Alejandro, mi papá, me conquistó

Mi papá ma amó toda la vida. Y cuando tuvo la oportunidad, lo demostró llevándome al placer más alto

Hola. Me llamo Ileana. Tengo 22 años y, por si preguntan, quiero contar mi historia. Encontré en este lugar varios relatos, pues me gusta leer e imaginar las anécdotas y fantasías que aquí se describen. Y al notar que aquí no hay tapujos, decidí sacar de una buena vez mi propio relato. De hecho, más que un relato, es el resumen del romance con el hombre de mi vida, a quién antes de llamar Alejandro, llamaba simplemente “papá”.

La historia empieza hace no poco tiempo. Mi padre es un pequeño empresario que, por causas de trabajo, siempre ha necesitado estar fuera mucho tiempo. Los negocios son su vida, pero todos esos viajes al exterior desquiciaron a mi madre. Así que se divorciaron cuando tenía sólo dos años. Creo que me enamoré de él al verlo poco, una vez cada dos meses, momentos en los cuales no dudaba en darme todo cuanto pudiera por hacerme sentir querida. Soy su única hija, así que siempre fui tratada como una delicada princesa.

En medio de ese estira y afloja de mi parentela, crecí. O, bueno, mas o menos. A los quince medía un metro cuarenta, pero la naturaleza me dio un busto de 85 cms y un pequeño pero muy bien proporcionado trasero. Teniendo los ojos miel, el cabello negro, negro , la piel blanca y una “picardía de niña mimada”, como mi papá me dijo un día, era natural que me llegaran varios chicos a ofrecerme el sol y las estrellas. Pero ninguno me pareció lo suficiente.

Justo en esa edad tuve que afrontar que mi madre, harta de su vida como oficinista divorciada, aceptó una gerencia fuera de la ciudad. Así que no tuvo más remedio que cederle mis cuidados al padre, pues sabía que fuera de la capital no podría seguir con mis estudios en forma. Cuando, rabiando un poco, me hizo saber que mi destino era pasar la vida con mi papa, me puse enormemente contenta por todo el cariño que siempre le he tenido. Pero jamás me imaginé los niveles que podría alcanzar.

Todo empezó un sábado. No teníamos nada que hacer. Terminamos sentados uno frente al otro, mirándonos con dulzura, en silencio. Silencio que se rompió de vez en cuando por alguno que otro chiste o jugarreta sin sentido. De repente, Alejandro tomó la iniciativa.

-Ponte guapa, corazón. Te invito a comer.

-¿Ahorita?

-Sí, ¿quieres comida tailandesa? Es un lugar elegante, de esos que no te gustan, pero ponte guapa. Hace mucho que no salimos juntos.

El hecho de ser un lugar caro me importó poco. Pero iba a estar con él, con su compañía. Así que me deshice de mis jeans de toda la vida para ponerme un vestido negro entallado, con botitas también negras. Cuando Alejandro me miró bajar por las escaleras se quedó sin habla. Pero es un experto al tratar una dama, así que recuperó la compostura y se limitó a piropearme.

-Eres la nena más hermosa que he visto. Estás divina.

Sonreí como niña boba. No era para menos, estaba muy contenta. La cena trascurrió  sin mas pormenores que la constante y continua repetición de piropos que me hacían muy feliz, así como miradas muy discretas a mi escote. Era el día más feliz de mi vida, pero apenas estaba comenzando.

La lluvia cayó torrencialmente y por sorpresa justo al salir del restaurante. Alejandro no tenía sombrilla, así que nos empapamos camino al auto y al salir del mismo. Entrando a casa estábamos hechos una sopa.  Lo interesante llegó al querernos secar el agua de lluvia.

Me quité todo lo que tenía, quedando sólo con mi ropa interior y una batita roja. Por puro capricho me dejé las botas puestas. Y también, por el capricho de estar en la recamara de Alejandro, me desplomé en su cama boca arriba y dormité. Cuando desperté, el me miraba. Eran los ojos más bellos que he visto nunca.

Tenía los ojos entrecerrados, asi que el me creía soñando. Pero lo veía claramente. Sonreía discretamente, mientras su mirada me recorría y devoraba con ternura. Son esos ojos con los que los amantes miran al amor de su vida, y no como los cogelones suelen mirar a sus golfas. En ese momento me quedé hipnotizada. De pronto, también se echó en la cama. Y me abrazó.

Era tierno y cálido su abrazo. Me acurruqué entre sus brazos. Aun recuerdo como se estremeció al sentirme reaccionar así. Lo sentí temblar nerviosamente, e imagino que beso mis labios para ver que pasaba y liberarse de la tensión. Le correspondí el beso. Estaba extasiada. Sin embargo, me detuve con cierta rapidez cuando toco mis senos.

-¿Que haces?

-Nada hija. Perdóname, yo nada más quería..

