Alejandro el gafe

Nunca pienses que no te va a pasar a ti.

Alejandro el gafe

1 – Prólogo

Quiero contar hoy la historia de una relación sexual con alguien tan complicado que necesitaré exponer, antes y durante, ciertos detalles. Pido atención en la lectura. Cualquier cosa que no parezca importante puede serlo. En el sexo también hay misterios.

Jamás, en mi vida, había creído que existiese la figura del gafe y, para aquellos lectores de otros países que no hayan oído hablar nunca de este tipo de personajes, he de  explicar muy brevemente que se le llama gafe (está en el diccionario) a aquella persona que siempre tiene mala suerte y que, además, estropea todo lo que toca. La gente huye de los gafes tanto como si viesen acercarse a la muerte. Se dice que “atraen” la mala suerte. Evidentemente, yo no podía creer una cosa así… hasta que un día…

2 – El primer cliente

Había perdido mi trabajo y encontré en una semana un tranquilo y agradable puesto como camarero de un bar llamado Los Pájaros. Creí que entraba en una película de Hitchcock. Mi primer día no fue mal. Uno de los camareros de otro turno estuvo conmigo y con el encargado, Pedro, para irme diciendo todo sobre aquel tranquilo bar.

  • No te asustes – dijo indiferente – si ves que viene poca gente o no viene nadie. Te toca un turno tranquilo. Por la noche es mucho más difícil aburrirse aquí.

  • ¿Por qué? No lo entiendo, Pedro. Si el dueño sabe que en este turno no viene nadie… no debería abrir.

  • Verás, Carlos – meditó un poco -. Esto está lleno siempre por la noche y hay que mantenerlo abierto desde el mediodía por atención a esos clientes. Suelen venir de vez en cuando a… tomar café, por ejemplo. Y para eso vas estar tú.

  • ¡Comprendido todo! – reí -. También el por qué me van a pagar tan poco.

En aquellos momentos se asomó a mi rostro una incontenible sonrisa de satisfacción que duró hasta que me quedé solo.

Poco más allá de las cinco de la tarde entró un chico que me pareció algo despistado porque buscaba sin parar en sus bolsillos. No era muy alto, tenía cabellos oscuros cortos y piel morena; de cara muy simpática y algo grueso. Se acercó a mí al otro lado de la barra y me miró con cierto asombro. Imaginé que no esperaba encontrarse a un camarero nuevo.

  • Buenas tardes, señor.

  • ¡Hola! Buenas tardes. Ponme una cerveza… Es lo que tomo siempre – pareció excusarse -.

  • ¿La prefiere de barril?

  • ¡Sí, sí! – contestó rápidamente -. Sólo tomo cerveza de barril.

Podría parecer un diálogo sin importancia, sin embargo, en poco tiempo supe que sus palabras no eran triviales. Comenzó a buscar otra vez en sus bolsillos, como si se le hubiera perdido algo, hasta que me acerqué a él para servirle su cerveza. Me miró  serio y me dio las gracias.

Me retiré un poco y lo miré disimuladamente de vez en cuando. Bebió despacio varias veces y sacó su teléfono para llamar a alguien.

  • ¿Paco? Estoy en Los Pájaros ¿No vas a venir? […] ¿Y por qué? […] Bueno, si es así…

Guardó su teléfono, me miró sonriente y me habló con el vaso en la mano.

  • ¡Qué mala suerte!

  • ¿Le pasa algo, señor? – pregunté por mera cortesía -.

  • ¡No, nada! – se encogió de hombros -. Siempre me pasan estas cosas… ¿Tú eres nuevo, no?

  • Sí, señor. Hoy es mi primer día de trabajo.

  • ¡Ah! – bebió un trago -. Ya me irás conociendo. Vengo todas las tardes.

Contesté con un gesto mientras observaba cómo se bebía el resto de la cerveza de un solo trago.

  • Ponme otra, por favor. Cuando pasen unos días ya sabrás qué es lo que tomo siempre. Emilio ya me sirve sin preguntarme.

  • Sí, señor – le sonreí -. Emilio no va a poder venir más y le atenderé yo.

  • ¿Le ha pasado algo? – me pareció asustado -.

  • ¡No, no! Es que ha tenido que irse a vivir a Barcelona, creo, señor.

  • Verás… - pensó - ¿Te importaría tutearme? Me siento un viejo cuando me dicen señor…

  • Perdona – intenté ser muy amable -. Ya sabes que tengo que servir así.

Se bebió la cerveza sin saborearla y me pidió otra con un aperitivo. No me parecía  hora de tomar cervezas y aperitivos, pero le serví lo que me pidió. Estuvo en el bar más de media hora y me contó muchas cosas que no me interesaban nada, lo observé con atención y empecé a ver en él a un chico muy atractivo. Me gustaba su forma de mirar, cómo gesticulaba y algunas cosas que decía.

Me acerqué algo más a él para seguir su conversación y aproveché para fijarme bien en su cuerpo y en su ropa. Sentí que me empalmaba y, sin darle explicaciones, me fui a la cocina un momento.

