Alejandro, mi papá, me conquistó 2: Princesa

Mi padre me había conquistado, cual rey poderoso, al hacerme mujer una noche. Pero ahora era yo la que quería entregarme, cumpliendo cual princesa los caprichos de su rey.

“You say, you love me?  But what exactly does this affirmation mean? ...Do you also have the strength to be there for me ‘till the end? Would you have courage, live for me, respect my wishes, my decree?”

Consider This: The True Meaning of Love

-Hola, preciosa. Ya voy para la casa. ¿Puedes esperarme, corazón?

-No te preocupes, papá. Yo te espero.

Tener quince años y no aprovechar las invitaciones de fiesta en viernes puede ser un delito.  Pero yo no quería ninguna otra cosa más que ver de nuevo a mi hermoso Alejandro. Había sido una semana de su ausencia en casa por razones de trabajo, dejándome a mi cuidado la casa sola porque sabe que siempre he sido autosuficiente. Ya le extrañaba mucho, sobre todo porque desde el momento en que tomo mi cuerpo todo  lo que yo soy ya le pertenecía. De ese hecho que les conté en el relato anterior ya habían pasado poco más de tres semanas.

Tuve una idea rápida para reconfortar a mi hombre tras un viaje tan largo como el que había tenido. Si bien entre nuestra primera vez y su partida habíamos tenido episodios sexuales, yo quería darle la oportunidad de que tomara mi cuerpo totalmente, sin que el tiempo o mi tiempo lo detuviese. Así que yo, con mi menos de metro y medio de estatura, mis casi 80 centímetros de busto, mi cabello negro y ese trasero que, por menudita, aparenta ser grande, invadí su habitación y profané su cama completamente desnuda, aguardando entre las sábanas su llegada. La espera era tal que yo, para calmara, puse a Sopor Aeternus en el discman, me puse los audífonos, e intenté dormir un poco para hacer sentir menos dolorosa la ansiedad de mirarlo.

A pesar de lo oscuro de la música, pude escuchar sus pasos firmes. Mientras se acercaba, mi ritmo cardiaco era cada vez más frenético. Sus 1.80 de estatura, el cabello y los ojos que me heredó, su cuerpo delgado y fuerte por el rugby de su juventud. Su amor por el ejercicio entre sus responsabilidades lo mantienen joven a pesar del paso del tiempo. Entre la melodía pude escuchar el caer de su ropa, sentir que el calor de las sabanas me abandonaba despacio. Finalmente, desnudo, ese hombre al que decidí entregarme atrapó mi espalda por detrás, en un abrazo cálido y tierno que no me esperaba, pero disfruté infinitamente.

Puse pausa al disco, para sentir como sus fuertes pero delicadas manos se apropiaban de mi cuerpo con inaudita gentileza. Mis senos, mis muslos, mi vientre. Toda yo estaba invadida por esos fuertes brazos. Atrapada a su voluntad, sin duda alguna. Pero juré que no escaparía, que me iba a rendir ante sus deseos. En ese pensamiento, se me escapó un gemido suave, pero largo y sincero.

-Ya despertaste, corazón?

Un besito en los labios acompañados de una sonrisita infantil acompañaron mi respuesta.  Pero eso no le fue suficiente. Tomó mi rostro y lo hundió en un beso suave, largo, profundo. Me estaba besando como se besa a una amante y compañera de años, al menos así lo pude interpretar. Su lengua acariciando mis labios despacio, mordiéndolos con dulzura, robándome todo rastro de respiración. Más que sentirme asustada, podía saberme amada totalmente. No, este hombre no es un tipo cualquiera. Es el amor de mi vida.

Los besos fueron subiendo de tono. Hasta que de repente Alejandro hizo aún mas extremo el conjuro.

-Amor, quiero que esta noche seas mi princesa… y que sirvas a tu rey como la dama que eres, mi amor…

-Claro, su majestad. Soy toda tuya.