Me robó un beso y me atrapó entre sus brazos con fuerza. No quería dejarme escapar. Intente soltarme, pero me atrapo emocionalmente también. De pronto conjuró su hechizo definitivo:_

-Te amo, preciosa. Eres el amor de mi vida. Es una lástima que seas mi hija y no quieras ser la mujer que me haga feliz para siempre…

¿Yo la novia o esposa de mi papa? Si, es una locura. Pero una locura que me imagine muy feliz. Y que ha sido muy feliz. Continuó Alejandro.

-Esos ojos tuyos y tu actitud de princesita me han vuelto loco. Eres mi niña adorada…eres..

-¿Quién dijo que yo no quiero?

Tan pronto acepté a mi propio padre como el hombre de mi vida, mi bata despareció. Me dejó las botas, aunque después supe que era un fetiche suyo.  Devoró mis senos con su lengua, acariciando con habilidad mis pezones rosados. Los mordisqueaba, provocándome un retorcimiento fatal. Me había abandonado yo misma a merced de mi papá. Eso sabía que no era lo mejor, pero realmente estaba hechizada por él. Sigo hechizada por él.

Bajó con sus labios de mi boca hasta mi clítoris. No sé que hizo con él. Supongo que jugueteó con su lengua y sus dedos, chupo con fuerza y destrozó mis sentidos, porque recuerdo muy poco de esos instantes. Sólo alcanzo a recordar mi primer orgasmo, tan fuerte que casi me deja inconsciente. Recuperé el sentido cuando, súbitamente, el pene de Alejandro rompía mi himen.

Me ardió como pocas cosas. Dolió. Pero ahí estaba él para reconfortarme  en el llanto. Acarició mis mejillas para secarme las lágrimas, pero no dejó de bombearme en un misionero de fábula. Se convirtió en mi posición favorita porque podía dejarlo mirarme y hacer de mi lo que guste. Pensarán que cojo como un pez muerto, pero ya aprendería. Además, estaba por él como si estuviese bajo el efecto de una droga. No se espanten, no me dio nada. Solo me hizo el amor.

Alejandro aprovecho que soy ligerita para tomarme de las caderas, maniobrarme y colocarme montando su miembro. Lo  sentí tocar lo más profundo de mi, así que comencé a sentir placer en serio. Él se movía, pensando que no iba hacer anda más que disfrutar de sus embestidas. Pero el deseo de aumentar ese placer que estaba sintiendo me hizo moverme de arriba hacia abajo como desquiciada. Al vernos mutuamente provocarnos placer, simplemente lo volvimos frenético.

-Debo salir. No me quiero venir adentro…no quiero que…

No iba a dejarlo ir a ninguna parte. Lo atrapé tan fuerte entre mis piernas como pude y aceleré aún más, en parte porque no iba a permitirle interrumpir mi orgasmo. Llegué antes que él, y el aprovechó mi explosión para besarme y retomar el control. Pero aún lo tenía aprisonado, así que nada evitó que me inundara. De inmediato, en cuanto recuperé el sentido, me dio ordenes. O, mas bien, me metió con suavidad el pene en la boca.

-Succiona un poco y ve de arriba hacia abajo. Pero antes, arrodíllate y mírame a los ojos.

Con ciertas dudas, le obedecí. No dejaba de gemir y mirarme, hasta que su mirada se perdió. Escuchar su placer mientras lamia todo su miembro me volvió loca. Ya sabía que tipo de placer le provocaba. Y no quería parar, hasta que me detuvo.

Se sentó en el sofá y me colocó sobre su miembro. De nuevo ese dolor nervioso que te vuelve loca, punzante y profundo. El cosquilleo en mi útero. Pude haberme movido como loca de nuevo, pero preferí besarlo con todo lo que tenia. Alejandro es hábil para moverme, asi que solo bastaron sus manos tomando mis caderas para un vaivén demencial.  Terminé enganchada a su cuello con todas mis fuerzas, pero Alejandro aún no llegaba.

Mi hermoso aprovechó mi profundo orgasmo para violarme analmente. Fue una oportunidad verme desplomada en el sillón que aprovechó para ponerme en cuatro y penetrarme. Lloré, grité, reclame que parara, pero nada lo detuvo. De nuevo me tomo de las caderas con todas sus fuerzas, ultrajándome como perra, hasta que su semen me invadió de nuevo.

Caí al piso por el dolor. Mientras lloraba, él se masturbó. Pronto alcanzó una erección de nuevo, para, en el piso, follarme otra vez. Quedaba poco de mí, no tuve fuerza para hacer nada. Estaba destrizada aunque un beso de Alejandro borró mi llanto y me llevó a otro orgasmo, para después ser él quien terminara.

Yo no podía más, estaba despedazada. Pero mirarlo era, y es, una bendición para mí. Pase la noche prendida a sus brazos. A la mañana siguiente, me entregó un sencillo anillo de plata, el cual me ataba a él cómo su mujer. Acepté completamente enamorada una promesa que aún cumplo.

¿Acaba todo aquí? No. Seguimos teniendo, como marido y mujer, nuestras aventuras y las hemos tenido desde entonces. Pero quiero su opinión antes de contarles al respecto. Besitos.