«¡Oh, no, Dios mío! ¡Está buenísimo!... Y va a venir todas las tardes…»

Me sequé el sudor, respiré profundamente y volví a mi puesto. No quise mirarlo demasiado y, así y todo, su voz sensual empezó a ponerme enfermo.

Poco antes de irse volvió a buscar en sus bolsillos hasta que se quedó inmóvil mirándome.

  • Me he dejado la cartera en casa.

  • Bien. No puedo hacer nada. Espero que mañana no se te olvide porque has consumido más de 20 euros y, si no me pagas, tendré que ponerlo yo.

  • ¡No, por Dios! – creí que iba a coger mis manos -. Voy ahora mismo a casa y te pago. No quiero que te sientas mal hasta mañana.

  • No hace falta – traté de quitarle importancia -. Mañana me pagas.

  • ¿No te importa? – se acercó peligrosamente a mí sobre la barra -. Creo que además de buen camarero… eres buena persona.

  • Sí, sí, claro… - me pareció insinuante -. Intento ser buena persona. Vuelve mañana, ¿vale?

Estaba deseando de verlo otra vez. Cuando salía por la puerta buscando en sus bolsillos estuve a punto de llamarlo y de invitarlo a otra cerveza sólo por verlo un rato más.

Me temblaban las piernas. Tanta tranquilidad y tanta soledad comenzaron a ponerme nervioso, así que decidí poner algo de música. Me quedé ensimismado pensando en él y recordé que me habían dicho que llamase a Pedro, el encargado, si ocurría algo anormal.

  • ¡Pedro! Soy Carlos. Sólo quería hacerte un comentario.

  • ¿Pasa algo? Cuéntame.

  • No creo que pase nada. Ha estado aquí un chico, ha bebido y comido bastante y… no traía la cartera…

Se echó a reír y no entendí qué le hacía tanta gracia hasta que comenzó a hablar.

  • ¡Es Alejandro! Lo vas a tener allí todas las tardes. No te preocupes, que paga. Lo malo…

  • ¿Qué pasa? – me asusté - ¿Qué es lo malo?

  • Que ese tío es gafe, Carlos. Yo que tú no me acercaba mucho a él.

  • ¡Vamos, Pedro! – tenía a Alejandro clavado en mi mente -. No creo que nadie sea gafe. Me ha parecido buena persona.

  • No he dicho que sea mala persona ni un imbécil ni nada por el estilo… pero te aseguro que es gafe. Si no me crees, ya lo descubrirás por ti mismo.

3 – Sobre el destino

El resto de la tarde fue tan aburrido que tuve tiempo de sobra para pensar. Y Alejandro se había quedado pegado en mi cerebro. Aún sigo pensando que es el chico más lindo que he visto jamás. Recordé entonces una conversación que tuve con mi amiga Lola; una chica muy inteligente y divertidísima que se gana la vida leyendo el Tarot.

  • ¡Por favor, Lola! No me hagas creer que eres capaz de ver el futuro en las cartas. Es algo ilógico.

  • ¿Ilógico? – se retocó la pintura de los labios -. No hay nada ilógico en una lectura, majete. Te asombraría ver y oír las cosas que yo veo y oigo. Siéntate un momento y hacemos la prueba. Si me equivoco, te doy permiso para llamarme embustera o timadora… ¡Lo que quieras!

  • ¡Por favor! No creo en esas cosas. Termina de pintarte y vámonos.

Se acercó a mí misteriosamente, me miró sin parpadear y se volvió hasta uno de los cajones a buscar algo.

  • Mira, Carlos – dijo -. Existen ciertas cosas en la vida que son increíbles. Esas cosas que uno piensa que son imposibles. Voy a demostrarte que no son imposibles aunque tú no las creas. Siéntate ahí – señaló la mesa redonda de camilla -. Voy a tardar muy poco en demostrártelo.

Me asustó. Nunca me había hablado de aquella forma. Me acerqué desconfiado a la mesa y me senté. Ella se sentó frente a mí y me preguntó si quería saber algo en particular. Para ponérselo difícil, me limité a decirle que no. Tendría que averiguar cosas de mí que no supiera (lo cual era imposible).

Sacó la baraja y estuvo moviendo las cartas, barajándolas y murmurando unas frases hasta que me dijo que pusiese mi mano sobre el mazo.

  • ¿Es imprescindible?

  • ¡Por supuesto! – contestó con misterio -. Tu energía debe transmitirse a las cartas.

No iba a perder nada por poner mi mano allí. La puse y puso ella la suya sobre la mía diciendo algo parecido a una oración. Empezó a distribuir las cartas sobre la mesa y comenzó a hablar.

  • ¿Tienes problemas en el trabajo? Veo a tu lado a un hombre… de unos cincuenta años; te observa. Tú le das la espalda. No quieres saber nada de él. Te quedarás sin trabajo…

Tuve que tragar saliva y disimular. Mi antiguo jefe, Fermín, estaba deseando de meterme mano. Para mí era un viejo pervertido; uno de esos que va soltando dinero para conseguir sus objetivos. Siempre me había negado a sus proposiciones.

