ALETEO DE MARIPOSA 1: Y con ella llegó el caos

A veces, una sola persona irrumpiendo en nuestra vida puede afectar a la estructura misma de nuestra cotidianidad hasta límites imprevisibles. Eso iba a ser Vanesa en la vida de Aarón, el detonante del caos.

ALETEO DE MARIPOSA

CAPÍTULO UNO

Y CON ELLA LLEGÓ EL CAOS

1

—Buen libro.

Aarón despegó la mirada del libro que tenía entre las manos. El corazón le dio un pequeño vuelco, no por el susto, sino por la mirada tan directa de la chica que tenía delante, al otro lado del mostrador. Y por su sonrisa. Joder, parecía sacada de un anuncio de dentífrico. E iba en conjunto con la mirada. Detrás de las gafas de montura negra, rectangulares y que le sentaban a la perfección, unos ojos color avellana le traspasaban con la franqueza que da la facilidad para socializar.

—Ah… Gracias. —Se sintió estúpido. Ni que él fuese el autor del libro.

Ella soltó una risita, pero fue un sonido agradable, en las antípodas de la burla.

Aarón carraspeó y se puso en pie, tratando de salvar un poco su dignidad. A sus diecisiete años, su habilidad para tratar con chicas (especialmente si eran tan guapas como aquella) oscilaba entre lo regular y lo muy deficiente.

—Sí, es muy entretenido —dijo, dejando el libro bajo el mostrador.

Al erguirse, pudo ver la sudadera abierta de la chica. Debajo, llevaba un top deportivo negro que se ceñía a unos pechos que, con solo un vistazo, Aarón supo que sus manos no podrían abarcarlos. Sensuales, sin llegar a la exuberancia. El top finalizaba bajo los senos, permitiendo ver un vientre plano, de aspecto suave.

Por supuesto, Aarón no dedicó más de un segundo a estos detalles. Una cosa era tener las hormonas revolucionadas y otra ser un baboso. Se centró en las gafas de la chica, enmarcadas por los rizos castaños que caían hasta los estrechos hombros.

—¿Es la primera vez que vienes? —le preguntó Aarón.

La chica acababa de entrar en un gimnasio con ropa deportiva, de modo que sus intenciones eran obvias. Pero lo normal en los clientes habituales era que entraran sin más, sin pararse en el mostrador salvo para alguna duda concreta. Además, si aquella chica hubiese estado allí antes, Aarón la recordaría.

—Sí —respondió ella—. De hecho, me mudé hace poco a la ciudad. Tenía ganas de apuntarme a algún gimnasio y me llamó la atención el nombre de este. —La chica rio, de nuevo sin malicia—. “Warrior Tigers” —dijo, con voz teatral—. Me llamó la atención. Pensé que me lo encontraría lleno de maromos bufando como machos en celo. Pero ya veo que estaba equivocada.

La joven miró hacia la cristalera que delimitaba el recibidor del gimnasio propiamente dicho. Al otro lado del cristal, en una sala bastante amplia, se podía apreciar el material típico en una instalación deportiva como aquella: mancuernas de varios tipos, barras, colchonetas, balones medicinales… En cambio, no había ninguna máquina, pero sí varios sacos de boxeo. Veinte sacos, para más señas. Una mujer rubia, con el pelo recogido en una coleta, daba instrucciones a un grupo de personas que golpeaban sus respectivos sacos con puñetazos y patadas. La mujer vestía un top deportivo blanco y un short de licra del mismo color muy corto y muy apretado, que permitía apreciar unos muslos muy trabajados y unos glúteos esculpidos con la rotundez del mármol y la sensualidad de una Afrodita rediviva.

—¡Madre mía! —dijo la chica—. Un nalgazo de esa mujer y te podrías quedar inconsciente.

Aquel comentario pilló por sorpresa a Aarón, que no pudo evitar reírse, con cierta timidez.

—Aunque seguro que tú no te quejarías de recibir un golpe así, ¿eh? —le dijo ella, guiñándole un ojo.

Aarón sonrió, un poco ruborizado.

—Es mi madre —dijo—, así que igual sí me quejaría. —Amplió la sonrisa, para rebajar cualquier tipo de acritud que pudiera percibirse en su tono.

—¿Ah, sí? —dijo ella, abriendo la boca con asombro. Tenía los labios pintados de un tono rosado suave, carnosos y muy bonitos—. Bueno, pues tu madre tiene un cuerpazo que madre mía, ojalá yo estar la mitad de buena.

Aarón sonrió, evitando decir lo que pensaba. Aquella chica estaba buenísima, y era más que seguro que lo sabía perfectamente.

—¿Entonces te quieres unir a los “Tigres guerreros”? —dijo Aarón, imitando un poco el tono teatral que la chica había usado antes. A él siempre le había parecido un nombre ridículo para un gimnasio. Parecía el título de una película mala de acción. Había sido idea de su padre, cómo no. El flipado de su padre.

Ella rio.

—Los tigres guerreros entrenados por la leona de tu madre, ¿no? —dijo—. Por lo que veo, además de ejercicios con pesas y demás, también se entrena con el saco.

—Así es. Se combinan las dos cosas en sesiones de una hora.

—Parece divertido. —La chica sonrió ampliamente—. Pues apúntame. La verdad es que estoy deseando empezar.

—Perfecto. —Aarón se sentó de nuevo para ponerse delante del ordenador. Tecleó varias veces hasta abrir una ficha de cliente—. Pues te voy a abrir una ficha. La cuota mensual son cincuenta euros. Abrimos de lunes a sábado. Te daré una tarjeta con los horarios.