-Entonces bésame todo…desde las piernas hasta mi boca…

Su mirada de fuego me consumió completa. Y accedí sin más. Me arrodillé para complacerlo y comencé besando y mordiendo sus pantorrillas, para después subir con la lengua, despacio, hasta sus muslos. Pude sentir sus músculos contraerse con fuerza, mientras me ordenaba seguir con ese ritmo. No iba a negarle nada, por lo que crucé de una pierna a otra, acariciándolas con mi boca. Escucharlo me volvía loca.

-Mi princesita, me das tanto placer. Una mujer como tu es lo que necesitaba para vivir, sigue así, preciosa mía.

Escuchar su voz me parece tan estimulante. No sólo es una voz varonil, y tierna, con muchas palabras de amor. Me derrite su aire de hombre leído, con las palabras correctas en el momento correcto. Sus palabras hacían mi mundo girar, mientras le otorgaba placer sexual como gratitud. Pronto llegué a su miembro. Novata aún, preferí seguir las órdenes de mi rey.

-Lámelo despacio, de la base a la punta. Pero besa despacio antes mis testículos, mi amor.

Un beso dulce, con mis labios y mi lengua jugando con su escroto, le hicieron babear, literalmente, del placer. Y con mi luego fui subiendo despacio,  con mi hombre marcando el paso e indicándome donde dar un lengüetazo mas. Por supuesto que, al llegar a la punta, comencé a mamar su falo con gusto. Alejandro es un hombre muy limpio, por lo que su pene no tiene mal sabor. Chupe despacio su glande, mientras él no dejaba de pedirme que lo viera a los ojos.  Succione, como me dijo, todo ese manjar frente ami: de arriba abajo, con la voca abierta haciendo vacio sin más esfuerzo. Lamiendo de vez en vez y sintiendo como ese animal que mi señor  posee entre sus piernas crecía en mi interior.

-Tírate en la cama, princesa, es tu turno…

Tan pronto como me recosté, ya tenía encima al hombre de mi vida… con un beso profundo a mis senos, uno por vez, comenzó a recorrerme de nuevo con boca y manos. Hizo de mi vientre y mi ombligo manantiales, para continuar en mi sexo. Chupó, lamió y dedeó mi clítoris como un demente, mientras premiaba sus esfuerzos al retorcerme sin freno o control alguno. Mientras devoraba los ríos que destilaba mi conchita, tocaba mis pechos, mis mulos, con una fuerza y un arrebato sin nombre. Justo antes de desmayarme del placer, Alejandro se recostó a mi lado nuevamente. Me abrazó con fuerza para no dejarme ir y, con delicadeza, comenzó a hurgar en el interior de mi ser con su miembro.

Sentir que ese falo entraba, tan grande como yo lo había dejado, lentamente fue una tortura maravillosa. Poco a poco comenzaba a buscar los más profundo de mi ser, tocando sin problemas las paredes de mi útero.  Tan pronto invadió mi cuerpo, Alejandro comenzó un tierno pero viril vaivén. Tomándome de la cadera y los hombros, empujaba tan hondo como pudiese.  En cada embestida yo, simplemente, me desvanecía del placer despacio. Sentí como los impulsos eléctricos de mi sistema nervioso simplemente tomaban caminos al azar, gracias a la bombeada en mi vagina y los besos en mi cuello propinados por el hombre que amo.

-Estas tan hermosa cuando gimes mientras te hago el amor, preciosa. Tu cara es tan linda, ahogada en placer.- me dijo con ese tono de caballero que me detiene el corazón. Yo no tenía tanto control para responderle tan educadamente.

-Sigue, papi, no te detengas, por favor. No importa que pase, no te detengas…

Las embestidas se hicieron mas fuertes, los mordisqueos en el cuello más marcados y mis impulso eléctricos más caóticos. Mi vista se nublo, abandonando mi cuerpo en lo absoluto y gritando como una esquizofrénica. Doy gracias porque la casa esté en un barrio residencial no muy concurrido y la recamara alejada de lugar alguno donde los vecinos pudiesen escuchar. Al poco rato exploté en un orgasmo demoledor, perdiendo toda noción de tiempo y espacio. Mientras me retorcía, inconsciente, Alejandro me recostó para un misionero de fantasía.