  • No te preocupes, guapo. Encontrarás trabajo enseguida. Te veo aquí entre recipientes. ¡Son copas! Tiene que ser un bar.

Escuché con atención. Si era cierto que Fermín iba a acabar despidiéndome tenía posibilidades de trabajar como camarero… De hecho, en los momentos en que pensaba en Lola, era camarero.

  • Hmmm – hizo un gesto de asco -. Sales de Guatemala y entras en Guatepeor . Vas a conocer a alguien que no me gusta nada. Es un chico… de unos veinte y poco años ¡Es guapo! Apártate de él. Te traerá problemas ¿Sabes por qué? Porque no crees que existan ciertas cosas. No me lo habías dicho nunca, cabrón. ¡Te gustan los chicos! Has tenido ya dos novios muy lindos.

Me levanté asustado y enfadado al mismo tiempo. Nada de lo que me había dicho mi amiga era imposible, aunque no seguro. Sin embargo, jamás habíamos hablado de mis gustos sexuales y menos de los novios que había tenido ¡Lo sabía!

  • ¡Eres como un tahúr! – le grité - ¡Haces trampas! Todo eso que me estás diciendo es mentira.

  • Tranquilo, tío – encendió un cigarrillo -. Te explico un poco esto.

La miré con desconfianza y vi en sus ojos que me hablaba con sinceridad.

  • ¡Siéntate, anda! – señaló la silla -. Esto que a ti te parece ilógico tiene una lógica muy sencilla. Te conozco demasiado bien como para no haberme dado cuenta de que eres gay. Se hace una pequeña ceremonia para que te sientas intrigado; inmerso en la magia y… dependiendo de la cara que pones, veo si acierto o no.

  • De acuerdo – balbuceé - ¿Y quién te ha dicho cómo es mi jefe y qué pretende? ¿De dónde has sacado eso?

Apoyó sus codos sobre la mesa y puso su barbilla sobre sus manos mientras sonreía casi diabólicamente.

  • Llámalo… intuición.

  • ¿Intuición? Me has dicho que he tenido dos novios muy lindos ¿Quién te ha contado mi vida?

Volvió a sonreír diabólicamente, aspiró del cigarrillo y sopló una larga nube de humo azulado. Señaló las cartas.

  • Este rey de espadas es tu jefe; es moreno. Poco agraciado. Observa que mira a la derecha. Esta joven que está a su lado, la sota de copas, mira a la izquierda; le da la espalda. Eres tú, guapo. Esta carta es una pareja de enamorados que se casan ¡Un contrato! Y esta que está encima es La Muerte. Se rompe un contrato. Sin embargo, si miro estas – señaló al otro lado de la mesa -, veo tu pasado. Este dos de copas son las veces que has compartido tu vida. La intuición y la lógica me dicen que eran dos chicos; para ti eran muy lindos. Si no, no hubieras estado con ellos.

  • ¡Basta! – susurré asustado -. Me has dicho que era cuestión de lógica; de intuición.

  • ¡Por supuesto! Lo que pasa es que, como ves aquí, todo coincide con lo que he intuido. Ten cuidado, Carlos. Vas a conocer a un chico que no me gusta un pelo.

  • ¿En un bar? ¡Vamos!

  • Justo encima del contrato que se rompe – señaló la carta de La Muerte – hay un as de copas. Un nuevo contrato ¡Y muy pronto! Este siete de copas es un bar; y esta carta… - señaló un naipe oscuro y de mal aspecto -. Es El Diablo. Una pareja que no me parece nada agradable. Después de la muerte viene una vida mejor ¡Es intuición, Carlos! Estoy segura de que te pasarán cosas más o menos como las que he dicho. No arriesgo nada. No es imposible. Si te pasa esto te acordarás de mí; si te pasa otra cosa ni te acordarás de lo que estamos hablando.

Oí ruido y me incorporé. Alguien entraba al bar y yo estaba casi agachado pensando en aquellas palabras. Eran dos señores muy bien vestidos y, antes de pedir, les oí hablar algo de una enfermedad. Eran médicos.

  • ¡Dos cafés, por favor!... ¿Se encuentra bien?

4 – Directo al grano

El segundo día llegué a mi trabajo con tiempo; deseando de que apareciera por la puerta Alejandro. No había podido apartarlo de mi cabeza en toda la noche y tuve que levantarme a masturbarme, de tal forma, que sentí ese placer que se siente pocas veces.

Al estilo inglés, entró puntual Alejandro acercándose directamente al mostrador y sin registrarse los bolsillos.

  • ¡Buenas tardes! Lo mismo de siempre.

Efectivamente. Yo ya sabía que siempre tomaba cerveza (de barril) y unos aperitivos. Le serví la primera caña y me miró sonriente e insinuante.