—Muy bien.

De modo que le tomó los datos. Así supo que la chica se llamaba Vanesa Vidal y tenía diecinueve años. Es decir, dos más que él, lo que la dejaba aún más lejos de su alcance, por si su belleza no era obstáculo suficiente. Cuando le pidió un número de teléfono y un correo electrónico, Vanesa bromeó con la posibilidad de que él la fuese a acosar y le advirtió de que vivía con su padre.

—Aunque no creo que mi padre esté en tan buena forma como tú —le dijo, apreciando los brazos de Aarón.

Él sonrió, cohibido.

—Tampoco estoy en tan buena forma —dijo. Y era cierto. Desde luego, estaba muy lejos de la perfección alcanzada por sus padres.

—No seas modesto, que estás muy bien —le dijo ella, guiñándole el ojo.

Él solo sonrió. Tampoco se iba a poner a debatir algo así.

Completó la ficha y le entregó la tarjeta con los horarios. La tarjeta mostraba los colores del cartel del gimnasio, rojo y negro, con los ojos de un tigre de fondo.

—Vaya —dijo ella, mirando la tarjeta—. Veo que en diez minutos podré entrar a la última sesión. Y veo que hay límite de sacos. ¿Hay que hacer reserva previa?

—No, va por orden de llegada. No suele ocurrir, no somos tan populares, pero en caso de que te quedaras sin saco, y si no puedes esperar hasta la siguiente sesión, siempre se busca algún modo de adaptarse, compartiendo saco con otra persona, por ejemplo. Por eso no te preocupes.

—Perfecto. ¿Algo más que deba saber?

—Nada más. Trae toalla y agua. Eso es todo. Y el agua la puedes coger de la máquina, de todas formas. —Aarón señaló la máquina expendedora situada entre el mostrador y la cristalera.

—No te preocupes, soy una chica previsora. —Vanesa se inclinó, cogió algo del suelo y alzó una pequeña mochila roja de la que colgaba un llavero de peluche; la cabeza de un gato negro estilo anime.

—Genial entonces.

—Pues te dejo con tu lectura, chico serio. Espero que la sigas disfrutando. Ya me contarás si te gusta el personaje de Sonia. —De nuevo, le guiñó el ojo, a medida que se alejaba del mostrador.

Aarón no tuvo que señalizarle dónde estaban los vestuarios. Un cartel bien visible indicaba que se encontraban al lado de la máquina expendedora, bajando una escalera.

Observó que Vanesa llevaba unos leotardos grises que le sentaban maravillosamente, ceñidos a un culito prieto y respingón. La chica giró la cabeza hacia él con una sonrisa traviesa antes de desaparecer de su vista, evidentemente dando por hecho que le pillaría admirándola. Aarón sonrió, disimulando, consciente de que no engañaba a nadie.

Se sentó de nuevo, cogiendo el libro. Toda la conversación le había resultado un tanto surrealista. Aquella chica le había hablado con una confianza tan franca que se había sentido como si hablase con alguien a quien ya conociese de antes. No era algo a lo que estuviese acostumbrado, pero había sido muy agradable.

Le resultó curioso que Vanesa nombrase al personaje de Sonia. La diabólica y sexualmente activa antagonista del libro, que seducía a dos hermanos, chico y chica, hasta conseguir tener un trío con ambos. Trío durante el cual los dos hermanos acababan follando entre ellos. Nada raro en la literatura de Saúl Torres, que se caracterizaba por el morbo, tanto sexual como violento.

2

Poco se concentró Aarón en la lectura durante la última hora. Sus ojos iban una y otra vez hacia la cristalera, siguiendo los movimientos de Vanesa. Se la veía torpe siguiendo las indicaciones de Casandra, la madre de Aarón, pero aprendía rápido.

Solo habían venido cuatro personas más, de modo que tuvo bastante facilidad para seguir el entrenamiento de Vanesa. Especialmente, el calentamiento inicial y los estiramientos finales. Los leotardos se tensaban deliciosamente durante las sentadillas. Y los pechos botaban de un modo tan sugerente durante los diversos ejercicios que la imaginación de Aarón no cesaba de visualizarlos entre sus manos, blandos, suaves, sus dedos hundiéndose en la voluptuosa carne.

Pero no solo se fijaba en obviedades como aquella. Vanesa se había recogido los rizos en una coleta, de manera que su cuello largo y esbelto quedaba bien visible. Aarón casi sintió aquella piel tersa, impregnada de sudor, en su lengua al imaginarse lamiéndola.

Se estaba poniendo especialmente cachondo. Debía ser el calor. El verano empezaba con fuerza. Lo cierto era que hacía tiempo que una chica no le llamaba tanto la atención.

Una vez finalizada la sesión, Aarón se mantuvo atento para poder despedirse de Vanesa cuando se marchase.

No tardó en aparecer. Era de las que preferían ducharse en su casa, por lo visto. Se había dejado la coleta, con unos cuantos tirabuzones cayendo a los lados de su rostro que le daban un aspecto aún más atractivo. Se había subido la cremallera de la sudadera, pero esta era lo bastante ajustada como para apreciarse la forma de sus pechos.

—¿Qué te ha parecido? —le preguntó.

—¡Buf! Tu mami leona mete caña que da gusto —respondió ella, riéndose—. Pero me ha gustado. Sin duda, ha sido una buena elección.

—Me alegro.

