queriendo meterla aún más profunda en su coño. Él continuó moviéndola con todas sus fuerzas, haciendo temblar todo el cuerpo de la chica, al tiempo que se apretaba contra el culo, eyaculando dentro del pantalón. Del placer que le sobrevino se le nubló la vista por un momento.

Cuando Vanesa terminó de correrse, tiró de la mano de Aarón para que se la sacase. Los fluidos se deslizaron muslos abajo.

—¡Hostia! —exclamó ella al verlo.

Aarón retrocedió, sintiéndose de gelatina. Casi perdió el equilibrio. Vio que Vanesa sacaba otro tanga de su bolso, supuso que el que había traído puesto de su casa, y que lo usaba para enjugarse la humedad que mojaba sus muslos. Luego, se acomodó el tanga que llevaba puesto (Aarón se preguntó cuándo sería la última vez que su madre se había puesto aquella prenda) y se acercó a Aarón.

—¡Guau! —dijo, observando el círculo húmedo en la entrepierna del chico—. Veo que no soy la única que está chorreando. Te lo limpiaría a lengüetazos, pero… —le guiñó un ojo—, no es parte de la recompensa. Toma, un regalito. —Le metió el tanga que había usado para limpiarse en el bolsillo, allí donde había estado el de su madre.

Luego le agarró la muñeca de la mano que había estado en su coño con ambas manos y se recreó saboreando cada dedo, lamiéndolos uno a uno, para después metérselos todos salvo el pulgar en la boca, chupando como si de una felación se tratase, sin dejar de mirarle a los ojos a través de las gafas un tanto empañadas. La polla de Aarón empezó a reaccionar. Llevó las manos a los pechos de Vanesa, pero ella se apartó con una sonrisa traviesa, cabeceando en sentido negativo y varios hilos de saliva colgando de su barbilla que no se molestó en limpiar. Aarón quiso recogerlos con la lengua.

—Guarda esas manos —le dijo—, que tu recompensa ya la has tenido. Pero dejaré que me saborees. —Se pegó de nuevo a él—. Abre la boca —le susurró, lasciva.

Abrió la boca. Vanesa acercó su rostro y le escupió sobre la lengua la mezcla de fluidos que había recogido en su mano y saliva. No le supo a nada de particular, pero el sabor del morbo lo compensó con creces. Lo tragó, sonriéndole. La mirada de Aarón era la de alguien bajo los efectos de alguna droga. Se sentía como en una nube.

No quería que terminase nunca.

4

Pero las cosas no quedaron ahí. Al día siguiente, domingo (a tres días de la liberación del padre de Aarón), muy temprano, le llegó un mensaje de Vanesa.

VANESA: Listo para tu siguiente misión, soldado?

Aarón tuvo miedo.

VANESA: La recompensa será que te folles mi boca hasta correrte en mi garganta.

Solo con esa frase, la polla de Aarón creció sin remedio.

VANESA: Y claro, algo así requerirá una proeza por tu parte. Quiero que consigas pegar tu paquete al culo de tu madre. Y, además, tienes grabarlo para que yo pueda verlo, claro. No me voy a fiar de tu palabra! Tienes hasta esta noche a las 9. Si lo consigues, iremos juntos al cine. Y tendrás mi dulce boquita a tu disposición.

Aarón se incorporó en la cama de la impresión. Aquella tía estaba como una cabra. Comenzó a darle a las teclas para decirle que ni de puta coña haría algo así. Una cosa era robar un tanga, pero aquello que le pedía estaba a un abismo de distancia.

Casi había terminado de escribir su parrafada cuando se detuvo. Le vinieron unas imágenes muy deprimentes de Vanesa pasando de él, ignorándole para siempre. Recordó el día anterior. Aparte del aspecto sexual, el haber estado con ella, hablando y riendo, y besándose de un modo casi tierno, le habían hecho sentir un tipo de felicidad que nunca antes había experimentado. Y no quería que eso se perdiese cuando apenas empezaba.

Borró lo escrito.

Vanesa le mandó un vídeo.

En el vídeo, solo se veían sus muslos separados. Su coño expuesto, con un bonito triángulo de pelo recortado. Algo blanco asomaba del interior de su vagina. La mano de Vanesa apareció para tirar de lo que parecía un lazo. Pero no era un lazo. A medida que tiraba, vio que se trataba del tanga de su madre. Lentamente, tomándose todo el tiempo del mundo, Vanesa se lo sacó del interior de su coño. La cámara se movió para mostrar la cara de la chica, sin gafas, la cabeza en la almohada. Vio cómo se llevaba el tanga a la boca y lo lamía lascivamente. Le guiñó un ojo a la cámara y el vídeo finalizó.

VANESA: Para que te motives un poco.

Aarón ya estaba empalmado y comenzando a masturbarse, pensando en coger el tanga que Vanesa le había dado ayer para mayor inspiración.

Llegó otro WhatsApp.

