ALETEO DE MARIPOSA 2: Los colmillos de la tigresa

El caos que Vanesa lleva consigo afecta poco a poco a Aarón y su entorno. Por no hablar de la fijación por la madre del chico y su absoluta determinación en estrechar lazos con ella.

CAPÍTULO DOS

LOS COLMILLOS DE LA TIGRESA

1

Saúl Vidal, más conocido como Saúl Torres, con veintisiete novelas a sus espaldas, sin contar un par de antologías de relatos cortos, estaba sentado delante del portátil. El Word estaba abierto, la página en blanco le esperaba, el cursor parpadeaba, paciente. Debía de ser muy paciente, porque llevaba parpadeando sin moverse del sitio desde hacía más de una hora. Una hora durante la cual Saúl había fumado dos cigarros, preparado café, realizado diversas búsquedas en Google con la excusa de documentarse, y casi visitado una web porno y otra de contactos. El motivo de reprimirse en estas dos últimas tocó a la puerta de su estudio.

—Papá —le dijo Vanesa—, en una hora voy al gimnasio. Y ya sabes que te esperan, ¿verdad?

Saúl giró la cabeza hacia ella. Vanesa iba vestida con la misma ropa de estar por casa que había llevado todo el día: leotardos y una camiseta blanca muy holgada de amplio cuello que le dejaba un hombro al descubierto. Aquellos rizos, tan iguales a los de su madre, siempre le provocaban una punzada en el pecho.

—¿Es necesario? —se quejó, consciente de que estaba sonando como un crío más que como un hombre de mediana edad—. Creo que estoy a punto de jugar varias palabras juntas. A lo mejor hasta soy capaz de formar una frase coherente y todo.

Vanesa sonrió, acercándose a él. Le rodeó el cuello desde detrás y le dio un beso en la mejilla, sobre la recortada pero tupida barba.

—Acabamos de mudarnos —le dijo—. No te presiones tanto, anda. Conocer a un par de fans te vendrá bien. Y, sin duda, tienes que conocer a esa mujer.

La entrenadora. Estaba claro que había impresionado a su hija. La noche anterior, durante la cena, no había parado de sacarle una virtud tras otra. Y la mitad de las veces la última frase solía ser: “¡Por no hablar de ese culazo!”

Vanesa siempre había hablado sin filtros. Era parte de su encanto, y algo que la hacía más auténtica que la mayoría.

Saúl sonrió, llevó una mano hacia atrás y acarició los rizos de su hija. Era como volver a sentir el cabello de Adela.

—Está bien —cedió—. Tienes razón, me vendrá bien socializar un poco y ser acosado por mis fans.

En verdad, Saúl nunca había sufrido ese tipo de acoso. No era un Stephen King, sus libros jamás habían arrasado en ventas. Pero sus tramas retorcidas y sus personajes aún más retorcidos, todo ello aderezado con multitud de situaciones morbosas, le habían reportado un más que aceptable número de fieles seguidores. Era gracias a ellos que podía dedicarse enteramente a la literatura.

—¡Así se habla! —Vanesa le revolvió el cabello como si ella fuese su madre y él un chaval. La situación le hizo reír.

2

Aarón llevaba todo el día esperando el momento en que Vanesa entrase por la puerta. No sabía qué esperar tras la charla de la noche anterior por WhatsApp. Por un lado, fantaseaba con que, en cuanto se viesen en persona, Vanesa se lanzase sobre él y terminasen follando sin parar en el primer rincón medio privado que encontrasen. Por otro, temía que no apareciese debido precisamente a la incomodidad de una charla fruto de un calentón momentáneo, o que lo hiciese pero le tratase de un modo muy frío.

Quince minutos antes del comienzo de la última sesión del día, Vanesa apareció por la puerta. El corazón de Aarón se desbocó de pura alegría; su sonrisa habría podido contrarrestar un eclipse solar.

—¡Hola! —le saludó ella agitando una mano y con una sonrisa que rivalizaba con la de Aarón en cuanto a capacidad de iluminación. Esta vez llevaba un short deportivo negro, que le llegaba hasta medio muslo, y una holgada camiseta blanca de asillas. También eran visibles los tirantes de un sujetador negro.

—Hola —respondió Vanesa, relamiéndose interiormente al apreciar aquellos hombros pálidos, redondeados y estrechos. Quiso sentirlos entre sus manos mientras saboreaba su cuello largo.

—Te presente a tu segundo escritor favorito —dijo Vanesa, volviéndose hacia la persona que tenía detrás, señalándolo con ambas manos como una presentadora de televisión.

Aarón fue consciente por primera vez del hombre que había tras ella. Era más o menos de su altura, un metro setenta y ocho, con un pelo castaño en el que se apreciaban algunas canas, peinado de un modo descuidado que le sentaba bien. Lucía una barba tupida pero bien perfilada. Al sonreír, varias patas de gallo se desplegaron alrededor de sus ojos. Vestía de manera sencilla, vaqueros y una camiseta roja.

—Hola, Aarón —dijo, extendiendo la mano hacia él—. La verdad es que me siento un poco ofendido por eso de “segundo favorito”, pero supongo que poco puedo hacer ante el gran Martin.

Aarón reaccionó al fin. Era la primera vez que tenía a alguien famoso delante. De acuerdo que la fama de Saúl Torres era relativa, pero conocía y admiraba su obra desde hacía un tiempo, de modo que para él aquel encuentro no dejaba de ser impactante.

Estrechó la mano del escritor, esperando no hacer el ridículo expresando demasiado entusiasmo.

—Veo que las noticias vuelan —dijo, un tanto cohibido—. No es usted el segundo en absoluto, eso fue una broma de mi madre.

—No te preocupes, soy consciente de que mi talento no está a la altura de George, pero al menos le gano en rapidez por goleada. Y ni se te ocurra tratarme de usted, jovencito.

Aarón rio con timidez, sin saber qué más decir.

—¿Y bien? —dijo Vanesa, dirigiéndose a Aarón—. ¿Tienes ahí el libro y un bolígrafo? ¿No vas a pedir un autógrafo y una dedicatoria?

—¿Qué? ¡Oh, sí, claro! —Aarón, con manos un poco temblorosas, cogió el libro de “Acero Rojo” de debajo del mostrador y un bolígrafo—. Perdone… Perdona, estoy un poco… Bueno, ya sabes. Pasará mucho con tus fans.

—No pasa nada, en cuanto se me conoce un poco todo el mundo se da cuenta de que soy un ser normal, incluso mediocre, y al final prefieren quedarse con la imagen idílica que tienen tras leer mis libros. —Saúl, sonriendo con buen humor, cogió el libro y el bolígrafo, escribió algo en la primera hoja, donde solo estaba el título, y lo remató con una firma. —. Aquí tienes. Que sepas que este libro es de los que más satisfecho me ha dejado.