—Oye, la verdad es que no conozco a nadie por aquí, así que, si quieres, te doy permiso para que hagas uso de esos datos privados que te he dado y me agregues a WhatsApp. Así podemos hablar de vez en cuando.

Por un momento, Aarón se quedó sin palabras ante esa actitud tan directa. Aunque nada en su tono ni en sus palabras indicaba que Vanesa buscase nada más que una posible amistad.

—Claro —dijo, un poco más efusivo de lo que le habría gustado—. Te agrego y te escribo en cuanto pueda.

—¡Genial! Así intercambiamos opiniones sobre literatura.

—Veo que te gusta leer —dijo él, sonriendo.

—Bueno, menos de lo que debería, teniendo en cuenta el oficio de mi padre, pero se puede decir que leo por encima de la media.

—Y, ¿a qué se dedica tu padre?

—Es escritor. Es posible que te suene. Se llama Saúl Vidal, pero sus lectores le conocen como Saúl Torres.

Ante la cara de Aarón, Vanesa se echó a reír de buena gana. Su risa era un sonido refrescante y contagioso, de modo que él también acabó riéndose.

—Sé que me estás tomando el pelo —dijo él.

—¡Qué va! De verdad, mi padre es el morboso y “maestro de las vueltas de tuerca más perversas”, como dijo un crítico de algún blog, Saúl Torres. Pensaba estirar más tiempo el misterio, pero al final no he podido resistirme. ¡Ojalá le hubiera hecho una foto a tu cara!

—Veo que te llevas bien con la nueva tigresa. —Casandra, la madre de Aarón, apareció al lado de Vanesa, posando una mano en su hombro.

De cerca, el físico de Casandra era aún más imponente. Incluso relajada, se podían apreciar los músculos de su abdomen. Al mínimo movimiento, los músculos de sus brazos resaltaban, sin llegar a ser algo exagerado. Tan solo el resultado de años de entrenamiento.  Resultados que sus ropas deportivas, ajustadas como una segunda piel, dejaban bien a la vista.

—Estaba diciéndole a tu hijo que soy la hija de su escritor favorito —dijo Vanesa, sonriendo.

—¿Eres la hija de George R. R. Martin? —dijo Casandra con sorna.

Vanesa se echó a reír.

—Vaya, vaya, poniéndole los cuernos a mi padre, ¿eh?

—Es la hija de Saúl Torres, mamá —aclaró rápidamente Aarón.

—¿Ah, sí? —Casandra le lanzó una mirada, como reevaluándola—. Pues tengo que decir que yo también disfruto bastante los libros de tu padre. A veces se pasa con el sexo, pero sabe cómo enganchar.

—Estará encantado de saber que tiene una fan tan guapa —dijo Vanesa.

—Tráelo aquí para que nos firme un libro. Es la primera vez que tengo la oportunidad de conocer a un escritor que me gusta en persona.

—¡Claro! De hecho, mañana mismo podría. Tampoco es que mi padre tenga que ir a ninguna oficina ni nada parecido.

—Pues por mí, encantada. Y mi hijo seguro que también lo agradece. Bueno, parejita, os dejo.

Vanesa y Casandra se dieron los dos besos habituales en las mejillas.

—¡Qué guay es tu madre! —dijo Vanesa cuando Casandra se alejó—. Y, joder, perdona que te lo diga, pero ese culo me hace dudar hasta de mi orientación sexual. Habría que hacerle un monumento. —Vanesa no se cortó en seguir con la mirada las cimbreantes caderas de Casandra.

Aarón se limitó a sonreír, cohibido, evitando mirar en la misma dirección que Vanesa. Esta, percatándose de su estupor, le dedicó una sonrisa cálida.

—Perdona si te ofenden mis comentarios, ¿eh? Acostumbro a hablar sin filtro. Es posible que te hayas dado cuenta.

—No pasa nada.

—Además, que tampoco tiene nada de malo decir una verdad como un templo. ¡Ya me gustaría a mí tener un culo así!

En opinión de Aarón, el culo de Vanesa era una maravilla que le encantaría lamer durante toda una noche, pero no dijo nada.

—Y aquí va otra verdad como un templo —dijo Vanesa, cambiando de tema con naturalidad—. Los dos tenéis unos ojazos increíbles.

Aarón había heredado los ojos azul grisáceos de su madre. Unos ojos que en el rostro triangular de Casandra le daban un aspecto fiero y peligroso, mientras que en la cara de Aarón, resultaban más amables.

—Gracias —dijo él.

—Me lo puedes agradecer diciéndome tu nombre, que ya sabes muchísimo de mí y ni te has dignado a presentarte —dijo ella, poniendo un exagerado mohín de niña triste.

Aarón quiso saborear ese labio inferior. Era la primera vez que tenía que hacer un esfuerzo consciente por no pasarse la lengua por los labios.

—Lo siento, tienes razón —dijo—. Me llamo Aarón, mucho gusto.

—El placer es mío.

Vanesa rodeó el mostrador y se acercó a él, poniéndole una mano en el hombro, para darle los dos besos. Otra cosa que a Aarón le pasaba por primera vez: sufrir una semierección por un contacto tan simple como aquel.

—Pues nada, Aarón. Me ha encantado formar parte de los “tigres guerreros”. Mañana nos vemos.

—Claro. Buenas noches, Vanesa. —Casi pudo saborear su nombre.

Ella le dedicó un guiño, como era previsible, y se marchó. Aarón juraría que estaba exagerando un poco el contoneo de sus caderas, como queriendo imitar a su madre. O puede que fuese porque ahora la observaba con redoblado interés.