VANESA: Y no te masturbes, que te quiero bien cargado cuando me rellenes la boca. Porque vas a cumplir la misión, a que sí?

“Mierda.”

Aarón sufrió un debate interno, pero sabía de qué lado se iba a decantar la balanza.

AARÓN: Lo intentaré.

Era una locura. La simple idea de sopesarlo era un total y absoluto disparate, y estaba seguro de que no haría nada.

Y lo seguía pensando dos horas más tarde, en la cocina, mientras desayunaba unas tostadas con mermelada. Su madre hacía yoga en el salón. Podía verla desde la cocina, ya que la sala estaba justo enfrente y no había puertas entre ellas, tan solo dos amplios arcos que permitían una vista casi total de ambas habitaciones.

En ese momento, Aarón tenía vista total del culo de su madre apenas cubierto por un pantaloncito gris cuya elasticidad estaba siendo puesta a prueba por una postura que mantenía aquel trasero alzado, ofreciendo una imagen digna de una portada de película porno.

“Pues si hay peli porno, deberías ser el protagonista”, dijo la voz de Vanesa en su cabeza.

Su madre llevaba unos veinte minutos de ejercicio. Dentro de otros diez, se pondría con la bicicleta estática una hora. Eran sus ejercicios de “día de descanso”. Aarón había tardado cinco minutos en comer una tostada y llevaba con la segunda los quince restantes, embobado ante el espectáculo que se desarrollaba a unos pocos metros.

“Le diré a Vanesa que no pude, pero haré una foto que la contente”, se dijo.

Todavía sin acabar la tostada, cogió el móvil, que tenía al lado, y enfocó hacia su madre con la cámara. Aplicó el zoom. Su madre se cambió de postura, pero su culo volvía a ser el centro de todo. No había postura en la que no lo fuese. Aparentemente, el noventa por ciento de los ejercicios consistían en poner el culo en pompa. Hizo una foto. El móvil emitió el típico sonido de cámara. El corazón de Aarón dio un vuelco. Golpeó el vaso de leche con café y casi lo volcó.

Observó. Su madre continuó como si nada, oscilando el culo hacia otra postura. Gracias a la televisión, donde emitían una película bastante ruidosa, el sonido del móvil quedó disimulado.

“Tal vez debería tomarme esto como un toque de atención.”

Desde luego. Estaba actuando como un degenerado. Sí, su excusa era que le seguía el juego a su ¿novia?, pero no era justificación suficiente, y lo sabía.

Mientras configuraba la cámara del móvil para que no hiciese ningún sonido, pensó en que subiría a su habitación y jugaría un rato en su ordenador o lo que fuese. Mientras hacía estos planes tan sanos, se terminó el café con leche, olvidando la tostada a medias por completo, y fue hacia la sala. Se dio cuenta de que tenía una semierección. Tomó asiento en el sofá y cruzó las piernas.

Su madre estaba con las suyas totalmente separadas delante de él, echando el culo hacia atrás, es decir, en dirección a Aarón. El short, que por lo general cubría lo mismo que unas bragas, amenazaba con convertirse en poco más que un tanga. Entre ellos, solo había una mesita de cristal. Casandra estaba inclinada hasta tocar las manos en el suelo, sin doblar las piernas. Su cabeza era visible a través de sus piernas. Miró a Aarón con una sonrisa. Tenía el rostro un poco enrojecido, brillante por el sudor, el pelo, recogido en una coleta, caía sobre la toalla del suelo.

—Hola —le dijo—, ¿vienes a hacerme compañía?

—Sí, estoy escribiéndome con Vanesa —mintió Aarón, poniendo la cámara en modo vídeo y pulsando el botón de grabar—. Creo que iremos hoy al cine.

—¡Qué bien! —Pero a Aarón le pareció que había un matiz de desagrado en su tono—. Veo que vais avanzando.

—Hemos quedado un par de veces. De momento vamos bien.

—Me alegro, se ve que es una chica muy… apasionada. Seguro que te lo pasas muy bien con ella.

Aarón seguía notando cierta tirantez en las palabras de su madre, pero no tenía sentido indagar. Y menos en ese momento.

—¿Qué tal la película? —preguntó, por cambiar de tema.

—No le estoy prestando mucha atención. Parece bastante intensa.

Se cambió de postura. Ahora elevaciones de caderas, lentas y controladas, con las piernas un poco separadas, la entrepierna dirigida hacia el sofá. Sin dejar de grabar, la mirada de Aarón recorrió los fuertes muslos hasta encontrarse con el vértice entre ellos, allí donde la fina tela se pegaba a la forma levemente abultada de la vulva.

Aarón sentía que tenía más saliva en la boca de la normal. Sentía ganas de morder algo blando. Se pasaba la lengua por los dientes sin cesar. También sentía la polla dura como una roca. Llevaba un pantalón corto un tanto holgado, así que, entre eso, la camiseta y estando allí sentado, esperaba que el delito estuviese oculto.

