Alejandro y Marcos
Historia sobre dos primos que despues de competir entre si toda su vida por ser el mas sobresaliente, descubren que todo este odio no era mas que una pasion encerrada bajo el machismo que te impone la familia, familia que tubo que aceptar a duras penas que las peleas so convirtieran en besos.
ALEJANDRO Y MARCOS
Creo que como yo, todos tenemos un primo de nuestra misma edad, cercano o lejano, eso no importa. Mi primo y yo, ni siquiera parecemos familia, el, rubio pecoso de ojos pardos criado en Apure, entre las vacas y los caballos, y yo de piel dorada, cabello y ojos negros, universitario caraqueño. En fin, nada parecidos, pero siempre unidos por un extraño odio, o competencia sana, como dicen nuestros padres.
Como nos vemos solamente cada verano, siempre teníamos que juntar suficientes logros para poder molestar al otro; desde las mas altas notas, hasta las mas hermosas mujeres, que si yo ya tengo carro, decía yo, y el me contestaba que el de él no se lo habían comprado sus padres. Si el hablaba de la universidad, yo contaba de mis medallas en el karate.
Ya unos tarajayos de 1,80 mts. Cada uno en los 23 y 24 años, era medio ridícula nuestra competencia, pero por lo menos yo, no aguantaba verlo reírse de mi cuando salíamos a cazar. El, en ocasiones hacia sangrar a los caballos, cuando le tocaba perder en alguna carrera por las llanuras. A pesar de esta eterna olimpiada, nos hablábamos de vez en cuando por teléfono, ustedes saben, para contarle de otro éxito y gozar mientras los dientes le rechinaban de rabia.
Todos supieron siempre de nuestros líos, y por mucho tiempo los rieron y lloraron. Mamá siempre me hacía prometer que no nos iríamos a los puños, aunque nunca le cumplí. Nunca olvidarán como nos dimos aquellas vacaciones.
Ya teníamos tres días en la finca, yo estaba ganando esta vez nuestra competencia, pues el gimnasio me había hecho un poco mas apuesto que Ale (mi primo, Alejandro), y sus caballos pura sangre no eran un logro que puedan admirar a boca abierta sus amigas, así que Ale estaba bien molesto, y se le ocurrió que irnos de caza era segura manera de humillarme, por lo tanto, salimos a eso de las nueve de la mañana, a todo lo que daban los caballos hacia la montaña, a unas tres horas de la casa (no es que sea lejos, pero a caballo y en la montaña, el viaje es eterno). Llegamos a eso de la una de la tarde, a un camino que nos llevaba a unos pozos que el rió formaba en su camino de bajada por las montañas, y mientras galopábamos, Ale no paraba de burlarse de mi aspecto, y de que parecía un mister pargozuela. Yo no le prestaba atención, y lo atacaba con el hecho de que el tenia el cabello casi al hombro, y en el campo eso si es extraño.
Cuando llegamos a los pozos, el calor nos había deshidratado así que decidimos darnos un chapuzón, pero yo no estaba muy convencido, pues para llegar a los pozos hay que bajar por un empinado camino de arcilla y barro, que aunque no es peligroso, si se veía asqueroso, pegajoso y resbaladizo, pero mientras yo aun me bajaba del caballo, Ale paso junto a mi, corriendo y soltando las botas, medias y camisa en plena carrera. Se detuvo a medio camino de bajada y se volteo a mirarme. Con la mas sarcástica de las miradas y un bailecito que supuestamente me remedaba haciendo gestos de asco y de miedo procedió a burlarse de "la niña de la ciudad y sus miedos". No se que me paso, pero no me sorprendió para nada su cuerpo sudado y bien marcado por el trabajo del campo y los deportes, como la manera en que ese día yo los note. Su piel era tan brillante, sus brazos tan fuertes, unidos a una espalda casi mandada a esculpir y su pecho con claras marcas de que se lo había afeitado varios días antes, estaba tan cuadriculado desde los pectorales hasta un ombligo que corona el inicio de un jean desabotonado por donde asomaba el inicio de sus partes y un trasero que prometía ser muy firme.
Ante mi sorpresa, aquel baile me aceleró la respiración. Ya parecía un zombi cuando Ale corrió hasta mi y me preguntó si era que tenía que quitarme la ropa mientras me arrancaba la camisa. Yo, desperté de mi bobera y dándole manotazos empecé a desvestirme, él, bajo de nuevo al punto del baile y se quitó los pantalones, después de esperar que yo terminara de quitarme toda mi ropa. "No vaya a ser que salgas corriendo y te tenga que alcanzar", decía.
Yo, todo un niño de ciudad, con una pierna dentro del pantalón y sin ropa interior, empecé a saltar para poder sacar la otra sin ensuciar el pantalón. Ya mi camisa y mis medias como mis botas estaban en unas matas donde logre lanzarlas para que no se mancharan con nada.
Ale se reía de mis malabarismos. Sus dientes blancos al aire y sus contorsiones para carcajearse me lanzaron de nuevo en una bobera de admiración que me hizo perder el equilibrio. Fue así como inicie un rápido descenso hacia el rió, en esta carrera cuesta abajo en el barro, me lleve a Ale conmigo...