—La verdad es que me encanta. Tanta tensión, y Sonia me parece un personaje muy, muy interesante. —Aarón vio que Vanesa le lanzaba una sonrisa cómplice, ya que ella le había nombrado a ese personaje el día anterior.

—¿Sí? —contestó Saúl—. Dime, ¿has leído “El ocaso del pecado”?

—Por supuesto. Fue el anterior a este.

—¿Cuál crees que es el personaje más perturbador, Sonia o Héctor?

En “El ocaso del pecado”, Héctor era el hijo de una familia caída en desgracia que, para vengarse del responsable, se dedicaba a corromper a toda la familia del susodicho. Como era habitual en Saúl, esto implicaba mucho sexo y muchas palizas a todo lo que fuese tabú.

—Pues no sabría decir —respondió Aarón, sin querer admitir que le gustaba más Sonia por la sencilla razón de que la versión que tenía de ella en su imaginación nutría sus fantasías más lúbricas hasta el empacho—. Los dos son muy buenos personajes.

—Qué poco nos gusta mojarnos, ¿eh? —intervino Vanesa, como si adivinase sus pensamientos.

Saúl sonrió educadamente, aceptando la respuesta.

—Por cierto, papá —dijo Vanesa—, ¿te has fijado ya en la leona que tiene este chico por madre?

Ese día, Casandra vestía unos leggins rojos con franjas blancas en los laterales, y no dejaba de ser una delicia seguir aquellas franjas recorriendo la prominente curva de sus caderas. Por no hablar de las curvas que formaban aquellas dos nalgas que avergonzarían a la mismísima Venus, que el fino tejido de los leggins contorneaban con todo lujo de detalles, ahorrando casi todo el trabajo a la imaginación. Un top blanco que le dejaba el perfecto abdomen al descubierto completaba su outfit deportivo.

En ese momento, estaba mostrando cómo golpear una patada correctamente. La patada hizo temblar el saco. Era fascinante verla en acción, cómo sus movimientos se coordinaban de manera perfecta, los músculos de la espalda y el abdomen se tensaban en el momento del impacto. Luego pasó a mostrar los puñetazos. Cuando aquellos bíceps se marcaban, lo del “sexo débil” se convertía en un chiste.

Los tres observaban a través de la cristalera cómo se desarrollaba el entrenamiento, enfocados en Casandra.

—¿Has visto, papá? —Vanesa fue la primera en romper el hipnótico momento de silencio que compartían—. ¡Es una auténtica fiera! Me tiene fascinada.

“No hace falta que lo jures”, pensó Aarón, apartando la mirada de su madre con la esperanza de no estar ruborizado.

Saúl tan solo murmuró una afirmación, pero seguía con la mirada clavada en la madre de Aarón.

—Vaaaaya —dijo Vanesa dándole un suave puñetazo en el vientre—. Alguien se ha quedado obnubilado —y le guiñó el ojo a Aarón, quien ya se estaba extrañando de que no lo hubiese hecho aún.

Ni la barba, ni las gafas ocultaron la momentánea turbación de Saúl, quien por fin apartó la mirada de Casandra. Sonrió, recuperando rápidamente la compostura.

—Solo estaba viendo su técnica —dijo—. Me ha parecido espectacular esa patada. —Miró a Aarón—. ¿No te da la impresión de que ver a tu madre entrenando es como observar a un depredador cazando?

—¡Claro! —replicó Vanesa—. Ya te dije que es una leona.

Aarón sabía a qué se refería. Casandra tenía una forma física perfecta, pero además de eso, todos sus movimientos delataban que estaba siempre presta a la acción, como un gran felino, sus movimientos eran elegantes, sus músculos, elásticos.

—Puede ser —dijo, un tanto incómodo. No le apetecía demasiado hablar de las virtudes físicas de su madre, especialmente después de la charla con Vanesa la noche anterior.

—Una leona no —le dijo Saúl a su hija—. El gimnasio se llama como se llama, así que claramente es una tigresa. La tigresa de Serdei.

—Ya tiene el tío que corregirme —se quejó Vanesa de buen humor—. ¿La tigresa de Serdei? ¿Es que ya le has puesto título a la historia que le vas a dedicar?

Saúl sonrió.

—Pues no lo descarto.

—¡Uy, uy, uy! Que mamá leona… Bueno, perdón, mamá tigresa se va a convertir en toda una musa.

El comentario y, sobre todo, el tono de Vanesa encendía rápidamente la hilaridad. Era fácil imaginarla siendo el alma de la fiesta en cualquier reunión. Eso la convertía casi en lo opuesto a Aarón.

La sesión de entrenamiento finalizó. Vanesa agitó la mano, buscando llamar la atención de Casandra, quien, al verla, se acercó a ellos. Una fina película de sudor abrillantaba su piel.

—Me alegro de verte de nuevo, Vanesa —dijo.

—¡Y yo! —contestó Vanesa acercándose a ella para darle los dos besos, apoyando las dos manos en la estrecha cintura de Casandra, por encima del elástico de los leggins para tener contacto directo con su piel.

A Aarón no le pareció un acto casual.

—Ten cuidado —dijo Casandra cuando se separaron—, que te voy a pringar de sudor.

—No te preocupes. Igual si me impregno de tu esencia me convierto en una tigresa. —Y dicho lo cual, se lamió dos dedos de su mano ante la mirada atónita de los presentes—. Delicious —gorjeó.

—¡Hija! —la reprendió Saúl con más bien poca convicción—. Ten un poco de educación.

Pero Casandra se echó a reír y le pellizcó la mejilla a Vanesa como si esta fuese una niña traviesa.

—¡Esta chica está muy loca! —dijo—. Creo que va a llevar a cierto muchacho por el camino de la amargura. —Y miró a Aarón significativamente.

Aarón decidió intervenir para desviar aquel tema.

—Mira, mamá —dijo—, ¿no saludas a Saúl Torres? Me ha firmado el libro.

—¡Anda! —Casandra centró su atención en el escritor—. Disculpa, Vanesa dijo ayer que te traería, pero, la verdad, pensé que un escritor famoso estaría demasiado ocupado para venir a este humilde gimnasio.

Saúl sonrió.

—De humilde, nada —dijo—. Es un lugar perfecto. Y tampoco es que tenga una vida demasiado emocionante. Todo lo contrario.

—Pues es todo un placer. Me gustan mucho tus libros. Aunque debo decir que te excedes bastante con el morbo, a veces muy retorcido. Pero, por otro lado, diría que es precisamente eso lo que engancha.

—Creo que lo has definido a la perfección —dijo Saúl—. ¿Qué puedo decir? Escribo lo que surge en mi imaginación. Unos tienen talento para crear historias sobre unicornios, otros para historias de amor y yo para la gente perturbada moviéndose en un microuniverso igual de perturbado. Lo importante es que la gente disfrute con ello.

—¿Quieres saber cuántas veces ha dado esa respuesta, Casandra? —dijo Vanesa—. Yo creo que la ensaya delante del espejo cada mañana. Son sus estiramientos matutinos.