“Con esto Vanesa se tiene que dar por satisfecha —se dijo—. Tiene que entender que lo otro es imposible.”

Su madre llevaba un top blanco tan breve que era como un sujetador, exhibiendo su abdomen perfecto. La lengua de Aarón sentía ganas de lamer. Recordó los besos de Vanesa, tan húmedos e intensos, cómo se sentía el interior de su empapado coño cuando metió sus dedos, la deliciosa blandura de sus pechos. Pensar en eso no mejoró la situación. Se sentía embriagado, como si su cerebro se hubiera intoxicado con opio.

Hizo zoom hacia la entrepierna de su madre. Con una muñeca, se presionó la polla, esperaba que disimuladamente.

Grabó el resto de los ejercicios de Casandra, abriendo zoom en ocasiones, cerrándolo con frecuencia para enfocarse en los movimientos de su culo.

“¿Por qué no podía tener una madre normal en vez de una con, probablemente, el mejor culo sobre la faz de la Tierra?”

—Y listo —dijo su madre poniéndose en pie. Dándole la espalda a su hijo, se metió los índices de cada mano en la parte baja del short para deslizarlos a lo largo de la curva de sus nalgas y despegar un poco la tela.

Aarón se quedó boquiabierto. Tal vez su madre lo había hecho otras veces, pero él nunca había estado tan pendiente de su culo como ese día, más bien solía estar pendiente de no tenerlo como centro de atención.

Casandra se volvió. Aarón no despegó la mirada del móvil, moviendo los dedos como si escribiese, fingiendo estar muy concentrado. Por la cámara, que continuaba grabando, la vio acercarse a él. Sin dejar de grabar, Aarón se puso bruscamente en pie como si estuviese despistado y no se hubiese fijado en la cercanía de su madre. Alejó la cámara, dirigiendo el objetivo hacia él.

Ni siquiera lo pensó. De haberlo pensado, tal vez no habría hecho nada, sobre todo porque su polla no se había relajado ni un ápice. Su intención era fingir que chocaba contra su madre cuando estuviese a su lado. De esa manera, tal vez cumpliría el requisito de Vanesa, si había suerte. Todo sería rápido. Su madre no tendría por qué enterarse de su erección.

Lo que sucedió es que chocaron con más fuerza de la que él había previsto. Ella estaba de costado en ese momento. El pecho de Aarón dio contra su hombro, y su polla endurecida contra la prominente cadera. Apenas había espacio entre la mesita de cristal y el sofá. Casandra perdió el equilibrio y habría caído sobre la mesa —con el desastre que eso conllevaría—, de no ser porque Aarón reaccionó rápido y la agarró por la cintura desnuda con la mano libre, tirando de ella. Fue todo por reflejo. Del impulso, él cayó sentado de nuevo en el sofá y su madre sobre él, apoyando una mano en el respaldo y otra en el hombro de su hijo. Una de sus piernas se quedó a un costado y la otra justo entre los muslos de Aarón, aplastando la polla en erección.

Aarón sufrió una oleada de placer. Estaba tan sensible, que aquello bastó para que empezara a correrse. Durante unos segundos, su cerebro se desconectó y su cuerpo se movió solo. Levantó la pelvis para aumentar la presión de su polla contra el muslo de su madre mientras terminaba de eyacular. La mano con la que había agarrado la cintura de Casandra se aferró a la nalga que había más abajo, justo en la amplia zona donde la tela no cubría. Emitió un gruñido sofocado, pegando la frente al hombro de su madre.

Durante unos instantes, se quedaron paralizados, los dos con la respiración agitada, aunque no por el mismo motivo. El muslo de su madre continuaba presionando su polla. Aarón podía sentir la humedad de su semen extendiéndose.

—Cariño, ¿estás bien? —le preguntó Casandra, incorporándose un poco para verle la cara. Cuando acomodó la pierna que tenía sobre el paquete empapado de su hijo, este se dio cuenta de que aún tenía la mano pegada a la nalga materna como una lapa. La apartó raudo, como si esperase que ella no se hubiese dado cuenta en ningún momento de lo que había ocurrido.

Pensó que su madre se quitaría de encima, pero lo que hizo fue sentarse sobre él a horcajadas, con los muslos separados, las rodillas contra sus caderas y la entrepierna contra la de su hijo, volviendo a aplastar su polla, que se negaba a descender a pesar del orgasmo.

Pero Casandra actuaba como si no se diese cuenta. Puso las manos en las mejillas de su hijo.

—¿Te ha hecho daño la torpe de tu madre?

Aarón sonrió.

—No, claro que no.

—Menos mal que me agarraste, amor. Me hubiera ido directa contra la mesa, y quién sabe qué habría ocurrido.

Al ser plenamente consciente de ello, Aarón se sintió culpable. Todo por seguirle el juego a Vanesa.

“¿A quién quieres engañar?”

