Alejandra ingresa en la prisión (tercera parte)

En esta ocasión, Alejandra es bautizada antes de pasar su primera noche en la cárcel de mujeres.

Alejandra obedeció, si bien la vista nublada por el llanto le impidió al principio distinguir las formas voluptuosas de su atormentadora. Pero una vez que las lágrimas rodaron por sus mejillas, ante sus ojos apareció un enorme bulto obscuro que poco a poco se fue conformando en unos gruesos labios vaginales recubiertos de pelambre negro, que la Chabacana ya separaba valiéndose de su dedo índice y medio para poner al descubierto su rugosa vulva morocha. Un tufo rancio invadió las fosas nasales de la joven, cuyo rostro angustiado revelaba tanto una indecible repugnancia como una profunda indignación. Pero sobre todas las cosa, miedo.

¿Cómo había podido caer en esta pocilga? ¿Qué ser desalmado había podido crear las leyes reglas que la habían arrojado a ese bizarro deposito de inmundicia? ¿Cómo podía esto estar sucediendo en la realidad? Tan solo el fin de semana previo a su intempestiva detención, Alejandra estaba en un conocido bar al que la había invitado su primo Santiago. Buena parte de la noche, la chica se la pasó eludiendo con la diplomática elegancia que la caracterizaba,  las descaradas insinuaciones sexuales que, al calor de las copas, le formulaba su ebrio pariente. En ningún momento la joven perdió el control de la situación, ni tuvo que solicitar ayuda alguna. Ella misma terminó llevándolo de vuelta a casa de sus tíos, sin delatarlo en presencia de ellos.

En total contraste, Alejandra había sido desnudada por completo por una loca desquiciada y una lesbiana servil que ahora la forzaban a beberse la micción de una grotesca verdulera.

-Así me gusta. Qué bonitos ojos tienes, preciosa. Ahora, saca esa lengüita y pobre de ti que no me la dejes bien limpia.

En honor a la verdad, esta no era la primera vez que Alejandra estaba tan cerca de una vagina, pero en contraste con las rosáceas, aseadas y bien depiladas matrices de sus compañeras del colegio, el aberrante coño que tenía frente a su rostro parecía más una gran bestia hambrienta, a punto de devorarla. La Trucha intervino de súbito, azuzándola con una navaja hechiza.

-¡Ándale pendeja! ¡Aquí dentro, así son las cosas! ¡Métele la lengua o te la corto!

Con el rostro bañado en sudor y lágrimas, Alejandra contuvo la respiración y acercó sus labios al chocho de la Chabacana. El hedor era insoportable y pensó que iba a vomitar, sintiendo ya las contracciones de su convulsionado estómago. Pero el miedo era mayor que su asco, así que sacó la lengua y, luchando contra su repugnancia, comenzó a libar el enorme coño. Para superar el brutal efecto de aquellos acedos fluidos en sus papilas gustativas, la joven se apresuró a cubrir el vestíbulo de la Chabacana con su propia saliva. La mujerona se contoneaba, emitiendo extraños gruñidos cada vez que la lengua de Alejandra rozaba su hinchado clítoris, que ya sobresalía de su guarida.  Ese vestigio femenino del pene, era particularmente prominente en la Chabacana, lo que acentuaba aún más su masculinidad.

La Trucha, con los ojos desorbitados, observaba incómodamente cerca la escena. En sus años mozos, mucho antes de ser encarcelada la primera vez, lo más cerca que había estado ver desnuda a una niñata burguesa, era cuando se había asomado dentro del vestidor de un centro comercial para sorprender a una niña rubia de su edad, probándose distintas prendas. Sus móviles estaban más cercanos a la curiosidad que al morbo. Pero esta travesura vendría acompañada de un brutal castigo. Habiendo sido reportada por la madre de la chica, la granuja fue detenida por el personal de seguridad privada del establecimiento. Los policías, dos de ellos, entendiendo la justicia a su conveniencia, aislaron a la joven pandillera, la golpearon, la desnudaron y abusaron de ella. Sus reservas con el género masculino, a partir de ese día, se convirtieron en odio, su resentimiento con la sociedad, se volvió patológico, casi virulento.

Pero ahora, en el lugar menos pensado, la prisión, parecía que la vida se reivindicaba con ella. Ahí estaba ese ejemplar arquetípico de la burguesía, desnuda humillada e indefensa, bebiendo a la fuerza los jugos de su corpulenta jefa.

Munda, de la que se contaban toda clase de historias contradictorias, aferraba las muñecas de Alejandra con fuerza animal, hasta dejarlas blancas, sin sangre. La orate reía neciamente, lo que desquiciaba a todas, pero más a Alejandra, que no veía fin a su suplicio. Una versión decía que Munda había sido enviada a un orfanato de niña, al descubrir sus padres su discapacidad. En ella fue abusada por el personal. Otra historia, tal vez mas apegada a la realidad, es que había nacido en la prisión, hija de una mujer drogadicta que falleció, como sería de esperarse, de una sobredosis. Cualquiera que fuera la verdad, la muchacha disfrutaba de someter a la recién llegada, de verla en esa comprometida posición, arrodillada, con el culo al aire. Su risa venía del regocijo de saber que Alejandra le pertenecía a ella y a sus compañeras. Horadarla, explorarla y, porque no, mancillarla, se convertiría en la nueva forma de matar las horas de hastío, de aburrimiento en el reclusorio de mujeres. Tendría, por fuerza, que ser un regalo de la vida.

Mientras tanto, cada que Alejandra dejaba brillosa aquella vulva enorme con la lubricación de su saliva, esta segregaba nuevos jugos hediondos que la chica tenía que succionar. Era una pesadilla interminable, a la que se sumaba la retahíla de quejidos de la machona. Cuando finalmente se vino, en una explosión de lujuria, maldiciones y gruñidos, la Trucha se aseguró que Alejandra mantuviera su rostro pegado a la vagina de la Chabacana, para que sus espesos caldos la bañaran, en una especie de bautizo de bienvenida a la prisión.

En el aletargamiento del orgasmo, la Chabacana alcanzó a tomar por el cabello a la joven, miró su rostro impregnado, soltando una risotada y arrojándola de vuelta contra el suelo. Luego, se alejó tambaleando para desplomarse, exhausta, en su catre.

Con las manos sobre el rostro, hecha ovillo en el piso, Alejandra sollozaba inconsolable. La Trucha, aprovechándose de la situación, comenzó a acariciar, palmear y estrujar los redondeados glúteos de la chica, dedicándole una larga mirada a su palpitante orificio anal, al tiempo que advertía.

-Qué rica estás, mi reina. Seguro Melania, la carcelera, no pudo resistir la tentación y ya te ha de haber metido el dedo por ahí, con el pretexto de revisarte. Pero no te apures, aquí en el reclusorio te van a meter más que los dedos, chiquita.  Na’ más te digo que yo, la Munda y la Chabacana, somos bien pinches decentes, comparadas con las cabronas de la Estilista y la Cirujana. De verdad, te conviene ser buena con nosotras, te conviene niña.

Alejandra se incorporó, mareada y aún en shock, del frío suelo de concreto. En eso, las contracciones que había controlado hasta ese instante, regresaron con fuerza haciéndola correr al retrete para vaciar su estómago. Moviendo la cabeza con desaprobación, la Chabacana dijo.

-Por remilgosa, esta noche te toca dormir encuerada en el suelo.

Continuará…