  • Gracias, Carlos – me asusté -. Andrés me dijo anoche tu nombre. Yo soy Alejandro – me tendió la mano -. Estoy… Encantado de conocerte.

  • Igualmente – también lo miré insinuante -. Según veo, te gusta este bar.

  • Mucho, sí. Sobre todo a esta hora. No hay nadie.

  • Estoy yo.

  • ¡Claro! – bebió un largo trago -. Creo que estaré aquí más tiempo por la tarde que por la noche. Toma – puso sobre el mostrador veinte euros -; cuando termine te daré el resto. No quiero estar más con este cargo de conciencia. No le haría eso a alguien como tú.

Estaba siendo muy directo y, a pesar de que me jugaba mi puesto, decidí ser tan incisivo como él.

  • No te preocupes. Tampoco me hubiera importado pagar tus consumiciones de ayer.

  • ¿De verdad? – me miró pícaramente -. No volví a traerte el dinero porque estuve toda la tarde buscando la cartera en casa. Al final la encontré en el asiento del coche.

Por sus comentarios y su ropa, me di cuenta de que era un chico que manejaba bastante dinero. Veinte euros diarios en cervezas, sólo por la tarde, era al mes casi el sueldo que yo iba a ganar. Esperé a que hablara.

  • ¿A qué hora sales? – preguntó indiferente -. Debe ser muy aburrido pasar aquí toda la tarde casi solo.

  • Depende. Si entro antes, salgo antes. Hoy salgo a las diez.

  • ¿Y no vas a dar una vuelta a esas horas?

  • Me gustaría – dije con intención -. A esas horas estoy bastante cansado y, si es para volver a venirme aquí…

  • ¡Hay muchos sitios! Algunos mejores que este ¿No los conoces?

  • No. Lo siento. Mi sueldo tampoco da para gastar mucho en copas.

  • Si quieres te invito – fue claro -. Deberías conocer el ambiente que hay por este barrio.

  • Sé algo de ese… ambiente. Gracias por tu invitación.

  • ¿Quieres decir que aceptas?

Lo pensé bastante. No podía apartar de mi cabeza todo aquello que me habían contado de él y, sin embargo, no temía en absoluto que fuese un gafe. Creí que tal vez no me vendría mal aceptar su invitación si después venían invitaciones otras de otro tipo. Lo deseaba.

  • Acepto.

Se bebió la cerveza de un trago, golpeó la barra con el vaso y me pidió otra. Cuando se la serví tuve que evitar que rozase su mano con la mía.

  • Si prefieres otro ambiente… habría que irse más lejos. Podemos ir en mi coche.

  • No, es igual – no quería moverme de mi barrio -. Creo que por aquí estaremos bien.

Siguió toda la tarde ese tipo de conversación. Ni se decía nada claro ni se ocultaban nuestros deseos de vernos. Empezó a gustarme demasiado. Cuando salió de allí se me hizo la tarde interminable esperando el momento de verlo sin una barra de por medio.

5 – La cita

Empezaba a entrar más gente en el bar cuando llegaron los camareros del turno de noche. Les di las novedades, les mostré la caja hecha y corrí a cambiarme para ir en busca de Alejandro. Sabía que tenía una sonrisa pegada a mi rostro que todos captaron.

  • Se te nota que estás deseando de irte – dijo uno -. Para ser tus primeros días de trabajo, corres mucho.

No contesté. Me despedí de ellos con agrado y salí por la puerta principal para ir a donde había quedado con mi nuevo y atractivo amigo. Enfrente, en unos jardines pequeños donde se ponen mesas en verano, estaba Alejandro sentado con una enorme sonrisa de satisfacción. No disimuló en absoluto. Me miró de arriba abajo mientras cruzaba la calle y se levantó cuando llegué.

Me asusté cuando vi en él un cierto intento de besarme.

  • ¿Qué tal? – pregunté tendiéndole la mano -. Veo que no has podido esperarme en el Gato Negro ¿Tanta prisa tienes?

  • Sí… Bueno, no. Es que aquello estaba vacío y me aburría. Decidí venirme dando un paseo.

Me miró descaradamente de la cabeza a los pies, se iluminaron sus ojos y puso su mano en mi brazo.

  • Si te soy sincero, estás mucho mejor con esta ropa que con la de camarero.

  • ¿Ah, sí? – miré atrás -. Vamos a otro lugar si no te importa. Estaremos más tranquilos.

  • Hmmm. Tienes miedo a que te vean conmigo. Esos camareros, todos, saben qué tipo de gente entra en ese bar por la noche. Ahí dentro no hay que disimular nada.

  • Sí, claro. La diferencia es que tú eres cliente y tienen que servirte y yo soy su compañero.

  • Comprendo – se dio la vuelta y comenzó a caminar -.

Me apresuré un poco para ponerme a su lado y volvió a mirarme insinuante. Anduvimos algún tiempo por los jardines sin decir una palabra mientras cruzábamos ciertas miradas de complicidad. Sabía que yo era gay y que lo tenía muy fácil.