Se echaron a reír.

—En fin —dijo Casandra—. La clase debe continuar. ¿Vienes, Vanesa?

—No me lo perdería por nada.

Casandra se dirigió a Saúl.

—Y ha sido todo un placer, señor Torres —dijo.

—El placer ha sido todo mío.

Se dieron los consabidos dos besos. Vanesa también le dio un ruidoso beso en la mejilla a su padre, le dedicó un guiño a Aarón (cómo no) y se dirigió a los vestuarios para dejar la mochila, en la que se balanceaba el llavero con el gato de peluche. Casandra caminó hacia la sala de entrenamiento. Aarón casi pudo sentir el esfuerzo de Saúl por apartar la mirada del contoneo de caderas. Y lo peor es que lo comprendía.

—Bueno, Aarón —dijo el hombre—. Me ha encantado conoceros. Espero que nos veamos de nuevo.

—Lo mismo digo. Ha sido un placer. Y muchas gracias por firmarme el libro.

Saúl hizo un gesto, quitándole importancia. Se dieron la mano y el escritor se marchó, no sin antes lanzar una mirada al otro lado de la cristalera.

Aarón se sentó, cogiendo el libro. Se sentía un poco decepcionado. Después de la charla caliente con Vanesa la noche anterior se esperaba algo más en el siguiente encuentro. Había imaginado el peor y el mejor escenario, pero no que todo fuese tan… normal.

Aunque era lógico. Con su padre presente, ¿qué iba a hacer? ¿Hablar de la foto que le había mandado autosodomizándose con su mano mientras fantaseaban con follarse a su madre?

Abrió el libro para ver la dedicatoria de Saúl.

Para Aarón, el joven Tigre

Aarón empezaba a cansarse un poco de tanta referencia al nombre del gimnasio.

3

—Buenas noticias, tigretón —le dijo Vanessa en cuanto salió del entrenamiento. Tras ella, se marchaban o iban a los vestuarios los hombres y mujeres que la habían acompañado. Los viernes solía ir bastante gente a la última hora.

Estaba con los codos apoyados en el mostrador y cara de niña ilusionada. El pelo recogido con varios rizos cayéndole a los lados, y las gafas un tanto ahumadas por el calor corporal.

—¿Qué noticias? —preguntó Aarón.

—A partir del lunes, entreno contigo. Es decir, si resisto el primer día. —Se echó a reír—. A tu madre le parece bien. ¿No estás contento? —Bajó un poco la voz—. Vas a estar jadeando y sudando con dos tías bien buenorras. —Y el inevitable guiño.

Se notaba que su padre ya no estaba presente.

Aarón asimiló la información. En realidad, la notica le alegraba, pero le daba un poco de miedo la situación. Vanesa, con lo loca que estaba y la fijación que tenía por su madre… Pero todo esto quedó sepultado ante el hecho primordial: iba a estar más tiempo con Vanesa. Más importante, ella era la que estaba llevando la iniciativa en todo. Era evidente que él le gustaba. Y se sentía especialmente torpe por no ser capaz de ser más decidido a la hora de dirigirse a ella.

—Genial —dijo, sonriendo—. Vas a salir de aquí destrozada, que lo sepas.

—Ojalá saliese destrozada por otro motivo. —El guiño fue de lo más elocuente. Tanto, que la polla de Aarón reaccionó un poco.

—¿Te gustaría tomar algo cuando termine aquí? —preguntó de sopetón—. Sería dentro de una hora. Una hora y cuarto, para poder ducharme y eso.

Vanesa sonrió.

—Veo que alguien se ha emocionado un poquito —dijo, haciendo que Aarón se sintiese un poco estúpido, pero ella lo arregló enseguida—. Hoy no puedo, tigre. Y prefiero hacerme desear antes de que te desahogues conmigo hasta quedar bien saciado.

La polla de Aarón reaccionó de nuevo, un poquito más.

—Suena… Suena bien —dijo.

—¡Claro que suena bien! Por cierto. —Vanesa echó un vistazo por encima de su hombro, comprobando que no había nadie y que Casandra continuaba en la sala de entrenamiento, pasando la fregona—. ¿Cómo ha sido estar con tu madre después de nuestra charla de anoche? ¿La has mirado con otros ojos?

—¡No! —exclamó él—. Todo eso fueron… paridas.

—Ojalá fueran realidades —suspiró ella—. Y ojalá me pudieras acompañar al vestuario para darme un batido de proteínas. —Y, tras guiñarle el ojo, se encaminó hacia el vestuario, exagerando el contoneo de sus caderas.

Aarón ya estaba empalmado y tan cachondo que se estaba planteando seriamente ir tras ella, sin importarle nada más. Por supuesto, era una locura y lo descartó. Se concentró en relajar al colega que tenía entre las piernas.

4

“Todo eso fueron paridas”, le había dicho a Vanesa. Pero no era del todo cierto.

Esa mañana se había despertado recordando lo que había escrito que le haría a su madre y sintiéndose entre culpable y confuso. Cierto era que solo había entrado en el juego de Vanesa, pero eso no le terminaba de parecer una justificación convincente.

Su madre salía cada mañana a correr, tan temprano que para cuando Aarón se levantaba, ella ya había regresado. Esa mañana no fue una excepción y, cuando salió de su cuarto, se encontró con la puerta del baño, que estaba justo enfrente de la suya, entreabierta. Del interior surgía el sonido de la ducha y de una esponja frotando piel.

La ducha quedaba justo enfrente de la puerta. A través de la amplia rendija que su madre había dejado, podía distinguir parte del cristal empañado. Regueros de agua atravesaban el vaho como grietas. Y Aarón sabía que, si se acercaba, esas grietas podrían enseñarle lo que había al otro lado. Sin poder evitarlo, se imagino el majestuoso culo de su madre desnudo, empapado, la espuma resbalando por la pecaminosa curva de sus nalgas.

A su memoria regresaron las palabras que él mismo había escrito la noche anterior: “Le metería la polla hasta el fondo sin piedad, le rompería ese pantaloncito y se lo metería en la boca mientras le follo el culo hasta dejárselo abierto y bien relleno de leche.”

Y las palabras de Vanesa refiriéndose al culo de su madre reverberaban en cada rincón de su cerebro, como trampas imposibles de esquivar, como cantos de sirena atrapándolo sin remedio.

Aarón, de pronto, fue consciente de que estaba tan cerca de la puerta del baño que podría empujarla con la nariz y tenía la mano derecha aferrada a su polla, dura como una roca.

Dentro, el grifo de la ducha se cerró. Aarón regresó a su dormitorio, cerrando con cuidado, el corazón desbocado. Estaba asustado. ¿Qué había sido eso? ¿Es que no era capaz de dominarse?

Esperó hasta que su madre salió del baño para meterse en su dormitorio, probablemente solo con ropa interior puesta, con alguno de esos tangas explosivos y minúsculos que su culo devoraba sin contemplaciones. “O tal vez esté desnuda”, dijo la voz de Vanesa en su cabeza.