—Bueno —dijo—. Fue culpa mía.

—No pasa nada, amor. Me salvaste. —Su madre le dio un breve beso en los labios, dejando a Aarón patidifuso. Ella se echó a reír—. No pongas esa cara, que tampoco te he dado un morreo. No tiene nada de malo un piquito entre madre e hijo. ¿Ves? —Y le dio otro, y otro más—. Y con esto ya he recompensado a mi héroe, ¿verdad?

La mano libre de Aarón deseaba volver a la nalga y estrujarla. La boca de Aarón deseaba abrirse y fundirse con la que tenia delante. La polla de Aarón palpitaba, ansiosa, deseando que no hubiese ropa de por medio.

Casandra le dio otro beso en la frente y entonces llevó una mano por detrás de Aarón, rebuscando entre el sofá y el culo de su hijo sin ningún pudor. Al hacerlo, se pegó aún más a él, y eso incluía su entrepierna.

—Y todo el accidente fue por esto —dijo, sacando la mano de detrás de Aarón y mostrando su móvil—. Esto era lo que venía a buscar.

Ahora sí se quitó de encima, como si nada hubiese pasado. Antes de que se diese la vuelta para recoger la toalla del suelo (de nuevo poniendo aquel gran culo en pompa), Aarón pudo ver la humedad en la entrepierna del short. Luego se miró su propio pantalón corto. Era rojo, y el círculo de humedad resaltaba de un modo innegable, al igual que el bulto de su polla.

Su cerebro acababa de sufrir un tsunami.

Se puso en pie, deteniendo la grabación, y se marchó a su habitación.

5

El vídeo había salido bastante bien. A pesar del movimiento y de que no estaba bien enfocado, podía verse todo: la caída de Casandra sobre su hijo, la mano de Aarón en su nalga, incluso el muslo de su madre aplastando su entrepierna. Y los “piquitos” en sus labios y el beso en la frente. El modo en que se acomodaba para sentarse sobre él. Sobre su polla. Verlo en el vídeo era particularmente espectacular por cómo curvaba la espalda y resaltaba su culo. Lo único que no se apreciaba era su orgasmo, como era evidente. Salvo por cierta tensión en su cuerpo, que se podía deber a la caída en sí.

Mientras veía el vídeo, volvió a excitarse, pero no hizo nada al respecto. No solo por lo incómodo que resultaba si se paraba a pensarlo, sino para obedecer la petición de Vanesa. Su anterior orgasmo había sido… un accidente.

Tras muchas dudas, le mandó el vídeo a Vanesa, cortando toda la parte de los ejercicios de su madre, de manera que empezase justo cuando se ponía en pie y se acomodaba el short, acto que aparecía en primerísimo plano porque ahí había cerrado zoom. También dudó de si dejarlo con sonido. Decidió que sí.

AARÓN: Espero que esto compense incluso futuras misiones.

El vídeo duraba menos de cinco minutos. Era curioso. Mientras lo vivía, le había parecido mucho más tiempo.

A los diez minutos, Vanesa escribió.

VANESA: BUFFFFFFFF!!!! Tengo el coño a mil, casi me meto el móvil de lo salida que me ha dejado el vídeo, y no exagero.

Aarón la creía.

VANESA: Nunca pensé que fueras a llegar a tanto. La verdad es que creía que, como mucho, harías una foto de su culo y me dirías que no habías podido hacer más. Y claro, no te habrías llevado más que una triste paja, jajaja.

Aarón se habría echado a reír, si no fuera porque aún seguía un tanto conmocionado por lo sucedido antes.

VANESA: Y te voy a decir una cosa, aparte de que de estar en tu caso me la habría follado durante horas. Tu mami estaría dispuesta a abrirse de piernas para ti si te lo propusieras. Tu padre lleva 4 años en la cárcel, no? Tiene que estar salidísima. Se nota que es una mujer muy sexual. Joder, tigretón, no te da pena no haber aprovechado ese tiempo para estar día sí y día también metiendo la polla en el culo de tu mami?

Aarón ya se estaba tocando la entrepierna, sentado en su escritorio. Hizo un esfuerzo por parar.

AARÓN: Claro que no. ¿Acaso tú te follarías a tu padre?

VANESA: Humm. Si mi padre fuese el equivalente masculino de tu madre, hace tiempo que no me habría despegado de su polla. De hecho, mi papi no está nada mal…tal vez debería pasar de ti y seducirlo a él. Me pregunto cómo reaccionaría si me pusiera con las ropitas de tu madre y me tiro encima de él.

AARÓN: Jajaja, qué loca estás. ¿Entonces me he ganado la recompensa?

VANESA: De hecho, tengo muy buenas noticias. No vamos a ir al cine. Al cine va mi papi. Y tú te vienes a mi casa a las 8.

Aarón no se lo podía creer. Casi gritó de júbilo.