  • ¿Vamos a ir al Gato Negro? Te aseguro que está aburridísimo…

  • No. No pienses que voy a salir de un bar para meterme en otro. Prefiero… caminar.

  • ¿Te gustaría ir al cine? En el centro comercial de la esquina poner una película muy interesante.

  • ¡Bueno! – dije indiferente -. Me gusta el cine.

Su respuesta no fue otra que una de esas miradas insinuantes. Me aclaró que él invitaba a todo e intercambiamos algunas preguntas para conocernos. Inmediatamente descubrí que era un chico muy suspicaz. Se mostraba receloso, desconfiado con cada respuesta que le daba. Me molestaba, y me molesta, tener que estar siempre dando explicaciones de por qué hago esto o hago lo otro. Se reía abiertamente de mí.

  • ¿Quieres que me crea que no has estado nunca con un chico?

  • No he dicho eso, Alejandro. He dicho que no he tenido nunca una relación seria con un tío, no que sea virgen y santo.

  • ¡Vaya! Te molestas por cualquier cosa.

No quise contestarle. Entramos al centro comercial y retiró dos entradas de una máquina.

  • ¿Las tenías ya reservadas por Internet? – pregunté sin malicia -.

  • ¿También te molesta que haya hecho algunos planes para esta noche?

  • No. No es eso. Es que habíamos quedado en otro lugar y para conocer el ambiente. También me gustan estos planes.

  • ¿Lo dices por complacerme?

  • ¡Por favor, Alejandro! – tuve que ponerme serio -. Si piensas estar todo el tiempo estudiando mi comportamiento sólo para decirme lo que tú crees y desconfiando de lo que digo, prefiero irme a casa a descansar.

  • Crees que soy desconfiado… Pues no; no lo soy. Sólo pregunto esas cosas por curiosidad; por conocerte.

  • Ya veo - contuve la risa -. Lo malo es que das la sensación de que no te crees nada de lo que digo. Y olvidas una cosa… Yo no tengo ningún compromiso contigo y, por tanto, no voy a estar toda la noche dándote explicaciones.

No contestó. Miró a una chica que ofrecía unas degustaciones en un pequeño mostrador y me hizo un gesto para que lo siguiese. En aquella pequeña y endeble mesa había varios vasos y dos botellas. La chica ofrecía una copita para probarlo. Él quiso enseguida aprovecharse de la situación.

  • Esos licores están muy buenos – musitó -. Nos tomaremos un par de copas gratis…

Nos acercamos a la mesa y nos atendió la chica amablemente. Llenó dos vasitos de una botella y comenzó a hablarnos de las propiedades que tenían aquellos licores (que yo ya conocía perfectamente). Tomamos los vasitos y bebimos saboreando.

  • ¡Pues está bueno! – dijo como si no lo hubiese tomado nunca -.

Me pareció que alguien lo llamaba desde atrás. Repetía su nombre insistentemente. Se dio la vuelta bruscamente y me pareció que todo iba a cambiar aquella noche. Empujó la mesita con su cuerpo y aún recuerdo cómo se cerraban sus patas y caía al suelo con todos los vasos y las botellas.

  • ¡Lo siento, lo siento! – repetía -. No me he dado cuenta de que estaba tan cerca. Siempre tengo que meter la pata.

Sí. No hacía más que excusarse y pedir perdón, pero en ningún momento soltó su copa ni se agachó a ayudar a aquella señorita. Mientras hablaba con una chica de aspecto poco atractivo, tras de él, la chica y yo comenzamos a recoger todo lo que había por los suelos y se acercaron otros dos chicos a ayudar.

  • No pasa nada – repetía ella -. Tendrían que ponerme un mostrador más fuerte.

Me miró agradecida, cambié mi expresión y miré a Alejandro con asco mientras ignoraba todo lo que pasaba a sus espaldas.

  • ¿Ya? – preguntó indiferente volviéndose un instante -. Creo que vamos a entrar con la película empezada.

No tuve más remedio que mirar de cerca a aquella chica apenada y susurrarle un “lo siento” mirando de reojos las espaldas de Alejandro.

6 – Una extraña escena

Entramos en la sala ya a oscuras y me pareció que había poca gente. Curiosamente era una sesión no numerada, es decir, que podríamos sentarnos en cualquier lugar… sencillamente porque no era una buena película y la proyectaban de reestreno.

Subimos a oscuras por el pasillo tomados de la mano. Tiró de mí como si tuviese prisas hasta llegar a la última fila.

  • Oye, Alejandro – susurré - ¿No sería mejor sentarnos un poco más cerca? Hay sitio de sobra.

  • No. Ven aquí. Estaremos más tranquilos.

Nos sentamos juntos en unos asientos pegados a la pared del fondo, miré a ambos lados y sólo había alguien en un extremo de esa misma fila. Mi intuición me decía constantemente lo que iba a pasar.