“Me cago en la puta —pensó—. A ver si ahora me voy a enamorar.”

3

Como de costumbre en los últimos dos años, tras bajar la persiana metálica del gimnasio, tocaba el entrenamiento de Aarón, guiado por su madre. Se puso un pantalón corto y zapatillas deportivas, quedándose con la misma camiseta con la que había estado toda la tarde en recepción. Entró en el gimnasio propiamente dicho.

En el ambiente se notaba cierto olor a sudor rancio, pero su madre ya había pasado la fregona, y el aire acondicionado, así como un par de rejillas de ventilación, mantenían el ambiente relativamente bien aireado.

Su madre estaba de espaldas a él, manipulando el aparato musical al otro lado de la sala. Se encontraba inclinada hacia delante, las largas y fuertes piernas rectas, el culo levemente alzado. Claro que “levemente” en el caso de su madre era suficiente para resaltar aquellas nalgas pétreas como si una cámara omnipresente estuviese haciendo zoom sobre ellas. Sin duda, el culo de Casandra, unido a las rotundas caderas, los fuertes muslos bien torneados y la cintura estrecha, solo podía definirse como imponente. “Habría que hacerle un monumento”, había dicho Vanesa.

Aarón se sintió incómodo. No era la primera vez. Su madre tenía un atractivo sexual muy notorio, que ella potenciaba con su ropa deportiva. Pero hacía tiempo que nada de eso le afectaba. Sin duda, los comentarios de Vanesa le habían influido.

Pensó en Vanesa. En lo bien que le sentaban sus gafas rectangulares, en sus coquetos rizos. En su piel pálida. Su cuello largo y terso. En su top aprisionando unos pechos de lo más deseables. En su contoneo al marcharse.

No fue una buena idea. Su polla se removió. Por suerte, no de manera notoria.

La música brotó de los cuatro altavoces repartidos por la sala, dinámica y agresiva.

Por fin, su madre se volvió, acercándose a él. En oposición a su espectacular culo, los pechos de Casandra eran más bien pequeños, aunque esbeltos y que en absoluto restaban sensualidad a su cuerpo.

—A partir de hoy te voy a meter más caña, ¿vale? —le dijo—. Tu padre regresa en dos semanas. Quiero que se sienta orgulloso de tu cambio.

Aquello tuvo la virtud de enfriar cualquier pensamiento sexual en Aarón.

“No entreno por mi padre. Mi vida no gira en torno a su aprobación, joder.”

Pero aquello era solo cierto a medias. Y, a fin de cuentas, allí estaba. No tanto por la aprobación de su padre, sino por no decepcionar a su madre. Al final, en ningún caso era por él mismo.

El entrenamiento comenzó. Efectivamente, su madre le metió caña. Solo con el calentamiento, Aarón notó todos sus músculos tensos al máximo. No tenía un cuerpo especialmente definido, pero en los últimos dos años había ganado en fuerza y resistencia, y lo notaba. Sus brazos, que Vanesa había alabado, se habían vuelto más voluminosos, al igual que sus hombros y su pecho. Sus abdominales no estaban ni por asomo al nivel de los de su madre, pero se notaba que tenía el vientre firme. En general, cuando no pensaba en la motivación de su madre, se sentía bastante satisfecho.

—Esa chica es muy guapa, ¿verdad? —le dijo de repente su madre, mientras Aarón golpeaba el saco, alternando diferentes puñetazos y patadas, a máxima potencia.

Casi dijo “¿Quién?”, pero habría sido un subterfugio ridículo. Se limitó a gruñir una afirmación.

—Me ha caído muy simpática, y se nota que le gustas.

“Yo diría que estaba más interesada en tu culo que en mí”, pensó, pero no dijo nada.

Casandra no añadió nada más. Tras las sesiones en el saco, le puso a hacer flexiones. Mientras las hacía, Aarón se dio cuenta de que su madre se ponía sobre él, con un pie a cada lado de su cuerpo. De pronto, notó el peso extra sobre su espalda cuando su madre se sentó sobre sus lumbares.

—¿Qué haces? —preguntó, entre sorprendido y molesto, pegando el cuerpo al suelo.

—Ya te dije que te iba a meter caña. Venga, quédate quieto un momento, que tampoco te quiero lesionar. Deja que me coloque bien.

“Colocarse bien” consistió en tumbarse sobre la espalda de su hijo como quien se tumba en una hamaca. Acomodó la nuca en el cuello de Aarón, las nalgas pegadas a sus riñones y la planta de los pies en las nalgas de su hijo.

—Venga, empieza.

Su madre medía algo menos de metro setenta y cinco y pesaba cerca de sesenta kilos. No fue fácil.

—Joder, creo que te estás pasando —masculló tras conseguir dos flexiones sobre sus brazos temblorosos.

—¿Me estás llamando gorda?

—Te estoy llamando psicópata.

Casandra se echó a reír.

—¿Ves? Llevarte un poco al límite te hace más respondón. Eso me gusta, a ver si dejas de ser tan cerrado. —Casandra acompañó la puya con un golpecito de su pie derecho en la respectiva nalga de su hijo.

Aarón consiguió una flexión más.

—Venga, hijo. Imagina que Vanesa te está mirando. Yo creo que te ve ahora mismo y se enamora.

Aarón se imaginó la escena en tercera persona. Se vio a sí mismo allí tumbado, levantando el cuerpo de su madre. Sin pretenderlo, visualizó las fuertes piernas flexionadas y el macizo culo bien pegado a sus lumbares. Al instante, fue consciente de las nalgas de su madre en contacto con él. Fue consciente del calor que emanaba el cuerpo que tenía encima, del roce del pelo contra su cuello.