6

Resultó que Vanesa vivía a menos de media hora andando. Aarón tocó el portero y, cuando le abrió, subió al cuarto piso, puerta B. Tocó el timbre. Aarón se había pasado dos horas preparándose, entre ducharse, afeitarse, peinarse, perfumarse y elegir ropa. En contraste, Vanesa le recibió con unas zapatillas con forma de erizo, pantalón de pijama a rayas y una camiseta azul que le dejaba el ombligo desnudo.

Y estaba para comérsela.

—Ven acá, tigre guarro —le dijo ella, cogiéndole por la pechera de la camiseta y tirando de él hacia el interior.

Le empujó contra la pared del pasillo y comenzó a besuquearle con apetito voraz, restregándose contra él. Aarón correspondió, enredando los dedos en sus rizos al principio, manoseado su culo al poco. Vanesa le lamió al cuello. Comenzó a descender pasando las manos por todo su vientre hasta ponerse de rodillas ante él. Mordió suavemente el bulto de su polla por encima del vaquero. Le desabrochó el cinturón, luego el vaquero, bajó el bóxer y sacó la polla, reluciente de líquido preseminal.

—¡Qué hermosa polla tienes! —dijo, y comenzó a lamerla, pasando la lengua desde la base hasta el glande, dejando un rastro de saliva. La chupeteó por los lados. Se la metió en la boca atravesada, de manera que el glande hacía bulto en su mejilla.

Bajó un poco más el bóxer, liberando los testículos, y comenzó a chupárselos y a lamérselos hasta que gotearon saliva. Aarón ya estaba gimiendo.

—¿Estás pensando en lo de esta mañana con tu mami? —le preguntó ella de pronto.

—No estoy pensando nada.

—Pues yo estoy pensando en el vídeo. Y en cómo deberían haber sido las cosas. —Vanesa se puso en pie, agarró a Aarón por la polla y tiró de él—. Ven.

Fueron a una sala de estar. Era más pequeña que la de la casa de Aarón, pero acogedora. Las estanterías estaban a rebosar de libros. Había un televisor y, enfrente, un sofá. Al lado, una mesa de comedor.

Vanesa empujó a Aarón para que se sentase en el sofá. A continuación, se quitó el pantalón del pijama. Debajo llevaba el tanga de su madre.

—Por si te lo estás preguntando, no, aún no las he lavado —le dijo.

Vanesa se puso sobre él a horcajadas, entrepierna con entrepierna. Aarón llevó las manos a sus nalgas. Ella le puso las manos en las mejillas y le miró con una parodia de expresión preocupada.

—Menos mal que me agarraste, amor. Me salvaste —le dijo, repitiendo las palabras que le había dicho su madre esa mañana, y le dio un breve beso igual que el que le había dado su madre. Aarón se sintió aturdido—. No pongas esa cara, que tampoco te he dado un morreo. No pasa nada por un piquito entre madre e hijo. ¿Ves? —Y Vanesa le dio dos besos en los labios—. En cambio, si nos morreásemos así, ¿qué pasaría? —improvisó ella, pegando la boca a la de Aarón, metiéndole la lengua al tiempo que se restregaba contra su polla—. Que es mucho mejor. Y mi niño se merece una buena compensación por salvarme. Dime, ¿qué te gustaría hacer con mami?

Aarón tenía que esforzarse en ver delante de él a Vanesa y no a su madre. Los recuerdos se superponían a la realidad. Y lo peor era que estaba aún más excitado.

—Quiero follarte el culo —dijo.

—No, no, no. ——Vanesa le puso el índice en la punta de la nariz—. Tienes que pedírmelo apropiadamente.

—Quiero follarte el culo, mamá.

Vanesa ronroneó, meneando las caderas.

—¿Y desde cuándo quieres follarte el culazo de mamá con este pedazo de polla que yo traje al mundo?

Aarón tragó saliva.

—Desde que papá se fue a la cárcel. —¿Era solo seguir el juego o la realidad?

—¡Oooh! ¿Y mi pobre niño ha estado todos estos años reprimiéndose, dejando a mamá durmiendo sola? ¡Qué tontito! Pues deja de perder el tiempo y destrózale el culo a mami.

Vanesa se incorporó sobre el sofá, con un pie a cada lado de Aarón, y se dio la vuelta, poniéndole el culo en la cara.

—Cómele el culo a mami, cariño.

Aarón no perdió el tiempo. Apartó el tanga a un lado (el tanga de su madre) y comenzó a lamer de arriba abajo entre las nalgas, al tiempo que las manoseaba a conciencia. Sus lametones fueron a centrarse poco a poco en aquel atractivo asterisco. Pensó que tal vez le desagradaría el sabor, pero el morbo y la excitación arrasaban con todo. Separó cuanto pudo aquellas nalgas blancas y suaves que olían de maravilla y continuó dando lengua a aquel ano que, poco a poco, fue cediendo lo suficiente como para que pudiese meter la lengua dentro.