Aún no me había acomodado en el asiento cuando su mano derecha cayó sobre mi vientre y comenzó a acariciarlo. Volví a mirar a todos lados y bajé mi vista disimuladamente. En el lugar tan alto que estábamos, cualquier persona de la sala podría ver lo que estuviéramos haciendo. Sin embargo, no quise retirarle la mano.

Me acarició suavemente sin parar y sin dejar de mirar a la pantalla durante bastante tiempo hasta que su mano se desplazó con cuidado para apretar mi paquete que, evidentemente, estaba bastante duro. Dudé en hacer lo mismo y poner mi mano directamente en su entrepiernas; aquel chico que tenía a mi lado acariciándome era una belleza. Fui levantando mi brazo izquierdo despacio y pegado al brazo de la butaca para hacer pasar mi mano hasta su cuerpo. La dejé caer disimulando y se posó sobre su miembro duro, caliente húmedo y desnudo. Se lo había sacado sin que me diese cuenta. Lo agarré con todo placer, lo apreté y comencé a mover mi mano como la suya, que ya empezaba a buscar la cremallera de mis pantalones. Contuve un poco mi respiración agitada y eché la cabeza atrás cerrando los ojos.

No le ayudé a abrir mi portañuela, esperé mientras comenzaba una masturbación suave. Su miembro no me pareció muy largo aunque sí era bastante grueso y pasé mi mano por su punta húmeda para sentirla mojada tirando de su prepucio. Consiguió abrir mi portañuela y desabrocharme el botón. Entonces fue cuando metió su mano sin contemplaciones, la sacó y comenzó a moverla.

Estaba sintiendo más placer de lo normal. Pensé que era esa reacción extraña al sentirme haciendo aquello en un lugar público y casi a la vista. Cuando menos lo esperaba, se echó abajo de la butaca, se puso delante y la metió en su boca. Reprimí un quejido y miré instintivamente a los lados. La persona que estaba sentada al final de la fila se levantó y comenzó a acercarse. Tiré de la cabeza de Alejandro, me agaché y le dije que parara. Estaba muy asustado cuando me miró sonriendo tranquilamente. Vio al chico acercarse y volvió a meterla en su boca. Pensé que estaba loco.

El chico llegó por sus espaldas mirándonos con interés y fui incapaz de moverme. Se acercó mucho a mí sobre Alejandro y acabó tirando de mis cabellos y besándome desesperadamente. Nadie dijo nada. Ni yo. Estiré algo mi brazo y cogí el miembro de aquel chico joven y bellísimo. También venía fuera de sus pantalones.

Aguanté poco aquella situación. Me corrí bestialmente en la boca de Alejandro, que siguió chupando sonoramente y, jugando con la lengua del otro chico, noté los chorros de su semen caer sobre nosotros.

Lo empujé muy asustado y aparté a Alejandro de donde estaba.

  • ¿Estáis locos? – tuve que retener un grito - ¡Estamos a la vista de todo el mundo!

  • Toma – dijo el chico -; tengo pañuelos.

  • Dame uno – contestó Alejandro -. Los dos se sentaron a limpiarse cuidadosamente mientras veía en la pantalla una escena bastante desagradable. Me levanté sin contemplaciones y corrí hacia el pasillo abrochándome los pantalones. Cuando empecé a bajar hacia la salida vi que los dos bajaban detrás. Me apresuré.

7 – Fugitivo

Salí de la sala mirándome la ropa y echando a correr. Me dio la sensación de que todo el mundo me miraba con sorna. Pude salir del centro sin que los otros me siguiesen y no paré de correr hasta cruzar tres o cuatro calles. Me pegué a la pared y comencé a pensar mientras respiraba profundamente. Las náuseas que sentía no eran más que el producto de haber pasado aquella situación tan estresante sin haber tomado nada desde antes de trabajar.

No muy lejos, distinguí unos luminosos de una pizzería y comencé a caminar lentamente. Necesitaba tomar algo. Estuve allí un buen rato relajándome. Pensé primero en todo lo que había oído de Alejandro, luego en mis primeras tardes de trabajo, en la desagradable escena que había vivido en el cine y… conseguí apartar todos aquellos pensamientos de mi mente.

Ya relajado, comencé a pasear lentamente y, cuando iba a encaminarme a casa, recordé que había hecho los comentarios suficientes para que Alejandro supiese dónde vivía. Me paré en seco e intenté buscar algún remedio. Finalmente, pensé que entrando a casa por una bocacalle de enfrente sería imposible que me localizara. Más tarde, si aparecía por allí o llamaba, bastaría con no abrirle.

Eso hice. Comencé a andar dando un rodeo por calles secundarias hasta que vi mi casa al frente. Si había estado pensando en el pasado, vinieron a mi mente ideas que no me gustaban sobre el futuro. Yo iba a seguir siendo el camarero de aquel bar donde Alejandro iba todas las tardes. Tenía que enfrentarme a ese problema pasase lo que pasase. Él no era un gafe como pensaban los demás. Era alguien descuidado, olvidadizo, poco seguro de su comportamiento. Eso le hacía pensar que todos eran igual que él y dudaba constantemente de cualquiera que tuviese a su lado. De ahí que sus amistades le dieran de lado. Estaba claro que ir a cualquier sitio con una persona así te hacía partícipe de todo lo que le pasaba.