Asomó la cabeza al pasillo. Despejado. Entró rápidamente al baño, cerró con pestillo y se masturbó con furia, envuelto por el olor a champú que le hacía pensar en la melena rubia de su madre humedecida. Se concentró en pensar en Vanesa, en su culo, su boca, sus tetas. Lo consiguió a medias. El culo de su madre, su melena, sus muslos, la tela del short apretada contra su coño, las visiones —reales o imaginarias, no estaba seguro— de su piel a través de los regueros del agua sobre la mampara.

El orgasmo fue tan violento que las piernas le temblaron. Eyaculó dentro del retrete la mayor parte y el resto lo limpió con papel higiénico.

Como para demostrar que quien escribía los pasos de su vida era un depravado sin corazón, cuando por fin salió del baño, casi chocó contra su madre, que se dirigía hacia la escalera que llevaba a la planta baja.

—Vaya, chico —le dijo medio sonriente—. Casi no sales. —Y continuó su camino, con aquel contoneo maravilloso y felino. Llevaba un pantalón de chándal, menos ajustado que la mayoría de sus ropas, pero que, igualmente, se apretaba contra su culo como un amante fiel. En la parte superior, una camiseta holgada de asillas tan corta que solo le tapaba los pechos. Y era obvio que no llevaba sujetador. Le habría bastado alzar los brazos para enseñar los pezones.

Su madre iba a desayunar. Aarón pensó en la altura de los muebles de la cocina donde estaba la mayoría de la vajilla, incluidos los boles de desayuno. No tan altos como para exhibir pezones, pero sí la parte inferior de los pechos.

“Estoy enfermo.”

—Me voy a duchar —dijo, sin más.

“Con agua helada, a ser posible.”

Por suerte, a lo largo del día su cerebro fue perdiendo susceptibilidad a los encantos de su madre hasta llegar a cierta normalidad.

5

VANESA: Cuántas veces has fantaseado con darnos polla a tu madre y a mí el lunes? Porque yo llevo con el coño hirviendo todo el día pensando en eso.

Aarón ya se encontraba en la cama. Había tenido un entrenamiento normal con su madre y le hubiera gustado que la charla nocturna con Vanesa se centrase en ellos dos, sin involucrar a su madre. Tras un momento de duda, le dijo exactamente eso, superando el miedo a que Vanesa le considerase un “cortalotes” y todo aquel coqueteo entre ellos se perdiese.

VANESA: Qué soso.

Y eso fue todo. No volvió a dirigirle la palabra en todo el fin de semana. Aarón le escribió varias veces, sin obtener respuesta. Vanesa ni siquiera entró a su chat para leer los mensajes.

6

Lunes. Apenas faltaban veinte minutos para la hora de cierre. Y la angustia estaba a punto de romper en mil pedazos el corazón de Aarón. Llevaba una hora lanzando constantes miradas a la entrada. Tras la reacción de Vanesa, no esperaba que fuera a venir para entrenar solo con él, de modo que supuso que iría a la hora de siempre. Al ver que no aparecía, se temió que, simplemente, dejase de venir. Ya había pagado el mes por adelantado, pero, siendo Vanesa, todo era posible.

Todo. Incluido que entrase por la puerta y le hablase como si nada hubiese pasado.

—¡Hola! —le saludó, sonriente como de costumbre—. ¿Listo para la sesión intensiva de entrenamiento?

Aarón se quedó sin palabras. Había llorado varias veces en los últimos días. Se sentía agotado, con la cabeza martilleándole. Quiso echarle en cara su actitud, pero no le vino nada a la boca. Para colmo, Vanesa, además de preciosa como siempre, estaba más atractiva de lo normal, con aquel short malva que apenas le cubría las nalgas, exhibiendo unas piernas preciosas. La sudadera blanca y exigua ceñida a sus pechos que le dejaba el ombligo al descubierto completaban un atuendo que haría babear a cualquiera.

“Pero ahora está a años luz de mi alcance.”

—Sí —le respondió, con un murmullo.

—Muy bien. —Vanesa se encaminó hacia el vestuario—. ¡Anímate!

Aarón quiso odiarla. Pero no pudo.

7

Vanesa se sintió un poco culpable por tratar así a Aarón. Ni siquiera se había enfadado con él la noche del viernes, cuando dejó de escribirle. Simplemente, era parte del juego. Y el juego, con un poco de drama, tenía muchísima más gracia. Las emociones intensas daban lugar a reacciones interesantes. Además, nada como alejarse de alguien para que ese alguien, de repente, tuviese una necesidad imperiosa de cercanía. El pobre Aarón lo debía de estar pasando fatal, pero ya intentaría compensarle. Una mamada limaba muchas asperezas.

Dejó la mochila y la sudadera en una taquilla. Debajo llevaba un ajustado top blanco que era poco más que un sujetador. Se acomodó los pechos, imaginando a Aarón viéndolos balancearse al ritmo del entrenamiento. Esta vez sí que iba a sufrir, entre el cuerpazo de su madre y ella misma.

Recordó el vídeo que él le había mandado, el de las flexiones. Desde el primer momento había intuido algo entre aquella madre y su hijo. Realmente solo se basaba en que le resultaba imposible que Aarón tuviese una madre como aquella y no ocultase alguna que otra paja a su salud. Cuando vio el vídeo de las flexiones, lo primero que se preguntó es, ¿qué sentido tenía aquello salvo que la madre tigre (anteriormente conocida como “la leona” hasta que su padre tuvo que fastidiarle el mote) buscaba algún tipo de contacto con su hijo? Además, Aarón no estaba nada mal, aunque no parecía consciente de ello. Si Vanesa fuese su madre, disfrutaría jugando a ponerlo cachondo a todas horas.

Pero lo que de verdad le había confirmado que Aarón no era tan ajeno a los impresionantes encantos de su madre era que en el vídeo estaba empalmado. La holgura del pantalón y el estar boca abajo lo disimulaba, pero no lo ocultaba. Vanesa se dio cuenta desde el primer momento. El joven tigre tenía, en alguna parte de su ser, unas buenas ganas de echarle la zarpa a aquel culo esculpido por los dioses, no le cabía duda. Y ella no pensaba perderse el espectáculo.

8

A los diez minutos de entrenamiento, Vanesa ya estaba tan cansada que casi no tenía ni fuerzas para admirar el culo de Casandra, embutido en unos leggins negros y grises, que no cesaba de pasear a un lado y a otro mientras daba sus indicaciones con voz autoritaria.

Tras el calentamiento, no había parado de realizar ejercicios destinados a fortalecer piernas y glúteos. Sentadillas con salto, sentadillas estáticas, sentadillas con balón medicinal, y luego, zancadas, zancadas con salto… Así, sin respiro.

Aarón llevaba buen ritmo. Y tenía unas piernas que estaban para mordérselas y descubrir cómo de duras eran.