—Escúpeme dentro —dijo Vanesa, que se estaba metiendo tres dedos en el coño—. Méteme dedos. Viólame el culo como sé que harías con tu madre si tuvieras cojones.

Aquello le enfureció.

“Pues se acabó el ser delicado.”

Tal como le pidió, le escupió dentro del ano, aunque gran parte de la saliva se deslizó entre los muslos. Sin dejar de lamer, comenzó a meter un dedo. Al poco, metió otro de la mano opuesta. Hizo gancho con ellos y tiró, abriendo más el orificio anal.

—¡Oh, joder, sí! —gimió ella, alargando el brazo para rodear su polla y meneársela—. Mami quiere esta polla dentro.

—Pues mami tendrá lo que desea.

La empujó a un lado, haciendo que cayese sobre manos y rodillas. Vanesa meneó el culo como una gata.

—¿Qué le vas a hacer a mamá? —preguntó ella con fingida preocupación.

Aarón se levantó para deshacerse del calzado, el pantalón y el bóxer. Se puso detrás de Vanesa y apuntó con la polla al ano.

—Voy a reventarte el culo, mamá. —La agarró fuerte por la cintura con una mano y con la otra se ayudó para presionar el culo de Vanesa. No tardó en entrar. Y él no tardó en arremeter con fuerza.

Vanesa soltó un agudo gemido de dolor y placer. Se quedó con la cara apoyada en el apoyabrazos del sofá, recibiendo las embestidas de Aarón con una cara de lujuria total, sacando la lengua ensalivada.

—¡Tírame del pelo! —pidió ella—. ¡Castiga a tu mami! ¡Escúpeme!

Aarón estaba perdiendo la virginidad en ese momento, pero había visto suficiente porno como para saber qué hacer. Al menos, de manera aceptable. Agarró un mechón de pelo rizado y tiró con fuerza, haciendo que Vanesa echase la cabeza hacia atrás y curvase la espalda. Aarón le escupió en la lengua, aunque impactó en su mejilla. Vanesa se restregó la saliva por toda la cara.

—¡Más! —pidió—. ¡Escúpeme! ¡Azótame!

Tiró de su pelo para acercar más su cara y volvió a escupir, esta vez con mayor puntería. Azotó las nalgas con fuerza, primero con una mano, luego con la otra, dejando marcas rojas en la carne pálida. Su pelvis chocaba una y otra vez contra aquellas hermosas nalgas que a veces, cuando las miraba, se parecían demasiado a otras un poco más bronceadas, más grandes y más firmes. Estaba sudando. Ella también. Y el sonido de cada embestida semejaba una serie de palmadas rítmicas con las manos húmedas. Recordó una boca chupándole el lóbulo de la oreja, una mano masturbando su miembro por encima de un pijama, y eso enardeció su lujuria.

Estaba a punto de correrse. Agarró con fuerza los elásticos del tanga y tiró de ellos sin dejar de taladrar aquel angosto orificio que se abría para él. Comenzó a eyacular, metiendo la polla hasta el fondo, sintiendo el calor de su esperma. Cuando terminó de correrse, se dejó caer hacia atrás, liberando el culo de Vanesa, agotado.

El ano de la chica se había quedado abierto, con semen deslizándose entre las nalgas. Se dio la vuelta. Las gafas se le habían torcido y tenía el pelo totalmente alborotado, pero su expresión era de satisfacción. La polla de Aarón estaba cubierta de semen y en proceso de flacidez. Vanesa se la agarró y comenzó a lamérsela, limpiándosela a lengüetazos. Luego besó a Aarón, compartiendo la mezcla de semen y saliva. Se abrazaron. Ella se colocó bien las gafas.

—Has sido un niño muy, muy bueno —le dijo.

7

Llegó a su casa a las diez de la noche. Su madre cenaba una ensalada frente a la televisión, aunque estaba mirando el móvil.

—Hola —le saludó Aarón. No sabía cómo actuar con ella. Y cuando la vio allí sentada, en el sofá, vestida tan solo con un camisón corto, con las piernas cruzadas desnudas en su totalidad, le vinieron emociones que fue incapaz de afrontar.

—Hola, ¿has cenado? —le preguntó ella, llevándose un trozo de tomate a la boca. Aarón jamás habría creído que algo así podría ser tan sensual.

—No.

—Ven, siéntate aquí —le dijo ella.

Aarón obedeció. Ese día había sido una conmoción tras otra. La situación esa mañana. El juego sexual de Vanesa.

“Tu mami estaría dispuesta a abrirse de piernas para ti si te lo propusieras.”

Las palabras de Vanesa reptaron por su cerebro y encontraron un millar de ecos.

Se sentó al lado de su madre. Su pierna quedó a un centímetro del muslo desnudo de ella.