Sintió una corriente de adrenalina cuyo origen prefirió no analizar y subió con tanto impulso que casi hizo que su madre se cayese.

—¡Guau! —exclamó Casandra, riendo—. Ojalá Vanesa hubiese aparecido antes. Veo que te motiva. Espera, tengo una idea. Quédate ahí, aprovecha para descansar.

Casandra se quitó de encima suyo. Aarón sintió un alivio inmediato. También notó la solidez del suelo contra la solidez de su polla.

Escuchó a su madre alejarse en dirección hacia donde estaban colocados los balones medicinales.

“No mires.”

Dedujo que su madre cogió uno. Ni se molestó en preguntarse para qué. Los pasos se acercaron, pasaron a su lado y se alejaron un poco.

“No mires.”

Pero miró. Su madre estaba colocando el móvil, apoyándolo en el balón medicinal, con la pantalla en dirección a Aarón. Realizaba esta tarea acuclillada de espaldas a su hijo. Y toda la atención de Aarón, como si su cansancio hubiese debilitado ciertas barreras morales, se centró en el culo que tenía ante sus ojos. En cómo la licra se estiraba y las nalgas se apoyaban sobre los talones. En cómo el elástico de la cinturilla dejaba entrever el elástico negro del tanga que llevaba debajo. En cómo mantenía los muslos bien separados mientras manipulaba la cámara del móvil, de manera que sus nalgas también se separaban. Era fácil imaginar el panorama bajo la tela, pero ahí, por suerte, la imaginación desbocada de Aarón se encontró con un cortafuegos.

—Listo —dijo su madre, poniéndose en pie. En el suelo, el móvil estaba grabando.

Aarón apartó la mirada. Se concentró en su polla. Se había puesto más dura, hasta el punto de doler debido a la presión contra el suelo. Pero no se movió.

—Vamos a hacer un experimento —dijo Casandra, quitándose sus zapatillas rápidamente, ayudándose con el pie contrario—. Será solo un momento, y luego ya rebajamos la intensidad, ¿vale? Pero no me vayas a ser un debilucho, ¿eh?

Casandra volvió a tumbarse sobre el cuerpo de su hijo, pero esta vez boca abajo y con las piernas estiradas, de manera que sus manos quedaron apoyadas en los hombros de Aarón y los pies bien apuntalados por debajo de las pantorrillas del chico.

—Adelante, haz una flexión y mantente con los brazos rectos un momento.

La voz de su madre pegada a su oreja, acompañada de su aliento cálido, no ayudó a ablandar el problema entre sus piernas. Hizo lo que se le indicaba. Mientras levantaba el cuerpo de su madre trabajosamente, ella le susurraba:

—Vamos, cariño, dale fuerte. Piensa en esa chica, en que va a caer rendida ante ti, porque eres un chico muy guapo, fuerte y seguro de sí.

En un instante, mientras completaba la flexión, gruñendo por el esfuerzo, comprendió que todo aquello era el modo que tenía su madre de potenciar la confianza en sí mismo de su hijo. Deseaba que conociese y saliese con una chica para que dejase de estar tan encerrado en su mundo.

Una vez estiró del todo los brazos, manteniendo el peso de su madre, ella se agarró bien a sus hombros, colocó los pies debidamente bajo las pantorrillas de él, y realizó una flexión también. Al hacerlo, Aarón flaqueó.

—¡Aguanta! —ordenó Casandra con voz autoritaria. Se tomó su tiempo para hacer su flexión perfecta. Cuando su cuerpo de nuevo se pegó a la espalda de su hijo, le indicó que bajase.

Aarón bajó hasta tocar el suelo.

—¡Otra más! —ordenó su madre.

Aarón lo hizo. Casandra repitió la flexión sobre el cuerpo de su hijo. Cuando Aarón volvió a pegarse al suelo, su madre acercó la boca a su oreja.

—Muy bien, estás hecho todo un machote —le susurró. Y, a continuación, le dio un suave mordisco en el lóbulo de la oreja, que remató con un breve beso en la misma zona. Fue cosa de un segundo. Pero la sensación electrizante que recorrió el cuerpo de Aarón hizo que su polla, que ya empezaba a relajarse, volviera a endurecerse al máximo.

—Venga, campeón —le dijo su madre, liberándole al fin de su peso—. Arriba, que todavía no hemos acabado —y acompañó esta última frase con un azote nada delicado en el culo de su hijo.

La polla aprisionada contra el suelo amenazaba con correrse.

“Joder, esto no puede estar pasando. ¿Qué soy, un puto enfermo?”

Lo achacó todo a Vanesa, a la impresión que le había causado unido a los constantes comentarios de su madre en torno a ella. Pero eso no cambiaba que estaba empalmado en medio del entrenamiento.

Casandra recogió su móvil y se puso a mirar lo que había grabado.

—Ha quedado genial —dijo, muy sonriente—. Ahora te lo mando.

Mientras, Aarón se había sentado con las piernas cruzadas. En esa postura, su polla quedaba más o menos disimulada. Al menos no se había corrido, aunque había faltado muy poco.

—Vamos, diez minutos más y terminamos. De vuelta al saco —dijo su madre, poniéndose de nuevo en modo entrenadora profesional.