Me asomé a la esquina con cuidado y crucé hasta el portal. Una vez en casa, me quité toda la ropa, me duché con tranquilidad y me eché en el sofá.

Empezaba a quedarme dormido cuando llamaron a la puerta. No esperaba a nadie a esas horas. Es más; nunca esperaba a nadie. Era él. No me moví, cerré los ojos y me dispuse a relajarme. Sin embargo, volvió a llamar. No una vez, sino repetidamente. Pensé que había llegado el momento de zanjar aquel asunto. Prefería discutir con él en casa y no tener que hacerlo en el bar. Me esperaba cualquier cosa de alguien así.

Me puse algo de ropa y abrí la puerta con decisión y seguro de lo que iba a decirle, pero… El otro chico, guapísimo, iba con él y me miró sonriente.

  • ¡Vamos, pasad! – abrí más la puerta -.

  • No te entiendo – comentó Alejandro -; lo pasamos de puta madre y te vas y te escondes. Tendrás algo que ocultarme.

  • No. Ni a ti ni a este chico que te acompaña y que no tengo el gusto de conocer. No escondo nada. Lo que no me gusta es que me digan constantemente lo que tengo que hacer y no me digan a dónde van a llevarme.

  • No te he engañado – repuso -. Hasta Chani me ha dicho que le pareces un desagradecido y un maleducado.

Miré inquisitivamente a Chani – el otro chico – y, antes de decir nada, dio un paso al frente apenado y comenzó a hablar.

  • No he dicho eso de ti, Carlos. No nos conocemos y me gustas… Sólo pensé que podríamos vernos otra vez. Me dolió que nos dejaras.

  • ¿Cómo? – le pregunté seguro - ¿Conoces bies a Alejandro?

  • Sí, sí… Bueno… A veces nos vemos en el cine…

  • ¡A veces os veis en el cine! ¿Eso es conocerlo? No has pensado que tal vez he huido de él.

  • ¿Qué pasa? – dijo Alejandro con descaro - ¿Vas a decirme que te he llevado al cine y has hecho todo a la fuerza?

  • Jamás – puse mi índice en su tripa -; jamás vuelvas a hacer planes por mí ni a decir cosas que yo no he dicho. Yo no he decidido ir al cine; lo planteaste tú; antes de consultarme. Puede que para ti sea muy normal follar en un cine, en público, pero al menos, ten en cuenta que los demás también tenemos opinión. Por mi parte ahí tienes la puerta. Cuando vayas al bar hazte a la idea de que no me conoces nada más que como camarero o atente a las consecuencias. Sé de qué vas.

  • ¡Ah! ¿También tú vas a decir por ahí que soy un gafe? ¡Qué amable!

  • Sal ahora mismo por esa puerta y olvida lo ocurrido. De lo contrario, no dudes que voy a hacer lo que hace todo el mundo contigo, es decir, lo que te mereces.

Sus ojos se abrieron de espanto. Parecía que nunca nadie le había hablado como yo lo estaba haciendo. Era como si lo hubiese insultado; como si lo hubiese dejado desnudo. Dio media vuelta, salió de casa y cerró con un portazo.

  • Yo no soy así, Carlos – dijo Chani casi llorando -. En realidad no sé qué ha pasado. Sólo lo conozco de vernos en el cine y no sé qué ha pasado. Él dice que lo has engañado. Yo no he dicho eso…

  • ¡Déjalo, Chani! – comenté con paciencia -. A Alejandro se le conoce con facilidad. No se puede vivir junto a alguien que está constantemente dudando de sí mismo y de los demás. No pasa ninguna otra cosa.

  • Bueno… - sonrió -. Yo no soy así.

  • No hace falta que me lo jures, hombre. No hay más que ver tus ojos…

  • ¿Te gustan?

  • Mucho – fui contundente -. No es sólo que tengas unos ojos bellísimos, es que puede verse en tu mirada que no eres como él. No entiendo qué haces metiéndote en los cines y acercándote a gente que desconoces para…

Agachó la cabeza en silencio. Seguimos en pie uno frente al otro hasta que me di cuenta de que era una situación muy tensa.

  • ¡Vamos, Chani! – puse mi brazo sobre sus hombros -. Ponte cómodo y vamos a hablar un rato. Estás en tu casa.

  • Gracias. Me parece que alguien va a hacerme la vida imposible cuando me vea. Sé que Alejandro no tiene muy buen carácter… No lo conozco.

  • Te lo han dicho, ¿verdad? – asintió -. A mí también me advirtieron que tuviese cuidado con él. Y no hice caso. Por eso estamos ahora tú y yo aquí. Tampoco voy a permitir que te dé órdenes.

  • ¿Vas a ayudarme? ¿Te gusto?