Para cuando Casandra les permitió un descanso, Vanesa casi se derrumbó.

—¡Esto es mortal! —dijo.

—Ya te lo advertí —le replicó Casandra—. ¿Estás bien?

—Sí, si no hemos hecho más que empezar. Pero vamos, unos cuantos días más así y tendré un culazo casi tan espectacular como el tuyo. —Miró a Aarón, que estaba en plan hosco con ella—. ¿Tú qué opinas, Aarón? ¿Podré llegar a ese nivel alguna vez?

Él solo se encogió de hombros. Estaba de rodillas en el suelo, muy envarado, recuperando el aliento que apenas había perdido. Casandra se puso tras él y le hizo un suave masaje en los hombros. Había separado un poco las piernas de tal manera que la nuca de Aarón quedaba a la altura de su coño.

“¡Ñam!” Vanesa se relamió. Con que Aarón llevase la cabeza un poco para atrás, ya rozaría el lugar por donde llegó al mundo.

—Aarón es un romántico —dijo Casandra—, no le gusta hablar de cosas tan superficiales.

“Pues tengo una charla en WhatsApp que dice lo contrario.”

Vanesa se rio.

—Yo creo que más bien tiene los estándares demasiado altos —dijo—. Y no me extraña, con lo que tiene en casa.

Casandra la miró con aquellos ojos claros, azul grisáceos, no supo si con severidad o con malicia. Pero se limitó a sonreír.

Vanesa decidió escarbar un poco más. Había que darle vida al juego.

—Una mujer como tú tiene que haberse casado con un pedazo de hombretón —dijo, haciendo caso omiso del gesto de incomodidad que lució Aarón, aunque decidió hacerle un pequeño regalo—. Para tener un hijo tan guapo, tienen que haberse juntado unos genes maravillosos.

Aquello sonrojó a Aarón e hizo sonreír a Casandra, que dejó de masajearle los hombros.

—Digamos que no está nada mal.

Hubo algo en su tono que hizo cosquillas en la entrepierna de Vanesa. Aquella mujer adoraba a su hombre. ¿Sería eso posible? ¿Tanta pasión en un matrimonio y con cuatro años de ausencia?

—Aarón también me dijo que su padre está en la cárcel. —Vanesa procuró darle a su voz el tono más inocente posible.

Aarón la miró alarmado. Casandra con dureza. El ambiente se enfrió un par de grados.

—Siento si he dicho algo que no debería. —Vanesa compuso su expresión de niña arrepentida con la maestría que da la experiencia.

—No tiene importancia. —Casandra se relajó—. Son cosas que pasan. Dante volverá la semana que viene.

Vanesa se preguntó cómo se podían resumir cuatro años de cárcel con un “son cosas que pasan”, pero decidió no meter más presión.

—Dante —repitió en cambio—. Qué buen nombre.

Casandra sonrió.

—Bueno, ya hemos descansado demasiado —dijo, dando unas palmadas—. ¡Arriba! Venga, Aarón, que le vamos a dar una buena lección a esta jovencita tan descarada. —Casandra deslizó una mano por los hombros de Vanesa de un modo que a esta le vibró el coño—. Espero que aguantes un poco —le dijo Casandra muy cerca de su oreja.

No aguantó. El ritmo que impuso Casandra de golpes al saco era exagerado, mucho más intenso que el que daba en las clases. Llegó un momento en que Vanesa, empapada en sudor y con la mitad de los músculos incapaces de responder, tuvo que parar. Casandra solo le sonrió, pero aquella sonrisa no era del todo amable. Era toda dientes.

“¿Esta zorra me quiere avasallar? —se preguntó Vanesa, jadeando, casi hiperventilando—. ¿Qué pasa? ¿La tigresa no solo es protectora con su niñito, sino también con su hombre? Pues ya veremos cómo de intocables sois.”

Tal vez fuese todo un error de interpretación por parte de Vanesa, pero, desde luego, su versión era mucho mejor. De modo que no apartó la mirada de la de Casandra, y también le sonrió, aceptando un desafío que, muy probablemente, solo existía en su imaginación.

9

De algún modo, Vanesa logró llegar hasta el final del entrenamiento, aunque con muchos descansos de por medio.

—¿Hoy no hay flexiones sobre flexiones? —preguntó Vanesa cuando recuperó el aliento, decidida a seguir haciendo que aquella zorra se sintiese incómoda.

Pero Casandra no se sintió ni mínimamente molesta.

—Ah, es verdad, que Aarón te mandó el vídeo —dijo, sentándose entre ellos dos con las piernas cruzadas—. De hecho, fui yo quien le dijo que lo hiciese.

—¿Ah, sí? —Vanesa miró a Aarón. El pobre estaba en su mundo de hombre con el corazón roto.

—Me pareció una idea divertida —dijo Casandra.

“Te pareció una idea cachonda.”

—La verdad es que es impresionante.

—No es para tanto. ¿Quieres probar?

—¿Yo? ¿Ahora? ¡Si estoy medio muerta! Apenas siento los brazos.

Casandra se rio, pero su mirada no reía. Su mirada desafiaba.

—¿Te vas a rajar? ¿Y delante de un chico?

—Ni siquiera Aarón podría hacer eso ahora, después de todo esto —dijo Vanesa.

—¿Tú crees? —Casandra se puso en pie—. Vamos, Aarón. Demuéstrale tu espíritu luchador.

—¿En serio? —replicó Aarón con escaso espíritu luchador.

—Claro que es en serio. Solo un par. Eso no es nada.

Con resignación, Aarón se tumbó boca abajo, colocando las manos en posición de flexión.

Casandra se tumbó sobre él boca abajo, aplastando sus pequeños pechos contra la ancha espalda de su hijo, agarrándose a sus hombros, acomodando la pelvis por encima del trasero de Aarón.

Vanesa miraba, fascinada, cada detalle. Con disimulo, puso las dos manos entre los tobillos cruzados y su entrepierna, como si se acomodase. Con mayor disimulo, presionó un antebrazo contra su coño. Se mordió el labio inferior para no gemir.

Aarón gruñó con esfuerzo y alzó a su madre en una flexión. Entonces fue el turno de Casandra, que hizo una flexión sobre él. Lo repitieron una segunda vez. Y una tercera.

Casandra le dio un beso en la coronilla a su hijo y se puso en pie. Aarón rodó para ponerse boca arriba y luego se quedó sentado. Vanesa se fijó en su entrepierna, a ver si había erección, pero estaba claro que ese día el chico no estaba para morbos. No obstante, a Vanesa no se le escapó que lanzaba una mirada fugaz al culo de su madre, que tenía a su lado, a escasos centímetros. Tan fugaz que podría ser una impresión de Vanesa, pero, de nuevo, se quedaba con su versión.

—¿Ves? —dijo Casandra—. No es para tanto. Venga, intenta solo una. Me pondré sobre ti, pero no haré ninguna flexión.