No quedaba otra. Aarón se puso en pie y fingió que no pasaba nada raro. Su polla estaba en proceso descendente, pero aún era evidente. Se puso frente al saco, exilió a su madre de su campo visual y se concentró en el entrenamiento. La polla fue perdiendo dureza hasta volver a la tranquilizadora flacidez.

No obstante, su madre estuvo un buen rato en silencio. Pero tras ese tiempo, volvió a jalearlo como de costumbre, indicándole los golpes que debía dar a buen ritmo.

Tras los diez minutos prometidos, el entrenamiento finalizó. Solo faltaban los estiramientos finales, que se desarrollaron como de costumbre. Salvo por una variación. Casandra le indicó a su hijo que se quedase de pie, quieto y apoyado en uno de los sacos. Entonces alzó la pierna derecha y apoyó el pie —aún descalzo— en el hombro izquierdo de Aarón, manteniendo la pierna completamente recta. La elasticidad de su madre estaba fuera de toda duda, pero eso no era novedad. Al contrario que aquella postura.

—Perdona, pero es que me siento bastante agarrotada —le dijo Casandra, llevando ambas manos a la planta del pie, y apoyando la frente en su propia rodilla.

Aarón estaba inmóvil, muy consciente de que si elevaba un poco las manos hacia delante, entraría en contacto con las caderas de Casandra. La entrepierna de su madre estaba a escasos centímetros de la suya.

Trató de no pensar en los mecanismos perturbadores e incontrolables de su cerebro y se distrajo imaginando a Vanesa en aquella misma postura. No fue la mejor de sus ideas. Su polla, al parecer más sensible de lo normal, comenzó a reaccionar.

“¡Venga ya! ¿Qué clase de tarado mental está escribiendo las líneas de mi existencia en este momento?”

Casandra bajó la pierna poco a poco rozándole casi el brazo por completo. Aarón sintió el calor de la piel contra la piel, el sudor contra el sudor.

Su polla continuó, lenta pero inexorablemente, su camino hacia la erección completa.

“¡No, no, no, joder!”

Una lástima que la polla no funcionase igual que un brazo o una pierna en cuestión de obedecer órdenes cerebrales.

—La otra pierna y ya terminamos —le dijo su madre, repitiendo el proceso con la otra pierna, apoyando el pie en el otro hombro. Le llevó una mano a la mejilla, acariciándosela con suavidad—. ¿Qué te pasa? Estás como en Babia.

—Nada. Estoy cansado.

—Ya veo, ya.

Casandra se llevó las manos a la planta del pie, la frente a la rodilla. Su cuerpo se inclinó un poco más hacia adelante. La polla de Aarón creció. Gracias al bóxer, la polla se mantuvo más vertical que horizontal, lo que impidió cualquier contacto accidental.

Pensó en Vanesa. No ya como distracción, sino como justificación para lo que estaba pasando en su cuerpo. Pensó en la boca, el cuello, los pechos y el culo de Vanesa. Solo que al pensar en el culo de Vanesa su cerebro se empeñaba en superponer el culo de su madre acuclillado, notorio, aumentado hasta la obscenidad. Y eso le llevó al mordisco en el lóbulo de la oreja, que volvió a sentir como un eco. Todavía podía notar cierta humedad, como si aún quedase saliva allí. Cosa poco probable, pero, ¿acaso algo tenía sentido esa noche? Esa noche un dios más bien degenerado juntaba palabras amorales y eso le estaba llevando por el camino de la amargura. Por no hablar de la confusión que estaba echando raíces en su materia gris.

Casandra bajó la pierna al suelo.

—Listo —dijo, dándose la vuelta y recogiendo las zapatillas y el móvil—. Mañana más, pero supongo que será mejor no pasarse con las “flexiones especiales” —añadió con una sonrisa.

—Sí, creo que te has pasado un poco. —Aarón le dio la espalda para ocultar su erección, con la excusa de realizar unos últimos estiramientos de pierna.

—No seas quejica. No hay nada mejor que la sensación que te queda después de hacer ejercicio intenso.

Aarón pensó en Vanesa y en todo el “ejercicio intenso” que le gustaría hacer con ella.

Su madre salió de la sala de ejercicio. Esta vez Aarón no sintió la tentación de mirar.

“Bien, todo vuelve a ser normal.”

4

Tras ducharse en el vestuario del gimnasio, Aarón encendió su móvil y guardó el número de Vanesa, tras verificarlo en el ordenador. Ahí estaba la notificación del vídeo enviado por su madre, pero de momento decidió no verlo.

Aarón y su madre vivían en una casa de dos plantas, justo en los límites de la ciudad de Serdei. Dentro del terreno, tenía un amplio césped en la parte trasera y un garaje al lado, adosado a la fachada oeste, donde habitaba el Renault Clio rojo de Casandra y el Audi negro del padre de Aarón, cubierto por una lona desde hacía cuatro años.

Tras una rápida cena, Casandra se acomodó en el sofá de la sala de estar delante de la televisión, donde había puesto una película de Netflix, y Aarón se dirigió a su dormitorio para irse a la cama.

—No te olvides de mandarle el vídeo de tu proeza de hoy a tu futura novia —le dijo su madre cuando le dio las buenas noches.

Aarón solo puso los ojos en blanco y se metió en su cuarto, cerrando la puerta. Hacía calor, de modo que se acostó con solo un bóxer puesto. Con la luz apagada, iluminado solo por la luz de la pantalla del móvil, le escribió a Vanesa.

AARÓN: Hola, soy Aarón, el fan de tu afamado padre .

Un poco rebuscada la frase, pero no se le ocurrió nada mejor.