  • Sí. Me caes bien, pero no quisiera verte haciendo esas cosas. Creo que eres muy buena persona y te dejas llevar ¿Piensas que es más bonito hacer esas cosas en un cine o preferirías hacerlas aquí?

  • ¿Aquí? – se asustó - ¿Contigo?

  • Tú debes decidir lo que quieres. Ni me hagas caso a mí ni a nadie. Puedes marcharte si quieres.

  • ¿Marcharme? ¿No puedo quedarme un rato contigo? Me gustas.

Estaba claro. Chani no iba buscando otra cosa más que volver a verme. Era muy tímido. Se escondía en la oscuridad de los cines simplemente para hacer esas cosas que dan tanto placer. Lo besé en la mejilla y noté su felicidad.

  • ¿No crees que es mejor conocerse, gustarse, quererse y hacer esas cosas con alguien así? ¿Por qué con gente que desconoces?

  • Nadie quiere nada conmigo.

  • ¡Falso, Chani! – alcé la voz - ¿Por qué no te dejas conocer? Encontrarás a alguien que te quiera y quiera hacer esas cosas contigo sin llevarte a un cine.

  • ¿Quieres conocerme? – se extrañó -. Nunca me han dicho eso.

  • Ya te lo he dicho yo. Quiero conocerte. Me gustas. Ponte cómodo, hablamos, tomamos algo y… lo hacemos, si quieres.

  • ¡Sí! – le faltó dar un salto - ¿Puedo lavarme las manos?

  • Ven. Vamos al baño.

8 – Las malas influencias

Nos miramos felices frente al espejo. Yo miraba su cuerpo y él el mío. Me gustaba su delgadez y esbeltez, su voz dulce, sus halagos. Era todo lo contrario de lo que había conocido antes. Nos abrazamos y tiré de él hacia la ducha.

Ya bien enjabonados, enjuagados y secos, sin dejar de mirarnos, nos fuimos desnudos al sofá, nos sentamos y comenzamos unas suaves caricias.

  • Esto no es igual que el cine, ¿verdad?

  • ¡No! – susurró -. No me gusta el cine. Prefiero estar contigo.

  • ¿Y por qué ibas?

  • Me gustaba Alejandro. Yo no le gusto y apenas me habla. Si quiero hacer esas cosas…

  • ¡Shhhhhh! ¡Calla! – cerré sus labios -. Eso se ha acabado si quieres. Vamos a follar, como dices. Nos iremos conociendo y, si te gusto, dejaremos de follar y comenzaremos a hacer el amor. No es lo mismo.

  • ¿Vas a amarme? – no podía creerlo -.

  • No lo sé. Vamos a conocernos. Es la única forma de saber si hacemos estas cosas por gusto o por amor ¿Ves la diferencia?

  • Yo quiero amarte, Carlos.

Lo abracé con cariño porque sabía que nunca nadie lo había amado ni había amado a nadie. Se había dedicado durante mucho tiempo a follar en el cine. Lo empujé despacio y lo recosté en el sofá. Nos besamos durante mucho tiempo. Nos miramos, nos acariciamos y fuimos poco a poco entrando en un terreno distinto. De pronto, sin decir nada, se dio la vuelta y se puso boca abajo. Sabía lo que quería.

  • Espera – dije - ¿Te lo han hecho alguna vez?

  • No. Quiero que me la metas tú.

  • Lo haré porque lo deseas, pero no hoy ¿Te importa? Eso duele. Vamos poco a poco.

Adelantó su mano con temor y me la apretó fuertemente. Quería tenerme dentro y pensé que no era el momento. Comenzó a acariciarla, se incorporó para meterla en su boca y seguimos besándonos. En ningún momento dejé de darle placer hasta que supimos que llegaba el punto deseado. Apretamos más y nos la movimos con muchas más fuerzas. Llegaba el placer.

De pronto me pareció ver algo raro; algo oscuro entre sus piernas.

  • ¡Es sangre! – exclamó - ¡Estoy echando sangre!

  • ¡No te preocupes que no es nada! – me levanté -. Vuelvo enseguida.

Acababa de romperle el frenillo y sangraba bastante. Puse una toalla en el sofá, que estaba empapado, y lo llevé al baño para curarlo.

  • ¡Soy tonto! – exclamó -. Todo me sale mal. Mira lo que te he hecho.

Me levanté y lo miré con seriedad.

  • Voy a curarte, bonito. No es nada y suele pasar a menudo. Pero tienes que prometerme una cosa…

  • ¡Lo que tú digas! Haré lo que quieras.

  • ¡Nunca! ¡Jamás, Chani, jamás vuelvas a decir que eres un tonto o que todo te sale mal! Por eso le salen mal las cosas a Alejandro. Nunca te sientas culpable si no tienes la culpa ¡Vamos, prométemelo!

Se quedó pensativo unos instantes, cambió de expresión y me besó con dulzura.

  • Tú no me dices las mismas cosas que Alejandro. Haré lo que tú me dices. Quiero estar contigo.