Casandra pinchó un trozo de lechuga con tomate. Se lo llevó a Aarón a la boca. Normalmente, si su madre hiciese algo así, él se quejaría y le recriminaría que le tratase como a un bebé. Pero claro, normalmente su madre no hacía aquello. Él se sentía totalmente a la deriva de los acontecimientos, como atrapado en un mundo onírico. Abrió la boca y recibió la comida de su madre.

—Se te ve cansado —dijo Casandra con buen humor—. Así que doy por hecho que te lo has pasado bien.

—No estuvo mal. —Le vinieron las imágenes del culo de Vanesa siendo penetrado por su polla. Aquel culo que, por momentos, le recordaba al de la mujer que tenía al lado.

Su madre pinchó otro trozo de tomate, esta vez con una aceituna. Aarón lo recibió en su boca abierta. Una gota de aceite se deslizó por la comisura de sus labios. Casandra lo recogió con su dedo índice y se lo chupó. Lo hizo con naturalidad, sin que hubiera nada sexualmente implícito (salvo por el hecho de que nunca había actuado así), pero fue suficiente para que Aarón se empalmase.

Fijarse en que su madre no llevaba sujetador no ayudó. Ella le dio el bol de ensalada. Aarón aprovechó y lo sostuvo justo sobre su erección, para ocultarla. Si es que tal cosa tenía sentido. Se había corrido contra la pierna de su madre y había tenido la polla contra su coño.

—Toma, termínala tú. Yo ya comí bastante antes y no tengo hambre. —Se inclinó para darle un beso en la mejilla, rozando la comisura donde le había limpiado el aceite.

—¿Y un piquito? —Aarón oyó su propia voz preguntando eso, pero no se podía creer que tal cosa saliese de su boca. Incluso sonó con un tono juguetón.

—Vaya, vaya, que te vas a hacer un niñito de mamá. —Casandra sujetó la mandíbula de su hijo con una mano y le plantó un breve beso en los labios. Aarón abrió un poco la boca justo antes de recibirlo y sintió los labios de su madre de un modo más íntimo. Su calidez, su suavidad—. ¿Suficiente? —preguntó ella, sonriendo, los ojos azul grisáceos brillando muy cerca, divertidos—. ¿O el niño quiere más besitos?

—Pues ya que ofreces, yo acepto —dijo él en contra de su voluntad.

“Si esto es un sueño, enseguida me despertaré de la torta que me van a dar.”

Lejos de enfadarse, su madre se echó a reír.

—Vaya, parece que alguien vino demasiado contentillo. Mira, lo mejor es que te dé uno bien gordo que sea como varios pequeños, ¿vale?

A Aarón se le erizó el pelo de la nuca de la excitación. Y su polla ya presionaba contra la base del bol.

—Claro —dijo.

—Hoy ha sido un domingo muy raro —murmuró ella.

Le llevó la mano a la mejilla con suavidad y acercó su boca a la de él con los labios entreabiertos.

“Oh, Dios, va a pasar de verdad. Quiero quedarme en este momento para siempre.”

Con esa sensación de anticipación vertiginosa en su estómago, Aarón también abrió los labios. Los labios de su madre saborearon su labio inferior, muy despacio. Luego su labio superior. Luego le pasó la lengua ensanchada por los labios y se introdujo en su boca, sinuosa como un súcubo, posesiva como un vampiro. Sus lenguas se entrelazaron lánguidas, húmedas. Aarón alzó una mano y surcó los cabellos rubios de su madre. Todavía estaban algo mojados por la ducha. Ella le agarró un mechón de pelo con tanta fuerza que le hizo daño y tiró para hacer que alzase más la cara. Le metió el pulgar de la otra mano en la boca para abrírsela y dejó caer saliva en su interior. Sus lenguas jugaron con esa viscosidad extra, recreándose en el sonido, en la sensación, en la pecaminosa sensualidad que les tenía atrapados en su influjo.

Aarón sabía que si su madre volvía a ponerse sobre él como aquella mañana, ya no sería capaz de controlarse. Y tampoco creía que su madre quisiera que se controlase.

Pero no sucedió eso. Casandra se despegó de él con ternura. Unos hilos de saliva unieron sus bocas durante un momento, hasta que se alargaron y se deshicieron.

—Veo que has aprendido a besar muy bien —dijo ella enderezándose, con una sonrisa—. Vanesa estará contenta. Descansa muy bien, cariño. Espero que te haya gustado mi beso de buenas noches.

—Mucho —contestó él, un tanto confuso por la ruptura del momento.

—Yo tampoco me puedo quejar.

Aarón respiró hondo, intentando no quedarse mirando el contoneo de su madre al salir de la sala.

Las pajas iban a ser muy potentes esa noche. Era inevitable.

8

Los dos días siguientes transcurrieron con cierta normalidad. Aarón y su madre actuaron con naturalidad, como si no se hubiesen comido la boca la noche anterior. Si bien, la mirada de Aarón se había convertido en un animal hambriento que no perdía ocasión de seguir sus curvas, sus contoneos, sus movimientos. No podía evitarlo. La rutina en el gimnasio les absorbió, y poco a poco, aquel extraño hechizo lujurioso de domingo se fue diluyendo. Aunque quedaban secuelas. Por la noche estuvo a punto de pedirle otro beso de buenas noches, pero no se atrevió.