Era tarde, las once y media de la noche, así que cabía la posibilidad de que no le respondiese. Pero lo hizo al cabo de un par de minutos.

VANESA: Jajaja. Hola! Ya pensé que no me escribirías, chico serio. Qué tal?

AARÓN: Perdona, es que después de cerrar siempre entreno una hora con mi madre. Y luego, entre cenar y tal, se me hizo tarde.

VANESA: Vaaya, trato especial para el pequeño tigre, eh?

Aarón no estaba seguro de cómo tomarse eso de “pequeño tigre”, pero decidió no darle importancia.

AARÓN: Mi madre me tortura, en realidad. Mira, te mando un vídeo de un ejercicio de hoy.

VANESA: Por favor, hazlo!

Aarón entró al chat de su madre. Descargó el vídeo y lo abrió. Lo primero que apareció en pantalla fueron los muslos totalmente abiertos de Casandra. En el centro, su entrepierna, el short estirado perfilando la forma de su coño. En aquella postura, la tela no cubría más allá de la ingle. Se quedó estupefacto. La cámara se movía un poco mientras Casandra la colocaba y luego se ponía en pie. La escena donde la licra apretaba y contorneaba la vulva de su madre tan solo duraba unos tres segundos, tal vez cuatro. Pero se quedó grabada en su cerebro como un tatuaje. O mejor expresado, como un hierro al rojo vivo.

Respiró hondo varias veces.

Fue al chat de Vanesa y eligió el vídeo para mandárselo, no sin antes recortar los primeros segundos, de manera que ella solo pudiese verlo desde el momento en que Casandra se acomodaba sobre él. La parte en la que su madre le mordía el lóbulo de la oreja no se apreciaba en el vídeo, solo parecía que le estaba diciendo algo. Le dio al botón de enviar.

Un minuto después, llegó la respuesta de Vanesa.

VANESA: Mmmm, es lo más cachondo que he visto en mucho tiempo, tigretón. Esto me va a provocar unos cuantos sueños húmedos.

Aquellas palabras hicieron que la polla de Aarón se alzase de nuevo. Menudo día de actividad tenía hoy el calvorota.

AARÓN. Jajajaja, ¿qué dices? ¿Mi madre me está torturando y te parece “cachondo”?

VANESA: Será que he heredado la imaginación morbosa de mi padre.

AARÓN: ¿Y qué pasa por tu morbosa imaginación?

“¿Por qué juego con fuego?”

Vanesa tardó en responder. Igual aquel juego había llegado a su fin. Y, probablemente, fuese lo mejor.

Pero no.

VANESA: Digamos que si yo fuese tú, tu madre ya se habría llevado un buen mordisco en ese pedazo de culo que tiene.

El ritmo cardiaco de Aarón se aceleró. Más aún.

“Oh, joder, no era precisamente lo que necesitaba leer hoy.”

AARÓN: Jajaja. Qué loca eres. Es mi madre, ¿cómo voy a pensar algo así?

VANESA: Bueno, no lo piensas tú, lo imagino yo. Me he quedado obsesionada con el culo de tu madre. Y me imagino que, siendo tío y convivir con una tía así de buena, tiene que ser una tortura. Vamos, yo me estaría matando a pajas, así de claro.

“Joder con la chica. Desde luego, filtros no tiene, no.”

VANESA: Tu madre tiene Instagram?

AARÓN: Sí, aunque no sube mucha foto.

VANESA: Aaay, pásamelo. Lo necesito ya! Y el tuyo también, claro.

Aarón sonrió. Aquella chica estaba muy mal de la cabeza, pero, desde luego, era diferente a cualquier otra que hubiese conocido.

Le envió el perfil de su madre y el suyo. Su madre lo tenía público, así que Vanesa decidió cotillear sin enviar ningún tipo de solicitud de seguimiento. Al poco, le envió una foto del perfil de su madre. En la foto, Casandra posaba de espaldas, con el torso girado levemente para mirar hacia la cámara por encima del hombro. El viento movía su melena rubia. Vestía una ajustada camiseta rosada y unos leotardos grises tan ceñidos que casi eran como pintados directamente en la piel. Las prominentes nalgas destacaban inevitablemente.

Vanesa envío una indecente cantidad de emojis con corazones por ojos. Y otra cantidad similar de emojis babeando.

VANESA: Tu madre sabe bien lo que tiene que resaltar, eh? Le hiciste tú la foto?

AARÓN: No, mi padre. Es una foto de hace tiempo, cinco años por lo menos.

VANESA: Anda! Entonces también vives con tu padre?

Aarón dudó durante un momento.

AARÓN: No desde hace 4 años. Mi padre está en la cárcel.

Vanesa no dijo nada durante un buen rato.

VANESA: Vaya, lo siento. Y yo haciendo bromas tontas. Perdóname, eh?

AARÓN: No pasa nada.

VANESA: Creo que ya deberíamos ir durmiendo. Al menos yo, que tengo que hacer varios recados por la mañana.

La excitación de Aarón terminó de extinguirse. Aquello debía ser la versión WhastApp de un coitus interruptus.

AARÓN: Claro, mañana nos vemos.

VANESA: Hasta mañana, tigretón!

Aarón dejó el móvil a un lado. Bueno, teniendo en cuenta que la acababa de conocer, diría que todo había sido especialmente raro, pero le había gustado la experiencia.

El móvil vibró.

Otro mensaje de Vanesa.