Apenas comenzaba a mirar con claridad y me encontré a mi rey besando mis labios con besos suaves, dada mi imposibilidad de corresponder.  Bombeaba con fuerza, con las piernas de su princesa abiertas de par en par ante el paso del cetro real. Comencé a sentir nuevamente mis músculos tensarse y distensarse sin que pudiera hacer nada para evitarlo, con la mirada perdida buscando reflejo en las pupilas de mi propio padre. Mientras, el subía su mano por mis caderas, subiendo hasta tocar mi vientre, el cual ardía en deseo puro.

Con las fuerzas que alcancé a reunir, levanté la mano para acariciarle el rostro. El besó cada uno de mis dedos, los cuales temblaban por la poderosa carga nerviosa que recibieron. Sin parar su ritmo, cerca de un orgasmo, el rey miró el rostro de su nena una vez más. Mientras yo, sabiendo lo que iba a ocurrir, intenté atraparlo para no dejarlo ir, él sólo me recordó el porqué de nuestra aventura:

-Te amo, mi pequeña princesa.

Un orgasmo repentino me sorprendió poco antes de que el acabara en mi interior. Atendiendo mis deseos, no intentó escapar de mí. Un resoplido fuerte invadió la habitación por parte de ambos.  Agotados, nos acurrucamos en la cama. Yo estaba exhausta, pero aún podía ver en su rostro el deseo por continuar. Sin embargo, una extraña melancolía comenzó a invadirme. Digo extraña, porque no me viene a la cabeza razón por la cual sentirme utilizada después de que me recetara tamaños orgasmos. Aunque, por supuesto, no quería que esto fuera sólo algo pasajero, o una mera aventura. Realmente estaba enamorada de quien, de inmediato cayeron mis primeras lagrimas, intentó reconfortarme con un dulce abrazo y un beso en la mejilla.

-¿Qué tienes, princesa? ¿Te lastimé?

-No, papi. Pero no quiero ser tu puta. No quiero que me uses. No quiero.

-Mi amor, no te estoy usando. Te amo desde que naciste y, ahora que ya creciste, me conquistaste sin querer. Te quiero para toda la vida. No tengas miedo, por favor.

-Te amo, papá.

Un abrazo tierno nos permitió descansar un poco. Yo estaba terminada, pero él aún tenía ganas de más. Tan pronto como sus fuerzas se lo permitieron tomó mi mano y, conmigo sobre él, comenzó a devorarme de nuevo. Pero esta vez, como un perro rabioso. Me mordió y lamí toda, desde la nuca, pasando por el cuello. Recorrió con tal fuerza mi pecho que di un grito de dolor, acompañado de muchos otros que siguieron por lo brusco de sus movimientos. A cada uno me pedía disculpas de inmediato, mientras su pene crecía y , finalmente, me abrazó con fuerza para colocarme sobre esa montura de cuero que tenía preparada para mi.

Yo estaba abandonada por las fuerzas, así que fue fácil para él manipularme en un principio, mostrándome como debía domar la cabalgata. Con sus manos acercó mi cadera hacia el cuando entraba a a mi vulva, mientras que en cada embestía mi espalda se arqueaba un poco hacia atrás, empujando las caderas en la misma dirección en que salía su miembro, intentando moverme en círculos. Así podía sentirla siempre adentro, con los movimientos empujando hacia los más profundos de mí, mientras la fuerza del roce entre nuestros sexos lo elevaba, poco a poco, a un éxtasis absoluto.

Intenté moverme más rápido, porque el placer que estaba sintiendo me obligaba. Así todo comenzó a hacerse confuso otra vez, con mis sentidos enfocados únicamente en el vaivén de mi cuerpo. No había nada más para mi que el rostro de placer en mi hombre, tan dulce como siempre, y la necesidad de aumentar mi propio éxtasis. La velocidad de mis movimientos aumentaba la velocidad con la que el mundo giraba a mí alrededor. Volví a caer en otro poderoso orgasmo, derrumbándome justo al lado de Alejandro.