Y cuando Vanesa, esa misma noche, le escribió con otra misión, que consistía en que al día siguiente le hiciese una foto a su madre desnuda en el vestuario, después del entrenamiento, Aarón supo que no lo haría.

Vanesa se lo perdonó. Dijo que “tu excelente rendimiento el domingo compensa un par de cagadas”.

9

Y de vuelta al presente. Al coche de su padre, con sus dos padres reunidos al fin tras cuatro años. A los constantes manoseos entre ellos, las insinuaciones, la constante tensión sexual a punto de estallar. Como siempre.

Le llevaron hasta el centro comercial, donde Vanesa ya le estaba esperando. Estaba preciosa, como siempre, con su minifalda negra, el top blanco apretando sus pechos generosos y las zapatillas deportivas.

Vanesa reconoció a Casandra y la saludó con la mano. Ella le devolvió el saludo. Aarón juraría que su madre lo hacía con reticencias.

—¿Esa es la novia de Aarón? —preguntó su padre, y se volvió hacia él para darle unas palmadas en la rodilla—. Joder, chaval, desde luego le has echado el ojo a una preciosidad. Enhorabuena. Está claro que te hacemos un favor diciéndote que nos dejes la tarde para… ponernos al día.

“Vais a follar como conejos. Lo puedes decir sin más.”

—Gracias —dijo, con sequedad.

—Nos vemos esta noche, cariño —le dijo su madre, mirándole desde el retrovisor con cierto aire de culpa.

“Y poniéndome hora de llegada.”

—Claro, hasta luego.

Salió del coche. Se encontró con Vanesa, que le dio un buen morreo sin importarle que sus padres estuviesen allí, mirándoles. Bueno, ya eran grandecitos para andar escondiéndose. Agarró a Vanesa por la delgada cintura y se esmeró en devolverle el beso con mayor intensidad.

—Caray —dijo ella, pasándose un dedo por debajo del labio para limpiarse la saliva—, parece que alguien me echaba de menos.

Él sonrió. Miró hacia atrás para comprobar que el Audi seguía allí. Esperaba que su madre no se hubiese perdido la escena.

“¿Qué coño me pasa? ¿Estoy despechado por mi madre?”

El Audi arrancó.

—Entonces, ¿tus papis se van a tomar la tarde para follar sin descanso? —dijo Vanesa.

—Eso parece.

—Y no parece que te haga mucha gracia.

—Me da igual.

—Claro —siguió ella, bajando un poco la voz—, te has dado cuenta de que has perdido todo este tiempo y ahora ese culazo materno se te escapa.

Aarón no dijo nada.

—Bueno, pues tengo otra misión para ti —dijo ella—. ¿No te quedaste el otro día con ganas de follarte mi boca hasta correrte?

Ahora paseaban cogidos de la mano, alejándose del centro comercial. Y, por tanto, de los oídos indiscretos. Aarón notaba que la cercanía de Vanesa, su forma de hablar sin filtros y aquella relación que tenían y sobre la que no se atrevía a preguntar, ahuyentaban su mal humor.

—No estaría nada mal —dijo, imaginándolo—. ¿Cuál es el precio?

—Espiar a tus padres.

Aarón se detuvo, mirándola con asombro.

—Ni de coña.

—¿Por qué? ¿Es que eso te parece más prohibitivo que meterle mano a tu madre? —No lo dijo como un ataque, pero fue una flecha muy certera.

—No… No es eso.

“Es que no quiero ver a mi puto padre follándose a mi madre.”

Pero no lo iba a reconocer. Y, por tanto, como tampoco quería estropear las cosas con Vanesa, supo que iba a perder esa batalla.

—Entonces, ¿qué más te da? —insistió ella—. Tengo mucha curiosidad. Y ver a tu madre follando tiene que ser un espectáculo de la hostia, ¿no crees?

“Lo creo.”

Se encogió de hombros.

Vanesa supo que cedería, de modo que lo demás fue simple protocolo para que él no se sintiera mal aceptando demasiado rápido.

—Y piensa en la recompensa, tigretón —le dijo—. Porque todavía me deseas, ¿no? Ya sé que no estoy tan buena como tu madre, pero, en fin, ella está pillada. Y yo voy a tardar más en envejecer.

Aarón se echó a reír.

—¿Es que piensas estar conmigo hasta que seamos viejos? —preguntó, intentando no delatar la emoción que le sobrevino.

—Bueno, ya veremos. —Se enganchó de su brazo—. Entonces, ¿me guías hacia tu morada, amorcito?

CONTINUARÁ

ENDING:

Carpenter Brut - Cheerleader Effect