Vanesa estaba a punto de pedirle que se pusiera sobre ella, sí, pero estando las dos desnudas y que le restregase el coño por todo el cuerpo. Y luego que Aarón se las follase a ambas. Por favor .

Obviamente, no dijo nada de esto.

—Vale —aceptó—. Pero haré el ridículo.

—No lo sabremos hasta que lo intentes.

“Lo sabes tan bien como yo, perra.”

Cuando Casandra se puso sobre ella, casi no pudo respirar. Al mismo tiempo, su coño, ya empapado desde antes, empezó a palpitar. Aquel peso, el calor corporal, el sudor. El vientre desnudo por el top de Casandra, duro y firme, pegado a la espalda semidesnuda de Vanesa. Piel con piel. Carne con carne. Joder, era todo demasiado cachondo.

Vanesa lo intentó un rato, pero no fue capaz de alzarse ni medio centímetro.

—Bueno, poco a poco lo lograrás —le dijo Casandra, incorporándose y dándole unas palmaditas en una nalga durante el proceso.

Sin poder evitarlo, Vanesa soltó un gemido ahogado.

Casandra se rio, tomando el sonido por una muestra de agotamiento, cuando había sido de pura excitación.

—Venga —le dijo, ayudándola a levantarse—, tal vez me haya pasado. Igual prefieres seguir con los horarios normales.

—Ni de coña —replicó Vanesa, agarrándose a la cintura de Casandra como si se quisiera sostener—. No me voy a rendir así como así, tigres presumidos.

Casandra volvió a reír y se separó de ella, revolviéndole un poco los rizos de la coleta. Vanesa dejó que su mano se deslizase por aquellas nalgas a medida que la entrenadora se alejaba. Volvió a morderse los labios.

A Aarón no se le escapó el detalle, a juzgar por su mirada. Y a juzgar por su paquete, algo abultado, tampoco se le habían escapado otros detalles.

“Vaya, vaya. Volvemos a entendernos.”

—Bueno, chicos —dijo Casandra—. Hora de ducharse. ¿O tú te marchas ya, Vanesa?

Las demás veces, Vanesa se había ido sin ducharse a su casa.

—No, yo también me ducharé —dijo—. He sudado demasiado como para salir a la calle así. No es cuestión de ir matando perros a mi paso con la peste de mis axilas.

Casandra rio. Incluso Aarón “Corazón Roto” esbozó una sonrisa.

10

Al entrar en la ducha, Vanesa y Casandra abrieron sus respectivas taquillas (la de Casandra era diferente al resto, de color azul en contraste con el amarillo de las demás, y con candado de combinación) para coger los enseres de ducha y una toalla.

Casandra se descalzó y se desnudó con rápidos movimientos a pocos pasos de Vanesa, que no perdió detalle. Cuando vio la tira del tanga que llevaba debajo estirarse durante un momento, atrapada entre las suculentas nalgas, antes de ceder, no pudo evitar darse un breve apretón en el coño. Madre del amor hermoso, si vestida Casandra ya era impresionante, desnuda era sencillamente arrolladora. Una composición perfecta de piel tersa, músculos definidos, curvas de infarto y un culo ante el cual deberían postrarse todos los mortales, firme como una fortaleza, voluptuoso, macizo. Una obra maestra de la naturaleza y el gimnasio.

Cuando Casandra se volvió hacia ella, Vanesa pudo ver que llevaba el pubis depilado por completo. Sus labios vaginales eran grandes, como si estuvieran un poco inflados. Vanesa se pasó la lengua por los labios sin poder resistirse.

—¿Todavía estás así? —le preguntó Casandra, ignorando por completo la mirada lasciva de Vanesa.

—¡Buf! —se quejó Vanesa, apartándose de la taquilla y dejando caer los brazos—. Es que estoy tan derrotada que no soy capaz ni de mantener los brazos levantados un rato. A saber cómo me voy a duchar en estas condiciones.

Era un pequeño cebo en el cual estaba segura de que Casandra no caería.

—¿Necesitas ayuda para quitarte la ropa? —dijo Casandra, riendo y acercándose ya.

“¿En serio?”

—¿No te importa? —Vanesa puso cara de culpa, como si lamentase ser una pobre muchacha que solo causaba molestias.

—Claro que no.

Vanesa se quitó las zapatillas deportivas con los pies. Casandra le quitó las gafas, dejándoselas en su taquilla. Luego metió los dedos por debajo del top, casi rozándole los pechos, y comenzó a levantárselo. Vanesa gimió al alzar los brazos, como si le doliesen mucho más de lo que lo hacían.

—Es culpa mía —dijo Casandra, quitándole el top con movimientos delicados—. Me pasé un poco contigo hoy.

Al llegar con el top a la altura de las manos, justo antes de quitárselo del todo, Casandra se acercó lo suficiente a ella como para que sus torsos se pegasen. Era más alta, de modo que sus duros pezones le rozaron la clavícula. Vanesa deseó no tener el sujetador puesto. Algo que se solucionó al poco, cuando Casandra le hizo darse la vuelta para quitárselo. Finalmente, se puso en cuclillas frente a Vanesa, que pudo ver, desde su perspectiva, cómo aquel monumental culo desnudo se echaba hacia atrás, las nalgas algo separadas.

“Ojalá pudiera grabar esto —pensó—. Si Aarón apareciese ahora, nos viola aquí mismo.”

Más bien se quedaría en una esquina dándole al onanismo, pero, como siempre, la versión de Vanesa era mejor.

Los dedos de Casandra se deslizaron por dentro de la cinturilla del short y del elástico del tanga, y tiró hacia abajo. El pubis de Vanesa estaba bien recortado, con un coqueto triángulo sobre el clítoris.

Vanesa estuvo a nada de poner las manos sobre la cabeza rubia de Casandra para llevarle la cara contra su coño. Tuvo que cerrar los puños para reprimirse. Levantó un pie y luego otro para que Casandra le pudiese quitar el short y la ropa interior. Luego, la entrenadora le cogió un tobillo y le hizo levantar el pie para quitarle un calcetín.

—Oh, eso no hace falta —musitó Vanesa, deseando que aquella puta la lamiese desde los pies hasta la cabeza.

—¿Te vas a duchar con los calcetines? —se rio Casandra, quitándole el otro. Se inclinó para coger el bote de gel que había dejado sobre un banco y se encaminó hacia una de las duchas, todas separadas por habitáculos.

“Joder, qué manera de mover el culo. Para eso hay que nacer.”

—Venga —le indicó Casandra—. Te ayudo a ducharte y luego ya me ducho yo.

“Yo te ducho con mis fluidos, zorra.”

—¿Seguro que no es molestia? —Vanesa ya estaba caminando hacia ella. Y no se le había pasado por alto que Casandra no había cogido ninguna esponja, solo el gel.

—Claro que no. Qué menos, después de la caña que te he metido.

Vanesa entró en la ducha. No era muy espacioso. Perfecto.