Él cayó sobre mi, pecho a pecho, y juntos rodaríamos unos tres metros cuando mucho, pero nuestros cuerpos sudados juntos, a pesar del forcejeo. la velocidad y sus ojos profundos mirándome directamente a los ojos, hicieron que sintiera que tardamos como cuatro días hasta llegar a las frías orillas del pozo.
Ahí estábamos, dos cuerpos totalmente desnudos, bien creados, con el sudor mezclándose en nuestros pechos, abdomen con abdomen, hierro chocando con hierro, unidos, cuatro piernas musculosas cruzadas sin sentido al tiempo que nuestros genitales chocaban en un primer e inesperado encuentro que parecía no acabaría nunca. Sus cabellos como el sol caían en mi cara y el susto y la sorpresa del momento se manifestaban en nosotros en forma de un silencio entre cortado por el aliento acelerado que salía de nuestros labios mientras nuestros ojos no se separaban.
Se cruzaron nuestras miradas durante un instante que parecía eterno, y en esa eternidad, la mente de Ale, estallo en un ataque de ira, de rabia, de impotencia que choca con la verdad de lo imposible de controlar, y sus ojos estallaban en cólera, mientras sus labios dejaban caer sudor y saliba sobre los mios, a escasos milímetros de los suyos. Mi mente, no reaccionaba, la marejada de sensaciones no se limitaba al barro y la temperatura del agua en mis espaldas, pues para ese instante sentía cada una de las fibras de ese cuerpo sobre el mío, sus latidos, su respiración y sus formas sobre las mías. Mi sorpresa ante ese calor y la agradable que resultaba para mi, se reflejaba en mi cara; como una especie de miedo en mis ojos. Mi boca, entre abierta y cerrada, recibía gozosa sudor y saliva que caían dentro, mezcla dulce y salada que nunca olvidare. Y fue en ese instante eterno, donde todos los sentimientos que nos unieron en carreras, golpes y competencias se convirtieron en una pasión que reventó en forma de un inesperado beso.
Un beso, que unió por siempre nuestras lenguas. Que encendió nuestros cuerpos y cerro nuestros ojos para que no vieran en lo que habíamos caído. Nos convertimos en dos hombres, de la misma sangre, enredados en un abrazo de muchos músculos, y un beso con toda la pasión que se pueda imaginar, rodando hacia el centro del pozo.
Tocándonos el uno al otro, no decíamos nada, solo nos mirábamos, besábamos y lamíamos, sin llegar a las partes, ninguno se atrevía a nada mas allá de un toque furtivo al miembro del otro o a los glúteos. Solamente miradas cada vez mas calientes, y muchos besos.
Terminaron de repente todas las caricias y besos en un gran abrazo, y cuando nos separamos, no sabíamos que hacer.
quisiera hacerte el amor, pero no se como- me dijo. Me da miedo herirte.
Yo si sé como, pero no cuentes conmigo- le respondí no me atrevo a mas que besarnos, pero estoy exitadisimo.
Marcos (ese es mi nombre), ni se te ocurra que me voltee- dijo, y me pregunto: que hacemos?
Pensé unos segundos, y asustado comencé a masturbarlo, lentamente, como me gustaba que me lo hiciera mi novia. Él, no disimulo su disfrute, y de pie en medio de aquel pozo también me tomo el pene. Juntos, uno frente al otro, con la mirada firme, entre abrazos y besos, llegamos casi al mismo tiempo al climax. Él con un grito de gozo que me impulso a acabar con gemidos de placer.
Nos miramos una vez mas, ahí, llenos de semen el uno del otro, nos besamos, y nos lavamos. Salimos del agua, con muy pocas palabras entre nosotros. Ale se vistió rápidamente, y se apresuro a ponerme las medias, las botas y a abrocharme la camisa.
Al montar de nuevo, no fuimos hacia la montaña, sino que empezamos el regreso a la casa. Yo sentía que el mundo me daba vueltas; que dirán de mi?, que pensara mi primo?, yo no soy así!, sabrá que esta es la primera vez que beso a un hombre?
Cuando ya teníamos todas las instalaciones de la finca a la vista, unos dos o tres kilómetros, Alejandro, imponente como es, bajo de su caballo, se acercó corriendo hasta mi, y vi que estaba llorando. Asustado, desmonte rápidamente, lance un ¿que pasa primo? (para ser el machito citadino de siempre), pero el me cayo tomándome con sus dos manos la cara, acercándose a mi para taparme del sol con el ala de su sombrero y poder besarme de nuevo, primero en la boca, luego por toda la cara. De repente se quedo cayado, mirándome fijamente, y me pidió que no me alejara de el ya nunca mas, pues nunca había tenido esa necesidad de quedar unido a alguien, como lo sentía ahora conmigo. Por eso ahora, cuando todas las tardes, voy del consultorio a la finca y veo por la ventana del jeep la casa, que ya no se llena en verano por toda la familia, sino por unos pocos que nos aceptan, no me importa, porque cuando llego a casa encuentro a mi vaquero esperando con una gran sonrisa y un beso; alegre porque vencimos todos nuestros miedos...