Entre sueño, pude sentir a la cama vaciarse brevemente. Alejandro se levantó, tomó mi cadera y, sin decir nada, me puso en cuatro. Mi vagina comenzaba a estrecharse por el placer, así que al sentirlo entrar reaccione con susto y dolor. Lloré un poco, debo admitirlo. Pero él secaba mis lagrimas, acariciaba mi rostro y cuanta parte de mi alcanzaran sus manos. Al sentirme reconfortada, comencé a transformar ese dolor en placer. Sus movimientos era lentos, pero profundos. Aceleraba e ritmo gradualmente, pero sin llegar a la brusquedad.

-Te gusta ser mi gatita, ¿verdad princesa?

-Sí, soy tu gatita papá-contesté con el poco aire que me restaba.

-¿Quieres leche, gatita?

-Dame lechita, dame toda tu lechita…

Pensé que pararía y eyacularía en mi boca. Pero no. Siguió bombeando hasta darme otro orgasmo casi instantáneo. Al poco rato, me entregó su lechita nuevamente en mi interior.

El orgasmo me hizo resbalar y caer por la orilla de la cama. De inmediato, Alejandro se arrodillo para ver si estaba bien y no me había lastimado. Sólo alcancé a decir que no se preocupara. Al ver que no me había hecho ningún daño en la caída, sus ojos se iluminaron y, en el piso, volvió a excitarse.

-¿Me vas a complacer volviendo a chuparme la verga, mi niña?

No contesté, sólo puso su pene en mi cara y yo, por darle gusto, sólo comencé a chupar. Claro, si chupetear la punta y lamer con pocas fuerzas fuera una mamada, porque fue lo único que podía hacer en mi estado. Pero mirar que su princesa estaba esforzándose por complacerlo debió excitarlo muchísimo, porque al poco rato su miembro estaba erecto de nuevo.

Besándome en los labios con pasión, me penetró otra vez. De un golpe intentó entrar de nuevo. Mi vagina estaba casi cerrada, por lo que me lastimó muchísimo. Pero ver a ese hombre detenerse para consolar el llanto que el dolor me causaba era suficiente como para no dejarlo parar.

Bombeaba despacio, sabiendo que era difícil que se moviera, me dolía, pero una extraña sensación orgásmica invadía mi ser de nuevo. Quizá era mi adicción por este hombre, la que transformaba mi tortura en éxtasis.  Mi espalda comenzaba a dolerme por estar en el suelo, pero no quería que esto acabara. Mientras tanto, palabras de amor, y piropos salían de la boca de mi dulce amante. Entraba y salía el falo mientras su boca se ganaba a la fuerza el recibimiento de mis labios. Yo sólo gritaba y me movía para recibir los golpes de su pene, porque mis pocas fuerzas me impedían alguna otra cosa. Lo extenso de la sesión nos llevó a un último orgasmo, y de inmediato se desplomó a mi lado en el piso, para acariciarme la cara.

-¿Estás bien princesa? ¿Te ha gustado?

Comencé a lagrimear un poco de nuevo. Pero asentí a cada una de sus preguntas con la cabeza. Tomó mi rostro con sus manos para besar mi frente, dándome las gracias por hacerlo feliz. Me llevó a la cama, sonriéndome para confortarme. Ya en la cama, me besó en los labios para después llevar mi cabeza a su pecho. Lo abracé con todo mi corazón, para quedarme profundamente dormida.

Pasaron las semanas y, aparte de tratarnos como padre e hija, nos dábamos la oportunidad de darnos licencia de cosas que hacen las parejas: besos pasionales, sesiones frecuentes de sexo. Yo amaba a ese hombre tanto como lo amo ahora, por lo que quería dar un paso más allá. Pero fue una sorpresa muy obvia la que obligó a esa evolución.

Soy Ileana. Soy mexicana, tengo 22 años y amo a mi hombre. Y aún mi historia está lejos de terminar.