Casandra se metió con ella y estiró el brazo para abrir el grifo, pegando los pechos a la espalda de Vanesa. Un chorro de agua fría cayó sobre ellas. Vanesa dio un respingo y soltó un quejido. Casandra ni se inmutó.

A los dos segundos, empezó a salir tibia.

—Perdona —dijo la entrenadora—. Al principio siempre sale un poco fría, no me acordaba.

—No importa. —Vanesa pegó más la espalda contra los pezones erectos de Casandra—. Ahora se está bien.

Tras dejar que el agua cayese sobre ellas durante un rato, Casandra se echó gel en las manos y comenzó a enjabonar la espalda de Vanesa. Sus manos se deslizaron suavemente por los hombros, los brazos, frotaron las axilas, provocando algunas risitas en Vanesa. Y luego fueron a los voluminosos pechos, donde enjabonó a conciencia.

—Tú dirás mucho de mi cuerpo —dijo Casandra—, pero ya me gustaría a mí tener unas tetas así.

Vanesa ya no podía mantener el papel pasivo más tiempo. Se dio la vuelta, poniéndose frente a Casandra.

—¿Encima de tener el mejor culo que he visto en mi vida, también quieres tener unas tetas grandes? —dijo, riendo—. Deja algo para los demás. Además, tus tetas son perfectas. —Y llevó las manos a los pequeños senos de Casandra, amasándolos sin timidez. Se sentían perfectos en sus manos, suaves, firmes y con unos pezones rosados duros y preciosos.

Casandra se había quedado quieta. Varios mechones del pelo rubio se le habían pegado a la cara triangular.

—Sigue enjabonándome —le dijo Vanesa.

“Te voy a hacer mía, puta.”

Casandra no dijo nada. Se echó más gel en las manos y continuó enjabonando el vientre de Vanesa. Luego se acuclilló para continuar con las caderas, las nalgas, entre las nalgas.

—¿Qué te parece mi culo, Casandra? —le preguntó.

—Es suave —dijo ella, con voz neutral—. Un poco blando, pero eso me gusta.

—Ah, ¿sí? ¿Y esto también te gusta?

Vanesa posó las dos manos en la cabeza empapada de Casandra y tiró de ella para pegarle la cara al coño.

Solo que la cabeza de Casandra no se movió ni un ápice.

Vanesa la miró, sorprendida. Casandra también la miró. Y, aunque la estaba mirando desde abajo, acuclillada, desnuda y con el agua cayéndole encima, Vanesa tuvo la impresión de que era inmensa. La mirada de Casandra la atravesó como una flecha de hielo. Era la mirada de alguien que tenía todo el control de la situación. Vanesa sintió un poco de miedo. Apartó las manos de su cabeza, como pidiendo disculpas.

Casandra se puso en pie. Medía unos cinco centímetros más que ella, pero a Vanesa le dio la impresión de que eran al menos veinte.

—Veo que ya te encuentras con más fuerzas —dijo Casandra con una sonrisa más o menos igual de cálida que un maquete.

—Bueno… Sí, eso parece.

—Me alegro.

Casandra le acarició una mejilla casi de manera maternal. Le pasó el pulgar por los labios mojados. El agua no cesaba de caer sobre ellas, tibia.

—Creo que te gusta mucho pasarte de lista —dijo Casandra, sin dejar de sonreír. Los ojos le brillaban de un modo febril.

De pronto, le dio una bofetada. No fue muy fuerte, lo suficiente para picarle.

—No me importa que seas una cachonda —dijo Casandra, hundiendo los dedos en sus mejillas hasta hacer que separase los labios—. Me importa que me tomes por tonta. —Acercó su cara a la de Vanesa y le escupió directamente en la boca—. No me gusta que jueguen conmigo. —Otro salivazo, en plena cara, que el agua se llevó—. Y lo que menos me gusta es que se lo hayas hecho pasar mal a mi hijo solo por diversión, ¿entiendes?

Vanesa asintió. Nunca había estado en la posición dominada y… Le estaba gustando. Su coño era un mar embravecido de fluidos ardientes.

—Muy bien. —Casandra le dio unas bofetadas suaves, se acercó aún más y le lamió la misma mejilla, la respiración cada vez un poco más agitada—. Muy, muy bien. Me gustas, Vanesa. Eres divertida, preciosa y mi hijo está bastante tontito contigo. Esto es una cuestión de límites, nada más. Abre la boca y saca la lengua.

Vanesa no cuestionó qué tenía que ver abrir la boca con los límites. Lo hizo, en cualquier caso, y sacó la lengua todo lo que pudo. Casandra escupió en ella, se la lamió y se la chupó como si de una polla se tratase. Vanesa se atrevió a poner las manos en las caderas de Casandra y buscó besarla. La mujer se lo permitió. Se devoraron la boca con furia. Casandra rodeó su cuello con una mano y apretó sin dejar de chupetearle los labios y de mordisquearlos. Estaba claro que Vanesa allí era un juguete, pero no podía dejar pasar la oportunidad de amasar aquel grandioso culo. Y así lo hizo. Comenzó a recorrer toda su inmensidad, ayudada por el agua. Dios Santo, era tan firme, y tan suave. Lo manoseó a conciencia, metió las manos entre las nalgas. Sintió el ano en sus dedos.

Casandra, sin soltarla del cuello, con la otra mano la agarró por la coleta y tiró de su cabeza hacia atrás.

—Por favor —le pidió Vanesa—, quiero comerte el culo.

Casandra sonrió.

—Este culo está reservado para mi marido cuando salga de la cárcel —dijo—. Tú me vas a comer el coño. Y rápido, que no podemos estar aquí media hora.

La hizo ponerse de rodillas y Vanesa se vio con la boca pegada a aquel coño de labios hinchados en un instante.

“Esto debe de ser el karma.”

Casandra la agarró con firmeza, por la coleta con una mano y por un mechón empapado con la otra, y comenzó a frotar el coño no contra su boca, sino contra toda su cara, desde la barbilla hasta la frente, una y otra vez, con fuerza, sin importarle lo incómoda que pudiera estar Vanesa. Quien, por otro lado, estaba en la gloria.

“¡Oh, sí, fóllame la cara!”

Sin dejar de manosear las pétreas nalgas, se dejaba hacer, lamiendo cuando podía, siempre con la lengua fuera, como una perra hambrienta, buscando saborear aquel coño que se restregaba por todo su rostro. Los fluidos de Casandra se mezclaban con el agua o entraban directamente en su boca. Vanesa a ratos sentía que se iba asfixiar, pero no le importaba. El juego se había puesto muy interesante.

Los frotamientos de Casandra se aceleraron, se hicieron aún más rudos, más profundos, hasta que de repente se detuvo con el coño pegado a la boca de Vanesa, empujando su cabeza con tanta fuerza contra aquellos labios carnosos y abiertos que parecía querer meterse la cabeza de la joven hasta el útero. Notó y saboreó los calientes fluidos de Casandra mientras esta se corría.