VANESA: Perdona si soy insensible, pero no me podía dormir sin añadir que yo habría aprovechado la ausencia de tu padre para comerle ese pedazo de culo a tu madre. Hay que ser un hijo servicial!

La excitación resulta que no se había extinguido tanto, después de todo.

Aarón dudó un buen rato antes de responder lo que tenía en mente.

AARÓN: Estás enferma, jajaja. Pues yo preferiría comerme el tuyo.

“Y que sea lo que Dios quiera.”

Lo que Dios quiso fue una ausencia de respuesta de al menos diez minutos. Aarón ya se imaginaba el día de mañana, cuando Vanesa fuese al gimnasio, la tirantez de ella y cómo esquivaría cualquier trato con él.

“Joder, ¿ella puede hablar del culo de mi madre pero yo no puedo decirle nada?”

Estaba indignado. Y frustrado.

Entonces el móvil vibró.

Vanesa le mandó una foto. La foto era de ella tumbada en la cama, aunque no se le veía la cara. Solo la parte superior de un pijama de verano de color azul. La parte inferior era un pantalón corto y holgado que se había bajado hasta las rodillas. Tenía las rodillas juntas echadas a un lado, de manera que el culo destacaba poderosamente. Un tanga blanco se perdía deliciosamente entre los pálidos glúteos.

VANESA: Tú crees que ese culo merece ser comido?

Aarón estaba excitado. Jamás había tenido una conversación de aquel tipo, ni había imaginado que la tendría realmente. Joder, tenía la polla a punto de reventar. Demasiadas emociones aquel día.

Se dejó llevar. Activó el flash del móvil, se bajó el bóxer hasta los tobillos y le hizo una foto a su polla erecta. Se la mandó a Vanesa.

AARÓN: Ya lo creo que sí!!!

VANESA: Madre mía! A eso sí que le echaba yo un buen bocado.

Aarón comenzó a masturbarse, volviendo a la foto del culo de Vanesa.

Hizo una pausa para escribirle.

AARÓN: Me encantaría tener mi polla metida en ese culo precioso tuyo ahora mismo.

VANESA: Tengo tres dedos enterrados en mi coño por tu culpa, cerdo. Pero sabes lo que me encantaría?

AARÓN: Dime.

Vanesa le envió otra foto. De nuevo, sacada del perfil de su madre. En ella, Casandra posaba en el gimnasio. Vestía un short tan exiguo que prácticamente era una braga. Buena parte de las rotundas nalgas estaban al desnudo. La tela se metía un poco entre ellas. El top deportivo era poco más que un sujetador. Su madre estaba de espaldas, sujetando una barra de peso libre. Los músculos de los brazos y la espalda se veían tensos y definidos. Pero lo que más destacaba, una vez más, era su culo. Al menos, era para lo único que tenía ojos en ese momento.

VANESA: Que pienses en lo rico que sería empotrar ese culazo hasta reventarlo. No sabes lo mojada que estoy solo de imaginarlo. Dime lo que le harías a ese culo y te prometo que te mando una foto de cómo me meto la mano en mi propio culo. Hacía tiempo que no me sentía tan cerda.

Una parte de él quería darle una respuesta cortante a Vanesa y dejar todo aquel juego perverso. Pero llevaba una noche de lo más rara. Había acumulado mucha tensión sexual. Estaba demasiado excitado. No pensaba con claridad. Y Vanesa sabía qué teclas tocar. Joder si lo sabía.

AARÓN: Le metería la polla hasta el fondo sin piedad, le rompería ese pantaloncito y se lo metería en la boca mientras le follo el culo hasta dejárselo abierto y bien relleno de leche. Y luego te cogería del pelo a ti y te haría meter la boca en su culo para que te lo bebieras todo.

Una vez escrito ese absoluto disparate, dejó el móvil a un lado y comenzó a masturbarse con fiereza, casi buscando que le doliese. Pensó en el culo de Vanesa, en sus tetas, en estrujarlas y chuparlas hasta dejárselas rojas. En ir hasta su casa y entrar en su habitación y meterse entre sus piernas para follarla hasta el desmayo. Y lo único que volvía una y otra vez a su mente era la imagen inicial del vídeo. La licra pegándose al coño de su madre, a sus abultados labios. Imaginó cómo sería presionar ese sensual abultamiento. Se preguntó cómo sería sentirlo sin tela de por medio. Su memoria repasó los acontecimientos de la noche. Las piernas de su madre sobre sus hombros. La escasa separación entre sus entrepiernas. El mordisco en su oreja.

El orgasmo llegó con violencia y tuvo que morder la almohada para no gemir en alto. Eyaculó una cantidad interminable de semen descontrolado que salpicó por todas partes. Se quedó exhausto.

“Jodida loca. ¿Por qué me haces pensar en esto?”

La “jodida loca” le había mandado una foto.

Fiel a su palabra, allí estaba. En la misma postura de antes, solo que ahora no había rastro ni del pantalón corto del pijama ni del tanga, Vanesa se las había apañado para meter cuatro dedos en el interior de su ano, hasta el pulgar. Esta vez sí se le veía la cara. Fue aquella expresión de absoluta lujuria, el modo en que se le torcía el gesto, cómo sacaba la lengua, los rizos totalmente descolocados y la mirada vidriosa, lo que más excitante le pareció de toda la imagen.

“Amo a esta tía. ¡La necesito en mi vida!”

Vanesa le escribió:

Mañana vamos a tener un encuentro muuuuy raro.

CONTINUARÁ

Recomendación musical:

UNKLE – Hold my hand

https://youtu.be/f12iEBlHpLE