Por fin, la entrenadora se relajó y dejó que Vanesa respirase.

—Espera, no te levantes —le dijo Casandra. Cerró el grifo de la ducha y adelantó una pierna para pasarla por detrás de Vanesa—. Abre la boca.

Vanesa obedeció. De pronto, un ardiente chorro de orina cayó sobre su cara. Otra nueva experiencia. Con los ojos entreabiertos, abrió aún más la boca, sacando la lengua, y se situó de manera que cayese todo dentro. Tenía un sabor extraño, amargo, con un punto a café.

El chorro de orina cesó y Vanesa cerró la boca, tragando lo que quedaba.

—Y con esto —le dijo Casandra—, ya te he duchado.

Vanesa soltó una risa que sonó ebria.

—Joder con la tigresa —murmuró.

La tigresa se acuclilló junto a ella. Le lamió la cara hasta terminar sorbiendo los restos de orina y agua. Luego le hizo abrir la boca con los dedos y escupió la mezcla dentro.

Vanesa cerró la boca. No tragó.

—Ahora que ya tenemos claro dónde terminas tú y dónde empiezo yo —le dijo Casandra mirándola a los ojos—, quiero que hagas las paces con mi hijo y, juegues a lo que juegues, no le hagas daño.

Vanesa asintió.

Casandra salió del habitáculo y se preparó para ducharse.

11

Aarón llevaba ya un rato esperando detrás del mostrador, pasando el rato con el móvil. Por fin, Vanesa apareció. Llevaba el pelo suelto empapado, todavía goteando sobre un vestido de tirantes rosado, entallado y corto. Uno de los tirantes lo llevaba caído. Aarón observó que no tenía sujetador puesto y el pecho amenazaba con exhibirse en cualquier momento. El vestido estaba mojado como si Vanesa no se hubiese secado después de ducharse. También cayó en la cuenta de que tenía la mejilla izquierda un poco enrojecida.

—¿Estás bien? —le preguntó, rompiendo la promesa que se había hecho a sí mismo de no dirigirle la palabra.

Ella asintió, sonriendo sin despegar los labios. Dejó caer la mochila al suelo y se inclinó hacia ella, dándole la espalda a Aarón. El vestido se le subió lo suficiente como para que viese que tampoco llevaba bragas ni tanga. Ante la visión de su culo, de los labios vaginales asomando entre las nalgas, se quedó paralizado.

Vanesa se levantó con el móvil en la mano. Lo manipuló hábilmente con una mano y se acercó a Aarón. Él estaba sentado en la silla todavía. Ella se puso a horcajadas sobre uno de sus muslos. Al instante, Aarón sintió el calor y la humedad de su coño traspasando la tela de su pantalón de chándal.

—¿Pero qué…?

Ella le puso un dedo en los labios, sin despegar los suyos. Sostuvo con una mano el móvil en modo selfie , solo que no iba a sacar ninguna foto. Estaba grabando un vídeo. Con los dedos de la otra mano, presionó los labios de Aarón para que abriese la boca. Él se dejó hacer. Ella se inclinó y vertió dentro de su boca lo que parecía un buen montón de saliva.

—Traga —le dijo Vanesa.

Aquello tenía un sabor extraño, un tanto amargo, y con un ligero toque a café. Pero obedeció. Tenía la polla durísima.

—Buen chico —dijo, lanzando un guiño a la cámara, sin dejar de grabar.

Aarón solo atinó a mirarla entre aturdido y excitado.

—¿Me perdonas? —le preguntó ella.

—Siempre —dijo él.

Ella le sonrió.

—Cómeme la boca. —Continuaba sosteniendo el móvil, grabando.

—Pero, mi madre…

Ella pegó la boca a la de él. Sintió su lengua retorciéndose entre sus muelas y no tardó en reaccionar. El beso se hizo ansioso, húmedo, la saliva se acumulaba, se desbordaba de sus bocas desesperados mientras se chupaban los labios y la lengua. Aarón se olvidó de su madre. Se olvidó de todo lo que no fuese aquella chica a la que deseaba y, probablemente, también algo más. Vanesa se restregaba contra su muslo, gimiendo de placer dentro de su boca, sin dejar de besarle, ni de grabar. Aarón llevó las manos a sus muslos y no tardó en deslizarlas bajo el breve vestido para manosear su culo con fuerza, hundiendo los dedos en aquella carne húmeda, suave y deliciosa.

Con la mano que no sostenía el móvil, Vanesa comenzó a frotar el paquete de Aarón. Ahora él también gemía en la boca de ella, sin dejar de besarla.

Vanesa, de pronto, separó la boca de la de él, dejando caer varios hilos de saliva, y se abrazó con fuerza a su cuello con el brazo del móvil, grabando ahora un primer plano de su cara extasiada mientras su cuerpo se tensaba y su coño se apretaba contra la pierna de Aarón, que continuaba amasando sus prietas nalgas. A pesar de que su experiencia sexual no iba más allá de algunos morreos, Aarón no era tan ignorante como para no saber que Vanesa se estaba corriendo.

Cuando su orgasmo terminó, notó que Vanesa se ponía laxa durante un momento. Se escuchó un pitido cuando ella pulsó el botón de finalizar la grabación y se quedó un rato abrazada a él.

Aarón continuaba empalmado y deseaba seguir, pero estaba claro que ella ya se había quedado satisfecha.

“Y mi madre está por aquí, acuérdate de eso.”

Y tanto que estaba por allí.

—Vaya, vaya —dijo Casandra, observándoles con los brazos cruzados y una ceja irónica alzada—. Veo que no desaprovecháis el tiempo.

Aarón se sobresaltó, y casi tuvo el impulso de apartar a Vanesa de encima, pero se reprimió.

Vanesa se lo tomó con calma. Le dio un beso en la mejilla, muy húmedo, y se apartó de encima, bajándose la falda del vestido que Aarón le había subido, y colocándose el tirante, ya que el pecho de ese lado estaba a punto de desbordarse. Miró a Casandra con una sonrisa radiante:

—Ya hemos hecho las paces.

12

Por fin, Saúl tenía una historia en mente. Había pasado de sufrir un bloqueo que duraba más de un año, a esbozar una historia completa en su cabeza, prácticamente sin tomar apuntes. Había creado un personaje con la arcilla de su imaginación, y lo demás consistió en plantar las semillas de un universo que girase a su alrededor.

Incluso tenía el título.

Se puso delante del portátil y lo escribió:

LOS COLMILLOS DE LA TIGRESA

CONTINUARÁ

ENDING:

Halestorm – Love bites

Nota del autor:

Aprovecho este espacio para desear a todo el que lea esto (y al que no también) que esté llevando esta situación que nos ha tocado vivir de la mejor manera posible. Por mi parte, espero que al menos estas historias que me monto sirvan para entreteneros durante un rato y desconectar. A mí, al menos, me sirve escribirlas. Un saludo y gracias por llegar hasta aquí.